Capítulo 3
Las letras son cada uno de los signos gráficos que componen el alfabeto de un idioma. Las palabras, unidades lingüísticas dotadas de significado. Una palabra no es solo algo que se escribe o se lee, es la expresión de un sentimiento, de una emoción, de un anhelo. Es todo y nada. Lo que nos separa de los animales, lo que nos permite comunicarnos con los demás y hacerles saber lo que está pasando por nuestra mente, pero... ¿qué estaba pasando por mi mente?
La respuesta llegó a mí en cuanto mi soundview empezó a reproducir todo tipo de música romántica. Grupos de palabras aunadas con música que gritaban lo evidente. Cuando Pamela se aferró a mí frente a la puerta de la casa no reproducía nada, porque no estaba pensando en nada. Me quedé totalmente en blanco. Y no era para menos.
Cuando dejé Bayahibe, Mela me llegaba a la cintura, tenía piernas cortas y el rostro lleno de manchas de tierra blanca por lo mucho que se caía. Ahora... tenía... era...
Si entendieras que cuando te miro
Esta soledad se ahuyenta
Y en mis ratos más felices
Tu presencia siempre cuenta
Si entendieras que cuando me escuchas
Mis palabras salen tiernas
Si es que tú ves mi sonrisa
Se refleja la inocencia
—¿En serio? ¿No enseñan en el campo que debes poner tus soundview en vibrador cuando se está comiendo? —El reproche del padrastro de Pamela, me hizo llevar la mano hacia el soundview de mi muñeca intentando apagarlo.
Pamela se rio por lo bajo. Yael, ella y yo estábamos sentados sobre unos pedazos de tela, en el suelo de tierra. Mela se daba toquecitos en la cabeza para recordarme que el aparato carecía de botones y funcionaba con el pensamiento. La letra de si supieras de Anthony Ríos dejó de reproducirse. Intenté ahogarme con una espina de pescado, avergonzado por mi falta de control.
Pamela. Cuando conocí a Pamela, ella ni siquiera había comenzado a perder los dientes. Incluso se hacía pipí en la cama. Bastaba solo empinarme para poner cualquier cosa fuera de su alcance. Y sus berrinches... todavía conservaba una cicatriz de todas las piedras que me lanzaba cuando insistía en molestarla, y ahora... ¡Mírenla! Es tan alta, tan apacible, tan... bella. Sí. Bella, con todas sus letras, en el significado más pleno de la palabra, y yo agregaría algo más...
When I see your face
There's not a thing that I would change
'Cause you're amazing
Just the way you are
And when you smile
The whole world stops and stares for a while
'Cause girl, you're amazing
Just the way you are
Yeah
Esta vez empecé a cantar. No hacía falta ningún soundview para convertir en palabras ese pensamiento. Pamela sonrió haciéndome señales con los ojos, para que mirara al señor Pedro. No lucía nada contento, y a decir verdad, yo tampoco. Maldije a Bruno Mars y su “Just the way you are” tan perfecta para describir mis emociones, y volví a hundir mi tenedor en la austera cena.
Al día siguiente me iría con Pamela al campo y viviríamos juntos labrando la tierra, recogiendo frutos, riendo a la luz de la luna llena, abrazándonos mientras le dedicaba canciones de amor, teniendo un Ushito o una Pamelita que me diría papá...
«¡No! Cálmate Ushi, técnicamente esto es incesto».
—Pero no es mi hermana de verdad.
—No, no lo soy. ¿Por qué lo dices justo ahora?
Intenté saltar por la ventana al darme cuenta de que eso lo pensé en voz alta. Pamela se rio. La había ayudado a colocar el colchón en el suelo en la parte de la casa a la que llamaba habitación, y ahora ella lo estaba cubriendo con una sabana en tan malas condiciones como el primer objeto.
Fruncí el ceño y me dejé caer junto a la pared, deslizando el dedo por la gruesa cicatriz de mi mano izquierda, repitiéndome que valía la pena, que todo lo que hiciera por el bienestar de la única familia que me quedaba valía la pena y era justo.
—¿Entonces tú también has notado la ausencia de las letras, Ushi? ¿No es solo una teoría conspiratoria?
—Si lo es o no, no lo sé. Pero de que hay cosas desapareciendo, cosas que coinciden con las letras que dicen en las noticias, las hay. Tal vez solo sea el gobierno mundial queriendo mantenernos sumisos. Eso de que solo están desapareciendo letras en Latinoamérica me da mala espina.
Moví mi cuerpo a la derecha al verla sentarse a mi lado. Ella se acercó y colocó su cabeza en mi hombro, haciendo que me picara la cara debido al roce de las puntas desordenadas de su afro. Estaba lleno de gránulos de arena y olía a sal de mar. Me alegró tanto sentirla. Sentir algo, estar con vida. Muchos de mis compañeros no habían corrido con la misma fortuna.
—¿Y si lo es? ¿Y si estamos en peligro?
—No ganaremos nada con angustiarnos, ¿no lo crees?
—Tienes razón, preocuparse es inútil. —Pamela retiró la cabeza de mi hombro y tomó mis manos entre las suyas. Estaban callosas, llenas de cicatrices y heridas, increíblemente frías, pero se sentían tan bien.
Aguanté la respiración, dejé que me acariciara el rostro, como tratando de comprobar que era real, sonriéndome, robándome más suspiros de los que había emitido en toda mi existencia. No sentía nada y lo experimentaba todo.
—Me alegra muchísimo poder tocarte —murmuró.
Por un instante estuve seguro de que teníamos el mismo pensamiento. De que su corazón se había agitado tanto como el mío al verla.
Mi reacción fue espontánea, como todo lo que me había pasado ese día. Apreté sus manos con fuerza, ella me miró extrañada.
—¿Ushi? —No hermanito, sino Ushi. Solo mi nombre real. El nombre de un hombre que sentía el renacer de la vida en su pecho. Un sendero luminoso por el cual transitar.
Acerqué mi rostro al suyo y... besé su mejilla. Solo eso. Aunque quisiera, no podría hacer más. Compartiéramos la misma sangre o no seguía siendo mi hermana pequeña. Tal vez esa emoción que sentía solo era alegría por verla.
—Ushi.
—¿Sí?
—No entres en pánico, pero hay una cacata* en tu cabeza.
—Una... ¡Quítamela! —Empecé a palmearme la cabeza con fuerza al tiempo que me levantaba. El bicho saltó por la ventana y se perdió entre la arena con sus ocho patas y su cuerpo negro y peludo.
Me embargó un escalofrío que me sacudió todo el cuerpo.
—¡Qué guapo* eres, hermanito! —Pamela no podía reírse más.
La miré con los ojos entrecerrados y los dedos como garras. Ella negó con la cabeza y las manos e intentó salir de la habitación, pero ya nada podía salvarla.
Me abalancé contra ella, tumbándola en la cama para hacerle cosquillas, hasta que le dolieron las tripas y suplicaba con voz ahogada que parara. De nada valía que pataleara y pidiera clemencia desde el suelo. Eso le pasaba por burlarse de mí.
Atraído por el barullo, Yael cruzó la polvorienta cortina para ver qué pasaba. Se me trepó en la espalda para detenerme, pero también lo derribé en un parpadeo, sometiéndolo al mismo castigo por turnos. Seguimos riéndonos y luchando entre los tres hasta que Pedro se hartó de escucharnos y nos mandó a dormir.
El pueblo no había cambiado demasiado desde mi partida. Había más dejadez, más miseria, más indiferencia ante el entorno, pero nadie había progresado en absolutamente nada. Salvo por su apariencia envejecida y ojerosa, casi no se podía distinguir entre los niños y los adultos. Todos eran dominados por aquel aparato. Apenas había personas transitando las calles durante aquel domingo. Era el único día libre que tenían los obreros, y sin falta lo usaban para dormir y mantenerse conectados a su soundview.
Cuando Don Monchi vivía, solíamos caminar alrededor de la playa y jugar hasta que se ocultaba el sol. Tal y como en ese entonces, Pamela estaba en la orilla de la playa, reuniendo caracoles, intentando subir el ánimo de Yael, que seguía insistiendo en que no quería que se fuera a vivir a otro lugar.
—Cuida muy bien de Mela, Ushi. Que no trabaje demasiado. Ya sabes como es ella.
—Por supuesto. No se preocupe.
Dejé de apoyar la espalda del marco de la puerta y llevé la mirada hacia el rostro de la señora María, quien había remendado las partes rotas de mi mochila con algunos parches nuevos. Intentaba disimularlo, pero estaba llena de la tristeza de una madre que veía partir por tiempo indefinido a su única hija y deseaba pedirle que se quedara. Ambos sabíamos que no había elección.
El área de trabajo se elegía según las necesidades del momento, de manera que dedicarse a la minería, agricultura, ganadería o la pesca era algo al azar.
Cuando cumplí los dieciocho años, el gobierno concluyó que había suficientes pescadores en el país, y por eso me envió a un campo de Santiago, un lugar donde no conocía a nadie, a desempeñar labores que nunca había realizado. Cinco años después, a Pamela le había tocado el mismo destino, así que debíamos sentirnos agradecidos de que al menos nos tocara la misma cosecha, ¿verdad?
—La suerte está de nuestro lado.
—Si llamas suerte a algún trato que hiciste, pues sí, está a nuestro favor.
La señora Maria me miró. Descubrí en sus ojos la misma perspicacia de su padre. Por eso menos entendía qué hacía con un marido como ese.
Era cierto que donde había hambre también existía la disconformidad, y donde había disconformidad se corría el peligro de sufrir robos o cualquier tipo de violencia, pero no en este mundo. Las personas eran demasiado perezosas para siquiera intentar algún acto violento. Pedro ni siquiera era un mal necesario, solo era un mal. Pero tuvo un hijo con él. Supongo que la soledad vuelve a las personas estúpidas.
Maria suspiró, casi como si fuera capaz de leerme el pensamiento, y llevó la mirada hacia sus hijos antes de volver a mirarme.
—Te agradezco todo lo que has hecho, pero no la pongas en peligro, ¿sí?
—Por supuesto. La mantendré fuera de todo. La próxima vez le enviaré fresas. Sé que le gustan.
—¿Resas? ¿Qué es eso?
—Resas, no. Fresas. ¿En serio no se acuerda? Son...
—¿Ya nos vamos, Ushi? —Pamela ladeó un poco la cabeza mientras se detenía frente a nosotros. Se había atado el cabello en la cima de la cabeza, formando un enorme pompón de pelo esponjoso y marrón. Yael venía colgado de su cadera, abrazándola como un monito.
Tomé al niño para ayudarla a entregárselo a su madre. Yael escondió la cabeza en el pecho de Maria, aferrándose a ella de la misma manera. Había arrugado la cara como si fuese a ponerse a llorar. Le sostuve la nariz para cortarle el aire y empezó a intentar pegarme para que lo dejara tranquilo mientras fruncía el ceño.
Se parecía mucho a Pamela cuando aún era una niña.
—Cuida bien de tu mamá, Yael. Traeré a nuestra hermanita sana y salva.
—¿Lo prometes?
—Por supuesto.
—Pórtate bien, manito. Volveré en cuanto pueda. —Pamela se acercó y le besó la frente. Besó la mejilla de su mamá y tras darle un abrazo apretado, tomó su mochila del suelo y se la colgó en el hombro. Ni siquiera se molestó en despedirse de Pedro. Seguro no la escucharía debido a lo concentrado que estaba en el juego que había visto al menos en un centenar de ocasiones.
Era evidente que Pamela sentía miedo de dejarlos con aquel incompetente, pero si no llegaba a tiempo a su primer día de empleo sería mucho peor para todos. Le rodeé el talle con un brazo y le sonreí. Ella me devolvió la sonrisa y agitó la mano en despedida antes de comenzar a alejarse a mi lado. Nos esperaba un camino muy largo, pero al menos nos teníamos uno al otro.
—Y bueno, ¿cómo es el mundo real, Ushi? —indagó Pamela mientras elevaba la mirada en mi dirección. Le sonreí al tiempo que le sostenía la nariz, ganándome un cocotazo*.
—Ya lo verás. Es aún mejor que en los libros —aseguré al tiempo que me sobaba la cabeza. Y no mentía.
Más allá de esa proyección azul, el trabajo constante y un destino decidido por otros, había muchísimas maravillas por descubrir.
***
Glosario
*Cacata: Tarántula endémica de República Dominicana.
*Guapo: Valiente.
*Cocotazo: Golpe dado en la cabeza con los nudillos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top