Cesan los gritos de los que agonizan, pues ya murieron...

Y corren aquellos que aun avivan la esperanza, dando una espalda ajena a las jóvenes balas que mueren al matan.

Estallan en chasquidos fugaces y, llorando su muerte, se esparce el humo y la pólvora hace espacio en el féretro donde morirá, indispuesta o no, otra bala.

Y se cierran los ojos de aquellos que vieron amor tan deprisa, tan repentinamente...

, ¡Como un hombre y mujer pierde la vida!

Cayendo presas de la agonía y arrastrados sutilmente por la muerte...

Actos tan atroces de los que solo un asesino encontraría belleza.

Niños y niñas que imploran el retorno de almas que sucumben ante la voluntad absoluta de quien jala el gatillo.

Y aquellos que vuelvan realmente no volverán:

Padecerán de la enfermedad venérea de la verdad; estrechando la mano a la locura y acobijados por la soledad.

Sintiendo en el viento los roces de balas perdidas o premeditadamente dirigidas,

Escuchando estallidos terrenales en truenos,

Confundiendo a la lluvia con los pasos de enemigos.

Confundiendo una guerra con sus propias vidas.