Letras Cruzadas
26 de octubre, 1961.
Estoy perdido. Sin ti, estos meses han sido una tortura. Todo pasó tan rápido, tan de la nada, que ni siquiera un beso fui capaz de darte para esta espera tan larga.
Las cosas aquí han empeorado. Todos quieren pasar el muro, algunos ya han sufrido heridas y están siendo curados. Y otros lastimosamente han perdido la vida tratando de ir al otro lado.
Los autos son revisados hasta en las llantas, cuando van de regreso. Vienen aquí tan solo a visitar a sus familiares. Me imagino que debes tener miedo de pasar y no regresar.
En fin, encontré a alguien con un corazón de oro que me hará el favor de entregarte esta carta, y ya le he dejado saber que puede que tú también quieras escribirme, y él en su próxima visita me dará tu respuesta.
Por otro lado, créeme que quisiera irme junto con los que tratan de escapar, o irme escondido en la parte de atrás del auto de este señor. Me vuelvo loco, porque me han apartado de ti.
Te pido por favor que me respondas, dime ¿cómo está la situación de ese lado? ¿Cómo está tu familia? Extraño incluso a tu perro que cada día me recibía cuando iba a visitarte.
Te extraño tanto, muero por sentir tus besos, tus abrazos y no soltarte nunca más.
Siempre tuyo, Peter.
Aunque estas paredes nos separen.
Presente, 1992
Doblé la carta tal como estaba y cerré el libro. Quería pensar por un momento. ¿Es acaso posible? No, no, no puede ser. O, ¿sí?
Después de tanto tiempo... Pero, ¿cómo? Una carta de hace tantos años, aún conservada en estos viejos libros.
La pregunta real es, ¿cómo acabó aquí? En una vieja biblioteca en el estado de Arizona en los Estados Unidos.
Me parecería más normal si hubiera encontrado esta carta en Alemania, y no en un libro que trata precisamente sobre ese tiempo. ¿Casualidad?
Tomé mis libros para regresar a casa y darle de comer a mi pequeño Tommy, que seguro esperaba hambriento.
Caminé hacia donde la bibliotecaria. Tenía una mirada tan tierna, parecía una persona muy gentil. Firmé en el registro donde indicaba que me estaba llevando unos libros a casa. La señora solo me sonrió, le devolví el bolígrafo, agarré los libros y me fui a casa.
Ahora sí debía ponerme a hacer ese estúpido ensayo de tres mil palabras para mi clase de historia. No tenía nada en contra de esa clase, al contrario, me gustaba. El problema era que me haya dejado ese trabajo como si se hubiera puesto de acuerdo con los demás profesores para dejarnos también cosas para hacer el fin de semana.
El. Estudiante. Nunca. Descansa.
***
Estaba lloviendo a cántaros. Así que llegué un poco más tarde de lo que acostumbraba ir a la biblioteca. Traté de secarme un poco, y acostumbrarme al hecho de que estaba mojada. Por suerte mis libros iban en la bolsa o también se habrían bañado.
Como era costumbre, apenas llegaba, firmaba y seguía a mi solito puesto en la biblioteca. Para mí, era como si fuera mío. Ya que siempre, siempre, después de tomar un libro, venía aquí a leerlo.
El sitio era muy grande. Había escritorios, sillas, sillones, y cómodos sofás para leer. Pero, mi lugar era sin duda el mejor. Quedaba cerca al ventanal más grande de la biblioteca, con escritorio antiguo, una silla muy cómoda, y una lámpara que jamás usaba, pero que le daba un toque muy elegante.
Antes de llegar, fui de nuevo a la sección de libros de historia. Todavía necesitaba instruirme mucho más acerca del tema para el ensayo que debía entregar. Sería más sencillo, si la profesora no nos hubiera pedido que el trabajo fuera escrito de manera personal.
Tomé un libro que a simple vista me pareció interesante, y lo llevé conmigo hasta el escritorio. Puse mi bolso a un lado y estaba por sentarme cuando me di cuenta de algo.
Había alguien sentado en mi lugar.
—Y, ¿tú eres? —dije de inmediato. Casi me sentaba encima de un desconocido.
Me miró por un segundo con indiferencia.
—Alguien que está siendo molestado mientras lee —respondió con un tono de molestia, pero yo lo estaba aún más.
—Yo me siento aquí —respondí.
—Pues yo no veo donde indique que este lugar es propiedad de alguien, por ningún lado. —Miró a su izquierda, y me observó de nuevo—. Allá hay otro lugar, así que si deseas... —Quitó sus ojos de mí, y siguió con su lectura. ¿Y él qué se creía?
Agarré mi bolso molesta y me separé de mi lugar favorito. Podía ver al desconocido, desde donde me había ido a sentar hoy. Se veía tan cómodo, tan relajado, feliz y concentrado, en mi sitio. Me pregunté quién será.
Estaba por terminar el libro que me había llevado ayer y empezar el otro cuando de este cayó un papel.
Otra carta.
6 de noviembre, 1961
Han pasado diez días desde que te escribí. El señor aún no vuelve, pero te escribo para que cuando vuelva te pueda llevar esta carta. Tal vez no ha vuelto por miedo.
Todos tienen miedo, todos están desesperados. Unos más que otros.
No se sabe hasta cuándo estaremos así, yo pienso que es mejor ir haciéndonos la idea de estar divididos, o pensar que las cosas algún día cambiaran.
Lo único que sé es que quiero estar contigo. Dentro de unos días cumpliremos dos años de ser novios... y me causa tanta nostalgia que no podremos estar juntos.
A veces quisiera llorar y sacar dentro toda la rabia que estoy sintiendo. Todo ese sufrimiento, toda la injusticia por la que estamos pasando. No solo tú y yo como pareja, sino todos nosotros, al ser divididos.
Solo espero que tú me estés pensando de la misma manera que te pienso yo. Y me sigas amando de la misma manera que te amo yo. Porque a pesar de esta distancia y de este muro de cuatro metros de altura que nos divide, sientas que este amor que sentimos los dos, siga creciendo.
Siempre tuyo, Peter.
Aunque por culpa de la política estemos separados.
Respiré profundo. Casi podía sentir la desesperación de Peter al escribir esas palabras. Haber tenido que ser separado a la fuerza de su amada. Esta vez no había padres, ni clases sociales de por medio. Era una estúpida guerra... Eran lados que se separaban por no soportar que uno fuera mejor que el otro.
Doblé la carta, y la guardé junto con la primera que había encontrado el día anterior. Dirigí mi mirada de nuevo a ese lugar... Ya no sé si era simplemente molestia por no estar en mi solito puesto, o sentía curiosidad por saber quién era ese que estaba sentado cómodamente leyendo un libro.
Su cabello negro y liso, parecía caer un poco sobre su frente. Sus ojos eran casi oscuros, y su rostro se veía tan suave y delicado. Como si fuera una perfecta obra de arte.
Lástima que pareciera arrogante.
Cuando estaba por irme, la bibliotecaria me entregó una nota. La miré un tanto extrañada. ¿Una nota?
Lamento si el día de hoy había tomado tu lugar favorito en toda la biblioteca y
por haber sido un poco grosero.
-Alguien que fue molestado mientras leía.
Sonreí cuando terminé de leer el pequeño papel que sostenía en mis manos.
Por un segundo al recibir la nota, me sentí como aquella mujer a la que Peter escribía. Solo que sin amor. Aunque aún así, esa nota me hizo sonreír. Al parecer el desconocido lector quita puestos, no era tan arrogante como parecía.
Y solo por curiosidad me dieron ganas de volver mañana a la misma hora.
***
No quise ir hoy a la biblioteca, decidí mejor tomar este día para mí. Tal vez ir al parque, o ir a beber un café. ¿Hace cuánto no sacaba a pasear a mi querido Tommy? La verdad no lo recordaba.
No podía dejar que el estudio definitivamente acabara con mi vida de esta manera.
Me levanté del sofá y fui por la correa de Tommy. Al ver que iba a sacarlo a pasear, empezó a saltar y a ladrar de la alegría, queriendo atrapar con su boca lo que tenía en mi mano.
Tommy era mi perrito, un Papillón, que me regalaron de cumpleaños hacía dos años y fue mi compañía en la universidad.
Decidí ponerme una camisilla blanca y pantalones cortos color caqui. Recogí mi cabello en una coleta y me puse un par de tenis. Después de la lluvia de ayer, hoy hacía un día hermoso. Soleado, sin nubes, y con una buena temperatura.
Tommy iba feliz caminando por la acera del parque, esta era su segunda vuelta y yo ya me estaba cansando. A lo lejos vi una pequeña cafetería a la que hace mucho no entraba, así que tomé a mi compañero en brazos y crucé la calle. No recordaba si los perros eran permitidos, de todas formas, pensaba pedir un café, algo pequeño de comer y sentarme en una de las bancas que había en el parque.
***
Mi pequeño amigo, ya cansado, estaba acostado en el pavimento mirando las personas pasar. Yo estaba terminando mi café, porque Tommy se acabó prácticamente lo que había comprado para comer. No podía con su carita.
Estaba leyendo un libro de poesía que traje conmigo al parque. Cuando de repente vi a alguien pasar por el frente.
Habían pasado tantas personas, pero una sensación me hizo levantar el rostro. Me quedé casi congelada, observando la persona que acababa de cruzar.
El chico de la librería. Ahora podía apreciarlo mejor. Era alto, su rostro se veía más lleno de vida que ayer. Vestía unos vaqueros, una camisa de manga corta, y llevaba un libro en la mano. Me encantaría ir allá y saludarlo, pero tal vez sería un poco raro.
Quité la mirada de donde se había sentado a leer. Por un momento me dieron ganas de reír. Al chico parecía gustarle estar cerca de mi ambiente. Y aparte de eso, de nuevo lo observaba leer.
Me gustaba verlo. Me encantaba esa concentración que tenía mientras leía. El cómo arrugaba la frente, y cerraba los ojos un poco cuando no entendía algo. Cuando pasaba la lengua por sus labios al cambiar de página.
Me descubrí a mí misma admirándolo demasiado. ¿Qué me estaba sucediendo?
Miré inmediatamente a otro ángulo del parque, él no iba a ser lo único interesante aquí.
Después de darme cuenta que en definitiva no había nada más interesante, decidí levantarme para regresar a casa. Tommy dormía, pero cuando sintió que me empezaba a mover, él también con una gran energía se levantó en sus cuatro patas.
Sabía que no estaría bien, que tal vez sería arriesgado, pero quizá, no lo sé... Pasar por su lado, no causaba nada.
Y así fue. No provoqué ni siquiera que levantara el rostro, ya que seguía concentrado en su libro, lo cual me decepcionó un poco. Quería que notara mi presencia, o que recordara que era la chica de la biblioteca. Pero al mismo tiempo, ¿por qué buscaba lograr eso? ¿Qué tenía él de encantador, acaso?
Regresé a mi apartamento. Tomé una ducha para luego colocarme una cómoda pijama. Dos minutos después de acomodarme en mi cama, con Tommy a un lado en su propia camita, me quedé dormida.
***
Tenía una clase en diez minutos, y para llegar a ese lado de la universidad me iba a tomar quince. «¡Rayos!», pensé.
Todo esto ocurría cuando tenías descompuesto el reloj. Me enseñaba a no confiarme nunca de un solo reloj, sino mirar todos los relojes que estaban a mi disposición. Sobre todo cuando veía clase de historia con la profesora más estricta de la universidad.
Como esperaba llegué cuatro minutos tarde, porque al final inicié a correr como loca. Estaba un poco adolorida por los golpes que recibí de algunos estudiantes que me topé en el camino.
Por suerte, entré justo detrás de la profesora, quien seguramente por mi aspecto se daría cuenta de que había llegado tarde. Pero como hoy parecía estar de buen humor, lo estaba dejando de lado.
La clase estuvo normal. Una hora y media de explicación y tomar nota. Nos recordó la fecha de entrega del trabajo y lo importante que era que lo entregáramos a tiempo.
Lo bueno, es que iría a la biblioteca. No solo por el trabajo, que debía tratar de algún tiempo de la historia que me haya impactado, sino que también a investigar algo de geografía.
No tenía ganas de tomar el autobús, así que solo caminaría. De todas maneras, conocía un atajo que me hacía llegar más rápido a mi destino.
Estaba empezando a nublarse y yo iniciaba a arrepentirme por no haber tomado el bus que pudo dejarme en la puerta de la biblioteca unos minutos atrás. Así que aceleré el paso, casi corriendo, por miedo de mojarme como la última vez.
Por suerte, llegué antes de que comenzara a llover, aunque por ahora no había caído ni una gota de lluvia.
Saludé a la amable señora que siempre estaba aquí. Busqué lo que necesitaba y me dirigí a la sección de leer. A lo lejos miré si alguien había tomado mi lugar, me alegré al saber que estaba vacío, aunque me hubiera gustado ver de nuevo a ese chico.
Cuando me senté, encontré una pequeña nota. Traté de no gritar como una adolescente por si aún se encontraba cerca. Sabía en mi interior que era él.
Quiero antes que nada, disculparme si estoy siendo atrevido.
Pero ayer en el parque te veías hermosa. Quiero invitarte un café, y si decides aceptar, estaré afuera de este edificio a las 19:30h.
-El hombre que leía en el parque.
Miré el reloj y me di cuenta de que aún faltaba una hora para el tiempo que puso en la nota. Así que tendría tiempo para pensar en aceptar un café con un extraño amante a las letras.
Abrí el libro sin prestar atención a la página, y cuando lo hice, vi un pedazo de papel doblado, un tanto amarillento. ¿Otra carta?
6 de diciembre, 1961.
¡Que alegría! Doy saltos de felicidad y es que tú, amor mío, has respondido mi carta. No podía creer lo que mis ojos veían. Estaba justo afuera del edificio, cuando vi al hombre llegar. Mi corazón se había llenado de alegría con solo ver que traía algo en las manos y que era para mí.
Tú, querida Sofía, haces de mi vida mejor y llena de colores. Aunque a mi alrededor todo sea gris, y todo esté muy mal. Has hecho de este día, incluso de esta semana, una mejor. Respondo esta carta lo más rápido que puedo, en lo que el señor visita a su madre en este mismo edificio.
Te envío también la otra carta que había hecho hace un mes. ¡Yo también te amo! Y no te desesperes mi amor, que vamos a salir de esta.
Has llenado este corazón de ilusión, y con ganas de vivir.... Tener esperanzas de un futuro aun juntos. Y no sabes amor mío, la falta que me haces, cada día más y más, pero pronto, ya verás, estaremos juntos.
Siempre tuyo, Peter.
Aunque unos kilómetros me impidan besarte.
Una vez más, me había quedado sin palabras. Esta era la tercera carta que encontraba de la misma persona. Tan solo unos días después. ¿Era acaso esto algo del destino? ¿Qué hacían estas cartas repartidas en todos estos libros?
Tomé la tercera carta. Seguro, debía haber más y yo iba a averiguarlo. Porque si mi profesora de historia quería que el ensayo fuera personal. Ya sabía exactamente de qué hablaría.
Puse la carta con las otras dos que había encontrado y seguí con mi investigación. Un tiempo más tarde, casi olvidaba que el chico que me invitó un café, debía estar por pasar por mí. Revisé el reloj, y me di cuenta de que faltaban cinco minutos.
Recogí las cosas de rapidez, dejé lo que ya no necesitaba y guardé en el bolso lo que iba a leer en casa. Cuando caminaba a la salida, me fijé en el enorme reloj que había justo encima de la puerta. Lo miré por un segundo y luego me detuve al ver que ese reloj marcaba una hora diferente. Pero qué tonta era. Había olvidado cambiar mi reloj y eran las 19:45h.
—¡No! ¡No puede ser! —Seguía repitiendo mientras caminaba a la salida.
Cuando por fin, salí a la calle, me di cuenta de que estaba lloviendo a cántaros. Ahora sí que se puso peor. No chico, no cita, no llegar a mi casa sana, seca y salva.
—Oh, no... ¡Rayos! ¡Rayos! ¡Rayos!
—¡Hey! Shhh... Podrías hacer que de verdad caigan rayos con esta tormenta —dijo alguien a mi lado.
El tono de voz me pareció tan familiar que no pude evitar girar mi rostro a la persona que tenía a mi lado.
—Tú.
—Yo —dijo sonriendo.
El chico estaba ahí... ¡Estaba aquí! ¡A mi lado! Mientras lo miraba, todo parecía ir en cámara lenta. Tenía el cabello un poco mojado. Pero aun así miraba al frente y de vez en cuando me dirigía la mirada con una sonrisa. No sé cuánto tiempo nos quedamos allí, uno al lado del otro en silencio, pero se sentía bien. Ninguno parecía tener prisa en que la lluvia parara.
Entonces tuve una loca idea. Primero lo miré, y vi que me estaba mirando, lo cual me gustó porque quería que me viera.
Me acerqué justo hasta el borde del techo que nos cubría. Unas cuantas gotas cayeron en mi rostro y me di cuenta que el agua no estaba fría, al contrario.
Di un paso afuera, dos, tres y ya estaba empapada de agua. Podía ver al hombre mirarme desconcertado, pero le hice señas con la mano para que se animara a venir conmigo.
—¡El agua esta deliciosa!
—No, báñate tú si quieres.
—¡Cobarde!
Pareció que eso debió dolerle más que otra cosa, porque no dijo ni una sola palabra. Respiró profundo y vino hacia mí.
—Te dije que el agua estaba agradable. —Y le sonreí coquetamente.
Él no dijo nada, al contrario se quedó contemplándome. Fue un poco intimidante así que giré mi cuerpo, alcé el rostro al cielo y traté de disfrutar de la lluvia. Hacía tiempo no disfrutaba de estas cosas.
—Marianne...
Me volteé inmediatamente respondiendo a mi nombre... ¿Cómo sabía eso? ¿Cómo sabía que me llamaba Marianne?
—No me mires de esa forma... Sé que debes estar pensando cómo conozco tu nombre. Pero la razón es simple: me fijé en el libro de visitas de la biblioteca.
—En realidad, no me importa cómo sabes mi nombre. Lo que me parece injusto es que tú sepas el mío y yo no sepa el tuyo. —Lo miré divertida.
—Te lo diré, con la condición de que aun aceptes ir por ese café conmigo.
Quise responder que su nombre no era tan importante, que ya estaba cansada, que no quería. Lo que sea... pero la verdad es que deseaba ir por ese café más que nada, justo en este instante. Aunque...
—Tu nombre no me interesa tanto... —contesté seriamente.
—Pero sé que regresarás a casa, empapada, y pensarás, ¿cuál será el nombre de ese chico que aceptó cortésmente darse un baño bajo la lluvia conmigo? Y no podrás dormir pensando...
—Ok, ya, ya, ya... Solo si dejas de hablar así.
—Sabía que aceptarías.
—Aun puedo cambiar de opinión.
—Sé que no lo harás —lo miré de reojo y sonreí, pero no dije nada.
Unos minutos después, había dejado de llover y mientras caminábamos se secó un poco nuestra ropa.
Encontramos un café a unas cuantas calles de la biblioteca. Se veía muy acogedor, con unas mesitas de dos puestos y unos sillones para quienes vienen aquí a leer. Como era obvio, el chico misterioso y yo, nos sentamos en una mesa cerca del ventanal del café.
Él me sonrió, se levantó y fue por los cafés. Mientras él hacía eso, me quedé un rato mirando lo que se podía ver de la ciudad.
—Un café mediano con dos de azúcar para ti, y uno pequeño para mí. —Su voz me sacó de mis pensamientos y le devolví la sonrisa.
—Entonces, chico misterioso... ¿me dirás tu nombre? —Tomé un sorbo de mi café esperando su respuesta.
—David —respondió.
Volví a beber un poco más de mi café, como si fuera su nombre lo que saboreaba.
—Entonces, Marianne... ¿A qué te dedicas?
—Estudio. Y, ¿tú? —respondí, sin querer dar detalles.
—Soy profesor en la universidad de Phoenix.
Estuvimos hablando de todo. Él con un café pequeño que hacía ya mucho se le había acabado y yo con mi café mediano del cual aún quedaban como tres sorbos para terminarlo. Las personas entraban y salían del lugar, y David y yo aún seguíamos sentado en esa pequeña mesa, hablando como si fuéramos amigos de hace mucho tiempo.
—Hace unos días encontré algo y... quería compartirlo contigo.
—¿Sí? ¿Conmigo? —Me sorprendió un poco su comentario de la nada. Apenas y acababa de conocerlo.
—Sí, contigo. Tiene que ver con la biblioteca. Visto que tú también vas con frecuencia, quería mostrarte algo.
De la nada, puso sobre la mesa un papel doblado. Cuando lo vi, recordé las cartas. Me quedé mirando ese papel por un momento, dudosa si abrirlo o no. Cuando lo hice, no pude evitar llevarme la mano a la boca, sorprendida.
16 de Enero, 1962
Hola amor mío, ¿cómo estás? Hoy me desperté pensándote más de lo normal. Tuve un sueño contigo, fue más bien un recuerdo.
Tu sonrisa parecía una luz que podía alumbrar el lugar entero. Tu cabello que se movía con la brisa, tus pestañas largas, y tus ojos... esos hermosos y grandes ojos verdes que me traen loco.
¿Recuerdas ese día que te pedí que te escaparas conmigo? Oh, Sofía... cómo deseo haberlo hecho cuando pudimos, y ahora no tendríamos que estar separados.
¿Estás segura de querer estar aún conmigo?
He estado trabajando, para así ahorrar y escapar de verdad de este lugar. Pero solo haría si tú estás conmigo. No sé cuando llegue esta carta... Pero aunque llegue en un mes, la propuesta seguirá en pie.
Puedo sentir la desesperación en tu carta, querida. Y si lloras todas las noches, puedo sentirlo, mi alma abatida quiere darte consuelo y no estoy allí.
Te he amado de todas las maneras posibles y lo seguiré haciendo.
Te extraño, Sofía.
Siempre tuyo, Peter.
Aunque no pueda tenerte en mis brazos en esta noche tan fría.
Sin nada que decir, doblé de nuevo el papel. Era otra carta de Peter. Me pregunté si había otra entre esa y la que tenía yo. ¿Habría alguna de Sofía?
—¿Y? —escuché decir a David, cuando me vio devolverle el papel.
—¿Por qué me muestras esto? —pregunté como si no tuviera ni idea de las tres cartas que tenía en mi poder.
—Esa es una carta de siete que hay en la biblioteca. Puedes leerlas, puedes tenerlas, pero con la condición que debes devolverlas y ponerlas en los libros que le corresponden.
—Y, ¿tú cómo sabes eso?
—¿Nunca has escuchado sobre «Las Cartas de Peter»? —preguntó mirándome como si fuera obvio.
—No, nunca había escuchado sobre eso. Pero después de todo, ¿a dónde quieres llegar con eso?
David me observó divertido mientras yo seguía con un gran signo de interrogación en mi cabeza.
—Dicen que tú no encuentras las cartas, ellas te encuentran a ti. Y muchos han dicho que si las encuentras, puede que encuentres el amor de tu vida. Aunque, yo no creo mucho en lo segundo.
—¿Por qué te interesan las cartas? —pregunté.
—Amor al arte, investigar... curiosidad.
Lo examiné por unos segundos, pensando en qué responderle. ¿Debería decirle que tengo tres cartas de esas?
—Y... si te dijera que tengo algo parecido a eso que tienes allí —le dije con superioridad.
—Pero eso quiere decir que hay algo mal... Yo encontré esa carta, no se supone que también tú...
—Ey... calma. ¿Acaso voy a arruinar la búsqueda de tu amor verdadero?
—Ya te dije que eso no me interesa.
—Entonces, ¿por qué te interesan tanto? No lo entiendo. —Cerré los ojos pensando en que unas cartas llenas de tanto amor para él sea el simple deseo de saber que existían.
—¿Puedo ver esas cartas?
—No. —Y lo dije en serio. Esas cartas las encontré yo. Eran mías.
—Esto no va a funcionar si no me ayudas, Marianne...
—Antes que nada. —Hice una pausa y nos señalé con ambas manos—. «Esto» no existe.
Traté de recoger mis cosas, para así irme a casa.
¿Sabría que yo tenía esas cartas? ¿Fue por eso que me trajo a este café?
No dejaba de formular preguntas en mi mente. Me sentí usada. Pero, ¿cómo? Este hombre era un completo acosador.
No le di oportunidad de responder y lo dejé sentado allí.
Llegué indignada a casa, no podía creer que el mismo hombre que se había dado un baño bajo la lluvia conmigo, me llevara a tomar un café por unas estúpidas cartas.
¿Eso era lo que quería? Pues no las tendría.
***
Habían pasado varios días desde ese molesto encuentro con David. Esa noche, tomé una decisión. No dejar que él encontrara las cartas primero. Yo sí quería saber qué pasó, sí quería saber cómo acababa la historia... o si al menos tenía final feliz.
No lo había visto más, tal vez estaba viniendo a un diferente horario que el mío. Pero no podía concentrarme al cien por ciento en la búsqueda porque también tenía cosas que hacer para la universidad.
Pero entonces recordé su perfecta y delineada sonrisa. Cómo sus ojos me miraban esa noche... y su cabello mojado por la lluvia.
Sacudí mi cabeza ante esos pensamientos. Se suponía que debía odiarlo.
Sin embargo, hice una búsqueda en internet acerca de las cartas, y resulta que David tenía razón. Eran unas cartas que hacía mucho tiempo fueron escondidas, por así llamarlo, en esta biblioteca. No se sabía quién o el porqué.
Muchos habían venido y sin éxito se iban, creyendo que era toda una mentira. Otros hablaban de haber encontrado solo una, pero que era una pérdida de tiempo hacer una búsqueda completa.
Estaba anotando unas cosas en mi libreta, cuando lo vi. David pasó enfrente de mí, sin ni siquiera mirarme. Pero no me importaba, yo era la que estaba ofendida.
—¿Puedo hablar contigo? —dijo alguien cerca de mi oído de repente. Me giré para enfrentar a David. Por más que sus ojos me tuvieran encantada debía estar concentrada.
—No sé. ¿Puedes?
—Vamos, Marianne... No seamos unos niños. Tú quieres leer las demás cartas, y yo solo... tengo curiosidad en saber por qué la gente le interesa tanto. Solo que no pensé nunca encontrar una.
—De todas formas, no sé en qué centro yo en todo esto.
—Tú también las has encontrado. Y lo supe justo cuando vi cuan sorprendida estabas al leer la carta que yo tenía.
—¿Y? —Lo miré un tanto irritada, aunque aún así me parecía irresistiblemente guapo.
Entonces, vi que tomó mi mano, y me miró directamente a los ojos. Toda molestia que sentía en ese momento se desvaneció con su tacto.
—¿Podemos buscar juntos las cartas?
Casi me dejaba sin aliento, casi parecía una propuesta de matrimonio. Solo que esta vez, me proponían buscar unas cartas escritas de hacía ya mucho tiempo.
—Está bien, pero yo tendré las cartas.
—Como tú quieras... —respondió, aún sujetando mi mano y con una sonrisa de oreja a oreja. No entendía su felicidad, solo sabía que me gustaba cuando sonreía.
Todavía continuaba un poco molesta, pero realmente era un poco tonto seguir con esta actitud. Y ni él ni yo perdíamos nada al tratar de ayudarnos a encontrar estas cartas, ya que ambos teníamos la misma curiosidad de leerlas.
—¿Quieres leer las cartas que yo tengo?
—Claro.
Después de leer las cartas, se quedó pensando un rato, o eso creí, porque estuvo muy callado. ¿Habría sentido al menos eso que sentí yo al encontrar la primera carta?
—¿Qué piensas? —hablé al fin. Estaba curiosa por saber qué pensaba.
—Imagínate que estamos enamorados, que nos separan, pero que no solo somos separados, de manera que podamos vernos a escondidas, lo que haría este romance más interesante, sino que estamos en medio de una guerra. ¿Sabes lo difícil que debe ser? —Tenía su mirada en algún punto en la pared—. Vaya...
—Y yo que pensé que no entendías por qué me interesaban esas cartas.
De repente, quitó su mirada de donde sea que la tuviera y miró su reloj.
—Tengo que dejarte, tengo una clase en media hora. Gracias por lo de hoy.
Tomó sus cosas, y sin que yo dijera una palabra, me dedicó una última sonrisa y se fue. David me dejaba un tanto desconcertada, y a la vez no sabía de qué tenía más curiosidad... si de él o de las cartas.
Cuando llegó mi turno de irme, pasé como era costumbre por donde la bibliotecaria a firmar los libros que me llevaría hoy.
Mientras lo hacía, me di cuenta de que había una nota justo al lado del libro donde se suponía que se debía firmar la salidas.
Querida Marianne, disculpa si me fui muy rápido.
Por favor, me encantaría que vinieras mañana alrededor de las 17:30h para seguir leyendo juntos.
Tu compañía me es muy agradable.
-David, tu compañero de letras.
Me encontré a mí misma sonriendo por la nota que me había dejado. Con esta ya son tres que me dejaba. De repente empecé a sentir que lo conocía de siempre y al mismo tiempo que tenía ganas de conocerlo mucho más.
Iba saliendo de la biblioteca, con una gran sonrisa en el rostro, cuando sentí la presencia de alguien que me seguía.
Traté de parar y darme la vuelta para enfrentar lo que sea que fuera, pero no encontré el valor. Doblé en una esquina, me apoyé al muro y esperé a que lo que fuese pasara.
Pero nada.
Seguí con mi camino hasta mi apartamento, pero esa sensación no se me quitó del pecho.
***
Transcurrieron días desde que David y yo iniciamos en equipo con respecto a las cartas. Pero a pesar de eso, aun no podíamos encontrar las otras tres que faltaban. Era una pena, porque creía que David se estaba interesando cada vez más como yo en la historia de Peter y su amada Sofía.
Pero además de las cartas, sentía que David me estaba empezando a interesar más que simplemente alguien a quien ayudaba a buscar unas simples letras.
Hoy cuando llegué, me dijo que me veía muy hermosa y eso me hizo sonrojar. Cada tanto podía ver que me miraba de reojo y me hacía ahogar sonrisas que quise que él viera.
Pero me confundía, porque solo pensaba en las cartas o en ayudarme con mis trabajos de la universidad, lo cual fue bueno ya que era profesor, pero no mostraba señales de tener algún interés en mí como yo comenzaba a tenerlo en él.
—Si usas estos apuntes, te irá bien tanto en la clase como en un examen sorpresa que el profesor haga.
—Gracias. —Guardé los apuntes en mi bolso, y me dispuse a seguir con la lectura de un libro.
—Hoy tengo el resto de la tarde libre... —Escuché que dijo un tanto dubitativo... Alcé mi mirada de la lectura para verlo a los ojos—. Así que pensé que... ¿Quieres ir por un café?
—Claro —Respondí con alegría, la última vez que verdaderamente habíamos ido por un café las cosas no habían acabado bien.
A los escasos minutos, caminábamos lado a lado en busca de su auto. David quería llevarme a un lugar nuevo que le recomendaron hace poco, o eso fue lo que dijo.
A veces estas detallando tanto a esa persona que te gusta, que no escuchas realmente lo que sea de lo que te están hablando, y es justo lo que estaba pasando ocurriendo ahora.
—¿En qué piensas? —me preguntó de repente.
—Pienso en lo bien que la estoy pasando en esta búsqueda de las cartas contigo.
—Me alegra que así... A mí también me ha gustado compartir estos días de tu compañía. Y aunque al final no logremos encontrar dichas cartas, al menos te conocí a ti.
En ese momento, David acababa de llegar al lugar y debíamos bajarnos del auto. Solo esperaba que no viera que me había sonrojado su comentario.
Entramos al lugar, y a primera vista lucía bastante elegante. Una chica nos llevó a un cómodo sillón con una pequeña mesa en frente, donde quedamos lado a lado. Me pareció demasiado, ya que pensé que sería como la vez anterior. Pero cuando depositó el menú frente a nosotros, me di cuenta que era más que un lugar donde se toma café.
Dejé que David decidiera qué pedir, yo estaba concentrada en lo que hablaba y la manera que lo hacía.
Movía sus manos de un lado a otro, abría los ojos cuando algo le gustaba, y se mordía el labio la mayor parte de las veces como si tratara de retener una sonrisa. Empezaba a acostumbrarme a su compañía.
Por un momento me imaginé cómo sería besarlo, y esa fantasía fue interrumpida por la mesera que había traído lo que habíamos pedido.
Chocolate caliente para ambos, y unos pastelitos de vainilla.
La noche se hizo nada, entre tanto hablar... y entonces, por una fracción de segundo nuestras miradas verdaderamente conectaron y tanto él como yo nos quedamos en silencio.
Paré de mirar sus ojos y miré sus labios que estaban entre abiertos.
David se acercó, vi cómo cerró sus ojos y yo hice lo mismo. Y entonces, me besó.
Dejé de oír la música del ambiente, olvidé que había personas a mi alrededor. Tímidamente mis labios recibieron sus besos y yo también lo besaba. Pude sentir más que mariposas en mi estómago, era como los fuegos artificiales de un cuatro de julio.
Podía sentir la sinceridad, el deseo, pasión, en ese simple beso.
Cuando culminamos de besarnos, David pegó su frente con la mía. Yo abrí los ojos, pero él seguía con sus ojos cerrados.
En silencio se separó y continuó con lo que estaba hablando antes. Yo tampoco tenía nada que decir, así que solo continué escuchando atenta a cada palabra que pronunciaba. Con la diferencia que después del beso, David no dejó de sostener mi mano.
***
—¡Creo que encontré algo! —grité a pesar de estar en la biblioteca y que estaba prohibido alzar la voz.
—Shhh —dijo alguien cercano. Me encogí de hombros y le hice señas a David de que se apresurara.
—¿Qué encontraste? —Respondió David, ya a mi lado.
—Aquí, en este libro hay una nota, apenas la he visto te llamé.
Le di el libro, y yo tomé la nota... Al abrirla me di cuenta que era tan solo una pequeña nota, pero tal vez podría considerarse una carta.
27 De Febrero 1962
Sofía, la noticia que me has dado me deja sin palabras... No sé qué pensar. Me voy a volver loco, necesito estar allá. Debes entender que ahora más que nada te necesito a mi lado.
Estoy planeando nuestra libertad. Tu y yo, juntos... Tienes que decir que si, amor mío. Yo sin ti me siento vacío, me siento como un pez forzado a estar fuera del mar.
Por favor, respóndeme tan pronto te sea posible.
Siempre tuyo, Peter.
Aunque la distancia crezca, mi amor por ti no se agota.
No tenía nada que decir...
—¿Qué noticia? —dijimos en voz alta David y yo al mismo tiempo.
Pero al mirarlo, de nuevo me perdí en sus ojos. Esta vez ya no controlaba las ganas de besarlo. Desde aquella noche en el bar, habían pasado tres días... En los que al verlo, podía sonreír sin preocupación alguna, como si su presencia hiciera sentir tranquila mi alma.
***
Como ya era habitual, David me acompañó hasta mi apartamento.
Hoy antes de bajar, vi que apagó el motor como si quisiera bajar.
—Escucha —dijo, volteando su rostro para mirarme—. Sé que hace poco nos conocimos, y aun nos estamos conociendo, pero antes de seguir... quería hacerte saber que haberte conocido ha sido... —Hizo una pausa como si no encontrara la palabra adecuada, y entonces me miró directamente a los ojos—. Hermoso.
Me quedé sin palabras, ¿qué se suponía que debía responder? Sinceramente todo había pasado rápido a mi parecer, pero sabía que eso que sentía cuando lo veía, o cuando estaba con él no era normal.
En cuestión de segundos vi cómo su cara estaba por cambiar, porque aún no había dicho nada. Pero no fueron solo sus palabras, eran los besos, los gestos, lo que yo sentía, que me hacían...
Querer besarlo.
Desabroché mi cinturón, tomé su cabeza con mis manos. Lo contemplé por un segundo para luego llevar mis labios a los suyos.
A pesar de que no era nuestro primer beso, éste tuvo algo especial, y supe que él podía sentir lo mismo.
Bajé del auto y subí a mi apartamento, una vez más feliz por el día que había pasado junto a David.
Mi felicidad se desvaneció cuando entré y encontré una nota a mis pies junto con unas imágenes. Las recogí y no podía creer lo que mis ojos veían.
En las fotos se podía ver a David entregando unos papeles a otras personas. Quería pensar que no fueran las cartas... Que todo esto sea una mentira.
Ya que estas ayudando a tu amiguito a encontrar las cartas,
mañana a las 15.00h mas te vale dejarlas en la dirección
que te hemos indicado más abajo.
O sufrirán las consecuencias.
Ambos.
Tenía demasiada rabia por lo que acababa de ver. ¿David? No podía creer que estuviera involucrado en eso.
—¿Amor al arte? —bufé—. Eso no es ningún amor... Eso es amor al dinero.
Debí imaginarlo, su paciencia, su amor, y todo lo que me dijo... Me estuvo utilizando todo este tiempo. Yo que creía que era diferente, que todo lo que estaba pasando entre nosotros era real. ¡No!
Yo no podía quedarme con esto así, simplemente no podía. Así que fui en busca del teléfono y marqué su número.
—¿Qué te has creído? —No dejé ni que me respondiera—. ¿Me creíste una niña? Pues no, y me sabe a mierda lo que hagas ahora con las cartas. Has quitado la magia y el amor que había en ellas para convertirlo en algo sucio... Venderlas. ¡Estoy muy decepcionada! —Me molestaba que alguien se burlara así en mi propia cara—. ¡No me busques! Ya he sabido suficiente de ti.
Y colgué.
***
Al día siguiente, fui temprano en la mañana y puse las cartas en sus respectivos lugares. Pero le pedí a la bibliotecaria, que por favor me los tuviera aparte. Le dije que eran los libros de mi trabajo y podría necesitarlos.
Por el resto del día al menos esperé tener una llamada de David, pero sabía que no lo haría. Él sabía muy bien lo que había hecho, me mintió. Aunque una parte de mi quería que viniera y me dijera que estaba equivocada a pesar de ver esas imágenes.
Pasé ese día en el sofá de mi apartamento hasta quedarme dormida.
***
¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!
Abrí los ojos de a poco, alguien estaba tocando a mi puerta. ¿Quién estaba despierto a esta hora de la mañana un domingo?
Me acerqué a la puerta y miré por el visor para ver de quién se trataba. No había nadie.
O era una broma pesada, alguien que buscaba molestar... o...
Ahí había una nota y más fotos.
Tapé mi boca sorprendida de lo que veía. Entré de nuevo al apartamento y cerré la puerta. Seguía atónita por lo que mis ojos veían. Cada movimiento hecho por David o mío... o por los dos juntos, plasmados en estas fotografías. Nos tenían vigilados las veinticuatro horas del día.
Estaba a punto de llamar, cuando recordé que aún no había visto la nota.
No traten de desistir de nosotros, como pueden ver, los tenemos vigilados en todo momento,
pero por haber incumplido con la cita de ayer, ahora sufran las consecuencias.
Estaba sentada en mi sofá pensando en cómo salir de esto. Todo esto era culpa de David... No, era mía. Mía por confiar en él... y por querer encontrar esas cartas.
«Ellas te encuentran a ti»
Sacudí mi cabeza tratando de olvidar ese detalle.
Mi teléfono empezó a sonar. No quería hablar con nadie, esta situación me tenía preocupada. Siguió sonando varias veces pero no contesté.
Minutos después sentí que llamaban a mi puerta. Me alerté de inmediato, y me levanté lo más rápido posible para ver de quién se trataba.
David...
Di un paso atrás y respiré profundo. Traté de calmarme antes de abrir la puerta porque si no lo primero que vería al abrirla seria mi puño en su cara.
Abrí la puerta.
—¿Qué quieres?
—Por favor, Marianne... tenemos que hablar. Déjame entrar... —Su mirada tan de cachorro... Pero eso no podrá conmigo. No más.
—Ya sé suficiente, David. Tienes suerte que no te he dado una bofetada, porque es lo que te mereces.
—¡Hazlo! Pero por favor, déjame entrar y hablar contigo.
Miré sus ojos, y traté de hallar allí todas las respuestas que necesité en ese momento. Me hice a un lado y le permití el paso. Creo que merecía al menos que yo lo escuchara.
—No es lo que tú crees, Marianne. Quiero explicarte —dijo mientras se ponía cómodo en uno de los sillones del salón.
—Entonces empieza a contarme, ¿qué pasó?
—La primera vez que leí acerca de las cartas de Peter, fue hace unos años atrás, donde yo, junto con otros investigadores decidimos emprender una investigación profunda para encontrarlas. La mitad de ellos el primer mes abandonaron el proyecto.
»Quedamos tan solo tres personas dentro de los que investigábamos. Pero con el tiempo también se cansaron... Al pasar los meses, te vi en la biblioteca. —Sonrió—. Pero no fue hasta el momento que vi que leías algo que habías encontrado en uno de los libros, que recordé lo de las cartas.
»Entonces quise iniciar a buscarlas por mi cuenta, con el propósito de esconderlas.
—Espera, espera... ¿Esconderlas? ¿Por qué?
—Porque, si ellos se enteraban que alguien las había encontrado, podrían hacerle daño con el fin de tener esas cartas en sus manos. Ya que ahora mismo, valen muchísimo dinero.
—¿Por qué? —Prestaba atención a cada palabra que decía con tal de encontrar así la respuesta para solucionar este problema.
—Dinero, Marianne... Dinero. El cual no me interesa, tengo el mismo interés que tú por encontrarlas porque son un pedazo de la historia que vale la pena leer.
—Entonces, ¿ahora qué hacemos?
—Esconder las cartas que tenemos. Tengo un plan.
David se levantó de su lugar y vino hacia mí. Tomó mis manos y las besó como si hacia siglos no las besaba.
—No tan rápido, David. Aún estoy molesta contigo. Me estás haciendo vivir una angustia con todo esto.
—Y yo te prometo que todo saldrá bien, así que una vez más te pido que confíes en mí. Y que seas de mi equipo... —Bajó su rostro por un momento y luego me miró preocupado—. Me volvería loco si algo te pasa, Marianne.
Llevé mis manos a sus mejillas y lo miré directamente a los ojos—. ¿Qué quieres de mí?
—Te quiero a ti. Quiero conocerte, quiero saber cuál es tu comida favorita, quiero más de tus besos, quiero saber qué es estar contigo un domingo por la tarde. Qué te hace feliz, qué te hace llorar... Simplemente te quiero a ti.
Sus palabras llegaron hasta lo más profundo de mí ser. Y muy a pesar de que teníamos problemas en estos momentos, eso no importaba. Ahora importaba que estaba junto a él y que saldríamos de esto.
***
David tenía un plan, el cual me comentó después y me pareció perfecto.
Habíamos conseguido hablar con el jefe de los malos que buscaban las cartas y les entregamos lo que teníamos. Nos perdonó el hecho que nos habíamos demorado, y hasta que no se cercioró que las cartas eran auténticas no nos dejó libres.
Casi toda una tarde revisando las cartas delante de nosotros.
Cuando salimos de allí pude respirar tranquilamente... y David también.
Después de que David me explicara su plan a la perfección, tuvimos tiempo de efectuar el plan de esconder las cartas y dar unas falsas. Como David sospechaba que atacaran, él, como profesor de literatura, compuso las cartas iguales... casi, e hizo las otras dos que faltaban.
Se había puesto en contacto con alguien quien le ayudo a conseguir papel de esa época y esperó varios días para hacer las cartas bastante iguales. Cuando llegó la nota, David se apresuró en juntar las cartas y según dijo él al darme espacio para calmarme.
Tal vez sí encontramos nuestro amor verdadero con esta búsqueda. Tal vez después de todo, a pesar de los problemas, estábamos destinados a ser. Ahora con respecto a las cartas, pensábamos devolverlas a su sitio, por lo cual debíamos dejar que se quedara así y que las cartas encontrara a otra pareja que se enamore.
Como sabía que nos estábamos enamorando David y yo.
Pero después de todo, me preguntaba si Peter y Sofía habrán tenido su final feliz.
«El pasado y el presente siempre van de la mano»
FIN
En algún lugar, escondido entre los centenares de libros de la biblioteca, se encontraba la séptima carta de Peter a Sofía.
15 Marzo de 1962
Dentro de dos noches, te estaré esperando donde acordamos. Está todo listo mi amor, tú, yo... Haciendo una nueva vida en América. Seremos libres de esta opresión.
Aún estoy feliz porque a nuestras vidas llega un nuevo ser. ¿Yo, padre? Y es que no creo que así sea.
Podrás venir, ¡te veré de nuevo! Solo faltan horas para nuestro reencuentro. Yo que pensé que sería eterno y aquí estamos, a punto de cumplir nuestro sueño de vivir juntos.
Me da tristeza no haber podido estar contigo en estos meses del crecimiento de tu barriga, donde un hijo, ¡mío! Está dentro de ti.
No tengas miedo, amada mía que yo no te dejaré sola. Ni a ti, ni a nuestro pequeño que crece en tu vientre. Llevo conmigo a todos lados la ecografía que hiciste. ¡Es un varón!
Con mis ahorros, podremos comprar una casa. Será todo justo como lo soñamos, incluso con el hijo que no esperábamos que llegara tan pronto, pero no importa, crecerá en un lugar mejor que este y lleno de amor.
He estado pensando en llamarlo David. ¿Te gustaría? A menos que, claro, ya tengas algo pensado.
Te amo, no puedo esperar a verte.
Siempre tuyo, Peter.
Aunque te vaya a ver dentro de poco, estoy ansioso.
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