22 letras: Estimado Doctor, por favor...
—Es una mala idea.
La afirmación había sido tan directa y fuerte que fácilmente retumbó por toda la habitación, sin embargo, pese a su claridad, todos los presentes hicieron caso omiso y continuaron en sus actividades.
Sans se rascó su nuca con cansancio mientras su otra mano guardaba unos fármacos luminescentes que habían quedado afuera después de la disolución científica diseñada; como tal, un recién egresado no debería tener los benéficos de poder encontrarse en uno de los mayores laboratorios del Subsuelo, y por él, pudiera haber quedado en cualquier otro lugar menos en el que se encontraba actualmente. Más la preocupación por su tutor y viejo amigo le habían llevado por un sendero que jamás se imaginó recorrer.
Cada pequeño recipiente iba nombrado con códigos que seguramente sólo el Científico Real podría descifrar, por lo que tenía que estar atento a cada primer símbolo escrito en la etiqueta para colocarlo en el estandarte adecuado. Lo menos que quería era ser reprendido por un descuido o provocar una grave explosión por la combinación erróneas de reactivos. No tenía suficientes huesos para soportar algo así.
—Una muy mala idea —volvió a emitir en un intento por captar la atención de cualquiera de los presentes, después de todo, el asunto en cuestión era de lo más preocupante pero no se sentía con la autonomía para armar una revuelta para que todo se detuviera.
—Lo sabemos, chico.
Sans se sobresaltó casi dejando caer algunos recipientes de sus falanges, lográndose suspenderlos en el aire con su magia antes de que tocaran el suelo o se abrieran. Sus orbes se clavaron en un cansado felino cuyos ojos apenas podían mantenerse abiertos, llevándose una taza de café a los bigotes con tal de no perder el conocimiento en cualquier momento, el asunto requería su total atención.
—Pero no es como si pudiéramos hacer algo para detenerlo...
Su tono fatalista y sus orejas gachas le indicaban al joven que ya había hecho todo lo que podía para detener la arriesgada maniobra del Científico Real en un intento casi desesperado por probar su teoría y comenzar a trabajar.
«No vale la pena».
En verdad que no lo hacía, aventurarse a tal punto solamente para poder asegurar algo. No importaba desde qué punto de vista lo quisiera mirar, o desde cual perspectiva quería abordar el jefe de la rama científica para hacerle desistir de su idea.
Experimentar consigo mismo era una prueba que no lo llevaría a ninguna parte.
Solamente ponía en riesgo su vida tan vital que resultaba para el Subsuelo, pero verlo removiéndose la gabacha blanca quedando en una delgada camisa y un short pequeño, dispuesto a entrar a la cabina sin ningún ápice de temor, le dejó en claro que no importaba lo que le dijeran, nada lo haría desistir de sus decisión.
—Oh, mi estimado Doctor, mi queridísimo y estimado Doctor Gaster —rogó en un último intento un monstruo de grandes ojos y baja estatura, colocándose al lado de su jefe—. Por favor, reconsidere la situación, podemos buscar algún otro sujeto de prueba y...
—No hay tiempo —declaró con profundidad el Científico Real.
—Por favor, mi estimado Doctor, usted no puede...
—Suficiente, lo haré.
Sans clavó sus cuencas en la espalda de su tutor, siguiéndolo con la mirada hasta verlo como se colocaba en la camilla dentro de cabina mientras era ensamblado con un seguro de metal que le impediría el movimiento.
Camino sin titubear al puesto que se le había asignado, siendo el encargado de leer las lecturas de su alma mientras le dictaba toda alteración hacia otro colega científico.
Todo parecía estar en orden, el equipo estaba en perfectas condiciones, se habían hecho exámenes en animales de sangre caliente de un tamaño pequeño como roedores o murciélagos, pero nunca se había intentado en un monstruo, y era ahí donde yacía el punto clave para todo.
Contemplo de reojo la máquina que sería el motor principal de toda la prueba. Una portentosa figura de grandes huecos y cuernos que según el Doctor Gaster debería ser capaz de extraer determinación.
Hasta ahora, todo lo que había entrado en aquella máquina había tenido un ligero cambio, una diminuta y casi despreciable cantidad de un líquido de tonalidad rojiza invariable y perenne había sido arrancada del alma del ser vivo.
Aquella sublime sustancia era la clave de la Barrera. Los siglos podían no haber debilitado la magia del encantamiento, más los avances que se desarrollaban en el Subsuelo se habían vuelto lo suficiente sofisticados para analizar una sección de la amplia prisión que los rodeaba. Y una de las sustancias que más abundaba en ella era sin duda alguna la Determinación.
Por lo que, probar si los monstruos contaban con dicho componente en su interior abría la posibilidad de diseñar una "cura" para la Barrera. Una entidad con la capacidad de poder contrarrestar el poder del conjuro que los humanos habían dejado caer sobre ellos hace tanto tiempo.
Entendía el porqué de aquella desesperación por encontrar un analgésico para la desgracia que les tocaba aceptar al encontrarse limitados de recursos ahí abajo. Pero no podía concebir como coherente que la única persona que había comenzado a dar frutos para contrarrestar su situación fuera la que se arriesgará para continuar trazando el camino hacia el exterior.
Podía haber sido él o cualquiera de los presentes, no habían faltado las peticiones riesgosas para evitar que fuera el Científico Real el que ahora se encontrará inmovilizado esperando que la máquina fuera activada. Pero a ese punto ya no había nada más que hacer.
Había llegado la hora de experimentar.
—Enciéndala.
En un largo suspiro de angustia, el felino le dio la espalda a su jefe y comenzó a colocar datos en el servidor de la máquina de extracción.
Si los monstruos tenían Determinación... entonces su salida podría estar más cerca de lo que nadie se hubiera imaginado. Comenzarían las campañas para reclutar monstruos capaces de albergar un poco más de la sustancia, se desarrollaría cientos de exámenes y finalmente, podrían concebir un alma con la fuerza suficiente para resquebrajar la Barrera. Era un futuro prometedor, arduo, pero esperanzador.
Pero si fallaban...
No quería pensar en la posibilidad de un fracaso. Si era una idea de su talentoso amigo, entonces sin duda alguna funcionaria.
Pero en el caso contrario...
La máquina comenzó a funcionar emitiendo un suave chirrido mediante abría la boca, era un poco espeluznante verla de cerca, era como si quiera devorar algo o engullirlo todo. En sus cuencas vacías se iluminó un par de suaves orbes blancos, si aquellas esferas lumínicas lograban cambiar de color a una tonalidad rojiza entonces lo tenían.
Del interior de la criatura metálica se expulsó una neblina carmesí que fue encapsulada en la cabina donde el Doctor Gaster se encontraba.
El hombre aspiró profundo y cerró las cuencas con suavidad, debía relajarse, todo saldría bien. Había visualizado un sin número de resultados una y otra vez, y había dejado anotado a sus colegas como reaccionar ante cualquier caso. Todo estaría bien, la máquina sacaría un poco de su determinación para existir y con ello sería suficiente para poder asegurar que dicha sustancia existía en los monstruos.
No tenía idea cuán equivocado estaba.
Si tan sólo el magnífico WD hubiera anticipado la probabilidad de que los monstruos NO podían tener determinación en circunstancias normales, entonces quizás hubiera sido más paciente y menos imprudente.
La máquina comenzó a enloquecer mediante los gritos desgarradores del esqueleto adulto inundaban la habitación al entrar en contacto con la neblina proveniente del mecanismo extractor.
Sans miró con horror como en un segundo las estadísticas del alma del monstruo adulto se disparaban con tal escándalo que parecía haber sufrido los efectos de un paro anímico.
—¡APÁGALA! —gritó de inmediato el menor hacia el felino tomando la pantalla donde las lecturas del alma de Gaster le indicaban que había muerto—. ¡APÁGALA YA!
El monstruo encargado de la máquina obedeció de inmediato, pero aunque la máquina se hubiera apagado en el momento que se le dejó de suministrar energía, la neblina continuaba opacando el cuerpo del científico.
—¡Hay que sacarlo de ahí! —indicó el monstruo de grandes ojos que antes le había suplicado al Doctor no entrar, colocándose un traje que le aislaría del contacto con la neblina.
Sans le siguió vistiéndose con el mismo traje, entrando rápidamente a la cabina llamando a su jefe.
Sin respuesta.
La neblina tan densa impedía localizar la ubicación exacta de la camilla. Continuó llamándolo aún sin éxito de respuesta.
—¡¿Lecturas?! —pidió desesperado el joven al monstruo que había quedado en su puesto.
—Aún nada.
—¡Lo encontré!
El esqueleto menor se movilizó como pudo al lado de su compañero, tocando casi a ciegas la camilla de metal donde debía yacer el Científico Real, puesto la neblina entorpecía toda su vista.
Sintió un enorme alivio al sentir los huesos de sus piernas y no polvo como había sido de esperarse al no percibir lecturas de su alma.
Con dificultad, no sólo de la vista sino también de ansiedad, ambos monstruos lograron liberar al mayor del seguro de la camilla. Una vez libre, Sans lo tendió en su espalda y se apresuró a salir de ahí.
Cuando la neblina se disipó a su alrededor, pudieron ver el resultado de su imprudencia.
El alma de Gaster había dejado de latir, de emitir magia y de ser capaz de crearla, pese a ello, continuaba viva. Era como si el tiempo se hubiese detenido para ella. El brillo que desprendía era constante, sin pestañeos ni altibajos o grandes cambios; era el mismo, sin alteración.
El cuerpo solamente parecía estar inconsciente y más allá de algunas pequeñas grietas provocadas por el esfuerzo de querer liberarse del seguro al padecer un dolor de lo más insufrible en algún momento, no parecía tener grandes laceraciones. O eso había creído.
Al tratar de acomodar el cuerpo de su amigo en una mejor posición, Sans escuchó claramente cómo algo se quebraba sin realmente chocar contra algo. Fue entonces cuando notó como un par de alargadas grietas descendían por el rostro del esqueleto alto. Al igual que en varias partes de su cuerpo, como si se tratase de papel siendo incinerado sin piedad, deteniéndose en lo justo antes de dejarlo irreconocible.
WD Gaster se había quebrado como muñeca de porcelana cayendo de una considerable altura y había perdido la capacidad de emitir latidos con su alma, dejándolo congelado en una etapa de vida para siempre.
Había sobrevivido para dedicarse a una vida entera donde buscaron sin descanso otro camino, puesto que ese único experimento había sido necesario para dejarles claro a todos que los monstruos eran incapaces de albergar determinación.
Por lo que no había esperanza para ellos.
Tendrían entonces que buscar otra salida en otro medios.
Justo cuando estaban pensando sobre ello, la señal de una primera alma humana después de la princesa fallecida se identificó saliendo de las Ruinas.
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