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Phoebe pensaba que las estrellas se veían mil veces mejor desde ese lugar secreto, era como si la altura del risco rocoso la acercaran más al espacio de donde estaba segura que provenía. Aunque no estaba tan equivocada, Cratos era una isla conocida por sus fenómenos astrológicos. La luna brillaba encima del par de jóvenes que estaban recostados en el pasto observando el cielo nocturno tras un largo día explorando. Podían escucharse los grillos, las olas rompiéndose y el leve movimiento de las hojas verdes.


Luffy tenía ambos brazos tras la cabeza y pies extendidos mientras que Phoebe los descansaba sobre su regazo y las piernas dobladas.


—Esa de allí es la constelación de la Osa Mayor—le explicó la princesa señalando dicho conjunto de estrellas.


—No le veo forma de oso.


—¿No? Mira, esa es su cabeza y allí están sus patas—movía la mano trazando la figura pero Luffy había dejado de poner atención momentos antes.


Él exploraba más bien la forma en que el cabello negro de Phoebe caía sobre el pasto, el patrón de sus pecas, el largo de sus pestañas y lo suave que era su voz. Tenía todo el sentido del mundo que fuera una princesa pues lucía como una sacada de los cuentos que le contaba Makino de pequeño. Su propósito cuando llegó por accidente a Cratos era recolectar suficiente comida para continuar al siguiente lugar pero sus planes cambiaron el momento en que terminó en la cocina del castillo. De pronto un día más se convirtió en dos y así en dos semanas.


Dos semanas en las que diario se levantaba con ganas de embarcarse pero en cuanto escuchaba las características botas de Phoebe acercarse se le iba de la cabeza y lo postergaba. Al fin y al cabo aún tenía tiempo.


—Es fácil, ¿ves?—terminó su explicación girando la cabeza encontrándose con Luffy mirándola.


—Nope.


—Pues como no, si ni siquiera veías el cielo.


—Me gusta más verte a ti—dijo tan normal, tan sincero.


La expresión de Phoebe cambió. Sus mejillas ardían y su cabeza estaba en blanco. Poco más y su corazón podía romper sus costillas y salir corriendo. Giró de nuevo la cabeza hacia arriba para después sentarse evadiendo su mirada.


Luffy estaba confundido. No había dicho nada malo ¿o si? Imitó su acción sentándose tratando de analizarla. Abrazaba sus piernas contra el pecho y de alguna manera buscaba esconder su rostro en ellas. Hizo una mueca apretando los labios.


Su mente en blanco de pronto se llenó de un remolino de pensamientos. Unos se negaban a creer las palabras escuchadas, otros las creían y por consecuencia provocaban cientos de escenarios ficticios. No sabía qué hacer o decir. Hasta que sintió un objeto encima de su cabeza. Luffy le había puesto su sombrero de paja. Lentamente y sabiendo que no podía escapar le miró de nuevo.


El dueño del sombrero se acercó un poco más hasta estar casi tocándose hombro a hombro y así poder acomodar el cabello que tapaba su rostro con sumo cuidado. Phoebe permanecía inmóvil observando su rostro enfocado, parpadeaba lentamente como si estuviese capturando cada segundo.


Para cuando Luffy terminó, por alguna razón dirigió su mano a la mejilla de Phoebe apenas rozándole. Estaba por quitarla cuando ella le tomó por sorpresa acercando su rostro para que prácticamente la sostuviera y cerró los ojos concentrándose en la calidez de su toque, en el ligero peso de la paja cubriendo su cabeza y las olas causando erosión abajo.


Respiraba profundo y tranquilo. Abrió los ojos después de unos segundos. No necesitaban hablar lo cual era extraño porque ambos hablaban y hablaban hasta de lo más mínimo.


Luffy no sabía porqué pero tenía la necesidad de acercarse más y así lo hizo, ella entendió perfectamente lo que buscaba porque poseía la misma.


Luego de lo que parecían ser años por fin completaron la tarea; sus ojos se cerraron, sus cuerpos se relajaron, se sentían completos en los labios del otro.


Phoebe había leído docenas de novelas románticas que nunca le terminaban gustando, le parecía absurda la idea de un amor tan espontáneo y desinteresado aunque profundo. Pero era exactamente lo que estaba sucediendo en aquel momento, algo que parecía haberse forjado desde siglos atrás.


Al separarse ambos se miraban sorprendidos por el gesto —que pese a no ser malo si no todo lo contrario— al ser algo nuevo para ambos, seguían sin creer que pasó.



Luffy quitó la mano de su mejilla segundos después y el frío que sintió Phoebe ante su ausencia le terminó por confirmar que ya no había marcha atrás. Había sido maldecida y no existía peor maldición que el amor.

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