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No es que Phoebe no pudiera pasear por su pueblo, si no todo lo contrario, era libre de hacerlo las veces que quisiera acompañada de guardias recibiendo las sonrisas —y una que otra mirada rencorosa— de la gente. ¿Pero cuál era el punto? Si no podía ser tratada como una persona más, alguien que solo busca despejarse como cualquier otra.
Había amarrado su cabello negro en una coleta alta desordenada cubriéndola con una delgada tela y cambiado uno de sus costosos vestidos por los pantalones azules y camisa blanca más sencillos de todos. Nadie le sonreía, pasaba desapercibida entre los hombros de personas ocupadas con sus propios pensamientos. El brillo de sus joyas familiares no cegaba a nadie.
Se detuvo en un puesto de helados de la pasada logrando ser testigo de una conversación curiosa.
—¡Juro que lo pagaré!—habló una voz a su lado frente al mostrador—no ahora porque no traigo el dinero conmigo pero...
Le miró. Usaba un curioso sombrero de paja, chaleco rojo y shorts azules. Cabello azabache caía sobre su frente y una cicatriz adornaba su mejilla muy cerca de su ojo.
—Es sencillo, amigo. No dinero, no helado—le respondió, haciéndole mirar al suelo con una mueca triste. Se giró hacia Phoebe quien estaba entretenida analizando al chico—espero que tú sí tengas dinero...
Volvió su atención al dueño del lugar. Entonces buscó en su bolsillo sacando un puño de relucientes monedas doradas.
—¿Esto te parece suficiente?—preguntó junto al ruido del metal contra el mostrador. El hombre cambió de expresión de inmediato—llevaré uno de esos—señaló el color rojo—y lo que sea que él quiera.
Una radiante sonrisa iluminó el rostro del desconocido que sin darse cuenta, la contagió.
—Oye, muchas gracias—el entusiasmo de su voz, de todo su ser era imposible de ignorar—prometo pagarlo.
—Está bien—movió la mano restándole importancia.
El par de helados les fueron entregados y sin perder tiempo fue él quien comenzó a comerlo. Phoebe levantó las cejas sorprendida mientras soltaba una risita. Si que quería ese helado, pensó divertida.
—Soy Monkey D. Luffy, por cierto—habló entre bocados—¿y tú?
—Phoebe.
—Gracias de nuevo, Phoebe. Esto está delicioso.
Separó los labios para poder continuar la conversación con un dato curioso sobre lo que comían pero fue interrumpida por un grupo de soldados de la realeza abriéndose paso en la angosta calle con un obvio objetivo: su padre la había mandado a buscar como todas las otras veces.
Odiaría escuchar un sermón de media hora sobre porque no debería salir, tener libertad ya que eso es sinónimo de peligro. Su único pensamiento fue desaparecer, dejando a Monkey D. Luffy confundido y solo pero por lo menos con un bocadillo.
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