Capítulo treinta y seis | Problemas sin resolver
Lizzy
Habían pasado días desde que me fui del departamento, estaba en un hotel barato tratando de pensar si era correcto lo que había hecho o estaba a punto de hacer, en mi mano tenía el teléfono de mi teniente, habían pasado meses de lo que pasó la última vez, no podía sacar de mi mente a Leroy.
Simplemente no podía, sentía que todo había sido mi culpa, pero ver a Diana avanzar me hacía pensar que yo lo podía hacer, podía mejorar y tener una vida sin culpas.
–¿Que hago? – susurré mientras daba un suspiro.
Me estiré por completo en la cama y miré al techo esperando poder encontrar alguna respuesta. Sé que será estúpido pero se me vino a la mente mirar por internet, quizás podría encontrar algun profesional que me ayude con mis problemas.
Habían varias personas, ninguno lograba sentirme cómoda, incluso tenían unas fotografías que sonríen con mucho esfuerzo, hacían que me sintiera incomoda, seguí bajando hasta que llegue a la conclusión que internet no estaba de mi lado.
Miré el número de mamá, algo dentro de mí gritaba que debía llamarla, pero no podía admitir que estaba mal, me hacía sentir tan... Débil.
Tomé aire y marqué su número, siendo mayor me ponía nerviosa hablar por teléfono, pero colgué de inmediato, necesitaba un poco más de tiempo.
Felipe, dudé en llamarlo pero sabía que no me iba a juzgar como si fuera mi madre.
–¿Lizzy? ¿Cómo estás? – sonreí mientras negaba, era algo muy extraño.
No me sentía bien.
–Hola Felipe. Si, no, estoy bien – respondí dando un suspiro – Necesito tu ayuda.
Pude oír un llanto de un bebé, pero pensé que me lo había imaginado, me apoyé en la pared mientras miraba la calle de la ciudad, aún no podía dejar NY, de alguna forma me hacía sentir una conexión con Diana.
–¿Que sucede? No te escucho bien.
–Necesito ayuda de la misma manera que Didi, no puedo vivir así – admití.
–¿Porque esperaste tanto tiempo para pedirla? – decía Felipe en tono serio mientras hablaba más despacio.
–No sé, simplemente no podía hacerlo...
Se aclaró la voz y se volvió a oír un llanto de un bebé.
–Dame un minuto Lizzy – decía mientras hablaba a otra persona – ¡Clara! ¿Puedes venir un momento? Estoy al teléfono y no puedo ver a Mike.
Le respondió una mujer, no entendía nada de mi familia y me hacía sentir mal.
–Lizzy, ¿Estás ahí?
–Aqui estoy, ¿Puedo hacerte una pregunta?
–Si, claro.
–Quizas la locura ya llegó a mi cerebro, pero escuché un llanto de un bebé, ¿Estás en un parque o algo así?
Soltó una risa nerviosa.
–No, estoy en casa con mi novia – añadió mientras daba un suspiro – y mi hijo recién nacido.
–¡Mierda! Felipe, tienes un hijo – respondí mientras aferraba el teléfono – ¿Cuando? ¿Y como no lo supe?
–Clara llegó hace unos días a casa, de hecho todos lo saben – exclamó – No sabíamos contarte, ya que no supimos de ti en unos días. Didi nos contó que te fuiste de NY.
–Aun sigo aquí, solo que me fui a otro lugar, no podía arruinarle el proceso a Didi.
–Pero necesitabas ayuda, aún la necesitas.
–Creo que me di cuenta tarde, no sé cómo afrontar todo esto – exclamó – El ejército me dejó mal, más bien Leroy.
Felipe dió un largo suspiro, no habló de inmediato pero se sintió como si fuese una eternidad.
–Puedo ayudarte Lizzy, gracias por llamarme y saber un poco de ti – exclamó – Recuerda que puedes contar con nosotros, siempre te vamos a escuchar.
Solté una risa, extrañaba muchísimo hablar con mi hermano.
–¡Dios! Ser padre te ha hecho hablar de una manera más elegante.
–No te rías de todo esto, Mike ha sido un gran desafío, pero nos hace feliz.
–Me alegro Felipe, es lo que se merecen todos.
–Tu también mereces serlo, te mandaré el número del terapeuta de Didi, quizás puedas tener una reunión allí mismo en NY, pero prométeme que buscarás ayuda.
Asentí dando un largo suspiro.
–Lo prometo Felipe, gracias por la ayuda y la charla.
***
Hablar era algo tan simple pero a la vez era complicado. Era como un hilo delgado, algo siempre pero con pequeños enredos que no no dejan vivir en paz.
Marqué el número del terapeuta de Didi, me quedé unos segundos esperando a que respondiera.
–Aló, Habla el doctor Martin Green, ¿Con quién hablo?
–Si, me dieron su número ya que es terapeuta – respondí un poco nerviosa.
–Lo soy, ¿Me podrías decir tu nombre?
–Si, soy Elizabeth Fuller, me gustaría tener que una sesión.
–¿Fuller? Tengo una paciente con el mismo apellido.
–Quizas es mi hermana, Diana.
–¡Si! Perfecto, Elizabeth tengo una hora libre hoy a las cinco de la tarde, te puedo enviar la dirección por mensaje o ¿se la envío a Diana?
–No, no – respondí de inmediato – Por mensaje, prefiero que sea una sesión privada.
–Claro Elizabeth, no tengo problema – respondió.
–Gracias doctor, nos vemos pronto.
–Nos vemos Elizabeth.
Solté un largo suspiro mientras dejaba el teléfono de lado, era un gran paso haber pedido esa sesión, bajé al primer piso del hotel, necesitaba un poco de aire fresco.
Mientras caminaba para poder distraerme, miraba el gran reloj que había en la pared, eran las tres de la tarde, quizás el tiempo se iba a pasar rápido. Me senté en los sillones que habían en la recepción, tenía una mesa de cristal donde había un montón de revistas, diferentes géneros y colores.
Tomé una y comencé a mirarla.
Alguien se sentó en el sillón de enfrente pero no presté atención.
–Que interesante elección.
Miré hacia adelante y le sonreí, era una chica, tenía una melena oscura que le llegaba a sus hombros, era muy bonita.
Volví a mirar la revista, pero para verificar que había agarrado, era de natación, carreras de personas famosas, para nada mi estilo.
–Se ve interesante – respondí, mientras le daba una sonrisa.
Ella me sonrió de vuelta.
–Hay natación por aquí cerca, si quieres podrías ir a mirar – respondió mientras se levantaba – Quizás es más interesante de cerca.
No supe que responder, si no tuviera otra cosa en mi mente pensaría que esta chica está coqueteando, pero quizás me lo estaba imaginando.
–Lo tendré en mente.
Cuando se iba levantando, abrió su bolso y comenzó a escribir algo en un papel arrugado.
–Por si cambias de opinión.
Me entregó el papel donde estaba su nombre y su número, luego salió del hotel sonriendo, me quedé mirando el papel unos segundos y lo guardé en mi bolsillo, no tenía idea lo que había ocurrido.
Fui a mi habitación y me senté en la orilla de la cama, agarré el teléfono y llamé sin pensar, mientras sonaba mi corazón palpitaba muy rápido, pero cuando la escuché logré calmarme.
–¿Lizzy?
–Lo siento por demorarme tanto en llamar.
Ella dio un suspiro.
– No te preocupes, necesitabas un tiempo a solas para mejorar y poder aclarar tus cosas.
–Pero al hacerlo, me alejé de todos ustedes, de mi familia – solté un suspiro – Acabo de enterarme que soy tía.
Pude oír una risa, me gustaba mucho oírla reír.
–Necesitabas tu espacio Lizzy, nadie te puede juzgar por eso – respondió mi madre.
–Debo decirte una cosa, es algo importante.
–¿Que sucede?
–He pedido una hora al terapeuta, aquí en NY.
–Me alegro que hayas podido dar ese paso cariño, solo tu ibas a saberlo.
Solté un suspiro y me estiré en la cama.
–Me siento extraña con todo esto mamá, es algo que no pensé que iba a sentir.
–No es para nada extraño, todos en algún momento nos enfrentamos a algo desconocido y aterrador, pero logramos superarlo.
–Extrañaba hablar contigo mamá, sobre todo a estas charlas.
–Y yo te extrañaba, todos aquí en casa – respondió – Nadie te va apresurar, toma el tiempo que necesites en sanar, aquí vamos a estar esperándote.
Cerré mis ojos un momento y asentí mientras me caía una lágrima por la mejilla.
–Gracias mamá, espero pronto volver a verlos.
–Y nosotros a ti, nos vemos pronto cariño.
***
Mi teléfono volvió a vibrar, era un mensaje del terapeuta con la dirección del lugar, la puse en el mapa, no era lejos, me quedaba bastante tiempo así que decidí ir caminando, guardé mi teléfono en el bolsillo y me puse una chaqueta.
Al salir del hotel, me di cuenta que todo el mundo andaba apresurado, llevaban grandes bolsas navideñas en sus manos, todos reían con las personas que iban a su alrededor.
Yo sé que no debo comparar los problemas con otros pero, ¿Cómo se habrá sentido Diana al hablar de sus sentimientos? ¿Se habrá sentido diferente? ¿Mejor? ¿Peor? Todo esto me daba una sensación extraña.
Mi teléfono vibró, me indicaba que había llegado al lugar, era un gran edificio blanco (supongo) tenía una recepción bastante elegante, nada comparada a dónde había estado, me acerqué dónde había un hombre escribiendo algo.
–Bienvenida, ¿Tiene alguna cita? – decía mientras me sonreía.
–Si, con el doctor Martin (apellido que no recuerdo)
El escribió el nombre y asintió.
–Necesito su nombre por favor.
–Elizabeth Fuller.
–La está esperando, la sala es la 101 a su izquierda.
Le agradecí y caminé dónde me había indicado, todo era muy elegante y sofisticado, habían unas pinturas en la pared, ojalá Didi las hubiera entendido, ella ama pintar, ¿Aún lo seguirá haciendo?
Llegué a la sala y toqué la puerta, luego escuché unos pasos y la abrió alguien muy joven con un delantal blanco.
–Hola, tu debes ser Elizabeth, pasa.
Le asentí y entré, era un lugar bastante grande, todo decorado con colores claros.
–¿Cómo estás?
Me senté en un sillón que daba al frente de él, a su lado tenia una libreta negra, quizás había escrito mucho ya que iba por la mitad.
–Bien, un poco nerviosa la verdad.
–A todos le ocurre lo mismo, déjame presentarme de una mejor manera. Me llamo Martin Green, soy psicólogo y doctor.
–Soy Lizzy, Elizabeth – le aclaré.
El asintió.
–¿Que es lo que haces diariamente, Lizzy? ¿Te puedo llamar así o prefieres Elizabeth?
–Lizzy está bien – respondí mientras lo observaba – Nada por el momento, volví hace unos meses del ejército.
Eso lo tomó por sorpresa, lo anotó en su libreta y volvió a mi.
–Bienvenida a casa Lizzy – decía con amabilidad – ¿Hace cuánto tiempo volviste a casa?
–No sé, unos cuatro meses – respondí mientras trataba de recordar.
– Está bien, ¿Fuiste por elección propia?
–Mi padre me envió.
–¿Cómo fue la experiencia estando allí?
No sabía cómo responder esa pregunta, ¿Le podía decir de las bombas? ¿El tic tac? ¿La rapidez de una bala? ¿Muertes?
–No sé... Es algo que aún no sé explicar.
–Eso está bien Lizzy, no debemos apresurar nada, ¿En ese tiempo que estuviste allí, ocurrió algo que te impida hablar sobre esto?
Asentí sin pensarlo, su nombre pasaba por mi mente todo el tiempo.
–¿Quieres hablar sobre eso?
–Lo puedo intentar – decía mientras daba un largo suspiro.
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