9

LEONE

Cuando llegué al hotel, me encerré en mi habitación y después en la oficina. Tenía que hacer unas cuantas llamadas para el cargamento. Decidí reunirme con Gregory, uno de mis socios estadounidenses que iba a catar antes que yo las armas. Él debe tener en cuenta el seguimiento del propio cargamento, por lo que quería saber si todo iba bien. Era evidente que no, mis armas debían haber llegado ayer a Florencia y no han aparecido por ninguna parte.

—¿Qué piensas hacer?

La voz de Salvatore me sacó de mi ensoñación. Le vi sentado en la mesa de cristal y madera que había en un rincón junto con un sofá de cuero negro.

—¿Qué? —Dije confundido—. ¿Con quién?

—¿Con quién? Con qué, querrás decir. —Le miré aún más confuso—. Tus armas, Caruso. Concéntrate. ¿Quién narices está ahí dentro como para llevarte a otro lugar?

Sacudí mi cabeza. Me levanté de la silla y me dirigí al mini bar, sirviéndome una pequeña copa de whisky. Me lo bebí de un trago, y me serví otro. Y así tres veces seguidas. Entonces vi a Salvatore levantarse para venir directamente hacia mí y quitarme la botella de las manos. Le miré con los ojos y él frunció el ceño.

—¿Y ahora qué? —Dije.

—¿En quién narices piensas?

—En la reunión de hoy. Gregory tiene que tener una buena impresión de mí. He utilizado ya todos mis trajes... —Dije pensando y mirando hacia la piscina. El cielo de verano estaba lleno de estrellas y con ninguna sola nube. —Nos vamos a una tienda. Tenemos que comprar un traje para esta noche.

—¿Estás seguro de que quieres ir a esa reunión?

—Sí. Debo ir.

—¿Dónde es esa reunión?

—En el "Paradise Club". —Salvatore alzó las cejas al escuchar el nombre del lugar en el que quería reunirse Gregory—. ¿Qué pasa? —Dije harto de su comportamiento.

—¿Una discoteca? Muy ingenioso.

—Ya sabes cómo es Gregory. Un hombre fiestero. No es para tanto.

—Sí es para tanto si ocurre lo de la otra vez.

Y tenía razón. La última vez fuimos a una discoteca en Washington con Gregory y cuando salimos nos estaban apuntando con metralletas. Era algo arriesgado, pero necesitaba hacerlo. Además, Gregory siempre hace sus reuniones en sitios así. Es fácil ponerle borracho, y he de decir que me he aprovechado más de una vez de esa situación. Gregory es muy fácil de predecir en ese estado de embriagadez. Muchas veces puedes usarlo en tu beneficio, y muchas otras puede hacer que todo tu plan se vaya a la mierda.

Temo que hoy pase la segunda opción. Mis armas son sagradas. Nadie toca mi mercancía, así que esto tiene que salir bien si no quieren despertar al Diablo.

—No te preocupes. No pasará nada. Relájate.

—Voy a creerme lo que dices por el simple hecho de que eres el Don y no puedo llevarte la contraria. Pero no quiero llegar aquí y decir: "te lo dije". —Dijo haciendo comillas con los dedos. Negué con la cabeza, divertido por la situación.

Andiamo. Ambos necesitamos un traje.

—¿Yo también? —Preguntó sorprendido.

—Claro que sí. Tú vas a venir conmigo.

—La duda ofende, pero ¿piensas comprar trajes a todo el personal?

—No. Porque sólo iremos tú y yo.

—¿¡Perdón!?

—Lo que oyes, querido amigo.

—Ni de coña, Leone. No vas a ir solo conmigo. Necesitas refuerzos. —Me giré hacia él y le encaré.

—Es una orden. —Dije muy despacio para que me entendiera. Él sabía que, cuando yo le hablaba así, es porque tal vez se había pasado de la raya. Sí, era mi mejor amigo, mi confidente y mi hombre más leal. Pero todo tiene un límite, y él sabe que quien sobrepasa mis normas o simplemente habla más de lo necesario, está muerto.

—Disculpe, Don.

Va bene. Además, nos divertiremos. Relájate, los rusos tienen cosas más importantes que hacer.

—Por supuesto, Don. —Dijo asintiendo con la cabeza y poniendo sus manos tras su espalda. No dejo de mirarme a los ojos en ningún momento, y eso me gustaba. Salvatore era un hombre valiente.

Andiamo. Tenemos unos trajes que comprar.

Cuando salimos de la habitación y nos dirigimos, esta vez sí, con todos nuestros hombres al centro comercial más caro de Nueva York, vi como un hombre cuya cara me resultaba familiar se dirigía hacia Emma con un tono que ni a mí me hubiera gustado. Si yo fuese la chica, ese hombre ya tendría un agujero en el medio de su frente.

—¡A este paso voy a tener que despedirte, estúpida!

Emma no me vio llegar, ya que me daba la espalda. Así que cuando pasamos por delante, me quedé parado a medio camino y decidí volver hacia donde ellos estaban, al lado de recepción. No fue hasta que me puse casi pegado a la espalda de Emma cuando el hombre me vio y se quedó paralizado.

—¿Cree que es forma de dirigirse a una dama?

Ella se tensó delante de mí, pero no se giró en ningún momento.

—Se... señor Caruso... —Dijo él, con terror en la mirada—. Ella... yo... lo siento tanto... yo... —Sus palabras se trababan cada vez que quería decir algo coherente. Aunque dudaba mucho que de ese personaje saliese algo coherente.

—Vamos a ir a hablar con el señor Dickens, si le parece bien. Creo recordar que, además de ser el jefe de personal, es el director del hotel.

—No hace falta, señor Caruso...

—Creo que no he sido lo suficientemente claro, señor...

No recordaba ni su nombre. Creo que mi cerebro captó la idiotez de este hombre y lo mandó a paseo. Este tío ya empezaba a cabrearme. Puse a Emma detrás de mi cuerpo, sin que ella opusiera resistencia.

—Pierce.

Va bene, señor Pierce. Mañana me pondré en contacto con su superior. —Dije sin apartar mis ojos de los suyos. —Buonanotte.

—Señor Caruso, de verdad. No hace falta que...

—No se lo voy a volver a repetir. —Dije casi fuera de mí. No sabía el estado de Emma tras mi espalda, pero supuse que estaría bastante nerviosa—. Tengo mucha prisa, señor Pierce. Así que puede retirarse.

—Pero, señor Caruso...

—¿Acaso no me ha oído?

No dijo nada más. Se fue por dónde en algún momento vino y desapareció de mi vista. Poco más y le habría reventado la cara. Me giré unos ciento ochenta grados para ver a la mujer siempre estaba detrás mío. Tenía puesto el uniforme del hotel. He de decir que estaba preciosa con esa americana y esa falda de tubo ajustada, junto con unos tacones negros de aguja bastante altos.

—Gracias por su ayuda, señor Caruso. Pero no era necesario.

—¿Por qué no debería ayudar a una de mis empleadas? —Ella frunció el ceño mirando al suelo.

—Porque estoy más que acostumbrada a escuchar esos comentarios del señor Pierce...

Me quedé atónito. La miré con los ojos abiertos y las cejas alzadas. Mi querido amigo Salvatore venía hacia nosotros.

Don... —Le di una mirada de advertencia. No podía llamarme así, él lo sabía—. Digo, señor Caruso... debemos irnos. Las tiendas van a cerrar dentro de...

—Estoy hablando con la señorita, Salvatore. Retírate.

Él asintió y se marchó. Me giré hacia la chica y vi que no me miraba directamente. Miraba hacia la recepción, donde había bastante papeleo.

—Mañana me pondré en contacto con el director y le informaré sobre esta conducta. No te preocupes más por el señor Pierce.

Grazie...

—¿Cuándo terminas el turno?

—Dentro de dos horas.

—Tienes la noche libre. —Ella me miró atónita. Ni yo me creía lo que hacía.

—¿Disculpe? No creo que el señor Dickens lo permita, señor.

—Creo que Dickens no manda sobre mí. Usted y su amiga tienen la noche libre. —Una mueca de decepción apareció en su rostro.

—Diviértanse.

Grazie, señor Caruso. —Dijo con una sonrisa triste. Miré a Salvatore y le hice un gesto con la cabeza para que saliera del hotel.

—¿Te doy la noche libre y estás triste?

—No, señor. Por supuesto que no. Estoy en deuda con usted. Solo que... me extraña que el dueño del hotel me dé la noche libre...

—Soy el dueño, puedo hacer lo que me plazca. Ahora sí me disculpa, debo hacer unas compras y asistir a una reunión. Que tengan buonanotte, señorita Sorrentino. —Dije en un susurro. Me cercioré de que nadie miraba y le di un rápido beso en la mejilla. Un hombre italiano tenía sus tácticas de conquista, después de todo. Espera... ¿he admitido que quiero conquistar a esa mujer? Joder, estoy perdido.

Salimos del hotel y nos dirigimos al centro comercial lo más rápido posible. Eran casi las once y media de la noche y todas las tiendas cerraban a las doce. Lo sabía por la reprimenda que me soltó Salvatore nada más salir. Al parecer me entretuve bastante tiempo defendiendo a la mujer que estaba ahí dentro. Al llegar nos metimos directamente en Armani y nos probamos varios esmóquines. No sabía por qué, pero quería uno nuevo. Uno que no me haya puesto antes. Los tenía todos azules marino y negros, por lo que me decanté por un traje de color gris oscuro. No era negro, pero tampoco era del mismo gris claro de una nube que trae un poco de lluvia.

Molte grazie, señorita. —Le dije a la chica que nos cobró los trajes. Ella metió una tarjeta en la solapa de mi traje, lo metió en una bolsa y me lo entregó. Al salir, vi a Salavatore con una sonrisa traviesa y divertida y su bolsa de la mano—. Ni una parola...

Llegamos al hotel de nuevo y nos cambiamos rápidamente para ir al club nocturno en el que Gregory quería quedar. "Paradise Club", una de las mejores de las mejores discotecas que hay en el centro de Nueva York. Me conocían en casi todas las discotecas de esta ciudad, así que cuando llegué no hice más que decir mi nombre.

Extrañamente, el gorila no me dejó entrar.

—DNI, por favor.

—¿Acaso no sabes quién es este hombre? —Preguntó Salvatore detrás mío.

—No. Ahora dame tu documento de identidad o no te dejaré entrar. —Dijo mirándome, aunque luego desvió los ojos hacia mi mejor amigo—. A ninguno de los dos.

Suspire y saqué mi documento de identidad. Antes de que se lo enseñase, Salvatore me detuvo.

—No creo que sea necesario, caballero. —Dijo mi amigo bajando mi mano.

—O me ensañáis los DNI o no entráis.

Le enseñé el DNI y entramos sin problemas.

—¿Ves como no era tan complicado? —Le pregunté a Salvatore.

—Ya, Leone. Pero como te descubran... —Me giré hacia él, mirándole con confianza.

—¿Qué crees que me van a hacer, Salva?

—Matarte, por ejemplo. —Me acerqué a su oído.

—Soy el hombre más temido de Italia. Soy el puto Don, y terminaré siendo el hombre más poderoso de toda la mafia italiana si es que no lo soy ya.

—¡Caruso, amigo!

Vi un hombre que rondaba los cincuenta años sentado en un sofá que pertenecía a la zona VIP, con varios hombres y mujeres a su alrededor. Las mujeres, por supuesto, arremolinadas alrededor de su regazo.

Ciao, Gregory. Cuánto tiempo.

—Mi querido italiano, ¿cómo has estado?

—No tan bien como tú. —Dije sentándome en uno de los sillones que había en frente.

—La verdad es que dudo que alguien viva mejor que yo. —No me cabía la menor duda. Gregory vivía mejor que los dioses. No tenía esposa ni hijos. Tenía mujeres, en general. Y dinero, mucho dinero. Además, se lo pasaba bien cuando tenía mis armas para probar. Y hablando de mis armas...

—¿Cómo va la mercancía?

—Solo ha habido un pequeño retraso. Nada importante. Los aviadores fueron aniquilados por los rusos.

Me atraganté con la copa que estaba bebiendo.

—¡¿Qué?! ¡¿Y lo dices tan tranquilo?!

—No te preocupes, Caruso. Mis hombres se encargaron. Los mataron a todos.

—Los pilotos y tus hombres me la sudan. ¿Qué cojones ha pasado con mis armas?

—Están bien. Llegan esta noche a Florencia. Tranquilo.

Va bene... te creeré por toda la confianza que te tengo. Pero como ocurra algo, la mínima cosa, sabes lo que va a pasar. —Dije cabreado.

—Lo sé, lo sé. Me matarás. Estoy acostumbrado a tus amenazas de muerte.

—Precisamente por eso. —Dije en un susurro que solo Salvatore escuchó. Gregory se giró hacia la puerta y pegó un silbido.

—Vaya bellezas acaban de entrar por la puerta...

Miré y me dieron ganas de arrancar los ojos de Gregory de sus cuencas. Eran Emma y su amiga. Estábamos lejos, así que no nos verían. Pero la suerte no siempre está de mi lado. Me vio. La vi. Tanto para ella como para mí, todo se congeló. No me gustaba esta sensación, no ahora. No con ella. Dije que la buscaría, que la encontraría, que quería estar con ella porque no salió de mi mente desde el secuestro. Pero no podía estar con ella. Simplemente no podía.

Me levanté cabreado y me dirigí a uno de los baños. Sorprendentemente, una chica entró detrás de mí. No sé cómo se las ingeniaría para entrar en el lavabo de hombres. Al fijarme mejor, vi que no era cualquier mujer. Era Sophia. No sé qué cojones pensé, pero al mirarla de frente solo vi el rostro de una mujer de cabello castaño y ojos verdes. Y sí, hice lo que todos pensáis.

Me abalancé sobre sus labios como si el mundo se fuera a acabar.

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