71 (FINAL)

EMMA

Llevábamos quince minutos de trayecto. Faltaban otros treinta o cuarenta, por lo menos llegaríamos a tiempo a la cena de la fiesta, al baile y por ende a la subasta ilegal. Lo único que hacía en el coche era morderme las uñas que me habían arreglado el día anterior. Por mi cabeza pasaban mil y una ideas que podían o no llegar a ser, situaciones que esperaba que no se dieran. Ver a mi madre subastada era uno de mis miedos más profundos. Si algún enfermo de esos llegaba a comprarla no respondería, actuaría. Le rajaría la garganta. Como alguien tocase a mi madre...

—¿Puedes relajarte?

La voz de Gianni hizo eco en mi cabeza, haciendo que saliera de mis pensamientos. Conducía relajado. ¿Por qué estaba todo el mundo tan tranquilo?

—Porque lo tenemos todo planeado. Rara vez se nos tuerce algo cuando Leone quiere un objetivo claro. —¿Cómo sabía que...?—. Hablas en voz alta, Emma.

Me recosté contra el asiento del copiloto, frustrada y hecha un manojo de nervios. Miraba todo el rato hacia el retrovisor, pendiente de que Leone no nos perdiera de vista. De pronto, Gianni empezó a hablar solo, afirmando y llamando pesado a dios sabe quién. Giré la cabeza hacia él, que conducía con suma tranquilidad, y, en cuanto me despisté un momento, Leone no estaba detrás nuestro. De todos los Jeep que venían sólo había uno escoltándonos. Mi vista se fijó en mi derecha, observando cómo había cogido el desvío. Miré de nuevo a Gianni un tanto asustada, pero no me dejó si quiera hablar. Me tendió una especie de garbanzo mientras manejaba el volante con la otra mano.

—Póntelo en el oído. —Dijo. Le hice caso, introduciéndolo con temor—. Tranquila, no se te va a quedar dentro para siempre. No lo metas mucho.

Le hice caso. Empecé a escuchar la voz de Leone, que me llamaba para ver si le oía. Gianni me dijo que podía hablar, que el pinganillo tenía un micrófono. Eso también me lo dijo Leone antes de partir.

Ciao (Hola). —Dije un tanto insegura.

Ciao, amore (Hola, amor). —Respondió Leone. Sonreí ante el apodo que se había acostumbrado a llamarme.

—¿Dónde estáis? No nos seguís.

—Lo sabemos. —Dijo Leone—. Iremos directamente a la empresa por la que nos haremos pasar en la mansión.

—Tened cuidado, per favore (por favor).

—Lo tendremos, te lo prometo. Cambio y corto.

El trayecto fue más rápido de lo que esperaba. En un abrir y cerrar de ojos estábamos frente a la inmensa mansión Vólkov. Tragué saliva desde el asiento del copiloto. Gianni ya se había puesto su máscara y yo aún seguía con la mirada fija en la entrada. Centenares de personas iban y venían con sus vestidos y trajes, algunos elegantes y sofisticados, otros extravagantes y de lo más llamativos. Sabía perfectamente el papel que debía interpretar ahí dentro: el de Rina Petrova.

—Sal.

No me di cuenta hasta cinco minutos después de que Gianni estaba de pie, junto al coche y con mi puerta abierta. Esperando a que saliera del coche de una vez. Estaba petrificada, asustada. Sí, asustada. Mis padres estaban ahí dentro, como rehenes, vivos o muertos. Ellos eran lo único que me quedaba. No podía verlos morir.

—Emma... —Susurró Gianni para que solo yo lo escuchara. Le miré a través de mi máscara. Estaba realmente guapo. Cogí su mano y salí del coche. Envolví mi brazo alrededor de su bíceps mientras dejábamos el deportivo aparcado entre la multitud de automóviles que había allí—. Tranquila. Todo saldrá bien. Recuerda que somos Viktor y Rina. Los Petrov.

Asentí con la cabeza, andando hacia la entrada de la inmensa mansión. Mi mano apretó el brazo del amigo de mi prometido, me había dado cuenta de que todos nos observaban mientras ascendíamos por las escaleras de piedra que daban a la puerta. En ella había cinco hombres trajeados, los cuales observaban todos nuestros movimientos. Otro hombre, vestido de una forma peculiar, como si fuera un mayordomo, nos esperaba arriba del todo con una lista y un bolígrafo en la mano.

—¿Nombres? —Dijo en inglés.

Tragué saliva mirando al hombre con decisión. Gianni fue el que habló por los dos. Nadie hablaba por el pinganillo, pero la respiración que escuchaba era claramente la de Leone. Susurró un "tranquila", algo que me puso mucho más nerviosa. El hombre nos miraba fijamente, ¿se habría dado cuenta de la voz de Leone? ¿Iban a pillarnos así, tan fácilmente?

—Viktor Petrov. Ella es mi mujer. —Dijo poniendo su mano en mi cintura—. Rina Petrova.

El mayordomo de pelo negro y ojos del mismo color. Eran de lo más penetrantes. A cualquiera le provocaba un escalofrío, sobretodo con la forma en la que nos miraba tan fijamente.

—¿Algún problema, señor? —Pregunté, armándome de valor.

—Emma... —Advirtió Leone en mi oído—. No la cagues, cariño.

Todos pasaban por detrás de nosotros, mirándonos con confusión y superioridad. El hombre aún nos miraba, entrecerrando los ojos.

—Ninguno, señora. Adelante. Que disfruten de su estancia. —Dijo de repente el hombre, como si hubiera cambiado de parecer.

—Gracias. —Dijo Gianni con acento ruso.

Asintió con la cabeza y nos encaminamos al salón principal. No iba a mentir diciendo que el interior era horrendo, porque no lo era. Era toda una belleza arquitectónica, tanto por dentro como por fuera. Las personas no saludaban a medida que avanzábamos por el recibidor, un recibidor que era dos veces mi casa. No quería pensar cuantos millones costaría esa casa.

—¿Quieres algo de beber? —Me preguntó Gianni. Entramos al comedor, donde se cenaríamos con el resto de asesinos, pederastas y ninfómanos del lugar.

—Nada de alcohol. —Ordenó Salvatore por el pinganillo.

Asentí con la cabeza y una sonrisa forzada mientras nos encaminábamos a la zona de bar. Por el camino, nos encontramos con personas que no conocíamos, pero al parecer Gianni sí. Sabía que estaba actuando frente a ellos, pero era extremadamente raro verlo relacionarse de forma tan familiar con este tipo de gente. De un momento a otro, Gianni y yo ya estábamos en la barra del bar, pidiendo al barman un vaso de agua para mí y un refresco para Gianni.

—Cambio de planes. —Habló Salvatore—. Podéis beber algo. En la cena os servirán vino y sería muy raro que vosotros no bebierais nada.

—Podrías haberlo dicho antes... —Dijo Gianni entre dientes acercando la bebida a su boca.

De repente, una pareja se puso a nuestro lado. No me sonaba de nada, pero ellos nos sonreían con falsedad y un tanto de superioridad. Sonreí de vuelta con la intención de pasar desapercibida, mientras Gianni le ofrecía la mano al hombre sin saber muy bien quiénes eran.

—Viktor, cuánto tiempo. Hacía mucho que no sabía de usted.

Gianni estaba completamente sereno mientras se erguía sobre el taburete y apoyaba una mano en mi rodilla. Noté el gruñido de Leone al verlo.

—Sí, tanto que ni me acuerdo. —Respondió él. Apostaría mi cuello a que no tiene ni idea de su nombre.

—Se acuerda de nosotros, ¿verdad? —Preguntó el hombre. —Somos los Skolov. Tenemos amigos en común, nos presentaron en una cena de... negocios. Ya me entiende. Sus familiares lo hicieron. Somos Zinov y Ania.

—Zinov... —Dije, intentando mantener la conversación—. Significa "la vida de Zeus", ¿me equivoco?

Estuve días analizando los nombres más comunes de Rusia, al igual que sus apellidos. Me entró la curiosidad cuando Gianni nos dijo por quiénes nos haríamos pasar.

—Muy cierto, señorita Petrova. —Dijo con una sonrisa. Se lamió los labios mirándome fijamente.

Me miraba el escote sin ningún pudor. Incluso delante de su mujer, o lo que pensaba que era su mujer. Más bien parecía una chica a la que había pagado para ver, oír y callar... Ahora que lo veía, no había dejado de mirar el suelo en toda la conversación. No hablaba, no hacía absolutamente nada. Hasta que su "marido" le llamó la atención. Ania, como había dicho el hombre que se llamaba, elevó su vista hacia él con una sonrisa de oreja a oreja, como si estuviera esperando una orden. No escuché bien lo que le dijo, ya que otra voz se instaló en mi cabeza.

—Ten cuidado. —Dijo Leone—. Ese hombre es peligroso. Es uno de los socios más poderosos de Vólkov.

De repente, Gianni se levantó dejando su sitio a Zinov. Me miró con seguridad antes de que la mujer se le colgase del brazo para irse a otro lugar más privado.

—Por fin solos... —Dijo el ruso. Empezaba a tocarme las narices—. ¿Qué me cuenta de usted?

—Juega con su mente. —Dijo Leone—. No le dejes indagar mucho. Aunque me cueste decirlo, sonsaca información de la única manera que puedes.

Así que "femme fatale"... Sonreí para mis adentros.

—Soy una simple mujer que acompaña a su marido a este magnífico acto. —Dije tomando un sorbo de agua de la manera más sexy que pude. Al fin y al cabo, era agua—. Aunque me encantaría beber algo más... fuerte.

—Me extrañaba que estuviera bebiendo agua. —Dijo, volviendo a lamer sus labios—. ¿Champán?

Saqué mi mejor sonrisa, poniendo mi mano sobre su rodilla. El hombre cogió aire y vi como un pequeño bulto empezaba a amanecer en sus pantalones. "Lo tenía justo donde quería".

—Me encantaría. —Respondí, humedeciendo mis labios con una sonrisa coqueta—. Aunque no sé si sería buena idea, señor Skolov.

—Para ti solo Zinov. —Dijo con una sonrisa deslumbrante que me provocaba náuseas. Elevé las cejas con fingido interés.

—¿Vamos a empezar a tutearnos tan rápido? —El ruso asintió con la cabeza, mirándome con hambre y deseo.

Tenía claro que en esa mansión habría mil y un dormitorios listos para albergar los deseos más oscuros de los postores y sus compras. Si quería sacar información debía actuar con rapidez. Entonces me di cuenta de que Gianni era el que tenía la droga. Una droga que estuvo días y días creando y analizando. La denominó "Veritexina", una sustancia que cuando se administra en el cuerpo de una persona le hace incapaz de mentir y posteriormente le borra la memoria debido a los efectos somnolientos que produce.

—¿Sabe qué? —Dije de repente, llamando su atención. El barman trajo el champán y sirvió dos copas—. Brindemos.

Zinov asintió satisfecho.

—Por nuestro encuentro. —Dijo con una sonrisa. Asentí con la cabeza, juntando nuestras copas.


Así pasamos la noche. Durante la cena, nos sentaron justo al lado de los Skolov. El matrimonio se empeñó en separarse, mientras que Gianni y yo nos sentamos juntos. Zinov se encontraba cenando a mi izquierda, mientras que Ania estaba a la derecha de Gianni. Los dos estaban bastante más bebidos que nosotros. Estaba claro que si no bebíamos absolutamente nada de alcohol no pasaríamos desapercibidos, pero procurábamos no pasarnos. Todo el champán que había pedido Zinov había acabado en la tierra de una maceta que, con suerte, estaba a mis espaldas. Era imposible tirar el vino, así que intentaba beber lo menos posible.

—Y dime, Rina. —Comenzó de nuevo Zinov. No se había callado en toda la cena. Estábamos en el postre y encima aún no había divisado a Volkov por ningún lado—. ¿Tienes algún fetiche?

El vino se fue por otro lado, empecé a toser como si no hubiera un mañana. No fue parte del plan, algo inesperado, pero gracias a la ayuda de Gianni para que no me ahogara, me pasó la droga por debajo de la mesa. El matrimonio estaba tan borracho que ni siquiera se dio cuenta de la operación.

—Bien, Emma. —Dijo Salvatore por el pinganillo—. Nosotros estamos listos. Dentro de nada empezará el baile y después la subasta. Llévate a Skolov a los patios traseros. Rellena las copas y pon la droga en la suya.

Hice como si nada, centrándome en el hombre que tenía delante. Guardé el frasco en mi espalda a la vez que le indicaba que estaba bien. No fue nada actuado el hecho de que casi muero atragantada por la bebida. Definitivamente esperaba que me hiciera preguntas personales a medida que avanzaba la noche, pero no pensé que una tan personal como esa.

—Mis fetiches... —Comencé a hablar. Me acerqué un poco a su rostro después de mirar a mi alrededor y a Gianni, el cual hablaba animadamente con la esposa del ruso—. ¿De qué tipo de fetiches hablamos, Zinov?

Puse mi mejor cara de seducción con esa pregunta. Zinov, el cual no se había percatado aún de que todo era una farsa, llevó su mano a mi muslo y lo acarició con el pulgar, causándome un asco interno bastante grande. Me contuve en querer darle una patada en la cara mientras escuchaba las amenazadas de Leone en mi oído. Sabía perfectamente que en cuanto entrase mataría de un tiro en la frente a este depredador sexual.

—Fetiches sexuales, por supuesto. —Respondió con una sonrisa de oreja a oreja.

Miré la hora en el gran reloj de pared. Ya era la hora del baile de máscaras, justo antes de la subasta. Me giré de nuevo hacia Zinov, el cual ni siquiera se percató de mi insistencia por que llegase la hora. Se relamió los labios y subió su mano cerca de mi entrepierna, sin llegar a tocarla.

—Lo mato. —Escuché por el pinganillo. Sabía el riesgo que conllevaba esta misión. Leone tenía su lado celoso, y comprendía que estuviera poniéndose enfermo con la actitud de ese baboso. De repente oí la voz de Salvatore, frenando la cólera de mi prometido—. ¿¡Pretendes que me quede aquí sin hacer nada!? ¡Es mi mujer, joder!

Los latidos de mi corazón se aceleraron al escuchar esa afirmación. Era su mujer... ni siquiera estábamos casados y me trataba como tal.

—¿Fetiches sexuales? —Pregunté repitiendo sus palabras. Asintió satisfecho. Decidí susurrar en su oído la siguiente parte del plan—. ¿Qué tal si se lo cuento durante el baile?

—Claro. —Dijo.

Entonces, las luces se apagaron dejando la de la entrada encendida. Todos esperaban la entrada triunfal del jefe de la mafia rusa, y cuando decía todos eran todos. Le miraban con adoración, como si fuese una especie de dios o ser celestial que había aparecido ante sus ojos para colmar sus deseos. Como si fuese a obrar un milagro. Su pelo estaba perfectamente peinado hacia atrás y el esmoquin se ajustaba a su cuerpo dándole un aire tenebroso y sexy a la vez.

—Buenas noches, damas y caballeros. —Comenzó a hablar Vitali—. Es todo un honor invitarlos a esta noche tan especial, llena de sorpresas y... regalos.

Escrutó a todo el público. Recé para que no nos mirase fijamente, nos descubriría. Por suerte no pasó. Gianni soltó el aire que estaba conteniendo mientras se le colgaba del brazo la mujer de Zinov. Por otro lado, su marido no dejaba de invitarme a bailar. Leone me dijo que accediera de una vez, pues el hombre estaba aún más insistente y tocón que antes. Gianni asintió con la cabeza como si estuviera dándome permiso para bailar con otro hombre. Ambos nos levantamos mientras veíamos a las mil y una parejas que ya estaban en la pista, bailando un vals elegante y refinado. Gianni y Ania se perdieron en el baile. Todo el mundo estaba pendiente del espectáculo, por lo que aproveché a echar en la copa de Zinov la droga que le haría sacar la información que necesito. Nadie se dio cuenta de lo que hice, por lo que el ruso se lo bebió de un trago y me sacó a bailar.

—Como te toque un solo pelo, Emma, te juro que entro y arruino absolutamente todo.

Tragué saliva por la amenaza de Leone en mi oído. Era consciente de lo capaz que era mi prometido de hacer algo así. No iba a mentir diciendo que sus palabras no me habían puesto a cien, porque era verdad. Pero debía controlarme. Pocos pasos después, Zinov y yo empezamos a bailar en la pista. Su mano se aferró a la parte baja de mi espalda y la otra a mi mano.

—Ahora podemos hablar, ¿verdad señorita Petrova? —Preguntó entonces Zinov. No era para nada un hombre atractivo. Era de mi estatura, con barriga y canas.

—Claro, Zinov. —Respondí con mi mejor sonrisa—. Dígame, ¿qué quiere saber?

—Sus fetiches, Rina. Las cosas que hacen que, en la cama, la excitación la consuma.

El hombre volvió a relamerse los labios, mirando fijamente los míos. Estaba claro que era un gesto muy propio en él. Medité mucho mi respuesta antes de hablar.

—Di algo inapropiado. Esa gente está loca. —Dijo Leone en mi oído.

—Me gusta que sea lo menos romántico posible. —Respondí—. Digamos que mi excitación incrementa con algún que otro golpe.

No era del todo mentira. Leone y yo no éramos románticos en la cama, ninguno de los dos. El hombre que estaba frente a mí me apretó aún más junto a él. Su erección frotaba mi estómago bajo la ropa, estaba claramente excitado. Tragué saliva mientras intentaba apartarlo, pero él, sin vacilar, acercó su boca a mi oído. Además, al que llevaba el auricular con el micrófono.

—Como me gustaría quitarte ese vestido tan sexy que llevas. Seguro que tu cuerpo es digno de una modelo.

Tras decir esas palabras, Zinov mordió mi oreja. Escuché como Leone despotricaba mientras Salvatore intentaba calmarlo. Sabía perfectamente que el plan le volvería loco y lo que estaba a punto de hacer también. Era una locura y no estaba dentro del plan, pero debía llevarme a este hombre de allí para hablar con él tranquilamente. Zinov aún seguía pegado a mi cuello.

—Señor Skolov... ¿qué le parece si vamos a hablar a un sitio más tranquilo? —Pregunté con la intención de llevarle a una habitación de la planta superior.

—¿De qué quieres hablar? —Preguntó.

—Quizá de... ¿cómo conoció al señor Vólkov?

Levantó la cara de mi cuello, mirándome fijamente. Cazzo (mierda)...

—Emma, ¿qué cojones haces? —Salvatore me hablaba aún más histérico que mi prometido.

—Somos socios. —Explicó Zinov. Me quedé callada esperando a que continuara. La droga ya estaría haciendo efecto y no tardaría en soltar más cosas—. Ambos nos dedicamos a la trata de blancas.

—Sigue hablándole. —Dijo Leone. Escuché como Salvatore le decía que eso no llevaba a ninguna parte.

—Volkov y yo nos hemos dedicado al mismo negocio. Mis chicas son sus chicas, sus chicas son mis chicas. Algunas mercancías han sido revendidas y otras vendidas por ambos como una especie de negocio conjunto. —Continuó el hombre que aún me sujetaba—. ¿Ves la mujer que intenta follarse a tu marido?

Vi como desviaba la vista a mis espaldas. Giré la cabeza para observar lo que me decía y, efectivamente, Gianni estaba comiéndole la boca a la mujer de Zinov en sus narices. Le miré haciéndome la sorprendida, aunque sabía perfectamente quien era Ania.

—Ania es una mujer que satisface todas mis necesidades. Antes estaba aquí, era una de las chicas de trata de Volkov. Las subastas son siempre una forma de deshacerse de ellas para ganar dinero a costa de su belleza. Un hombre como yo no pudo resistirse a la hermosura de Ania, aunque sinceramente no me importa lo más mínimo lo que haga. Solo es un pedazo de carne. —Tenía muchas ganas de pegarle un puñetazo a ese capullo, pero debía contenerme si quería sobrevivir aquí dentro—. ¿A ti no te molesta?

—¿A mí? —Pregunté. Zinov asintió—. No. Como bien has dicho, somos un pedazo de carne que satisface las necesidades del hombre.

—¿Acaso eres una mujer de subasta? —Preguntó sorprendido—. Vaya, yo pensaba que sí. Tu voz me recuerda a la de una mujer que Volkov mató.

Una punzada en el pecho me atravesó por completo. Una mujer muerta con voz parecida a la mía... Mamma (Mamá)...

—Nadie tiene la voz como yo, señor Skolov. Todos somos diferentes unos de otros.

—Sí, pero... No lo sé.

—¿Cómo se llamaba? —Pregunté con temor—. La mujer que mató Volkov.

—Vas muy bien, amore (amor). —Me felicitó Leone.

—No lo recuerdo bien... Era una mujer que yo había comprado a Vólkov, aunque digamos que no estaba en su colección. La secuestró de un día para otro y la mató. Nunca me dijo de quién era esposa, pues según él estaba casada.

Asentí con la cabeza, incitándole a hablar de nuevo.

—¿Por qué la mató? —Pregunté.

—Por odio, por placer. En realidad no lo sé, solo sé que la mujer que le compré al jefe fue la esposa de su enemigo. —Dijo, quedándome completamente helada—. Adelaida... Adrinia... Algo así.

Mi mente quedó en blanco, nadie en mi oído habló. Todo nuestro mundo se paralizó y nos quedamos quietos durante un buen rato. Adrianna... Volkov la secuestró por esa razón... porque se la prometió a un hombre como Skolov. Porque, sin tenerla bajo su custodia y bajo el techo de esta mansión, la vendió como un filete. Se la llevó para dársela a Zinov y así que él la disfrutase. Por supuesto. Sabía perfectamente que a Leone le volvería loco ver a su mujer con otro hombre y no hacer nada.

—¿Estás cansada? —Preguntó Zinov. Asentí con la cabeza aún un tanto aturdida por la información que me acababan de dar. ¿Acaso pensaba hacer Volkov lo mismo conmigo?—. Hay habitaciones en la planta superior, podríamos ir a descansar allí antes de la subasta. Solo queda media hora.

Media hora... media hora con este bastardo en una habitación. Por suerte, los efectos secundarios de la droga no tardarían en aparecer y si Dios lo quería ya estaría casi dormido al llegar. Me cogió por la cintura y me empujó a la salida para ir al recibidor y de ahí a las escaleras. Había hombres por todas partes, Volkov estaba en la otra punta del salón y no nos vería. Gianni estaría comiéndose a la mujer de Zinov por cualquier esquina así que estaba completamente sola. Tenía que afrontar esto con sudor y algún que otro golpe sí hacía falta. Zinov iba a perder la memoria de una forma u otra, daba igual lo que hiciera.

—Iremos a una de las habitaciones más lujosas. —¿Qué era eso, un hotel?—. Y allí follaremos hasta saciarnos.

—Lo lleva claro. —Dijo Leone. Intenté ocultar la carcajada que estuvo a punto de salir.

—Hasta la subasta. —Respondí. Su estado empeoraba por momentos y no me sorprendería que se cayera de bruces al suelo en cualquier momento. Asintió con la cabeza.

—Aunque podríamos perdérnosla... Ya sabes, un pequeño despiste. —Llevó su mano hacia mi culo, magreándolo con suavidad. Procuré ahogar una arcada.

—Podríamos... pero no debemos. Lo sabe, Zinov. Es importante para usted.

Bingo. Había dado en el punto exacto. Con todo lo que me había contado antes y su mera presencia me había confirmado que su estancia aquí no era más que para buscar otra mujer. Ya fuese para él o para una reventa.

—Entonces echaremos un polvo rápido.

Me llevo por un pasillo que daba a unas cuantas puertas. Parecía todo un hotel y no me extrañaría que Arianna se perdiese por aquí. Arianna... donde estaría... ¿Sabría que Vitali mató a su hermana? De un momento a otro, la mano de Zinov abandonó mi cadera. Seguí caminando sin prestarle mucha atención, hasta que escuché un ruido a mis espaldas, un golpe seco. Me di la vuelta y vi el cuerpo de Zinov tirado en el suelo.

Comprobé que no hubiera absolutamente nadie por allí, mirando a ambos lados del pasillo. Me extrañó que no hubiera hombres por ningún lado y lo único que podía escuchar eran los gemidos de parejas que habría dentro de esas habitaciones. Me acerqué a Zinov con cuidado, agachándome para comprobar si respiraba.

—¿Está vivo? —Preguntó Salvatore en mi oído.

—Por desgracia. —Respondí. Escuché la risa de Alessandro, lo que me hizo sonreír—. Bien, ¿ahora qué? No puedo sacarle más información y cuando vuelva en sí no se acordará de nada.

De repente, escuché unos pasos y una voz hablar por teléfono. Se hacían cada vez más audibles.

Cazzo (Mierda). —Dije alarmada.

—¿Qué pasa? —Preguntó Leone.

—Viene alguien. Tengo que esconderme.

Por obra y gracia de Dios, el letrero de "Aseos" apareció ante mis ojos. Me quite los tacones y corrí como alma que llevaba el diablo hacia la puerta. Cerré con cuidado y me senté en el inodoro del cubículo de mujeres, donde había un tocador y todo estaba muy bien decorado. Ni siquiera parecía un baño público. Los pasos y la voz se detuvieron.

—Pero qué... —La voz me resultó familiar, pero no la reconocí—. ¡Seguridad!

Ahí sí supe de quién se trataba. Alek Novikov, la mano derecha de Volkov. El hijo de puta que me engañó en el hotel de Nueva York y que quiso matarme en el ascensor a golpes y patadas. No podía salir, si me veía sospecharía de mí y no podía arriesgarme a ser descubierta. Sobretodo por ese infeliz.

—Emma, ¿qué pasa? —Preguntó Salvatore.

—Es Alek. Subía las escaleras hablando por teléfono y ahora ha visto el cuerpo de Zinov tirado en el pasillo. —Expliqué en voz baja—. No puedo salir.

—No puedes quedarte veinticinco minutos en el baño, Emma. Vitali saluda siempre a sus invitados en el baile.

—¿¡Qué!? —Susurré más fuerte de lo que esperaba. Los de fuera se quedaron callados por un momento.

—Emma sal de ahí. —Dijo Leone. No respondí, contuve la respiración. No podía morir, no en ese momento—. Emma. Emma, joder.

Cogí mi cuchillo de la pierna y me preparé mentalmente para apuñalar a cualquier persona que me abordase. Abrí la puerta lentamente mirando todo con precisión. Por un lado no había nadie, pero me faltaba el otro lado. No había rastro del cuerpo de Zinov, ni de Alek ni de ningún hombre de Volkov. Habrían pensado que estaba borracho y se lo habrían llevado. Corrí hacia la escalera, me puse los zapatos y bajé rápidamente a la planta baja. Conseguí que nadie sospechase, ninguno de los hombres me hizo caso.

Entré en el salón. Las personas aún bailaban al son de la música. Tuve que toparme con muchísima gente, atravesar a parejas que bailaban y molestar a hombres que se parecían a Gianni. Entonces, una mano envolvió mi muñeca, frenándome por completo. No tuve el valor de darme la vuelta.

—Tú. —Cazzo (Mierda). Alek...—. Ven conmigo. El jefe quiere verte.

De repente, un reloj comenzó a sonar. Eran las doce de la noche y la subasta empezaría ya. Las luces se volvieron tenues, enfocando a Volkov. Alek no me soltaba la muñeca.

—Cuidado, Emma. —Dijo Salvatore.

—Damas y caballeros. —Dijo Vitali—. En unos instantes comenzará la subasta. Bajen al sótano, allí habrá mesas circulares para todos ustedes. Nos veremos allí.

Gianni apareció frente a mis ojos con el cabello revuelto y los labios hinchados. Le miré con una ceja en alto, aún con la máscara podía ver el brillo travieso en sus ojos. Observé mi muñeca aún atrapada en la mano de Alek. Gianni siguió mi mirada, dándose cuenta del problema. Entonces, miró a la mujer que estaba a sus espaldas, haciendo un gesto para que se acercase. Agarró su cintura para acercarse a su oído y darle una orden. En ese momento, la mujer se acercó a la espalda de Alek, haciendo que centrase su mirada en ella. Consiguió que me soltara, para poder avanzar con la multitud.

Todo el mundo bajó en unos ascensores para entrar a un gran pasillo. Las personas se agolpaban y avanzaban como si fuera su propia casa. Como si supieran dónde estaban. Y lo cierto era que en las paredes había ventanas insonorizadas en las que se podía ver lo que ocurría dentro de unos dormitorios de lo más decorados. Las mujeres hablaban y actuaban con hombres ahí dentro, pero nadie escuchaba nada.

—Son VIP. —Le dijo Alek a Ania detrás de nosotros—. Después de la subasta podemos ir a una si quieres.

Seguimos avanzando y entonces unas puertas que llegaban hasta el techo se abrieron ante todos. Empezaron a entrar y a sentarse en las mesas. Todos tenían sus máscaras aún puestas, aunque habría algún momento en el que habría que quitársela.

Gianni y yo nos sentamos. En ese momento no teníamos a nadie a lado, por lo que pudimos hablar sin preocupaciones, aunque susurrar no estaba demás.

—¿Cuándo crees que entrarán Leone y los demás? —Le pregunté al que se hacía pasar por mi marido. Éste se encogió de hombros.

—No lo sé... quizá dentro de una hora.

Resoplé.

—¿Una hora? —Pregunté con un pequeño mohín. Froté la parte de mi cara libre de máscara—. Joder, qué suplicio.

—¿Quieres rescatar a tus padres? —Preguntó Gianni en voz aún más baja. Asentí—. Entonces compórtate.

Nunca había visto a Gianni tan serio. Siempre estaba con sus bromas y todo se lo tomaba a coña. Parece que estar bajo el techo de la mansión del enemigo número uno de la mafia italiana era suficiente para que Gianni se tomase la operación en serio. Las luces eran de un morado y rojo de lo más tenue, con algún que otro destello blanco. El escenario se iluminó por completo y nuestra mesa ya estaba completa. No vi a Ania por ningún lado, y mucho menos a Zinov. Me preguntaba dónde se lo habrían llevado.

—Damas y caballeros. —Vólkov estaba sobre el escenario con un micrófono en la mano. Un hombre estaba a su lado en una especie de atril y un martillo en su mano—. La subasta comenzará en unos segundos. Preparen sus pujas. Los carteles están frente a ustedes, levántenlos cuando quieran pujar.

—Comenzamos. —Dijo el hombre que llevaría la puja.

Volkov se sentó en la mesa que teníamos al lado. Alek no dejaba de mirarme, tenía mucho miedo. Toqué el brazo de Gianni con temor, puesto que Alek le había dicho algo a Vitali y ahora ambos me miraban con interés. Gianni me miró y, al ver mi expresión a través de mi máscara, observó a los dos rusos que volarían nuestras cabezas en cualquier momento.

—Tranquila. No tengas miedo. No les dejes ver tu temor. —Me dijo Gianni.

—¿Qué ocurre? —Preguntó Leone.

—Vólkov y Alek me están mirando fijamente. —Respondí haciendo como que hablaba con Gianni.

—Haz como si nada. Dentro de nada entraremos. Aguanta, amore (amor).

Me giré con una sonrisa hacia el escenario. Miré de reojo a Vólkov, el cual seguía mirándome. Le miré a los ojos y vi una sonrisa macabra y traviesa. Contuve una arcada mientras le sonreía de vuelta. No quería llamar la atención poniéndome nerviosa, lo más sensato era seguirle la corriente. De repente, vi tras él una figura pelirroja. Arianna, estaba ahí. Sentada a su lado.

—He aquí la primera mujer. —Sacaron a rastras a una preciosa rubia de tez blanca y ojos azules como el mar. Estaba maquillada y con algún que otro moretón. La pobre actuaba sin querer estar allí, sabía que era puro instinto de supervivencia—. Irina es una mujer valiente y de belleza deslumbrante.

—Puja por ella. —Ordenó Salvatore. Gianni asintió.

—Empezamos la subasta en cien mil euros. ¿Quien ofrece cien mil? —Señaló a alguien del público. Miré a la chica, la cual sonreía sin ningún tipo de satisfacción y las lágrimas asomaban por sus ojos—. El señor ofrece cien mil. ¿He oído cinco mil?

Cinco mil putos euros por la vida, el cuerpo y la libertad de una pobre mujer que no tiene escapatoria. La ira me corroía por dentro.

—Cinco mil para el hombre de blanco. ¿Y si subimos la puja a cien mil? Un gran salto por una gran venta. ¿He oído cien mil euros?

Vi como Vólkov y Alek susurraban. La mirada del jefe de la mafia rusa se giró hacia mí. Desvíe la mirada al notar un movimiento a mi lado. Gianni había apostado por la chica, pero otro ofreció más dinero.

—Ciento cincuenta mil euros a la una... —Dijo el hombre del mazo. Volkov seguía sonriendo en mi dirección—. Ciento cincuenta mil euros a las dos...

Nadie dijo nada.

—¡Vendido al hombre del traje azul marino! ¡Felicidades!

Todos comenzamos a aplaudir con efusividad. De repente, un camarero me trajo un cóctel de color ambarino con unas bolas de color rojo en un palillo. Le miré confundida, al igual que Gianni.

—Disculpe. —Dije llamando la atención del camarero. El hombre volvió a acercarse—. Yo no he pedido esto.

—Lo sé. Lo ha pedido el señor Volkov para usted.

Gianni y yo nos pusimos alerta. Leone maldijo en mi oído mientras hablaba de lo hijo de puta que era. Una vez que el camarero se fue, miré a Volkov. Esa vez estaba aún más girado hacia a mí. Levantó su copa en mi dirección con esa sonrisa que me provocaba escalofríos.

—Bébetelo. —Ordenó Salvatore. Leone le puso mil réplicas hasta que Salva volvió a hablar—. Si no se lo bebe la matarán, primero por desechar un obsequio como ese y luego por descubrirla. ¿Prefieres que la maten?

Me giré hacia Gianni para que Volkov no viera mi cara.

—La beberé poco a poco. —Dije para que los tres me escuchasen.

Me volví de nuevo hacia Volkov, el cual esperaba aún con la mirada puesta en mí. Alce la copa al igual que él, haciendo que asintiera satisfecho. Bebí un pequeño sorbo, degustando el alcohol. Rezaría para que la copa no tuviera nada raro.


La noche continuaba. Estaba agotada y un poco bebida. Entre el vino de la cena y las copas que Volkov me proporcionaba estaba más borracha de lo que me habría gustado. Gianni pujó por unas cuantas mujeres más durante la hora que estuvimos ahí dentro. El tiempo pasaba despacio, y yo solo quería salvar a mis padres e irme a casa.

—Señor Vólkov. Le cedo el puesto.

Vólkov se levantó de su asiento, dejándome ver a Arianna sentada con un vestido increíblemente bonito. El ruso subió al escenario, ocupando el puesto del hombre que manejaba la puja. El resto de comensales aplaudía como si no hubiera un mañana, nosotros hicimos lo mismo. Mientras subía, me miraba con esa sonrisa tan característica suya.

Andiamo (Adelante). Entramos.

La llamada en nuestros oídos se cortó tras las palabras de Leone. ¿Por qué en ese momento? ¿Por qué no entraron antes?

—Buenas noches. —Comenzó Vólkov—. Les presentaré personalmente a una de las mercancías más lujosas y excitantes del momento. Alguien muy especial nos está viendo y me encantaría que apreciara con sus propios ojos la belleza de su alma gemela. Adelante.

Mi mundo se vino abajo en ese instante. El alma se me cayó a los pies cuando vi a mi madre en el escenario, con un diminuto vestido rojo que no dejaba nada a la imaginación y unos tacones del mismo color. Su pelo estaba oculto bajo una peluca rizada y pelirroja.

—Les presento a Samara Foster. Esposa de un gran hombre, madre de dos hijos. —Todos empezaron a murmurar—. Tranquilos, tranquilos. No tendréis ningún problema con el tema de los hijos.

Mi madre miró a Vólkov con furia.

—¿Cómo lo sabe? —Preguntó un hombre en el público.

—Sencillo. —Dijo el ruso, bajando del escenario. Miré a Gianni con temor, esto no estaba en el plan. El hombre que estaba sentado a mi lado debía pujar por mi madre para poder salvarla—. Uno de ellos está muerto. Y la otra... es una mujer increíble, interesante, con unas curvas de infarto. Independiente y valiente.

Vino hacia nosotros, quedándose a mis espaldas. Noté como la cinta que sujetaba mi máscara se soltaba por momentos. Cayó a mi regazo. Cerré los ojos con fuerza.

—¿Verdad, Emma Sorrentino?

Todo ocurrió muy rápido. Las puertas se abrieron, las luces se apagaron por completo y disparos empezaron a sonar tronando en el techo. Los gritos no tardaron en aparecer, la gente empezó a correr en todas direcciones y Volkov me sujetó del cuello mandándome lejos de Gianni de un empujón. Una vez que la mayoría de personas abandonaba la estancia, varios hombres entraron a ella. Los nuestros. Alek me cogió del pelo y me arrastró hasta el escenario. Mi madre estaba allí, sentada con las manos en los oídos. Me tiraron a su lado.

Mamma (Mamá)...

Las lágrimas corrían por sus mejillas, el miedo estaba reflejado en sus ojos.

—Emma... Emma, mi pequeña. La mia bambina (Mi niña).

Sono io, mamma (Soy yo, mamá). —Dije cogiendo sus mejillas entre mis manos—. ¿Dónde está papá?

—No lo sé... —Respondió sollozando. Miró a mis espaldas con una expresión de horror—. ¡Cuidado!

Un hombre estaba detrás de mí, tenía una pistola en la mano y apuntaba directamente a mi frente. Fui más rápida que él, dándole una patada en la mano y tirando a la pistola a otro lado. Saqué mi cuchillo, poniéndome en pie para clavárselo en el muslo. Me dio una bofetada en la mejilla, haciendo que mirase hacia la puerta. Leone lo vio, poniéndose rojo de ira. Disparó hacia el hombre, dándole de lleno en la sien, provocando que cayera al suelo de golpe. Todo el mundo se quedó callado.

—¡Como alguien vuelva a tocar a mi mujer es hombre muerto!

Volkov vino a mi lado, cogiéndome del brazo. Leone gritaba a Volkov mientras le apuntaba con su metralleta. Mi madre intentó cogerme, pero otro hombre la sujetó de los brazos mientras le daba una bofetada, dejándola completamente inconsciente. En ese momento lo vi todo rojo. Cogí el cuchillo, se lo clavé a Volkov en el costado haciendo que me soltase para caerse al suelo. Vi como Leone me miraba sin hacer nada, los dos hombres que sujetaban a mi madre la soltaron para apuntarme con sus armas. Fui hacia ellos, haciendo que uno comenzase a disparar. Leone disparó también en su dirección y lo mató ante mis ojos. El otro hombre vino hacia mí, pero lo esquivé y le clavé el cuchillo en la garganta. Cogí las dos armas que había en el suelo, apuntando a Volkov y a sus hombres.

—¡Nadie toca a mi madre! —Espeté con rabia—. ¡Nadie!

Volkov empezó a sonreír de forma macabra. Le miré con la mayor cara de furia que pude poner, ese cabrón me tenía harta.

—Qué mujer más sexy. —Dijo el desalmado hacia Leone. Vi como empuñaba con fuerza el arma preparado para dispararle. Vólkov se giró hacia mí—. Me encanta cuando te enfadas.

—Volkov... —Advirtió Leone.

De repente, unos disparos sonaron, las luces volvieron a apagarse y me quedé completamente acorralada. No pude ver a mi madre ni a Leone. Grité su nombre antes de que alguien me tapase la boca con un pañuelo húmedo. Le mordí la mano, pero de repente el cuerpo me pesaba.

—¡Emma! —Gritaron Leone y Salvatore.

—Leone... —Dije lo más fuerte que pude.

Mi cuerpo estaba adormecido y no podía gritar más. Escuchaba voces lejanas: mamma (mamá), Leone, Salvatore, Gianni, Valentino, Alessandro, Vitali...


Una punzada en mi cuello hizo que me despertase de un momento a otro. Tenía un muy mal sabor de boca, las manos atadas a la espalda y los pies a las patas de una silla. Una silla muy incómoda en un sótano bastante oscuro. Una mano me cogió la cara con fuerza, apretando mis mejillas. Intenté contener el dolor.

—Uy, disculpa. —Dijo una voz conocida—. ¿Te hago daño?

No... ella no. Mi amiga no.

—Arianna... —Dije débil. No quería reconocerlo, pero me habían vencido.

—No hace falta que me recuerdes mi nombre. —Dijo, con aires de grandeza. Se sentó en la silla que había frente a mí. Encendió una lámpara y eso era lo único que nos iluminaba. No había nadie más que ella y yo—. ¿Así que has venido aquí a matar a mi marido?

—No...

—No mientas. —Dijo con rudeza.

—¡No miento! —Grité. Se quedó callada, así que decidí seguir hablando—. Lo único que quería era llevar a mis padres de vuelta a casa. ¿Acaso es eso un delito?

—Cuando te cuelas en una casa ajena sin invitación alguna sí, lo es. Se llama allanamiento de morada. —Estaba con los brazos cruzados y una expresión burlona que no había visto jamás en ella.

—¿Qué te han hecho...? —Pregunté horrorizada.

—¿Que qué me han hecho? —Se levantó de la silla—. ¡Tú sabes mejor que nadie qué me han hecho! ¡Tú estás prometida con el hombre que mató a mi hermana!

Arrojó la silla hacia la pared de mi derecha volviéndola completamente añicos.

—¡No! ¡Eso es mentira!

—¡Ja! —Replicó con una sonrisa sin gracia y los brazos cruzados sobre su pecho—. ¿Mentira? Vitali me lo ha contado todo.

—¿Qué te ha contado? —Pregunté.

—No te importa. Lo único que ha hecho es no mentirme a la cara. Cosa que tú sí que hiciste.

—¿Yo? Lo único que he hecho es cuidarte y ofrecerte mi amistad.

—¿Ah sí? Alejaste a Logan de mí cuando ocurrió lo de la discoteca, desapareciste sin dejar rastro. Intenté comunicarme contigo. —Explicó con rabia—. Al final era cierto lo que decía mi madre: quien se junta con Caruso es quien te apuñala por la espalda.

Enderecé mi espalda contra el respaldo de la silla.

—Entonces, ¿estás con Volkov? —Asintió con la cabeza—. ¿Eres feliz con él?

No respondió, se limitó a mirar hacia otro lado.

—Arianna, mírame. —Volvió a dirigirme una mirada, la duda y la incertidumbre se reflejaba en su rostro. El miedo se apoderó de su mirada—. Voy a preguntártelo otra vez. ¿Eres feliz con...?

Una bofetada hizo que dejase de hablar por completo. Joder...

—¡Cállate! —Chilló—. No vuelvas a dudar de mi felicidad, no vuelvas a meterte en mi vida. ¡No quiero volver a verte nunca más!

De repente, la puerta se abrió, dejando ver a Volkov, Alek y otros dos hombres con traje. Vitali se había quitado la chaqueta, quedándose en camisa blanca arremangada. Dejaba a la vista todos los tatuajes que le adornaban el cuerpo.

—Querida, déjanos solos. —Le ordenó a Arianna.

Ella asintió con la cabeza antes de lanzarme una mirada de odio. Volkov chasqueó los dedos y en seguida tenía una silla delante de mí, para darle la vuelta y apoyar los brazos contra el respaldo. Me miró a los ojos, intentando intimidarme. Pero no se lo permití.

—Me gusta como te queda el rubio. —Dijo lanzándome una mirada lasciva.

—Déjate de gilipolleces. —Repliqué—. Dame a mis padres y desapareceremos de tus vidas. No les metas en esto, son inocentes.

—No son tan inocentes como crees. Tu padre y yo tenemos algún cargo pendiente que ya hemos resuelto.

—Si ya lo habéis resuelto por qué coño siguen aquí. —Vitali se frotó la barbilla mirando al techo como si estuviera pensando sus próximas palabras. Sacó un cigarrillo de su bolsillo, lo encendió y se lo llevó a la boca—. No tengo todo el día, Volkov.

El muy hijo de puta se echó a reír.

—Pues claro que lo tienes, querida. No puedes huir. Te tengo escondida.

—Vendrán a por mí.

—Me sorprende la confianza que tienes en tu querido Leone. —Comenzó—. Después de todo te engañó con otra.

Mi mente quedó en blanco.

—No te hagas la tonta. —Continuó—. Ambos sabemos que se fue con una mujer la misma noche en la que tuviste un aborto.

—¿Cómo...? —No dejó que continuara hablando. Le dio una calada al cigarro y me escupió el humo en la cara.

—Yo lo sé todo, cielo. Deberías de saberlo ya. No hay secretos para Vitali Volkov. —Un hombre se acercó, el mismo camarero que me ofreció la copa a la que Vitali me invitó—. ¿Una copa?

Miré hacia otro lado, viendo de reojo cómo se encogía de hombros. Será capullo.

—Ya veo que no. —Respondió él mismo.

—Te van a matar. —Advertí—. ¿Eres consciente de todos los italianos que están viniendo a por ti?

El muy capullo volvió a reírse en mi cara. Estaba claro que debía cerrar la boca si quería mantener mi orgullo intacto.

—Pequeña... —Dijo cogiendo mi barbilla entre sus ásperos y asquerosos dedos—. Si todavía no me ha matado, porque ya ha tenido más de una oportunidad, ¿qué te hace pensar que lo hará ahora?

Cerré la boca y aparté mi cara de su fría mano. Tenía muchas ganas de pegarle un puñetazo pero no estaba en condiciones de hacer nada. Se levantó, yendo hacia una mesa de metal que no había visto hasta ese momento. Sacó un arma y ordenó a sus hombres poner las suyas allí. Volvió a sentarse delante de mí.

—¿Vas a dejar las armas ahí? —Pregunté. Él asintió con una sonrisa—. Qué valiente, Volkov. Me encantaría que te pillaran con la guardia baja.

—Sé perfectamente lo que hago, pequeña. No estoy para nada preocupado. Yo que tú rezaría por tu querido hombre.

Tocaron la puerta y Arianna entró con una sonrisa y una bolsa de la mano. De ahí sacó una aguja, un líquido y cinta adhesiva. Se la tiró a su marido, el cual tiró de ella para cortar un trozo y ponérmelo en la boca. Cuando vi que Arianna venía hacia mí con la jeringuilla empecé a moverme para intentar escapar. No sabía qué era lo que tenía esa cosa pero no me esperaba nada bueno. Intentaba chillas a través de la cinta como buenamente podía, aunque estaba agotada y con la cara adolorida.

—Si te mueves será peor.

Noté como la aguja atravesó mi piel sin ningún cuidado y pudor. Temía que tuviera algún tipo de enfermedad y pudiera contraer algún tipo de bacteria a través de la sangre. Las agujas sucias suelen ser uno de los síntomas del sida. Notaba como la sangre goteaba por mi brazo, Arianna me había hecho daño y no había que ser un experto para saber que no tenía ni idea de inyectar nada en el cuerpo de nadie.

Volkov me miró durante lo que me parecieron siglos, empezaba a notarme mareada y adormecida. ¿Qué coño me habían inyectado?

—Ahora que no dará guerra, vamos a por esos putos italianos. —Dijo Volkov—. Arianna, quédate en la puerta. Cuando veas que vienen, hazte la víctima y serás quien los meta aquí dentro. Vendrán directos a la boca del lobo. Con que venga Leone es suficiente, es al único que quiero matar.

No... Leone...

—No le hagas daño... Per favore (Por favor)...

Escuché unos pasos venir hacia mí. Intenté enfocar la mirada en el suelo y levantar la cabeza, pero no podía. Me sentía muy débil, dolorida y con mucho, muchísimo sueño. Vitali me dijo algo, pero mis oídos estaban más taponados que antes. No escuchaba nada, solo quería irme a la cama con mi prometido, repartir unos cuantos besos por su cara y quedarme profundamente dormida entre sus fornidos brazos...


No sé cuando, ni dónde, pero desperté. Desperté con unos pinchazos terribles en el cuello y la cabeza. Estaba completamente sola en aquel sótano húmedo y asqueroso. Intentaba gritar, pero lo único que salía de mi boca eran unas cuantas palabras y lamentaciones incoherentes. Hola luz aún seguía encendida, aunque tampoco iluminaba mucho. Lo único que hacía era dejarme ver todas las armas que había en la mesa. ¿Eran tan tontos como para dejarme a mí sola con varias armas cargadas? Por supuesto que no, estoy tan drogada que ni siquiera puedo mover los dedos de los pies. Me dolía todo.

No conté el tiempo que pase ahí dentro, pero parecieron siglos, hasta que escuché varias voces conocidas en el exterior.

—¡Aquí! —Gritaba una mujer—. ¡Está aquí dentro!

—¡Emma! —Cerré los ojos y sonreí con debilidad al escuchar la voz de mi prometido. Me di cuenta entonces de que seguramente todo sería una trampa.

—Leone... No... —Estaba tan débil que ni siquiera podía hablar.

Unos golpes en la puerta de metal se hicieron audibles. De repente, las bisagras estallaron y la puerta se vino abajo en cuestión de segundos. Leone pasó corriendo por encima mientras se ponía el arma a la espalda y cogía mis mejillas entre sus manos. Me costó mucho volver a abrir los ojos, no tenía fuerzas.

Amore... (amor). ¿Qué te han hecho? Háblame, joder...

—Vete... —Le dije. Leone se quedó estático, pero negó rápidamente con la cabeza—. Vete, per favore (por favor)... Es una trampa.

—No me voy de aquí sin ti.

—Si muero... —Comencé a decir, pero me cortó Justo en ese momento.

—Si mueres, muero contigo.

Un disparo se escuchó desde la puerta. Volkov había llegado. Estaba drogado, lo pude ver en sus ojos rojos. Traía consigo una copa de whisky y un arma en la otra. Cogió la silla y se sentó, pero Leone se puso delante de mí para protegerme. Me enderecé lo mejor que pude para no mostrar debilidad, aunque la mierda que me habían metido me estaba matando por dentro.

—Aquí estamos de nuevo, ¿verdad amigo mío?

—Tú y yo no somos nada, Volkov. Suelta a mi familia y déjame en paz de una puta vez.

—Te dije que quería venganza, y eso es lo que voy a conseguir. —Se bebió la copa entera de un trago, chasqueando los dedos y consiguiendo otra al instante—. Juguemos a un juego.

—No estoy para juegos, Volkov. —Respondió Leone.

—Yo sí. Si tanto la quieres —replicó el ruso señalándome—, acércate.

Leone no se movió. Yo estaba apoyada contra el respaldo viendo cómo los hombres de Volkov estaban apuntando detrás de mí a Salvatore y a Alessandro, ambos en la puerta. Leone fue hacia la mesa para hacer caso al capullo que nos tenía secuestrados a mis padres y a mí. Salvatore miraba a todos lados con desconfianza, incluso a Arianna. A mí me miraba con pena y tristeza. Mi estado no era el mejor.

—Coge una. —Ordenó Volkov a mi prometido—. Vamos, Caruso. No tengo todo el día.

Leone cogió una pistola sin vacilar, comprobando que estuviera cargada.

—¿Vas a hacerme jugar a la ruleta rusa, Volkov? Creo que ya tenemos una edad... —Leone vacilaba al ruso con la poca gracia que podría proporcionar en momentos como este.

—¡Bingo! Yo iré primero. Cada uno debe apuntar a alguien distinto. Por ejemplo... —Volkov apuntó a la cabeza de Leone—. Yo te apunto a ti, y...

Cerré los ojos con fuerza al pensar en los sesos del amor de mi vida esparcidos por los suelos. Escuché el sonido del gatillo, pero no el de la bala. No había carga en ese disparo, no le había matado. Volkov rió mientras aceptaba su primera derrota y bebía otra copa de whisky de golpe. Empezaba a notar su inestabilidad. Yo, por otra parte, tenía un poco más de conciencia.

—Te toca. —Dijo Volkov. —Apunta.

Leone le apuntó en la frente, pero éste negó con la cabeza.

—A mí no. —Entonces se giró hacia mí y ahí lo comprendí todo—. A ella.

Ese era su plan. Desde el principio la idea era matarme a mí para hacer sufrir a Leone. Pero él no quería mancharse las manos. Hasta a mí me sorprendió la inteligencia de ese ser. Quería que fuera él mismo el que matase a su actual pareja. ¿Por qué no lo vi venir antes?

—Volkov... —Dijo Leone aún apuntándole a la frente. Vitali puso la mano en el arma y desvió la dirección hacia mí.

—A ella. —Repitió el ruso.

Miré a mi prometido con decisión. Que disparase. Si no, no saldríamos de allí jamás. Volkov era listo. Antes de desfallecer le vi sacar unas cuantas balas de las tres o cuatro que puede carga el arma. Seguramente haya dejado una para jugar a esto. Leone vino hacia mí, colocando el arma de frente a mí. Cerré los ojos, apretó el gatillo, y no salió nada. Solté todo el aire que estaba conteniendo.

Así estuvimos media hora. Entre peleas, gritos, locuras y copas de whisky por parte del ruso. Eso se convirtió en un jodido infierno. Salvatore y Alessandro no se habían movido de sus posiciones. Arianna tampoco, seguía apoyada contra la pared. Escondía algo, lo sabía.

—Última ronda. —Dijo Volkov. Entonces miró a Arianna y ella se limitó a sonreír.

Los efectos eran cada vez menores en mi cuerpo, por lo tanto recuperaba los sentidos aunque de forma lenta. Miré a Salvatore, él también se dio cuenta de la mirada cómplice entre esos dos y ambos nos pusimos alerta. Volkov le puso el arma a Leone en la cabeza, fue a apretar el gatillo y...

—Prefiero que vayas tú primero. —Dijo antes de apartar el arma de la frente de Leone.

—¿Qué? —Preguntó mi novio confuso—. Dispara de una puta vez.

El ruso negó con la cabeza.

—Los invitados primero.

Leone me miró con temor, después a Volkov con ira y posteriormente se puso frente a mí. No hacía nada, solo me miraba con la confusión y la rabia acumuladas en su cuerpo. Ambos queríamos vivir, vivir juntos, tener hijos y un perro gigante de color blanco. Pero en ese momento, nuestras vidas estaban en juego. Las lágrimas se acumularon en mis ojos cuando le vi apuntarme con el arma.

Mi cabeza ardía. Mis ojos dolían. Mi cuerpo temblaba. No podía hacerlo. La pistola que estaba frente a mí era la única salida para que toda aquella pesadilla terminase de una vez. Pero... no me podía disparar la persona que se encontraba frente a mí, ¿verdad?

—Hazlo.

Volkov me miraba, expectante, con sus ojos verdes ya más rojos que el puro fuego debido a la droga. Su pelo rubio platino se le pegaba a la frente y sobre sus ojos por todo el calor que hacía en la habitación. La tensión era palpable, el miedo era irremediable y la tristeza invadía tanto mi cuerpo como el de mi alma gemela.

—Hazlo. —Repitió Volkov—. ¡Ya!

El grito casi provoca que el arme se disparase justo en el centro de mi frente. Leone me miraba decidido. No tenía miedo, yo lo sabía. Su enemigo bebía vasos y vasos de whisky como si de un refresco se tratase. Los ojos de Leone me miraban sin embargo con calma, temple, sosiego... Mis manos sudaban atadas a la espalda de la silla. Por otro lado, el pecho del hombre que estaba delante de mí subía y bajaba con una calma impresionante.

Quizás... no le importaba acabar con mi vida.

—Leone... hazlo.

Sus ojos cambiaron de la calma a la sorpresa. Se abrieron de par en par sin creer lo que dije. Él no quería matarme, lo sabía. Pero estar en la boca del lobo cambiaba todos tus pensamientos. Ser la persona más importante de la mafia italiana conllevaba riesgos. Conllevaba acciones que podían terminar dando un giro de ciento ochenta grados, capaz de cambiar toda una vida en un solo segundo.

—No... —Leone negaba con la cabeza todo el tiempo—. No puedo dispararte, amore (amor).

Leone... por favor...

—Siempre fuiste un cobarde, Caruso. ¿Este es el jefe de la mafia italiana? ¿El famoso Don? ¿El famoso "Diablo"?

—Por supuesto que sí. —Dije yo, armada de valor. Volví a mirar a Leone—. Dispara.

—¡Dispara!

De pronto, el ruido de un arma en acción se hizo presente en el lugar. Mis ojos se cerraron con fuerza automáticamente, esperando el golpe.

—¡No!

Es lo último que escuché antes de ver todo de color negro. ¿Es así como acaba todo? ¿Es así como terminaría mi vida?

¿Sin mi familia? ¿Sin Leone?

Un cuerpo cayó al suelo después del disparo, posteriormente se escucharon muchos más. Era incapaz de abrir los ojos mientras oía lamentos y gritos por todos lados. Alguien me desató las manos, otra personas los pies y me levantaron. Me atreví a abrir los ojos y el panorama era peor de lo que me imaginaba.

Los dos hombres de mis espaldas estaban muertos. Volkov tirado en el suelo con la pierna sangrando y gritando el nombre de Arianna. Porque Arianna... tenía una pistola en la mano, estaba en el suelo y bajo su cuerpo había un gran charco de sangre.

Andiamo (Vámonos). —Dijo Salvatore.

Todo ocurrió muy rápido. Me sacaron de allí a rastras, con la cara y el brazo dolorido. Mis muñecas estaban ardiendo con la fricción de la cuerda que me había sujetado, al igual que mis tobillos. Leone miró a Alessandro y Valentino, no sabía que estaban detrás. Ni siquiera había visto a Valentino ahí dentro. Salvatore me frenó mientras me apoyaba en la pared y se agachaba a mi pies. Me quitó los zapatos mientras y me dio varios toques en las mejillas con ambas manos.

—Emma, cariño. Espabila. Eres fuerte. Que esa mierda no te consuma. Hemos venido aquí a ganar. Mira a esos cuatro. —Alessandro, Valentino, Gianni y Leone estaban acribillando a disparos a los hombres de Volkov. De repente vino más gente, hombres de Leone, dispuestos a ayudarnos—. Vienen con nosotros, pero no podremos ganar sin ti. Te necesitan. Te necesitamos.

Leone vino corriendo hacia mí, tenía una camiseta de manga corta negra, unos pantalones cargo y botas militares del mismo color. Ordenó a Salvatore ir con los demás mientras me miraba. Me dio algo, una pistola. La pistola de color rojo con la inicial de mi nombre. Él sacó la suya, con la inicial de la suya. Cogí la roja con mi mano y él agarró mi nuca para juntar nuestras frentes.

—Somos tú y yo. Siempre lo seremos. —Se separó para darme un beso largo en los labios. A pesar del estruendo que provocaban los disparos, no escuchaba nada. Solo nuestras respiraciones y los latidos alocados de nuestros corazones—. Vamos a matarlos. Vamos a vengar a tu hermano, vamos a llevar a tus padres a casa, y vamos a casarnos. Te necesito.

Respire hondo. Notaba los efectos secundarios, pero no podía dejarme vencer. No en ese momento, no cuando Leone me miraba con orgullo, con pasión.

—Vamos a por ellos.

Leone sonrió al escuchar esas palabras salir de mi boca. Nos metimos entre nuestros guardaespaldas y llegamos a nuestros amigos. Disparamos contra todo y contra todos, creando un reguero de sangre y gritos frente a nosotros. Volkov salió de repente, rojo de ira, cojeando y con algo en la mano, algo redondo con una anilla.

—¡Granada! —Grité, huyendo hacia atrás.

Leone me agarró por la cintura y me cogió en volandas mientras los demás corrían y los hombres de refuerzo se posicionaban a nuestras espaldas a modo de escudo. Fuimos subiendo escaleras mientras íbamos disparando. Nuestros hombres iban cayendo y la sangre teñía todo el suelo que íbamos pisando. Miré a mi derecha y vi que Leone tenía sangre en el costado.

—¡Leone! —Grité para que me escuchara. Se dio la vuelta hacia ellos, envolví mis piernas alrededor de su cintura y ambos nos pusimos a disparar hacia todo el ruso que se nos ponía por delante.

Todos intentamos huir, pero nos cerraron las puertas. Los hombres de Leone intentaban abrirlas mientras nosotros disparábamos a los demás. Me quedé sin balas, al igual que uno de los hombres de Volkov. Se iban quedando sin munición y lo que empezábamos a pensar todos era en la pelea cuerpo a cuerpo. Así lo hicieron, todos los rusos que se quedaron sin armas vinieron hacia mí. Miré a Salvatore con miedo, pero vino corriendo a apoyarme mientras Leone, Alessandro, Valentino y Gianni seguían disparando. Empecé a dar y recibir golpes, no fue lo más sensato quedarme allí, todos eran hombres y yo la única mujer. Pero, como dije anteriormente, no iba a dejarme vencer por un grupo de rusos con sed de sangre.

De un momento a otro, dejé inconscientes a tres personas. Recibí algún que otro puñetazo en la mandíbula, pero conseguía recomponerme y dejar sin aire a hombres con puñetazos en el estómago, medio inconscientes con golpes en la cabeza y muy adoloridos con patadas en los testículos. En cuanto Leone se quedó sin munición, me enganchó por el brazo y me envió detrás de ellos, donde estaban el resto de personas intentando abrir las puñeteras puertas de la mansión. Me miraron, esa vez sin tratarme como una mediocre que solo pensaba en el dinero de Leone. Me miraron con orgullo.

—Señora Caruso. —Dijeron todos al unísono. Sonreí.

—¿Como va la puerta? —Pregunté.

—Bien, señora. Estamos a punto de abrirla. ¿Necesita ayuda con algo? ¿Quiere mi arma? —Me preguntó un hombre pelirrojo.

Negué con la cabeza, mirando a mi derecha. Otro de ellos venía con un niño en la mano. El muchacho intentaba zafarse, pero le era imposible. Era de ojos grises, pelo negro y estatura media. Tenía unos ojos verdes tirando a grisáceos de lo más familiares.

—Señora, hemos encontrado a este niño husmeando desde una esquina. —El niño estaba con el ceño fruncido—. ¿Qué hago con él?

Estaba temblando, pero a la vez intentaba no aparentarlo. Los sonidos de los disparos no cesaban y el niño parecía no inmutarse lo más mínimo. Me agaché para quedar a su altura.

—¿Estás bien? —Pregunté. El niño asintió con la cabeza—. ¿Cómo te llamas?

El niño no me respondió. Intenté coger su mano pero no quiso, así que yo tampoco quise forzarle.

—¿Vais a hacer daño a mi papá?

Cazzo (Mierda)... Algo se revolvió en mi interior. Algo que me seguía consumiendo por dentro. La angustia y el desazón de saber lo que era perder a un ser querido. Perdí a mi hermano, luego perdí a mi propio hijo que aún no había nacido... ¿Ese niño realmente quería a su padre? ¿Le consideraba un ser querido a ese bastardo sin corazón?

—Llévatelo. —Le ordené al hombre que lo trajo—. Escóndelo para que no tenga que soportar este infierno.

Me agaché y acaricié su cabello con mi mano.

—¿Todo esto acabará? —Preguntó el niño. Sonreí de medio lado, asintiendo con la cabeza.

—Sí, terminará... —No terminé la frase esperando que dijese su nombre. Intentó acercarse a mí, pero el hombre que le sujetaba le tiró hacia atrás para evitarlo. Le hice un gesto con la mano, solo era un niño y estaba asustado. Vino hasta mí y lo susurró en mi oído.

—Killian. —Sonreí. Hasta el nombre de esa pobre criatura tenía que ver con la muerte.

—Cuídate mucho, bambino (niño).

El niño se alejó corriendo. Al parecer ya sabía dónde esconderse. De un momento a otro, abrieron las puertas y salimos corriendo. No había rastro de los invitados y unos cuantos todoterrenos no esperaban fuera. Había muertos por todas partes. Subí corriendo a uno, esperando por los demás. Vi a Vitali matando a diestro y siniestro, enfrentándose a Leone y pegándole puñetazos cada vez que podía. Recargué el arma con la munición que había dentro de vehículo. Todos vinieron a los coches, montándose para salir de allí corriendo. Una vez que Salvatore estuvo dentro, pregunté por mis padres.

—Tu madre está en la camioneta.

—¿Y mi padre? —Pregunté de nuevo. Salvatore se quedó callado.

—Tuvimos que esconderlo en una habitación. No sé dónde puede estar ahora mismo. Ni siquiera sé si está vivo.

Salí corriendo del vehículo a pesar de las súplicas de Salvatore. Leone se dio la vuelta al verme volver, gritó varias veces pero no le hice caso. Vitali también se dio cuenta, y mandó a dos hombres a por mí. Corrí por los pasillos llamando a mi padre. Los que me perseguían no tenían armas, yo tenia una pequeña ventaja. Me daba la vuelta corriendo hacia atrás, disparándoles y gritando el nombre de mi padre. De pronto, una puerta se abrió, dejando ver a mi progenitor con lágrimas en los ojos, asombrado y con tanto miedo que incluso me lo transmitió a mí. Le tiré el arma, la cogió al vuelo.

—¡Dispara! —Grité.

Mi padre comenzó a disparar. Al parecer los rusos eran expertos en esquivar balas, pues ni una les dio. Fui hacia ellos con la navaja de mi muslo en la mano. Mi padre consiguió abatir a uno de ellos con un tiro en el hombro, muy cerca del corazón. El otro peleaba conmigo. Me dio un puñetazo en la mandíbula que hizo que me cayera al suelo, pero alguien le dio con el arma en la cabeza, dejándole inconsciente. Después, le disparó.

—Ni se te ocurra tocar a mi hija. —Dijo mi padre furioso.

El otro intentaba levantarse, así que le clavé el cuchillo en el cuello y le maté al instante. Me levanté del suelo para darle un abrazo a mi padre.

La mia piccola bambina (Mi pequeña...).

—Tenemos que irnos, papá. Esto es un cementerio.

—A sus órdenes.

Corrimos abajo, viendo la entrada repleta de hombres de nuestro bando y del bando contrario peleando. No teníamos escapatoria. Salvatore se hizo paso dando algún que otro puñetazo a los rusos.

—¡Rafaello, tenemos que abrir paso! —Gritó.

Nos miramos y asentimos con la cabeza. Cogí mi cuchillo, él empuñó mi pistola, y bajamos hacia la muchedumbre. Recibimos golpes, dimos balazos y cuchilladas por dónde íbamos. Conseguimos salir, pero de repente, un disparo hizo que mi padre se cayera al suelo. Salvatore y yo corrimos hacia él mientras Alek venía con la pistola en la mano. Leone también se percató de lo que ocurría.

—El viejo ha caído, y ahora lo hará su niñita. —Sonreía como un auténtico lunático.

—En tus sueños, psicópata de mierda. —Gruñó Salvatore.

Fui corriendo hacia el ruso, con el cuchillo en la mano. Disparó contra mí, pero me moví rápido intentando por todos los medios que las balas no llegasen a mi cuerpo. Una rozó mi brazo y caí antes de que pudiera llegar por el dolor que había causado. Si me había rozado, no quería saber qué hubiera pasado si me hubiese dado de lleno. De pronto, un disparo hizo que Alek cayese al suelo de golpe. La sangre se acumulaba a su alrededor, estaba muerto. Mi padre soltó mi arma para sujetar su pierna herida. Volkov seguía forcejeando con mi prometido a pesar de estar herido también en su muslo.

Decidí poner punto final a esta guerra que parecía no acabar nunca hasta que quedase una persona viva.

—Salva, llévate a mi padre. —Ordené.

Bambina (niña)... —Intentó replicar él, pero le corté levantando mi mano.

—Llévatelo, yo terminaré esto de una vez por todas. Para eso me entrenaste.

Salvatore asintió.

—Como ordene, señora Caruso.

Le miré con una sonrisa, mi padre aún se quejaba por la herida y tuvo que llevarlo rápidamente al coche donde también estaba mi madre. Miré el revoltijo de gente, peleando, disparando, apuñalando... Estaba harta, quería irme a casa. Disparé al aire para captar la atención de todos.

—¡A los coches! —Ordené. Todo el mundo me miraba sin decir nada. Los pocos hombres que quedaban fuera y que habían abierto la puerta se pusieron a mis espaldas—. ¡Ya!

—¡Ya la habéis oído! —Replicó Leone, disparando de nuevo a Volkov en el momento en el que se quedó mirándome—. ¡Nos vamos!

—¿¡Qué!? —Preguntó Gianni a mi lado. Ni siquiera sabía cuándo había llegado ahí—. ¿Te has vuelto loca?

—No. ¡Nos vamos!

Volkov resaltaba entre el resto de personas. Tenía la apariencia y la expresión de un completo asesino en serie.

—¡Volveremos a vernos, pequeña! —Dijo refiriéndose a mí, cosa que enfureció más a Leone—. ¡No te desharás de mí tan fácilmente!

Todos los hombres subían a las camionetas seguidos de los rusos. Mataban a cualquiera que intentase meterse en nuestro camino. Abrieron las puertas con ayuda de Valentino y salimos de ahí en menos de un minuto. Leone y yo seguíamos disparando desde las ventanas. Salvatore y Gianni estaban con nosotros, ellos conducían. Leone y yo íbamos en los asientos de atrás. Cerré la ventana mientras mi prometido seguía disparando. Una vez fuera, a ciento cuarenta kilómetros por hora en la carretera.

—Iremos rápidamente al aeropuerto. —Dijo Gianni, era el que conducía.

—¿Y los cuerpos? —Pregunté—. Los cuerpos de tus hombres, Leone. Tienen familia, merecen un funeral digno.

—Imposible, Vitali quema los cuerpos en su territorio. Da igual que sean de sus hombres o del bando enemigo.

Suspiré, recostando la cabeza en el asiento del vehículo. Hice una mueca, llevando la mano a mi cuello. Me dolía horrores y eso hacía que incrementase el dolor de cabeza. Leone sacó un pequeño cojín de la guantera, me lo tendió en el regazo.

—Te irá bien para descansar y aliviar el dolor.

Serían las cinco de la mañana cuando emprendimos el vuelo. Estuvimos más de dos horas dentro de ese infierno y mi cuerpo estaba mucho más adolorido que antes. Pude descansar en la habitación que tenía el jet privado. Leone se quedó en los asientos con los demás para poder descansar. Cerré los ojos, no podía dormir mucho, las pesadillas iban y venían: la aguja de la inyección, las bofetadas, los golpes, los disparos... Conseguí atrapar el sueño cuando noté una mano acariciar mi cabeza.

—Duerme, principessa (princesa)...


Unos brazos me cogieron mientras yo aún intentaba abrir los ojos. El sueño aún invadía mi cuerpo, estaba tan agotada que lo único que podía hacer era aferrarme a la persona que me llevaba a cuestas como si fuera una princesa. Me tumbaron en los asientos de un vehículo, mi cabeza estaba sobre unas piernas. Conseguí entrecerrar los ojos y enfocar la figura de Leone. Volví a cerrarlos cuando empezó a acariciar mi pelo.

Poco tiempo después llegamos a la mansión, donde nos esperaba todo el personal de servicio dispuesto a ayudarnos. Cuando salimos de los coches, Carina nos esperaba con los brazos abiertos. También ayudaron a nuestros padres a instalarse y a curar sus heridas. Leone había decidido acogerlos hasta que viera que no había peligro y pudieran volver a Nueva York. Me dejó con ellos un tiempo para poder mantener un momento de familia, aunque mi padre insistió en que volviera. Él también era de la familia. Él era el hombre con el que pasaría el resto de mi vida.

Ese día, mis padres durmieron en una habitación de la planta baja, más alejada de la nuestra. Me di una ducha y me metí en la cama. Todos estábamos muy cansados, incluso Gianni se quedó a dormir aquí. Estuve un buen rato sin pegar ojo, cada vez que cerraba se me aparecía una escena de la noche anterior. Era de día, pero toda la casa se cerró a calicanto para que todo el personal pudiera dormir. Leone no había venido en todo el rato que estuve en la habitación, y ambos sabíamos que tenía que dormir.

Me puse la bata de seda que me regaló el día que me pidió matrimonio para ir por los poco iluminados pasillos. Me encontré con algún que otro mayordomo y pude comprobar que Leone estaría en su despacho. Había dos hombres custodiando la puerta. Me puse frente a ellos y no dijeron nada, solo asintieron con la cabeza y abrieron la puerta. Allí estaba, solo, con la luz encendida y papeleo acumulado.

—Tienes que dormir.

—Tengo que trabajar. He estado mucho tiempo sin ocuparme de los problemas que hay en la central de los hoteles.

Me acerqué a él, sentándome en su regazo.

—Ven a dormir conmigo. —Le pedí, besando su cuello.

—Si empiezas así, no dormiremos ninguno de los dos. —Me reí contra su piel erizada.

—Acompáñame arriba.

Así lo hizo. Se levantó conmigo en brazos y fuimos a la habitación. Todo el mundo dormía, excepto el personal de servicio. Nos encontramos con Carina por el camino y ambos reímos por la cara que puso. Escondí mi cara por la vergüenza.

Una vez dentro, Leone y yo nos tiramos en la cama. Se quitó toda su ropa, me quitó la mía. La bata, el camisón, su camiseta, sus pantalones cargo... Todo había acabado el suelo. Las paredes fueron las únicas que escucharon nuestros besos, nuestras caricias, nuestros gemidos. Me encantaba volver a esto, volvíamos a ser los de antes. Hubo caricias, hubo amor...

Ti amo (Te amo). —Me dijo mientras se introducía dentro de mí una y otra vez. El sudor caía por su frente. Sonreí acariciando sus mejillas. Él se inclinó hacia mí para juntar nuestros labios.

Ti amo (Te amo). —Le respondí una vez separó nuestras bocas.

Porque así éramos Leone y yo. Éramos amor puro. Y no solo en los actos, también en las palabras. Porque así era como se expresaba el amor. De la forma más bonita y romántica posible.

De la forma en la que Leone me lo expresaba a mí, y de la forma que yo se lo expresaba a él.

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