70
LEONE
32 horas antes de la subasta. (16:00 p.m.)
Dicen que vida solo hay una, que hay que vivirla al máximo, al cien por cien. Dicen que hagas todo aquello que quieras cumplir antes de morir: declarar tu amor a una persona, saltar en paracaídas, hacer barranquismo o escalada, formar una familia...
La vida está para vivirla, no para lamentarse. No seré el más indicado para decir eso, es verdad. Cuando murió Adrianna me culpé día y noche por lo que pasó. Su mirada me acompañaba en todas mis pesadillas, la pérdida de sangre de su cuerpo se me quedó tatuada en la piel. La vi morir frente a mis ojos y yo, en vez de querer matar al hijo de puta del ruso, sucumbí a la oscuridad, a la desolación y al vacío. Desaparecí del mapa cuando ocurrió, lo menos que quería eran más problemas con la ley cuando ya tenía que lidiar con el luto de mi difunta esposa. Después de todo eso me prometí a mí mismo que me tomaría las cosas con calma, que encontraría a esa niña de ojos verdes que me enamoró desde el momento en que la vi. Desistí de ella cuando me casé con Adrianna, aunque seguí estando en contacto con su padre. Y entonces la encontré, prometiéndome a mí mismo que la protegería con mi vida, incluso dando la mía a cambio de la suya y hacía falta.
¿Pero qué es lo que hacíamos nosotros? Idear un plan de rescate para sus padres. Rafaello siempre fue como un padre para mí, y tenía claro que iba a sacarlo de allí. Las posibilidades de sobrevivir en la mansión Volkov cuando todos nos quitásemos las máscaras eran muy bajas. El ruso que más odiaba en esta vida nos vería las caras y sabía que era total y absolutamente capaz de matarnos a todos.
—¿Lo tenemos todo claro? —Pregunté a los hombres que estaban en mi oficina. Ellos asintieron—. Salva, llama a la empresa de iluminación. En lo que tú hablas con ellos, Gianni y yo ajustaremos horarios.
Las cosas estaban muy tensas. Salvatore hablaba en ruso con la empresa mientras nosotros planeábamos los momentos exactos en los que ocurriría cada cosa. Debía salir perfecto, no debíamos conformarnos con un "casi" perfecto. Estaba claro que habría cosas que no saldrían como nosotros queríamos, pero era necesario tenerlo todo medido al milímetro. Es más, ni siquiera teníamos un plan B. La discusión que tuve con Emma se me vino a la cabeza y tuve que relajarme un momento para poder continuar. Cuando apoyé la cabeza en el respaldo de la silla, Gianni me miró preocupado.
—¿Tutto bene? (¿Todo bien?) —Negué con la cabeza—. ¿Qué ocurre?
—Emma tenía razón. —Dije con los ojos cerrados—. Algo fallará y no tendremos un plan B.
—No necesitamos un plan B, Leone. —Replicó mi amigo. Le miré con cansancio—. Todo está medido al milímetro: las horas, los lugares, incluso las palabras y las apariencias. Nada va a torcerse.
—¿Cómo lo sabes? —Pregunté. Gianni se quedó callado, sin saber que responderme. Me levanté, agotado por la situación—. Planifícalo. Piensa en algo que nos saque de allí lo antes posible sin que nos mate el ruso. Hay que estar preparados ante cualquier fallo.
Gianni resopló como si se tratara de un niño que estar harto de las clases del colegio.
—Llevamos días con esto. —Dijo aniquilándomelo la nuca—. Son las cuatro de la tarde, ¿y me estás diciendo que ahora tengo que ponerme a pensar en un plan B?
Me giré hacia él, con el rostro indiferente. Estaba cabreado, necesitaba relajarme, pero no quería mostrárselo. Estos días estaban más tensos de lo normal y no nos habíamos tomado ni un respiro. Emma la que menos, madrugaba y se acostaba tarde por su empeño en el campo de tiro y en el gimnasio. Salva también estaba agotado, pero mi prometida estaba como si se hubiera dopado un millón de veces. Gianni mantuvo mi mirada mientras se preguntaba que era lo que estaba pensando.
—Va bene (Está bien). —Me limité a decir, encogiéndome de hombros. Quería mostrarme indiferente ante la actitud de Gianni porque sabía que si lo hacía iba a molestarle. Como supuse, mi amigo se sorprendió ante mi respuesta.
—¿Qué? ¿Así de fácil? —Dijo metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón. Asentí con la cabeza, manteniendo aún mi expresión indiferente. Frotó sus ojos con desesperación y sonreí al comprobar que la opción de no enfadarse había funcionado—. Cazzo... (Mierda). Va bene, va bene (Está Bien, está bien). Pensaré algo.
Asentí, girándome hacia Salvatore. Aún seguía hablando por teléfono con la empresa de Rusia. Por suerte era un hombre de lo más inteligente en cuanto a idiomas se refiere. Sabe hablar casi todos los idiomas europeos y domina el inglés a la perfección. El ruso tampoco se le da nada mal, es una de sus muchas cualidades y por las cuales se encarga de planes como esos. Hablar con los rusos es vital para nosotros, y nadie que no sea Salvatore podría hablar con ellos sin ser en inglés. Nuestro acento intentando hablar en inglés nos delataría a todos, incluso a Salva. En cuanto mi mejor amigo colgó, se giró hacia nosotros con una expresión extraña. Intentaba averiguar sobre qué habíamos discutido Gianni y yo.
—¿Qué pasa? —Preguntó Salva. Puse los ojos en blanco mientras Gianni resoplaba a mis espaldas.
—Leone quiere un plan B. —Explicó Gianni—. Al parecer Emma le ha comido el coco.
—¡Nadie me ha comido nada! —Espeté rabioso. A los pocos segundos me di cuenta de lo que había dicho, ganándome las risas disimuladas de mis hombres—. ¡Poneos con el plan B! ¡Ya!
Me senté de nuevo en la silla de mi escritorio. Estaba más nervioso de lo normal, por una sola razón. Porque quería hacer las cosas bien con ella, quería empezar de nuevo. Después del operativo todo sería diferente. Ya no tendríamos a Volkov soplándonos en la nuca. Por eso abrí un cajón de mi escritorio y dejé la caja de terciopelo rojo sobre la mesa. Todos se quedaron callados, supongo que habían visto ello que había sacado. Me quedé mirando esa pequeña caja durante un buen rato.
—Así que esto es lo que te tiene tan nervioso...
Levanté la mirada, viendo las sonrisas sinceras de mis amigos. Las palabras de Gianni dieron en el blanco. Efectivamente, eso era lo que me tenía tan nervioso.
—¿Se lo pedirás de nuevo? —Preguntó Salva. Asentí con la cabeza.
—No sé cómo, pero quiero hacerlo. —Dije, dejando un suspiro en el aire—. Porque cuando se lo pedí no fue en el mejor momento ni en el lugar adecuado. Además... he de reconocer que me puse un poco maniático y no estuvo bien ponerle un GPS en el diamante.
Apoyé los codos sobre la mesa, pasándome las manos por el pelo y la cara intentando pensar qué hacer con ese tema. Mis dos amigos se sentaron de nuevo en las sillas que estaban frente al escritorio.
—Entonces hazlo. Sabes perfectamente su respuesta. —Dijo Salvatore, mirándome fijamente a los ojos—. ¿De qué tienes tanto miedo?
—Tenía pensado pedírselo después del operativo. —Expliqué. En ese momento elevé la vista hacia la de Salvatore—. Pero, ¿y si la matan? No puedo permitirme vivir con ese dolor, no de nuevo. Quiero que sea especial. Quiero verla sonreír todos los días de mi vida.
Ambos sonrieron de nuevo. Nos tomamos un pequeño descanso antes de empezar a pensar en el plan B que tanto atormentaba a mi prometida. La sola idea de que algo saliera como no esperábamos me carcomía por dentro. Salvatore aún tenía el pelo mojado al haber estado en la piscina desde hacía un buen rato, tenía claro que todos necesitábamos un descanso pero ahora... Ahora ni siquiera sé lo que necesitamos. Ni siquiera sé lo que necesito. ¿Realmente debo casarme con Emma? ¿Valdría la pena? Pues claro que sí, de eso no me cabía la menor duda pero... No quería verla morir. No quería que se repitiera de nuevo. Mi cabeza voló a años atrás, la mirada de Adrianna aún estaba en mi mente como un tormento más en mi vida, el terror y la angustia que sentí, su llanto y sus súplicas porque me fuera, la sangre recorriendo su cuerpo inerte...
—Leone.
Salí de mi ensoñación. Me había quedado pensando de nuevo en el pasado, sabiendo que debía tener en cuenta el presente más que nunca. Gianni, Salvatore y Alessandro, el cual había entrado hacía un buen rato, me miraban con preocupación. Yo siempre había sido un hombre fuerte, un líder. Lo sigo siendo, pero mi debilidad es notable. La mujer que amo está un piso por encima y la sola idea de verla morir me atormenta día y noche. Miré al hombre que me había llamado, Gianni estudiaba mi rostro como si fuese un experimento científico a punto de estallar.
—Han llamado a la porta (puerta). —Gianni volvió a hablar. Entonces, los golpes se hicieron presentes en mi mente.
—¿Sí? —Pregunté desde dentro.
—¡Señor Caruso! —Dijo una voz de hombre de lo más estridente. Miré a Salvatore con una ceja alzada—. ¡Soy Tomasso! ¿Puedo pasar?
—Avanti (Adelante). —Accedí entre dientes.
El hombre entró repentinamente pareciendo un huracán y poniendo alerta a todos los hombres. Nos miramos sin entender muy bien lo que ocurría, y la sonrisa de Tomasso era más que evidente. Sobretodo cuando vio la caja de terciopelo sobre mi escritorio. Habló todo lo que pudo y más sobre lo bonito que era nuestro amor, sobre lo maravilloso que era el matrimonio y la pedida tan espectacular que debía hacer a semejante dea (diosa). El primo de Salvatore alardeó durante cinco minutos de lo hermosa que había dejado a mi prometida, aunque no debía faltarle razón. Es un profesional.
—¿Ya sabe cómo va a pedírselo? —Preguntó Tomasso, centrándose de nuevo en el tema la pedida de mano.
—No, Tomasso. Aún no lo sé. —Dije, moviendo mi vaso de whisky de un lado a otro.
El estilista estuvo dándome cientos de ideas en solo cinco minutos, antes de que alguien interrumpiera nuestra conversación. La voz de Carina se hizo presente y entonces un ángel abrió la porta (puerta). No tenía el cabello rizado, largo y castaño con alguna que otra mecha de un color más claro. No. Su pelo en ese momento se convirtió en un manto platino que le llegaba por los hombros, contrastando con sus ojos verdes y sus mejillas sonrosadas. Era toda una tentación andante. Me levanté de la silla sin despegar los ojos de ella, metiendo las manos en los bolsillos de mi pantalón de vestir negro. Emití un carraspeo audible para todos, así me mirarían y escucharían mi orden.
—Todos fuera.
Emma sonrió, sabiendo lo que pasaba por mi mente en ese momento. Salvatore se levantó guiñándome un ojo mientras aún estaba de espaldas a mi prometida, soltando una pequeña carcajada. Escuché como Tomasso decía: "Menudo hombre" antes de salir por la puerta, cosa que a Emma le resultó de lo más divertida. En cuanto no hubo nadie más que nosotros dos bajo esa cuatro paredes, le hice un gesto con el dedo para que se acercase mientras yo rodeaba la mesa y me apoyaba contra ella. Miré durante una milésima de segundo, intentando averiguar si mi sospecha de que Salva y Tomasso estaban detrás de la puerta escuchando era cierta o no. No me pare a comprobarlo, tenía otras opciones delante de mí.
Mi novia se acercó, pero no lo suficiente. Sabía lo que quería hacer. Sabía que quería torturarme hasta que no pudiera más y me abalanzase sobre ella como un depredador. Pero no esa vez, no la dejaría ganar tan fácilmente. Ambos éramos tercos y orgullosos, ambos queríamos la victoria. Así que, por las buenas o por las malas, debíamos llegar a una tregua. Decidí dar el primer paso, hablándola, provocándola al mismo tiempo. El rey de la mafia sabía mover bien sus cartas... ¿La reina lo sabría lo mismo? ¿O incluso más que el propio rey?
—Me voy a poner muy celoso dentro de la mansión, amore (amor). —Dije, inspirando aire como si fuera lo único que había en este planeta.
Su silencio no me preocupó lo más mínimo. Sabía que mis palabras había surtido el efecto deseado, pero también sabía que intentaba maquinar una respuesta que cortocircuitase mis sentidos de mafioso. Tal y como lo dice mi puesto, soy una persona que manipula la mente de la víctima, sobre todo si es un enemigo. Pero yo no quería manipular a mi futura esposa, quería jugar al gato y al ratón. Quería jugar, porque eso era lo que a ambos nos gustaba. El peligro, las ansias, la lujuria. Su respuesta solo hizo que el deseo y el amor que sentía por esa mujer se intensificara más todavía.
—Lo sé. —Noté como mi estómago se encogía. Mi pantalón estaba a punto de estallar—. Pero soy tuya, solo tuya.
Ese fue el detonador de todo. Me abalancé sobre ella como si me fuera la vida en ello. Mis labios aclamaban los suyos con tanto ímpetu que tuvo que echarse un poco hacia atrás debido al impacto de mi boca. Nuestras lenguas danzaron, nuestros cuerpos se unieron. Los gemidos fueron notables, desde el momento en el que le quite ese pantalón que le hacía una figura idílica hasta el instante en el que toda nuestra ropa estaba tirada por los suelos. Así fue la última vez que hicimos él amor antes de partir a Rusia. Con ansias, con ímpetu, con declaraciones de amor y con la certeza de que volveríamos juntos a Italia.
20 horas antes de la subasta. (4:00 a.m.)
Emma durmió mucho mejor de lo que había esperado. Sabía que estaba nerviosa y que nos habíamos ido a descansar demasiado pronto para nuestro organismo. Mandé a todos mis hombres descansar a las nueve de la noche, pues a las cuatro debíamos prepararlo todo para salir y llegar a Rusia de una vez por todas. El avión privado nos esperaba a unos cuantos kilómetros de mi mansión, por lo que teníamos un rato hasta llegar. Allí, Salvatore, Gianni, Alessandro y yo aclararíamos las dudas y los contratiempos que pudiera haber.
—Todo listo, Don. —Dijo Felippo habiendo empacado todas las pertenencias y las armas necesarias.
Asentí con la cabeza en su dirección, viendo de reojo su sonrisa de admiración mientras notaba una mano en mi hombro. Salvatore me miraba mientras yo comprobaba que estuviera todo en orden. ¿Que cómo lo sabía? Mi mejor amigo siempre hacía eso antes de un operativo, importante o no, siempre me ofrecía su apoyo.
—Tardaremos una hora más o menos —comenzó a hablar Salvatore—, para ir al aeropuerto.
—Va bene (Bien).
Vi como Alessandro salía, pues Salva y yo estábamos a mitad de escaleras viendo el panorama de coches, equipamiento y hombres organizando todo. Palmeé el hombro de mi amigo mientras veía como esperaba con adoración a su pareja. Sí, sabía que la regla la impuse yo, la de no tener relaciones sentimentales en el trabajo. Pero era mi mejor amigo, y quería verlo feliz. Alessandro me informó de haber visto a mi prometida danzando por la casa de arriba a abajo. Según la pareja de Salva, temblaba como un flan.
Decidí ir a comprobarlo con mis propios ojos, topándome con Carina por el camino. Vi la expresión de preocupación en su rostro.
—Volverán sanos y salvos, ¿verdad? —Preguntó ella, con esa angustia que tanto la caracterizaba. Asentí con la cabeza, cogiendo sus manos entre las mías.
—Te lo prometo.
Una vez me despedí de ella, me encaminé a la habitación. Según Carina, allí encontraría a mi prometida hecha un manojo de nervios, memorizando que sé yo en la cabeza y pensando cosas que jamas sucederán. Escuché unos cuantos pasos ajetreados en el dormitorio. Carina no se equivocaba. Mi prometida era todo un huracán, una bomba a punto de explotar. Su pelo ahora corto, rubio y liso le caía en la cara y se movía arriba y abajo de forma sutil mientras ella se mordía las uñas que la habían arreglado horas antes.
Durante el entrenamiento estuvo concentrada, tenía el objetivo entre ceja y ceja. Incluso me tome la libertad de descargar el estrés con ella en esa sala de tiro en la que estábamos completamente solos. Pero ahora... era una Emma totalmente diferente. Estaba completamente ida en sus pensamientos. Ni siquiera se había dado cuenta de que había entrado en el dormitorio.
—Emma. —La llamé, pero no obtuve respuesta—. Emma—Volví a hacerlo y ella seguí dando vueltas como una desquiciada.
Di dos pasos hacia ella para cogerla por los hombros y hacer que me mirase. Sus ojos se encontraron con los míos, desencadenando una oleada de emociones por su parte que hasta a mí me abrumaba. Miedo, odio, valentía... todo ello reflejado en sus iris verdes de forma tan intensa que temía que en cualquier momento se desmayase.
—Tranquilízate. —Dije, intentando sonar lo más seguro posible.
—Yo... Mis padres, ¿y si los matan? —Su respiración era demasiado rápida—. ¿Y si nos matan a nosotros, Leone?
—No lo permitiré.
Su respiración se calmó a la vez que la atraía a mi pecho y la estrechaba entre mis brazos. Sabía que lo mejor no era convencerla de lo bien que saldría, porque tenía claro que dentro de esa pocilga llena de rusos nada podía salir al dedillo. Lo único que necesitaba era un abrazo, haciendo que su corazón latiera más despacio. Se tranquilizó en cuestión de segundos, así la necesitaba. Tranquila y lista para partir.
—¿Mejor? —Pregunté, a la vez que depositaba un beso en su frente. Ella asintió, mirándome a los ojos—. Nunca voy a cansarme de ver el verde de tus ojos, amore (amor).
Sonrió, a la vez que depositaba un casto beso en mis labios. Tiré de su mano, cogiendo a la vez su bolsa y saliendo de la habitación pegada a mí. Nos encontramos con Carina en la puerta de la entrada, recordándonos que tuviéramos muchísimo cuidado. Una vez fuera, los todoterrenos estaban listos y todos mis hombres de pie junto a los vehículos. Miré a Emma, la cual estaba hecha un manojo de nervios. Miraba a Salva y Gianni con temor, pero estos le guiñaron un ojo y la sonrieron. La miré y vi que estaba un poco más relajada. Asentí hacia ellos en señal de agradecimiento, sabía que no nos abandonarían a ninguno de los dos, ni siquiera a Emma. La habían cogido mucho cariño.
—¿¡Todo listo!? —Pregunté alzando la voz, permitiéndome el lujo de imponerme frente a ellos. Eran mis hombres, mis soldados. Todos estaban con las manos a la espalda, nos miraban como si fuéramos una pareja de Dioses del Olimpo.
—¡Sí, señor! —Dijeron a coro, incluido Gianni.
—¡Señores! ¡Partimos a Rusia! —Bajé unos cuantos escalones. Emma no se movió de su sitio, la miré con una sonrisa macabra—. Vamos a por esos hijos de puta.
Tuvimos que ir hasta el aeropuerto de Roma. Allí cogeríamos el vuelo privado para ir a Pulkovo. Una vez allí, nos instalaríamos en la casa de un conocido mío, Kirill Popov. Sí, todos debemos tener contactos en el territorio enemigo. Kirill fue mi socio cuando abandonó el territorio de Vólkov. El muy hijo de puta le tenía prisionero en su sede en Moscú por supuesto fraude, cuando él solo era un simple repartidor de comida haciendo su trabajo. Entonces, ese mismo día fue cuando secuestraron a Adrianna. Allí le conocí, le salvé la vida a cambio de que me dijera dónde escondían a mi esposa. Teníamos una deuda pendiente. En cuanto supo que venía de nuevo a por Vólkov se ofreció voluntario para ayudarnos.
Después de nueve horas metidos en el avión, mis hombres llamaron a una empresa automovilística para que nos proporcionaran vehículos. El concesionario más cercano estaba a dos horas, por lo que tuvimos que esperar hora y media a que los trajeran. Sí, les amenazamos de muerte si no se daban prisa.
—Gracias. —Dijo Salvatore a los rusos en su idioma natal.
Me miró a través de la ventana y sabía lo que debía hacer. Alzó el arma, al igual que los otros tres compañeros que estaban con él, matando a todos los que habían traído los coches. Cuando se cercioraron de que estaban muertos, salimos del avión. Emma puso mala cara al ver los cadáveres en sus propios charcos de sangre.
—¿Era necesario? —Me preguntó tapándose la nariz. Estos rusos ya vienen podridos antes de matarlos.
—Sí. —Respondí metiéndome en la parte de atrás de uno de los coches—. Nunca, y repito, nunca, te fíes de un ruso. Todos están comprados por Vólkov.
—¿Y qué hay del amigo ese tuyo con el que vamos a compartir techo? —Preguntó confusa.
En ese momento todos mis hombres arrancaron los coches y el avión despegó rumbo a Italia de nuevo. Salvatore y Gianni venían con nosotros. Alessandro y Felippo conducían.
—Lo mío es una excepción, amore (amor). Créeme, no confío al cien por cien en él, pero es necesario tener aunque sea uno de nuestro lado. Hacerle creer que confiamos para que, si nos llega a traicionar, matarlo en el acto.
Partimos hacia la casa de Kirill. Soltero, sin hijos. Un lobo solitario en todos los sentidos. Su casa no era más que cuatro paredes de madera con una escalera que en cualquier momento iba a caerse a pedazos, pero tenía un cobertizo en el jardín donde Emma y yo pasaríamos la noche. Kirill era un hombre muy atento. Nos dio un abrazo en cuanto nos vio, dándome las gracias de nuevo por haberle salvado la vida años atrás. Al parecer le afectó mucho su pequeño secuestro. Nos instalamos como pudimos y yo no hacía más que mirar cualquier tipo de rincón donde pudiera haber una cámara, un micrófono, o cualquier cosa que arruinase nuestro elaborado plan.
Mis hombres se quedaron montando guardia por los alrededores, incluidos Filippo y Alessandro. Ellos ya habían comido algo antes de ponerse a vigilar. Seré un jefe duro y sin escrúpulos, pero sé cuando mis hombres deben comer y cuidarse. Les necesito al cien por cien en esta misión. El resto nos quedamos dentro de la casa, cenando tranquilamente con Kirill. Era un hombre agradable, miraba a Emma con una ensoñación que me daban ganas de partirle la cara, pero no podía rebajarme a ese nivel cuando me ofrecía un techo en el que dormir. No hablamos de la misión, no daríamos detalles a nadie dentro de este territorio, pues nos pondría a todos en el punto de mira. Nos fuimos a dormir temprano, no eran ni las cinco de la tarde, pero debíamos estar descansados.
Conseguí que Emma se durmiese entre mis brazos nada más comer, en el vuelo durmió muy poco y necesitaba descansar para dar el golpe. Puse una alarma en mi móvil a las nueve de la noche, avisando a Salva de que a esa hora es cuando debíamos prepararnos. Estábamos a una hora de la localidad donde vivía Vólkov. Yo me quedé despierto un buen rato, abrazando a mi novia, pensando en todas y cada una de las maneras en las que podría matar a ese hijo de puta...
3 horas antes de la subasta (21:00 p.m)
La alarma de mi IPhone resonaba por toda la habitación. El cobertizo convertido en dormitorio no había estado nada mal. Según Kirill, lo reformó hace mucho tiempo convirtiéndolo en un pequeño apartamento para alquilar. Noté como Emma se removía entre mis brazos, pidiendo que apagara el dichoso ruido que no la dejaba dormir. Pegué mis labios a los suyos, a lo que ella respondió con afán, poniéndose encima de mí.
—¿No querías seguir durmiendo? —Pregunté separando mis labios de los suyos. Aún no la había visto abrir los ojos. Apoyó su cabeza en mi pecho.
—Si despiertas a alguien de esa forma no hay ser humano en este mundo que quiera volver a dormir...
La abracé, riendo de la gran verdad que había dicho. Yo también me había puesto a cien, pero había que prepararse. Nos levantamos un tanto somnolientos y con la noche ya encima nuestro. Saqué una caja que había reservado especialmente para ella. La sorpresa no tardó en verse en su rostro, ella no sabía nada. El logotipo de Chanel estaba en el dorso de la tapa, con un lazo dorado.
—Voy a ver cómo va Salva. Arréglate, salimos en media hora. El baño está al fondo. No tardes amore (amor). —Me encaminé hacia la salida, pero sabía que se me había olvidado algo. Bajo la mirada de Emma, saqué unos tacones dorados con plataforma de la bolsa que había traído—. Póntelos, hace juego con el vestido.
—Leone... es precioso. Pero no puedo aceptarlo.
Reí ante su inocencia. Acaricié su mejilla, deleitándome bajo esa mirada verde que tanto me había enamorado.
—Si vas a matarlo, no lo harás como Emma Sorrentino. —Dije llenándome de orgullo—. Lo harás como Emma Caruso, la mujer del mafioso más temido de Italia, la dama de la Sacra Corona Unitá.
Las prisas no tardaron en llegar. Kirill aún estaba despierto. Nos deseó un buen viaje antes de partir. Yo iría en uno de los todoterrenos con Salvatore y los demás. Gianni y Emma irían en un Ferrari 812 Superfast Spider de color rojo que habíamos comprado hace dos días. Sería el señuelo en el que llegarían Emma y mi amigo a la mansión de Vólkov. Mi prometida tardaba un poco, así que nos fuimos a los coches. Salvatore me recomendó ir subiendo al todoterreno para estar todos listos y partir cuanto antes. Empecé a subir hacia el escalón del Jeep, pero me quedé completamente helado. El resto tampoco disimuló al ver semejante hembra.
Emma salía con el vestido y los tacones que le había regalado. Estaba despampanante, tanto que incluso Salvatore, el cual estaba a mi lado, se quedó sin habla. Gianni la esperaba delante de todos nosotros, al lado del deportivo. Se me desencajó la mandíbula cuando vi su larga pierna descubierta por la raja del vestido. Se había colocado un cinturón en ella, donde llevaba una pequeña navaja. Pasaba completamente desapercibido y parecía toda una diosa inofensiva, pero en realidad era una pantera sin escrúpulos. Se acercó a Gianni, mirándome en todo momento.
Ambos vinieron hacia nosotros. El Jeep en el que iríamos Salva, Alessandro, Felippo, Valentino y yo tenía un sistema de operaciones en la parte trasera. No era una simple camioneta en la que pegaríamos los vinilos pertenecientes a la empresa de electricidad por la que nos haríamos pasar dentro de unas horas. Emma puso las manos en mi pecho, a lo que respondí envolviendo mis manos en sus caderas.
—Estás... —No me salían las palabras.
—Preciosa, hermosa, increíble, despampanante... Vamos, tú puedes. —Se estaba riendo de mí y del estado tan aturdido en el que aún me encontraba al haberla visto. Empecé a hacerla cosquillas delante de todos, me daba igual. La abracé depositando mis labios sobre los suyos.
—Estás increíblemente preciosa, hermosa y despampanante amore (amor).
Rió echando la cabeza hacia atrás, haciendo que Valentino soltase una sonrisa a sus espaldas. Y hablando de sus espaldas, la espalda del vestido estaba completamente abierta. Me di el lujo de pasar la mano por ella, percibiendo que se le ponía la piel de gallina.
—¡Va bene! (¡Bien!) —Salva empezó a dar palmadas—. ¡Nos vamos! ¡Hay que llegar cuanto antes!
Todos se metieron a los coches, dejándonos solos. Se dieron cuenta de que necesitábamos privacidad.
—¿Tienes la máscara? —Le pregunté. Ella asintió, la cogió de dentro de su bolso y se la puso. La luz de la luna se reflejaba en las lentejuelas doradas, haciendo que su pelo rubio y sus ojos verdes resaltase mucho más—. Bellisima (Preciosa).
—Prométeme que vamos a salir de allí. Juntos. —Dijo con las lágrimas asomando por sus ojos.
—Cariño... —Advertí, sabiendo que lo único que quería era saber que ambos íbamos a vivir para contarlo.
—Prométemelo. —Su barbilla empezaba a temblar—. Per favore (Por favor)...
Cogí aire, soltándolo con fuerza y lentitud.
—Te lo prometo. —Dije, intentando auto convencerme. Pero entonces vi en sus ojos la ilusión, la posibilidad, las oportunidades que podíamos tener después de esto—. Te lo juro, Emma. Saldremos de allí y nos casaremos. Nos iremos a cualquier lado a vivir, lejos de todo lo que nos ha ocurrido hasta ahora. Te llevaré al circuito de Fórmula Uno que tú quieras. —Soltó una carcajada llena de amor y lágrimas—. Nos casaremos en la playa como le dijiste a tu madre que querías, vendrá con tu padre y él me entregará tu mano en el altar. Nos iremos a vivir a Roma, en una penthouse de la ciudad, tendremos hijos y un perro. Conoceremos a nuestros nietos y estaremos juntos. Siempre. Hasta que la muerte nos separe.
Emma se tapó la boca con la mano, acariciándome la cara con la otra. Jamás había dado un discurso parecido, solo cuando le pedí matrimonio en medio del caos ruso en el hotel de Nueva York. No solía ser un hombre de palabras bonitas, pero Emma me ha cambiado por completo. En lo bueno y en lo malo. Será mi compañera de fechorías, de cama... de vida.
—Ahora vamos a matar a ese cabrón, y volveremos con tus padres sanos y salvos.
Asintió con la cabeza. Me dio un beso en la boca. No de los cortos que se lleva el viento, no. De los largos. De los que te quedan siempre en la memoria. Esos llenos de pasión y también de anhelo. Esos que con solo sentirlos te tiemblan las piernas sin saber qué es lo que puede pasar con la otra persona. Emma se separó de mis labios, mirándome a los ojos. De repente, el claxon de un coche nos hizo pegar un brinco, aún abrazados. La ventana de vidrio del Jeep se bajó, dejando ver a un impaciente Salvatore.
—Venga ya... —Dije contra el pelo de Emma.
—¿Qué pasa? ¿He vuelto a cortaros el rollo, tortolitos? —Preguntó Salvatore. Ambos le miramos con rabia.
—¡Sí! —Gritamos a la vez.
Subió la ventana rápidamente frente a nuestro arrebato. Emma y yo nos miramos, soltando una carcajada por lo que acababa de pasar.
—Hay que irse. —Dije, en serio—. Gianni te dará un auricular oculto que te pondrás en el oído. Póntelo y entonces nos escucharás. Luego te pondrá una cámara en el escote del vestido. Podremos ver todo lo que hacen allí, es muy pequeña, nadie lo notará. Como te toque en exceso, lo mato.
Torció los ojos ante el último comentario. Una pequeña risa se escapó de sus labios, mirándome a los ojos.
—Ti amo (Te amo). —Dijo, acariciándome la nuca.
—Ti amo (Te amo).
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