7

LEONE

No sé qué se me pasó por la cabeza para presentarme en su casa. Ni siquiera sabía qué hacía allí. Así que simplemente dije la mayor estupidez que se me ocurrió.

—Vengo a hablar con la señorita Jhonson.

Emma y la mujer que tenía tras ella, la cual supuse que era su madre, miraron hacia atrás. La chica rubia estaba viniendo casi corriendo a la puerta. Paró a dos pasos de la misma para arreglarse el pelo y controlar su respiración.

—Hola, señor Caruso. ¿En qué puedo ayudarle?

Me quedé en blanco. En realidad no sabía a qué venía. Mis hombres esperaban en los coches y yo no sabía qué decir.

—¿Quiere pasar? —Dice entonces la mujer mayor—. He hecho lasaña.

Mamma...

Sí, efectivamente era su madre.

—Claro, señor Caruso, quédese a comer. —Dijo la rubia tocando mi brazo de una forma que me dieron arcadas. La miré con una ceja en alto para que entendiera que nadie me toca sin mi consentimiento. Al parecer lo entendió y le causó un poco de miedo—. Dis...disculpe.

Me fijé en el interior de la casa. No era nada ostentoso, más bien un hogar humilde. Mis ojos pasaron hacia la madre de Emma y después en ella.

—Está bien, me quedaré.

Emma me miró con los ojos abiertos, su madre con una sonrisa de oreja a oreja y su amigo pegó un salto y un chillido que me traspasó los tímpanos.

—Pase, pase.

Mamma... —Dijo ella a su madre cuando pasé—. ¿Podemos hablar, per favore?

—Claro. Siéntese señor. Ahora mismo comeremos todos juntos.

—¿Dónde está el baño? —Dije. Sé que sonaba mal, pero quería saber qué era lo que le iba a decir a su madre.

Fui al baño que estaba al lado de la cocina, donde su madre y ella hablaban. Salí sigilosamente y me coloqué al lado de la puerta para escuchar la conversación.

Mamma no lo conoces. ¿Cómo le invitas a entrar?

—Yo no lo conozco, pero tú sí. ¿Qué hay de malo?

—No quiero que mi jefe se quede aquí a comer.

—¿Es tu jefe? —Preguntó su madre sorprendida.

—Sí, mamma. Es el dueño de la cadena hotelera en la que trabajo.

Un silencio se instaló entre ellas.

—Es mono.

—¡Mamma! —Dijo ella irritada. Solté una pequeña carcajada—. Per favore, no me hagas pasar vergüenza.

—¿Me vas a negar que es guapo? —Emma soltó un suspiro.

—No, mamma. No te lo voy a negar. Pero es mi jefe. No va a pasar nada entre nosotros.

Una mueca se adornó en mi rostro. Por alguna razón, ese último comentario me molestó. ¿Por qué no podría haber nada entre esa chica y yo? Es cierto, yo mismo lo dije. Esa chica no era buena para mí, y aún sigo pensando lo mismo. Pero... ¿por qué se me hace imposible alejarme de ella? Un carraspeo me sobresaltó.

—¿Eres espía?

Un chaval de unos dieciocho o diecinueve años estaba delante mío con los brazos cruzados sobre el pecho.

—No. —Respondí secamente, yéndome de allí.

—¿Entonces qué hacías escuchando la conversación entre mi madre y mi hermana?

Frené en seco y me giré hacia él. El mocoso me estaba empezando a cabrear considerablemente. ¿Qué cojones le importaba lo que hacía?

—No me interrogues, niñato. —Dije. Un hedor a porro y marihuana inundó mis fosas nasales. Joder, el hermano de Emma era drogata—. Deberías darte una ducha.

—¿Qué?

—Que hueles a droga.

—Estamos todos acostumbrados.

—No deberían.

—¿Quién te crees que eres? ¿Mi padre? —Dijo el chico elevando la voz.

Me callé por el simple hecho de que Emma y su madre habían aparecido ante nosotros. No era propio de un caballero crear una escena en una casa ajena. No fue eso lo que me enseñaron mis padres.

—¡Leonardo! —Dijo su madre. —Ven, vamos a hablar. Ahora.

El chico se retiró siguiendo a su madre como un niño al que van a reñir. Después me giré hacia la chica. Emma estaba con los brazos cruzados, al igual que su hermano hace unos segundos, y puedo asegurar que estaba muy cabreada.

—Ha empezado él. —Dije como un niño.

Emma abrió los ojos sorprendida por mi reacción.

—Señor Caruso, ¿estaba usted espiándonos a mi madre y a mí?

—Muero de hambre, señorita Sorretino.

—Respóndame o no probará bocado.

—Quiero comer.

—No te comportes como un niño.

—Y tú no me hables así, soy tu jefe.

—¿Por qué está aquí, señor Caruso?

Me quedé callado. Ese era el problema. Ni yo lo sabía.

—Ya se lo dije, vine a hablar con la señorita Jhonson. —Volví a meterle la misma trola que hace unos minutos—. ¿Tiene algún problema?

—Muchos, el primero usted. Se presenta como si nada a mi casa y esto puede repercutir en mi puesto de trabajo.

—¿Eso es lo único que la preocupa?

No quise preguntárselo de forma tan directa, pero ya no había vuelta atrás.

—Sí. —Dijo ella nerviosa. Me acerqué a ella hasta tal punto de que su respiración chocaba con la mía. Me recordó al encuentro que tuvimos anoche. Estaría borracho, pero me acordaba de absolutamente todo.

—¿Estás segura, Emma? —Dije acercándome peligrosamente a ella. No iba a besarla, por supuesto que no. Aunque una parte de mí lo quería, no podía acercarme tanto a ella. No si encima su amiga y compañera de trabajo estaba aquí. La mención de su nombre le provocó un escalofrío. Y entonces vino la pregunta que más me temía.

—¿Cómo sabe mi nombre? —Preguntó—. ¿Cómo sabe dónde vivo? ¿Acaso conoce a mi padre?

—Cuando llegue el momento, te responderé. Solo te diré que sé los nombres de todos mis empleados. Soy el dueño, después de todo.

Asintió con la cabeza y se alejó lo más rápido de mí que pudo, ya que su madre y su hermano bajaban las escaleras para venir a comer con nosotros. Todos estaban sentados y, por desgracia, me tocó al lado de Sophia y delante de Emma. La rubia me miró y me guiñó un ojo. Estaba buena, muy buena.

Todos comenzamos a comer, mis hombres estaban junto a las paredes del salón. Emma les miraba nerviosa al lado de su hermano, este me miraba mal, su madre con cariño y admiración, y Sophia... bueno. Sophia estaba poniendo ya la mano en mi pierna. Podría aprovechar la situación y ver cómo se lo tomaba Emma.

—Señor... ¿Caruso? —La madre de Emma se dirigió hacia mí. Asentí con la cabeza—. Usted es el dueño de los hoteles donde trabajan mis niñas, ¿no es cierto?

Reí ante el comentario de "sus bambinas" y posteriormente respondí.

—Sí.

—Emma me dijo que se está usted hospedando en su hotel. ¿Donde vive?

—Actualmente vivo en Florencia, señora. Aunque en realidad tengo propiedades por toda Italia.

Miró a su hija, yo la miré también, esta se puso roja como un tomate y volvió a centrarse en su comida.

—Así que toda Italia, eh... —Dijo pensativa removiendo su comida—. ¿Está usted casado?

Carraspee mientras me atragantaba con la lasaña. Estaba de muerte, tan de muerte que casi me ahogo con la pregunta que me hizo.

—No, no lo estoy.

La cara de la chica que tenía a mi lado se iluminó notablemente.

—¿Y eso? Es un hombre de prestigio. Cualquier mujer querría estar con usted. —Dijo la mujer riendo. Miré a su hija.

—El problema es que yo no quiero estar con cualquier mujer. —Dije sin apartar la mirada de esos ojos verdes que me estaban volviendo loco.

Nadie dijo nada más. La mano de Sophia estaba cada vez más cerca de la hebilla de mi cinturón. Miré a la chica y se mordía el labio mientras bebía su copa de lo que parecía ser vino blanco. Por otro lado, el vaso de la chica que tenía delante contenía una simple Coca Cola burbujeante. Era tan simple... no era una mujer ostentosa como su amiga. La gustaba hacerse notar, cosa que pude comprobar en la fiesta, pero no quería llamar tanto la atención como Sophia. La rubia era un mujerón, todo había que decirlo. Cualquier hombre se quedaría prendado de ella, incluso yo si no tuviera esos ojos verdes delante de mí, observando cada uno de los movimientos de su amiga. Sabía que la molestaba, y por alguna razón decidí finalmente seguir el juego de Sophia.

La miré y la dediqué una de mis encantadoras sonrisas. Una de esas con las que las mujeres se quedan babeando una semana entera. No lo digo yo, lo dijo Salvatore. Antes le habría dado mi número a la rubia y habríamos quedado en un hotel para pasarlo bien, pero ahora no podía arriesgar a dar mis datos personales a nadie que los necesitase de verdad.

—Bueno, veo que todos hemos acabado.

Samara, que así era como se llamaba la madre de Emma, se levantó de golpe para recoger los platos. Su hija se levantó también y recogió todos los platos por su madre. Los iba cogiendo uno por uno, agachándose en el proceso. Hasta que vino al mío. Mis hombres se pusieron alerta cuando ella agachó la cabeza más de los necesario, quedando a la altura de mi rostro. Nos miramos a los ojos durante un buen rato, hasta que su amiga me llamó y me vi obligado a romper el contacto visual.

—Si vive en Florencia y es usted el dueño del hotel donde Emma y yo trabajamos, ¿cómo es que ha venido a hospedarse concretamente al nuestro?

Una pregunta muy inteligente viniendo de, lo que parece, una chica tan estúpida. Lo digo, no solo por las apariencias, sino porque sus calificaciones no son muy altas. Tuvieron que registrarlas durante las prácticas de la universidad, y digamos que las opiniones de los gerentes hacia el profesorado no fueron las mejores en cuanto a su labor.

—Me dieron la sorpresa de que había un evento universitario en mi hotel, por lo que decidí asistir.

—Se preocupa mucho por sus proyectos, no es así. —Me limité a asentir con la cabeza—. ¿Puedo hacerle una pregunta?

—Claro.

—¿Por qué las habitaciones VIP están en la planta más baja del hotel? No es por parecer una listilla pero, ¿no se supone que esas estancias deberían estar en la planta más alta?

Cuando Sophia terminó su pregunta, Emma entró al salón de nuevo para seguir recogiendo la mesa. Escuchó perfectamente aquella pequeña conversación, ya que tardó más de lo normal en recoger. Su hermano estaba con el móvil y muy pendiente de la chica que estaba venga a manosearme por debajo de la mesa. Un niño celoso, ¿eh...? Si de verdad supiera en quien estoy interesado...

Volví a la realidad y recordé la pregunta que me hizo Sophia, la cual me miraba expectante a que respondiera. No me gustaba hablar de ese tema con personas con las que no tenía la suficiente confianza. Siempre fue algo delicado para mí, algo que no le contaba a cualquiera. Solo Salvatore y mi difunta esposa sabían de aquello.

—¿Y bien? —Todos estaban mirándome, incluso Emma se había quedado parada a medio camino de la cocina para escuchar mi respuesta.

Me levanté de golpe y cogí mi teléfono del bolsillo interno de mi americana.

—Debo hacer una llamada. Ahora mismo vuelvo.

Era una completa y absoluta mentira. Una escapatoria para quitarme a la rubia de bote de encima. Entonces me acordé de algo importante. Nadie me había informado de mis armas. El cargamento todavía no había llegado, y eso ya me daba malas vibraciones. Sin que nadie me escuchara, llamé a Sorretino.

—Leone. —Respondió al tercer tono.

—Sorrentino.

—¿Ocurre algo? ¿Dónde estás? Felippo me dijo que retrasaste la reunión.

—Más bien la anulé.

—¿Por qué narices la anulas? ¡Teníamos que hablar sobre tus putas armas!

—Y por eso te llamo, amigo. ¿Cuando van a llegar? Me prometiste hace unos días que estarían en mi mansión en Florencia. Creo que esa promesa era una completa mentira.

—Me dijeron que iban a llegar. —Me giré hacia la puerta del patio y vi a Emma mirándome mientras ponía el postre en la mesa—. No se han podido perder por el camino. —Samara le dijo algo a su hija y ambas me miraron, mientras yo desviaba la mirada al césped. Entonces volví a mirar y ella venía hacia mí. Cazzo—. ¿Me estás escuchando?

—No puedo hablar ahora. Luego aclararemos este lío.

—No, Caruso. Hay que hablarlo ahora. Necesitáis las armas, ¡ya!

—¡¿No me digas, Rafaello?! —Grité. Me quedé paralizado al instante. Mierda. Giré lentamente y vi a la hija del hombre con el que estaba hablando parada en la puerta del jardín, atónita—. Luego te llamo. Ciao.

—¿Dónde narices est...? —No le dio tiempo a terminar la frase porque le colgué inmediatamente.

Caminé hacia ella. Su ceño estaba fruncido. Lo había escuchado, pero... ¿cuánto había escuchado? Si ella sabía algo, íbamos a tener un problema gordo. Rafaello se fue de sus vidas para no volver a ponerlas en peligro. Yo estuve "involucrado" en el secuestro. Fui un topo al principio, pero me dejé llevar por el poder y le caí bien al Don. Aún así, Rafaello sabía que yo quería ser el mejor Don que pudo tener la mafia italiana. Tenía conocimientos desde hacía mucho tiempo, y el padre de Emma me dio la oportunidad ese día.

—¿Era il mio padre?

Cazzo.

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