69
EMMA
Los días pasaban. Los entrenamientos eran cada vez más duros, mi puntería mejoraba y los moretones empezaban a salir por mi piel. Leone se enfadaba cada vez que me veía con uno nuevo, pero luego le hacía entrar en razón. Era algo totalmente normal, y cuando practicaba artes marciales era el pan de cada día. Faltaba un día para el golpe, a la mañana siguiente partiríamos a Rusia y los nervios de todos eran más que visibles. Sabían que era la operación más peligrosa que habían hecho. Además, Salvatore estaba muy comprometido con mi formación física. Quería que fuera una completa arma de lucha, y por eso nos pasábamos cada mañana y alguna noche en los gimnasios. La sala de tiro ya era como una especie de santuario y las armas unos juguetes. Había mejorado muchísimo mi estrategia. Y no quería parar, muy a pesar de Leone.
Me estaba preparando para el último entrenamiento antes del golpe. Al día siguiente partiríamos a Rusia y, sinceramente, sabía que estaba más que preparada, tanto física como mentalmente. Leone me llamó para hablar conmigo en su despacho antes del entrenamiento... Y no fue una charla muy agradable. Ambos estábamos muy agobiados con la operación, y lo peor que pudimos hacer fue discutir. Pero lo hicimos, y nos escuchó toda la mansión.
—Emma, estás exagerando. —Dijo, haciendo como si le importara una mierda mi opinión al respecto.
—¿¡Exagerando?! —Pregunté fuera de mis casillas—. Leone, es una locura. No puedes hacer tal cosa.
—¿Y dejar que maten a tus padres? —Preguntó, rodeando la mesa de su escritorio y apoyándose contra ella, cruzando los brazos sobre su pecho. La camiseta negra de manga corta a juego con los pantalones del mismo color no hacían ningún bien en mi cordura—. Lo siento, pero me encantaría verlos en la boda.
—Sabes que soy perfectamente capaz de hacerlo con Gianni. Para eso me estás entrenado, para enfrentarme a él.
—No estará solo, y lo sabes. —Sus palabras eran ciertas, pero su idea era descabellada—. Lo único que voy a hacer es adentrarme como yo mismo, es a mí a quien quiere. No a ti.
—¿Qué te dijo exactamente? —Pregunté, harta de esa conversación.
—Que soltaría a tus padres si yo me presentaba frente a él. Si me quiere a mí, le daremos el gusto. —Explicó mi prometido, de lo más tranquilo.
—¡Va a matarte! —Chillé. Leone hizo una mueca al escucharme.
—No lo hará, Emma. —Dijo. Mi expresión solo le indicaba una cosa: ¿cómo estaba tan seguro de eso?—. Vitali quiere hacerme sufrir. Y lo único que me haría sufrir antes de matarme es verte morir.
El corazón se me aceleró con sus palabras, pero aún estaba enfadada. Su plan era una idea descabellada y no iba a funcionar. El plan siempre fue que Gianni y yo nos metíamos a la subasta, apagábamos las luces, desalojábamos el lugar y matábamos a Volkov. Ese era el plan desde el principio. Pero ahora Leone quiere cambiarlo, quiere meterse ahí dentro cuando sabe perfectamente que sería poner un pie dentro de su propia tumba. Intentó acercarse a mí, pero puse una mano entre nosotros dando un paso hacia atrás. Debía pensar con claridad antes de que me tocara y perdiera la noción del tiempo.
—Vuelve a explicármelo. —Pedí cruzándome de brazos.
Leone volvió a su posición inicial, suspiró y empezó a hablar.
—Gianni y tú seréis los que os meteréis desde el principio, como los familiares lejanos de los Petrov—. Asentí con la cabeza—. Estaréis en el baile de máscaras tan hortera que organiza el ruso. No tomareis alcohol, por supuesto. A las doce de la noche os llevarán a todos a la sala de subastas, en el sótano. La parte de arriba quedará completamente vacían y será ahí donde entraremos nosotros. Gianni apostará por un par de mujeres antes de que nosotros entremos.
Froté mi frente mientras me iba al sofá que había en su despacho. Necesitaba entender esa parte del plan antes de que pudiera continuar con la otra, con la que yo más temía. Leone se quedó callado mientras yo frotaba mi cara, pero entonces alcé mis ojos hacia los suyos. Se quedó en la misma posición que antes, no se había movido, únicamente giró su cabeza hacia mí. Agradecí el espacio que me estaba dando en ese momento. Hice un gesto con la mano para que siguiera hablando.
—Salvatore, Valentino, Alessandro, Filippo y yo entraremos—. Concluyó mirándome ferozmente.
—Vitali te dijo que fueras completamente solo. —Dije. Aún habiéndome contado el plan ya una vez, seguía sin entender cómo iban a entrar todos juntos, con armas y disfrazados.
—Iremos disfrazados del Equipo Técnico de Iluminación. Por lo que hemos visto, Vitali ha contratado uno desconocido llamado RadiantBeam Specialists. Les hemos localizado en una localidad apartada del país, Irkutsk. Iremos casi todos mis hombres en una camioneta, sin dejar la mansión desprotegida, y tres de ellos se quedarán en la empresa haciendo que ninguno de los empleados se mueva. No son una empresa muy grande, creo que eran cuatro personas. Las mismas que iremos de incógnito.
—Entiendo... —Dije, intentando convencerme de que era un buen plan—. ¿Y qué haréis cuando entréis allí?
—Entraremos a la primera planta como el equipo técnico. En cuanto bajemos para asegurar la iluminación, orden de Vitali, iremos a los mandos, que estarán justo al lado del escenario donde se hacen las subastas. Y allí atacaré, me quitaré el disfraz sin que estén mis hombres delante para que solo me vea a mí. Si me ve llegar con el resto sabrá que no fui solo. Debe verme a mí. En cuanto lo haga, se apagarán las luces y Valentino sacará a la gente de allí, dando dos disparos al aire. Se asustaran y saldrán corriendo por las puertas que Valentino ya habrá abierto.
—¿Y mis padres? —Pregunté atemorizada.
—Está claro que a tu madre la pondrán como una de las subastas. Gianni se encargará de apostar por ella, aunque con discreción. No queremos que os descubran. Por eso os cambiareis el peinado e intentaréis pareceros a ellos. Hemos encontrado una foto de los Petrov. Tú debes cortarte el pelo, alisártelo y teñírtelo de rubio platino.
—¿¡Qué?! —Pregunté horrorizada. Jamás me había alisado el pelo. Y quizás me había hecho alguna mecha de color cobre, pero nunca me había teñido el pelo completamente rubio, y menos rubio platino.
—Es primordial que os parezcáis a ellos. Por suerte para ti, la mujer, Rina, tiene los ojos verdes. Pero Gianni tendrá que usar lentillas, ya que los de Viktor son azules como el mar.
Era total y absolutamente entendible. Aunque no los conociera, Volkov era muy listo. Sabía quién era y seguramente también conociese a Gianni. Debíamos pasar desapercibidos a su vista. Pero entonces, una pregunta se formó en mi mente.
—¿Y el plan B? —Pregunté. Los ojos de mi prometido se entrecerraron y se revolvió un tanto molesto en su sitio. Aún no se había movido de ahí.
—¿Plan B? No hay plan B, Emma. Solo hay un plan. El plan A, o como narices quieras llamarlo. —Replicó con tono enfadado, un tono que no me gustó nada. Ahí empezábamos de nuevo.
—¿Crees que va a funcionar al cien por cien, Leone? ¿Crees en serio que saldremos todos de allí sin un rasguño? —Leone desvió la mirada al suelo, aún más enfadado que antes—. No. Todo tiene un lado malo, todo en algún momento falla porque nada en esta vida es perfecto. Y este plan muchísimo menos.
—¿De qué puto lado estás, Emma? Estoy haciendo esto por ti. He hecho de tripas corazón para que te metas allí, convenciéndome a mí mismo de que es una buena idea. ¿Y ahora me vienes con esto? —Ahí sí que estaba enfadado. Le había visto así alguna vez, pero no conmigo. No me moví del sitio porque no tenía miedo de mi prometido. No perdí la compostura.
—Del tuyo. Siempre del tuyo, Leone. No quiero perderte. —Me levanté del sofá y fui hacia él. Me puse delante de su cuerpo, acariciando sus brazos más tensos de lo normal. Cerró los ojos al sentir mi tacto, pero siguió sin moverse.
—Tienes que ir a entrenar con Salvatore. —Dijo con voz ronca. Sabía que estaba así porque aún tenía las hormonas un poco alteradas, con suerte se me pasaría antes de dar el golpe—. Emma, vete.
—Me quiero quedar aquí. —Seguí acariciando sus brazos desnudos y continué hasta el cuello, haciendo que tuviera que acercarme un poco más a él.
—Sabes perfectamente que a las doce de la mañana empiezas a entrenar con Salvatore. A las dos venís a comer y a las cinco os volvéis a ir. —Explicó, recordándome el horario que Salva me había impuesto para entrenar—. Hoy iré contigo a la sala de tiro. Mientras no estés, Gianni y yo nos encargaremos de todo lo que nos haga falta para el operativo.
—¿Acabas de soltarme todo ese sermón? ¿En serio? —Pregunté un tanto indignada. Le había dicho que quería quedarme con él y lo único que había hecho era recordarme las horas de entrenamientos—. Eres increíble.
Me di la vuelta para irme, pero justo antes de abrir la puerta una mano agarró el pomo y la otra presionó la estructura de madera. Me quedé, literalmente, acorralada.
—Si por mí fuera te follaría ahora mismo contra la mesa, amore (amor). —Dijo en mi oído, sintiendo su erección pegada en mi trasero—. Pero...
—¡Emma! —Unos golpes en la puerta nos sobresaltaron y tuvimos que alejarnos de ella. Solté un bufido molesto, mientras escuchaba una pequeña carcajada por parte de mi prometido—. ¿Estás ahí, bambina (niña)? Tenemos que irnos.
Abrimos la puerta para encontrarnos con la persona que nos había cortado el rollo. Como siempre, nuestro querido y amado amigo aparecía en los peores momentos.
—Salvatore, tienes el don de la oportunidad. —Dije cruzándome de brazos. Estaba molesta, y no iba a ocultarlo.
—Oh, disculpen majestades por irrumpir en su muestra de amor y afecto, pero hay que irse.
Salvatore se encaminó por el pasillo. Me giré para darle a Leone un beso en los labios, aunque no pensé que fuera a alargase tanto. Me metió la lengua hasta la campanilla, presionando su erección aún notable contra mi estómago.
—Creo recordar que tenemos un rato, después de comer, antes de irnos de nuevo a la nave.
—No me gusta discutir, y menos ahora. —Dije, acariciando su barba.
—¡Bambina (Niña)! —Gritó Salvatore—. ¡Cuanto más tardes, más tiempo estaremos allí y menos en casa!
—Dios... Parece mi padre. —Dije, soltando el cuerpo de mi prometido.
—Vete antes de que vuelva a encerrarte aquí dentro. —Dijo Leone soltándome. Me di la vuelta y vi como Gianni caminaba hacia el despacho.
—Después de comer te teñimos. —Me dijo antes de entrar en el despacho, pasando por delante de Leone.
—¿Nadie nos va a dejar ni un minuto de paz? —Preguntó al aire, como si estuviera esperando una señal de Dios.
—Me voy antes de que Salvatore se vuelva loco.
Así lo hice. Salvatore y yo fuimos a la nave donde estaban los gimnasios, de nuevo. Allí entrenamos durante horas hasta el momento en el que Alessandro tuvo que sacarnos a rastras diez minutos antes de la hora acordada con Leone. Habíamos entrenado muy duro y ambos estábamos agotados, aunque al parecer a Salvatore aún le quedaban fuerzas para algo. Decidí irme de allí antes de que montaran una escena no apta para menores. Me fui directamente al coche, donde no había absolutamente nadie.
Comencé a pensar en los riesgos que conllevaba entrar en la mansión Volkov. Si se da cuenta de quiénes somos, nos matará a ambos, mis padres quedarían indefensos y Leone sería capaz de entrar con todo, sin ningún tipo de plan de infiltración y matar a todo el mundo. De pronto, escuché un ruido detrás de mí. Me puse alerta al instante, teniendo en la mente todos los movimientos de ataque y defensa que Salvatore me había enseñado todos estos días. El sol brillaba a través de las nubes grises que adornaban casi todo el cielo. Hacía frío en la calle, y todas esas nubes me daban a entender que empezaría a llover en cualquier momento.
—Bambina (niña). —Puse los ojos en blanco ante la insistencia de Salvatore para llamarme así. Me di la vuelta, cruzándome de brazos y mirando hacia los zafiros celestes que tenía por ojos—. Nos vamos. Hay que comer y arreglarte ese pelo. Luego vendrás con Leone a la hora que él considere.
Alessandro, el cual traía una sonrisa de oreja a oreja, me abrió la puerta de la parte trasera del coche. Sonreí hacia Salvatore de forma pícara, por la actitud tan amable y divertida de Alessandro sabía que ahí dentro no había ocurrido una simple sesión de besos. Una vez en la mansión, cada uno fue a sus aposentos para poder darse una ducha. Pasé por delante del despacho, Leone estaba sentado en la silla negra de cuero con los dedos frotando sus sienes. Me dirigí a la habitación para poder ducharme y comer lo antes posible. Realmente tenía ganas de ver mi cambio de look. Debía reconocer que al principio no me hacía mucha gracia la idea de cambiar de forma tan radical, pero era algo necesario y que harían con o sin mi consentimiento.
Me deshice de la ropa, dejándola tirada por el suelo. La ropa interior era lo único que me tapaba el cuerpo mientras entraba en el baño de la habitación. Una vez que me quedé completamente desnuda, ya dentro del baño, me metí en el amplio plato de ducha moderno de color negro. La decoración de esa mansión era algo que me fascinaba, sobretodo la sala de estar y los baños. Eran absolutamente preciosos, modernos y a la vez con algún que otro toque vintage. Comencé a pensar en cómo sería la vida de casada con Leone. Agradecía en el alma todos los servicios que nos proporcionaban las personas de servicio de la mansión. Pero me encantaría, por una vez, levantarme y hacerle el desayuno a mi marido, algo especial. Algo nuestro.
De repente, unas manos se posaron en mis caderas. Di un respingo hacia atrás, haciendo que mi espalda chocase con algo duro. Me di la vuelta para ver la cara de mi prometido. Estaba guapísimo, como siempre, pero las bolsas bajo sus ojos marrones eran más que notables.
—¿Tutto bene? (¿Todo bien?) —Pregunté con una mueca. Él sonrió, abrazándome y dejando un beso en mi cuello.
—Sí. —Dijo con voz ronca. Inspiró mi aroma con fuerza bajo el agua que cae de la alcachofa. Sus brazos hicieron más fuerza alrededor de mi cuerpo, provocando que un calor reconfortante me recorriese de arriba a abajo—. Solo estoy un poco cansado. Mañana va a ser un día muy duro, desde primera hora.
En ese momento, mi cabeza giró hacia la bañera que había justo detrás del plato de ducha. Era moderna y lo suficientemente amplia para que Leone y yo nos metiéramos dentro sin problemas. El rostro de mi novio aún seguía escondido en mi cuello, como si no quisiera moverse nunca más de allí.
—¿Un baño? —Pregunté, haciendo que elevase la cabeza para mirarme.
Se giró para observar lo que mis ojos tanto miraban, para luego asentir con una sonrisa cansada.
Después de la ducha, el baño y una ronda de sexo que terminó con nuestros cuerpos calados en el pequeño balcón de nuestra habitación, Leone y yo bajamos al comedor donde, seguramente, ya habrían servido la comida. Estaba realmente hambrienta, apenas había desayunado para no vomitar durante el entrenamiento con Salvatore. Por el pasillo nos cruzamos con Anna, persona a la que intentaba por todos los medios no dirigir la mirada ni la palabra. Leone posó su mano en mi cintura, atrayéndome hacia sí, cuando la chica pasó por delante de nosotros. Respondí pasando mi brazo por su espalda, mirando por encima de mi hombro la reacción de la chica. Vi perfectamente su cara de disgusto y de odio hacia mí.
—Las tienes loquitas a todas eh... —Le dije a Leone mirando al frente. Noté la vibración del cuerpo de mi prometido al reírse.
—Soy un rompecorazones, ¿qué puedo decir? —Dijo con una sonrisa pícara.
Le di un codazo en las costillas, haciendo como si me hubiera molestado. Él se inclinó un poco a la derecha, alejándose de mí. Aún así, cuando se recuperó, vino corriendo detrás mío con una intención que yo conocía muy bien y que tanto odiaba: hacerme cosquillas. Odiaba las cosquillas, intencionadas claro. Podría sacar un ojo a alguien con las pataletas que eso me provocaba. Bajé las escaleras de dos en dos, de salto en salto. Di gracias a Dios de no haberme abierto la cabeza en el intento. Una vez abajo, fui directamente al comedor con Leone pisándome los talones. Nuestras risas se escuchaban por todo el lugar y al llegar vi a Carina sirviendo la comida a los hombres ya presentes: Valentino, Salvatore, Alessandro, Felippo y Gianni.
Leone entró riendo en la sala mientras yo corrí alrededor de la mesa para ponerme detrás de Salvatore. Todos nos miraron con los ojos abiertos, al igual que Carina. Después, todos y cada uno de los presentes empezaron a sonreír, algunos con ternura como Carina, Valentino o Felippo, y otros con diversión como Salva, Alessandro y Gianni. Leone frenó en seco en cuanto les vio a todos, irguiendo su cuerpo y poniéndose completamente serio.
—Buonasera (Buenas tardes). —Dijo mi prometido sentándose a la cabeza de la mesa.
Había un hueco libre a su lado derecho, donde al parecer me sentaría yo. A mi otro lado se encontraba Salvatore y frente a mí estaba Gianni. Felippo y Alessandro estaban frente a frente, aunque Alessandro al lado de su... ¿novio? ¿Pareja? Fuera como fuese, tanto Leone como yo nos alegrábamos por su relación. Comimos hablando sobre el plan, Gianni y yo recordábamos todos los movimientos que haríamos nada más entrar en la mansión Volkov. Aún así, todos teníamos algo muy claro: algo iba a salir mal. Lo teníamos tan bien preparado que parecía completamente imposible que algo así sucediera al dedillo.
Después de la comida, Gianni me indicó, o más bien me ordenó, que subiera a la habitación. Miré a Leone con un poco de confusión, pero luego recordé que tenía que arreglarme el pelo para mañana. Recé a todos los dioses para que no fuera un desastre y mi pelo no pareciera una peluca mal puesta. Cuando entré me sorprendí al ver a tanta gente en mi propia habitación. El tocador estaba repleto de cosas y un hombre emperifollado con una sonrisa de oreja a oreja vino corriendo hacia mí.
—¡Ciao, bella! (¡Hola, preciosa!). Es toda una preciosidad, cariño. Deje que la vea bien. —El hombre me cogió una mano y me dio dos vueltas sobre mí misma—. Bellisima (Guapísima). Soy Tomasso, voy a ser su estilista el día de hoy. Sé perfectamente que al día siguiente el señor Caruso y usted se van de viaje, así que voy a dejarla estupenda.
—Encantada, soy Emma. —Dije, con la intención de que me llamara por mi nombre—. Puede tutearme, si lo prefiere.
—Entonces lo haremos los dos. —Dijo mirándome con una sonrisa muy amplia.
Tomasso miró por encima de mi cabeza, poniéndose nervioso al instante. Alzó la mano, pero luego se arrepintió e inclinó la cabeza hacia delante a modo de saludo.
—Buonasera (Buenas tardes), señor Caruso.
Todas las mujeres que acompañaban al estilista, él incluido, miraban con adoración y lujuria hacia la puerta. Estaba más que acostumbrada a ver las impresiones que provocaba mi prometido con su presencia. Me giré con una sonrisa divertida, y allí estaba. Se había cambiado de ropa, ahora mismo tenía un pantalón negro de vestir, zapatos de vestir del mismo color, una camisa blanca abotonada hasta el pecho. Se acercó hacia mí, pasando sus manos por mi cintura.
—Espero que la dejéis igual de guapa que ahora. —Dijo dándome un beso en la cabeza.
—Por supuesto, señor. —Aseguró Tomasso, comiéndoselo con los ojos. Estaba claro que a mi estilista no le gustaban las mujeres. Miré a Leone divertida, sabiendo que Tomasso no le miraba con otra intención que no fuera arrancarle la ropa. Por otro lado, mi prometido estaba un tanto incómodo con la situación, por lo que decidió hablar.
—Me voy. —Dijo Leone, esa vez dirigiéndose a mí—. Tengo que hablar con Gianni. Cuando acabes ve al patio, Salva y Alessandro estarán en la piscina descansando.
—¿Descansando? —Pregunté.
—Digamos que les he dado el día libre. —Dijo con una pequeña sonrisa socarrona.
—¿Hay algo de lo que deba enterarme?
—Tranquila, creo que hoy todos debemos descansar un poco. Mañana va a ser un día muy duro.
Y tenía toda la razón. Mañana quizás podríamos tirarnos toda la noche combatiendo contra Volkov, o incluso más de un día. Asentí con la cabeza, acercando mis labios a los de Leone para darle un casto beso. Un beso que no debió de alargarse, ya que estábamos delante de mucha más gente. Pero, como siempre, Leone y yo hacíamos lo que queríamos y el beso se alargó más de lo necesario.
—Te veo luego. —Dijo, dándome un último beso antes de irse.
Me giré de nuevo hacia los demás. Tomasso y sus ayudantes me miraban con ternura y una pizca de envidia reflejaba sus iris.
—¿Empezamos? —Pregunté un tanto avergonzada por el pequeño espectáculo que habíamos dado.
Tomasso me sentó frente al tocador. Empezó a remover mi indomable pelo rizado y castaño. Reclinó la silla hacia atrás y empecé a notar como mi pelo se mojaba poco a poco. Me lo lavaron y me dieron mil y un productos para que mi pelo se volviera rubio platino. No sé cuánto tiempo estuvieron tiñéndome, pues las caricias y los masajes en la cabeza son mi debilidad. Me quedé completamente dormida y Tomasso me despertó cuando debían levantarme para empezar a cortar. El sueño abandonó mi cuerpo en dos segundos, en cuanto vi mi pelo mojado hacia atrás y completamente rubio, tirando a blanco. Mi cara lo dijo todo. Tomasso se encargó de dejarme un poco más tranquila. Me cortó el pelo por los hombros, lo secó rápidamente con un secador y luego lo alisó por completo.
—Listo. ¿Qué te parece, cara (querida)?
Estaba muy... diferente. Estaba sin palabras. No es que no me gustara, pero nunca me había imaginado verme con ese peinado. Tomasso le dio la vuelta a la silla, poniéndome frente a él. Me sujetó por los hombros, bajando su rostro hacia mí.
—Si no te gusta, cariño, podemos decirles que volvemos al principio. Lo más importante es que tú estés a gusto con tu imagen.
Volví a girarme hacia el espejo. Me toqué la melena rubia suavemente, intentando convencerme a mí misma de que no me quedaba tan mal. Las sonrisas de las demás chicas lo confirmaban. Estaba bastante guapa.
—Va bene (Está bien), cariño. Ahora mis chicas te van a hacer la manicura y la pedicura. Siéntete como en tu propio spa personal. Iré a decirle a Gianni y al señor Caruso que ya le hemos arreglado el pelo.
Tomasso salió disparado por la puerta como alma que llevaba el diablo. Estaba claro que lo único que quería era dirigirle la palabra de nuevo a mi prometido. El pobre Leone tiene que estar abrumado con la presencia de ese hombre, me encantaría saber de qué lo conocerá Gianni. Entonces decidí preguntarles a las chicas que estaban haciéndome la manicura. Al parecer, Tomasso era primo de Gianni. Una persona homosexual rechazada por su propia familia.
Cuando todas las mujeres presentes terminaron de adecentarme las uñas de las manos y de los pies, ambas a juego, se marcharon. Les di las gracias por todo, al fin y al cabo habían sido muy amables conmigo y no unas maleducadas y desagradables por el simple hecho de querer tirarse a mi futuro marido. Porque, seamos sinceros, cualquier persona que le vea es capaz de tirársele al cuello. Noté que mi atuendo no era muy indicado, por lo que decidí cambiarme de ropa. Me coloqué unos leggings de polipiel de color negro, un top de tirantes con una pequeña puntilla de encaje en los bordes de color blanco y unos botines de tacón negros con una hebilla dorada en los laterales. Una vez lista, salí haciendo repiquetear los botines por toda la casa. Leone me dijo que cuando terminase fuera directamente al patio. Y allí fui, pero no encontré a nadie.
Decidí ir a la cocina, donde sabía que encontraría a Carina. Allí estaba ella, tan contenta y a la vez tan preocupada como siempre.
—Carina. —Dije, llamándola la atención con una sonrisa. Todas las personas de servicio, incluida la mismísima Anna, se giraron hacia mí con expresión de sorpresa. Algunas de ellas esbozaron una pequeña sonrisa de admiración, otras de envidia, entre ellas Anna, y otras de sorpresa—. ¿Sabes dónde está mi prometido? Me dijo que le esperase en el patio, que estaría Salvatore allí, pero no he visto a nadie.
—¡Emma! ¡Cara (querida), estás preciosa!
—Grazie mille (Muchas gracias). —Respondí con una sonrisa sincera. Ella vino hacia mí.
—Ven, cariño. Seguro que está en su despacho. Tengo que recoger un poco vuestra habitación, así que te acompaño.
—Carina, no hace falta. Lo recogeré yo en cuanto suba. —Dije con sinceridad. Me daba un poco de apuro que fuera ella la que recogiera todo el desastre.
—Emma, cielo. Yo soy la que sirve aquí. Tú eres la mujer de la casa. —Dijo ella, tan servicial como siempre.
—Y yo siempre he limpiado en casa de mi madre. —Dije, sonriéndola con ternura.
—Ve a por Leone, cielo. Yo me encargo.
Sabía que si seguía replicándola al final me regañaría como si fuera mi propia madre. Mi madre... esperaba que estuviera bien. Mañana iría a salvarla. Carina me dejó en la puerta del despacho de Leone, donde escuché voces que venían de dentro. Toqué dos veces con los nudillos, sin recibir respuesta. Volví a tocar, esa vez con más insistencia. Leone accedió a que la persona que estaba detrás de la puerta entrase, sin saber que era yo. Cuando abrí la puerta y me quedé apoyada contra el umbral de la puerta vi un panorama bastante divertido.
Tomasso estaba sentado en el sofá con una sonrisa de oreja a oreja mientras apreciaba la obra de arte que había creado en mi cabellera. Gianni y Salvatore en las sillas frente a Leone, dejando ambos un hueco entre los dos en los que podía apreciar la expresión de mi prometido. Ambos se giraron hacia mí, con la boca abierta y los ojos abiertos como platos. Dos segundos después, la de Gianni cambió a una sonrisa divertida y un tanto orgullosa. En cambio la de Leone... era todo un poema. Su mirada embobada me decía que le había impresionado mi cambio de look. La pregunta era: ¿le había gustado?
El estilista se levantó y vino casi corriendo hacia mí. Pasó un brazo por mis hombros, admirando mi cabello y colocándolo con sus expertas manos de profesional de la belleza.
—¿Y? ¿Qué le parece, señor Caruso? —Preguntó el hombre a mi lado, con una sonrisa llena de ilusión porque alabaran su trabajo.
Leone se levantó de la silla, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón de vestir. Carraspeó, haciendo que toda la atención de la sala se centrase en él. Tan imponente como siempre.
—Todos fuera.
Sonreí ante la pequeña petición llena de tanta urgencia como lo demostraba el vaivén de su pecho. Parecía tranquilo, pero ambos sabíamos que no lo estaba. Salvatore soltó una pequeña risa al darse la vuelta y venir hacia nosotros. Me aparte de la puerta, dejando que los tres hombres que acompañaban a mi prometido salieran de la habitación. Escuché como Tomasso decía por lo bajo: "Menudo hombre". Y era verdad. Leone era todo un dios italiano, el sex simbol de Apulia y Florencia. Y me atrevía a decir de toda Italia. Una vez solos, Leone me hizo un gesto con el dedo para que me acercase mientas él rodeaba la mesa para apoyarse contra ella. Una vez frente a él, dejé que admirase mi cuerpo sin aún haberme tocado.
—Me voy a poner muy celoso dentro de la mansión, amore (amor). —Dijo, cogiendo aire por la nariz de forma profunda.
Me quedé callada un rato, hasta que tuve el valor de decirle a un asesino, a un mafioso, a mi prometido, las siguientes palabras:
—Lo sé. —La mirada profunda de mi prometido se intensificó aún más—. Pero soy tuya, solo tuya.
Una vez dije eso, las manos de Leone volaron a mis mejillas. Sus labios se estamparon contra los míos. Sus manos pasaron a mis caderas y las mías a su pecho, acariciando la piel que dejaba a la vista al no abrocharse los dichosos botones de la parte de arriba. El resto... lo vieron las paredes de esa oficina en la que habíamos discutido, llorado y amado como nadie.
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