64
LEONE
Ya habían pasado cuatro días desde que fuimos al hospital. Emma dormía más de lo normal, casi no comía y lo único que hacía era llorar por las noches y recorrer la mansión durante el día. Ella pensaba que no la escuchaba, que estaba bien. Pero no era así. Sabía que sufría, sabía que perder a un hijo no era fácil y menos cuando lo llevabas dentro de ti. Además, por lo que me explicó el médico, tendría un sangrado repentino dentro de unos días, o quizás meses. Nadie lo sabía, solo el cuerpo de mi prometida. En estos dos días había visto una fachada que no había visto nunca en ella. En ese momento estaba durmiendo plácidamente, aunque el surco de lágrimas aún se notaba en el rostro. Me moví para poder abrazarla y admirar sus preciosas mejillas, un tanto sonrojadas.
Entonces, abrió los ojos. Al principio se sonrojó aún más y me miró un tanto aturdida. Se puso boca arriba, cerrando los ojos de nuevo y poniendo una mano en su frente.
—Buongiorno (Buenos días). —Dije mirándola con una sonrisa—. ¿Cómo has dormido?
—Bene (Bien). Aunque el sueño podría... haberse alargado un poco más. —Siguió con los ojos cerrados, pero esa vez sonrió de lado. Algo que me encanta que haga.
—¿Qué has soñado? —Pregunté con un tono entre divertido y perverso—. ¿Acaso salía yo en ese sueño?
—De hecho no. Era Brad Pitt con el que estaba. Ya lo siento.
Una sonrisa divertida apareció en su rostro mientras se levantaba de la cama. Tenía únicamente una de mis camisas puesta, por lo que se veía mucho más sexy que de costumbre. Me encantaba verla con alguna prenda de ropa mía en su cuerpo, la hacía ver más bajita, pero a la vez como una reina.
—¿Por qué eres tan sexy? —Pregunté embelesado. Ella me miró, riendo tímida. Me gustaba verla así. Pero de repente, su rostro cambió a uno más triste—. Amore (amor)...
Me levanté, cauteloso. Caminé lentamente hacia mi novia, hasta que fue ella la que acortó la distancia entre ambos. Me abrazó como si no hubiera un mañana, llorando a moco tendido y apretando mi cuerpo lo más fuerte que pudo. La envolví con mis brazos sin pensármelo dos veces, inspirando el aroma de su pelo. Olía a mi aroma favorito, a ella. Cuando estuvo un buen rato llorando sobre mi pecho desnudo, se apartó mirándome con sus ojos llenos de lágrimas. Limpió mi pecho con su mano, mientras yo acariciaba su cabeza.
—¿Mejor? —Pregunté después de un rato.
—Perdón. —Dijo ella, con arrepentimiento en la mirada.
—¿Por qué? —Pregunté de nuevo. Señalé mi pecho empapado por sus lágrimas—. ¿Por esto?
Negó con la cabeza. Cogió mi mano, llevándola automáticamente a su vientre. Comprendí entonces lo que había querido decir.
—Por esto. —Respondió ella—. Si no me hubiera alterado tanto...
—Déjalo ya, amore (amor). Per favore... (por favor). Superaremos esto juntos, ¿de acuerdo? Ahora mismo lo peor que podemos hacer es culparnos a nosotros mismo. Tú me ayudaste el otro día. Yo te ayudaré a ti ahora.
Asintió con una sonrisa triste. Estaba muy arrepentido por todo lo que ocurrió con Viviana. Hablando de ella, parecía como si hubiera desaparecido del mapa. Nadie sabía nada, no había intentado volver a contactar conmigo y tampoco la habían visto por la ciudad. De nuevo, Emma y yo iríamos hoy al centro. Sabía que un paseo por la ciudad la entretendría. Dejé que se vistiera con tranquilidad mientras yo me daba una ducha, aunque me frenó.
—¿Te apetece ducharte conmigo? —Preguntó un tanto tímida. Sonreí de oreja a oreja, mostrando mi dentadura con bastante alegría.
—Claro que sí, principessa (princesa).
Aquel apelativo cariñoso que no utilizaba desde hace bastante tiempo hizo que un escalofrío la recorriese el cuerpo. Incluso lo noté, mientras sus mejillas se sonrojaban ligeramente. Besé su carrillo izquierdo mientras me quitaba los pantalones holgados que utilizaba únicamente para dormir, los cuales siempre dejaban ver mi V bajo el abdomen. Ella se sonrojó aún más al verme completamente desnudo, pero no dijo nada. Me metí en el baño y fui abriendo el grifo. La alcachofa aún soltaba agua fría, por lo que salí del plato de ducha para sacar la espuma de afeitar y la maquinilla que utilizaría después. Entonces la vi, entrando tranquilamente pero a la vez hecha un manojo de nervios y... desnuda. Me encantaba su cuerpo, incluso un poco más fuerte que cuando la conocí. Y estaba completamente enamorado de sus curvas.
No me di cuenta de que me quedé un buen rato mirándola. Ella ya se había metido en el plato de ducha y esperaba a meterse bajo el agua conmigo. Con una sonrisa tímida, me indicó que el agua ya estaba caliente desde un tiempo, pero ni siquiera me di cuenta. Salí de mi ensoñación en cuanto me dijo que si quería una foto. Una sonrisa divertida se instaló en mis labios mientras me dirigía hacia ella.
—Haría todo un álbum tuyo si hace falta. Me vuelves loco, nena.
Dicho esto, sus mejillas volvieron a encenderse. Pero sabía que debía contenerme. Cogí la esponja que había a un lado, junto con el jabón del cuerpo. Lo eché sobre la esponja y la mojé posteriormente. Entonces, una mano cogió la mía con curiosidad.
—¿Puedo? —Preguntó con un brillo especial en los ojos.
En un primer momento no sabía a qué se refería, pero cuando la di la esponja y empezó a frotar mi pecho supe cuál era su intención. Cerré los ojos, disfrutando de las caricias que me estaba proporcionando Emma mientras me limpiaba el cuerpo. Entonces, llegó a ese punto intermedio en mi cuerpo. Se quedó un buen rato frotando suavemente la V bajo mi abdomen, pero no bajó más. No entendía qué es lo que la ocurría. ¿Sería un trauma post aborto o algo así? No sabía la razón por la que no quería tocarme, pero tampoco la obligaría, mucho menos en la situación en la que estábamos. Intentábamos arreglar nuestros problemas y también la muerte de nuestro hijo, por la que ambos nos sentíamos culpables, así que decidí quitarle la esponja con una sonrisa sincera y dándola a entender que no debía seguir si no quería. Ella se quedó quieta bajo el agua, mientras echaba la cabeza hacia atrás para mojar su cabello y hacer que sus pechos subieran al igual que lo hacían sus brazos. Recorrí todo su pecho y abdomen, controlando mis hormonas alteradas y mis pensamientos impuros. Entonces hice algo que no sabía que haría nunca. Me arrodillé frente a ella, lavando entonces sus piernas y sus pies. Emma se aferró a mis hombros para no caerse. Detuve mi mirada en sus partes íntimas durante un segundo, pero no hice nada. No iba a tocarla si ella era la que no quería en ese momento. Cuando terminé con mi labor, me erguí de nuevo, quedando delante de ella. Su respiración entrecortada me confundía, pero si ella no quería que la tocara, no haría nada.
—Cogeré otra esponja para mí. —Dije saliendo de la ducha.
Asintió con la cabeza mientras cogía la que había dejado sobre la pizarra que funcionaba como suelo y comenzó a lavarse en condiciones. Eso mismo hice yo cuando saqué del mueble del lavabo otra esponja nueva. Y así estuvimos, juntos, bajo la ducha, lavándonos mutuamente e individualmente. A través de risas, miradas arrebatadoras y vistazos el uno al otro que lo decían todo. La tensión sexual que había era palpable, pero nunca había estado así con alguien. Así como... disfrutando de la compañía ajena sin necesidad de comernos como animales en celo. Solo nosotros. Emma y yo.
Una vez listos, aseados y vestidos, Emma y yo salimos de la habitación. En el pasillo venía caminando Carina con una sonrisa de oreja a oreja. Nos preguntó qué tal la noche, a lo que respondió Emma con una sonrisa y un "muy bien". La verdad era cierto. En estos cuatro días después del día del hospital, Emma no había podido dormir muy bien. Se pasaba las noches enteras llorando, aunque hoy había dormido más que los días restantes. Sí, también había llorado, pero no me había despertado. Creo que empezaba a hacerse a la idea de que llorar y no dormir lo suficiente no era bueno para su salud. Aún así podía verla tensa, y no entendía por qué. Ahora que lo pensaba, había estado desde el día después de volver del hospital muy decaída y nerviosa, más lo segundo que lo primero. Pero no la presionaría, no era bueno para ella en esos momentos.
Pensaba llevarla a comer a un restaurante de la ciudad. Me daban igual los paparazzis, la prensa y cualquier otro tipo de persona desconocida que intentara meterse en nuestra vida privada. Con no contestar o simplemente ignorar, lo teníamos hecho. Era cierto que todavía no nos habíamos casado y ya había visto algún pequeño titular en las segundas páginas de las revistas de cotilleo por nuestra... y cito textualmente, "demora en casarnos". Pensando en otra cosa, no sabía dónde la llevaría a comer. Les dije a Salvatore y a Valentino que no se preocuparan por nosotros. Era cierto que la seguridad era muy importante, sobretodo en los momentos en los que nos encontrábamos. Pero también quería pasar tiempo a solas con mi pareja, sin la necesidad de tener que estar pendiente de mis guardaespaldas.
Salimos de la mansión, tomados de la mano. Emma iba preciosa. Era cierto que el calor ya estaba yéndose, pero en Italia el sol empezó a calentar de repente como si estuviéramos en pleno verano. Agosto ya estaba por finalizar, y a medida que avanzaban los días más me daba cuenta de que mi cumpleaños también se acercaba. Aunque era en noviembre, aún quedaba bastante. Sinceramente, era una fecha que nunca me gustaba recordar. Nunca había celebrado mi cumpleaños, pues los años que pasé con mi padrastro fueron los peores. Mi madre tampoco se acordó en absoluto, hasta que me terminé mudando con mis tíos. Viviana fue la única que, en lo poco que vivimos juntos, me hizo algún que otro regalo. Ese año cumpliría treinta y siete, cosa que, viendo a Emma me preocupaba un poco. Ella era mucho más joven que yo, tenía veinticuatro años. Esa era una de las cosas que me hacía dudar de lo nuestro...
—¿Leone?
Mi nombre hizo que volviese a la vida real. No me había dado cuenta de que habíamos ido al comedor principal. Allí, aún sumido en mis pensamientos, aparte una de las sillas para que Emma se sentara. Pero no hice nada más. Es como si hubiera caído en un trance. Cuando volví en mí, miré a mi prometida. Tan joven, tan perfecta... ¿y si el haber perdido el bebé era señal de que yo era un hombre demasiado mayor para ella?
—¿Estás bien? —Preguntó preocupada. Esta vez me quedé mirando en su dirección. Asentí con la cabeza. Me aparté mientras le daba un beso en el pelo y me sentaba a su lado—. ¿Seguro?
—¿Y tú? —Pregunté automáticamente.
—Yo estoy bien, amore (amor). —Dijo con una sonrisa sincera—. Me pondré mejor si dejas de darle vueltas a lo que sea que estás pensando.
Su sonrisa me contagió, pero quería ponerme serio. En ningún momento hablamos del tema de la edad y, realmente, era algo que me preocupaba. Cuando envejeciéramos... ¿nos veríamos muy diferentes?
—No me refería a eso... —Dije más para mí que para ella.
—¿A qué te refieres entonces? —Preguntó.
Cogí aire y lo solté de golpe. Mi boca habló sin pensarlo dos veces.
—¿Estás segura de querer casarte conmigo? —Pregunté sin titubeos.
Ella sonrió, y asintió con la cabeza. No se veía ningún tipo de enfado o indicio de preocupación en su mirada. Veía ternura, veía comprensión y lo más importante, veía amor.
—Estoy segura. —Dijo. Aparté la mirada de sus ojos, aún con la de ella sobre mí. Me centré en mis manos, que jugaban nerviosas sobre la mesa. Noté como una de las suyas se ponía encima de las mías—. ¿Qué es lo que te preocupa?
—¿No crees que... soy muy mayor para ti? —Pregunté, armándome de valor y preparándome para la respuesta. Ella frunció el ceño—. Tengo treinta y siete años, Emma.
—Lo sé. —Dijo obvia, con una sonrisa divertida.
—Tú tienes veinticuatro. —Aclaré mirándola a los ojos. Ella seguía con la misma expresión.
—Tranquilo, no soy tan vieja como otros como para que se me olvide mi edad. —Respondió con diversión. Levanté una ceja mientras una sonrisa aparecía en mi rostro.
—¿Así que piensas que soy viejo? —Pregunté, pero lo hice con la intención de que me respondiera de verdad.
—Un viejo muy sexy. Cualquiera diría que tienes diez años menos, sin exagerar. —Dijo riéndose de nuevo.
—¿Un viejo sexy, eh? —Dije acercándome a su rostro.
Puse mi cara en su cuello, oliendo su fragancia natural que hacía que todas las células de mi cuerpo saltaran como locas. Noté como ella soltaba un jadeo involuntario, lo que provocó que me riera. Me atreví a depositar un pequeño beso húmedo en la piel sensible que hacía que volviera loca. Entonces, un carraspeo hizo que nos alejáramos un tanto avergonzados.
—Les traigo el desayuno, señores. —Dijo la voz de Carina a nuestras espaldas. Ambos nos giramos. La vimos con muchas cosas de la mano y sin ninguna sirvienta más detrás suyo. Emma se levantó rápidamente, soltando mis manos.
—Yo te ayudo. —Dijo Emma, sin darse cuenta de la gravedad del asunto.
—No... No se preocupe, señorita. —Respondió Carina mirándola con cariño y a la vez con un poco de miedo debido al estado en el que se encontraba. Estaba débil, casi no comía y eso empezaba a notarse.
—Tranquila, Carina. —Dijo mi chica.
Emma y ella acomodaron todo en la mesa mientras yo las seguía con la mirada. Me hubiera gustado levantarme y ayudar, pero me habían educado de una forma en la que no veía la importancia de ayudar al servicio. Ellos eran los que, en cierto modo, te ayudaban. Ellos eran los que servían y facilitaban tu vida, no nosotros a ellos. Pero en cuanto vi a Emma tan dispuesta a ayudar a la persona que me había servido a mí y a mi familia desde hace tanto tiempo... no pude resistir el impulso de levantarme y echar un sermón en la cocina.
—¿A dónde vas? —Preguntó Emma a mis espaldas. Antes de salir por la puerta, me di la vuelta y así explicarme.
—Carina es una persona muy servicial. —Miré a la susodicha con orgullo, pero conservando mi expresión seria—. Pero no se merece no tener ayuda. Tenemos mucho personal en casa como para que deba traerlo todo ella sola. Que yo sepa tiene dos o tres personas más junto a ella.
Vi como Carina abría la boca para hablar. En otra ocasión habría levantado la mano para que se callara y no dijera ni una palabra, pero en este caso dejé que hablara.
—No pasa nada, señor... —Dijo cortésmente—. No se preocupe. Las muchachas están ocupadas con otras cosas... quizás estén preparado los cafés.
Miré hacia las cuatro bandejas que había traído la mujer con bastante dificultad. Ahí vi dos tazas humeantes, con un líquido oscuro dentro. Los cafés estaban ahí, y nadie podía decir que era mentira. Yo mismo los estaba viendo, al igual que el resto del desayuno: frutas, tostadas, huevos revueltos, tortitas... incluso un pedazo de bizcocho de chocolate.
—Te aprecio mucho, Carina. —Comencé a decir. Ella bajó la mirada al suelo, juntando sus manos delante de su cuerpo. A su lado, Emma me miraba con curiosidad—. Y lo sabes. Pero no intentes justificar los errores de los demás. Tú mejor que nadie sabes que cuando debo tomar decisiones las tomo. Sin titubeos.
Salí de allí, con los llamados de Emma detrás de mí. No iba a parar hasta que la culpable de todo esto saliera a la luz. Y ya sabía quién iba a ser: Anna Marzoli. Esa mujer era un peligro, pero era buena en lo que hacía. No podía despedirla sin más, ya que, desgraciadamente, sus padres eran unos socios muy poderosos y unos aliados potentes en el mundo de la mafia. Nadie lo sabía, pero bajo esta casa había unos calabozos donde alguna vez he metido a algún intruso o algún socio que intentó jugármela. Ella estaba aquí para trabajar, pero en este caso se estaba comportando como una zorra.
Cuando entré en la cocina sin llamar a la puerta, todos se sobresaltaron al verme. Cocineros y sirvientas se quedaron de piedra y sin mover ni un músculo, esperando a que dijera o hiciera algo. Entonces la divisé. Era toda una preciosidad, y reconozco que, cuando Arianna murió, quise follármela unas cuantas veces. Y así lo hice. Por eso, en cuanto me miró, sus mejillas se sonrojaron, sus piernas se movieron inquietas y una sonrisa traviesa apareció en su semblante. Ella fue la que se acercó.
—¿Desea algo, señor? —Dijo poniendo delicadamente una mano en mi brazo. Me solté de inmediato, sin dar crédito a lo que intentaba incluso con mi futura esposa en la habitación que cruzaba el pasillo. Le miré furioso.
—¿Por qué no has ayudado a Carina? —Mi pregunta la pilló por sorpresa. Su rostro empezó a ponerse pálido, por lo que no fue muy difícil encontrar verdaderamente a la culpable de todo esto.
—Fui yo quien debería haberla ayu... —Otra chica empezó a hablar, defendiéndola. Pero levanté la mano sin dejar que continuara hablando.
—Tú eres la mano derecha de Carina, ¿no Anna? ¿No estabas ansiosa por ser alguien dentro de esta casa? Bien, te di el puesto. Entonces haz lo que tienes que hacer.
La ira irradiaba por cada uno de mis poros. Ya se lo advertí una vez, cuando Arianna aún estaba viva. Está claro que no me hizo ni caso, por lo que agarré su brazo y me la llevé fuera de la cocina. Todos nos miraban, algunas intentaban justificarla, pero nadie iba a parar una decisión del jefe. Jamás. En el pasillo, mientras Carina colocaba las cosas en la mesa de comedor, estaba Emma. Observando todos mis movimientos con una cara de poker bastante conseguida. Entrecerró los ojos hacia Anna y entonces hizo, o más bien dijo, algo que me cabreó aún más con la sirvienta.
—¿Es por lo que me dijiste en la cocina, Anna? No te preocupes, sé que fue un golpe bajo para mí que te burlaras y me contaras lo que Leone le hizo a Arianna. Pero bueno, supongo que eso es pasado y, como puedes comprobar, Leone está aquí conmigo...
La pequeña sonrisa malévola de Emma me dio a entender que quería que supiera lo que Anna la había dicho. No sé en qué momento habría sido eso, pero me enfadó muchísimo más. Mis ojos se me salieron de las cuencas mientras volvía mi cabeza de nuevo a la chica que agarraba del brazo. Comenzó a temblar mientras miraba a Emma con pánico. Ella intentó ir hacia mi prometida, pero no se lo permití. Se disculpó mil y una veces con ella hasta que me la llevé de allí, no sin antes hacer un gesto con la cabeza a Emma para que nos siguiera. Ella negó y se fue de allí, aún con una expresión de lo más malévola y siniestra.
Me había puesto a cien, joder.
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