60
LEONE
Aparqué en una de las calles lejanas al tumulto de la gran ciudad de Florencia. No podía dejar que nadie me viera, y menos con otra mujer que no fuera mi prometida. Pero necesitaba su ayuda. Entré en el bar, visualizando a bastantes personas dentro. Cazzo (mierda)...
—Leone. —Me giré hacia la mujer cuya voz me había llamado. Viviana Lombardi.
—Viviana. —Cogí su mano y planté un casto beso en el dorso de la misma. Ella la elevó hacia mi mejilla para acariciarme.
—¿Cómo has estado? —Preguntó. La gente empezaba a mirarnos más de lo normal.
—Bene (Bien)... Oye, ¿podríamos ir a algún otro lado? —Pregunté mirando a todos lados. Ella se dio cuenta de lo que me pasaba, había demasiada gente.
—Podemos ir a mi apartamento, si quieres. —Asentí ante su idea. Cualquier cosa sería mejor que el lugar en el que estábamos.
—Después de ti. —Ambos salimos de allí, y no vi ni un coche al que Viviana quisiera acercarse—. ¿Has venido andando?
—No. En autobús.
—Entonces iremos en mi coche.
Ella asintió con una sonrisa divertida. En cambio, mi rostro aún seguía serio. Caminé sin ninguna gana hacia el Ferrari. Abrí la puerta del copiloto con la intención de que Viviana se metiera, aunque se quedó de pie mirándome.
—¿No vas a entrar? —Pregunté.
—¿No vas a dejarme conducir? —Entrecerré los ojos en su dirección. Ella aún seguía con su sonrisa pícara en el rostro. Me limité a mirarla fijamente hasta que levantó las manos en señal de rendición—. Va bene (Está bien), era solo una broma.
Entró al coche y cerré la puerta. Noté mi móvil vibrar en mi pantalón de vestir negro, pero no quise mirarlo. Lo único que quería era pasar un rato agradable con una vieja amiga y pedirle su consejo. Nada más. Me metí en el asiento del conductor y salí de la calle, metiéndome en la principal. Viviana me iba indicando el camino hacia su casa. Era una mujer bastante adinerada, así que su apartamento quedaba en una zona bastante céntrica. Por suerte, nadie nos vio y la prensa no apareció. O eso pensaba. Subimos por el ascensor. Una vez dentro, la mano de Viviana rozó la mía. Noté su mirada sobre mi cuerpo, aunque no se la devolví. Sabía cuales eran sus intenciones desde el principio, pero debía establecer las mías antes de que quisiera cometer cualquier locura. No pasó nada más. Ella soltó un suspiro frustrado y se cruzó de brazos, esperando a que las puertas del ascensor volvieran a abrirse.
En cuanto lo hicieron, salió como una bala, haciendo que sus tacones resonaran por todo el pasillo hasta llegar a la puerta de su piso. Metió las llaves en la cerradura y abrió, dejándome atrás. Dejo la puerta completamente abierta, como solía hacerlo hace años para que yo entrara cuando quisiera. Mis pies iban más despacio de lo normal. Mi cabeza se preguntaba una y otra vez si esto era buena idea. Sabía perfectamente que no, y sabía que habría consecuencias cuando volviera a casa. Pero Emma cometió un error, y yo también. Ahora estaríamos en paz... ¿verdad?
Cerré la puerta tras de mí una vez que estuve dentro del apartamento de Viviana. No la vi por ningún lado. Supuse que se habría ido directamente a la cocina. Todo estaba igual que hace años, nada había cambiado. Los marcos u las fotografías seguían en su sitio. Una de ellas me frenó en seco. Aún sabiendo todo lo que pasó, la sigue conservando. Me parece algo muy valiente por parte de Viviana. No noté el momento en el que llegó hasta mí.
—Esa foto nos la hicimos tu madre y yo cuando teníamos veinte años.
Me giré hacia ella y vi como me entregaba una copa de vino. Le di un sorbo sin dejar de mirar la fotografía.
—Parecíais muy unidas. —Dije en un suspiro.
—Lo éramos, sí. —Viviana se dio la vuelta para sentarse en el gran sofá que adornaba la sala. No me di la vuelta para comprobarlo, seguí mirando el marco de la fotografía—. Pero la vida de muchas vueltas. Las cosas no son siempre como las imaginas.
—Eso está claro.
Me di la vuelta, separando la mirada de la fotografía y poniéndola en la mujer que tenía delante. Hacía mucho que no la veía, si decía la verdad. La vi un par de veces después de la muerte de Adrianna, aunque solo por la calle. No quería molestarla, hasta que un día me armé de valor y la llamé. Quedamos y tomamos un café tranquilamente. En ese momento, ella se casó con un hombre rico, jefe de una de las editoriales más prestigiosas del país.
—Deduzco que te has divorciado. —Dije mirando sus manos. No había rastro de alianza por ningún lado.
—Deduces bien. —Dijo con una sonrisa—. Veo que tú tampoco.
Se dio cuenta rápido, incluso cuando la llamé. Decidí evitar el tema de mi compromiso y de los problemas con mi novia, por el momento.
—¿Cómo has estado? Hace años que no nos veíamos. —Intenté enfocar el tema hacia ella desde el principio. Sabía que si empezaba a contar mis problemas esto no saldría bien.
—Bien, ya sabes que me casé. —Asentí, la última vez que nos vimos tenía un anillo dorado en su dedo anular—. No fue lo que esperaba. Nunca lo son, aunque... hay excepciones.
Eso último lo dijo enfocando sus ojos en mí. Lo dejé pasar, no entraría en su juego. No otra vez.
—¿No terminó bien? Te vi feliz.
—Me puso los cuernos. —Confesó encogiéndose de hombros. Mi rostro, al parecer, cambió radicalmente. Por su sonrisa divertida deduje que no era un tema que le afectara en absoluto—. Tranquilo. Tutto bene (Todo bien). Lo he superado.
Asentí como respuesta.
—¿Estás trabajando? —Pregunté de nuevo.
—Digamos que estoy comenzando un... proyecto. —Dijo con el una sonrisa pícara.
—¿De que tipo de proyecto estamos hablando?
—Una empresa. —Dijo, dejando la copa de vino en la mesa de enfrente. Miré la mía, sin darme cuenta ya casi me había terminado la primera ronda de vino tinto.
—Creo que vas a tener que darme más detalles, Viviana. —Dije con una sonrisa divertida.
—He pensado en crear una franquicia de vestidos de novia.
Casi escupo el vino que iba directo a mi boca. Carraspeé intentando disimular mi torpeza, aunque la sorpresa nunca se fue de mi rostro. ¿Era una broma? Definitivamente. No decía que fuera una mala idea, al contrario. Viviana siempre fue una mujer de recursos, y recuerdo perfectamente los varios y montones de dibujos y diseños de moda que hacía cuando vivíamos juntos. Sí, detalle que le oculté a Emma. Equivocado de mi parte, lo sé. Pero era lo mejor.
—Bueno, creo que deberías pensarlo dos veces antes de fundar cualquier empresa. No es un juego. —Dije intentando hablar con normalidad después de haberme atragantado con el líquido burdeos de mi copa. La dejé en la mesa, justo como lo había hecho Viviana antes.
—Lo he pensado mucho, Leone. Sabes que siempre me gustó mucho el ámbito de la moda.
—Lo sé perfectamente. —Era verdad, realmente sabía lo mucho que la gustaba diseñar moda—. Va bene (Está bien), si eso es lo que realmente quieres hacer no voy a ser yo el que lo impida.
—Grazie (Gracias), cariño.
Viviana puso una de sus manos en mi rodilla, la otra acicalaba su pelo levemente. Buscaba mi mirada con la suya, pero yo me limitaba a mirar la alfombra de pelo blanco que adornaba esa parte de la sala de estar. Empecé a fijarme en las paredes. Eran de color gris claro, excepto la que estaba a mis espaldas, que era de un gris más oscuro y un papel pintado dorado.
—Has cambiado. —Dijo entonces Viviana rompiendo el hielo. Su pulgar trazaba círculos en mi rodilla. Sabía qué era lo que pretendía, pero no causaba ningún efecto en mi cuerpo. Ya no.
—Lo sé. —Dije fríamente. Noté como mis ojos empezaban a pesar. Les cerré con fuerza intentando ubicarme.
—Realmente no sé en qué... —La voz de Viviana tenía un tono peculiar. Denotaba... ¿disgusto?
—Quizás porque he vuelto a encontrar el amor... —Dije con media sonrisa, mirando aun la alfombra. En cuanto dije la palabra "amor", mi mente reprodujo la imagen de Emma rápidamente. La quería, aún enfadados y habiendo discutido, la quería. Es más, la amaba. Era el amor de mi vida.
—¿Entonces por qué estás aquí?
Esa pregunta tronó en mi cabeza como si se tratara de una bomba. Giré mi cabeza hacia Viviana, entornando los ojos en su dirección.
—Necesitaba consejo. Pero... la verdad es que creo que debería irme.
Me levanté de golpe, pero un mareo hizo que volviera a sentarme. Agarre mi cabeza con una mano. Sentía que mi cuerpo empezaba a flotar, me sentía en una nube. ¿Qué me estaba pasando? Viviana me miraba con preocupación. Me levanté de nuevo, aún con sus plegarias para que volviera a sentarme. Me dirigí a la cocina. No hacía caso a los llamados de la mujer con la que estaba. Necesitaba agua, necesitaba despejarme. Pero algo en la encimera llamó mi atención. Escuché como Viviana entraba detrás de mí.
—Leone, ve a sentarte.
Cogí la caja de pastillas aún aturdido, viendo la sustancia que me acababa de dar. Mi vista recorrió la encimera de mármol negro, viendo perfectamente restos machacados de esas pastillas esparcidos por ahí. Me giré hacia Viviana, la cual tenía el rostro completamente pálido. O eso me parecía.
—¿Me has drogado? —Pregunté. Mi cabeza echaba fuego, pero mi cuerpo adormilado lo impedía. Estaba completamente ido y ni siquiera supe cómo pude articular esa pregunta.
—Leone... estabas muy alterado. Pensé en...
—¡Cállate! ¡Lo has hecho solo por una razón y no es esa!
Ahora estaba gritando. Viviana me hablaba pero no podía escucharla. Ella retrocedía con cada paso que yo daba hacia delante. Su rostro me trasmitía miedo, angustia, y desesperación.
—Yo... yo te quiero solo para mí...
Su espalda dio contra la pared. Me acerqué aún más a ella. Sabía que la gustaba, pero no iba a sucumbir a sus encantos. Fue a acariciarme la cara, pero agarré su muñeca con fuerza antes de que me tocara.
—Y yo estoy enamorado de la mujer que me está esperando en casa. Y esa mujer tiene a mi hijo en su vientre.
En cuanto solté esa confesión, los ojos de Viviana se abrieron como platos y las lágrimas se empezaron a acumular rápidamente en ellos. En cuanto vi que el agua de sus ojos caía por sus mejillas me alejé de ella. Me di la vuelta, caminando lentamente por la sala.
—Tú me querías... —Dijo ella.
—Nunca te he querido, Viviana.
Mi voz cortante, aún estando drogado, provocó que su cuerpo se removiera y la recorriese un escalofrío. Su tono de voz cambio radicalmente, a uno más hostil. Se puso a la defensiva en cuanto la confesé mis verdaderos sentimientos.
—Pero aquí estás. —La voz de Viviana denotaba reproche por todos lados. Me giré para mirarla de nuevo—. Dejas a tu mujer sola, con un hijo dentro de ella nada menos. ¿Recuerdas lo que ocurrió la última vez, verdad?
Mi mirada pasó de calmada a fulminante.
—No te atrevas, Viviana. No te atrevas a nombrarla. —Advertí señalándola con el dedo.
—Murió porque estabas conmigo. Y ahora abandonas de nuevo a la nueva. ¿Va a ser así siempre? —Preguntó.
—¡Cállate! —Grité fuera de mis casillas.
Se produjo un silencio de lo más tenso. Viviana abrió los ojos como platos en cuanto la grité, pero su rostro cambió de asustado a molesto. Muy molesto diría yo. Tanto que incluso me sorprendió cuando se acercó rápidamente a mí y me cruzó la cara de golpe. He de decir que no era algo que esperara. No creí que Viviana fuera capaz de ponerme una mano encima, pero lo hizo. De repente, mi móvil comenzó a sonar como loco. Vi el nombre de Salvatore en la pantalla. Viviana se fue por el pasillo casi corriendo, llevándose la mano a la cara. Estaba llorando. Descolgué el teléfono sentándome en el sofá, pasándome la mano por el pelo y tirando de él.
—Salva. —Dije con voz somnolienta. La droga empezaba a hacerme efecto.
—¿Dónde cojones estás? —Preguntó enfadado.
—En casa de Viviana. Mi Ferrari está aquí.
—Vengo con Alessandro. Él se llevará tu coche.
Dicho esto, Salva colgó y me dejó con mil dudas. ¿Por qué narices venía? Sabía perfectamente que había quedado con Viviana, la cual ahora estaba furiosa conmigo. Necesitaba consejo, pero... sabía que no debí haber venido. Que debo resolver mis problemas solo. Cogí mi americana, dispuesto a irme. Pero algo me frenó, el deseo de volver a la cocina y coger una muestra de la sustancia que Viviana me había dado. Cogí incluso la caja y salí de allí rápidamente. Me había hecho efecto, pero sabía perfectamente dónde estaba. Bajé por las escaleras, aunque casi me caigo por el camino, pero conseguí llegar al portal. Me fui hacia Salva en cuanto le vi en la puerta.
—Leone. —Dijo acercándose a mí.
—Salva. —Dije cerrando los ojos fuertemente.
—Tenemos que irnos. —En ese momento todos los escenarios posibles pasaron por mi cabeza. La voz de Salvatore era excesivamente seria.
—¿Qué pasa? —Me paré en medio de la calle. Alessandro corrió hacia mi coche, arrancándolo.
Un teléfono comenzó a sonar. Salvatore descolgó mientras me guiaba al coche y me metía en el asiento del copiloto del Land Rover. No pude escuchar nada, pero la cara y la expresión de preocupación me dijeron que nada estaba bien en mi casa. Nada estaba bien con Emma. Eso estaba clarísimo. Salvatore se metió rápidamente en el coche, no sin antes gritar a Alessandro que nos íbamos.
—Salvatore. —Dije decidido.
—No te atrevas a actuar como mi jefe ahora. —Se atrevió a decirme. Abrí los ojos ante su valentía—. Ahora mismo Emma está en la cama, con dolor de estómago y no creo que sea por comida porque no ha cenado absolutamente nada.
—Mi hijo... —La desesperación se apoderó de mí—. ¿Y Gianni?
—Quiso venir a por ti, con nosotros. Pero lo mejor fue que se quedara con Emma. —Me quedé en silencio. Mis manos empezaron a sudar de forma exagerada y mi corazón latía rápidamente.
—¿Qué la ha pasado? —Pregunté. Salvatore siguió conduciendo en silencio. Mi respiración empezó a ser más irregular de lo normal—. Salvatore, te he hecho una pregunta.
—No lo sé. Gianni me llamó mientras yo estaba de camino para decirme que no venía con nosotros. Al parecer la dio un ataque de ansiedad y un dolor en el vientre. Tuvieron que llevarla a la cama. —Me quede de nuevo en silencio. La droga cada vez hacía más efecto, mi cabeza daba vueltas. No debí venir.
—Llévame rápido a casa. —Demandé. Mi lengua bailaba de vez en cuando y no podía hablar en condiciones. Eso me frustraba cada vez más.
—Hago lo que puedo, Leone. Ya casi estamos.
De camino comencé a plantearme muchas cosas. ¿Emma y yo estábamos hechos el uno para el otro realmente? ¿Fue demasiado rápido todo lo que habíamos planeado? ¿Era bueno tener un hijo tan pronto? Si me preguntaran que sentía por ella no dudaría ni un segundo en decir que la amaba. Podía decir con certeza que ella sentía lo mismo, porque me lo ha demostrado durante estos meses tan alocados. Una pelea significa mucho en una relación, pero quería que todo volviera igual que como estuvimos estos meses atrás. Enamorados. Juntos. Amándonos. Estaba tan sumido en mis pensamientos que no me di cuenta del momento en el que llegamos a la mansión. Mi cabeza daba cada vez más vueltas. Salvatore paró el motor, pero no salió del coche.
—¿Se puede saber qué te pasa? Estás ido. —Me preguntó Salvatore, esta vez con una expresión más preocupada que hostil.
Saqué del bolso interior de mi americana una caja de pastillas. Se la tendí a mi mejor amigo, el cual dudó unos segundos de más antes de cogerlo. Me lo arrebato de las manos, dándole vueltas y vueltas a la caja hasta ver lo que realmente quería que viera.
—Me ha drogado. —Dije con la intención de que Salvatore me mirara de otra forma, pero no iba a ser así.
—¿Te das cuenta de lo que has provocado?
Le miré con furia, aún con la droga por mis venas y mi cabeza completamente ida.
—No vengas a darme lecciones como si fueras mi padre. —Dije respirando pesadamente.
—No soy tu padre y nunca lo seré. Quizás ese fue tu problema, que no tuviste una buena figura paterna. —Salvatore sabía que tenía razón, y yo también. Pero en estos momentos no era un tema del que me apeteciera hablar. Sin querer, las lágrimas empezaron a acumularse en mis ojos. Yo nunca lloraba, joder—. No quieras darle a tu hijo la misma vida que tuviste que sufrir tú.
Asentí con la cabeza antes de salir del coche. Alessandro ya había aparcado mi Ferrari hace un buen rato y estuvo observándonos desde la distancia un buen rato. Noté su mirada sobre nosotros en cuanto escuché el motor de mi coche apagarse. Caminé hacia la entrada, dispuesto a entrar y hablar con Emma. Antes de que pudiera cruzar el umbral de la puerta de entrada, una mano rodeó mi brazo.
—No la cagues más. Vete a dormir. Mañana hablarás con Emma. —Asentí de nuevo.
Entré rápidamente. Quizás todo el mundo dormía. No vi ninguna luz encendida. Me preguntaba dónde estaría Gianni. Esperaba que no estuviera en mi habitación con mi prometida, pero le agradecería en el alma todo lo que había hecho hoy por ella. Tal y como predije, Gianni estaba en la habitación con Emma. Vi a mi novia bajo las sabanas, durmiendo plácidamente. Por otro lado, Gianni estaba dormido en el sofá que estaba frente a la cama. Sentado, con la cabeza hacia atrás, las piernas abiertas y los brazos cruzados sobre su pecho. Su respiración era tranquila. Me acerqué a Emma, acaricié su pelo levemente con la intención de no despertarla. Parecía cansada. Me fui hasta Gianni, le agarré del brazo y éste se despertó en menos de dos segundos. Se levantó, se estiró y salió sin decir ni una palabra.
Una vez fuera de la habitación, Gianni me contó lo que ocurrió. La conversación que tuvieron Emma y Carina. La posterior discusión que tuvo mi amigo con mi prometida, el intento de huida sabiendo que era imposible que yo estuviera tan pronto en Rusia, los dolores de Emma, la visita del doctor... Y la peor noticia que podrían haberme dado.
La noticia de que, desgraciadamente, ya no sería padre.
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