59
EMMA
Nunca nos había pasado algo similar. Leone y yo discutimos. Sí. Lo hicimos varias veces, pero en seguida nos arreglábamos. Porque el amor que sentíamos el uno por el otro era más fuerte que cualquier otra cosa. Pero esa vez fue diferente, Leone se fue. Me dejó en la mansión mientras él cogía el coche y salía de la mansión como alma que llevaba el diablo. Nadie fue con él, algo que me resultó bastante extraño. Salí de la habitación con la esperanza de que hubiera sido un espejismo y estuviera en la sala principal, pero no fue así. En cambio vi a Gianni con el teléfono en la oreja y una expresión de preocupación.
—Va bene (Está bien), grazie mille (muchas gracias).
Cuando colgó, se frotó la frente un tanto exasperado. Quise ir a preguntarle qué ocurría, pero sabía que no ayudaría en nada. Quizás debía quedarme en mi habitación, por mí. Por mi bebé. Cerré la puerta con cuidado, pretendiendo que nadie me viera, pero fracasé. Gianni se levantó y vino hacia mí.
—Emma. —Abrí la puerta de nuevo.
—¿Dónde está? —Pregunté más como una exigencia. Gianni no respondió, se limitó a mirar a otro lado—. Dónde. Está.
Su mirada volvió a mis ojos. Esa mirada denotaba nerviosismo, culpa, inquietud... Algo pasaba con Leone y al parecer Gianni no sería el que me lo diría. Sabía que no traicionaría a su amigo, pero yo era su futura esposa.
—No lo sé. —Dijo el moreno.
—Yo menos, Gianni. —Dije con enfado. Entonces, una idea me inundó la mente, pensando en la pequeña posibilidad—. Acaso... ¿acaso se ha ido a Rusia¿ ¿Él solo?
Gianni negó con la cabeza.
—¿Entonces? —Volví a preguntar. Gianni solo repeinaba su pelo con frustración—. Gianni, per favore (por favor).
Un ruido hizo que me diera la vuelta, viendo a Salvatore abrir la puerta y venir a paso ligero hacia nosotros. Le enseñó algo a Gianni a través de su teléfono móvil y ambos me miraron con lástima.
—¿Qué ocurre? —Pregunté—. ¿Dónde está?
—Quédate aquí. —Me ordenó Salvatore—. Y tú con ella. No va a quedarse sola.
Gianni asintió y Salvatore se fue rápidamente de la mansión. Ambos me escondían algo, era evidente. Y estaba claro que debía descubrirlo yo sola, ellos no me lo dirían. Me fui hacia uno de los ventanales, para observar cómo se iban casi todos los hombres de mi prometido. ¿Dónde habría ido? ¿Y si se había marchado a Rusia? Automáticamente me toqué el vientre. ¿Me había dejado aquí sola con nuestro hijo? ¿Estaría ya en el aeropuerto?
Me giré hacia Gianni, dispuesta a soltarle cualquier cosa con tal de que me llevara con Leone.
—Voy a buscarle. O vienes conmigo o me voy yo sola. —Dije cruzándome de brazos.
—No puedes ir a ningún lado, Emma. Estás embarazada.
—Exacto. —Dije con una sonrisa cansada—. Estoy embarazada, no inválida.
—Emma... —Dijo como advertencia.
Me limité a salir del salón e ir escaleras arriba. Me dirigí a la cocina para ir a buscar a Carina. Cuando entré vi a unas cuantas sirvientas, bastante jóvenes a mi parecer, y ninguna que se pareciera a la persona que buscaba. Pregunté a una chica de pelo rubio y ojos color ámbar. Su rostro parecía angelical, aunque su expresión era de todo menos agradable. Y mucho menos la conversación que siguió a esa mirada de desaprobación por su parte.
—¿Puedo ayudarte? —Me preguntó con burla y con aires de superioridad.
—Busco a Carina.
—No está aquí, seguramente esté limpiando la parte de arriba. ¿Por qué la buscas? —Preguntó.
—Creo que no es asunto tuyo, ¿no? —Pregunté yo esta vez un tanto irritada.
—De hecho sí, lo es. —Mi expresión de confusión hizo que continuara hablando—. Soy la mano derecha de Carina. Así que debo, por cualquier medio, comunicarla absolutamente todo.
—Entonces, señorita... —Dejé la frase a medias, esperando a que me dijera su nombre.
—Anna. —Dijo ella, con la misma expresión de asco que al principio.
—Anna. —Repetí con cierto resquemor—. Dígale a Carina, cuando la encuentre, que venga a mi habitación. Necesito que me ayude.
—Yo puedo ayudarla, si quiere... —Otra voz se sumó a la conversación. Me negué, con una sonrisa sincera
—Grazie mille, cara (Muchas gracias, querida). Pero si no te importa, prefiero que sea Carina quien lo haga. Necesito hablar con ella.
—Como desee, señora Sorrentino. —Dijo la chica. Asentí, sin importarme en absoluto que no utilizara el apellido de Leone conmigo. En realidad, era lo más lógico. No estábamos casados después de todo.
—Grazie (Gracias).
—¿Ha hecho lo mismo con usted que lo que hizo con la señora Adrianna? —Preguntó de nuevo la rubia de mala cara. Fruncí el ceño ante su incógnita.
—¿A qué se refiere? —Pregunté intrigada, entrecerrando los ojos en su dirección.
—A irse con otra, por supuesto.
Mi corazón se encogió ante la afirmación de Anna. Podría ser que estuviera mintiéndome solo para hacerme daño. Estaba claro que desde la primera palabra no nos habíamos llevado bien, pero tampoco tenía derecho a meterse en la vida amorosa y privada de la prometida de su jefe. Sin querer escuchar más, me di la vuelta. Antes de salir escuché un "Pasaría tarde o temprano" por parte de la rubia, pero no me di la vuelta para comprobarlo. Preferí irme de la cocina antes de comenzar una pelea sin sentido. Yo no era así.
Salí de allí, quedándome parada en el pasillo. Quizás me estaba precipitando, quizás Leone no estaba en Rusia. He hecho llamar a Carina para hacer las maletas e ir a buscarle sin siquiera saber con certeza dónde está o qué está haciendo. Debía informarme antes de hacer cualquier locura, pero no podía hacerlo sola. Carina sabría algo, lo sé. Llevaba años sirviendo a Leone, e incluso desde pequeño. Ella sabría toda la vida que se esconde detrás del apellido Caruso. Ella y solo ella podría decirme dónde estaría en esos momentos. Me dirigí a la habitación hecha un mar de dudas. Dudas que Carina resolvería, o eso creía.
Me asomé al balcón, admirando la suave brisa veraniega de la noche. Al mirar el reloj comprobé que ya eran las doce y media pasadas, casi la una de la madrugada. Me preguntaba dónde se habría metido mi prometido. Me gustaría saber al menos, si estaba bien. Alguien con su temperamento y tras una discusión así no debería conducir. Pondría en peligro su vida al volante y sabía perfectamente que había cogido su Ferrari y se había ido, sin Salva y sin Gianni. Entonces, unos ligeros toques en la puerta me sacaron de mis pensamientos. Murmuré un "adelante", viendo cómo Carina entraba en la habitación de Leone. Me giré hacia ella, aún apoyada en la barandilla del balcón, mientras que la mujer solo se quedó de pie junto a la puerta ya cerrada.
—¿Desea algo, mi señora? —Preguntó. Su formalidad me confundió, ya que nos trató de forma familiar cuando entramos por la mañana en la mansión.
—No me trates de usted, Carina. —Dije. No la vi muy convencida, hasta que hablé de nuevo—. Per favore (Por Favor).
—Va bene (Está bien), Emma. ¿Necesitas algo? Anna dijo que pediste que viniera. —Asentí ante la información que le habían dado.
—Así es. Al principio quería que me ayudaras a hacer las maletas. —Ella se quedó de piedra. Sus ojos se abrieron como platos y su boca formó una "o" pequeña—. Pero ahora necesito otro tipo de ayuda. No quiero precipitarme y poner en peligro al bebé.
La expresión de confusión en el rostro de Carina me dio a entender que no sabía absolutamente nada. Pensaba que Leone se lo habría comentado nada más llegar, o incluso antes, pero ya vi que me equivoqué.
—¿De qué bebé hablas, bella (cariño)?
Cogí su mano y la posicioné en mi vientre.
—Del mío, Carina. —Dije con una amplia sonrisa. Aunque las lágrimas no tardaron en aparecer. Decir esta noticia tan espléndida sin tener a la persona que más quieres en el mundo a tu lado era algo realmente duro—. Estoy embarazada. Leone y yo seremos padres.
Carina me dio un abrazo, del cual se arrepintió al instante por la fuerza que empleó. Se disculpó tocando mi vientre mil y una veces, felicitándome y llenándome de besos la cara. No esperaba otra reacción de ella. Aunque la persona que necesitaba realmente en esos momentos fuera a la mia mamma (mi madre).
—Estate tranquila, bella (cariño). Leone volverá en un momento u otro.
—Eso es lo que me preocupa, Carina. Anna antes me dijo... —Comencé a recordar la conversación que habíamos tenido antes, en la cocina—. Dijo que Leone hizo lo mismo con Adrianna. Se fue... y, por lo que ella dijo, con otra mujer.
Carina se quedó callada, mirando al suelo. Soltó un suspiro cansado, lo que me dio a entender que la rubia de abajo no mintió.
—Este bambino (chico)...
—¿Entonces es cierto? —Pregunté, las lágrimas ya resbalaban por mis mejillas—. ¿Se ha ido con otra mujer?
Carina paso sus manos por mis mejillas. No contuve más el llanto y me abalancé sobre sus brazos. Lloré y lloré durante lo que pudo ser media hora, hasta que no quedaron más lágrimas en mis cuerpo. Carina me dijo que prepararía la cena, al parecer Gianni no se había ido y cenaría conmigo. Agradecí que me dejara mi espacio y no subiera a la habitación, a pesar de lo último que le dije antes de irme del salón. A pesar de mis deseos de no querer ingerir nada, Carina me obligó a bajar cuando la cena estuviera lista y así no dañar la alimentación del bebé.
—Viviana Lombardi. Una mujer que lleva en la familia Grimaldi mucho tiempo. —Inspiré el aire que pude, intentando contener las lágrimas—. La madre de Leone, la señora Grimaldi, fue a una universidad de muchísimo prestigio. En Roma. Conocí a la señora Grimaldi cuando yo tenía solo treinta años, por ello he visto crecer a Leone desde que era un niño. La señora Grimaldi siempre llevaba muchas amigas a casa, era una chica muy popular entre las suyas y muy educada con las personas. Entonces, un día trajo a la señora Lombardi a la mansión de sus padres.
—¿Así que la mujer con la que Leone está ahora era amiga de su madre? —Carina asintió.
—Como bien has dicho, lo era. —Dijo la mujer de pelo canoso—. Eran las mejores amigas del mundo, siempre estaban juntas. Se encontraban todos los días para pasear por la ciudad, visitar museos y cualquier otra cosa con tal de pasar el tiempo la una junto a la otra. Esa amistad continuó durante años, pero no para siempre.
—¿Qué ocurrió?
—Cuando Leone nació, ambas se distanciaron. Por alguna razón que desconozco, la señora Grimaldi no quería que Viviana se acercara a su hijo, aunque no lo consiguió. Tras el divorcio de la madre de Leone con su marido, Leone tuvo que quedarse con su padrastro hasta cumplir cierta edad. —Carina pausó para que me situara en la cronología de la historia. Asentí cuando recordé el momento.
—Leone me lo contó, sí.
—Bien. Entonces hay una parte de la historia que no te ha contado. Y realmente lo entiendo, no fue precisamente una buena época para él. Todo esto ocurrió antes de que Carlo y Leone se conocieran.
—¿Usted... usted sabe...? —Dije, refiriéndome a la relación entre Carlo y mi prometido.
—Yo lo sé todo, cariño. —Asentí en respuesta, dejando que continuara—. Repito que esto que voy a contarte forma parte de una... etapa muy oscura del pobre Leone. Todo esto no tuvo que ocurrir, y por desgracia pasó.
—Cuéntemelo ya, per favore (por favor). —Puse una mano en mi estómago, notando un nudo y unas ganas inmensas de vomitar. Pero aguantaría, aguantaría por saber de una vez por todas qué le ocurrió al amor de mi vida.
—El padrastro de Leone empezó a llevar mujeres a su casa. Esas mujeres eran prostitutas, mujeres de compañía que se iban al amanecer y que Leone no veía en ningún momento, hasta que vio a una de ellas.
—Viviana. —Dije, conectando los cabos sueltos—. Leone me dijo que su padrastro era un maltratador. ¿Es cierto?
—Así es. Así fue como conoció a Viviana. La mujer estaba siendo maltratada por el hombre que vivía con Leone. Al parecer no quiso hacer cierta cosa con él y el hombre solo se limitó a pegarla y echarla de la habitación. En ese momento, Leone salió al pasillo y la encontró. Con el corazón tan inmenso que tiene tu prometido, quiso ayudarla y curarla la sangre que su padrastro le había proporcionado.
—¿Y... después que ocurrió? —Pregunté con miedo. Sabía perfectamente qué iba a continuación.
—Nada. La mujer se fue de la casa y nadie supo más de ella... —Carina dejó la frase en el aire, dejándome totalmente desconcertada—. Hasta que un día volvió.
—¿La llamó el padrastro de Leone de nuevo? —Cuando Carina negó con la cabeza, mis manos volaron rápidamente hacia la parte baja de mi vientre—. ¿Entonces...?
—Tampoco fue Leone quien la llamó. —Mis pulmones comenzaron a respirar con normalidad, aunque no por mucho tiempo—. Ella pasaba por allí, y escuchó unos estruendos procedentes de la casa. Casi todos los vecinos miraban pero nadie hacía nada ante las llamadas de auxilio de Leone. Era solo un crío cuando...
Mi respiración se volvió agitada. No podía creerlo... A él no... Carina debía estar mintiendo. Nunca me lo contó, Leone nunca me dijo esto.
—Carina... —Dije intentando que continuara. Ella ahogó un pequeño llanto antes de seguir hablando.
—Viviana consiguió entrar por una ventana y salvar a Leone, antes de que fuera abusado por su padrastro. El hombre estaba muy ebrio y enfadado con todo el mundo, y lo pagó con la única persona que se encontraba en casa.
Las lágrimas brotaron por mis ojos, no podía creer todo lo que me estaba contando Carina. Era increíble como la visión de una persona puede cambiar y dar un giro de ciento ochenta grados con tan solo una acción.
—¿Su padrastro le...? —No conseguí decir la última palabra. Al menos Carina me entendió.
—Por muy poco. Viviana llegó a tiempo.
—Entonces... ¿Viviana debería preocuparme? —Pregunté con inquietud.
—No puedo decidir por ti, cariño. Pero aún falta la otra parte de la historia. —Dijo Carina. Froté mi frente con frustración, pero dejé que siguiera hablando—. Viviana y Leone han tenido varios... acercamientos. Antes de conocer a Carlo, el padrastro de Leone murió por una sobredosis. Viviana quiso empezar a vivir con Leone para que tuviera a alguien y no estuviera solo.
—¿Viviana abusó de Leone? —Pregunté. Ella volvió a negar con la cabeza.
—En ese caso no se consideraría abuso. Ambos lo quisieron.
—¿Y... esto lo sabe la señora Grimaldi?
—Nicoletta lo sabe. Lo que no sabe es que su hijo sigue viéndose con ella.
Asentí, aún con la cabeza aturdida y los sentimientos a flor de piel. Los latidos de mi corazón eran tan fuertes que temía que en cualquier momento se saliera de mi pecho. Le agradecí a Carina el haberme contado todo eso antes de que saliera por la puerta y me dejara sola. Cogí el teléfono con la intención de llamarle por teléfono, pero sabía que no sería lo más indicado en estos momentos. Lo primero, está con esa mujer. Y lo segundo, Salva había ido a por él. Aún así, no podía evitar preocuparme por mi prometido. Dejé el móvil en la mesilla de noche y salí de la habitación. No podía quedarme toda la noche ahí metida con los nervios de punta.
Cuando llegué al salón, no encontré a nadie. Las puertas de la terraza que daba al patio trasero estaban abiertas de par en par. Salí al exterior, encontrándome a Gianni con el ceño fruncido, la camisa abierta hasta la mitad de su pecho y un vaso de whisky en la mano. Su cuerpo estaba recostado en uno de los sofás, mientras que la americana de su traje se encontraba tirada sobre uno de los sillones de enfrente. Se dio cuenta de que estaba ahí, pero no me miró. Ni siquiera se movió.
—¿Te has quedado a gusto? —Dijo Gianni. No respondí, me limité a sentarme a su lado mirando al suelo—. ¿Por qué te crees que no te dije nada, Emma?
—Gianni...
—Los rusos no vendrán. No serían tan idiotas de repetir el mismo golpe. —Dijo dando vueltas al líquido del vaso. Se lo bebió de un trago y lo dejó en la mesa—. Leone puso mucha seguridad antes de irse. Aunque no te lo creas, le importas.
—Sí lo creo, Gianni. Pero...
—¿Ah sí? ¿Entonces por qué te has empeñado en saber absolutamente todo? —Un pinchazo de culpa me inundó el pecho—. ¿Crees que no sé que has hablado con Carina? ¿Que te lo ha contado todo?
—¿¡Y qué querías que hiciera, Gianni!? —Pregunté con voz elevada, levantándome del sofá—. Estoy preocupada por él. Se va sin decirme ni siquiera a dónde. ¡Lleva horas incomunicado!
Un dolor me inundó en el vientre. Cerré mis ojos con fuerza, doblando mi cuerpo hacia delante y sentándome de nuevo en el sofá. Gianni me llamaba, pero yo solo escuchaba su voz en la lejanía. Mis oídos pitaban y mi cabeza empezó a dar vueltas. El hombre que estaba a mi lado frotaba mi espalda y me decía que respirase lentamente. Puso su otra mano en mi pierna pero nada ayudaba a aliviar el dolor que sentía. El miedo empezó a envolverme. Estaba poniendo en peligro a mi hijo por mi estado de nervios. Gianni se levantó, cogió mi cara entre sus manos diciéndome que me quedase aquí, que iría a buscar a Carina. En dos minutos llegaron corriendo hacia mí. La mujer consiguió que me levantara y entre los dos me ayudaron a ir a la cama. Me tumbaron en ella y me taparon con la sábana.
—Estoy bien... —Dije, incorporándome sobre los codos. Otro pinchazo en el vientre hizo que me volviera a tumbar de golpe.
—No estás bien. —Dijo Gianni—. Carina, quédate con ella.
—¿A dónde vas? —Pregunté con voz débil.
—A buscar al capullo de tu prometido. —Dijo está vez con voz dura—. No voy a meterme donde no me llaman. Debéis resolver vuestros problemas vosotros solos. Pero no es normal que haya vuelto a ver a Viviana, dejándote aquí con vuestro hijo en camino.
Dicho esto, Gianni se fue llamando a Salvatore por teléfono. Carina me cuidó durante toda la noche y un vacío se instaló en mi bajo vientre. Tenía una extraña sensación de abandono, no sentía nada. Tenía miedo, sabía que debía llamar a un médico pero no quería precipitarme solo por un pequeño ataque de ansiedad. Me callé mis sentimientos y terminé quedándome profundamente dormida.
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