56

LEONE

La noche fue tranquila. Los padres de Emma quisieron preparar un banquete antes de que nos fuéramos a Florencia. Gianni, que estuvo hablando con Rafaello y conmigo cuando volvimos, se quedó también a cenar y dijo que vendría con nosotros a Florencia. Lo vi bien, estaríamos protegidos. Pensé en dar una sorpresa a mi prometida después de llegar a nuestra casa. Nuestra casa... esa palabra me provoca un revoloteo agradable en el estómago. Necesitaba un cómplice para darle la sorpresa a mi novia. Hablé con Rafaello para ir a ver a sus padres y a los padres de Samara. Le dije que vinieran con nosotros y así verían a sus padres después de tanto tiempo, pero insistió en que debían quedarse aquí. El que su hijo esté en la cárcel les genera una incertidumbre terrible, por lo que Rafaello no quiere moverse de casa hasta que no tengan noticias del abogado que han contratado.

La mañana fue un poco ajetreada. Mi prometida no paraba de comer bolsas de cacahuetes pelados mientras iba de un lado a otro con la maleta y masas de ropa. Hubo un momento en el que casi se cae por las escaleras, Rafaello y yo salimos disparados hacia ella. Los cacahuetes salieron volando y se puso a llorar de una forma exagerada. Empezaban a aparecer los cambios repentinos de humor por las hormonas del embarazo. La dije que la compraría muchísimos más cacahuetes en Florencia, y así fue como dejó de llorar y se fue con su madre a terminar de preparar la maleta.

Una vez listos, Salvatore y Alessandro nos llevaron al aeropuerto en el todoterreno. Gianni nos seguía en otro todoterreno dirigido por sus hombres. Por otro lado, Rafaello y Samara venían en el coche del padre de Emma, el cual se había comprado un Maserati Levante hacia poco tiempo. Un coche alto, robusto y de lo más elegante para un hombre como él. De camino al aeropuerto, Emma se quedó dormida en el coche, mientras yo acariciaba su pelo. Si me paraba a pensarlo, era de locos todo lo que habíamos pasado.

Primero nuestro encuentro en el hotel. Luego yo me lié con su amiga y ella con mi enemigo, algo que hacía que mi cuerpo se tensara de furia al instante. Esa noche fue cuando los rusos vinieron a por nosotros al hotel, la primera vez que la besé. Y a la mañana siguiente la pedí matrimonio.

¿Fue rápido? Sí.

¿Fue romántico? Para nada. Pero valió la pena, porque ahora estábamos aquí. A pesar todo seguimos juntos. A pesar de Sophia, de Alek, de Volkov, de Carlo y de Cloe Martini y su hija. Aquí seguimos, juntos. Ahora más que nunca. Porque ese niño es una parte de nuestra vida, nosotros lo hemos creado, y nosotros lo querremos. Puse una mano en su vientre, era muy poco notorio el bulto que tenía, pero lo tenía. Como padre de la criatura y prometido de la mujer que lo porta, apreciaba un pequeño e insignificante redondeo de su bajo vientre. Me preguntaba cómo estaríamos cuando diera a luz. Seguramente a gritos, discusiones y dolores, pero tendríamos a nuestro pequeño o pequeña en brazos.

Entonces, una duda fugaz pasó por mi mente. ¿Volkov sabría esto? No lo creo. Adrianna no lo sabía, Carlo estaba muerto, Sophia también. Y también el doctor que se había encargado de mi mujer en el hospital y que me dijo que sería padre. Tres muertos en tan poco tiempo. Siempre pensé que Carlo era un topo, por eso Gianni lo mató. Le tenía mucho cariño a Carlo a pesar de nuestra enemistad, fueron buenos amigos. Sabía perfectamente que a le dolió más a Gianni que a ninguna otra persona, pero hizo lo que creyó que era lo más correcto. Ambos sospechábamos de que, de alguna manera, a pesar de la enemistad tan letal entre la mafia rusa y la italiana, Volkov había hecho un trato con Carlo para destruirme. Ambos me odian, era totalmente lógico. Estaba tan sumido en mis pensamientos que no me había dado cuenta de que habíamos llegado al aeropuerto.

—Hemos llegado, Don. —Dijo Alessandro abriendo la puerta. Salvatore se encontraba a su lado. Me giré hacia Emma para despertarla, dándole un pequeño beso en los labios.

—Hemos llegado, amore (amor).

Ella se frotó los ojos como si fuera una niña pequeña, gesto que hizo que sonriera con ternura.

—¿A Florencia? —Reí de nuevo.

—No, cariño. Al aeropuerto.  —Ella asintió emitiendo un bostezo. La ayude a que saliera del coche, depositando un beso en su mejilla una vez que sus pies tocaron el suelo. Vi a varias personas con sus teléfonos móviles en alto, mujeres suspirando y hombres mirándome con admiración—. Creo recordar que te dije que nada de prensa.

—No hay prensa. —Me dijo Salvatore. De repente vi como una masa de gente con cámaras y micrófonos en mano. Salvatore se giró hacia mí de nuevo, con una sonrisa angelical. Puse una ceja en alto, mirando a mi mejor amigo—. Bueno... O puede que sí.

—Rápido. —Dije cogiendo la mano de Emma.

Nos adentramos en el aeropuerto mientras los hombres paraban e inmovilizaban a la prensa. No quería que ningún titular saliera, ni que notaran por mínima que fuera la barriga de Emma. Si comunicaban el embarazo tendríamos un gran problema, Volkov se enteraría y vendría a impedir que ese niño naciera. No lo permitiría, no permitiría que hiciera daño a mi familia. No otra vez. Emma y yo subimos a un ascensor para dirigirnos a la parte más alta del aeropuerto, donde había otra pista de aterrizaje con nuestro jet privado esperándonos. La azafata, la cual era otra completamente diferente a la anterior, nos invitó a subir amablemente y miraba al frente todo el rato. Agradecía que no quisiera abordarme delante de mi mujer como lo hizo la otra, cuyo nombre ni siquiera recuerdo. Emma se sentó junto a la ventana, sobando su barriga.

Mis hombres metieron sus maletas y las depositaron en la habitación del jet, en la que había incluso una cama y un armario para mis trajes en caso de que hubiera algún tipo de emergencia. Una vez que Salvatore, Alessandro, Valentino y Gianni estaban dentro, el piloto informó de que despegaríamos en dos minutos. Me senté junto a mi prometida, la cual apoyó su cabeza en mi hombro para seguir durmiendo. No entendía su cansancio, ayer dormimos de un tirón a pesar de la cama tan pequeña que tiene en la casa de sus padres.

Tutto bene? (¿Todo bien?) —Pregunté con intriga. Ella levantó la cabeza de mi hombro para mirarme a los ojos. Estos reflejaban cierto aire pícaro—. ¿Tan cansada estás?

Ella negó con la cabeza, aún con una sonrisa en los labios. Puso una mano en mi pierna, lo que hizo que mi excitación despertara al instante.

—No. No estoy nada cansada. Pero quiero dormir.

—¿Por qué, amore (amor)? —Emma miró mis labios.

—Porque la noche va a ser muy larga.

Tragué saliva ante su propuesta. Todo el aire de mis pulmones se fue y tuve que inspirar hondo para poder relajarme en todo el camino que teníamos hasta Florencia. Ella rió satisfecha por lo que había conseguido: ponerme nervioso. Era fascinante como esta mujer podía hacerme eso, ni siquiera Volkov me ponía de los nervios. En cambio, cuando Emma habla o insinúa algo relacionado con el sexo, me ponía más nervioso de lo normal.

—¿Nervioso, señor Caruso? —Preguntó de nuevo.

—No. —Dije tragando saliva.

—Tranquilo. Es normal como me pongo ahora. Estoy embarazada y tengo las hormonas alteradas.

Va bene (Bien). Nos vamos. El avión va a despegar ya. —Dijo un Salvatore acomodándose en su asiento—. Tenéis una cama ahí dentro. Podéis hacer lo que queráis pero delante de nosotros no, per favore (por favor).

Alessandro se puso con Valentino, hablando animadamente sobre cosas triviales. Vi como Salvatore les miraba con recelo. Se limitó a cruzar los brazos sobre su pecho y acomodarse en el asiento sin decir ni una sola palabra. La facilidad con la que Emma se había dormido me ayudó para poder levantarme y sentarme al lado de mi amigo. Este siguió mirando por la ventana. Se giró para mirarme en el momento en el que íbamos a despegar. Me levanté de nuevo para abrochar el cinturón a Emma sin querer despertarla, sentándome de nuevo al lado de Salva y poniéndonos el cinturón de seguridad.

—¿Qué te pasa? —Pregunté. Salvatore no me respondió y volvió a girar su mirada hacia la ventana—. Te conozco, Salva. Dime, ¿qué te pasa?

—Estoy celoso. —Dijo mirándome a los ojos, para luego dirigirla por encima de mi hombro y mirar a los que yo tenía detrás.

—Lo sé. Pero, ¿por qué? —Pregunté. Salvatore me escrutó con sus ojos azules como el cielo que estábamos sobrevolando.

—No lo sé. Quizás... no confíe demasiado en él. Ni siquiera confío en mí mismo.

Acaricié su cabello, pasando mi brazo por sus hombros. Le di un apretón reconfortante. Él siempre estuvo cuando más lo necesitaba, ahora él me necesitaba a mí. Quería ayudarlo, aunque sabía perfectamente la norma que impuse: nada de relaciones en el trabajo. Esto les incluía a ellos, pero por mi mejor amigo podía hacer una excepción. Ver a Salvatore así me partía el alma, era el mejor amigo que nunca había tenido, siempre apoyándonos, siempre juntos.

—Hablaré con él. —Dije convencido, aunque lo susurre para que no nos escucharan. Habían bajado el tono y notaba que se estaban dando cuenta de lo que hablábamos.

Grazie (Gracias), Leone.

Sonreí como respuesta y me quedé ahí, junto a él, durante el camino a Florencia. Hablamos sobre la mafia, el nuevo armamento que iba a llegar a la mansión, sobre dónde se encontraban los rusos y cómo se las estaba apañando Rafaello en Nueva York. Aparentemente los rusos se largaron del país en cuanto Gianni mató a Carlo. Hablando de Gianni, vi como salía del baño y se sentaba al lado de Emma. Poco después, la azafata del jet salía del mismo baño sin haber entrado previamente cuando salió Gianni. Le miré con una ceja alzada.

—¿Te tiras a la azafata de mi jet, Gianni?

Él me miró con los ojos abiertos. Alessandro y Valentino también habían escuchado mis palabras. Emma se removió a su lado, y entonces apoyó la cabeza en el hombro de mi amigo. Éste la miró, sonriendo con gracia, para después dirigir sus ojos a los míos. Mi sangre hirvió cuando una sonrisa pícara apareció en su rostro. Saqué mi pistola y apunté a su cabeza, con una sonrisa igual que la suya. Gianni ni siquiera se inmutó, hasta que cargué el arma. Ese sonido hizo que el italiano levantara las manos en son de paz.

—Tranquilo, amigo. Era una broma.

Sonreí triunfante, al ver como Gianni se removía aún con la cabeza de Emma apoyada contra su hombro. La levantó con un dedo, pero luego volvió a caer sobre él. El pequeño golpe hizo que se despertara.

Ciao, bella (Hola, guapa). —Dijo Salva. Emma nos miró a todos desorientada.

—¿Por qué me miráis todos así? Me dais miedo. —Volvió a cerrar los ojos, apoyando de nuevo la cabeza en el hombro de Gianni. Éste hizo un movimiento, haciendo que abriera los ojos de nuevo.

—¿Qué te piensas que soy? ¿Una almohada?

—Cualquier persona que se ponga a mi lado me serviría, Gianni. —Respondió mi prometida. Reí por lo bajo, al ver la cara de mi amigo.

—Hieres mis sentimientos, cara (querida). —Dijo Gianni con una mano en el pecho. Dramático.

—No te lo tomes tan a pecho, Coppola. —Dijo Salvatore—. La bambina (niña) no lo dice en serio.

De repente, mis amigos se tensaron al ver a una Emma, un tanto somnolienta y harta de la conversación, sacar una pistola de su regazo. Aún tenía la cabeza apoyada en el hombro de Gianni, el cual le miraba con los ojos abiertos como platos. Entonces, mi prometida habló.

—Como me vuelvas a llamar bambina (niña), te vuelo la cabeza. —Dijo ella. Un silencio sepulcral se instaló en el avión, hasta que la risa de Salvatore lo amortiguó.

—No puedes matarme, Emma. Me quieres demasiado. —Dijo. Fruncí el ceño, mirándole. Él se giró hacia mí—. No puedes evitar lo inevitable, amigo mío.

—Es cierto. Es inevitable quererte Salva. —Dijo Ema dejando la pistola en la mesa, frente a Gianni—. Toma. Te la había cogido prestada.

—Me he dado cuenta, bambina (niña). —Ella le miró con el ceño fruncido, levantando la cabeza de nuevo. Él la miró y se apartó lentamente de ella. Gianni giró su cabeza hacia mí—. Me da miedo.

—Mejor. —Respondí con una sonrisa orgullosa. Ella me miró con el ceño fruncido. Sonreí aún más, pero mi sonrisa despareció en cuanto vi la expresión preocupada de Emma mirando por la ventana del jet—. ¿Estás bien, amore (amor)?

Emma asintió sin estar muy convencida. La noté relativamente extraña durante todo el trayecto. La ayudé a ir al baño, lugar en el que me encerró y empezó a besarme como si no hubiera un mañana. Las hormonas la estaban pasando factura, y realmente tampoco iba a oponerme a sus muestras de afecto repentinas debido al embarazo. Estuvimos bastante tiempo en el baño, lo que hizo que Gianni y Salvatore me acribillando a preguntas. Después de hacer sus necesidades, Emma dijo que descansaría en la cama que había en el propio jet. No me pareció una mala idea, así que, tras hablar con Gianni y Salva sobre mis negocios, me fui con Emma a la cama. Me levanté dispuesto a irme, pero un comentario procedente de Valentino me paró los pies.

Don... tiene que ver algo...

Un mensaje de Valentino en su WhatsApp me desconcertó. Le miré intentando descifrar si se trataba de una broma, pero no vi indicios de risa en su rostro. Eso me dio a entender que el mensaje iba en serio, por lo menos para nosotros. No sabía realmente si eran quienes estaba pensando, pero lo iba a descubrir. Ese mensaje era clave para saber si la familia de Emma seguía en peligro o no. Después de todo, se supone que los rusos han vuelto a su lugar natal, dejando de molestar en Nueva York. Aunque no parecía del todo cierto.

"Cuidaré lo más que pueda a este chaval. Mis contactos ahí dentro son de confianza. Te daré el lujo de vigilarlo para que no lo maten, aunque una imagen vale más que mi palabras. Compruébelo usted mismo, Don."

La imagen en cuestión se trataba de un grupo de hombres, alrededor de un chico adolescente con la boca amordazada y atado de pies y manos en el suelo. Mis ojos se abrieron con sorpresa y rabia. Los hombres que estaban de pie tenían bates de madera, cinturones, incluso sus propias manos. ¿No se suponía que en la cárcel no se podía tener ningún tipo de arma u objeto que incitara a la violencia? Le devolví el teléfono a Valentino de mala gana, si un par de vueltas sobre mí mismo con la mano en la barbilla. Intentaba buscar una forma de sacar de allí al hermano de Emma, pero sería imposible. Él confesó lo que hizo. Él mató a Sophia.

—Escucha. —Una mano se posó en mi hombro, obligándome a girar mi cuerpo y encontrarme con la mirada penetrante de Salva—. Intentaremos encontrar una solución. Tú debes centrarte en la mujer que está ahí dentro y en vuestro hijo. ¿De acuerdo?

Asentí con la cabeza. Me fui de ahí y me dirigí a la habitación donde Emma se había metido previamente. La vi sobre la cama, dormida con su móvil en la mano. Lo cogí y lo dejé sobre la mesita de noche para que no se cayera o lo aplastara con su cuerpo. Me acomodé junto a ella, para descansar un poco. El viaje era largo y debía estar fresco para cuando llegásemos a Florencia. Pensé en Carina, estaría ansiosa de verla por fin. En cuanto se entere de que está embarazada... Todavía no se lo había comentado. En estos meses en los que viajaba de un lado a otro pasando por mi casa, me preguntaba por ella una y otra vez. Recuerdo lo que me dijo cuando llegué a mi casa tras el secuestro de Carlo. No se equivocaba del todo. Con unos cuantos pensamientos sobre nuestro hijo, teniendo abrazada a mi mujer por la espalda, me quedé completamente dormido.


Unos golpes en la puerta hicieron que me despertara. Apreté el cuerpo que estaba a mi lado contra mi pecho, esperando que el momento no acabara nunca. Desgraciadamente, no todo dura para siempre.

—Arriba, tortolitos. Hemos llegado.

La voz de Salva se hizo presente después de que se cansara de golpear la dichosa puerta. Me levanté mientras Emma se revolvía. Me agaché para darle un beso en la frente. Ella se levantó refunfuñando cuando estuve un buen rato intentando que saliera de la cama. Bajamos del avión, haciendo buen tiempo en relación a las fechas en las que estábamos. Cogí la cintura de mi prometida y la dirigí a uno de los Land Rovers. Durante el trayecto a la mansión, noté a Emma más nerviosa de lo normal. Cogí su mano y lleve sus nudillos a mi boca para plantar un pequeño y casto beso. No dejé de mi buscar sus ojos en el proceso, aunque ella ni siquiera levantaba la mirada. Preferí no decirla nada, podría ponerla más nerviosa. Aún así, seguía sin entender por qué estaba de esa forma.

En cuanto llegamos a la mansión, vi al resto de mis hombres por los alrededores. Tenia muchísima seguridad, incluso más que hace unos años. Algunos rodeaban mi casa, otros se encontraban dentro de ella. Había hombres por los pasillos, salones, recibidor... por todos lados, menos en los dormitorios y los baños. Mi prometida y yo salimos del coche con rapidez. Cuando Emma se puso a mi lado, noté su respiración agitada y su inquietud. Empezaba a preocuparme.

Amore, tutto bene? (Amor, ¿todo bien?)

Ella me miró y asintió rápidamente con la cabeza. Sus mejillas estaban bastante sonrosadas, parecía avergonzada. Una vez que Salvatore se puso a mi lado, con Alessandro y Valentino detrás, subimos las escaleras. La voz de Gianni se hizo presente.

—Leone, yo me voy a mi casa. —Dijo poniendo una mano en mi hombro. Sonreí con un asentimiento de cabeza—. Lo sé, lo sé. Vas a echarme de menos, lo veo a través de esa faceta de chico duro. No estés triste, volveré más pronto de lo que crees.

—Podría decir sin miedo a equivocarme que siendo tú te presentarías mañana aquí. Y sin ningún pudor.

—Si insistes... —Dijo con una sonrisa triunfante. Había caído en su trampa, Gianni es muy manipulador cuando quiere. Podríamos decir que es como un don—. Hasta mañana, amigo. Ciao, bambina (Adiós, niña).

Emma no se enfadó, sino que se relajó a mi lado y le brindó una sonrisa divertida. Gianni besó el dorso de su mano y se dio la vuelta. Cogió el coche que había dejado aquí, en mi mansión, y se fue. Sus discotecas estaban por casi toda Italia, siempre tenía a alguien que las llevara por lo que no fue ningún problema regresar a su hogar. Me giré hacia Emma, la cual ya tenía el color natural de su rostro.

Andiamo (Vamos). —Dijo besando su mejilla. Su rostro volvió a encenderse ligeramente—. ¿Qué te pasa?

Mi tono de voz fue divertido, haciendo que el rostro de Emma se pusiera aun más rojo. Le indiqué a Salva y los demás que entrarán en la mansión antes que nosotros para que pudiera hablar con ella. Emma escondió su cara en mi cuello.

—Tuve un sueño... en el avión... y entre eso y las hormonas...

Sonreí ante su pequeña inocencia mezclada con su lado pícaro. Emma era tímida, amable y bondadosa. Pero, como todo el mundo, siempre existe un lado oscuro, aunque en este caso no sea malo. Me encanta su faceta pícara y pervertida. Así que, como buen prometido, cumpliré todos sus deseos. Porque la amo.

Y siempre la amaré.

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