51
LEONE
Por mi mente pasaron varias personas cuando llegamos a la casa de la playa. Desde Volkov hasta Gianni, incluso pensé en Leonardo, el hermano menor de Emma. Pero nunca se me habría pasado por la cabeza tener a esa mujer delante. La mujer que me dio a luz, la persona que me había criado y luego me había abandonado, dejándome con un maltratador que tenía problemas de alcoholismo y drogas. La señora Grimaldi, mi madre.
—Hola, hijo.
No respondí nada más. Mis tíos sabían perfectamente la relación tal mala que tenía con ella. Mi tío se acercó a ella para darla un abrazo, era su hermana después de todo. Luego se acercó su madre y la dio otro abrazo. Y por último mi primo y mi tía. Emma y yo aún seguíamos quietos. No sabía qué hacer, avanzar o quedarme donde estaba. Emma me miraba, y yo la veía de reojo, pero solo podía enfocarme en mi madre.
—¿Qué haces aquí? —Pregunté. Es lo único que salió de mi boca. Ella siguió mirándome con el ceño fruncido y bastante mal.
¿Se atrevía a venir aquí? ¿Se habría enterado de que había traído a mi novia? Y hablando de ella, se acercó a mi madre con timidez. Ella cambió su expresión completamente. Le dio una cálida y entrañable sonrisa a Emma. Mi chica le tendió la mano a mi madre. La última no la aceptó, sino que se acercó a ella para darla un abrazo. Los demás respiraron con alivio al ver a mi madre tan cariñosa con Emma. Fruncí el ceño aún más, pero Emma vino hacia mí para cogerme la cara entre sus suaves manos. Cerré los ojos para relajarme.
—Bueno, creo que Leone le hizo una promesa a Emma.
La voz de mi tío rompió el incómodo silencio que se había formado a nuestro alrededor, juntando las palmas de sus manos. Esto hizo que abriera los ojos. Le miré confundido a la vez que abrazaba a Emma por la cintura y dejaba un casto beso en sus labios. Sonreí por lo preciosa y lo ansiosa que estaba. Sabía perfectamente a qué se refería mi tío.
—¿Nos vamos a los graneros? —La pregunté con una sonrisa.
—¿Graneros? —Preguntó emocionada. Ese brillo en los ojos quería verlo todos los días de mi vida. Asentí ante su pregunta.
—Está a dos kilómetros de aquí. Ponte ropa cómoda, daremos un paseo. —La dije dándole un beso en los labios. Ella subió corriendo las escaleras mientras todos la veían riéndose, incluso mi madre—. ¿Venís vosotros también?
—¡Claro! —Chasqueé la lengua con fastidio y una sonrisa falsa para mí tía—. Ya tendrás tiempo para estar con ella a solas, Leone. Déjanos disfrutar de su compañía, es una mujer muy agradable.
Esta vez sonreí de verdad, al recordar la sonrisa de emoción que tenía en el rostro hace unos segundos.
—Sí que lo es. —Dije sincero.
Mi madre me miraba curiosa y a la vez de forma cariñosa. Cuando me di cuenta, mi sonrisa se esfumó de mi rostro. Pasé por delante de ella, tocándola el hombro y subí las escaleras para ir a la habitación. Me topé con Salvatore por el camino, el cual me agarró el brazo. Sus ojos me transmitían urgencia.
—¿Se lo has dicho? —Mi cara inexpresiva lo decía todo—. Tienes que decírselo, Leone. Si no será más complicado después. Su madre no la ha dicho nada para que disfrutase de estas vacaciones, pero no puedes dejarlo seguir pasando.
—Ya lo sé, joder. Pero yo también quiero que disfrute de esto. Si se lo digo estará llorando por todos lados y preocupada todo el santo día. Ya suficiente que la secuestró el hijo de puta de Volkov y que sabe que Sophia está muerta.
Salvatore me soltó el brazo y cruzó los suyos sobre su pecho. Me miraba como si fuera un niño que había hecho algo mal.
—¿Te recuerdo que lo primero fue culpa suya? —Mi rostro intimidante hizo dar dos pasos atrás a mi mejor amigo. Sabe que nadie puede hablar así de mi prometida.
—Lo sé perfectamente. Ahora lárgate antes de que te vuele la cabeza por lo que has dicho. —Él bajó la cabeza en señal de reverencia y se fue por dónde había venido.
Me encaminé de nuevo a la habitación. Vi a Emma ya vestida con unos pantalones muy ajustados de hacer deporte, un top deportivo y unas zapatillas de correr. Todo ello era negro, menos el top, que era blanco. Sus pechos se transparentaban un poco y tuve que contenerme para no saltar sobre ella como un animal. Además, su sonrisa de emoción me decía que quería ir ya a los establos. Se puso una chaqueta de Ferrari de color rojo y negro.
—¿De dónde has sacado esa sudadera? —Pregunté divertido. Ella sonrió.
—La tengo desde hace mucho. Otra cosa es que no la hayas visto nunca. Todavía no me la había puesto estando contigo. Es más, hacia mucho que no me la ponía.
—Me gusta. —Dije con una sonrisa. Sí que la gustaban los coches a esta chica. Se puso a mirar su móvil mientras yo me quitaba la camisa para ponerme más cómodo. Cuando cogí una camiseta del armario y unos pantalones de chándal cortos, mi novia pegó tal chillido que me obligó a saltar hacia atrás del susto—. ¿Acaso quieres matarme, mujer?
Ella aún seguía mirando su móvil. La pregunté qué ocurría, pero ella no me respondió. Siguió mirando el móvil como si hubiera visto un fantasma, pero de repente una sonrisa de oreja a oreja apareció en su rostro.
—¡Mira! —Dijo.
Literalmente me estampó el móvil en la cara. Me tuve que alejar sobando mi nariz por el golpe que me había dado. Ella apartó el teléfono y me miró preocupada. Le di a entender que estaba bien, así que ella volvió a sonreír mientras yo le miraba con el ceño fruncido. Volvió a enseñármelo y lo vi claramente. Dentro de cinco meses empezaba la nueva temporada de la Fórmula 1. Ella seguía con una sonrisa en la cara. Me puse la ropa con la mirada de mi prometida sobre mí.
—Andiamo (Vámonos).
Ella hizo una mueca. Pensaba que estaba pasando de ella, que no quería hacerla ni caso con el tema de la carrera, pero tenía una idea mejor. Así que decidí dejarlo estar. Caminó con la cabeza agachada, pero antes de que saliera de la habitación, la cogí por la cintura y la atraje hacia mi cuerpo.
—Espera un poco, ¿vale? —Dije. Ella no lo comprendió, así que decidí darla otra indirecta—. Tengo una sorpresa para ti.
Realmente tenía el suficiente dinero como para llevarla a cualquier carrera de esas. Aunque tuviéramos que dar la vuelta al mundo, por ella lo haría. Quiero verla feliz y ahora que he descubierta su nueva pasión, me encantaría verla disfrutar y yo hacerlo con ella. Salimos de casa seguidos de mi familia y, no sé si por suerte o por desgracia, por mi madre. Emma se dio cuenta de que al caminar estaba bastante tenso al tener la presencia de mi madre detrás.
Veinte minutos después llegamos a las cuadras, junto con varios de mis hombres que ya había llegado en los Land Rovers. Mi familia no sabría que ellos estaban allí. Además, mi tía odiaba montar a caballo, así que decidió quedarse con mi abuela en casa. Mi madre, mi primo, mi tío, Emma y yo fuimos al campo abierto donde estaban las cuadras de los animales. Al llegar, cada uno vio a su respectivo caballo. Mi tío y mi primo fueron a por uno negro y otro marrón, respectivamente. El mío también era de color negro y había uno blanco precioso al su lado. Emma llegó a mi lado para acariciar al animal, el cual recibió con gusto su mano.
—Ese es el tuyo. —Afirmé mientras me metía a poner la silla de montar a mi caballo.
Lorenzo se acercó a nosotros para ayudar a Emma a poner su silla y ayudarla a ponerse sobre él. Quise ir yo a ayudarla y apartar de un empujón a mi odiado primo, pero me contuve por la presencia de mi madre y mi tío detrás de nosotros. Emma se subió al caballo y se asustó cuando este dio una coz. Reí por la cara que tenía, estaba aterrada. Fui hasta ella y me cogió de las manos, diciéndome que no quería montar y que le daba mucho miedo. Mi madre rió con ternura acercándose a nosotros.
—No te preocupes, bella (cariño).
—No sé, señora Grimaldi... —Dijo Ema rascándose la cabeza.
—No me llames señora, por dio (por Dios). Me haces sentir más anciana de lo que ya soy. Llámame Nicoletta.
—Va bene (Está bien), Nicoletta.
—¿Listos? —Preguntó mi tío ya en su caballo. Yo me subí al mío y asentí con la cabeza—. Bien, bambini (niños). Avanti (Adelante).
Mi tío salió con el caballo como si fuera un rayo. Mi primo fue detrás y ambos empezaron una carrera por el inmenso prado. Emma les miró horrorizada.
—¿No se caen a tanta velocidad? —Dije. Negué divertido con la cabeza.
Ambos salimos despacio de las cuadras y mi madre se quedó en la puerta. La brisa era agradable y estábamos solos. Ella me contaba que siempre quiso aprender pero sus padres nunca consiguieron tener algo como esto. Todo se complicó cuando se divorciaron y con la enfermedad de su madre. Me enteré de muchos de sus gustos: por supuesto la Fórmula 1, la cual veía con su padre por la televisión; los animales, aunque tiene cierto temor a los perros grandes y alergia a bastantes animales y plantas; la encantan las avellanas y los cacahuetes; odia rotundamente la cebolla...
Así, con un paseo agradable y un tanto divertido por el campo a caballo, conocí un poco más a mi prometida. Quizás soñase raro decirlo así, si me iba a casar con ella debía conocerla a la perfección. Pero lo nuestro no fue un amor duradero, uno de esos que nunca se rompe y en el que las parejas siempre están juntas y saben los gustos ajenos. No. Nosotros éramos una pareja cuyo amor había estado oculto durante años, y que, gracias a algo o a alguien, hemos podido reencontrarnos y aprender a distinguir entre la atracción y el amor. Y sí, me atrevía a decir con total seguridad que, a pesar de conocerla tan poco, amaba a Emma con locura.
De repente, vimos a dos personas galopando a toda velocidad en nuestra dirección. Emma empezó a ponerse nerviosa porque no sabía cómo reaccionar y el caballo también dio coces al aire. Acaricié al caballo con mi mano para que se calmara, pero el idiota de Lorenzo venía demasiado rápido. Sin siquiera darme cuenta, el caballo de Emma salió disparado en sentido contrario al que venían Lorenzo y su padre, con Emma encima. Emma me miró aterrorizada mientras el caballo corría sin rumbo. Hice que Trueno, que así se llamaba mi caballo negro, corriera detrás de mi prometida para poder alcanzarla.
Sinceramente, la situación era bastante divertida. Emma gritaba al caballo que se estuviera quieto y él no la hacía ni caso. Escuché un galope a mis espaldas. No me hacia falta darme la vuelta para saber que era mi primo el que venía corriendo a salvarla. Pero no iba a dejar que se saliera con la suya. Esta vez no. Mis brazos dieron un latigazo al caballo con sus riendas y corrió aún más. Trueno era sin duda el mejor caballo del establo, el más rápido y el más elegante. Pasé por delante de Emma a toda velocidad, escuchando su súplica a mis espaldas. Entonces, hice que Trueno se interpusiera en el camino del caballo de Emma y mi chico se levantó sobre sus dos patas. El caballo blanco se paró al instante, haciendo que Emma tuviera que aferrarse a su crin para no salir disparada por los aires. Me acerqué a ella con el pulso acelerado mientras veía como mi primo pasaba a nuestro lado y se hacía a un lado. Su cara de fastidio hizo que sonriera en su dirección.
Emma se lanzó a mis brazos en cuanto llegué hasta ella. Estaba temblando, asustada. Nunca había montado a caballo y entendía el miedo que se había instalado en ella. Me daba pena, ya que en casa estaba de lo más emocionada.
—Tranquila, princcippessa (princesa). Ya está.
Me bajé del Trueno para bajarla de su caballo y subirla al mío. Cuando estuvo estable, aunque se resistió un poco, me subí tras ella. Cogí las riendas de su caballo con una mano y las de Trueno con mi otra mano.
—Mira Leone. —Dijo mi chica, girándose para mirar a mis espaldas. Hice que Trueno y el caballo blanco girasen con nosotros. Había una puesta de sol preciosa.
Los segundos pasaban y el anochecer llegaba. Debíamos irnos de allí antes de tener que ir andando a la casa. Aún así, temía un poco por nuestra seguridad. Le di a Emma las riendas de Trueno, solo debía sujetarlas para que pudiera sacar mi teléfono móvil y así llamar a uno de los hombres que habían venido.
—Felippo, llevadnos a casa. —Él acató mi orden a través del teléfono.
Llegamos a los establos de nuevo, donde mi tío, mi primo y yo nos esperaban con una sonrisa. Vi como mi madre sonreía aún más al ver como abrazaba a Emma con mi mano libre, ya que ella llevó a mi caballo bastante más relajada. Ella se sonrojó al notar la mirada de mi madre y mi tío sobre nosotros, al estar tan pegados. Le di a Emma un beso en la mejilla antes de bajar del caballo, aún con la atenta mirada de los demás sobre nosotros.
—¿Listos? —Preguntó mi tío antes de cerrar los establos. Asentí mientras atraía a Emma hacia mí.
Caminamos hasta los coches. Vi como Lorenzo se acercaba a nosotros, colocándose al lado de Emma. La atraje aún más hacia mí, y aún así mi primo tuvo la osadía de pasar el brazo por los hombros de mi prometida. Le miré con los ojos abiertos, pero Emma me apretó la mano. Lorenzo le preguntó qué tal estaba y si se encontraba bien.
Mis hombres nos esperaban con las puertas de los coches abiertos y mirada profesional. Mi tio, mi madre y mi primo se montaron primero. Fui a montarme después, pero Emma me cogió del brazo. Me miraba con temor.
—¿Qué ocurre, amore (amor)? —Ella miró el interior del coche, indecisa.
—Tú y tu madre... ¿no os lleváis bien? —Negué con la cabeza sin querer seguir hablando del tema. La cogí de la mano para ayudarla a que se metiera en el coche.
Sabía que ella quería agradar a mi madre, y sabía lo que estaba rondando por su cabeza. Mi madre tuvo muchas oportunidades conmigo, pero la primera de todas no la aprovechó. Eso fue lo que me llevó a odiarla tanto.
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