49
LEONE
Me fui a la barra para beber otra copa. Presentía algo malo, y cuando yo pensaba así acertaba el noventa y nueva coma nueva por ciento de las veces. El camarero me sirvió dos chupitos de tequila, diciéndome que invitaban dos mujeres que estaban en la otra punta de la barra. Las miré y sonreí en agradecimiento, a lo que ellas respondieron con risas y saludándome con la mano. Miré hacia atrás para ver a Emma, la cual no se había percatado de ello que había pasado. De pronto, una mano sobre mi hombro me sacó de mis pensamientos. Agarré mi pistola con fuerza, pero no la saqué al ver la cara de un viejo amigo a mi lado.
—Tranquilo, amigo. Sono io (Soy yo).
Gianni Coppola. Uno de mis muchos amigos en la mafia. El jefe de la mafia de la Cosa Nostra. Él y yo éramos como hermanos junto con Carlo. Los tres solíamos salir de vez en cuando, sobre todo los momentos en los que Ruggero, el difunto Don, nos daba algún rato libre. Solté mi pistola, dejándola dentro de mi cazadora, y le saludé con un emotivo abrazo.
—¿Cómo estás, Gianni? Hace muchísimo que no sabía de ti.
—Siempre estás ocupado con tus cosas de Don y tus hoteles. Era imposible venir a ver a un buen amigo. —Dijo fingiendo resentimiento. —¿Dónde está tu sombra?
—Seguramente esté entrando por la puerta. Fue a aparcar el coche. —Dije sorbiendo mi copa.
—Siempre tan mandón, Caruso. —Reí con una carcajada ante el comentario.
—Es mi naturaleza, Gianni. No puedo cambiarlo. —Dije mirando los chupitos aún en la barra—. ¿Qué tal todo? El negocio, por lo que veo, va estupendamente.
—Efectivamente, amigo mío. Esta discoteca es la mejor inversión que he podido hacer. Pensé que nadie vendría a este lugar. Ya sabes, no es una localidad muy extensa y está un poco alejada del centro del país. Pero, realmente, ha ido mejor de lo que esperaba. —Dijo con una sonrisa de orgullo. Puse una mano en su hombro, dando un pequeño apretón.
—Me alegro mucho. —Dije también sonriendo—. Me gustaría presentarte a alguien.
—Pensé que no me la presentarías nunca. ¿Dónde está esa donna (mujer) que ha robado el corazón de Caruso?
—Está justo...
No me dio tiempo a terminar de señalar a Emma, pues las dos mujeres que me habían invitado a dos chupitos se encontraban frente a nosotros. Ambas nos miraban con lujuria. Miré sobre sus cabezas y Emma aún seguía hablando animadamente con las amigas de mi primo.
—Es usted Leone Caruso, ¿verdad? —Preguntó la rubia de pelo corto y liso hasta los hombros. Asentí con la cabeza sin ningún ánimo, apartando la vista de ellas para beber de mi copa. Gianni me miró sorprendido por mi actitud indiferente—. ¿Qué hace una figura tan pública en un lugar como este?
—Es cierto. ¿No arruinaría su reputación?
—Para nada, signore (señoritas). También merezco divertirme, ¿no creen? —Pregunté lo más calmado posible. Ellas rieron y la rubia de pelo corto se acercó a mí para tocar, o más bien sobar, mi brazo. La camisa estaba completamente pegada a mi cuerpo sin ningún tipo de holgura, por lo que se me marcaban todos los músculos. Al parecer eso llamaba bastante la atención.
—Por supuesto que sí. Justamente nosotras también buscamos diversión, ¿os gustaría dárnosla? Estábamos un poco aburridas nosotras solas... —Dijo la otra chica de pelo negro y ojos azabache. También se acercó a mí por la espalda. Acarició mi cuello y me levanté para que ambas dejaran de tocarme—. ¿Te ponemos nervioso? No temas, yo me iré con tu amigo.
La morena se acercó a Gianni, el cual aceptó sin ningún tipo de remordimiento. Siempre fue un hombre soltero, dedicado uno a y exclusivamente a sus negocios y al sexo. Nunca quiso una relación formal, y me preocupa que nunca llegue a asentar la cabeza con alguna mujer.
—Entonces tú eres para mí. —Dijo la rubia. Sus ojos azules me escrutaban con deseo. Irradiaba sexo y dinero por ellos. Me giré hacia Gianni, el cual ya estaba metiendo la lengua en la boca de la otra chica. Eso sí era rapidez—. Ves, ellos ya nos han ganado. Creo que deberíamos alcanzarlos.
La chica empezó a acercarse a mí, pero la retiré sutilmente como el caballero que era. Sería duro, macabro y frío con quien lo merecía, pero mi familia siempre me educó de las mejores maneras. Mi tío me enseñó a que a las mujeres había que tratarlas con delicadeza, excepto en la cama, si ellas lo desean. La rubia no quería despegarse de mí, así que jugué mi ultima carta.
—No me interesa pasar la noche con usted... —Dejé la frase en el aire, pues no sabía su nombre.
—Donnatella.
—Donnatella. —Repetí—. Tengo a una mujer estupenda para toda la vida.
—¿Su prometida, verdad? —Preguntó. Asentí con la cabeza—. Lo vi por los informativos y las revistas de cotilleo. Pero... ¿acaso está por aquí?
—Mira detrás de ti, cariño.
La voz de Emma se hizo presente en la conversación. Sonreí como un idiota cuando la vi detrás de la rubia, con los brazos cruzados sobre sus perfectos pechos y una ceja en alto. Ese lado posesivo, frío y a la vez tierno de Emma me ponía a cien. La chica que intentaba seducirme se giró hacia ella, riendo en su cara después de observarla durante unos minutos. Emma siguió en su posición, fría e imponente, aunque no para la rubia al parecer.
—¿Tú? Por favor, no me hagas reír. —Dijo carcajeándose aún más. La gente a nuestro alrededor empezaba a mirarnos, al igual que Gianni y su nuevo ligue. Mi amigo me miró sin entender nada, lo que aumentó aún más mi sonrisa. Volví mi rostro hacia Emma, la cual ya no miraba a la loca que estaba conmigo, sino a mí. Su expresión no cambió en ningún momento, su enfado crecía por momentos. La rubia se giró hacia mí y me plantó un beso en el cuello.
Todo lo demás ocurrió muy rápido. Emma sujetó por el pelo a la chica. La apartó de mí de un tirón, haciendo que me levantara del taburete, pues la rubia aún sujetaba mi camisa con sus asquerosas manos con uñas kilométricas. No sé el movimiento que hizo Emma, pero se acercó a mí para empujar a un lado a la rubia y ponerse entre nosotros. Entonces, mi prometida se llevó a rastras a la chica. Parecía fuera de sí, la única vez que la vi así fue en el avión. Miré a Gianni y él apartó a su cita, diciéndola algo al oído. Iba tan borracha que ni le importaba su amiga. Me levanté del asiento y nos dirigimos a un pasillo donde había parejas besándose, pero se fueron en cuanto nos vieron. Gianni y yo éramos los únicos que estábamos en él. Vi a Emma salir al final por una puerta de emergencia de color negro. Nosotros fuimos detrás, pero me quedé estático a medio camino. Palpé mi chaqueta, mi camisa, mis pantalones...
—¿Qué pasa, Leone? —Me preguntó Gianni volviendo sobre sus pasos para volver hacia mí.
—El arma. —Dije—. No está.
—¿Te has traído un arma a mi club? —Preguntó cruzándose de brazos, como si fuera un padre regañando a su hijo.
—Déjate de gilipolleces. Siempre llevo un arma conmigo. —Dije completamente serio. De repente, escuchamos un disparo. La música estaba tan alta dentro que nadie
—Esa mujer tiene agallas. —Dijo riendo. Quise pegarle un puñetazo, pero tenía razón. Otro disparo sonó, y la cara de Gianni se tornó seria. Me hizo un gesto con la cabeza para dirigirnos al exterior.
Al salir, vimos a Emma con el arma en la mano. Decidida e impasible frente a la rubia de pelo corto que intentaba ligar conmigo. Ésta se encontraba en el suelo, con el maquillaje corrido por las lágrimas y la respiración agitada. Sus rodillas acunaban su cara y bajó la mirada en cuanto los vio. Escondió su rostro entre sus piernas como si de un animal herido se tratase. Gianni intentó acerarse a mi prometida, con la intención de quitarle la pistola y acabar con todo esto. Puse el brazo frente a él, impidiendo que avanzara, a lo que me respondió con una mirada incrédula.
—No pienso hacer que mi reputación y la de mi bar caigan en picado por los celos de tu mujer, Caruso.
—No va a matarla. —Dije. Emma giró levemente su rostro hacia nosotros y una media sonrisa siniestra apareció en sus labios.
Levantó el brazo, a punto de apretar el gatillo. La rubia pegó un chillido por el miedo. El cuerpo de Emma se tensaba por momentos y la decisión se veía en él. Vi a la rubia suplicar, esta vez mirando a Emma con temor. Tenía la cara hecha un cuadro y sus manos se juntaron para pedir clemencia por su vida. La chica intentó levantarse, pero Emma se acercó un paso más a ella. No consiguió moverse ni un centímetro, Emma la tenía acorralada. Miré a todos lados por si cabía la posibilidad de que alguien pasara por delante y nos viera. Esto no era Nueva York, no había peligro. Pero aún así, los disparos se escucharían. Tal y como predije, Emma se separó de la chica viniendo hacia nosotros.
—Dame el arma. —Ordené. Emma se giró de nuevo hacia la chica, la cual no se atrevía a hacer absolutamente nada. Ni siquiera se había movido. Solo temblaba y temblaba sentada en el suelo.
—Andiamo (Vámonos).
Emma avanzó por el callejón, queriendo salir antes que nosotros. Gianni y yo íbamos detrás de ella. Escuchamos un ruido, supuse que era la chica que se había recuperado del shock. Los tres nos giramos hacia ella, y entonces ocurrió. Gianni y yo no apartamos a los lados justo antes de que Emma disparase. Si no fuera por el sonido de cargar el arma, o Gianni o yo estaríamos muertos. La rubia cayó al suelo y en pocos minutos ya tenía un charco de sangre a su alrededor. Miré a Emma boquiabierto y a la vez orgulloso, pero no era bueno que empezara así. Quería formarla, quería entrenarla. No podía matar sin ton ni son, sin técnica. He de decir que no se la daba nada mal disparar, y su actitud era algo que me atraía aún más de ella. Gianni miró a Emma con la misma expresión que yo, en cambio ella no nos miró a ninguno de los dos. Siguió hacia delante como si nada hubiera pasado. Pensaba que, la primera vez que ella disparase, iba a arrepentirse, a torturarse mentalmente por haber acabado con una vida. En cambio, caminó hacia el exterior, el cual daba a un descampado y no a la principal por donde habíamos entrado.
Se giró de nuevo hacia nosotros. Nos habíamos quedado estáticos, sin saber qué hacer o decir. Ella se cruzó de brazos esperando alguna respuesta por nuestra parte. Se acercó a nosotros para darme la pistola y un casto beso en los labios y se fue para rodear el club y salir hacia el coche. Giré mi cabeza hacia Gianni de nuevo, esta vez con la pistola en la mano.
—Yo que tú guardaba eso. No me apetece que te metan en la cárcel por la loca de tu mujer. —Elevé una ceja y mi rostro se tornó serio de nuevo—. ¿Qué? ¿Me vas a decir que no está loca? Mira lo que ha hecho.
—Yo también soy un asesino, Gianni. Y tú igual.
—Yo no mato por celos. —Dijo decidido.
—Yo sí. —Afirmé con una media sonrisa.
—Entonces siempre hay un cojo para un descosido. O mejor dicho, un loco para otro loco. —Gianni llamó a varios de sus hombres para que arreglaran el desastre que había armado mi prometida—. Que seáis muy felices, amigo. Espero que la boda sea más tranquila.
—Descuida. No habrá muertes. Estarás allí para verlo, ¿verdad? —Dije con una sonrisa.
—La duda ofende. —Dijo. Le di un abrazo y se fue de nuevo al local. Ya no había rastro del cuerpo—. Ahora, si me disculpas, tengo a una morena esperándome y con una sesión de psicología mental pendiente.
Reí mientras veía como desaparecía de mi vista. Me fui de allí como si nada hubiera pasado y me encontré con Salva y Valentino en la puerta. Llegué hasta ellos, me bombardearon a preguntas instantáneamente. Les dije que mañana hablaría por la mañana con ellos en mi despacho y les explicaría lo sucedido. En realidad ya estaba todo arreglado, así que no había de qué preocuparse. O eso pensaba. Mi primo salió de la discoteca y vino hacia nosotros. Me miró de arriba a abajo y luego pasó su mirada por toda la calle.
—¿A quién buscas? —Pregunté, aunque sabía perfectamente la respuesta.
—Primero a tu mujer—. Dijo. Descarado. La ira recorría mis venas cada vez que este chico abría la boca—. Antes estaba un poco rara. Y luego a una rubia de pelo corto por los hombros con un vestido despampanante. No la habrás visto, ¿verdad? —Negué con la cabeza sin querer oír nada más de la mujer muerta a la que mi primo buscaba.
—Nos vamos a casa. Está cansada. Vamos a por el coche. —Extendí mi mano hacia Salva para que me diera las llaves del Ferrari. Cuando no obtuve respuesta, insistí—. Salva, las llaves.
—Las tiene Emma. —Soltó sin más.
—¿¡Qué!? —Grité furioso.
De repente. Un chirrido del derrape de unas ruedas se hizo notorio en la calle. Mi puto Ferrari venía como una bala hacia nosotros, conducido por mi espectacular y alocada prometida. Esta no era la Emma que yo conocí, esta era incluso mejor. Aún así, no iba a permitir que nos estrellásemos por culpa de las copas que llevaba encima. Pero tenía que reconocer que no conducía nada mal. Me acerqué a ella, haciendo un gesto con mis dedos para que bajase la ventanilla.
—¿Te llevo? —Preguntó con una sonrisa traviesa. Sonreí de lado, pero aún así abrí la puerta para que saliera. Ella puso los ojos en blanco, haciendo caso a mi orden—. Viejo aburrido.
Agarré su cuello, poniéndola delante de mí y dando la espalda a mis hombres y a mi primo. Ella jadeó y soltó un suspiro de placer al sentir la mano que me quedaba libre acercarse a su intimidad, acariciando sus muslos.
—Cuidado con lo que dices. Este viejo aburrido te hace gritar de placer cada vez que te folla.
Solté su agarre y ella inhaló aire con la respiración entrecortada. Se despidió de mi primo y nuestros guardaespaldas con un beso en la mejilla a cada uno. Mi primo fue el último y este miró su cuerpo cuando le dio la espalda para subir al asiento del copiloto. Me quedé aún fuera, restándole con la mirada. Se dio cuenta y le intimidó un poco. Sonreí ante la mueca que hizo.
—Usad condón. —Dijo entonces Salvatore. No rompí el contacto visual con Lorenzo, hasta que le dediqué una última sonrisa y un guiño de ojo antes de entrar al coche.
Salí quemando rueda de allí para llegar lo antes posible a casa. Debía hablar con Emma sobre lo que había hecho, era algo importante y lo que no quería era que de repente entrase en estado de shock o algo así. Ciertamente, la veía más tranquila de lo normal. Quizá sí iba a encajar en este mundo, después de todo le viene de sangre. Su padre es un asesino, al igual que yo.
—No quiero ir a casa.
La voz de Emma me sacó de mis pensamientos. Su mirada estaba perdida en el horizonte y su cabeza no parecía estar aquí. ¿En qué estaría pensando? Seguramente esté empezando a pensar en lo que ha hecho.
—¿Por qué? ¿No estás cansada? —Ella negó con la cabeza—. Entonces, ¿a dónde quieres ir?
Emma se encogió de hombros. Vi un pequeño bosque a lo lejos, antes de llegar a la casa de mis tíos. Decidí ir y dejar allí el coche. Emma necesitaba aire puro y creo que ese era el mejor lugar. Cuando llegamos, Emma miró extrañada el lugar pero no dijo nada.
—¿Qué hacemos aquí? —Preguntó.
—Dijiste que no querías ir a casa. —Dije con obviedad—. No te he llevado a casa, y te he traído a un bosque.
—¿Para que me coma un oso o algo así? —Preguntó con una risa sin gracia.
—Quizá seas tú la que mate al oso primero. —Dije un una sonrisa. Ella inhaló aire y su rostro se volvió serio. Acaricié su cabello con mi mano—. Oye, no le des vueltas.
—No tenía que haberla matado.
—Hiciste lo que creías que tenías que hacer. Non ti preoccupare (No te preocupes). —Giró su rostro hacia mí. Sus ojos verdes se clavaron en los míos y tuve que contener la respiración ante esa mirada tan profunda.
—Soy un monstruo. —Dijo. Aquí estaba el momento que más me temía. La culpa.
Desabroché su cinturón de seguridad y cogí su cuerpo con mis brazos. La puse encima de mí, echando el asiento hacia atrás. Se puso cómoda y puso una pierna a cada lado de mi cuerpo. Intentó ante todo no rozar ni rayar el interior del coche. Era muy cuidadosa para lo que quería. Acarició mi cara con sus manos, pasó sus dedos por mi pelo haciendo que cerrase los ojos con las caricias que me estaba brindando.
—No te atormentes, ¿capito? (¿Entendido?) —Dije abriendo los ojos de nuevo.
—No creo que pueda hacerlo. —Dijo no muy convencida—. Nunca había matado a nadie.
—Siempre hay una primera vez. —Dije en tono pícaro. Sus ojos pasaron de mi pelo a mis ojos y luego a mi boca. Sus mejillas se pusieron de un tono carmesí bastante leve pero apreciable en primer plano.
—Hazme olvidar, amore (amor). —Dijo con urgencia—. Mañana hablaremos de ello.
Nada más decirlo, junté sus labios a los míos sin pudor. Subí su falda y ella desabrochaba mi camisa. Poco a poco la ropa iba sobrando y, sin siquiera haberlo planeado, hicimos el amor en el interior del Ferrari que tanto nos gustaba.
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