47

LEONE

Emma y yo reíamos sin parar mientras la contaba anécdotas ocurridas por las calles de Campomarino di Maruggio. Era una localidad preciosa, muy clásica. Era pequeña y acogedora. Ideal para personas como Emma y yo, acostumbradas a vivir entre edificios de inmensas alturas, carreteras y avenidas por todas partes, además de tiendas y locales de comida rápida. Esto no era comparable con Nueva York. Mi prometida se paró frente a alguna que otra pequeña tienda donde vendían escasa ropa. Siempre pensé que mi futura esposa tendría los mejores lujos, pero ver a Emma tan feliz como tan poco... Decía mucho de su increíble personalidad. No necesitaba lujos, no necesitaba vivir como una reina para ser feliz.

Cuando terminamos la ruta, nos dirigimos a la playa. Era preciosa y si caminábamos un rato por la arena estaríamos en nuestra casa. Mientras Emma miraba al horizonte con una sonrisa, me acordé de que debía llamar a su padre. No sabía si Rafaello se había enterado de la muerte de Sophia, pero estaba claro que alguien debía ir a Nueva York a cuidar de su mujer y su hijo.

—Leone... —Una voz me sacó de mis pensamientos. Emma me miraba con preocupación mientras se quedaba quieta, con las olas chocando contra nuestros pies descalzos. Estábamos casi a la altura de la casa de mis tíos—. ¿Tutto bene? (¿Todo bien?)

—Sí. Tranquila. Solo pensaba.

—¿En qué? —Preguntó.

—En que mañana iremos con mis tíos a mirar alguna iglesia por la mañana. Aunque, la verdad, casarnos aquí, frente al mar, no me parecería tan mal. —Me miró muy poco convencida, aunque no volvió a insistir.

Ambos llegamos a la casa de verano, viendo luz en el interior. Emma subió a la habitación mientras mis tíos bajaban bastante arreglados. Nos ofrecieron ir con ellos, pero me adelanté a decir que Emma y yo estábamos cansados. Mi abuela y mis tíos salieron y Emma bajó un rato después. Se había puesto una de mis camisas sobre su cuerpo, y me atrevía a decir que no llevaba nada bajo la tela blanca. De pronto, unos pasos se escucharon bajar de nuevo por las escaleras. Lorenzo venía arreglándose sus mangas arremangadas, dejando ver sus brazos tonificados. Había cambiado mucho desde la última vez que lo vi, y tenía que reconocer que las mujeres lo veían atractivo. Pero mi primo estaba interesado en la persona equivocada. Cuando vio a Emma semidesnuda, con solamente una camisa mía encima, incluso pude apreciar una pequeña erección en sus pantalones. Vi a mi prometida bastante incómoda, por lo que me puse frente a Lorenzo y escondí su cuerpo detrás del mío.

—¿Vais a quedaros? —Preguntó mi primo.

—Sí. Estamos cansados. —Dije con voz firme.

—Iba a invitaros a salir de fiesta con unos amigos. ¿De verdad no queréis venir?

—No. Pero grazie (gracias) por la invitación.

—No hay problema. Al parecer vamos a quedarnos un día o dos más. Mañana volveremos a quedar, estáis invitados.

Grazie (Gracias). —Respondí simplemente.

—Nos vemos. —Guiñó un ojo a Emma, no sin antes mirarla de arriba a abajo mordiéndose el labio inferior, y salió de la casa.

—Ese bambino (niño) me pone negro. —Dije girándome hacia Emma. Ella acarició mi mejilla pidiendo que me tranquilizara—. Siendo sinceros, amore (amor), nadie se resiste a verte así.

Emma puso los ojos en blanco antes de salir a la piscina. Me dijo que la acompañara, pero tenía algo que hacer. Debía llamar a Rafaello cuanto antes. Emma se quitó la camisa y la dejó sobre una de las tumbonas. Pude contemplar su cuerpo completamente desnudo, paseándose con naturalidad por la piscina y tirándose de cabeza al agua. Desvié la mirada para no cometer ninguna imprudencia antes de llamar a mi futuro suegro. Me metí en la cocina, donde no podía ver la piscina y tras unos ejercicios de respiración marqué el número de Rafaello.

—Leone. ¿Cómo estás?

—Yo estoy bastante bien, mis heridas han curado más rápido de lo que pensaba. ¿Tú estás bien? —Pregunté.

—Sí. Ya estoy mucho mejor. ¿Ocurre algo? —Preguntó rápidamente. Sabía que cuando le llamaba solo significaba una cosa: problemas.

—Necesito que vayas a Nueva York. Ya. —Respondí tajantemente.

—¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Mi familia...?

—Tu familia está en peligro. —Corté su frase antes de que me preguntaran si estaban bien. Era de esperar que no lo estaban y necesitaban una protección cercana. Alessandro lo tenía bajo control, pero estaba seguro de que Rafaello debía ir cuanto antes a su antigua casa.

—Cogeré el primer avión que vea ahora mismo.

—Los vuelos están muy caros a esta hora, Rafaello. No puedes comprar uno así como así. Espera a mañana.

—¿¡Me dices que mi familia está en peligro y piensas que me voy a quedar de brazos cruzados hasta que consiga un vuelo más barato!? —Preguntó a gritos. Suspiró al otro lado de la línea mientras yo me mantenía en silencio. —Perdóneme, Don. Pero sabe que mi familia es lo que más me importa en este mundo. Y sabe que soy exageradamente rico y me importa una mierda el dinero tratándose de mi familia.

—Déjate de formalidades, Rafaello. Eres como mi padre. No me trates como tu jefe.

—En parte lo eres. —Dijo—. ¿No crees que es un poco extraño que mi yerno sea mi jefe?

—Y gracias a ti también soy el jefe de tu hija. —Dije con una sonrisa.

—¿Ella está bien? —Preguntó preocupado.

—Sí. Esta conmigo y con mi familia en Campomarino. Está a salvo.

—He oído que los rusos han estado en Apulia...

—Sí. Secuestraron a tu hija. —Dije sin miramientos. Era mejor arrancar la tirita de cuajo.

—¿¡Qué!? ¿¡Volkov!? ¿¡Ese figlio di puttana (hijo de puta) ha tocado a mi hija!?

—Créeme, Rafaello. Si la hubiera tocado un pelo, estaría muerto. Su compinche la abofeteó, yo no estaba delante. Aunque tu hija les robó una pistola, corrió como un león y disparó contra ellos casi como una profesional. —Dije, con cierto orgullo—. Está hecha para esto.

—Esa es mi chica. —Dijo riendo—. Buscaré un vuelo para mañana a primera hora. ¿Ha pasado algo grave en Nueva York?

—Sí. Sophia está muerta.

—¿Sophia? ¿La mejor amiga de Emma?

—Ex-mejor amiga, ahora. Es una historia muy larga. —Dije con resentimiento.

—¿Y qué tiene que ver mi familia? —Preguntó.

—Piensan que uno de los posibles asesinos es tu hijo.

—¿Leonardo? —Preguntó con cierta tristeza—. No puedo presentarme allí así como así. No conozco a mi hijo, ¿cómo voy a llegar allí sin avisar y...?

—Rafaello, hazlo por Samara. Sabes lo enferma que está. No puede vivir con esa presión. Mis hombres están haciendo lo que pueden, pero te necesitan a ti. Ahora más que nunca.

Va bene (está bien). Iré mañana. Te voy informando.

—Por supuesto. Buonanotte (buenas noches).

Buonanotte (buenas noches), Leone. Cuida de mi hija.

—Como si se tratara de mi propia vida.

Dicho esto, colgó. Salí de la cocina y me encaminé hacia la piscina. Emma estaba con los brazos apoyados en el borde y la cabeza sobre los mismos. Sus ojos estaban cerrados. Acaricie su cabello y una sonrisa asomó por sus carnosos y apetecibles labios. Me levanté y me quité la ropa, dejándola en una de las tumbonas junto a la camisa que Emma me había cogido. Cuando estaba completamente desnudo, me sumergí en el agua lentamente con los ojos de Emma puestos en mi abdomen. Nadé hasta ella bajo el agua y vi como se dio la vuelta para mirarme. Sus ojos verdes tenían un brillo especial. Cuando llegué hasta su cuerpo, mis manos volaron hacia sus caderas y sus piernas se enrollaron alrededor de mi cuerpo.

Ciao (hola). —Dijo acariciando mi cara.

Ciao (hola). —Repetí. Nadé con ella hasta unas escaleras amplias, que formaban parte de la estructura de la piscina, donde podíamos sentarnos.

—¿Hablabas por teléfono? —Preguntó. Asentí con la cabeza. Ella sonrió con cierto toque de tristeza—. ¿Era mi padre?

Mi sonrisa se esfumó mientras ella se ponía sobre mí. Estábamos completa y absolutamente desnudos, y siendo sincero no iba a poder concentrarme en la conversación. La intimidad de Emma estaba peligrosamente cerca de la mía, pero procuré centrarme en sus ojos verdes. Estaban fijos en los míos, así que no aparté la mirada en ningún momento.

—Sí. Yo le he llamado. Tenía que comentarle una cosa. —Ella asintió bajando la mirada. Acerqué más mi cuerpo al suyo, abrazándola. Soltó un pequeño gemido cuando notó mi miembro bajo su cuerpo—. Es algo que también debo comentarte a ti.

—¿Qué es? —Preguntó mirándome de nuevo.

—Sophia. —Su cuerpo se tensó, su mandíbula se apretó y sus ojos se abrieron como platos. Miró a otro lado, con las cejas fruncidas y un gesto de preocupación. Sabía que esa chica la inquietaba, pero no sabía la reacción que iba a tener cuando la dijera lo que había pasado. Emma cogió aire y lo soltó sin mirarme a la cara. Busqué sus ojos hasta que los suyos volaron de nuevo a los míos. Hizo un gesto con la cabeza para que continuara—. ¿Quieres la versión larga o la versión corta?

Me miró confundida, pero me respondió sin pensárselo demasiado.

—La corta. —Asentí con la cabeza mientras buscaba las palabras adecuadas. Sinceramente, no encontraba nada más adecuado que dos palabras que sé que van a parar su corazón. O quizás no.

—Está... muerta.

Un silencio se instaló entre nosotros. Nos mirábamos a los ojos. Me preocupaba que no dijera nada, no había emitido ningún sonido y su rostro inexpresivo empezaba a provocarme escalofríos. Su cara no había hecho ni un solo movimiento, ni sus cejas, ni sus labios, ni su nariz, ni siquiera había pestañeado. Parecía estar envuelta en una especie de estado de shock. Pero entonces, volvió a coger aire y salió de golpe por su boca. Rascó su cabeza con la mano derecha mientras la otra seguía en mi cuello. Hizo una mueca con la boca, y ,para mi sorpresa, estalló en carcajadas.

—¿En serio? —Dijo entre risas. La miraba con los ojos abiertos. No entendía qué la ocurría.

—Emma... amore (amor)...

—Es... es una... —No podía hablar por las carcajadas tan fuertes. Iba a terminar por contagiarme, pero el tema era serio y no podía reírme—. Es una broma, ¿verdad?

No dije nada y espere a que dejara de reír. Al principio podía tomarlo como una broma pero no cuando es totalmente cierto. Ella dejó de reírse. Se limpió unas lágrimas que se formaron en sus ojos, pero aparecieron más, y más. Y entonces, empezó a llorar. Había tenido un ataque bastante fuerte y me preocupé bastante, pero conseguir calmarla y limpiar sus ojos. Saqué su cuerpo del agua y cogí una toalla sobre las tumbonas para enrollar su cuerpo.

—La encontraron en la calle. En un callejón junto a una discoteca. No sé nada más.

No dijo nada. Creí conveniente no decir que su hermano era el sospechoso número uno y que los rusos acechaban para matarlo. Me preguntaba por qué los rusos querrían hacerlo. Pero entonces recordé que Sophia y Alek, el fiel servidor de Volkov, tenían una especie de relación sentimental. Emma se quedó sentada en una de las tumbonas, mirando al suelo. Cogí otra toalla y la enrollé en mi cintura. Después, me puse de cuclillas frente a ella. Sus ojos parecían perdidos y las lágrimas seguían cayendo. Me levanté para dejarla un rato a solas y traerla un vaso de agua.

Mi cintura estaba aún enrollada con la toalla y de pronto mi teléfono móvil vibro sobre la encimera. No me había dado cuenta de que lo había dejado ahí y vi como vibraba sin parar. Colgaron nada más lo agarré y vi unas seis llamadas perdidas del padre de Emma. Volvió a llamar sin que me diera tiempo a marcar su número, por lo que descolgué sin pensarlo dos veces.

—¿Rafaello? ¿Qué pasa? —Pregunté.

—¿Por qué coño no cogías el teléfono? ¿Lo tienes de adorno o qué? —Preguntó un tanto cabreado.

—Venga ya, Rafaello. Estaba con Emma. Acabo de contarle todo y parece que se ha quedado en estado de...

Me callé justo en el momento en el que la puerta de la cocina se abrió y la figura de Emma con mi camisa puesta apareció frente a mí. Ella extendió la mano dándome a entender que quería que le diera mi móvil. Sabía que estaba hablando con su padre, seguramente lo haya escuchado desde fuera. Negué con la cabeza, pero ella no apartó la mano ni hizo ningún otro gesto. Me rendí más pronto de lo que pensé, dándole mi teléfono móvil y apoyando mis antebrazos en la encimera de la isla de la cocina. Rafaello seguía hablando él solo, recriminándome el por qué había hablado tan rápido con su hija y por qué no contestaba el teléfono.

Ciao (hola), papá.

La voz de Rafaello se cortó justo en el momento en que Emma lo saludó. Podía imaginarme la cara de su padre perfectamente. Nadie habló. Emma no hablaba, Rafaello no hablaba, y yo muchísimo menos. Hacía mucho tiempo que Emma no veía a su padre, aunque lo vio en la fiesta de graduación del hotel. Y seamos sinceros, no fue el mejor día de ninguno de los dos.

—Emma. ¿Tutto... tutto bene? (¿Todo... todo bien?). —Ella asintió con la cabeza, pero luego se dio cuenta de que no podía verla. Tocó su frente con frustración y frotó sus ojos con fuerza, como si quisiera despertar. Les tenía rojos de haber llorado durante un rato.

—Sí... supongo que sí. —Dijo—. Tú... ¿tú estás bien? —Preguntó. Me sorprendió que le hubiera preguntado eso. De todas maneras, era su padre. Y todo esto me hizo acordarme de la mia mamma (mi madre). Alguna vez intentó contactar conmigo cuando ya era empresario. Incluso fue a mis hoteles para preguntar por mí, pero cuando tuve la suficiente conciencia, rechacé todas y cada una de sus solicitudes.

—Leone me ha comentado que...

—Sí. Ya sé que Sophia está... muerta. —Dijo revolviéndose en su sitio. Era algo incómodo para ella.

—¿Era alguien muy importante para ti? —Preguntó Rafaello. Joder, le estaba echando sal a la herida. Quise intervenir pero, Emma levantó la mano para que no hablase.

—Lo era. Pero hace mucho. Si estuviera viva... querría matarme. Así que... no es que no me afecte, pero tampoco es una gran pérdida.

Sonreí por la forma tan calmada con la que hablaba con su padre. De vez en cuando soltaba una pequeña sonrisa y me miraba con nostalgia. Sabía perfectamente que echaba de menos ver a su padre y estar bien con él, como cuando era una niña. Rafaello se preocupó cuando su hija dijo que Sophia intentó matarla, pero al saber que ella estaba bien y que Sophia estaba muerta, el hombre se relajó. Se despidió de nosotros diciendo que compraría el billete de avión lo antes posible y mañana cogería el primer vuelo. Colgó después de desearnos las buenas noches.

Emma se quedó un rato mirando el móvil, tocando sus labios y con la mente en otro lado. Me moví para ponerme a su lado y entonces, con la mano que le quedaba libre, agarró mi mano. Llevé la suya a mis labios para dejar un beso en el dorso de la misma. Me sonrió, y pude ver un brillo de felicidad en sus ojos.

—Por fin he podido hablar con mi padre de forma... normal. —Dijo con una sonrisa—. Grazie (Gracias).

—¿Por qué? —Pregunté.

—Por aparecer en mi vida. —Dijo acariciando mi pelo.

—Fue gracias a él. —Dije señalando el móvil con la cabeza. Emma me miró confundida pero entonces recordó que se lo dije la otra noche—. Tu padre consiguió el trabajo para ti en mi hotel. Quería juntarnos de alguna manera.

—¿Qué? ¿Mi padre me metió en tu hotel para que pudiera...? —Estaba empezando a enfadarse, lo notaba.

—Sí. —La corté—. Pero no hizo falta mucho esfuerzo por su parte. Me encargué de que entraras en mi hotel solo si querías y si eras apta para el puesto. Has entrado por tus propios méritos.

Sonrió con dulzura, acariciando mi cara con su mano. Sus dedos pasaron de mi mejilla a mi frente y luego a mi barbilla. Cerré los ojos por las caricias tan placenteras que me estaba brindando. Acarició mis labios y entonces abrí los ojos.

—Y sin querer me enamoré del jefe. —Dijo con una pequeña risa.

—Y yo de mi empleada.

—Que cliché, ¿no crees?

Reí mientras llevaba mis labios a los suyos. El beso fue lento, pero necesitado. Lleno de amor y pasión. Sus brazos se aferraron a mi cuello, acariciándolo suavemente. Cogí sus muslos para que sus piernas se enrollaran en mi cadera. Llegué a tocar suavemente su intimidad con la mano y mi prometida soltó un pequeño pero excitante gemido. Me pidió que la llevara de nuevo a la piscina, y así lo hice.

Mi cabeza empezaba a intuir que esta noche iba a ser memorable.

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