46

EMMA

Fue un tanto bochornoso el momento de la gasolinera, pero conseguí sacar a Leone de ahí antes de que matara al pobre hombre que solo hacía su trabajo. Me preguntaba por qué tenía que usar el móvil con tanta urgencia, a quién tendría que llamar, pero decidí dejarlo pasar. Me gustaría disfrutar de las vacaciones, aunque solo fueran diez minutos. No quería preocuparme por algo insignificante. El día era bastante soleado a través de la ventana del coche y esperaba poder ir directa a darme un baño en el mar. Dicen que las aguas de estas tierras son cristalinas y, teniendo en cuenta que no me gustaba el mar, este tipo de agua me trasmitía confianza. En otros casos en los que haya ido a la playa con mi madre y mi hermano, el solo hecho de no ver el fondo y tocar algas o piedras con los pies me daba mucha inseguridad.

Estaba tan sumida en mis pensamientos marítimos que me sobresalté cuando noté una mano sobre mi muslo. Leone conducía con una mano y el codo sobre la ventana. Su mano derecha descansaba sobre mi piel y me provocaba un hormigueo placentero, aunque debía estar atento a la carretera.

—Deberías dormir. —Dijo. Una media sonrisa apareció en la comisura de sus labios.

—¿Por qué lo dices?

—Porque no dejaré que lo hagas esta noche.

Me sonrojé al instante y me atraganté con mi propia saliva. Leone soltó una leve carcajada sabiendo que teníamos personas detrás nuestro, aunque todos estaban dormidos.

—¿Qué te crees que soy? ¿Un búho? Las noches son para dormir. —Dije cruzándome de brazos.

—Mis noches no, cara (querida).

—Tú siempre pensando en el sexo, Leone.

—¿Quién ha hablado de sexo? —Preguntó burlón—. Tienes una mente muy sucia, amore (amor).

—Dios, eres insufrible. —Dije con diversión, aparentando estar enfadada. Sí debía ser sincera, su lado pícaro no me disgustaba—. Y estás loco.

—Loco por ti, nena. —Está vez su voz cambió a una más grave, algo que me puso los pelos de punta—. Créeme, principessa (princesa). Te recomiendo que duermas.

Puse los ojos en blanco girándome a mirarlo de nuevo. Su ceño estaba fruncido, sabía que estaba concentrado en la carretera. Pero algo me decía que lo preocupaba... o quizás estaba pensando demasiado en los planes de esta noche.

—Relájate ya, primero debemos llegar vivos a vuestra casa. —Su cara formó una mueca divertida y molesta a la vez.

—¿Estás diciendo que conduzco mal, bambina (niña)?

—No. Pero no quiero tener un accidente por tus repentinas insinuaciones. Sé perfectamente lo que estás pensando y en lo que pensarás durante todo el trayecto.

—¿En qué crees que estoy pensando? —Preguntó con interés.

Me giré para cerciorarme de que todos tenían los ojos cerrados, y así era. Riccardo estaba roncando como un oso, con la boca abierta y las manos cruzadas sobre su barriga. Antonella también estaba dormida, pero esta tenía la cabeza apoyada en el hombro de su marido. Lorenzo, por otra parte, tenía la cabeza caída y los cascos puestos, por lo que no escucharía nada de nada. Y Vittoria también parecía descansar plácidamente, roncando igual que su hijo.

—Repito, siempre piensas en lo mismo. —Dije.

—¿Podrías decirme a qué te refieres? —Preguntó como si fuera un adolescente perdido en una clase de álgebra.

Por Dio (Por Dios), Leone. No te hagas el tonto. Tengo a tu familia detrás.

Non ti preoccupare (No te preocupes), seguramente no despierten hasta llegar a la casa.

—Seguramente alguien se haya despertado ya, ¿podemos dejar de hablar de sexo? —Pregunté con fiereza en un susurro demasiado alto.

—La única que está hablando de sexo eres tú. Aunque si insistes... ¿qué quieres hacer esta noche? —Preguntó con una amplia y perfecta sonrisa. Solté un suspiro exasperante. Mentiría si dijera que no me excitaba hablar de sexo en el lugar menos indicado, pero la familia de mi prometido estaba detrás de mí y la imagen que se llevaría de mí cualquiera de los presentes no sería la mejor—. Vamos, amore (amor). Nadie nos está escuchando.

—¿Hay piscina? —Pregunté roja como un tomate. Leone frunció el ceño por mi repentina pregunta—. En la casa.

—Sí... En el patio hay una. Da a la playa. —Afirmó Leone despacio. Estaba perdido, sabía que no entendía por dónde iba pero ahora comprendería todo—. ¿Por qué lo preguntas?

Le miré con las mejillas ardiendo de vergüenza. Una de mis fantasías siempre fue hacerlo en una piscina. Dicen que es la mejor sensación del mundo, y mi cuerpo siempre tuvo ganas de probarlo. Una vez estuve a punto con mi ex, pero nos pillaron y huimos de la casa corriendo medio desnudos por la calle. Nunca en mi vida pase tanta vergüenza como ese día, y me prometí a mí misma que nunca más lo haría en una piscina. Pero con Leone... todo lo prohibido y peligroso suena demasiado tentador. No me miraba directamente, pero sabía que estaba atento a mis movimientos por el rabillo del ojo. Su mano cada vez subía más y más por mi pierna, haciendo que se me acelerase el corazón.

—Leone... —Advertí.

—¿Qué pasa? —Preguntó con una sonrisa inocente.

— Deja de hacer eso. —Dije con voz firme pero a la vez temblorosa.

—¿Hacer qué?

Su voz cambió a un tono más grave. Mi respiración se entrecortó y no supe en que momento pero pude llenar mis pulmones de aire y soltarlo de golpe. Leone sabía que íbamos a chocar en cualquier momento por su culpa, pero... ¿a quién no le gustaba un poco de peligro? Aceleró mientras maldecía entre dientes. Al notarlo, me asusté un poco pero sabía que quería llegar cuanto antes a la casa de su familia y encerrarme en su habitación. Cuando le dije que frenara un poco, admitió en voz demasiado alta para mi gusto que quería tirarme sobre la cama por tentarlo en exceso. Yo solo reí por lo bajo, pero mi cara se tornó completa y absolutamente roja al escuchar una voz a nuestras espaldas.

—Chicos, podríais ser más discretos. Tenéis público.

Mi cabeza hizo prácticamente un giro de ciento ochenta grados mientras Leone aún mantenía su mano en mi pierna. Vi los ojos abiertos pero adormilados de Antonella fijos en la carretera.

—¿Cuánto has escuchado? —Preguntó mi prometido.

—Lo suficiente como para pensar que irás al infierno después de decir esas cosas. —Dijo su tía cruzándose de brazos. Leone me dijo que era una familia católica, pero no pensé que lo fuera tanto.

—Irá de todos modos, Antonella. —Dije poniendo los ojos en blanco con una disimulada sonrisa. Leone rió por lo bajo, de nuevo con una voz grave y profunda.

—Si supiera con quién está hablando... —Dijo entonces mi prometido en voz baja.

—¿A qué te refieres? —Pregunté confundida.

De pronto, el coche frenó suavemente frente a una casa bastante lujosa. Era de lo más moderna y parecía que tenía dos plantas. Parecía una mansión de la típica revista de diseño, minimalista y moderna que enseñan casas increíbles. Leone avisó a todos los presentes y ayudó a su abuela a bajar. Los hombres de Leone cogieron todas nuestras maletas mientras que Salvatore ayudó a Vittoria a ir al interior de la casa. Para ser una mujer mayor se movía bastante bien, pero aún así necesitaba ayuda. Cuando Leone y yo nos quedamos solos, me abrazó por detrás y besó mi cuello, aspirando mi aroma. Notaba su erección bajo su pantalón, pero ambos sabíamos que no era el momento.

—Mi tía no sabe que trata con el mismísimo Diablo.

Dicho esto, dio una palmada en mi trasero frente a todos sus hombres. Me puse roja de vergüenza y le di un golpe en el hombro mientras escuchaba una risa procedente de nuestras espaldas. Valentino estaba reprimiendo una risa, al igual que todos los demás. Aparentaban seriedad, pero todos sabíamos que el golpe que le había dado a mi prometido había sido una sorpresa para todos ellos. Leone se giró hacia ellos y automáticamente se pusieron serios.

—Como vuelva a escuchar una risa, os pego un tiro en la cabeza a cada uno. —Dijo acercándose peligrosamente a Valentino—. Y empiezo por ti, bambino (chico).

So... sono spiacente (Lo siento), Don...

Leone no se apartaba de él, por lo que decidí agarrar su brazo y sacarlo de ahí antes de que matara a mi guardaespaldas favorito. Éste me miró incrédulo ante mi osadía por arrastrar a su jefe lejos de ellos, pero debían entender que iba a ser su esposa y a mí no iba a tocarme ni un solo pelo de la cabeza.

—Eres muy duro con ellos, Leone. Van a terminar odiándote. —Le dije una vez que estuvimos lo suficientemente alejados de ellos como para que no nos escucharan. Él agarró mi muñeca con fuerza, parecía realmente enfadado y me preguntaba si había cometido un error al haberme entrometido.

—No soy duro, me hago respetar. ¿Qué crees que pasaría si no les pongo en su sitio cuando hacen algo mal, eh? ¿Crees que me serían fieles? No. Ninguno de ellos me sería fiel. Debo ser un buen jefe, un líder. No un amigo.

—Salvatore es tu amigo.

—Es diferente. Él mismo quiso trabajar para mí, yo no lo recluté como a los demás. A Valentino lo recogí de la calle, igual que a todos los que has visto ahí. Les di una oportunidad, y las reglas están para cumplirlas. Ellos las aprendieron el primer día.

—Salvatore me habló un día de eso. —Su ceño se frunció aún más. Quizás Salva no tenía que haberme dicho nada. Quizás yo no tenía que habérselo comentado a Leone, pero ya no había vuelta atrás—. Me dijo que tú mismo debías contármelo.

Leone suspiró apretando el puente de su nariz. Se le notaba bastante cansado después de haber conducido varias horas, y era totalmente normal. Le dije que se fuera a descansar, pero entonces me acompañó hasta la parte trasera de la casa. Allí estaba la piscina de la que Leone me había hablado en el coche. Me sonrojé mientras miraba lo inmensa que era, ni siquiera me di cuenta de que mi prometido se había sentado en una de las tumbonas. Me senté en la que estaba a su lado, esperando a que hablara.

—Esas reglas llevan vigentes desde hace mucho tiempo. Al principio todos los socios con los que he trabajado se las tomaban a la ligera. Pensaban que era un iluso inexperto y que gracias a tu padre había llegado donde estaba. —Hubo un pequeño silencio, pero luego continuó hablando. Apoyé mi mano en su pierna para que entendiera que tenía mi apoyo—. Ahora todo el mundo sabe que si alguien rompe alguna de esas reglas está muerto.

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y mi mano de retiró de su pierna al instante. Mi gesto no pasó desapercibido para Leone, pero no dijo nada al respecto. Me pregunté a mí misma si tenía miedo, pero en ese momento me quedé en blanco. ¿Acaso me daba miedo mi futuro marido? ¿No me dio miedo antes y ahora sí? ¿Por unas simples reglas?

—¿Cuáles... cuáles son esas reglas? —Dije con la voz entrecortada.

—¿Tienes miedo?

Respondió a mi pregunta con otra pregunta que acababa de hacer yo misma en mi cabeza. Negué con la cabeza, sin mirarle a la cara. Sabía que él tenía los ojos puestos en mí, y se levantó con un fuerte impulso. Hemos vuelto al principio, a las dudas y a los temores de casarme con el mafioso más temido de Italia. Leone maldijo entre dientes mientras revolvía su pelo. Sus músculos se contrajeron hasta el punto en el que temía que su camisa blanca estallaría. Entonces me levanté para agarrarle del brazo. Se giró con incertidumbre y miedo en los ojos. Cuando quedó frente a mí, estiré mis brazos para abrazar su cuerpo y apretarlo contra mí.

—No te tengo miedo, Leone.

—¿Y por qué has reaccionado así? —Preguntó. Tenía miedo de que lo abandonara, podía verlo en su mirada. Mi mano voló hasta su mejilla y la acarició suavemente.

—Porque no esperaba que dijeras algo así. Aunque debería ir acostumbrándome. —Dije con una sonrisa de boca cerrada—. Cuéntame cuáles son esas reglas.

Leone depositó sus manos en mis caderas mientras me apretaba más contra él. Juntó nuestras frentes y soltó otro suspiro cansado. Se le veía agotado del viaje pero también sabía que quería contármelo antes de irnos a descansar.

—La primera regla es: nadie se mete en el territorio de Caruso. Si cualquier enemigo o cualquier otra persona se mete en mi casa sin ser invitado, muere.

Tragué duramente al escuchar la última palabra. No debía tener miedo de él. Era mi prometido, mi futuro marido, he manejado un arma y he sido secuestrada por el jefe de la mafia rusa. No puedo tener miedo ahora de la persona con la que iba a pasar el resto de mi vida.

—Vale. ¿Cuál es la segunda? —Pregunté tranquila. Él me guió de nuevo a los asientos donde estábamos antes.

—Nadie debe entrometerse en los asuntos de Caruso. —Dijo con voz fría—. Siempre hay alguien que quiere destruir mi mansión o mis planes.

—¿Tu mansión? —Pregunté.

—Sí. La de Florencia. Iremos allí en cuanto nos casemos.

—Ese es otro tema del que me gustaría hablarte. Pero primero termina de explicarme tus reglas. —Sujeté sus manos entre las mías.

—La tercera regla es que nadie destruye mis armas. Absolutamente nadie puede tocarlas a excepción de las personas en las que confío para que me las entreguen correctamente.

—¿Dónde las tienes?

—En Florencia. Tengo un pequeño almacén en la mansión, pero la sede de armamento y el campo de tiro están en una nave a las afueras de la ciudad.

Va bene... (está bien). Espero que me lleves allí en cuanto lleguemos. —Dije con una sonrisa angelical. Él sonrió divertido, pero negó con la cabeza.

—Ni de coña, bambina (niña).

—Venga, Leone. Viste que manejé bien la pistola cuando Volkov me secuestró. ¿O me dirás que lo hice mal? —Pregunté con una sonrisa pícara—. Podría haber matado a ese cabrón.

—Tienes una boca muy sucia, nena. —Dijo acariciando mis muslos.

—Bueno, ¿entonces me vas a enseñar?

—Ya veremos, pero no te vendría mal aprender. —Dijo. Sonreí emocionada—. No te ilusiones tan rápido. Aún no he dicho que sí.

—Pero tampoco has dicho que no.

Me levanté de la silla. Con las manos de Leone aún agarradas. Tiré de él hacia arriba para levantarlo conmigo y que se pusiera de pie. Él habló sin que yo le dijera nada, dijo lo que estaba esperando oír desde hacía un buen rato. Algo que me puso los pelos de punta.

—La última regla, y la más importante es: nadie toca a a la mujer de Caruso.

Inhalé aire con esa confesión. Me alcé sobre las punteras de los dedos de mis pies para alcanzar sus labios y besarlo. Podía imaginarme el motivo de esa norma, y la verdad me parecía lo más romántico que habían hecho por alguien en la vida. Desgraciadamente, su difunda esposa no pudo saber de esa norma. Seguramente Leone la estableció cuando la mataron.

Ti amo (Te quiero). —Dije.

Ti amo (Te quiero).

Tiré de sus manos para ir al interior de la casa. Él me miró confundido pero una sonrisa traviesa no tardó en asomarse por su rostro. Me quedé quieta mientras me cruzaba de brazos con una ceja en alto.

—Solo quiero ir a dar un paseo. Me gustaría ver al zona. —Dije mirando a otro lado.

—Qué pena... pensaba que querías ver nuestro dormitorio.

—¡Leone! —Grité un tanto irritada.

Él soltó una sonora carcajada mientras me cogía de la mano y me llevaba a la parte delantera de la casa. Ambos salimos del jardín y andamos sin rumbo fijo. Aunque supongo que el destino era lo de menos, siempre y cuando estuviéramos juntos. Sonreí mientras miraba su perfil de dios italiano. No me sorprendía que las mujeres se quedaran mirándole cada vez que pasábamos a su lado, era normal. Leone era un hombre que llamaba mucho la atención. ¿Lo mejor? Que era todo para mí.

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