45

ARIANNA

Sabía que habíamos viajado a Rusia por temas de negocios entre mi madre y Vitali Volkov. Según ella, nos había invitado aquí exclusivamente para hablar con nosotras, o más bien con ella. No sabía realmente si se conocían en persona, lo cierto es que yo nunca le había visto la cara a ese hombre. Mi progenitora estaba sentada a mi lado, con su pelo recogido en una coleta alta. Su cara reflejaba cansancio y malicia.

—¿Cuánto tiempo vamos a estar aquí, mamma (mamá)? —Dije cautelosa. Cuando se enfadaba no había ser humano que la reconociera.

—No seas impaciente y maleducada, niña. Atiende.

Ambas estábamos esperando en una gran sala con más hombres allí metidos. Tenía que reconocer que eran bastante guapos, pero daban un poco de miedo. Uno de ellos miraba fijamente a mi madre, con las ganas de arrancarle el vestido ajustado que traía puesto. Mi madre había cambiado muchísimo desde la muerte de mi hermana. Mi familia se desmoronó por completo: mis padres se divorciaron porque el odio y la pena que sentían el uno hacía el otro era tal que las peleas y los golpes empezaron a frecuentar en mi casa. Mi padre, al parecer, se mudó a Apulia. Comenzó a beber y beber, y no me sorprendería que fuera alcohólico. Por otra parte, mi madre comenzó a salir hasta horas interminables y siempre que llegaba a casa me gritaba o me pegaba. De vez en cuando venía con algún hombre y lo hacían en cualquier lado. Sabía que lo hacía para molestarme, ya que nunca estuve de su parte, ni tampoco de la de mi padre.

Cuando nos mudamos a Nueva York meses después del divorcio, mi madre quiso recrearse. Me juró y perjuró que cambiaría, que no volvería a ser esa mujer que llegaba a casa borracha con un hombre y me humillaba en su presencia. No estaba tan segura de ello, pero al menos en Nueva York lo cumplió. Por suerte o por desgracia, allí conoció a Samara Foster. No conseguía comprender si era casualidad o no, pero cuando se enteró de quién era, mi madre quiso vengarse de nuevo del empresario más cotizado de Italia y prácticamente del mundo entero. Indagó lo que pudo, metida siempre en la oficina de nuestra casa. Me obligó a querer conocer a la hija de Samara para poder permanecer cerca de Leone. Ambas lo conocíamos y él sabía quienes éramos. Quizás de mí se acordaría poco, aunque era la viva imagen de Adrianna. Pude confirmar que me reconoció en la discoteca a la que asistimos Emma, Logan y yo.

Hablando de Logan... ese chico fue muy dulce conmigo. Quizás me estaba ilusionando o quizás no, pero con él me sentía bien, me sentía segura. No lo volví a ver tras la discoteca, pero sí hemos hablado alguna que otra vez por teléfono. Intercambiamos los números en la cena del otro día y quisimos seguir en contacto, pero parece ser que a mi madre no la hizo mucha gracia. Me reprochó todo lo que pudo y más, me dijo que el plan era hacerme con el corazón de Leone, haciéndome pasar por Adrianna y torturar su mente. Pero Emma me presentó delante de lo que parecían ser los guardaespaldas de Caruso, y pudieron saber mi verdadera identidad. Al día siguiente, mi madre y yo recibimos una llamada de un número que no era americano ni italiano. Un hombre de acento ruso nos invitó a su humilde sede en Moscú para poder hablar tranquilamente con él.

—¿Estadounidenses? —Preguntó uno de los hombres de camisa blanca y pantalón negro que estaba sentado frente a nosotras.

—Italianas. —Dijo mi madre.

—Dicen que son unas expertas en la cama.

Mi madre rió audiblemente. Quería salir de aquí, quería irme, olvidar todo lo que está pasando, olvidar a mi desastrosa y rota familia y refugiarme en los brazos de Logan. Era el único que me comprendía, a pesar de conocerlo tan poco me gustaba, y mucho.

—¿Quieres comprobarlo? —Preguntó mi madre poniéndose en pie.

El ruso también se levantó del asiento mientras el otro, el cual era moreno, miraba a mi madre con deseo. Otra vez no... El primero, con cabellera rubia, cogió a mi madre con brusquedad y la estampó contra la mesa. La puso boca-arriba y levantó su vestido rojo y ajustado hasta las caderas. Aparté la mirada mientras se sacaba el miembro y arrancaba la ropa interior de mi madre. Me tapé los ojos mientras intentaba pensar en otra cosa, pero una mano apartó la mía de mi rostro. Unos ojos verdes claros e intensos me miraban con preocupación y pena. Los gemidos de mi madre eran audibles y yo cada vez tenía más arcadas. Los dos hombres aún seguían con ella mientras que el que estaba delante de mí me abrazaba y me sacaba de allí.

Al parecer, la sede era enorme y podíamos ir a cualquier otro lugar que no escucharíamos lo que estaba ocurriendo en los demás sitios.

—¿Estás bien?

El hombre me metió en una especie de despacho con un sofá y un escritorio. Me tumbó en el sofá con delicadeza, a lo que asentí con la cara un poco sonrojada. Era muy guapo y parecía buena persona. Sus mechones rubios caían sobre su frente y ojos, y de vez en cuando los apartaba con un ligero movimiento de cabeza.

—Sí. Muchas gracias. —Dije un tanto avergonzada. Él sonrió dulcemente.

—¿Quieres beber algo?

—Un vaso de agua, per favore (por favor).

Él asintió y se fue a una especie de mini bar donde sirvió dos vasos de cristal, uno con agua y otro con un líquido ambarino que me llamó mucho la atención. Me incorporé, sentándome en el sofá dándole de nuevo las gracias a este hombre.

—Eres Arianna, ¿verdad? La hija de Cloe y Matteo.

—Así es. —Afirmé—. ¿Y usted? ¿Cómo se llama?

—Vitali. —Dijo con una sonrisa sincera.

Mi cara supuse que fue un poema. Mis manos comenzaron a temblar y tapé mi boca con la mano para no vomitar allí mismo. Dios mío, estaba con el mismísimo jefe de la mafia rusa y ni siquiera me había dado cuenta. Soy una completa idiota, ¿cómo no he podido darme cuenta?

—Yo... siento muchísimo el escándalo. Yo... ya me voy, no quiero molestarle más.

—No, por favor. Siéntate. No es agradable ver lo que acabas de ver y ciertamente me gustaría hablar contigo antes de reunirme con tu madre.

—¿Con... conmigo? —Pregunté un poco nerviosa. Tenía miedo de este hombre. He escuchado muchas, demasiadas cosas sobre él.

—Sí, contigo. Tú madre y tú habéis venido por negocios, ¿no es cierto? —Asentí—. ¿Tienes idea de cuáles son esos negocios?

—Yo... algo sé, supongo...

—¿Qué es lo que sabes? Cuéntame. —Se sentó delante de mí.

—Yo... bueno... Sé que usted es el jefe de la mafia rusa, un asesino a sangre fría y enemistado con la mafia italiana...

—Correcto. A mí, por ejemplo, me llaman el Brigadier. Así es como se le llama al jefe de Rusia. El Don —dijo con burla, algo que me hizo reír y a lo que él respondió con una sonrisa—, es el de Italia. ¿Sabes quién es?

—No. No lo sé. Supongo que tú le conoces.

—Así es. Y tú también. ¿Te suena el nombre de Leone Caruso?

Abrí mis ojos por completo. Asentí levemente. Así que... ¿Emma iba a ser la mujer del jefe de la mafia italiana? ¿Estaba en peligro? ¿Acaso fue su novio el que mató a mi hermana? ¿O la mataron por su culpa?

—¿Él... mató a mi hermana?

—¿Tu hermana? —Preguntó confuso—. ¡Oh, sí! ¿Adrianna se llamaba? —Asentí con la cabeza rápidamente. Había estado queriendo saber qué la ocurrió desde el día en el que me enteré de su muerte—. Sí, la mataron por su culpa. Yo lo vi.

—¿Lo... viste? —Pregunté con las lágrimas asomando por mis ojos. Mi hermana fue un pilar fundamental en mi vida y su muerte me provocó una pequeña depresión que nunca creo que pueda llegar a superar.

—Sí, pequeña. Lo vi todo. Uno de sus hombres disparó contra uno de los míos y la mató en el intento.

—Dios mío... Mi hermana...

Él se acomodó a mi lado y me abrazó fuerte. No conocía tampoco a este hombre, pero me transmitía seguridad. Tenía que reconocer que era una chica muy enamoradiza. Sufrí mucho en el colegio y en el instituto, aunque penséis que era una cría, y eso me llevó a que cualquier muestra de afecto y bondad por parte de una figura masculina hacía que se me acelerara el corazón de una forma inexplicable.

—¿Estás mejor? —Preguntó. Asentí, cuando se separó. Estaba muy cerca de mis labios y en ese momento se me olvidó que fuera el jefe de mafia rusa.

—Gracias por todo, Vitali.

—De nada, pequeña. Una mujer tan hermosa como tú no debería llorar nunca.

Puso una mano en mi mejilla y la acarició suavemente. Acercó su rostro al mío, queriendo besar mis labios, pero un ruido al otro lado de la puerta nos separó de un salto. Un hombre entró con mi madre detrás. Se veía contenta, con una sonrisa de oreja a oreja y el pelo desaliñado. Siempre estaba así cada vez que tenía sexo con algún hombre y no se molestaba en arreglarse. Prefería aparentar que había echado un buen polvo a volver a estar divina.

—Señor, la mujer de Matteo Martini.

—¡No soy la mujer de ese patán! —Gritó mi madre al hombre, el cual ni se inmutó. Le sacaba tres cabezas, aunque mi madre tampoco se dejaba intimidar. El hombre se fue de allí y nos dejó a mi madre y a mí con Vitali.

—Bien, Cloe. Creo que es hora de hacer nuestros negocios.

—¿Qué hace aquí la insolente de mi hija?

—Trátala con más cariño, Cloe. Es tu hija, no tu perro. —Vitali regañó a mi madre. Eso ablandó mi corazón. Quizás no era tan mala persona como me había hecho creer...

—No me digas cómo tengo que educar a mi hija. —Vitali se puso frente a mí, ocultándome con su cuerpo y enfrentando a mi madre.

—Mira, Cloe. Te he invitado a mi sede para hacer un trato. Yo te doy lo que quieres a cambio de... ella.

Espera... ¿qué? Me había quedado estática.

—Lo sé, querido. Aún no comprendo la finalidad de casarte con mi hija.

—¿¡Casarme!? —Pregunté, levantándome del sofá. Caminé hacia mi madre en busca de explicaciones.

—Así es, cariño. Te casaras con Vitali Volkov. Es un buen partido, ¿no crees? —Dijo sonriendo y poniendo la mano en el pecho del ruso.

—Yo... aún no quiero casarme. Yo... quiero... quiero tener amigos... conocer gente... yo... —No me salían las palabras. Vitali se alejó de mi madre, sentándose en su escritorio y dejándonos a mi madre y a mí discutir.

—Y lo harás, pero en Rusia. —Zanjó mi madre.

—Pero... mamma (mamá)... —Dije con las lágrimas a flor de piel. Mi madre se acercó a mí y me pegó una sonora bofetada en la cara. Mi rostro quedó quieto, mirando hacia Vitali, aunque cerré los ojos por el impacto.

—Niña maleducada y desagradecida... ¡eres idiota! Te doy casa, comida... ¡todo! ¡Incluso un marido! ¡Y de los más millonarios! ¡¿Y así me lo pagas?!

Mamma (mamá), yo...

—Toda tuya, Vitali. Te advierto que es un puto dolor de cabeza. Si me disculpáis, me vuelvo a Nueva York. Disfrutad de vuestro amor. Avisadme cuando sea la boda.

Dicho esto, mi madre se fue y yo me quedé sentada en el sofá en el que antes estaba recostada. Las lágrimas comenzaron a caer y la piel de mi mejilla ardía cada vez más. Unos pasos se escucharon, pero ni siquiera se acercaron a mí. Salieron de la oficina en la que me encontraba, dejándome completamente sola... Como siempre lo había estado.


Vitali volvió para avisarme de que llevaría a su hogar, pero ni siquiera tenía fuerzas para moverme. No sé dónde saque las ganas de levantarme del sofá y seguirle a él y a otro chico de más o menos mi edad. Quizás Vitali tendría cuatro o cinco años más que yo, aunque aparentaba ser mucho más joven. Salimos del edificio y me metieron en uno coches gigantes de color blanco. Vitali se puso a mi lado y el otro chico delante de mí.

—Hola, cielo. —Levanté la mirada al escuchar la voz de ese chico—. Me llamo Alek. ¿Tú cómo te llamas?

No respondí. No sabía qué responder. Ni siquiera sabía dónde me encontraba. Estaba aturdida, nerviosa, aterrorizada por todo lo que acababa de pasar. Mi madre me ha abandonado y cambiado por dinero. Me ha vendido a un hombre que ni siquiera conozco. ¿Es capaz alguien de hacer algo así a su propia hija? Está claro que mi madre sí.

—Déjala en paz, Alek. No quiere hablar.

El chico levantó las manos en señal de rendición y se puso a hablar con Vitali de temas de la mafia. Yo ni siquiera presté la más mínima atención. No me interesaba para nada todo aquello que estaban contando. Yo solo quería volver a casa... El furgón se paró de un momento a otro frente a una mansión lujosa y bastante controlada. Había hombres por todos lados y seguridad allá donde mirases. Vitali y el otro chico cuyo nombre no recuerdo, salieron del vehículo y Vitali me ayudó.

—Bienvenida a mi hogar. —Dijo con una sonrisa. Era monumental.

Al entrar vi a muchas mujeres de servicio, ni un solo hombre dentro de la casa. Todo eran mujeres jóvenes y hermosas. Miraban al suelo con miedo mientras yo entraba al lado de Vitali. Me guió hasta una habitación. El ruso me dijo que esta iba a ser mi habitación hasta que yo estuviera lista de dormir con él. Después de todo, este también sería mi hogar. Vitali no parecía un mal hombre, quizás haya matado a mucha gente pero no parecía un explotador, ni mucho menos. Aunque dicen que las apariencias engañan.

—La cena se servirá en cuatro horas. Cenarás conmigo en el salón.

—Está... está bien.

Su actitud había cambiado. Estaba más serio, más imponente y frío. En su sede, delante de mi madre, se había comportado como un caballero. Me había... protegido. Y ahora... Dios mío... Quizás este sería mi final.

Tres horas después cayó la noche. Estuve todo el día revisando mi teléfono móvil. No tenía ninguna llamada de Emma o Logan. Tenía miedo de que hubieran cortado mi línea telefónica o algo así, pero mi app de mensajes funcionaba perfectamente así que al menos no estaba incomunicada. Decidí ducharme en el baño que tenía en mi propia habitación. Todo parecía muy lujoso y luego me di cuenta de que no tenía mi ropa. Envolví mi cuerpo y mi pelo con una toalla, saliendo descalza de la habitación, con mucho cuidado. Ande unos seis pasos al encontrarme con una puerta entreabierta de color negro. Me asomé un poco y vi a Vitali sentado en un escritorio, tomando un vaso del mismo licor ambarino que se tomó en su sede mientras se cabeza descansaba sobre el respaldo de la silla.

—Hola, señorita.

Me sobresalté al ver a una chica, al parecer una sirvienta, rubia y bastante guapa, a mi lado. La chica me miraba a los ojos, con una sonrisa forzada y a la vez sincera. Me dijo que mi ropa estaba en el armario-vestidor de mi habitación. Se ofreció a ayudarme a elegir un atuendo apropiado, lujoso y sofisticado para la cena con el "señor", como ella la llamaba. Al parecer todos aquí le llamaban así, un hombre respetado y supuse que temido por todos. De pronto, la puerta de la oficina se abrió y Vitali salió hecho una furia.

—¿Qué hace Arianna desnuda por mi casa? —Le preguntó a la chica. Ella miraba al suelo y no abrió la boca. Le tenía miedo, y yo empezaba a tenerlo. ¿Dónde estaba el Vitali que me ayudó en su sede? ¿Ese Vitali amable y cariñoso?

—No... no es su culpa, Vitali. Es mía. Quería ropa y no sé dónde está. —Le puse la mano en el pecho, esperando a que se calmase. Lo conseguí por el suspiro que soltó y por la sonrisa calmada que me brindó. Era muy guapo.

—Está bien. Tienes ropa en tu armario. Te he comprado varias cosas.

—No hacía falta... —Dije, y su semblante cambió de nuevo.

—¿Estás diciendo que no aceptas mi regalo? —Preguntó el ceño fruncido y el pecho inflado. La ira empezaba a invadirle de nuevo. ¿Iba a tener que lidiar con esto toda mi vida? Empecé a entender que Vitali era un hombre complicado.

—Sí. Sí lo acepto, pero mi ropa también me gusta y me gustaría tenerla aquí. Hasta que la tenga me pondré lo que me has comprado. Te lo agradezco, lo combinaré con mi ropa. —Dije con una sonrisa.

Él también sonrió y besó mi frente. Ordenó a la chica que me guiase a mi habitación de nuevo y la rubia solo asintió con la cabeza. Ambas nos metimos en la habitación y la postura de la mujer cambió radicalmente, parecía natural y ella misma. Se ofreció a peinarme, maquillarme y elegir mi vestido de esta noche. Debía tener cuidado en esta casa, el ambiente era muy pesado y quizá Vitali no era el hombre que pensaba que era. Después de todo, lo conozco desde hace pocas horas.

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