41

ANÓNIMO

No sabía qué hacer. Estaba completamente perdido, aturdido. Tenía el corazón partido en dos. Me dolía el pecho y tenía demasiadas preocupaciones. Salí de casa sin rumbo alguno. Mis amigos me habían llamado para salir de fiesta, ir a tomar algo en alguna discoteca de la ciudad. Pero no estaba de humor. Había pasado mucho tiempo desde los últimos acontecimientos, pero no lo había superado. Mis ojos estaban ardiendo de las lágrimas que había soltado y además por todo el tabaco que había ingerido. Estaba perdido, y no sabía qué hacer.

Caminé hasta llegar al centro. Mis amigos habían quedado en un bar cerca del Paradise Club, así que decidí quedarme en el callejón pensando en cómo llevar a cabo mi plan. Estaba enfadado, estaba cabreado y dolido. Una persona así no se merecía vivir así como así. Esa chica y yo habíamos llevado a acabo algún que otro trapicheo. Aunque su madre no lo supiera, siempre compraba droga para relajarse. Yo la daba siempre lo que podía. Gastaba mi propio dinero en ella. Porque la quería, desde hacía mucho tiempo. Se lo dije demasiadas veces como para parecer un idiota enamorado frente a ella. Pero se fue con otro, con un idiota que se estaba aprovechando de ella para sacarla la información posible. Todos los viernes, Sophia iba sola a bailar por ahí. Hacía amigos y luego volvía a su casa como si no les hubiera visto en su vida para no sentirse sola. Me parecía deprimente y también me daba un poco de pena.

Aún seguía en el callejón, apoyado contra la pared, cuando la vi pasar por mi lado sin que me viera. Tenía una capucha puesta y era imposible que alguien me reconociera en la oscuridad en la que estaba. Terminé el porro que me había encendido de camino aquí y lo tiré al suelo. Estaba un poco más relajado, así que saque el teléfono móvil haciendo como si nada mientras seguía a la rubia que andaba unos pasos por delante de mí. Me paré en el bar de la esquina, justo frente al Paradise Club, la discoteca a la que iría luego con mis amigos y a la que entró Sophia hace menos de un segundo.

Me metí en el bar donde mis amigos del instituto ya estaban bebiendo. En Nueva York era muy común hacer esto: beber en el bar que está frente a la discoteca para no gastarte un dineral en copas. Además, yo no tenía dinero para eso, me lo había gastado en sustancias relajantes y medicamentos.

—¡Hola, tío! —Me saludó uno de mis colegas cuando entré—. Ya pensábamos que no ibas a venir. Estábamos a punto de irnos. ¿Quieres tomar algo rápido?

La verdad es que iba a necesitar tener un poco de alcohol encima para llevar a cabo mi plan. Tenía un as bajo la manga, pero no podía fallar por mi torpeza. Sí, cuando estaba bebido hacía las cosas mejor. Digamos que es como un súper poder que he adquirido desde hace mucho tiempo. Nick, que así se llamaba mi amigo, me pidió una mezcla extraña de vodka con algún zumo de fruta. Me lo bebí fe un trago, y nos fuimos al local de música estruendosa. Todo el mundo me iba felicitando por como me había bebido la copa con esa velocidad. Lo malo es que me empezaba a subir igual de rápido. Mis ojos empezaban a pesar y no debí fumar antes de beber. Me dije a mí mismo que podía aguantar, así que me erguí y caminé decidido con mis amigos a la discoteca.

Todos entramos sin ningún problema, excepto Spencer. Ese chico había cambiado mucho en pocos años y siempre había inconvenientes al entrar en alguna discoteca. Su foto del documento de identidad no hacía referencia a su físico actual, por eso siempre debíamos esperar a que entrase él antes y decir que viene con alguno de nosotros. Una vez dentro, después de discutir diez minutos con el portero, fuimos a la barra.

—Pensé que ya habíais bebido en el bar. —Le dije a Nick.

—Sí, pero no mucho. Queríamos probar alguna bebida de aquí. ¿Te pido algo? —Negué con la cabeza.

—No tengo dinero.

—Yo te lo pago. —Dijo sacando la cartera—. ¿Qué quieres?

—No es necesario, Nick. En serio.

—No digas gilipolleces. Vamos, ¿qué quieres?

Me senté en uno de los taburetes de la barra donde podía mirar toda la discoteca. Divise a la rubia sentada en una mesa, bebiendo y bebiendo como si le fuera la vida en ello. Conociéndola, llevaría tres o cuatro copas y no sabría ni dónde estaría. Tenía claro que si me acercaba a ella no iba a si quiera a reconocerme. Me giré hacia Nick, el cual ya había dirigido su rostro hacia dónde estaba mirando. Capté su atención con un carraspeo, esperé que no la hubiera visto.

—Quiero un Ron-Cola.

—¿En serio? —Asentí con la cabeza—. Sabes que eso te puede sentar mal, ¿verdad? Has tomado bebida blanca y ahora vas a todo lo contrario.

Volví a asentir. Lo sabía perfectamente y por eso lo había pedido. Quería perder el conocimiento por una sola razón. Divisé el cuchillo que había junto al camarero. Ahí estaba mi arma.

—Sí. Quiero un ron-cola, por favor.

—Está bien. —Dijo mi amigo convencido.

Se lo pidió al camarero mientras él pagaba y luego se iba con nuestros amigos a la pista de baile. Había mucha gente, demasiada para mi gusto. Aquí no podía actuar, tenía que ser discreto. El hombre que estaba detrás de la barra me sirvió mi bebida y me tomé poco a poco, observando a la rubia. Todavía estaba sola, hasta que un tío la invitó a bailar. Ella, con mucho gusto se levantó para ir con él y follársela en quién sabe dónde. Me levanté para seguirlos mientras me colocaba mis guantes de látex. Mis amigos estaban tan distraídos con la música que no se dieron cuenta de que me fui de ahí. Vi como el chico y la rubia se iban a un pasillo oscuro donde se encontraban los baños. Detrás de ellos estaba la puerta de servicio que daba hacia el callejón.

El chico empezó a besar el cuello de Sophia mientras masajeaba sus nalgas. La rubia colaba sus dedos por su pelo, soltando suspiros. Veía en su mirada que estaba perdida. Tenía mucho alcohol encima, no se acordaría de nada. Qué pena que nunca fuera a volver a ver la luz del sol. El cuchillo que antes estaba en la barra, ahora estaba en mis manos. Ni siquiera el camarero se dio cuenta de que lo había cogido, así que no me fue difícil ir hasta ahí con él. El chico cogió a Sophia de las manos para llevarla con él a los baños.

Me adentré un poco más en el pasillo. No había nadie más que yo y los baños estaban abiertos. El moreno puso a la rubia sobre los nutrientes lavabos para besar su escote y posteriormente su intimidad. Lo único para lo que venía Sophia aquí era para follar con cualquier tío, estaba claro. Ella le empujó para meterse en uno de los cubículos. Los gemidos eran notables ahí, ya que la música se escuchaba más baja. No me asomé porque era evidente lo que estaba ocurriendo ahí dentro. La sangre me hervía por momentos y mi mano apretaba cada vez más el cuchillo. Vi una sombra viniendo hacia los baños y me escondí en el cubículo de al lado. Pude ver los pies de Sophia delante de los del otro chico. Los gemidos no cesaban, aunque eran más discretos que antes, y unas voces también se hicieron presentes.

—¿Y tu amigo? —Dijo una voz poco conocida para mí.

—No lo sé, este chico desaparece siempre. —Ahora fue Nick el que habló. Era cierto, yo solía salir poco ahora que había recaído de nuevo.

—No creo que sea una buena influencia.

—¿Por qué lo dices? —Preguntó Nick a uno de los amigos que había traído por su cuenta.

—Es... raro. Actúa raro. Antes ha venido con una cara que no me ha gustado nada.

Los gemidos se intensificaron un poco, aunque no demasiado. Los chicos callaron y murmuraron por lo bajo cosas que no llegué a escuchar bien. Al parecer, se fueron de ahí cuando escucharon a dos follando aquí dentro. Cuando terminaron, vi por debajo que Sophia se había quedado dentro del cubículo y el chico se había lavado las manos y se había ido. Ella salió después de un rato, y cuando comprobé que no había nadie, escondí el cuchillo bajo mi ropa y salí. Cuando Sophia me vio, se quedó paralizada.

—Tú... ¿Qué haces... aquí? —Estaba pálida.

—Venía a verte, aunque ya veo que tienes otra... distracción.

Ella tragó nerviosa, pero se recompuso fácilmente y me miró a través del espejo con los brazos cruzados sobre su pecho.

—No tengo ninguna distracción. Ese chico es mi novio.

—¿Ah, sí? —Pregunté con una sonrisa—. Veo que te has olvidado rápido del ruso y de mí. ¿Cómo se llamaba? ¿Nalek? ¿Zack?

—Alek. —Aclaró con cierto enfado.

—Cierto. Una pena que haya jugado contigo como lo hiciste tú conmigo. ¿Duele, verdad?

Me acerqué a ella hasta que me quedé pegado a su espalda. Su corazón palpitaba de tal forma que hasta yo lo notaba desde ahí. Estaba bastante nerviosa, aunque debía reconocer que lo disimulaba bastante bien.

—Claro que no. Alek no me importaba lo más mínimo, cariño.

—¿Y Leone? ¿Qué me dices del italiano?

Ella se quedó pálida, aunque luego su cara se tornó roja de vergüenza y posteriormente pasó a la ira. Tres emociones en tres segundos, todo un récord. Se dio la vuelta para mirarme fijamente. Fue a darme una bofetada, pero cogí su muñeca antes de que su mano llegase a tocarme el rostro.

—No menciones a ese cabrón.

—No pretendas pegarme, Soph. Sabes que no quieres hacerlo.

Bajé su mano con delicadeza y tire de ella hacia la salida. El cuchillo aún seguía oculto bajo mi ropa y con la mano que tenía libre abrí la puerta de servicio, esa que no puedes volver a abrir desde fuera. Nos llevó al callejón que estaba al lado de la discoteca y la empujé contra la pared. Puse mis manos en sus caderas para luego colar mi cara en su cuello. Ella soltó un suspiro placentero.

—No sabes lo mucho que me gustas, Soph...

—Tú también me gustas...

Tapé su boca antes de que mi nombre saliera de sus preciosos y carnosos labios. Si ella lo decía, perdería el control y todo mi plan se iría a la mierda. La hice un gesto con el dedo para que callara, lo que la hizo sonreír. Se pensaba que era un juego, así como ella había jugado conmigo. Por muy enamorado que haya estado de ella, merece este final. Es una mala persona, y yo solo quiero lo mejor para todos. Di la vuelta a su diminuto cuerpo y junté el mío al suyo. Su cara estaba contra el ladrillo rojo, pero sonreía.

—Vaya, te has convertido en todo un hombre...

—Lo sé. Y, ¿sabes qué? Esto estaba reservado para ti, Sophia. Todo mi cuerpo estaba reservado para ti. Tú lo probaste por primera vez y quería que fueras tú la que me hiciera disfrutar todos los días de mi vida. —Dije con anhelo—. Pero no fue así. Te encaprichaste de un italiano, jugaste con mis sentimientos cuando él ya te gustaba y encima caíste en las redes de un ruso que solo jugó contigo. ¿Qué se siente, Sophia?

—Te he dicho que a Alek no le he querido y nunca le querré. —Repitió con dificultad. Mi cuerpo hacía cada vez más fuerza contra la pared.

—No te hagas la dura, Sophia. Todos tenemos un corazón.

Me alejé para que se diera la vuelta y me viera. Cuando lo hizo, vi las marcas del ladrillo en su rostro. Acaricié esa parte con mi pulgar mientras con la otra mano empezaba a sacar el cuchillo de mi ropa. Ella llevó su mano a mi rostro sin que me diera tiempo a reaccionar.

—Siempre te he querido a ti. Siempre fuiste el único para mí.

Ahí exploté. Saqué el cuchillo y lo enterré en su estómago. Era una mentira, todo era una completa y absoluta mentira. Esa chica era mala. Sus ojos se abrieron de par en par por la sorpresa. Parecía que no la dolía, estaba más asustada que adolorida. Eso o que definitivamente estaba muriendo. Fue resbalándose por la pared y perdiendo el equilibrio. Cuando se sentó en el suelo, la sangre empezaba a brotar de su estómago y su boca a la vez que retiraba el cuchillo de su piel. Acaricié su mejilla y le di un beso en la frente.

—Siempre quise a Leone... —Dijo con la voz débil.

Dicho esto, tiré el cuchillo a su lado. Me quedé agachado de cuclillas frente al cuerpo agonizante de Sophia, el cual aún emitía algún sonido lastimero. Una lágrima cayó por su mejilla antes de morir. Me encargué personalmente de limpiarla y acariciar su rostro con mi mano enguantada. Por suerte, vi una pequeña botella de cerveza a dos metros de mí. Me acerqué a ella y vi que estaba a la mitad. Eché el contenido sobre el cuerpo de Sophia y un poco sobre el cuchillo. Con eso bastaría para tapar las posibles huellas que pudiera haber ahí.

—Espero que te pudras en el infierno, Sophia.

Me fui del callejón, con una sonrisa macabra y la ropa ensangrentada. Antes de salir, me tapé con una chaqueta de cuero para no levantar sospechas. Di dos, tres, cinco, diez, veinte pasos... y, sorprendentemente, no me arrepentí de haber matado al amor de mi vida.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top