40

EMMA

Leone se quedó pálido en cuanto se sentó. Todos le miraron con preocupación. Su abuela fue a preguntarle, pero alguien nos interrumpió. Un hombre canoso y bastante apuesto se acercó a nuestra mesa, quedándose de pie frente junto a Riccardo. Este se levantó con una sonrisa forzada, al igual que Antonella. Cuando saludo al matrimonio se giró hacia nosotros sin siquiera prestar atención a la abuela y al primo de Leone.

Buonanotte (buenas noches), Leone. —Arrastraba las palabras por todo el alcohol que habría ingerido—. Cuánto tiempo. ¿Quién es esta chica tan guapa?

Leone se levantó del asiento para estrecharle la mano al hombre. Yo también me levanté y Leone puso su mano en mi cintura, atrayéndome hacia él.

Buonanotte (buenas noches), señor Martini.

¿¡Martini!? Cazzo ... (mierda)

—Encantado...

—Emma. —Aclaré.

—Emma. —Repitió el señor Martini.

—Mucho gusto, señorita. Supongo que es usted la novia de Leone. —Dijo con una sonrisa sin gracia.

—Es su prometida, Matteo. —Dijo despacio Riccardo, no muy convencido de la cordura de su amigo. Estaba claro que estaba ebrio.

—¿Prometida? —Preguntó con una sonrisa burlona—. Vaya... Felicidades a ambos.

Tragué con saliva. Leone estaba muy tenso, más bien el ambiente en general. Todos sabíamos lo que había ocurrido aquí y estaba claro que Matteo no iba a irse tan fácilmente sin haber mencionado a su hija en presencia de Leone.

Grazie (gracias), Matteo. —Dijo Leone, esta vez tuteándolo.

—Espero que la cuides mejor. —Ambos nos quedamos helados. Sabíamos a lo que se refería, pero nadie quería decir nada al respecto por la futura reacción del hombre. Leone estaba sereno, no veía rasgos nerviosos en su rostro pero sí lo notaba en su cuerpo—. Ya sabes, mi hija no tuvo la oportunidad de ser feliz.

—Fuimos felices, Matteo. —Leone tenía la voz calmada, pero sabía que en cualquier momento iba a explotar.

—¿Y por qué la mataste?

No sé qué me dio más miedo, si la cara de serenidad de Matteo al referirse a su difunda hija o las palabras que salieron de su boca con tanta naturalidad. Parecía que el hombre estaba esperando el momento perfecto para decirlo delante de todo el restaurante. Antes de que nadie dijera nada, otro hombre de la edad de Matteo, e igual de ebrio que él, se puso a su lado. Se tuvo que sujetar a la mesa, cerca de mí, con la mala suerte de que me miró durante lo que podría ser años. Leone me puso detrás de él y yo solo intentó relajarlo. Cualquier cosa que saliera de la boca de ese hombre sería usada en su contra, y no de buenas maneras.

—¿Y esta chica quién es, Matteo? —Preguntó el hombre a su amigo. A Matteo no le dio tiempo a responder y el hombre ya había esquivado a Leone tan rápido que se puso frente a mí. Di varios pasos hacia atrás y para mi desgracia caí sobre una silla que me dejó arrinconada contra la pared.

—¡No la toques! —Gritó Leone.

—¡Leona! —Antonella gritó a su sobrino con miedo.

Escuché como sonaba el gatillo de una pistola. ¿En un lugar público? Joder, ¿a quién se le ocurre? El cuerpo ebrio del hombre que estaba encima de mí se fue en un suspiro. Leone le agarró del traje y le tiró al suelo. Vi la cara de terror de la familia de mi prometido y luego sus manos, en las cuales no había ninguna pistola. Estaba claro que él no la había sacado, pero entonces... ¿de quién era la pistola?

—Mateo, baja el arma. —Escuché como decía Riccardo. ¿Acaso Matteo sabía algo de la verdadera identidad de Leone?

—No. Merece morir, Ricardo. Mató a mi niña.

Leone se puso delante de mí y yo tapé mis oídos para no escuchar el arma. No tenía miedo, pero tampoco quería ver morir a Leone frente a mí. Un disparo se escuchó y pegué un chillido junto con las demás personas del lugar. Escuché a través de mis manos una estampida para salir del restaurante, aunque nosotros no nos movimos de aquí. Unas manos me cogieron de los brazos y me levantaron de la silla. Antonella me gritaba que saliéramos de allí ahora mismo. Riccardo sujetaba el brazo de Matteo y el amigo del último estaba tirado en el suelo. No sabía si estaba muerto y no vi a Leone porque Lorenzo y Antonella me empujaron hacia la salida. La abuela de Leone también viene con nosotros echa un mar de lágrimas. Otro disparo se escuchó dentro y esta vez las lágrimas salieron a correr por mis mejillas.

—Tranquila. —Dijo Lorenzo abrazándome. Quería alejarme pero necesita que alguien me reconfortara. Antonella intentó tranquilizar a la madre de Riccardo, pero ella no hacía más que llorar por su nieto. No podía llorar, no podía ser débil, esta no iba a ser la mujer del Don—. Llamare a la policía.

—¡No! —Grité desesperada. Cazzo (mierda). Lorenzo me miró con los ojos abiertos, sorprendido por mi reacción. No podría llevar a Leone a la cárcel. Tenía un historial limpio, pero si hubiera algo, lo más mínimo, para hacer que lo descubrieran, todo se acabaría. Sería el fin. Le condenarían a cadena perpetua y yo me quedaría sola, sin el amor de mi vida.

—¿Por qué? —Preguntó.

—Porque...

En ese momento las sirenas de los coches policia se hicieron presentes en el lugar. Todos los presentes del restaurante aún estaban fuera, algunos nos miraban y otros solo están atemorizados. Alguien habia dado el chivatazo. Vi como los policias entraban con grandes armas, gritando que bajaran el arma. Se hizo un silencio sepulcral, esperando a que alguien saliera de ahí. Entonces, vi como un policía empujó a un hombre en traje. Su pelo canoso me instaló un alivio indescriptible en el pecho. Miré a la abuela de Leone, la cual no paraba de llorar y de preocupación por su nieto. Me acerqué a ella y la abracé suavemente. Ella me dio un beso en la mejilla y miré a la puerta.

Riccardo y Leone salieron con el pecho subiendo y bajando. La adrenalina irradiaba por sus poros y Leone tenia el pelo revuelto. Corrí hacia él soltando con delicadeza a su abuela, pero entonces un policía me interceptó y me caí al suelo. Ni siquiera habíamos cenado y ya había ocurrido otro desastre. Leone vino corriendo hacia mí, empujando al policía mientras me ayudaba a levantarme. Insultó de todas las formas que pudo al italiano, ¿acaso mi novio no sabía que eso era motivo de multa? El policía estaba pálido y asustado frente a Leone. No dijo nada más mientras que nos íbamos todos a nuestras casas. Antes de subirnos al coche, vimos cómo Matteo salía de allí subido al coche y la cabeza agachada.

—Así aprenderá a meterse con quien no debe.

Leone y yo nos metimos en el coche y salimos de allí como alma que llevaba el diablo, literalmente. Vi por el retrovisor como la familia de Leone se montaba en su transporte mientras Riccardo explicaba hablaba con la prensa. Había paparazzis por todos lados, nos hicieron fotos mientras salíamos del lugar, aunque no sé si alguna habrá salido bien. Leone casi los atropella acelerando a fondo para no salir en los periódicos. Las lágrimas aún corrían por mis mejillas del temor. La sola idea de perderlo me había puesto los pelos de punta. Nadie dijo nada durante el camino. Leone condujo rápido por las calles hasta llegar a las afueras, incluso pasamos nuestra casa. Cerré los ojos para poder relajarme, pero el sonido de su teléfono móvil nos sobresaltó a los dos. Leone descolgó mientras conducía con una mano y ponía él manos libres.

Pronto (Diga).

—¿¡Leone!? ¿¡Dónde estáis!? —La voz alarmada de Riccardo se escuchaba a través del teléfono.

—Vamos a comer algo. Estamos bien, llegaremos tarde a casa. —Dijo Leone.

—Nosotros nos vamos a casa ya. Tened cuidado, no quiero más incidentes en el día de hoy.

La llamada se colgó y volví a cerrar los ojos, aunque sentía los de Leone sobre mí. No quise abrirlos y encontrarme con ellos. Aún no. Había pasado puro terror al pensar que podía estar muerto, igual que cuando Carlo lo secuestró. Media hora más tarde, Leone paró el coche frente a un bosque. Se veían luces dentro y entonces me di cuenta de que había un restaurante tradicional siguiendo un camino de tierra. Mi prometido salió del coche para venir a mi puerta y abrirla. Salí gracias a su ayuda y fuimos tomados de la mano, pero antes de llegar, Leone frenó en seco haciendo que girara para mirarlo.

—¿Estás bien? —Preguntó colocando un mechón rizado de mi pelo tras mi oreja.

—Yo sí. La pregunta aquí es si tú estás bien. Casi te matan, otra vez.

—Estoy bien, amore (amor)... —Dijo suspirando y juntando nuestras frentes. El sonido de mis tripas hizo que se separara de mí con una sonrisa tierna y traviesa. Yo me sonrojé y me alejé de él un tanto molesta con mi estómago—. Andiamo (Vamos), no quiero que mi mujer se muera de hambre.

—Basta de muertes, disparos, traiciones y encuentros inesperados por hoy. Estoy harta. No llevamos ni un día aquí y han pasado más cosas que en Castle. —Él me miró extrañado. Me quedé parada antes de entrar en el restaurante—. ¿Qué? ¿No sabes qué es?

Leone negó con la cabeza antes de agarrarme por la cintura y guiarme al restaurante.

—No.

—A veces me pregunto por qué te quiero tanto.

—Porque soy el hombre de tus sueños, cara (querida). —Dijo guiándome a entrada.

—Sí, claro.

Leone y yo entramos al restaurante y una mujer regordeta vino hacia nosotros. Se quedó petrificada cuando nos vio. Miré a Leone nerviosa, ¿quién era esa mujer? Había dos parejas más, una de ellas ancianos, cenando en ese restaurante, por lo que pasamos bastante desapercibidos. La mujer corrió, literalmente, hacia Leone con asombro mientras él solo reía a carcajadas.

—¡Leone! ¿Eres tú, bambino (niño)? —Dijo la señora de pelo canoso a mi lado.

—Lo soy, lo soy. —Cuando soltó a Leone, me miró con una sonrisa tan amplia que incluso me dio miedo—. Ella es Emma, mi prometida. Emma, ella es Traviata. La dueña del mejor restaurante de Apulia.

—No digas bobadas, Leone. Eres bellisima, bambina (preciosa, niña).

Grazie (gracias). —Dije un poco aturdida.

Al parecer Leone y su familia venís a a comer aquí muy a menudo cuando Lorenzo y él eran niños. Los tíos de Leone terminaron haciéndose íntimos amigos de los dueños gracias a los pequeños y no había fin de semana que no asistieran a comer. Cuando ambos iban creciendo terminaron por dejar de ir, aunque veo que Traviata y su marido no les olvidó nunca. Por lo que Leone me había contado, Traviata era la camarera y mesera del lugar, mientras que Stefano, su marido, era el cocinero. Leone me había dicho, delante de la mujer, que eran las mejores pizzas que había probado nunca. Más pronto que tarde, ya teníamos la comida en la mesa. Y olía estupendamente.

—Huele muy bien. —Dije con una sonrisa a la mujer.

—Mejor sabrá, entonces. Disfrutad. —Se fue con una sonrisa en el rostro mientras Leone y yo empezábamos a comer.

—¿Crees que tu abuela está bien? —Le pregunté a Leone soltando los cubiertos para agarrar su mano libre sobre la mesa. Él negó con la cabeza. Cogió un trozo de pizza con la mano y se lo llevó a la boca.

—No lo sé. La vi antes de irnos, pero no pude hablar con ella.

—La veremos por la mañana. —Dije acariciando su mano. Él me miró fijamente mientras masticaba lentamente. La mandíbula y los músculos de la cara se marcaban y se contraían, al igual que su nuez cuando tragó. Me sonrojé al ver esa mirada tan intensa sobre mí. —¿Por qué me miras así?

—¿Por qué estás nerviosa? —Preguntó.

—No evadas mi pregunta, Leone.

—Tampoco evadas la mía. —Se inclinó hacia delante con expresión seria pero bastante profunda—. ¿Te encuentras bien?

Vi por el rabillo del ojo como Traviata nos miraba con ternura. Me sonrojé aún más cuando noté que no aparataba la mirada de nosotros. Un hombre salió de la cocina y supuse que era su marido.

—¡Leone!

Mi novio se apartó de mí y se levantó para ir a saludar al hombre con un abrazo. Ambos vinieron hacia mí y me levanté de la silla. El hombre me dio dos besos en las mejillas y me miró con admiración.

—Stefano, ella es mi prometida. Emma, él es Stefano. Es el marido de Traviata.

—Mucho gusto, señorita.

—Igualmente. —Dije con una sonrisa nerviosa, al igual que con su mujer.

—Es bellisima (preciosa), Leone.

Grazie (gracias). —Respondía sonrojada.

El matrimonio se sentó con nosotros mientras terminábamos la cena. Los demás clientes ya abandonaron el local y solo estábamos los cuatro sentados en una mesa. Stefano y Traviata era una pareja muy agradable. Querían traernos cada vez más comida, pero no podíamos con tanta. Les dijimos que nos lo llevaríamos para el viaje de mañana con la familia y entonces preguntaron por los tíos de Leone. Se le notaba que estaba bastante preocupado por los acontecimientos que había ocurrido hace pocas horas. Allí no había televisión, y quizás fue lo mejor, ya que si no iban a empezar a preguntar. Cuando terminamos el postre, Traviata nos envolvió lo que sobró de la cena y nos fuimos al coche. Stefano nos había dado mucho vino y quizás íbamos un poco perjudicados. Salimos del restaurante riéndonos y hablando de cosas sin sentido.

—¿Ahora sí me dejas conducir? —Pregunté con cara angelical y con la cabeza dándome vueltas. Leone negó con la cabeza y una sonrisa divertida en el rostro.

—Estoy mejor que tú, amore (amor). No vas a conducir un deportivo en tu estado.

—Tú también has bebido. —Dije haciendo un puchero.

—No tanto como tú. —Inflé mis mejillas por la tozudez de ese hombre.

Va bene (está bien). Si no me dejas mandar en el coche tendré que mandar en otro lado.

Los ojos de Leone se oscurecieron en cuanto las palabras salieron de mi boca. Agarró mi cintura con sus manos y me sujeté de su cuello para no caerme. No ya por el alcohol, sino porque la sola presencia de Leone hacía que mis piernas temblaran. Se acercó hacia mí lentamente, haciendo que soltara un suspiro. Besó mi cuello y acarició mi hombro con su nariz. Mis labios se rozaban con los suyos, pero no los besaba. Sabía lo que estaba haciendo, me estaba provocando. Como lo hice yo en la ducha. Quería hacerme explotar.

—Vámonos a casa antes de que te folle contra uno de estos árboles y pierda el control, Emma.

Dicho esto se alejó de mí con una sonrisa traviesa y me abrió la puerta del copiloto. La noche iba a ser muy larga y... muy intensa.

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