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EMMA

En cuanto el señor Caruso se fue, un hormigueo se instaló en el dorso de mi mano y comenzó a extenderse a lo largo de todo mi brazo hasta llegar a mi nuca. Caruso tenía clase, elegancia, belleza... desprendía seducción y no me sorprendería que su segundo apellido fuera "atracción", o más bien "tío buenorro jefe de todo el personal del hotel incluyéndome a mí y por el que no debería estar babeando".

Durante la cena se mostró más pensativo de lo que esperaba. Le miré durante un buen rato, hasta que me pilló. Sí, fue un momento total y absoluto de vergüenza a mí misma. ¿Por Dio, en qué estaba pensando? ¿Que ese hombre tan rico, millonario y soltero cotizado se fijaría en una simple gerente como yo? No sé en que estaría pensando.

Llegó la hora del baile. La hora que más me temía. No sabía bailar. Sophia tuvo intenciones de meterme pista adentro, pero me negué completamente. Crucé mi pierna izquierda sobre la derecha y me quedé sentada en la silla durante todo el baile lento que tuvo lugar frente a mis ojos. Tenía dos pies izquierdos para eso. Soph desistió y se fue con su copa de champán a bailar con otro chico de la facultad.

Me sentí observada, y un calor corporal bastante alto se instaló sobre mi espalda.

—¿No baila, señorita Sorretino?

Esa voz grave me provocó un escalofrío. No quise ni mirar hacia atrás porque sabía que sería mi perdición.

—Yo no bailo, señor Caruso.

—Debería. Después de todo, gran parte de esta fiesta la organizó usted.

—Lo sé y estoy orgullosa del resultado, pero yo no bailo.

El señor Caruso se sentó entonces frente a mí. Sus ojos me escrutaron de una manera inigualable y me recordó a algo. El secuestro...

—¿No sabe bailar? ¿Es eso?

Mis ojos se abrieron como platos y me sonrojé al instante. Este hombre era más listo de lo que pensaba.

—No me gusta, ¿capito? (¿comprendido?) —Caruso inspiró y soltó aire fuertemente. ¿Qué le pasaba a este hombre? ¿Fue por la manera en la que le contesté? ¿O fue porque le hablé en su idioma natal? De cualquier manera seguramente me despidan por el comportamiento de hace pocos minutos—. Perdóneme, señor. No era mi intención hablarle de esta manera. No debí hacerlo. Lo siento mucho, no volverá a ocurrir.

Él solo se limitó a asentir con la cabeza.

Non ti preoccupare. (No te preocupes).

Asentí con la cabeza y salí lo más pronto posible de ese lugar. Quise ir a alguna habitación o incluso al patio de la piscina para poder tomar aire fresco. La noche era espléndida, no había ni una nube, por lo que las estrellas estaban a nuestra completa y absoluta disposición. Me senté en una de las sillas que había allí y rápidamente escuché los pasos de una persona acercándose a mí.

—No estoy de humor, señor Caruso. Déjeme sola, per favore... (por favor) —Me quedé callada en cuanto vi a la persona que estaba delante de mí.

Diecinueve años. Diecinueve años sin saber de él. Diecinueve años sin el amor de esta persona, llorando cada noche esperando a que viniera a contarme un cuento. Enseñándole a mi hermanito que la persona que veía en las noticias día y noche jamás volvería. No esperaba que viniera, no hoy.

—Veo que sigues hablando italiano.

Desvié la mirada sin querer verlo. No quería que eso fuera posible. Quería que aquello nunca estuviera pasando, que fuese una alucinación. Un fantasma del pasado.

—No tanto desde que te fuiste. —Dije con tono duro

—No tienes ni idea de lo que he sufrido durante todos estos años...

—No te atrevas a decir eso. No te atrevas a insinuar que viviste un infierno cuando ni siquiera intentaste comunicarte con tu propia hija. Ni siquiera conoces a tu segundo hijo en persona. ¿Quién narices te crees que eres? Un aplauso para el padre del año. O mejor dicho, de los últimos diecinueve años.

—Entiendo tu enfado, entiendo tu rencor y tu ira. Pero quiero que entiendas también mi posición. El día que te secuestraron fue el peor día de mi vida. Por eso me fui, cariño. Para evitar más situaciones como esas.

No supe que contestarle. No porque no tuviera nada que decirle, sino porque intentaba averiguar a qué se refería.

—No quiero saber nada, papá. Tomaste tu decisión. Bien. Hiciste lo que pensaste que era mejor para nosotros. Ahora no vuelvas para explicarme tus razones porque sé que no lo harás. Simplemente me dirás que estás muy arrepentido. No es que no te crea, papá... Pero no me explicas el por qué de tus actos. ¿Cómo esperas que vuelva a hablarte como si nada hubiera pasado?

—Lo entiendo, pero...

—Pero nada, papá.

Vi como bajaba la cabeza y no decía nada más. Escuché como sorbía la nariz. ¿Ahora se atrevía a llorar? ¿Después de todos los años que me pase llorando porque quería ver a mi padre? ¿Ahora vuelve y encima llora?

—Te voy a pedir que te vayas, papá.

—Emma... la mia piccola ragazza... (mi pequeña chica...)

Ciao (adiós), Rafaello. —Zanjé.

Mi padre giró sobre sus talones y salió por la puerta de la terraza. Me senté de nuevo en la silla, esta vez con las manos sobre mi frente. Intentaba tranquilizarme, pero mi respiración empeoraba cada vez más. Cada flashback que aparecía en mi mente del día de mi secuestro hacia que mi corazón palpitase más rápido. El ritmo del mismo llegó a preocuparme. Necesitaba aire. Necesitaba agua, oxígeno, respuestas... de todo.

Regresé a la fiesta para salir corriendo por la porta de invitados. Saludé a algunos compañeros de clase y trabajo, para no levantar sospechas de mi huida. Un golpe hizo que me tambalease hacia atrás y una cálida mano agarró mi hombro. Levanté la mirada y vi unos ojos café, observándome.

—¿Se encuentra bien? —Preguntó.

—Yo... lo siento. Tengo que irme.

—¿En su propia fiesta?

—No es solo mía, sino de todos los estudiantes. Nadie se dará cuenta de que no estoy.

—Yo sí.

Esas dos palabras aceleraron mi corazón de una manera inexplicable. Mi respiración se volvió agitada y mi cabeza comenzó a dar vueltas. Esto no estaba bien. ¿Era el jefe con el que estaba hablando o era otra persona? No podía hacer eso al hotel, creerán que quería su aprobación de una manera u otra. Cuando aflojó su agarre en mi hombro decidí huir.

—Lo siento, señor. Debo irme. Disculpe.

Salí corriendo como alma que lleva el diablo y conseguí llegar a la calle. La fresca brisa de verano me golpeaba el cuerpo y agradecí que no hubiera más interrupciones en mi pequeño ataque de pánico. Aunque creo que hablé demasiado rápido.

—Emma. Cariño, ¿qué ocurre?

Vi a mi madre parada a mi lado y de un momento a otro comencé a llorar desconsoladamente. No lloraba así desde que conseguí empezar a odiar a mi padre y no echarle de menos. Aún así, era inevitable no quererle. Después de todo, era mi padre. Aunque me hubiese abandonado a mi suerte con mi madre y mi hermano en camino.

—Él está aquí, mamma.

—¿Quién?

Il mio padre. (Mi padre).

Mi madre se quedó con la boca abierta. Esperaba esa reacción. Ella tampoco sabía que mi padre estaba aquí.

—Tranquila, Emma. —Decía mi madre para calmarme—. Vuelve a la fiesta. Es tu fiesta. Debes divertirte.

—Me va a estar mirando, mamma. Lo sé.

—Entonces no le hagas caso y diviértete con Sophia. —Dijo con una sonrisa—. Yo me encargo, tranquila.

Va bene, mamma. Ti amo. (Está bien, mamá. Te quiero).

Yo también, cariño.

La abracé y volvimos dentro. Todos reían y bailaban, ahora canciones con más dinamismo. El sonido del tecno retumbaba por todo el hotel y en cuanto me vio, Sophia vino en mi busca, sacándome a bailar. El tecno y lo sensual comenzaba a mezclarse y decidí lucirme. Sophia se movía como una completa diosa, lo cual me contagió. Terminamos bailando sensualmente delante de toda la facultad, familiares, compañeros de trabajo... el señor Caruso. Hubo un momento en el que mi mirada conectó con la suya.

Un compañero de clase se me acercó y comenzó a frotarse contra mí mientras yo seguía viendo a esa mirada café que no me había quitado ojo en toda la noche. En cuanto Dominic, el chico que estaba detrás mío y que había rechazado unas cuantas veces me agarró por la cintura y comenzó a apretar, supe que debía parar. Empezaba a hacerme daño. No podía dejar que siguiera tocándome, pero estaba tan borracho y tan cachondo que no sabía ni lo que estaba haciendo.

Me giré para plantarle cara y rechazarlo de una vez por todas, pero causó el efecto contrario.

—Lárgate, Dominic. No me hace falta rechazarte de nuevo para que sepas que no me interesas.

Me fui directa a la barra a pedir una copa. Entre el encuentro con mi padre, la contestación de Caruso y ahora la vigésimo quinta insinuación de Dominic iba a tener una noche que podía ser de todo menos tranquila. Desgraciadamente, Dominic me siguió hasta la barra y se pidió otra copa. El muy imbécil pensaba acompañarme y todo.

—Dominic...

—No, Emma. Necesito decirte esto. —Me callé para que dijera lo que tenía que decir, aunque yo ya lo supiese de sobra—. Me gustas. —Aquí viene. La declaración del año—. Mucho. —¿Por qué este chico tardaba tanto en hablar?

—Lo sé.

—¿Lo sabes? —Este chico tiene menos luces que un barco pirata.

—Sí, Dominic.

—Bueno. Y...

—¿Y? —Pregunté confundida. ¿Aún no se había dado cuenta de que no quería nada con él? —Creo que he sido clara en la pista.

—No te creo. Antes te gustaba, lo sé.

—Tú lo has dicho, antes. Cuando no te atrevías a decirme que sentías lo mismo y te limitabas a molestarme. Ahora no me interesas lo más mínimo. Así que, me retiro con mi copa, ciao.

Me levanté del taburete, pero una mano agarró mi muñeca con fuerza. Miré a Dominic y vi furia en sus ojos. Me asusté por una fracción de segundo. Se levantó y me arrastró hasta un rincón. Lo que me faltaba, ser forzada por este paleto.

—Dominic, suéltame. —Dije cagada de miedo, pero intentando cargar la voz de firmeza.

—No. Eres una gilipollas rechazándome. Tengo a todas las tías haciendo cola, ¿y me vienes tú a decir que no quieres nada? Créeme cariño, cuando te folle no podrás separarte de mí. Parece que no entiendes lo que siento por ti. —Fue a besarme, pero de repente una voz le bloqueó a medio camino.

—El que parece que no entiende que la dama no quiere nada contigo eres tú.

Dominic me soltó de mala gana, provocando que mi cabeza golpease contra la pared de hormigón.

—¿Y tú quién coño eres, "italianito"? —Preguntó Dominic. En cuanto el chico dijo ese apodo despectivo supe quién era.

—¿Yo? —Vi la expresión de furia de Leone de un momento a otro. Agarró a Dominic del cuello y lo estampó contra la pared irradiando rabia por cada palabra que soltaba. —"El Diablo".

Dominic estaba aterrorizado. Miraba con los ojos abiertos a Leone mientras éste no le soltaba. Me acerqué al hombre, tocando su brazo con suavidad.

—Leone... —Dije sin importar el rango que ocupaba en su hotel—. Per favore... (por favor) le matarás...

Le soltó completamente. Dominic nos miró a los dos aterrado y se fue corriendo, huyendo despavorido. ¿Lo peor? Que ahora hablaría todo el mundo sobre Caruso y yo, y eso no me vendría nada bien.

—¡¿Qué has hecho?! —Le espeté al hombre una vez que Dominic se fue. Este se giró hacia mí y abrió los ojos como platos, como si le sorprendiese mi pregunta.

—Con un grazie (gracias) habría bastado, cara (querida).

—Podría haberlo hecho yo solita. —Le dije apuntándole con el dedo—. No necesito a ningún caballero andante que tenga que venir a rescatarme, ¿capito?

Va bene. (Bien/Vale) Entonces me retiro. —Dije dándose la vuelta mientras caminaba de nuevo hacia la barra—. Prego. (De nada)

Grazie. (Gracias)—Dije por educación. Aún así, no terminé con mis discurso—. Que sepa que soy totalmente capaz de cuidar de mí misma, señor Caruso.

El hombre vino hacia mí de nuevo, se acercó a mi cuerpo. Se quedó demasiado, y cuando digo demasiado es demasiado, cerca de mi rostro.

—No me cabe la menor duda, señorita Sorretino. —Dijo en un susurro. Su aliento chocaba con el mío de una manera que evaporaba cada gota de cordura que quedase en mi cabeza—. Eres una mujer muy fuerte.

Dicho esto, se fue. Esa frase... la escuché en algún lado, esa frase me la dijeron. Claro, ahora lo recuerdo, el día de mi secuestro. Me lo dijo un chico adolescente. Recuerdo que me caí y me curó la herida. Y él me dijo que...

No puede ser.

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