39

LEONE

Cuando me metí en la ducha y dejé a Emma en la habitación tenía una erección que podía perfectamente llegar hasta mi cabeza. La capacidad que tenía esta chica para ponerme a cien en un solo segundo era increíble, pero ella tenía razón. Teníamos prisa y debíamos prepararnos lo antes posible para la cena. No quería decirla nada porque sabía que se pondría más nerviosa todavía, pero mi tío era un hombre muy estricto con la hora. Si llegabas tarde te caía una reprimenda impresionante, daba igual si eran diez, quince, o un solo minuto.

Me encontraba de pie en la ducha de mi dormitorio, con las manos apoyadas en la pared que estaba frente a mí. El agua recorría mi cuerpo con fluidez. Me encantaba sentir el agua ardiendo y quemando mi piel. Me sentía inmune, poderoso, victorioso por aguantar algo a las que a ciertas personas les duele. El dolor es psicológico, el dolor solo está en la mente de quien quiere realmente sentirlo. Yo no tolero que se cuele en mi cabeza para que me destruya. Quizás sonaba un tanto radical, pero así era mi ideología. Escuché como la puerta del baño se abría y se cerraba en menos de un segundo. Las puertas correderas del cristal de la ducha estaban completamente empañadas por el vapor del agua, así que no pude ver con claridad a la persona que se estaba quitando lentamente la ropa frente a mí.

Esta chica iba a volverme completamente loco. Sabía que la estaba observando a pesar de no poder verla con claridad. Me incorporé inhalando todo el aire que pude, aún con la ducha funcionando. La persona que se encontraba al otro lado abrió las puertas a la vez que yo miraba al frente, dejando mi espalda expuesta. La corredera se cerró y unas manos se posaron sobre mi piel desnuda, recorriéndola poco a poco. Dejó un surco de besos a medida que acariciaba mi cuerpo. Miré hacia abajo, mi sexualidad erecta no ayudaba en absoluto. Me di la vuelta para observar a la mujer de mi vida, con el anillo de compromiso y su cuerpo desnudo frente al mío. Era una jodida dea (diosa). Estaba tentándome, veía la picardía en sus ojos verdes y el fuego reflejados en ellos. Cuando la conocí era una chica tímida, discreta... pero nunca pensé que llegara a ser así en la intimidad. ¿Habría sido así con todos? No lo creo.

—No me tientes, Emma... —Dije en un susurro. Su sonrisa maliciosa me excitó muchísimo más.

—¿Por qué? Es divertido. —Dijo alzándose de puntillas para besar mi barbilla. Cerré los ojos para controlarme.

—Porque su empiezo no voy a poder parar. —Respondí firme, y era verdad.

En vez de responder, cogió mi nuca y estampó sus labios contra los míos en un ardiente y apasionado beso. Su lengua se hizo camino hacia mi boca y no pude contener el deseo de abrirla para ella. Conmigo nunca había sido la mujer la que mandara en estas situaciones, nunca. Pero Emma me provoca de una manera indescriptible. No me creería nadie si dijera que ella puede hacer conmigo lo que quiera. Aún así, cuando alguien me provoca de verdad, la bestia que se encuentra dentro de mí sale a la luz.

Cogí sus caderas para darla la vuelta y estamparla contra la pared del baño. No lo hice suave, pero tampoco quería hacerla daño. Al parecer la gustó, porque nada más estamparla soltó un gemido y movió sus caderas con ganas de más. Lo malo era que no podíamos retrasarnos. Cerré el agua para que me escuchara con claridad. Pegué mi cuerpo al suyo, comencé a besarla el hombro, la nuca, el cuello... Emma no dejaba de suspirar y de soltar algún que otro gemido, y eso era música para mis oídos.

—¿No fuiste tú la que dijo que teníamos que prepararnos? —Pregunté en su oído.

—No creo que pase nada...

—No sabes cómo es mi tío, amore (amor). —Ella soltó una leve carcajada.

—Él tampoco sabe cómo soy yo.

En ese momento, intentó coger mi miembro con la mano, pero no la dejé. Cogí su muñeca con mi mano, llevándola a la pared y ella me miró por encima del hombro, confundida. Sabía que en la cama la había dejado excitada con mis palabras. Tenía ganas de que la cogiera y la follara contra esta pared, pero ahora mismo nos era imposible seguir. Pero no ya por llegar tarde a la cita con mis tíos, sino porque sabía que si empezaba, no podría parar. Me encantaría estar hasta la madrugada tocándola por todas partes, realmente era mi sueño frustrado.

—Tranquila, amore (amor)... —Dije lamiendo la piel posterior de su hombro para luego depositar un beso—. Luego te haré lo que quieras.

Ella se giró, envolviendo sus brazos en mi cuello.

—¿Lo que quiera? —Preguntó con una sonrisa traviesa. Yo asentí con la cabeza lentamente—. Creía que era el dominante aquí, señor Caruso.

—Creo que pueden existir excepciones, señorita Sorrentino. Pero como no salga ahora mismo de la ducha la juro que la daré la vuelta y la follaré sin ningún pudor hasta el punto de no poder sentarse en una silla. —Ella soltó una pequeña carcajada.

—Debería darte una bofetada por eso, pero la verdad es que me encanta cuando te pones así.

—Lo sé. —Dije en su oído—. Ahora deja que me duche.

—Yo también tengo que ducharme.

Puse los ojos en blanco por la cara angelical que puso, la cual en realidad estaba cargada de perversión pura y dura. Cuando fuera mi mujer, cuando fuera la reina de la mafia iba a ser la más dura que ha existido en siglos. Iba a ser la mujer de Caruso, joder. Y era toda para mí. Nos duchamos juntos y luego ella salió del baño para arreglarse mientras yo me vestía ahí. Insistió en que me quedara en el baño para que no la viera y que fuera sorpresa.

Puse un poco de gomina en mi pelo, aunque con algún que otro mechón suelto por mi frente para darle un aire desarreglado. La barba salía ya por mi rostro, pero decidí dejarla ahí. No era algo exagerado. Me puse una camisa negra remangada hasta los codos junto con un pantalón también negro de vestir y zapatos del mismo color. Era muy simple a la hora de vestir: camisa negra o blanca y pantalones y zapatos negros. Hacia bastante bueno, teniendo en cuenta que era verano, así que no pensaba llevar ningún tipo de americana. Esas solo eran para las reuniones. Me puse un poco de colonia de Hugo Boss y salí de ahí encontrándome a Emma aún en toalla y dejando su ropa en la cama.

—Y mira que he ido despacio... —Dije recargándome sobre la pared—. Tienes que vestirte ya.

—Me he dado cuenta de que no hay ningún espejo así que...

—Mandaré poner un tocador aquí para cuando volvamos, y ahora entra al baño antes de que mi tío venga a tirar la puerta abajo y sacarnos a rastras. —Dije. Ella asintió sorprendida por la prisa que había y entró corriendo al baño.

Me apoye contra el ventanal acristalado de la habitación para observar el exterior de la casa. La noche ya era evidente y ya había alguna que otra luz reflejada por las demás casas. Diez minutos después, Emma salió del baño maquillada y se quitó la toalla frente a mí. Cazzo... (mierda). Tenía puesto un conjunto beige de encaje con alguna que otra piedra y unos ligueros muy finos. No llevaba ningún tipo de prenda que le cubriera los pechos. Estaba de espaldas a mí y no había visto mi reacción, pero mi carraspeo nervioso provocó un escalofrío en ella. Mientras se movía para coger algún complemento veía una sonrisa triunfante en su rostro. Me mantuve quieto dónde estaba, mirando hacia otro lado conteniendo las ganas de tirarla sobre la cama y no ir a la dichosa cena con mi familia. No sé en qué momento vino hasta mí para que la subiera la cremallera del mono, pero sabía que no la hacía ninguna falta. Ni siquiera le llegaba a la espalda. Rocé su piel con mi mano mientras abrochaba su ligera pero larga prenda de ropa. Junté mi cuerpo al suyo mientras besaba su cuello.

—Leone... —Dijo echando la cabeza hacia atrás. Mis manos se colocaron sobre sus caderas para poder darla la vuelta. Sus ojos estaban tan dilatados que solo se apreciaba una ligera línea de color verde en ellos.

—Vamos antes de que mi tío irrumpa en la habitación. —Dije mirando el reloj. Ella puso los ojos en blanco y se alejó de mí.

—Aguafiestas... —Murmuró en bajo.

Agarre su muñeca antes de que pudiera salir por la puerta, haciéndola girar hacia mí para estampar mis labios contra los suyos. El beso era feroz, apasionado, con un toque de amor y lujuria. Ambos estábamos hambrientos del otro, pero debíamos parar. Abandone sus labios ahora inflamados lentamente, sin dejar de mirarlos. Ella atrapó el mío entre sus dientes, cosa que me encendió aún más.

Andiamo... (Vámonos) —Dije en un susurro. Ella asintió con una sonrisa y me cogió de la mano antes de abrir la puerta.

Cogí una chaqueta para ella, porque no llevaba ninguna y sabía que en algún momento la iba a necesitar. Ambos bajamos las escaleras y vimos a Lorenzo en el salón, listo para irse. Recorrió a Emma detenidamente con la mirada, con una sonrisa lasciva. Tanto ella como yo nos dimos cuenta. Emma me miró sin saber cómo reaccionar mientras a mí ya me empezaba a hervir la sangre. Sin que mi primo pudiera decir nada, su teléfono móvil sonó. Se disculpó con nosotros antes de contestar, pero no sin antes alabar a Emma y decirla lo guapa que estaba.

—Eso puedo decírtelo yo, y mucho mejor que él. —Ella se giró hacia mí, envolviendo sus manos alrededor de mi cuello.

—No me cabe duda, señor Caruso. —Depositó un casto beso en mis labios justo antes de que mis tíos aparecieran por la puerta junto con mi abuela. Mi tía vino corriendo hacia Emma para decirla lo guapa que estaba y darla vueltas para verla mejor.

—¿Estamos listos? —Preguntó mi tío.

—Sí. Lorenzo está fuera hablando por teléfono.

—Genial. Le esperaremos en el coche. ¿Vamos todos juntos? —Preguntó mi tía.

—Me apetece conducir. Cogeré el 911 Carrera Turbo. —Emma abrió los ojos como platos—. Tengo bastantes coches aquí, amore (amor)

—¿¡Vas a llevarme en un Porsche?! —Preguntó casi gritando con una sonrisa de oreja a oreja. Asentí con la cabeza, divertido.

—No sabía que te apasionaran los coches.

—Hay muchas cosas que no sabes de mí. —Dijo llegando hasta a mí, colgándose de mi brazo y tirando de él para salir.

—Tranquila, Emma. Te vas a montar igual. —Escuché las risas de mis tíos a nuestras espaldas.

—¿Me dejas conducir? —Preguntó Emma fuera. La miré con los ojos abiertos como platos. Ella juntó sus manos poniendo cara de cachorro abandonado.

—Déjame que lo piense... —Dije sobando mi barbilla durante unos segundos—. Ni de coña.

—¿Vas a beber alcohol, verdad? —Preguntó ella. Asentí—. Entonces no puedes conducir.

Abrí la puerta del copiloto para ella. Se acercó y, antes de que se sentara, respondí a su absurda propuesta.

—Hay muchas cosas que no sabes de mí. —Repetí lo mismo que dijo ella dentro de casa. Emma sonrió divertida mientras se montaba en el coche.

Touché.

Dicho esto, cerré la puerta riendo. Vi como Lorenzo llegaba donde mis tíos y me dedicaba una sonrisa maliciosa y triunfante. No sé qué estaría pensando, pero no me gustaba nada. Tenía que tenerle bien vigilado. Me metí en el coche con la sonrisa borrada del rostro. Espere a que mis tíos ayudaran a mi abuela a subir mientras veía como Lorenzo se subía al asiento del piloto. Me sorprendía que mi tío le dejase conducir su mejor coche familiar, pero no le di mucha más importancia. Arranqué el coche con furia cuando vi la mirada que le dirigió a Emma a través del cristal.

—Tranquilo, Leone...

—No estoy tranquilo. Lorenzo planea algo que no me gusta. —Dije poniéndome a la par que mi primo. Bajamos las ventanillas y le miré por encima de Emma, la cual se encogió un poco para dejarme verlo.

—Detrás de ti, primo. Sé que te gusta correr. —Dijo Lorenzo con tono burlón.

Grazie (gracias), Lorenzo. ¿Estamos listos? —Pregunté.

—Sí. —Dijo él. Miró de nuevo a Emma con una sonrisa que no me gustó nada—. Por cierto, estás preciosa Emma.

En cuanto mi primo le guiñó el ojo, aceleré y salí de ahí como un rayo. Emma se tuvo que agarrar a la puerta del coche antes de que saliera volando por la ventana. Vi como me miraba de reojo y me decía que me calmara, pero no podía. Presentía que esa noche iba a pasar algo malo, y quizás no me equivocaba. Sabía el restaurante al que íbamos, estaba cerca de la playa y podíamos ver el mar desde la mesa. A mi abuela le encanta ese restaurante, por eso siempre vamos allí cada vez que vengo de visita. Aparqué el coche y quise salir por la puerta, pero una mano se envolvió en mi muñeca impidiéndome bajar.

—Tranquilo, Leone. —Miré a mi prometida con angustia.

—No le conoces. No tienes ni idea de lo q es capaz de hacer.

—No te preocupes. No se va a atrever.

La miré con una ceja en alto por su valentía. Ella me sonrió de forma triunfante. Era astuta, valiente, decidida. Cuando la conocí pensé que era una chica tímida, cobarde. Pero era todo lo contrario. Solté una sonrisa de oreja a oreja cuando ella se rió a pleno pulmón.

—Eres imprevisible, amore (amor). —Me acerqué para besar su mejilla—. Y por eso quiero casarme contigo.

Salimos del aparcamiento dados de la mano y nos juntamos con mis tíos. Mi primo se puso al lado de mis tíos, pero con la mirada centrada en Emma. Ella estaba rígida a mi lado, pero no se soltó de mi mano en ningún momento. Entramos y nos dirigieron a la mesa. En Apulia era muy conocido, por lo que todo el mundo se nos quedaba mirando o se levantaban para pedirme una foto. Cuando está sesión de fans terminó, una risa a mis espaldas me heló la sangre. Emma se dio cuenta y me acarició la nuca, pero no podía moverme. No después de escuchar la voz de ese hombre. Me giré para mirarlo y allí estaba, mirándome con furia, con sed de venganza, con horror pero también con ganas de sangre.

Matteo Martini. El padre de Adriana.

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