38
EMMA
Habían ocurrido demasiadas cosas en menos de veinticuatro horas. La aparición de Cloe en mi casa, la confesión de que Adriana era la hija de la misma y la posible venganza de la mujer hacia él, el engaño de Volkov y mi pequeño secuestro...
Realmente necesitaba un respiro. Los acontecimientos iban demasiado rápido y yo solo quería meterme en la cama y descansar. La tía de Leone estaba conmigo, en la habitación, con varias bolsas en las manos y colgando de sus brazos. Tenían bastante dinero, era evidente. Pero me hacía sentir extraña que la mujer hubiera gastado tanto dinero en mí, sin siquiera conocerme. ¿Qué le hacía pensar que no iba a romperle el corazón a su sobrino? Técnicamente, casi lo hago al haber cometido una estupidez. La estupidez de haber confiado en su enemigo.
—Emma, cariño... ¿estás bien?
La miré rápidamente. Mi ceño fruncido me delató y su expresión de preocupación no se fue en ningún momento. Asentí rápidamente con la cabeza.
—Sí, es que me emociona que seas tan... maternal conmigo.
—Oh, bella (cariño)...
—Grazie mille per tutti. (Muchas gracias por todo). —Dije en un susurro.
—¿Qué tal la mejilla? —Preguntó mirándola—. Bueno, al menos ya no tiene tanta inflamación.
—Está mejor, Antonella.
De repente, la tía de Leone se llevó la mano a la boca cuando vio la mia. La cicatriz del corte se veía perfectamente. Aún estaba reciente, pero decidí quitarme el vendaje para no levantar sospechas. Y, al parecer, no ha servido mucho.
—¡Por Dio (Por Dios)! —Dijo mirándome con los ojos abiertos—. ¿Qué te ha pasado? Ese niño mío me las va a pagar.
—¡No! Antonella, no ha sido Leone. —Dije preocupada.
—¿Seguro? —Preguntó. Asentí—. Bueno, ¿entonces quién ha sido?
No podía decir absolutamente nada, y menos a su tía. El golpe pudo pasar el grado de mentira, pero cualquier cosa que diga que me haya pasado en la mano no se la creerá tan fácilmente. Mi mente se quedó completamente en blanco, hasta que Antonella me devolvió a la realidad pasando la mano por delante de mis ojos.
—Estoy bien. —Le repetí a Antonella—. ¿Por qué no miramos lo que has traído?
Ella sonrió no muy convencida, aunque veía claramente que no iba a hablar. Dejó el tema a un lado, poniendo las bolsas de todas las marcas posibles sobre la cama. Había lujo mirase por dónde mirase, desde Gucci hasta Prada, pasando por Versace y Bulgari entre otros. No podía creer todo lo que Antonella había gastado en solo un paseo, ni siquiera podía llegar a imaginar todo lo que compraría yendo de compras. Cosas de ricos, supongo.
—He comprado varios vestidos, para que uno te lo pongas esta noche y lleves los demás a la casa de campo. Son muy frescos, allí hace bueno en verano. Además hoy el cielo se ha despejado y hace muchísimo mejor, pero te recomiendo que te pongas alguno de los monos largos esta noche. No quiero que te quedes fría con la brisa. —Dijo sacando todos y cada uno de los atuendos de sus bolsas.
—Son demasiados, Antonella...
—Y son todos para ti, cariño. —Dijo con una sonrisa.
—Sono spiacente (lo siento), Antonella. Pero... no puedo aceptarlo. Es demasiado caro...
—No digas bobadas, Emma. Es un regalo mío. Y los regalos no se rechazan. Ahora, ve al baño con... —Se quedó pensando un rato en qué darme, hasta que lo eligió y me lo tendió en sus manos—. Este. Ponte este.
Lo cogí y me dirigí al baño. La verdad es que la tía de Leone era muy simpática y amable, incluso se preocupaba por prácticamente una extraña como yo. Era bastante agradable el hecho de que, sin conocerme, esta familia ya me tratara como un miembro más de ella. La familia Grimaldi era estupenda, de eso estaba segura. En cuanto pensé en ello, una pregunta se me vino a la mente, pero debía esperar a probarme el primer conjunto que Antonella me había dado. Era un diseño de Versace, de color albaricoque con toques negros. Un mono largo de una tela suave y para nada brillante. La tela era opaca porque lo que resaltaba en realidad era el pecho. El escote era palabra de honor, por lo que no existía ningún tipo de tirante que lo sujetase al cuerpo. La parte de mis pechos hacia mi intimidad tenía un bordado de brillantes que parecían completos diamantes. La espalda era cerrada y contenía además un cinturón a la altura de la cintura en el que también había algún que otro brillante incrustado. Era simplemente precioso.
Salí del baño y Antonella me esperaba con una sonrisa, la cual se ensanchó dejando ver sus dientes cuando puse un pie en la habitación. Soltó un grito ahogado de la emoción, y la verdad es que a mí también me gustaba. Me dio la vuelta para abrocharme la cremallera que tenía en la parte de la espalda y me dirigió al espejo para que me viera completamente.
—¡Espera! —Dijo saliendo rápidamente por la puerta. Me quedé atónita cuando lo hizo, pensé que había pasado algo, pero cuando volvió supe que no ocurría nada malo. Me entregó unos zapatos de la misma marca, de color negro con un poco de plataforma y un tacón bastante ancho. Son bastante simples, y en realidad combinaban bastante bien con el mono, ya que es lo que debía destacar.
—Son preciosos, Antonella. —Dije entusiasmada.
—Decidido. Esta noche llevarás este conjunto para la cena. —Asentí con la cabeza—. Por cierto, todo esto es tuyo y sólo tuyo. Cuando volváis a tu casa te lo llevas, ¿vale?
—Antonella, yo...
—¿Qué te dije de rechazar regalos, bambina (niña)? —Dijo con una sonrisa traviesa que hizo que me sonrojara, pero aún así me reí.
—Va bene (está bien). Grazie mille (muchas gracias), Antonella. —Dije agradecida. Realmente se había gastado muchísimo dinero en una extraña como yo.
—Prego (de nada), nena. ¡Ahora a por el siguiente conjunto!
Después de un buen rato probándome todos los conjuntos que Antonella me había regalado, ella y yo bajamos al salón donde se encontraban los tres hombres y la abuela de Leone.
—Espero que mi mujer no te haya saturado con sus compras compulsivas, Emma. Puede llegar a sobrepasar un límite, sobretodo con los regalos. —Dijo el tío de Leone con cierta burla.
—¡Riccardo! —Le espetó su mujer con la cara roja de vergüenza.
—Es la realidad, querida. —Dijo entonces la abuela de Leone.
Intente reprimir una risa, pero la muy traicionera me delató haciendo que el marido se Antonella riera también. La tía de mi prometido se cruzó de brazos con una sonrisa divertida. Ambas estábamos aún en el umbral de la puerta, por lo que Riccardo vino hacia nosotras. Pasó una mano por la cintura de su mujer y la dio un beso en la cabeza.
—Me voy a preparar, para la cena. Vosotros deberíais hacer lo mismo. A las diez todos abajo. —Dijo Riccardo con autoridad.
Aún eran las siete y media de la tarde. Faltaban dos horas y media para que nos fuéramos, pero si quería estar radiante debía empezar ya. Fui a darme la vuelta para ir directamente a la habitación y empezar a prepararme, pero entonces escuché una voz a mis espaldas.
—¿Quieres dar un paseo, nonna (abuela)? —Oí que le decía Leone a la mujer mayor. Ella asintió con una sonrisa, y cuando su nieto le ayudó a levantarse, me miró.
—¿Vienes tú también, bambina (niña)?
—Claro.
Ella me sonrió mientras asentía con la cabeza y agarraba a Leone de un brazo. Me puse al otro lado de mi novio y comenzamos a caminar por el grandioso patio trasero que tenía esta casa. Su abuela insistió en que me pusiera a su lado, por lo que me cambié de sitio sin dejar de sonreír, al igual que ella. Leone nos miraba mientras caminábamos al ritmo de la anciana. Su abuela me contaba mil y una historias sobre lo rebelde que fue Leone desde siempre. Que si metió barro en casa, que si cogía insectos para darle sustos a su madre y a su tía, que si intentaba tirar a su tío del caballo, que si tiró a su primo al mar... Reía y reía con cada anécdota que Vittoria, que así se llamaba la abuela de Leone, me contaba de sus nietos mientras nos alejábamos cada vez más de la casa. Cuando vimos que la mujer empezaba a estar cansada, Leone y yo decidimos volver a dentro para que Vittoria fuera a descansar antes de irnos. La dejamos en su habitación, no sin antes que me diera un beso en la mejilla y despareciera. Leone y yo nos dimos la vuelta y nos metimos en su habitación. Hoy habían pasado tantas cosas que solo me apetecía dormir. Me quité la ropa, quedándome únicamente en ropa interior y me tumbé en la cama para intentar descansar antes de la cena.
Noté como la cama se hundía a mi lado. Tampoco abrí los ojos para saber quién era, pero noté como empezó a acariciarme el pelo y luego siguió hacia el cuero cabelludo. Empezó a masajear y a hacer caricias en mi cabeza. Debí haberme quedado profundamente dormida como siempre cada vez que me hacían eso en el cabello, pero que Leone lo hiciera me encendió y me excitó de una manera increíble. Era el jefe de la mafia italiana, con mil y un enemigos detrás de su cabeza. Y ahora mismo estaba tan tranquilo, acariciando la cabeza de una simple chica que había aceptado casarse con él por amor. Este hombre era capaz de matar por mí, lo pude comprobar en vivo y en directo. Me incorporé, tumbándome de lado al igual que él. Nuestros ojos conectaron al instante.
—¿Por qué yo? —Pregunté. Él quedó un tanto confuso por mi pregunta, así que aclaré un poco su mente—. ¿Por qué me elegiste a mí?
—Porque de una manera u otra siempre te cruzaste en mi camino. El destino quería que estuviéramos juntos. —Dijo Leone acariciando mis labios, a lo que respondí con un suspiro. Procuré no desviarme de la conversación con las caricias que el italiano me estaba brindando.
—¿No crees que es un poco extraño? —Las caricias cesaron y Leone se incorporó apoyando la cabeza en su mano y el codo en la cama, mirándome con más atención que antes.
—¿A qué te refieres? —Preguntó confundido.
—Me secuestraste tú. Ahora eres mi jefe y dentro de poco mi marido. Empiezo a pensar que alguien quería juntarnos. —Leone suspiró con pesar. Sabía que había descubierto algo que debía saber y que Leone no me había contado—. ¿Qué pasa?
—Tu padre.
Me incorporé nerviosa en cuanto Leone mencionó al hombre que me había abandonado hacía casi veinte años. Quise salir de la cama, irme al patio y gritar de frustración. Pero no lo hice. En ese momento me tumbé de nuevo en la cama para poder descansar. Mi cerebro no quería procesar más información de la necesaria en el día de hoy. Leone continuó con las caricias cuando se dio cuenta de que lo único que quería era dormir.
—Debería descansar si no quiero quedarme dormida en la cena.
Leone me apretó contra su pecho y colé mi cara por el hueco de su cuello, aspirando su aroma masculino que tanto me gustaba.
—Duerme, amore (amor).
Desperté un rato después. Me encontraba mirando hacia el gran ventanal, con una manta sobre mi cuerpo y un brazo rodeándome la cintura. No quería moverme para no despertar a Leone, pero la tentación de girarme y mirar su rostro pudo con mi cordura. Cogí mi móvil con cuidado para cerciorarme de que no se nos había hecho tarde. Aún teníamos una hora para arreglarnos, y Leone no tardaba mucho.
Me moví despacio, procurando no despertar al hombre fuerte y musculoso que se encontraba a mi lado. Su brazo derecho aún descansaba en mi cadera mientras su brazo izquierdo estaba bajo su cabeza. Recorrí su rostro con mi dedo, con cuidado de no hacer ningún movimiento brusco. Paré cuando creí que se había despertado, pero realmente no lo sabía.
—No pares. —Dijo Leone en un susurro con su voz grave y varonil pero un tanto adormilada.
—No quería despertarte. —Dije a modo de disculpa. Leone sonrió de lado, aún sin abrir los ojos.
—No es mala forma de despertar, pero hay otra que sí me gustaría más. —Dijo entonces abriendo los ojos para mirarme con una sonrisa pícara. La verdad es que su torso tonificado y desnudo no ayudaba para que pudiera concentrarme. Me sonrojé al instante.
—No seas guarro.
—No lo soy. Solo me refería a un beso. —Dijo alzando una ceja. Cogí la almohada para darle en la cara, pero no sé inmutó. La dejé unos segundos para ver si la apartaba, pero cuando lo hice él se incorporó bajo la sábana para quedar encima mío—. ¿Es mucho pedir?
—¿El qué? ¿Sexo post-siesta? —Pregunté con voz enfadada. Aunque, siendo sinceros, ver a Leone en este estado, con el pelo revuelto y medio desnudo, era imposible no pensar en otra cosa que no fuera el sexo.
—Un beso, amore (amor). —Dijo con una sonrisa—. Aunque, si insistes...
Leone juntó sus labios con los míos en un abrir y cerrar de ojos. Todo mi cuerpo se encendió con ese pequeño gesto y, sin siquiera pensarlo, enrollé mis piernas alrededor de su cintura. Él acarició mis piernas desnudas con su mano izquierda mientras que con la derecha acariciaba uno de mis pechos aún cubiertos por el sujetador. Leone lo quitó alzando un poco mi cuerpo y comenzó a besarme el cuello.
—Leone... tenemos que... vestirnos...
Lo único que salían de mis labios eran suspiros y gemidos. Era complicado pensar las palabras cuando tenías a Leone Caruso besando tu cuerpo de arriba a abajo. Su erección se encontraba palpitando junto a mi muslo. Era algo tentador, pero debíamos irnos ya. Empuje su cuerpo hacia arriba para tumbarlo a mi lado, aunque después me senté a horcadas sobre su estómago. Sentí su palpitación en la parte baja de mi espalda, pero me contuve.
—Debo vestirme, Leone. Y tú también.
Se incorporó, sentándose en la cama y escondiendo su cara en el hueco de mi cuello. Suspiró y soltó un gruñido frustrado. Acaricio mi piel con sus labios hasta llegar a mi oído.
—Cuando volvamos de esa cena gritarás mi nombre como nunca lo has hecho y toda la casa se enterará de quienes somos, principessa (princesa).
Dicho esto, se levantó agachándose para coger su ropa y dándome un beso corto en los labios, pero de los más intensos y sensuales que me ha dado. Me guiñó un ojo con una sonrisa pícara y se metió en el baño. Ni siquiera había empezado y ya estaba deseando que llegara la noche.
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