37

LEONE

La tentación era demasiado grande. Quería besarla, abrazarla fuerte, decirla que todo había pasado. Estaba temblando encima mío, notaba su miedo a kilómetros. Pero lo que había hecho era algo muy grave y necesitaba pensar con claridad. La aparté de mi regazo, dejándola a mi lado para poder salir del agua.

—Leone... —Dijo con voz temblorosa.

—Necesito pensar, Emma.

Salí de allí con una toalla envuelta en mi cintura. Me metí en el baño y me duché, quitándome las sales y los productos de encima. Sequé mi pelo con una toalla más pequeña, dejándolo revuelto y medio mojado. Me puse una camisa blanca desabotonada remangada hasta los hombros. Apoyé las manos en el lavabo y mirarme al espejo.

—¿Desde cuando eres tan... débil? —Me pregunté a mí mismo frente a mi reflejo.

Abrí la puerta y vi a Emma poniéndose unos pantalones vaqueros y una blusa blanca. No me miró, abrió la puerta de la habitación y salió de allí. Fui detrás de ella para ir a ver a mi familia, al parecer ella también iba al mismo lugar. Mis tíos estaban sentados en el sofá, al lado de mi abuela. Estaban hablando animadamente, y cuando nos vieron mostraron una sonrisa, aunque a mi tía se la borro en cuanto miró a Emma. Me acerqué a ella para pasar mi brazo por su cadera, a lo que respondió tensando el cuerpo.

—Emma, cariño. ¿Estás bien? —Ella asintió con la cabeza—. Tienes la mejilla inflamada.

—Antes me he dado un golpe. No es nada, tranquila.

Mi primo la miraba de arriba a abajo, se relamió los labios y sonrió de lado. Será hijo de puta...

—Luego te lo curaré. —Dijo mi tía mirándome mal. Joder, se pensaba que se lo había hecho yo, pero sabe perfectamente que no sería capaz de hacer algo así.

—Tenemos una propuesta para vosotros chicos. —Mi tío se levantó para ponerse junto a mi tía, el cual también miró la mejilla de Emma con el ceño fruncido—. Mañana vamos a ir a celebrar que os casáis. Habíamos pensado ir a la casa de campo para pasar el día.

—¡Genial! —Dijo Emma con entusiasmo—. Aunque, creía que íbamos a mirar la iglesia de la boda.

—Sí, es cierto. —Dije sin acordarme de ese asunto.

—Está todo pensado. Podéis casaros allí. Nuestra casa está a las afueras de Campomarino, en la costa.

—¿¡En la playa!? —Preguntó Emma con demasiada emoción.

—Sí, cielo. Aunque eso debemos prepararlo con mucha antelación. —Dijo mi tía.

—¿Sabes montar a caballo? —Preguntó mi tío. Emma negó con la cabeza, a lo que mi tío respondió con una sonrisa—. Leone es un jinete excelente. Te enseñará.

—Otra cosa más. —Dijo mi tía. Yo aún seguía con la mano en la cadera de Emma, ella seguía tensa—. Vamos a ir esta noche a cenar al centro de la ciudad. ¿Os gustaría venir?

Emma me miró, así que mis tíos me miraron también. Asentí con la cabeza sin decir nada más. Ellos nos informaron sobre la hora a la que iríamos y nos fuimos al jardín trasero. Creo que Emma y yo debíamos hablar. Ella se sentó en un banco de piedra y me indicó que me sentara a su lado, pero decidí quedarme de pie. Nadie de los dos abrió la boca durante un buen rato.

—Así que... ¿montas a caballo? —Preguntó con cautela.

—Sí. —Respondí. Asintió con la cabeza. La miré de reojo con una ceja alzada—. No sabía que querías aprender a montar.

Sonrió de lado, de forma pícara. Se levantó y se colocó frente a mí.

—Cualquiera de las dos formas de montar me llama la atención.

Estaba muy enfadado con ella, pero ese lado pícaro suyo me excitaba. Esta chica sabía jugar sucio. Entrecerré los ojos hacia ella, pero una sonrisa se escapó de mis labios con la expresión que había utilizado. Acercó sus labios a los míos, pero giré a la cabeza a un lado. Mi cuerpo se alejó sin querer hacerlo realmente, me disculpé y me fui al interior de la casa.


Habían pasado varias horas. Emma no había subido a la habitación en el resto del día. Mi tía había cuidado la mejilla de Emma con un remedio casero, y entonces mi tío vino a hablar conmigo. Mis tíos fueron a dar un paseo con mi abuela, así que las únicas personas que había en esta casa éramos Lorenzo, Emma y yo. No sabía dónde estaría mi primo, pero podía llegar a imaginármelo. Fui a la cocina para hacerme un café con el que despejaría mi mente y pensar cómo comportarme en la cena de mis tíos. En ese momento, vi a Emma sentada en el patio, justo en el lugar donde la había dejado anteriormente. Hacía frío, no sabía cómo podía estar ahí. Comprendí que no estaba sola.

—Y entonces Leone se tiró sobre mí y ambos caímos al agua. —Escuché decir a mi primo mientras Emma reía.

—No pensé que tuvierais el mar tan cerca de la casa de campo. —Dijo Ema

—Pues sí. Leone y yo siempre corríamos a la playa desde casa, está bastante próximo. Te enseñaré el camino cuando lleguemos allí. —Dijo. Me quedé donde estaba porque debía confiar en que Emma no sería de las que caían en los encantos de Lorenzo—. Por cierto, tienes la mejilla menos inflamada.

La mano de mi primo se dirigió a su mejilla y la tocó con delicadeza. En ese momento, no tuve otro impulso que ir al patio para colocarme al lado de mi prometida. Estaría enfadado con ella, pero no iba a permitir que Lorenzo hiciera de las suyas de nuevo.

—¿He oído mi nombre? —Pregunte cuando me puse junto a Emma. Lorenzo no deparó la mano de la mejilla de mi novia hasta que yo no llegue allí.

—Precisamente le estaba contando a la dama nuestras aventuras de niños.

—Ah, sí. Ese día en el que casi te abres la cabeza cuando te empujé de golpe al mar. Una lástima. —Dije girando mi cabeza hacia Emma, la cual me miraba entre sorprendida y divertida—. Emma, amore (amor), ¿puedes venir un segundo?

—¿A dónde? —Preguntó mi primo. Le miré con una expresión sombría.

—No te interesa, Lorenzo. —Respondí tajante.

—Realmente no, pero Emma y yo estábamos teniendo una conversación muy animada hasta que llegaste tú a estropearlo. Como siempre.

Mis ojos reflejaron furia de un momento a otro. La misma ira que sentí cuando Volkov secuestró a mi prometida. Ahora mi jodido primo quería tirársela, y no lo iba a permitir. Di un paso hacia delante, el hombro de Emma rozó suavemente el mío y Lorenzo se puso de pie delante de mis narices. Un calor en el pecho se instaló cuando una mano se posó ahí, colocándome hacia atrás.

—Vamos, Leone. —Dijo Emma apartándome de mi primo—. Hablaremos en otro momento, Lorenzo.

—Será un placer. —Respondió él con tono burlesco.

Casi me doy la vuelta de nuevo, pero no quería parecer un puto cavernícola delante de mi novia, así que seguí mi camino con ella delante de mí. Tenía mi mano entre la suya y cuando llegamos a la habitación se alzó sobre las puntas de sus pies para darme un casto beso en los labios. Acarició mi mejilla, pero me alejé y me fui hacia el gran ventanal que daba al patio, aunque nadie podía vernos desde ahí.

—Leone...

—Sigo enfadado.

—Yo... Lo siento muchísimo de verdad, yo... Me engañaron.

—Tomaste una decisión, Emma. Y eso está bien, que tomes tus propias decisiones como la mujer independiente que eres. Pero no puedes exponerte a estos peligros. Bien sabes que los rusos andan detrás de ti.

—Yo... Yo no sabía que eran ellos...

—¿Ni siquiera te lo imaginaste? Toda la puta mafia rusa anda detrás tuyo, joder. Se dedican a la trata de blancas, ¿qué crees que habrían hecho contigo? —No respondió, porque ya sabía la respuesta—. No quiero que te pase nada malo, pero antes de hacer algo así consúltame para averiguar si es una trampa.

—No eres mi padre, Leone. No tengo por qué decirte a dónde voy.

—Volkov te tiene entre ceja y ceja, joder. ¿No lo entiendes?

—Ya lo sé. Él mismo me lo dijo. Incluso cuando me mandó el mensaje de...

Calló en ese mismo instante como si hubiera dicho algo que no debía haber dicho. Me acerqué lentamente a ella con las manos metidas en los bolsillos delanteros de mi pantalón de vestir y los ojos entrecerrados, escrutando a la hermosa chica que estaba frente a mí.

—¿De qué mensaje hablas? —Pregunté con cautela y con serenidad.

No dijo ni una palabra. Se limitó a bajar la cabeza y, después de varios minutos y sacó su teléfono móvil del bolsillo trasero de su pantalón. Me lo tendió y acto seguido se sentó en la cama. No entendía nada. No era de esos hombres que invadían la privacidad de sus novias o esposas. Yo no era así. La vi con las manos en la cabeza, los codos apoyados sn sus rodillas y una expresión sombría. Cuando vio que dejaba su móvil junto a ella y me iba de la habitación, Emma se levantó rápidamente y me cogió la muñeca con su pequeña y temblorosa mano.

—Quiero enseñártelo. —Dijo sincera. Me entregó de nuevo el móvil, aunque lo rechacé cortésmente con un movimiento de cabeza y dando un paso hacia atrás.

—No soy ese tipo de hombre, Emma.

—No estás haciendo nada sin mi consentimiento. Quiero enseñártelo. —Repitió con angustia.

Solté un suspiro cansado mientras ella me enseñaba su móvil ya con la pantalla desbloqueada. En ella se reflejaba una conversación con un número desconocido en su lista de contactos. No lo tenía agregado y el prefijo no era italiano ni americano. Leí el mensaje que esa persona le había mandado a mi novia: "Tiene veinticuatro horas para ayudarnos y así su familia no correrá peligro alguno. La comunicación es básica para llegar a un acuerdo, la espero en el bar que hace esquina en la Via Felice Cavallotti."

No había que tener una titulación universitaria como para saber que eso era una amenaza en toda regla. La miré cuando analicé con detalle el mensaje, ella me miraba arrepentida y dolida.

—Siento no haberte dicho nada. Sabía que era algo peligroso, pero... —Se quedó callada. Pensó que diría algo, pero en ese momento le tocaba hablar a ella—. No quería que pensaras que era una estúpida y una persona que tiene que depender siempre de los demás.

—¿Por qué iba a pensar eso? —Se encogió de hombros y empezó a clavar sus uñas contra la palma de su mano, de un lado a otro.

—No quiero que te sientas así, y yo no quiero sentir que te presiono ni nada por el estilo, pero si te pasa algo no me lo perdonaría jamás. —Dije acercándome a ella—. Cuando ocurra algo así avísame primero, cuando veas algún tipo de posible amenazada dímelo. Soy un hombre muy temido y buscado por otros países.

Emma asintió con la cabeza. Pasó sus brazos alrededor de mi cintura y apoyó su cabeza en mi pecho. No me contuve más y la abracé.

—Lo siento tanto... —Dijo arrepentida.

—Si te pasara algo no me lo perdonaría jamás.

Cogí su mano y la llevé a mi baño. La levanté por su cintura para sentarla sobre el lavabo. Alcancé una pomada de uno de los armarios del baño, la coloqué en mi mano y extendí el pringue blanco en su mejilla, con trazos lentos y circulares. Cerró los ojos y soltó un largo suspiro. Cuando terminé, abrió los ojos, que conectaron con los míos. Sus manos cogieron mis mejillas, mientras que las mías descansaban en su cintura y después recorrieron sus muslos. Juntó su frente con la mía sin dejar de acariciarme la cara. Acerqué más mi rostro al suyo, acariciando mis labios con los suyos. Se abrieron involuntariamente, haciéndome ver que quería que la besara, pero unos golpes en la puerta y una voz al otro lado hizo que nos separásemos.

—¡Emma! ¡Leone!

Salimos del baño rápidamente. Mi tía estaba al otro lado de la puerta, con una sonrisa en la cara y varias bolsas en las manos.

Ciao (hola), Antonella. —Dijo Emma.

—¿Qué llevas ahí? —Pregunté.

—Unas cositas para Emma. ¿Nos dejas solas?

Mi tía estaba muy ilusionada con Emma. La quería como a su propia hija y no habían pasado ni veinticuatro horas desde que estábamos aquí. Era casi de noche, el tiempo estaba pasando demasiado rápido.

Va bene (está bien). Os veo luego.

Le di un beso a Emma en los labios y salí guiñándole un ojo a mi tía. Se metió en la habitación con mi novia y escuché varias risas a medida que avanzaba por el pasillo. Nunca pensé que Antonella conectase tan rápido con Emma, y eso me gustó.

Emma y yo íbamos a construir algo precioso, estaba total y absolutamente seguro.

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