36

EMMA

Los hombres de Volkov entraron en el bar, uno por uno. Todos era altos, fuertes, rubios... alguno de ellos era castaño y tenían bastantes cicatrices. Estaba claro que los de esta nación tenían una fijación por las cicatrices. En cuanto bajé la guardia Volkov me dio un golpe en el brazo, haciendo que la pistola que tenía en la mano cayera al suelo. Me cogió del pelo para susurrarme al oído.

—¿Crees que puedes vencerme, piojo? No tienes ni puta idea de nada. No sabes usar un arma. No creas que puedes matarme tan fácilmente.

Me tiró hacia los hombres y uno de ellos me cogió por la cintura. Intentó taparme la boca con un pañuelo, así que le mordí la mano. Iba a pegarle un rodillazo en sus partes más nobles, pero fallé y caí al suelo. El hombre me cogió y acto seguido lo hizo Volkov del otro lado.

—¡Suéltame! —Grité.

Nadie me hizo ni caso. Todos los hombres salieron del local, yo salí la última con Volkov y el otro al que intenté dejar estéril. Patalee y grité como si me fuera la vida en ello. Quería salir de ahí, pero estaba acorralada. En cuanto me sacaron pude ver a Leone gritando. Grite su nombre para que me ayudase y vi como Volkov le tiraba el arma que le había quitado a Leone.

Me metieron en un coche blanco bastante alto y me tiraron a la parte de atrás. Mi garganta se cansó de gritar, así que decidí quedarme callada. Era lo mejor, no tenía ningún arma con la que atacar o defenderme. Me di cuenta de que conocía la persona que iba de copiloto. Mierda, otra vez no...

—Hola, princesa. —No respondí al supuesto alago que me había hecho el rubio. No pensaba responder a semejante espécimen—. ¿No vas a hablarme?

No le dije nada, me quedé mirando el techo del coche. Me habían tirado al asiento trasero como si fuera una muñeca de trapo. El ruso no paraba de molestarme.

—Alek, déjala. —Dijo Volkov.

—Venga, Vitali. Sabes que me quedé con las ganas.

Su jefe no dijo nada, por lo que el gilipollas de Alek puso su mano en uno de mis pechos. Me removí para que me dejara en paz. También pegué un chillido con la única finalidad de que su jefe volviera a decirle algo y me tapó la boca. Aproveché la situación para morderle la mano, haciendo que volviera su asiento de un salto. Le mordí tan fuerte que no me sorprendería ver una herida. Efectivamente la había. La vi de reojo, pero también vi como me cruzó la cara de un solo golpe.

Volkov pegó un volantazo haciendo que mi cabeza chocase contra la puerta del coche. Mi cuello se dobló y acto seguido sentí un dolor atroz por el golpe. Alek me llamó de todo lo malo que os podríais llegar a imaginar, incluso levantó la mano otra vez y me dio de nuevo en la misma mejilla. Me ardía la cara de una forma impresionante, aunque en el mal sentido de la palabra. Volkov frenó el coche con fuerza de la velocidad que llevábamos. No sabía ni cómo no había muerto por no llevar el cinturón de seguridad e ir simplemente tumbada. El jefe de la mafia rusa gritó a Alek algo en su idioma. Salió del coche y me sacaron de ahí, o más bien me tiraron al suelo. Estaba todo sucio y húmedo. Vi a mi alrededor un entorno sombrío, y además estaba rodeada de todos los coches de los hombres de Volkov. Le miré, y vi un arma en sus manos. No era una pistola, eso lo tenía claro.

—¿Necesitas un arma contra mí, Volkov? —Pregunté con una sonrisa burlona y algo dolorida. El enemigo de Leone soltó una risa sarcástica, a la que se unieron todos los demás hombres como si fueran máquinas—. ¿De qué cojones os reís, putos frikis?

Me arrepentí en el mismo instante en el que lo dije. Mis labios se metieron hacia dentro en mi boca, miedosos y arrepentidos de lo que habían dicho.

—¿Cómo osas haberle dicho eso al jefe? —Alek se acercaba cada vez más a mí. Levantó la mano con el puño cerrado, dispuesto a darme de nuevo. No sé si para mi suerte o desgracia, Volkov le sujetó la muñeca antes de que pudiera alcanzarme. El joven le miró incrédulo.

—¿Qué crees que haces? —Preguntó Volkov. Estaba claro que Alek era su mano derecha, como Salva la de Leone.

—Darle una lección, ¿acaso no lo ves?

—¿Crees que esa es forma de dirigirte a tu superior, Novikov? —Alek se puso pálido en menos de treinta segundos. Negó con la cabeza rápidamente mientras se disculpaba bajando la cabeza—. Esta chica valdrá millones en la subasta, Alek. No podemos dejar que la pase nada. Podría considerarse el diamante de la temporada.

Espera, ¿subasta? ¿Qué subasta?

—¿De qué subasta hablas? —Pregunté.

—De mujeres, por supuesto. —Ahora fui yo la que quedó pálida.

—¿Mu... mujeres? —Alek aún estaba callado. Estaba claro que si volvía a abrir la boca la iba a cagar. Volkov se acercó a mí, poniéndose de cuclillas, quedando a mi altura. Sonrió de lado por mi inocencia.

—Exacto cariño. No soy como tu novio. No traficamos con armas.

—Se supone que vosotros traficáis droga.

—Una parte sí. La otra parte no.

—¿Qué otra parte? —Pregunté en un susurro, aunque ya me imaginaba la respuesta. Pude divisar la pistola de Volkov cerca mío, aunque no la miré directamente. No debía levantar sospechas. Fue un error que me dejasen las manos libres. Aunque, para llegar a mi objetivo, debía distraer a Volkov.

Volkov se levantó unos segundos para hacer que sus hombres se metieran en sus coches y así hablar conmigo en privado. Cómo no, Alek protestó tres veces hasta que se dio por vencido y se metió en el coche. Me apoye contra la puerta del conductor, aún sentada en el suelo, mientras escogía las rodillas a mi pecho para protegerme de alguna manera. El ruso aún seguía agachado frente a mí.

—Trata de blancas, cariño. —Respondió Volkov con una sonrisa lasciva—. Solemos hacer subastas para millonarios, magnates, pervertidos... en fin. Hombres que compran mujeres para... bueno, para cualquier cosa en realidad. Y tú, guapa, serías una buena venta.

—No soy un puto objeto, gilipollas.

—La verdad es que me pones a cien, nena. Sería una pena venderte a otro hombre cuando podría tenerte conmigo.

—En tus sueños, Volkov.

Él rió, seguro de sí mismo.

—Eso ya lo veremos. Nunca pierdo de vista un objetivo. Te trataría mejor que a la anterior mujer de Caruso, eso está claro.

Tragué saliva. En ese momento tuve miedo, sí. Miedo de que este psicópata me llevase con él, me secuestrase y... a saber lo que me haría en su casa. No quería si quiera llegar a pensarlo. La voz de Leone llamando a gritos al hombre que estaba frente a mí se hizo presente en la nave, provocando un eco que podía escucharse hasta en los rincones más alejados de la entrada. Ambos miramos al exterior, pero luego nos volvimos a mirar el uno al otro.

—No tienes ni idea de cómo soy, Volkov.

—Tú tampoco tienes ni idea de lo que soy capaz de hacer, querida. Cuando quiero algo —dijo acariciando mi mejilla, a lo que solo pude responder quitando su mano de un manoteado—, siempre lo consigo.

En ese momento, actué. Mi pie se estampó contra su pecho, haciendo que cayera de culo al suelo cementoso y frío. Cogí su pistola rápidamente y le apunté. Quise dispararle en la frente, pero habría sido demasiado fácil, así que disparé al suelo, justo al lado de su cabeza. La sonrisa de asombro, lujuria y admiración no se borraron de su estúpida cara. Todos los hombres salían de los coches mientras corría hacia la salida. Vi como los italianos se preparaban para disparar, incluido Leone. Al verme, dejaron de apuntar y corrí lo más rápido que pude hasta mi prometido. El alivio se reflejó en los ojos marrones de Leone, y también en los azules cielo de Salva. De vez en cuando disparaba hacia atrás, aunque sin mucho éxito. Todavía no sabía manejar un arma en condiciones.

—Joder, qué susto me has dado. No vuelvas a hacer esto, nunca. —Dijo contra mi cuello. Provocó un escalofrío en mi columna vertebral, pero uno de esos que agradeces sentir.

Escuchamos más disparos. Me di la vuelta, aún aferrada al cuerpo de Leone como un koala. Los rusos disparaban al aire para hacerse notar, y de repente apareció Volkov con una metralleta.

—¡Emma! ¡Eres una puta y una traidora! —Gritó Volkov. Me bajé del cuerpo de Leone, el cual ya intentaba acercarse a él para matarlo con sus propias manos, pero no le dejé. En cambio, fui yo la que respondí.

—¡Soy la futura mujer del Diablo, hijo de puta!

Vi la sonrisa de Leone de reojo, y le guiñé un ojo a Volkov, el cual también sonrió. Volkov hizo un gesto para que todos sus hombres se retiraran. Leone se preparó para disparar, ya que el ruso se acercaba cada vez más a nosotros, aunque aún estaba a una distancia considerable. Le miré para que no disparase.

—¡Nos volveremos a ver, amigo! Tu novia es fascinante y sería una gran pérdida el dejarla marchar, ¿no crees?

Se dio la vuelta y se fue. Le dejamos ir, por ahora.

Leone me metió en el coche como si fuera una muñeca de porcelana, con cuidado pero con rapidez. Salva se sentó en el asiento del piloto mientras mi novio decía a todos sus hombres que arrancaran los todoterrenos para volver a la casa de sus tíos. Miré el arma de Volkov en mi mano mientras mi otra mano sujetaba mi mejilla dolorida. Alek me había dado dos tortazos, esperaba tener un moretón en el lado izquierdo de mi cara. La herida de la mano estaba casi curada, así que no me dolía tanto como la cara. Leone se metió en el coche mientras veía como Salva sacaba una bolsa de hielos de una nevera oculta en uno de los asientos del coche antes de ponerse en marcha. Se la dio a Leone, y éste puso su mano con los hielos en mi mejilla. El alivio fue notorio cuando solté un suspiro, haciendo que Leone se relajase.

—Nos has dado un buen susto, bambina (niña). —Dijo Salvatore conduciendo. Realmente me sentía como una cría a la que estaban regañando por hacer una trastada. Me disculpé en un susurro, aunque ambos lo escucharon perfectamente—. ¿Se puede saber por qué lo has hecho?

No respondí. No me lo perdonarían nunca. No podía decirles que Volkov y yo íbamos a hacer un pacto, pero que terminé rechazando. Con la sola idea de llegar a hacerlo ya se consideraba traición. Salva presionaba y presionaba para que hablara, pero hubo un momento en el que Leone le dijo que parase. Él sabía que me agobiando y yo sabía que luego él hablaría conmigo. A solas. Llegamos a la mansión un rato después, los hombres de Leone se fueron a otra parte con los todoterrenos y solo nosotros entramos en la mansión.

—Déjanos solos. —Ordenó Leone a Salva, el cual se limitó a mirarme con lástima cuando salió del deportivo.

Me quedé mirando el arma de Volkov. La había dejado en el suelo porque no quería volver a tocarla. No quería tener nada que ver de nuevo con él.

—Leone... yo...

—Te quitaste el anillo para que no supiera dónde estabas. —Afirmó mirándome, aunque no me atrevía a levantar la cabeza—. Te has puesto en peligro de una manera que no puedes ni imaginarte, Emma.

Expulsé todo el aire que había estado conteniendo, arrepentida. Me temblaban las manos y la mejilla aún palpitaba bajo el hielo que Leone sostenía. Me disculpé mil y unas veces más, pero sabía que no era suficiente. Salí del coche y me quedé parada para llegar con Leone al interior de la casa. Me hizo una seña para que me esperase. Escuchaba como su familia le pregunta qué tal le había ido el paseo y consiguió cerrar la puerta para que nadie me viera pasar. Subí las escaleras delante de él y me fui directamente a la cama. Leone se quitó la ropa sudada por correr y la tensión que había mantenido. Tiró la camisa, los pantalones, los calcetines y la ropa interior al suelo. Abrió la puerta de la terma y la volvió a cerrar.

Agradecía que no quisiera presionarme. Agradecía que hubiera ido a salvarme. No habría imaginado lo que hubiera pasado si Leone no hubiera llegado a tiempo. Me habrían llevado a quién sabe dónde. Fui una completa estúpida al haberme fiado de que ese hombre protegería a mi familia mejor que Leone. No sabía con exactitud si estaba enfadado pero tenía motivos para estarlo. Me incorporé en la cama, debatiéndome si entrar ahí con él y quedarme aquí. Como siempre, ganó la parte de mí que no pensaba lo que hacía, así que me quité la ropa, quedándome completamente desnuda. En ese momento me di cuenta de que no sabía la contraseña de la puerta. Grité a Leone, pero parecía no escucharme, y era normal. El interior estaba totalmente insonorizado. Me puse una toalla alrededor del cuerpo y fui a buscar a Salvatore. Le vi sentado en el escritorio de lo que parecía ser la habitación de invitados.

—Salva... —Me miró de arriba a abajo extrañado por mi atuendo, pero esa mueca pasó a una sonrisa traviesa. Creía que estaba enfadado conmigo.

—¿Qué desea, señorita?

—¿Sabes cuál es la clave de la terma de la habitación? —Pregunté en un susurro, sonrojada.

—Cero, tres, cero, cinco, nueve, ocho.

Grazie... (gracias) —Dije. Me di la vuelta para irme, pero volví a mirarlo—. Por casualidad, ¿no será una fecha, verdad?

—Fue el día que Leone te conoció, bambina (niña). —Me sonrojé, porque tenía razón.

—Oh... Grazie (gracias). —Me di la vuelta de nuevo y él volvió a sus asuntos, pero volví a llamarlo. Él giró la cabeza de nuevo con una sonrisa forzada—. ¿Estás... enfadado conmigo?

Negó con la cabeza, lo que hizo que un pequeño alivio creciera en mi interior.

—No. Pero entiende que ahora mismo desconfíe de ti. —Asentí con la cabeza para volver a darle las gracias e irme corriendo a la habitación. La puerta seguía cerrada y la ropa de ambos en el suelo, así que deduje que Leone no había salido de ahí.

Puse el código que Salva me había dicho y la puerta se abrió correctamente. Vi a Leone de espaldas a mí, con los brazos a ambos lados apoyados en el borde y la cabeza hacia atrás. Parecía relajado. Ni siquiera abrió los ojos para ver quien había entrado, aunque supuse que se lo imaginaba. Me metí en el agua, frente a él. Pasaron varios minutos sin que me mirase. Abrió los ojos pero seguía mirando el techo abovedado. No sabía qué decir ni tampoco qué hacer en este instante. Lo único que se me ocurrió fue ir nadando y acortar la poca distancia que nos separaba. Me puse ahorcadas sobre él, al igual que lo estábamos antes de que me fuera de ahí para reunirme con Volkov y caer en su trampa.

No movió los brazos de su sitio, pero sí la cabeza. Me miró, esta vez poniendo sus manos en mis caderas y acercando peligrosamente su rostro al mío.

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