35

LEONE

La puerta de la terma secreta se cerró en cuanto Emma salió. Miré las escaleras por las que había subido, sin dejar de preguntarme que la ocurría. Salí del agua, dirigiéndome a por una toalla enrollando mi cintura y otra más pequeña para secar mi pelo. Crucé todo el lugar para adentrarme en la habitación. Ya allí, vi un bulto bajo las sábanas. La dejaría tranquila durante un rato, aunque su postura me parecía de lo más incómoda. Recogí la ropa que estaba tirada por el suelo, dejándola encima de una cómoda que había al lado del escritorio grande de oficina.

Dejé la toalla del pelo al rededor de mis hombros. Abrí el armario y vi mis cosas un poco revueltas. No recordaba haberlas dejado así, ni siquiera recordaba haberlo abierto en ningún momento. Miré la figura de Emma bajo las sábanas, abriendo la boca para hablar, pero unos golpes en la puerta me interrumpieron.

—¿Quién es? —Pregunté.

—Soy yo.

La voz de Lorenzo llegó a mis oídos. Abrí la puerta lo suficiente como para que solo se viera mi cuerpo y tapar el resto de la habitación. Mi primo estaba al otro lado, con las manos en sus pantalones de vestir, su camisa perfectamente abotonada y su impoluto chaleco de punto. Puso la mano en la puerta para abrirla, pero se lo impedí.

—¿Qué coño quieres? —Pregunté bruscamente.

—Solo vengo a hablar, primo.

—Emma está dormida. Está muy cansada del viaje, déjala descansar.

—Si está dormida no se va a enterar de que estoy aquí. —Dijo con tono burlón.

—Mejor déjalo, Lorenzo. Si quieres hablar conmigo deja que me cambie y me ponga algo más apropiado que una toalla de baño.

Cerré la puerta de golpe, no iba a dejar que Lorenzo entrase aquí. Me cambié de ropa sin mirar a penas nada más en la habitación. Me puse unos pantalones negros de vestir con una camisa negra y un par de botones desabrochados. Peiné un poco mi pelo revuelto por la humedad y me puse unos zapatos de vestir. Recogí mis mangas hasta mis codos, dejando ver mis brazos bronceados y con alguna vena notable. Me puse mi Rolex favorito y salí de la habitación.

Encontré a Lorenzo apoyado contra la pared de enfrente, con los brazos cruzados sobre su pecho. Cerré la puerta a mis espaldas sin dejar de mirarle. Le indiqué que bajase las escaleras para poder hablar en otro lado más privado. Salimos al jardín trasero pasando por el salón, donde se encontraba toda la familia. Nos sentamos en unos sofás de exterior bajo un porche de madera. El ambiente estaba nublado y se pondría a llover en cualquier momento.

—¿Cómo conociste a Emma?

Su pregunta me pilló desprevenido.

—Es una empleada de mi hotel. El de Nueva York.

—¿Una italiana en Nueva York? Parece el nombre de una telenovela mala.

—No es italiana. Es neoyorquina. El apellido italiano viene de su padre.

—Así que su padre es italiano. —Asentí con la cabeza. Lorenzo se quedó pensando unos segundos de más, hasta que abrió los ojos sorprendido—. Espera, ¿Sorrentino? ¿La hija de Rafaello Sorrentino?

—Sí. —Rió sin poder creerlo. Estaba empezando a hartarme—. ¿Qué pasa?

—¿Su padre y tú sois socios no? —Fruncí el ceño. No me gustaba hacia dónde iba esta conversación, no me daba buena espina. Asentí sin querer responder con palabras—. Pensé que sería tan estirada como su padre.

—Lo primero, no llames estirada a mi prometida. Lo segundo, ¿a qué coño te refieres con eso?

—Parece... rebelde. —Me crucé de brazos intentando descifrar las palabras de mi odioso primo, pero aún no encontraba una respuesta concreta. Debía sacárselo a la fuerza. Su expresión de lujuria tampoco ayuda.

—¿Se puede saber de qué hablas? —Dije poniéndome en pie. Estaba empezando a cabrearme. Era increíble la facilidad que tenía esa persona para hacerme enfadar en menos de un segundo.

—Tu querida futura mujer ha salido por la puerta delantera sin que nadie la viese. Dijo que iba a dar una vuelta y conocer el barrio. He abierto la puerta para ella.

—¿Qué coño...?

Mi primo se levantó también, poniéndose delante de mí. La expresión de su rostro era de burla, y, tras las palabras que dijo a continuación, exploté.

—Te está tomando por tonto, Leone. Te ha mentido en la cara. Creo que deberías replantearte muchas cosas.

Agarré el cuello de su camisa. Noté como nuestra familia se daba cuenta de que estábamos discutiendo y de que casi le pego un puñetazo en la nariz, pero no lo hice. No delante de ellos. Lo solté de un empujón mientras escuchaba a mis tíos y a mi abuela llamarme. Me metí en la casa haciendo oídos sordos y subiendo a la habitación lo más rápido posible. Si lo que decía era verdad, había que ir a buscarla, y rápido. Entre en la habitación casi tirando la puerta abajo y vi aún el bulto bajo las sábanas. No me moleste en llamarla antes de quitarlas de encima y ver que lo que había debajo eran tres almohadas muy bien puestas. Llamé a Salvatore rápidamente, el cual dormía en una de las habitaciones de la casa de mis tíos. Vino rápidamente y, sin decir nada más y viendo las almohadas en la cama, cogió su teléfono móvil para ver dónde estaba Emma.

—Aquí pone que Emma está en casa. —Miré en la mesilla de noche y vi el anillo de compromiso encima. Lo cogí entre mis dedos para enseñárselo a Salva. Él abrió los ojos bastante sorprendido—. ¿Es que está bambina (niña) no va a parar de meterse en problemas?

—Hay que encontrarla aho...

El sonido de mi móvil cortó mis palabras. Lo saqué rápidamente del bolsillo de mi pantalón. Sentí alivio y a la vez miedo, ya que en la pantalla salía el nombre de Emma. Respondí al instante con Salvatore mirándome nervioso.

—¿Emma? Nena, ¿dónde estás? —Intenté adoptar una posición y una voz calmada, pero en cuanto la persona que estaba al otro lado habló me puse completamente rígido.

—Emma está bien, Caruso. Tranquilo. La estoy cuidando bien.

—Volkov... —Dije en un susurro que tanto Salva como él pudieron escuchar.

—El mismo, amigo. Hace mucho que no nos vemos. He tenido el placer de conocer a tu futura esposa, una mujer extraordinaria. Felicidades.

—Déjate de gilipolleces, Volkov. Dame a mi mujer, ahora mismo.

Escuché un ruido al otro lado. Esto era lo que quería evitar. Era esto lo que no quería que sucediera de nuevo. Me senté en la cama con la mano frotándome la frente, poniendo él manos libres para que Salvatore pudiera escucharlo todo.

—Bien, entonces debemos vernos. Una chica como ella quedaría bastante bien en mi colección... Es muy guapa...

—¡Ni se te ocurra tocarla, hijo de puta!

—Tranquilo, Leone. No lo haré... por ahora. Arrivederci (adiós).

El puto ruso colgó la llamada, dejándome con la palabra en la boca. Me levanté rápidamente para abrir de nuevo el armario. Ahora empezaba a comprender por qué mis cosas estaban revueltas. Abrí una bolsa con las armas que solía usar, faltaba una.

—Búscala. Como sea. Tiene que haberla visto alguien. Mira las cámaras de seguridad. Haz lo imposible por encontrarla.

—No sé cómo hacerlo, Leone. Lo intentaremos, pero tienes que relajarte.

—¡Hazlo y punto, joder! ¡Ha cogido mi puta Beretta M 84 FS Blowback! ¿¡Cómo coño quieres que me relaje!?

—He encontrado una cámara de seguridad del barrio. Emma cogió un taxi hace dos horas. —No dije nada. Aún pensaba en todo aquello que Volkov querría hacer con ella—. Leone, la encontraremos.

—Iba a ser un viaje tranquilo... —Dije cansado.

—Un poco de adrenalina nunca viene mal. Vamos, ve al coche. Voy a llamar al taxi en el que se ha subido Emma.

Bajé corriendo las escaleras. Mi familia se había dado cuenta de que ocurría algo, pero les tranquilicé diciendo que íbamos a dar un paseo y que Emma estaba dormida. Se lo creyeron, pero mi agitación y mi ceño fruncido no ayudaba en absoluto. Mi primo me miraba con una sonrisa triunfante, el muy hijo de puta. Salí de casa cogiendo uno de los deportivos que aún conservaba en el garaje. Salva vendría conmigo. Llamé a mis hombres para que vinieran con los furgones y salir de aquí. Arranqué el Ferrari negro, haciéndolo tronar por todo el barrio. Salvatore vino corriendo y se metió en el coche.

—He hablado con el taxista. Ha dicho que la ha llevado a la Via Felice Cavallotti.

—¿En el centro de la ciudad? ¿Por qué querría Volkov estar en un sitio tan público?

—No lo sé. —Veía la preocupación en la cara de Salva—. ¿Qué? He terminado cogiendo cariño a esa pequeña bambina (niña) rebelde.

Sonreí y puse el coche en marcha. Salí primero, mis hombres en los furgones detrás de mí. Conducía por la carretera a doscientos por hora, saltándome todas las reglas de circulación para llegar lo antes posible. Los furgones negros iban más despacio, no se podían comparar con mi Ferrari. Salva me indicaba por dónde era mientras se quejaba como un anciano por la velocidad y la seguridad, agarrándose a la puerta del coche como si no hubiera un mañana. Realmente me daba todo igual. Mi visión en túnel ahora mismo estaba enfocada única y exclusivamente en recatar a mi novia y encontrar a ese hijo de puta para pegarle dos tiros en la cabeza. El error fue mío. Hace muchos años pude haberlo matado. Le traicioné, todos lo sabíamos. Mi tradición hizo que su odio hacia mí creciera a pasos agigantados, por eso secuestro y mató a Adrianna, para vengarse. Pero ahora no lo hace por nada en concreto. Lo hace por diversión, porque es una psicópata al que le encanta ver sufrir a los demás. Además, una sonrisa apareció en mis labios fugazmente pensando en cómo debe estar apañándoselas con Emma. Mi difunta esposa no tenía nada que ver con ella.

Adrianna era un ser de luz, delicado, sin apenas problemas personales ni familiares. Tenía una vida perfecta hasta que se enamoró de mí, era celestial. En cambio Emma... Emma era un torbellino, un huracán, un puto tsunami. La primera y única vez que he visto a Emma enfadada de verdad ha sido hace pocas horas en el avión. La forma en la que estampó a la azafata contra la pared me hizo ver que tenía un carácter más fuerte del que había pensado. Seguramente hubiera apuntado a la cabeza a Volkov con la pistola que me había cogido pero no habría disparado. No porque no se atreviera, sino porque no sabe usarla. Llegamos rápidamente al bar y vi unos coches blancos altos. En cuanto nos vieron empezaron a dispararnos y vi a Volkov y a otro hombre sacando a Emma pataleando del bar.

—¡Emma! —Grité con todas mis fuerzas. Ella abrió los ojos al escuchar mi voz. Sus ojos se tiñeron de tristeza y arrepentimiento. La habían tendido una trampa, sabía por experiencia que Volkov no era un hombre de palabra. Y hablando del rey de Roma, me tiro una pistola y la cogí la vuelo. El arma que Emma había cogido.

Metieron a mi novia en uno de los coches y siguieron disparando. Corrí hacia ellos y maté a dos rusos por el camino. Las ruedas chirriaron, salieron de allí rápidamente dejando una humareda a su paso. Corrí al coche, todos mis hombres se metieron y conduje como un loco por las calles de Apulia persiguiendo a los rusos. Me llevaban una ventaja considerable, hasta que les vi meterse en una nave abandonada. A las afueras de la ciudad nadie nos vería meternos de balazos, pero tenía el presentimiento de que mañana por la mañana habría más de un titular con mi cara en la portada pegando disparos en medio de las calles de la ciudad.

—Procuraré que nada de esto salga en los titulares. —Dijo Salvatore como si me hubiera leído la mente. No dije nada, ahora mismo no me salía decir absolutamente nada.

Vi como los rusos metían los coches en esa grandiosa nave abandonada. Nosotros dejamos los vehículos fuera, en el pequeño descampado vallado junto con la estructura de titanio. Quería entrar directamente, pero era retroceder diez pasos y arriesgarme a que matasen a mi prometida. Salí del coche junto con Salvatore, cada uno con una pistola en la mano. Mis hombres también salieron de los furgones con todo tipo de armas en la mano. Estábamos preparados para cualquier ataque.

—¡Volkov!

Grité el nombre de mi enemigo para que saliera de allí. No se escuchaba absolutamente nada, todo era silencio a excepción de mis gritos. Lo repetí cinco o seis veces como si me creyese Aquiles en la película de Troya, reclamando a Héctor para matarlo a sangre fría. Nada, no ocurría nada. Mi garganta se secó de tanto gritar. Incluso Salvatore puso una mano en mi hombro para que parase si no quería romperme las cuerdas vocales. Pero entonces unos disparos se escucharon dentro del lugar. Me puse alerta al instante, mi cuerpo se tensó de tal manera que no podía ni avanzar. La sola idea ver a Emma muerta hacía que mi vista se nublase. De repente, una figura venía corriendo hacia nosotros. Todos mis hombres apuntaron sin pensar. Estaban preparados para disparar, hasta que reconocí a la persona que corría.

—¡No disparéis! —Grité.

Emma corría hacia mí como alma que llevaba el diablo. Vi una pistola en sus manos y se giraba para disparar. La fuerza del arma casi hizo que se cayera el suelo, pero consiguió mantenerse en pie. Una sonrisa apareció en mi rostro al verla tan dispuesta a matar a esos hijos de puta rubios. Corrió hacia mí y saltó para abrazarme.

—Joder, qué susto me has dado. No vuelvas a hacer esto, nunca. —Dije contra su cuello.

Se separó y vio venir a los rusos. Una mano sujetaba su cuerpo enrollado en el mío, mientras que la otra apuntaba para disparar a los hombres de Volkov. Emma no bajó al suelo, sino que enrolló su mano al rededor de mi cuello para sujetarse y con la contraria a la mía, empezó a disparar a los rusos. Tenía que reconocer que verla así me ponía a cien. Era la mujer perfecta. Volkov apareció con una metralleta, pero no disparó. Hizo que sus hombres dejasen de disparar y nosotros también lo hicimos por acto reflejo.

—¡Emma! ¡Eres una puta y una traidora! —Gritó. Quise acercarme a él para darle quince hostias, pero Emma puso su brazo delante de mí para impedirme avanzar.

Lo último que gritó me puso como una moto y sonreí burlón hacia Volkov, orgulloso de la mujer que tenía a mi lado para el resto de mi vida.

—¡Soy la futura mujer del Diablo, hijo de puta!

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