34

EMMA

Salí tan pronto del agua como me fue posible. No podía tener esta carga encima con Leone delante. Me era imposible concentrarme así. Tenía que buscar una solución lo más rápido posible, pero... ¿cómo? Salvatore no era una opción viable, después de todo era el mejor amigo de Leone y se lo terminaría contando. Alessandro está en mi casa y ni siquiera tengo la suficiente confianza con él como para pedirle ayuda.

Subí las escaleras con mi ropa y mi teléfono entre las manos. De reojo vi como Leone aún seguía con el ceño fruncido, la mano sobre su barbilla y la mirada perdida en el agua. Cuando llegué arriba, cerré la puerta pulsando el botón y que así no me viera. No se merecía que le estuviera haciendo esto. No merecía que le mintiera de esta forma, pero era necesario para poder proteger a mi familia. También quería protegerlo a él. Leone estaba en peligro, al igual que yo. Pero ahora estábamos en el punto de mira, y si me habían escogido a mí y a mi familia era por algo. Ya en la habitación de Leone, me cambié de ropa y me puse unos leggins de cuero junto con una blusa blanca. Llevaba una cazadora de cuero y unas botas militares del mismo color. Aquí en Italia estaba nublado y corría bastante aire aunque fuera verano, por lo que me decidí por un conjunto más abrigado de lo normal en estas fechas. Cogí unas almohadas del armario y las puse bajo las sábanas, con la ropa del viaje girada por el suelo para no levantar sospechas. Sí, era un truco muy viejo, pero no tenía otra opción.

Me quité todas los collares, anillos, pendientes y todo aquel objeto de valor que llevase, incluido el anillo de compromiso. Era mejor que no se supiera a dónde iba. Antes de dirigirme a la puerta, abrí un armario y cogí una de las pistolas que Leone había traído en caso de emergencia. Salí como alma que llevaba el diablo y conseguí huir de casa sin que ninguno de los familiares de Leone me viera. Me dirigí a la puerta y atravesé el umbral. Fui corriendo por el patio principal hasta que una voz me detuvo. Cazzo (mierda).

—¿A dónde vas?

Me giré lentamente para ver a la persona que me había hablado. Pensé que nadie me había visto, pero estaba muy equivocada.

—Voy a dar una vuelta, Lorenzo. Necesito despejarme un rato.

El chico no dijo nada más y me abrió las verjas con una sonrisa. Se dio cuenta de cómo miraba hacia la habitación de Leone con miedo. Sabía que escondía algo, pero no insistió más en el tema. Le di las gracias y me encaminé calle abajo, pasando por delante de todo el barrio. Mientras caminaba rezaba porque Leone no hubiera levantado las sábanas y hubiera visto que no estaba, pero ya no había vuelta atrás. Había aceptado ese encuentro. Cuando ya estaba lejos del barrio, llamé a un taxi y le di la dirección que indicaba mi teléfono.

—A la Via Felice Cavallotti, per favore (por favor).

El taxista asintió mientras arrancaba y ponía el taxímetro. No llevaba dinero en efectivo, se me olvidó coger la cartera de lo rápido que salí de la casa de Leone. Esperaba poder pagar con tarjeta a través del móvil. Lo más importante, esperaba tener dinero en la tarjeta...

—¿Por qué quiere ir ahí, señorita?

Apreciaba que no me hubiera reconocido como tal. Después de todo salí en una revista con Leone, aunque no sé si en Italia también se publicó la noticia.

—Temas personales. —Respondí fríamente.

Según miraba el taxímetro había más y más dinero. Miles y miles de escenarios y posibilidades se reprodujeron en mi cabeza. Desde la muerte hasta la cárcel, pasando por la tradición hacia Leone e incluso mi separación con él. Esto no era propio de mí, no era normal, pero tenía mis motivos. Que me llegase un mensaje amenazándome de muerte no era lo más normal que había pasado. Tenía miedo, y lo tenía de verdad. Sé que le dije a Leone que no tenía miedo a morir, pero era mentira.

Cuando me encontraba en el vestuario del pequeño balneario de mi prometido, mi móvil vibró y un número desconocido me envió un mensaje. Me quedé pálida cuando lo leí y fue cuando escuché el agua de la terma moverse. Leone no podía verlo. Sabía que él me ayudaría pero se volvería completamente loco y quizás iba a repetirse lo de hace años. Tenía que dar la impresión de ser una chica dura y fuerte, aunque por dentro estuviera cagada de miedo. Ese mensaje decía lo siguiente: "Tiene veinticuatro horas para ayudarnos y así su familia no correrá peligro alguno. La comunicación es básica para llegar a un acuerdo, la espero en el bar que hace esquina en la Via Felice Cavallotti."

La culpa me mataba. No contarle esto a Leone me estaba matando, pero no era la mejor opción. Si me querían a mí era por algo. Si no me habían matado todavía, era por algo. Querían algo de mí, querían información. Tenía que averiguar cómo salir de este lío en el que me había metido.

—Hemos llegado.

Pagué al hombre que amablemente me había traído hasta aquí. Caminé hasta el bar que me indicó el número. Por el camino iba pensando en quién podría ser el número desconocido. ¿Carlo? Era una teoría lógica, era italiano y enemigo de Leone. No me extrañaría que viniera hasta aquí para chantajearme. Pero, ¿y si era Alek? Ese ruso amigo de Sophia no iba a parar nunca se molestarme. ¿Y si era Sophia? No lo creo. Mi última opción y la más loca de todas era Vólkov, pero siendo una persona tan importante en la mafia rusa...

Sin darme cuenta, ya había entrado en el bar. Parpadeé para centrarme, escaneando el establecimiento con cautela. Al no saber quién me había mandado ese mensaje estaba completamente perdida. Me dirigí a la barra y me senté en un taburete mugriento que había ahí. Lo cierto era que empezaba a anochecer, no sé si había sido buena idea venir, pero ya estaba hecho. Pedí un café para poder despejar la mente, debía tener las ideas claras al querer lidiar con el enemigo. La puerta del bar sonó unas cuantas veces hasta que alguien se sentó a mi lado en la barra.

—Buenas noches.

Su acento no era italiano, de eso estaba segura. Tenía dudas sobre quién podía ser, así que me giré para mirarlo. No le conocía. Era un hombre rubio platino, de pelo largo, pero no demasiado. Tenía una melena corta que caía sobre su frente, una barba también rubia y todo ello combinaba con unos ojos verdes esmeralda, incluso más claros que los míos.

Buonanotte (Buenas noches). —Dije mirado de nuevo al frente.

—¿Cómo está, señorita Sorrentino?

—¿Qué quiere, señor...?

Él me miró de frente, con las cejas en alto y la boca entreabierta. Tenía una pequeña sonrisa en ese bonito pero escalofriante rostro. Al fijarme mejor vi una cicatriz que le recorría la cara desde la ceja izquierda hasta el labio inferior derecho. Una perfecta diagonal le cruzaba el rostro.

—Volkov.

Me quedé helada. Mierda, era el enemigo de Leone. Había subestimado su poder.

—¿No es peligroso para un hombre como usted estar aquí? —Pregunté con cautela. Miró al camarero, el cual asintió con la cabeza. Debí haber intuido que lo tenía de su lado.

—Un hombre como yo... Dígame, ¿sabe qué clase de hombre soy yo? —Preguntó con una sonrisa burlona.

—Un hombre poderoso, supongo.

—Supone bien.

De pronto el camarero se dirigió a las demás mesas y todos empezaron a salir del local, incluido él. Nos dejaron completamente solos. Tenía miedo, no iba a negarlo. Aún así no podía mostrarme vulnerable ni frágil ante él. No podía poner la vida de mi familia en peligro. Quizás... nunca debí enamorarme.

—Ya podemos hablar sin problemas, entonces. —Dije cruzando los brazos sobre mi pecho.

—Voy a ser claro con usted, Emma. —Dijo poniendo una mano en sus labios—. ¿Me permite tutearla? —Negué con la cabeza, a lo que él respondió con una carcajada—. La conozco desde hace mucho más tiempo del que cree. Llevo investigándola años y años, desde que su padre las abandonó. Su padre siempre ha sido un hombre fiel a Leone, usted lo sabe bien.

Tragué saliva sutilmente cuando hizo una pausa para que asimilara toda esa información. Esperaba que me dijera algo así, pero no que nombrara a mi padre. Ahora que lo pienso, Leone estuvo con él cuando le secuestraron. ¿Estará bien? Tampoco me podía parar a pensar en eso ahora mismo cuando tengo al jefe supremo de la mafia rusa delante de mis narices. Miré a mi alrededor para cerciorarme por cuarta o quinta vez de que ahí no había nadie más que nosotros dos. Volví a mirar al ruso, haciendo un gesto con la cabeza.

—Siga. —Dije firmemente. Él sonrió de lado.

—Te preguntarás qué es lo que quiero de ti.

—Le dije que no quería confianzas. No me tutee.

No sé de dónde saqué el valor de decirle eso al enemigo de mi prometido, pero lo hice. Él abrió los ojos, completamente sorprendido de mi valentía. Su amplia sonrisa solo me indicó ir le estaba divirtiendo la situación cuando yo solo quería largarme de allí.

—Entonces me temo que deberíamos ir al grano. —Dijo levantándose y paseando lentamente por el lugar. Puse mi pierna encima de la otra, teniendo a mano la pistola que escondía entre la bota y el pantalón—. Usted sabe perfectamente que soy un asesino. Podría matarla ahora mismo sin ningún remordimiento. Su novio se enteraría y vendría a matarme a mí.

No respondí. Puse mi mano sobre mi pierna, tanteando la superficie para coger la pistola si fuera realmente necesario.

—¿Qué es lo que quiere, Vólkov?

Se giró para mirarme con una sonrisa de oreja a oreja como si fuera el gato de Alicia en el País de las Maravillas. Vino de nuevo hacia mí, pensé que se pegaría como si fuera un pervertido, ya que no podía esperar menos de una persona como él, pero en cambio se quedó un metro y medio alejado de mí.

—Conseguir información, querida.

—¿Por qué no estás ya muerto?

Su sonrisa burlona pasó a la sorpresa en menos de un segundo. No se esperaba esa pregunta, era evidente. Pero era algo que me llevaba preguntando desde que supe la relación entre Vólkov y Leone. Veía en el rostro del ruso que mi cambio radical de tema le había descolocado por completo.

—¿A qué viene esa pregunta? —Entrecerró los ojos. Sabía que no se fiaba de mí, y había que reconocer que no era favorecedor.

—Tú mataste a la mujer de Leone. Podrías matarme a mí también. Has dicho que si lo haces vendría Leone a matarte, pero, ¿por qué no lo hizo antes?

Él se encogió de hombros, queriendo decir que no tenía ni idea.

—Quizás me aprecia tanto que no quiere matarme. —Dijo con burla—. Aunque rompería la tradición, ¿no cree?

—¿Qué tradición?

—Ya sabe, él mató a mi jefe. Tu padre mató al suyo. Debería matarle a él, o a su esposa de nuevo. Sería lo más lógico.

Volvió a darse la vuelta y aproveché para sacar el arma y apuntarle. Para mí mala suerte, me vio a través de un espejo que había en la pared de nuestra izquierda.

—¿Usted cree, Volkov?

Se giró para mirarme de nuevo. Sonrió divertido, suspirando mientras sacaba el arma de detrás de su pantalón. Me apuntó a la cabeza al igual que le apuntaba yo. La sonrisa no se iba de sus labios, eso me exasperaba.

—Eres valiente. Me gusta. —Entrecerré los ojos. Esto no me daba buena espina—. No quiero matarte por ahora. ¿De dónde has sacado el arma?

—Secreto de profesión. —Dije sin dejar de apuntarlo.

—¿Profesión? No estás y nunca estarás metida en este mundo, nena. Caruso nunca lo permitiría, le conozco demasiado bien. A propósito, ¿sabe que estás aquí?

—¿Qué clase de pregunta es esa? Claro que no.

—Es una pregunta muy sencilla, Emma.

—Te dije que no me tutearas.

—¿Vas a ayudarme o no? —Preguntó, harto de esta conversación de besugos.

—Lo he pensado mejor, y no. —Dije firme—. Leone puede proteger a mi familia y no le pienso traicionar.

—Puede proteger a tu familia... ¿tanto como lo hizo con Adrianna? —Me dejó helada. Eso fue un golpe bajo para ambos, pero sobre todo para Leone. Muchas veces había pensado en lo que ocurriría si me pasara lo mismo que a Adrianna—. Si hubiera querido la habría protegido mejor. No la habría dejado sola en su mansión.

—Déjanos en paz. Leone no te ha hecho nada.

—Error. —Dijo cruzándose de brazos—. Sí me hizo algo, algo muy gordo. Eso te lo contará cuando él considere oportuno. Yo no hago las cosas porque sí, y menos matar. —Volví a apuntar a su cabeza—. Mátame si quieres. Le quitarías un peso de encima a tu novio, pero tendrías encima a toda la mafia rusa y estarías muerta en menos de veinticuatro horas.

Bajé el arma con fastidio. Me froté la frente sin saber qué hacer en ese momento. No podía creer a este hombre, era el enemigo mortal de mi prometido. Él vino hacia mí y me acarició la mejilla con delicadeza, pero la aparté de un manotazo.

—No me toques.

En ese momento, unas ruedas se escucharon haciendo un derrape fuera. En ese momento, Volkov apretó su pistola contra mi sien. Yo puse la mía contra el costado de Volkov, ambos estábamos a un brazo de distancia. La puerta del bar se abrió de golpe y vi las personas que entraron.

Me había metido en problemas.

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