33

LEONE

—¡Mio bambino (mi chico)! —Mi tío también vino hacia nosotros. Emma estaba temblando, así que me limité a frotar su espalda intentando tranquilizarla.

Toda mi familia me saludó a mi primero y luego a Emma con dos besos. La última de todas fue mi abuela, la matriarca de este pequeño clan. A sus ochenta y dos años, caminaba con una gracia y una elegancia increíble. No aparentaba su edad, estaba claro. Su nuera, es decir, mi tía, siempre decía que quería tener la vitalidad de su suegra a su edad. Parecía eterna, y la verdad es que me encantaría que fuera así. Mi abuela y yo siempre estuvimos muy unidos, sobre todo desde que murió mi abuelo. Él sí que era como una unión mía. Éramos inseparables, aunque no todo dura para siempre. Emma tiene la suerte de tener a los cuatro, y me da pena que, por todo lo que las ha ocurrido, no haya podido tener una relación tan estrecha con ellos.

—¿Dónde está mi nueva nieta?

Reí cuando vi el sonrojo en las mejillas de mi prometida. La pobre Emma estaba temblando. Mi abuela, o mejor dicho, la gran señora Grimaldi, apareció alrededor de todos los demás.

—No la asustes, abuela.

Un chico de la edad de Emma hizo acto de presencia. Era alto, pero no me alcanzaba, yo era el más alto de la familia. Mi primo Lorenzo, con el que nunca terminé de llevarme demasiado bien. Era un mujeriego en toda regla. Siempre intentó arrebatarme alguna novia, varias con éxito. Sacó los genes de su padre, al igual que yo los de mi madre. Un chico de pelo castaño oscuro, ojos azules como su madre y complexión fuerte, aunque no demasiado. Podríamos decir que es un sex-symbol italiano, aunque todo está por verse.

—Y este es mi primo Lorenzo. —Dije presentando a mi primo por pura cortesía. Mi novia le miraba con desconfianza, mientras él solo subía una ceja con diversión—. Lorenzo, mi prometida Emma.

—Mucho gusto. —Dijo ella tendiendo la mano para estrecharla. Mi primo cogió su mano, pero giró el dorso para plantar un beso en él.

—El gusto es mío, señorita... —Dijo mi primo esperando su apellido.

—Sorrentino.

—Caruso.

Ambos hablamos a la vez. Emma me miró con los ojos entrecerrados, ya que había dicho el apellido que aún no poseía. Mi primo era todo un semental y me negaba a que ocurriese de nuevo.

—Todavía no. —Dijo.

—Pero no tardando. —Dije entrecerrando también los ojos.

—Seguro que estáis cansados. Les diré a los empleados que suban vuestras cosas. Siéntete como en casa, cara (querida).

Grazie (gracias), tía Antonella.

Grazie (gracias). —Repitió Emma.

Prego (de nada). —Dijo ella, sonriente al vernos subir las escaleras.

Dirigí a Emma a una de las habitaciones de la planta superior. Había muchas, por no decir infinitas, pero había una que me representaba. La mía. Me detuve frente a una puerta y la abrí para ella. Emma entró con confianza, pero se quedó estática en cuanto vio la habitación. Tenía que decir que era preciosa, como si se tratara de un hotel. Había una alfombra gris sobre el suelo de mármol blanco, con una cama matrimonial pegada a la pared y un dosel a sus lados. A juzgar por su expresión, la gustaba.

—¿Te gusta? —Lo pregunté para asegurarme.

—Me encanta. —Dijo aún con la boca abierta.

—¿Quieres ver algo? —Pregunté.

Ella asintió con la cabeza frenéticamente. Parecía con ansias de saberlo. Me dirigí a la cómoda que había al lado de la cama y apreté un botón. En ese momento, la pared que estaba frente a la cama se abrió como si se tratara de una puerta corredera. Dentro estaba oscuro, Emma se quedó con la boca abierta sin saber qué hacer. Me quedé en el límite entre ese lugar secreto y mi habitación. Me giré hacia mi prometida.

—¿Entras? —Pregunté metiendo las manos en mis bolsillos delanteros.

—¿Qué hay ahí? —Preguntó con curiosidad. Se iba acercando poco a poco como si se tratara de un perro curioso.

—Si entras, lo verás.

Encendí una luz en cuanto ella entró. Una luz tenue y cálida iluminó el lugar, justo como lo dejé al última vez. Una piscina redonda se dejaba ver frente a nosotros, tras bajar varios escalones. Había una cascada de agua en la misma, parecía una terma antigua. Me gustaba el agua, y era mi lugar de relajación. Emma bajó las escaleras y tocó el agua con los dedos.

—Está caliente.

—Es una terma de agua caliente.

—Esto va a gustarme más que la ducha. —Dijo riendo, haciendo que su risa rebotase y formase eco.

—¿Te gusta? —Pregunté de nuevo.

—Sí. Mucho. Me encantaría meterme ya, me vendría bien después del viaje.

Subí los cuatro escalones que daban a la habitación y pulsé otro botón con una contraseña para cerrar la entrada y que no se abra desde fuera. Cuando volví junto a Emma, la miré y señalé la piscina con la cabeza.

—Toda tuya. —Dije. Se puso roja al entender que debía quitarse la ropa ya. Reí ante su sonrojo—. Hay unos vestidores ahí detrás.

Señalé un cristal translúcido que había a la izquierda. Se metió ahí detrás mientras yo me metí en el que había al lado contrario. Me quité la ropa rápidamente, quedándome completamente desnudo, y me meto en el agua ardiendo. Me gustaba el agua caliente, de alguna manera me encanta sentir el agua quemando mi piel. Sabía que no era sano, pero en ese aspecto era un completo masoquista. Aún veía la figura de Emma quitándose la ropa interior tras el cristal. Cerré los ojos mientras me apoyaba con ambos brazos en el borde de la piscina y echaba la cabeza hacia atrás. Al fin un poco de paz y tranquilidad, estos días habían sido un completo caos. Mi herida estaba casi curada y la herida de Emma aún seguía muy tierna. Luego debía curarla si no quería que se infectara.

—Leone... —Abrí los ojos lentamente. Vi a mi novia detrás del cristal, asomando la cabeza con timidez—. ¿Puedes...?

Sonreí y salí del agua. Ella me miró hecha un tomate. Me dijo que me fuera de ahí, que la daba vergüenza y que estábamos en casa de mis tíos. Aunque yo sabía perfectamente que no quería que la mirara por eso. Había engordado un poco, incluso yo me di cuenta. Sabía que no estaba embarazada porque la última vez usamos condón, pero estos días en los que no he estado en Nueva York había ganado un poco de peso con todo lo que ha ocurrido.

—Emma, ven conmigo al agua.

Me miró el abdomen y se sonrojó al verlo al descubierto. Me gustaba lo que provocaba en ella de esa forma.

—Ve tú, ahora mismo voy.

—Ven conmigo. —Insistí extendiendo mi mano hacia ella. Se tapó con una toalla y se sentó en un pequeño banco de piedra que había ahí, suspirando de frustración. Cogí una toalla y la envolví en mi cintura, poniéndome de cuclillas frente a ella. Sus manos tapaban su rostro, aún tenía la cara roja—. ¿Qué pasa?

Negó con la cabeza aún sin decir nada. Me levanté y cogí sus brazos con suavidad para ponerla también de pie. Mi toalla cayó en el proceso, no duró mucho ahí puesta. Ella apoyó su frente en mi pecho. La puse frente a un pequeño espejo que había ahí, envolviendo su cintura con mis manos y apoyando mi cabeza en su hombro desnudo. Empecé a besar su cuello, susurrando en su oído lo perfecta que era. Ella aún seguía con mala cara, así que quité su toalla y la guié hasta la terma. Ambos nos sumergimos y nos sentamos en los pequeños bancos que había bajo el agua, junto al borde de esa piscina.

—Está caliente. —Dijo Emma, mirando el techo con una lámpara colgante.

—Sí. —Respondí. De pronto, se me ocurrió una idea—. ¿Te gustaría que mañana fuéramos a ver a la iglesia?

—¿Iglesia? —Preguntó ella con los ojos abiertos.

—Para casarnos, amore (amor). —Empezó a ponerse nerviosa y a hundirse bajo el agua. ¿Acaso era atea?—. ¿Tutto bene? (¿Todo bien?)

—Sí, bueno... Yo... A ver...

—¿Eres atea? —Ella negó con la cabeza.

—Agnóstica.

Asentí con la cabeza, comprensivo. Yo tampoco era católico, pero toda mi familia sí. Exceptuando a Lorenzo, claro. Él sí era ateo.

—Si no quieres, no hace falta que sea en una iglesia. No quiero incomodarte con el tema de la religión...

—No es eso. Tranquilo.

Emma se fue nadando hasta la cascada y se metió debajo. No veía con claridad su figura, pero sí la podía apreciar. Pasó lo mismo que con el cristal de antes, pero en este caso ella me estaba mirando y yo lo veía. Se sumergió hasta el cuello y enterró su cabeza bajo el agua de la cascada. Salió un poco más a la superficie, dejando ver su pecho y sus brazos. Ella salió buceando un poco y se colocó frente a mí, sujetándose de mis piernas desnudas. Cerré los ojos ante su tacto.

—¿Estás bien? Estás un poco rara. —Dije con cautela.

—Estoy nerviosa. —Confesó.

—¿Por la boda? —Pregunté mirándola a los ojos y cogiendo su mentón entre mis dedos para que me mirase también. Ella asintió.

—Por la boda, por estar aquí contigo, por conocer a tu familia, por proteger a la mía... —Suspiró. Lo siguiente lo dijo en un susurro casi inaudible—. Por ser la prometida de un mafioso.

—¿De qué tienes miedo? —Pregunté incorporándome. Quería ver bien sus expresiones faciales.

—De ti no. De morir tampoco. —Mi cara confusa la incitó a seguir hablando—. Tengo miedo de que me arrebaten a mi familia.

—No lo harán.

—Pero... seguramente los rusos y Carlo están trabajando juntos. Seguro que saben que estamos aquí y... — Mi cara se iluminó cuando lo dijo. Ella me miró extrañada—. ¿Qué pasa?

—Que eres un genio. —Dije dándole un beso en la frente—. No se me había ocurrido, pero esa idea puede ser cierta. Quizás Carlo está trabajando mano a mano con Volkov. Pero ambos sabemos que los italianos y los rusos no se llevan bien. ¿Qué podría haber hecho Volkov para convencer a Carlo para trabajar con él?

—¿Y si es al revés? —Preguntó Emma—. ¿Y si es Carlo el que quiere alcanzar un objetivo y ha pedido ayuda a Volkov?

—Puede ser lo más lógico. Volkov es un lobo solitario. Solo necesita a sus hombres y a él mismo para matar, no socios elegidos por su cuenta.

Ambos nos quedamos pensando durante un buen rato. El agua nos tapaba el pecho. De pronto, ella sonrió acariciándome la cara en el proceso. Se colocó a horcadas encima de mí, pasando sus brazos alrededor de mi cuello. Sujeté su cadera con mis manos por instinto. Nos miramos fijamente durante varios segundos. La tensión sexual era palpable, la verdad es que estaba realmente excitado.

—¿Por qué te pusiste así antes? —Ella no comprendió la pregunta hasta que aclaré el asunto—. Estás desnuda encima de mí y antes ni siquiera querías que te mirara.

Soltó el aire que estaba conteniendo, roja de vergüenza. No contestó, mirando a otro lado. Su expresión pasó a la preocupación y al nerviosismo en un abrir y cerrar de ojos. Emma estaba muy rara, y sabía que no eran sólo los nervios de la boda. Algo la inquietaba, algo malo. Cogí su mentón con mi mano derecha, acariciando su muslo bajo el agua con mi mano izquierda. Sus ojos volvieron a conectar con los míos. Tenía miedo, lo veía perfectamente. Mi pregunta era: ¿de qué, exactamente?

—Estoy bien. —Soltó una sonrisa forzada.

Me acerqué a ella de nuevo. Sinceramente, esperaba no haber hecho algo malo. Algo que la hubiera incomodado de tal forma que estuviera enfadada conmigo. No me daba esa sensación, pero las mujeres eran impredecibles. Acerqué su cara a la mía para darle un casto beso en los labios. Nos separamos y volví a acercarme, esta vez para darle un beso más intenso, pero ella se apartó y se quitó de mis piernas automáticamente.

—Emma...

—Te he dicho que estoy bien. —Dijo elevando un poco la voz. Ahora sí parecía enfadada. Se dio cuenta de lo que hizo y bajó la cabeza, apretando los labios y los ojos con fuerza. No me moví de mi sitio, sabía que iba a ser peor—. Lo siento. Estoy muy cansada. Solo necesito dormir un rato.

Salió sin decir nada más y yo me quedé mirando el agua, pensativo. ¿La habían hecho algo para estar así? ¿Había sido Lorenzo? No. Por lo menos no tan pronto, mi primo era muy cauteloso. Estaba cansada del viaje y era algo muy evidente, pero... ¿qué más la ocurría para que se alejara así de mí después de la noche que hemos pasado en su casa?

Estaba claro que había gato encerrado, y yo iba a descubrirlo.

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