3

LEONE

—¿Estás seguro de hacerlo? —Le pregunté al hombre.

—Es mi hija. Quiero darle una sorpresa.

—Sabes que te odia, ¿verdad?

—¿Y tú cómo sabes eso? —Me preguntó Rafaello a través del teléfono.

—No hay que ser un genio para averiguarlo, amigo mío.

—No me digas qué hacer con mi hija. Encargaré los vestidos y los mandaré a su casa.

—Al grano, Sorrentino. ¿Done sono le mie armi? (¿Dónde están mis armas?)

No lo sé, Leone. Se supone que llegaban hoy.

—Espero que no hayas antepuesto tu familia a tus negocios.

Rafaello no contestó. Escuche como tragaba saliva. Era mucho mayor que yo, pero sabía perfectamente de lo que "El Diablo" era capaz de hacer.

—Por supuesto que no, Caruso.

Va bene. (Vale/Está bien).

Colgué la llamada y me dirigí a mi confidente. Mi hombre más leal. Mi mejor amigo desde primaria.

—Salvatore, ¿cómo va todo por Nueva York? ¿Mi hotel está bien?

—Todo genial, señor. Mañana se organiza una fiesta de graduación.

Me quedé estupefacto. ¿Es que nadie tenía pensando informarme al respecto? La ira empezó a llenarme por dentro, pero la contuve lo mejor que pude.

—¿Cuando pensabas decírmelo?

—Francesco me lo dijo.

—¿Y Francesco cuando iba a contármelo?

—Francesco me dijo que se lo dijo Alessandro.

Froté mis sienes con los dedos.

—Y Alessandro tampoco pensó en informarme, ¿verdad?

—Es que después de decirle eso, Francesco me dijo que Alessandro le dijo que la información se la dijo Domenico. Después, le pregunté a Domenico y me dijo que a él se lo contó Felippo y...

—Vale, ya está bien. Suficiente. No quiero saberlo. Nos vamos a Nueva York. Quiero a todos mis hombres conmigo. Nos instalaremos en mi propio hotel dos o tres días.

—Muy bien señor, haré que preparen el jet.

Va bene. (Está bien).

Partimos a Nueva York para ver qué evento hay en mi hotel. En el jet, me siento frente a Salvatore. Mis demás hombre se encuentran en las áreas de servicio y cuando bajamos del jet nos montamos en los Land Rovers que hay en la pista de aterrizaje. Por supuesto, son todoterrenos blindados.

Llegamos a los treinta minutos al hotel, al parecer Salvatore hizo un buen trabajo en evitar los paparazzis y así poder entrar tranquilo en mi estancia. Cuando entramos en el hotel, dos mujeres estaban a punto de salir. Se encontraban hablando en el vestíbulo. Una de ellas era rubia platino, con los ojos azules y un cuerpo delgado y esbelto. La otra chica era morena, de pelo corto y rizado, ojos verdes, más bajita que la rubia y una sonrisa que en cierto modo me recordaba a alguien. Las dos se volvieron hacia mí y los tres nos quedamos quietos.

Hablé con ellas y posteriormente me dirigí al ascensor para ir a la suite presidencial. Mis hombres estarán custodiando las portas (puertas) de entrada, las del hotel, las de personal... absolutamente todas las portas habidas y por haber en este hotel. Justo antes de que se cerrara el ascensor, miré a la chica de pelo castaño corto y entonces me di cuenta de quién era... la persona que llevo buscando tantos años. Conseguí disimular la pequeña sonrisa que salió a la luz, pero ella se dio cuenta. Desde luego que sí.

Atravesamos los pasillos y llegamos a la suite en menos de dos minutos. Me senté en el escritorio y cogí mi maletín. Saqué todos mis documentos, para después levantarme y servirme una copa en el mini-bar. Las armas todavía no habían llegado y las necesitaba urgentemente. El viaje a Sicilia estaba al caer y no quería a ninguno de mis hombres desprotegidos, desarmados, y mucho menos muertos.

Yo nunca perdía. Yo siempre ganaba. No era un perdedor. Todos en la mafia lo sabían. Nunca se desobedecen mis reglas. Esas que mis hombres las saben a la perfección:

1- Nadie se mete en el territorio de Caruso.
2- Nadie debe entrometerse en los asuntos de Caruso.
3- Nadie destruye las armas de Caruso.
4- La más importante: Nadie toca a la mujer de Caruso.

Esa última norma la hice hace mucho, mucho tiempo. Cuando me convertí en Don tenía muchas mujeres. Una cada día, ni mas ni menos. Pero, en un viaje de negocios a Roma conocí a la mujer más bella (hermosa) que mis ojos vieron jamás, Adriana Martini. Ambos éramos jóvenes, teníamos doce años menos que ahora y todo ocurrió muy rápido. Me casé con ella al año de estar juntos. Le pedí matrimonio frente al mar de Sicilia. Éramos felices, era el hombre el hombre más feliz del mundo. Hasta que un día, en el cual yo tuve que irme a Inglaterra por una conferencia entre mis hoteles, mi mujer, mi querida Adriana fue secuestrada.

Mis enemigos. Mis archienemigos. La puta mafia rusa. Rusia me arrebató al amore de la mia vita (amor de mi vida) y no les importó en absoluto. Me sentí culpable de todo. Dejé a mi mujer sola en mi mansión en Italia. Y entonces los rusos entraron. Se la llevaron, la secuestraron. Il mio amore (Mi amor) fue secuestrada por Rusia.

La encerraron en su sede en Moscú. Tuvimos que idear un plan durante tres largos meses en los que no sabía nada de ella. Llamaba a algunos colegas que tenía en San Petersburgo, pocos he de decir, pero de los más leales. Hicieron todo lo posible por ella. Por saber donde la tenían encerrada. Y lo consiguieron. Fuimos preparados, con las mejores armas, mis mejores hombres. Entramos sin dudar. No fue complicado.

Llegamos al lugar donde ellos estaban. Allí estaba Volkov, con mi mujer. Mi pobre Adriana estaba sentada en una silla, atada de pies y manos. En ese momento me recordó a una pequeña niña de ojos verdes que lloraba porque no encontraba su peluche, pero dejé ese recuerdo a un lado. Mi pistola apuntó a la cabeza de aquel bastardo, pero él fue listo, porque mientras yo le apuntaba él apuntaba a la cabeza de mi esposa.

Recuerdo perfectamente aquella conversación.

—Dispárame y yo la dispararé a ella. —Dijo Volkov—. Vamos, Caruso. No tengo todo el día.

—Libérala. Entonces yo alejaré mi arma.

Volkov sonrió siniestramente.

—Dimitri, desátalo.

—Sí, señor.

La desataron. Quiso salir corriendo y ponerse detrás de mí, pero Volkov fue más rápido. La agarró del brazo, la atrajo hacia su pecho y apuntó directamente a su garganta.

—Leone... amore voy a estar bene, andate... (...amor voy a estar bien, vete...)

—No me voy a ir sin ti, Adriana...

—Per favore (Por favor). Vete.

—No. —Dije yo con voz firme. Miré a Volkov de nuevo—. Maldito bastardo, suelta a mi mujer. ¡Ahora!

Empezaba a enfurecerme más de lo que pensaba. Vi la expresión de terror de Adriana y supe que había llegado a mi límite. Estaban empezando a ver a un Caruso que no habían visto nunca. Fui a actuar, fui a disparar a Volkov y matarlo, para hacer que soltase a Adriana. Pero me engañó. No me dio tiempo a hacer nada. Mi mujer cayó muerta a mis pies.

—¡No!

Desde entonces volví a ver la vida igual. No me importaba nada. La vida de los demás no era importante para mí, ni siquiera la mía propia. He estado años sumido en la oscuridad, llorando la muerte de mi pobre Adriana. Tengo fotos de ella en mi nueva mansión en Florencia.

—¿Don?

Me giré hacia Salvatore, el cual había entrado sin que me diera cuenta.

Sono spiacente (Lo siento), Salva. Estaba pensando...

—En Adriana.

—Sí, y ahora me gustaría que salieses de aquí y no te entrometieras en mis asuntos emocionales.

—¿Que hay de esa chica de abajo?

—¿Qué pasa con ella? —Dije frunciendo el ceño.

—Te quedaste mirándola durante un buen rato.

—No digas gilipolleces y lárgate.

—Es ella, ¿verdad?

Me levanté de la silla y caminé hacia mi mejor amigo.

Sì, lei é (Sí, es ella). Ahora, iré a prepararme para la fiesta de esta noche.

Entré en mi habitación y me metí directamente al baño. Me fijé en mi reflejo, en el espejo tan inmenso que había pegado a la pared de piedra. Había mejorado con los años. Era un hombre nuevo. Tenía mis tormentos, mis sombras... en cierto modo era un asesino.


Después de un rato, bajé a la fiesta. Todos los invitados ya habían llegado y el jefe de personal vino expresamente para recibirme e introducirme en el barullo.

—Señor Caruso, es un honor conocerlo al fin.

—El gusto es mío, señor...

—Dickens.

—Dickens. —Repetí estrechándole la mano. A mi lado, Salvatore carraspeó. Supe por qué en ese mismo momento. Contuve la risa, de momento.

—Me gustaría presentarle a algunas personas. Sobretodos los gerentes y jefes de administración.

—¿Jefes de administración, eh?

—Sí, mire. Se los presentaré. ¿Por dónde quiere empezar?

Sonreí pensando en llevar a cabo mi plan y ver si realmente era ella la que quería ver.

—¿Recepción? Es donde comienza la aventura, después de todo.

—Por supuesto. No sé cómo no se me ocurrió antes. Venga.

Seguí a Dickens por todo el salón. Por el camino iba presentándome algún empleado y alguna hija de algún empleado. Las mujeres se arremolinaban a mi alrededor. Saludé cortésmente a cada una de ellas, después de todo mis padres me enseñaron a ser un caballero. Finalmente, llegamos a la barra, donde dos espléndidas mujeres estaban sentadas tomando una copa.

—Señorita Jhonson, señorita Sorrentino. Les presento al dueño de esta cadena hotelera, el señor Caruso.

Sorrentino. Era ella. Era la bambina que cuidé en el secuestro. Por primera vez sentí miedo, miedo de que la hicieran daño a esa bambina. Esa a la que cure la herida de la rodilla. Esa bambina (niña) de pelo largo, lacio de color castaño y ojos verdi (verdes) azulados. Ahora sus ojos son verdi más oscuros, supongo que con el paso del tiempo y dependiendo de la luz, el color termina cambiando. Aún así, ese rostro tan noble y bello (hermoso) sigue siendo el mismo. Esos ojos me miraron de nuevo y me perdí en ellos.

—Mucho gusto, señorita Jhonson. —Dije besando la mano de la rubia rápidamente. Me giré hacia la ojiverde—. Encantado, señorita Sorrentino. —Besé su mano, al igual que lo hice con su amiga. En este caso tardé más de lo habitual en apartar mis labios de la mano de la dama.

—El gusto es mío, señor Caruso. —Dijo la rubia, de forma coqueta. La morena la miró extrañada. Esperaba esa respuesta, pero la esperaba de otra persona. Miré a la ojiverde y esta solo asintió con la cabeza.

—Nos veremos a lo largo de la noche. Señorita Jhonson. —Dije sin ánimo despidiéndome de la rubia coqueta—. Señorita Sorrentino. —Le dije a la morena misteriosa.

Esa raggaza (chica) no sabe nada de su padre. Sé que le odia por lo que me cuenta su propio padre. Rafaello a veces llama a escondidas a su ex-mujer. Se divorció de ella como parte del plan. El señor Sorretino lo hizo por ellas, para protegerlas. Emma piensa que su padre la abandonó sin motivo alguno.

He de decir que la raggaza (chica) estaba preciosa. Tenía un cuerpo de infarto. No pensé que la niña pequeña y asustada que conocí en la sede de Ruggero, el anterior Don, fuera tan bella. La hija de Rafaello se me había metido entre ceja y ceja, y eso me cabreaba.

La velada transcurrió bien. Me senté en la mesa principal junto con el señor Dickens y otras personas de mayor rango. La cena tuvo risas, brindis, discursos y alguna que otra lágrima de los ya graduados. He de reconocer que me habría gustado experimentar esa sensación.

Sí, me gradué. Estudié el doble grado de Administración y Dirección de Empresas junto con Hostelería y Turismo en la Sapienza Universidad de Roma. Sabía que con tan solo estudiar la primera carrera me habría bastado, pero sí quería dedicarme a la dirección de hoteles, pensé que debía estudiar también ese grado. Mis notas fueron excepcionales a pesar del cargo tan importante que ejercía cada día. Sabía perfectamente cuáles eran mis obligaciones, y en ningún momento me descuidé de cada una de ellas.

Mis padres, o más bien mis tíos aunque actuaban como tal, acudieron a la graduación. Poco después, Rafaello Sorrentino me ayudó más de lo que pensaba. En ese entonces ya perdió el contacto con su familia y pase a ser su prioridad. A los dos días, se celebró la fiesta de graduación, a la cual no asistí. No podía poner a tanta gente en peligro, así que decidí viajar y centrarme en mis negocios, en mis hoteles y en mis armas.

Recordar eso me llenaba de nostalgia. Así que decidí disfrutar de esa fiesta que yo presidía con mi sola presencia para simplemente hacer felices a unas personas que ni siquiera conocía. Adolescentes felices por terminar sus carreras y emborrachándose para celebrarlo con botellas y botellas de whisky y vino.

Por un momento me sentí observado. Salvatore, el cual se encontraba rondando por la sala cerca de mí, también se percató, ya que me miró de una forma muy extraña. Pero esa inquietud pasó al alivio y después al coraje. La persona que me estaba mirando era Emma Sorrentino. Esa chica me ponía nervioso, lo reconozco. Per quiero pensar que simplemente es atracción sexual hacia una dea (diosa) como ella.

Simplemente eso: atracción sexual.

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