28

EMMA

Cenamos en una pizzería de la ciudad. Logan y Arianna se habían llevado bastante bien desde el principio. Durante la conversación pude ver una chispa en los ojos de Logan y las mejillas rojas constantes de Arianna. Hacían buena pareja, ambos eran de lo más atractivos. Después de cenar, Logan nos acercó a Arianna y a mí al Paradise Club. Él iría a aparcar mientras nosotras entrábamos y pedíamos las bebidas.

—Tened cuidado. No tardo nada. —Dijo Logan, adoptando una expresión de burla—. Aunque creo que puedo estar tranquilo, tu guardaespaldas no se separa de ti.

—La verdad es que no. Es como un grano en el culo. —Me giré para mirarle. No lo había escuchado, estaba pendiente de cualquier movimiento sospechoso.

—Ahora os veo.

Logan arrancó y posteriormente escuché un pequeño suspiro por parte de Arianna. La miré y alcé una ceja.

—Ni una palabra, por favor. —Dijo.

—Vamos. —Dije cogiéndola del brazo.

Nos dirigimos a la puerta y nos sorprendimos cuando nos dejaron entrar directamente. Las chicas nos miraban, algunas con indiferencia, otras con celos, otras con admiración y alguna con asco. Conseguimos llegar a la barra, pedir cuatro copas y sentarnos en un sofá grande, pegado a la pared de la discoteca.

—¿Por qué has pedido cuatro? —Preguntó Arianna por encima del ruido.

—Porque Valentino también está, ¿verdad?

Él negó con la cabeza.

—Estoy de servicio, Emma.

—¿Y qué? —Pregunté levantándome con la cuarta copa en la mano—. Vamos anda, estamos de fiesta.

Acerqué la copa hacia él, pero la alejó al instante. Le miré con los ojos entrecerrados y una sonrisa. Valentino negaba con la cabeza todo el tiempo. Estuvimos así varios minutos, como en una especie de guerra de miradas, hasta que una mano me quitó la copa de golpe. Miré a mi derecha. La luz no me dejaba verlo con claridad, hasta que lo reconocí.

Buona notte, cara. (Buenas noches, querida)

—Señor...

—Rossi. Pero puede llamarme Carlo, señorita...

—Sorrentino.

—Sorrentino. ¿No puedo llamarla por su nombre?

—Por ahora no. —Dije nerviosa. Me dirigí a mi mesa y Carlo me siguió, sentándose a mi lado. Arianna me miró con confusión—. Ella es mi amiga, Arianna.

Carlo se levantó, y a su vez Arianna. Ella le tendió la mano, para darle un apretón, pero él le dio la vuelta y besó su dorso. Italiano.

—Arianna... —Comenzó a decir Carlo.

—Martini. Mucho gusto.

—Carlo Rossi. —Dijo con una sonrisa—. Martini eh... Me suena bastante ese apellido.

—Es italiano. —Aclaró la chica.

—Lo sé. Al parecer aquí todos somos italianos. O al menos tenemos familia de allí. —Se hizo un silencio bastante incómodo para mi gusto, pero entonces apareció Logan, sentándose al lado de Arianna. Carlo se presentó con él y habló de nuevo—. Bueno, no todos.

Logan frunció el ceño, confuso.

—¿De qué hablabais? —Preguntó mi amigo.

—De que todos somos medio italianos menos tú. —Dijo Arianna riéndose. El alcohol empezaba a hacer efecto en ella, y solo llevaba media copa.

—Es un honor ser cien por cien estadounidense. —Dijo Logan poniendo una mano en su pecho—. Y hablando de italianos. Querida Emma, ¿podrías contarnos cómo conociste a nuestro jefazo? El increíble, millonario y cómo no italiano Leone Caruso.

—Dijiste que estaba mal hablar del jefe, Logan.

—Eso dije, pero en horario de trabajo. —Dijo con retintín.

—Bueno, pues... lo conocí hace bastante tiempo...

—Su padre y él son amigos. —Carlo habló por mí. Me quedé atónita. Sabía que tenía que ver con Leone. Miré a Valentino, en señal de auxilio. Él lo captó al instante. De repente le vi hablando por teléfono. Me miró y me guiñó un ojo. ¿Qué narices significaba eso?

—¿Y tú cómo sabes eso? —Le pregunté cortante. Carlo sonrió aún más.

—Digamos que tengo televisión y suelo ver las noticias muy a menudo.

Claro, las noticias.

—Ya...

—¿No me cree, señorita Sorrentino? —Preguntó con un toque de gracia—. Me ofende.

—Yo no he dicho tan cosa, señor Rossi. Lo ha dicho usted.

—¿No me va a dejar tutearla nunca?

Le miré con los ojos entrecerrados. Él dio un trago a la copa que había pedido para Valentino. Se dio cuenta de mis pensamientos por cómo miraba el líquido que ingería. Miré a Valentino sonriendo maliciosamente. Inconscientemente lo hice yo también. No sabía lo que le estaría pasando por la cabeza a mi guardaespaldas, pero me gustaba. Sabía que tenía que ver con Carlo.

—Voy a por otra copa. —Me levanté de golpe, tambaleándome un poco en el proceso por la rapidez y el alcohol. Valentino me siguió por detrás. Escuché como alguna chica le llamaba la atención, pero hizo caso omiso. Al llegar a la barra, le intercepté—. Las chicas hacen fila para liarse contigo y no les haces ni caso. Qué descortés, Valentino.

—De nuevo, Emma, estoy de servicio. No se me permiten relaciones ni consumiciones alcohólicas en horario laboral.

—¡Estás todo el día de servicio!

—Y ambos sabemos perfectamente lo que ocurre cuando alguien desobedece al Don.

—Mejor no lo digas tan alto. —Dije mirando hacia el sofá donde nos encontrábamos. Carlo se había levantado para venir hacia aquí. —La música ha bajado y se escucha todo perfectamente, ¿capito?

Valentino asintió y Carlo llegó hasta nosotros. Se impulsó sobre la barra para pedir dos bebidas que él iba a pagar. Estaba claro que una de ellas era para él, y no creo que la otra se la fuese a dar a Valentino. Carlo no dejaba de mirarme ni un segundo, hasta que Valentino se puso en pie para ponerse a mi lado. La gente empezaba a mirarnos con curiosidad. Sabían perfectamente quién era, porque estaba prometida con alguien muy importante.

—Valerio, ¿podrías dejarnos a solas un segundo? Me gustaría tratar unos temas con la señorita.

—No puedo perder de vista a la señorita Sorrentino ni un segundo. Y me llamo Valentino.

—Tranquilo, está en buenas manos. Confía en mí.

En ese instante, Carlo puso la mano sobre mi rodilla desnuda.

—Como no quites la mano de ahí te la corto, Carlo.

Mis ojos se abrieron como platos al escuchar esa voz. Provenía de mis espaldas, y a juzgar por la sonrisa que Valentino dirigía a Carlo, no me había vuelto loca. Una figura con chaqueta de cuero se puso delante de mí, impidiendo ver a Carlo y haciendo que su mano abandonara mi pierna. De repente, al lado de Valentino apareció Salvatore. Mi estado de shock ni siquiera dejó que le sonriera, en cambio él a mí sí. Reconocía la espalda ancha de mi prometido delante de mis narices, incluso cuando su fragancia se coló por mis fosas nasales. No iba a levantarme del taburete porque sabía que me caería desmayada.

—Leone, cuánto tiempo. Estaba conociendo un poco a tu prometida.

Ahora sí, toda la discoteca nos estaba mirando. Leone miró a Salva y pude apreciar su perfil De Dios Italiano que tenía. Sabía que me había visto de reojo, pero no adoptó ninguna expresión que no fuera la de enfado para no mostrar su vulnerabilidad ante Carlo. Lo sabía perfectamente. Y también supuse que Carlo y Leone se conocían de antes, no era tonta. Mi pregunta era: ¿por qué se llevaban tan mal?

—Lárgate ahora si no quieres que te saque yo mismo de aquí.

El camarero dejó hace unos minutos la tabla de cortar con un cuchillo y lima para preparar los dos margaritas que Carlo había pedido. Miré el cuchillo, debía actuar rápido. Mi mano izquierda estaba sobre la barra, por suerte más cerca del cuchillo que la de Carlo. La mano de Leone se fue hacia atrás y vi su pistola guardada en la parte de atrás de su pantalón negro.

—Tu prometida es una mujer muy valiente... —Dijo Carlo lamiéndose los labios mientras miraba mi mano—. Además de guapa, sexy... Cualquier hombre querría tenerla, ¿no crees?

—No me sorprendería, amigo mío. —Dijo Leone con su voz ronca que me provocaba escalofríos—. Pero existe un pequeño y mínimo detalle, Carlo. Es mía.

Nunca me gustaron ese tipo de comentarios por parte de los hombres hacia las mujeres, pero después de tanto tiempo sin ver a Leone, esas palabras procedentes de su grave y varonil voz me pusieron los pelos de punta y provocaron un incendio en mi interior. Tragué saliva.

—Eso ya lo veremos, Leone.

Carlo hizo un movimiento intentando coger el cuchillo que ambos mirábamos. Fui rápida e intenté cogerlo, pero no lo suficiente. Carlo lo cogió y me cortó la palma de la mano con el filo de este. Al quejarme, Leone me miró preocupado. Cuando el italiano vio la sangre, su cara se volvió completamente roja de ira. Lo último que veo es a Leone tirando a Carlo al suelo mientras Salva y Valentino me sacaban a rastras, los de seguridad yendo a por los dos italianos, Logan y Arianna desaliñados preguntándome lo que había pasado...

Necesitaba aire. Miré a Salvatore, mi querido amigo Salva.

—No puedo respirar.

Salvatore miró hacia atrás.

—¿Se puede saber que os pasa con los hospitales? Estáis todo el día con heridas, joder. —Dijo Salva envolviendo mi mano en un pañuelo—. La prensa no va a tardar en venir y seguramente alguien ya haya grabado con su móvil.

—¡Emma! ¿Estás bien? —Arianna vino conmigo. Salvatore la miró y se quedó pálido.

—¿A... Adriana...?

—Se llama Arianna. Él es el mejor amigo de Leone, Salvatore. —Presenté a Salva ante Arianna y Logan. Se hizo un silencio, pero decidí volver a hablar—. ¿Leone estará bien?

—Carlo no es rival para él. Tú aguanta el pañuelo en tu mano para que puedas dejar de sangrar. —Me dijo Salva.

De repente, Leone salió hecho un basilisco. Se dirigió hacia nosotros.

Don, viene la policía. —Leone sujetó mi cintura con una mano mientras escuchaba a Valentino. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal en cuanto noté el contacto.

Aún estaba en estado de shock, me quedé mirando su perfil tanto tiempo que no me había dado cuenta de que Logan y Arianna estaban a mi lado. Leone me miró y nuestros ojos conectaron de una manera increíble, tan rápido, tan potente, tan intenso...

—Emma... —Arianna me cogió de las mejillas intentando averiguar si tenía algo peor que la mano, pero no era así. Ella cogió mi herida y la miró detenidamente—. ¡Dios mío! ¡Esto hay que curarlo antes de que se infecte!

—No hace falta, la curaremos en su casa.

Leone habló por primera vez desde que estaba fuera. Fue seco, conciso, frío. Miraba a Arianna con desconfianza. Sabía que se parecía a su difunda mujer, y yo necesitaba respuestas sobre ello. Me despedí de mis amigos con un beso, no sin antes de que me preguntaran de nuevo si estaba bien. Salva y Leone me ayudaron a subir al coche mientras mi prometido se dirigía a otros de sus hombres. Me senté mirando al conductor y al copiloto. No sabía quienes eran, pero antes de que pudiera preguntar nada Leone, Salva y Valentino subieron y el primero apretó un botón haciendo que existiera una ventana tintada entre el conductor y nosotros.

—Nos has dado un buen susto, pequeña. —Dijo Salva revolviéndome el pelo. Sonreí un poco ante su acto de afecto. Salva era un buen hombre, y reconozco que ya le consideraba mi amigo.

Don, ¿a dónde vamos?

—A casa de mi prometida, Alessandro. —Le dijo al conductor.

Unas mariposas se instalaron en mi estomago cuando dijo eso. Había que reconocer que no conocía a Leone tanto como me hubiera gustado, iba a casarme con él, era su prometida, estaba feliz por ello. Y me sentía como si le acabase de conocer. Me gustaba la sensación que provocaba en mí, y quería que siguiera siendo así años y años.

Un bache hizo que nos levantásemos del asiento y me diéramos un golpe en la cabeza. Dejé mi mano para tocarme la cabeza. Noté la sangre en la mano que tenía cortada. Quité el pañuelo dejando el corte al aire. Parecía bastante profundo. Cerré los ojos por el dolor, y en ese instante noté que el asiento se hundía a mi lado. Miré y me encontré con esos ojos café que he echado tanto de menos.

Sono spiacente. (Lo siento).—Leone susurró a mi oído. Le tenía muy cerca. Se acercaba cada vez más a mí. ¿Por qué estaba tan nerviosa con mi prometido?

Non ti preoccupare. (No te preocupes). —Dije, chocando mi aliento con el suyo. Sabía que Salvatore y Valentino estaban delante, pero no me importaba.

—No se permiten relaciones amorosas en el trabajo. —Una voz nos separó de golpe. Salva tenía una sonrisa divertida en el rostro. Me puse roja como un tomate. Escondí la cara en el cuello de Leone como acto reflejo. Estaba muy nerviosa por su aparición sorpresa, pero no pude evitar esconder mi rostro contra él. Leone me abrazó y besó mi cabeza—. Qué vergonzosa, señora Caruso.

—Aún no lo soy. —Dije contra el cuello del italiano.

—Pero lo serás muy pronto. —Susurró Leone en mi oído. Se me pusieron los pelos de punta al instante.

El coche paró y salimos rápidamente. Mi madre y mi hermano dormían. No sería un problema entrar, no se iban a levantar.

—¿Entráis? —Les pregunté a Valentino y Salva. Ambos negaron con la cabeza.

Leone y yo entramos en mi casa. Como había supuesto, no había nadie despierto. Mi madre y mi hermano estaban en sus respectivas habitaciones. Leone y yo entramos al baño, sin decir absolutamente nada. Se quitó la chaqueta, dejando al aire sus brazos con una camiseta de manga corta que le marcaban el cuerpo. Sonrió porque sabía que lo estaba mirando, pero no dijo nada. Cogió mi mano y la puso bajo el grifo de agua fría. La sangre resbalaba, colándose por el desagüe.

—¿Te duele? —Preguntó. Su voz grave me atravesó de nuevo. Negué con la cabeza. No me salían las palabras. Rió de nuevo, su pecho vibró al lado de mi brazo. —No es un corte muy profundo, solo has sangrado mucho. En dos días se te habrá cerrado la herida.

Echó un brebaje oscuro sobre mi herida para curarla. Dolió bastante, pero no me quejé. No iba a hacerlo. De alguna manera, esto me recordaba a algo. Vendó la palma de mi mano, por lo menos podía mover la muñeca y los dedos sin problemas. Leone no se movió de su sitio, yo tampoco. Seguía mirando el vendaje por el espejo, acariciando el corte con la mano derecha, en la cual tenía el anillo de compromiso. Leone acarició mi mejilla y coló su mano por mi nuca. Acaricio mi cuello con soltura, provocando que se me pusiera la piel de gallina.

—¿No vas a hablarme?

La pregunta de Leone no me pilló por sorpresa. Lo que sí me pilló desprevenida es que, de pronto, le tenía aún más cerca que antes. Tenía que reconocer que anhelaba besarle. Necesitaba respuestas, necesitaba explicaciones de todo lo que le había pasado.

—Siento que no te conozco tanto como debería.

—¿Quieres anular el compromiso? —Preguntó con el ceño fruncido. Levanté la mano para acariciarlo, pronto alisó su frente. Negué con la cabeza. Le quería, a pesar de lo poco que hemos estado juntos le quería. Él sonrió aliviado.

—Quiero casarme contigo, pero necesito explicaciones.

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