24
EMMA
Miré el cuadro de mi familia hecho añicos en el suelo de madera. Sofia disparó contra la única foto que mi madre y yo teníamos con mi padre. Fue la forma en la que mi hermano lo conoció. Y Sophia la había destruido. Sabía que no iba a parar hasta que la diera el dichoso anillo de compromiso, pero no lo haría. Aún tenía esperanza. Sabía que Leone me quería, sabía que no era él el que estaba al otro lado del teléfono aunque fuera su misma voz. Sophia tenía que haberlo planeado para hacerme creer que era él.
—¡Emma! —Los gritos de Valentino me sacaron de mi ensoñación. Harta de la situación, me acerqué a la puerta y la cerré frente a los demás. Me importaba una mierda lo que pensaran. Esta guerra la empezó Sophia, pero la iba a terminar yo.
—¿Te crees muy valiente, verdad?
La pregunta de Sophia no me pilló por sorpresa. Cuando me giré y la vi apuntándome con una pistola tampoco me asusté. Al contrario.
—Te lo repetiré una vez más. —Dije acercándome a ella, haciendo que la pistola quedara completamente pegada a mi pecho—. Vete de la casa de mi madre. Ahora.
—¿O qué? —Dijo con voz triunfante—. ¿Qué vas a hacerme, cariño? ¿Matarme? —Dijo riendo como si fuera una villana de Disney—. Creo que es evidente quién tiene el arma aquí.
—Lo es. Pero no me va a impedir sacarte de mi casa ahora mismo.
Agarré la pistola y se disparó hacia la puerta. El pánico se apoderó de mí por lo que le hubiera ocurrido a mi madre o a los otros dos chicos. No escuché gritos por parte de nadie, supuse que Valentino se los había llevado a algún lugar seguro. De repente, escuché fuertes golpes en la puerta de entrada.
—Oh, mira quién ha llegado.
Sophia fue corriendo hacia la puerta. Me supuse lo peor, que fuera Leone. En este caso estaría encantada de que no estuviera aquí. De que no viniera para romperme el corazón. Y menos mal que me equivoqué, pero aún así era algo malo. La persona que entró en mi casa era alguien con quien casi comparto un momento de lo más íntimo, pero nos interrumpieron.
—Emma. —Dijo sonriendo. No respondí, a lo cuál él rió y se sentó en el sofá. Admiró el interior de la casa con asombro, mientras Sophia se sentaba en su regazo. Me quedé incrédula cuando el ruso introdujo la lengua en la boca de la rubia. Sabía que no le gustaba realmente Leone. La conocía demasiado bien.
—Cuánto tiempo. —Me atreví a decir. Ambos se separaron. —Pensé que tras el incidente del hotel habías vuelto a Rusia.
—¿Y perderme la oportunidad de follarme a la mejor amiga de la chica que me dejó tirado? No, gracias.
—Sophia, ¿así es como juegas con el corazón de las personas? —Pregunté. Ella rió.
—Yo no juego con nadie, cariño. Yo solo pido ayuda a viejos amigos. —Dijo—. Le vi demacrado, Emm. —Me llamó por aquel apelativo cariñoso que tanto me gustaba. Ahora solo me provocaba náuseas al escucharlo salir de sus labios—. Le dejaste con el calentón al pobre hombre. No creerás que me iba a quedar parada sin hacer nada, ¿verdad? Sabes perfectamente que soy un alma caritativa. Miré por la felicidad de este chico y ahora miro por la de Leone. Créeme, estará mejor conmigo.
—No sabes lo que dices.
—Oh, cariño. —Dino levantándose y caminando hacia mí—. Por supuesto que lo sé. Lo escuchaste perfectamente por teléfono. Has perdido, Emma.
Alek se levantó del sofá poniéndose frente a mí. Me miraba con una sonrisa malévola, al igual lo hacía Sophia. Esta despareció de mi campo de visión, supuse que estaba a mis espaldas. Aunque estaba tranquila.
—¿Te crees mejor que todos, verdad? —Me preguntó Alek escupiendo rabia con sus palabras.
Me dio una bofetada mientras notaba cada vez más la pistola en mi nuca, haciendo presión contra mi pelo. Alek me cogió de los brazos con brusquedad. Intenté ocultar mis manos, pero fue inútil. Ambos me sujetaron los brazos, tirando de ellos. Al principio me resistí, pero terminé cediendo. Alek dejó de apretarme los brazos, pero les echó hacia delante para coger mis manos con fuerza.
—No está. —Dijo el ruso.
Sophia se alejó de mi espalda para ponerse al lado de Alek. Ambos se miraron entre sí. No tenía el anillo puesto. Nunca lo encontrarían.
—¿Dónde está? —Preguntó Sophia acercándose peligrosamente a mi rostro—. ¿¡Dónde!?
No contesté. No iba a decirle dónde lo había escondido. El silencio se apoderó de la sala.
—Puta zorra de mierda. —Dijo Alek—. A parte de calienta pollas eres una hija de puta que se cree la más lista por esconder el puto anillo. O me dices dónde está, —cogió una pistola él también de la parte trasera de su pantalón. —o te juro que mato a todos los que viven en esta casa. No estoy bromeando, Emma.
—No lo tengo.
—Ve a buscarlo. —Le indicó Sophia a Alek sin apartar la mirada de mí. El ruso salió del salón y cerró de un portazo, dejándonos a solas a Sophia y a mí.
—Quiero matarte...
Pasó la pistola por mi mandíbula lentamente.
—¿Qué te ha pasado, Sophia? —Pregunté con voz ronca—. Eras mi mejor amiga. Mi consejera. Mi pilar de apoyo. ¿Qué te ha cambiado?
—Tú. —Escupió con rabia—. Fingí, Emma. Siempre lo hice. Lo hice en primaria, en secundaria, en bachillerato y en la universidad. Lo hice siempre porque tú eras siempre la mejor. Siempre eras la niña bonita que se llevaba a los hombres de calle con su sonrisita angelical.
—¿Llevarme a los hombres de calle, Sophia? ¿¡De qué coño estás hablando!? —Pregunté atónita—. ¿Te recuerdo quien fue la que se llevó al tío bueno de clase para el baile de secundaria? ¿Quieres que te recuerde quien se lió con el rubio de Irlanda que vino de intercambio en bachillerato? —Ella sonrió triunfante. Sabía todo lo que había pasado por su boca. Ambas lo sabíamos.
—Me encanta escuchar ese tipo de historias. ¿Sabes por qué? —Preguntó con un toque de nostalgia en sus ojos. Hice un gesto con la cabeza para que continuara hablando.
—Porque en todas ellas, yo soy la protagonista. No tú.
Alek volvió al salón, con las manos vacías. Era de esperar.
—No está por ninguna parte.
Sophia se giró hacia mí y tuve la intención de sonreír. Pero ella tenía el arma. Era mejor cerrar la boca y no hacer nada.
—Me tienes harta. —Me dio con el arma en la cara. Del golpe, me caí al suelo sin tiempo a reaccionar. Mi cabeza se dio contra el borde de la mesa de madera que presidía la estancia—. Vámonos. —Le dijo a Alek, aunque se acercó a mí antes de salir por la puerta—. Volveré.
Cinco días después, actuaba como si nada hubiera pasado. Les dije a mi madre y mi hermano que estaba bien. Aunque Valentino estaba más sobre protector de lo normal. Eso me asustaba y me esperanzaba a la vez. Si Valentino estaba así era porque había recibido la orden de darme más protección de la que ya me daba anteriormente. Y esa orden solo la podía dar una persona. Leone.
Si él había hablado con Leone es que estaba bien. Estaba vivo. Y seguía enamorado de mí. La supuesta llamada de Leone a Sophia en mi casa me dejó completamente perpleja. Aún no me creía que fuera él. Sí, efectivamente era su voz, pero él no diría esas cosas de un día para otro. No me diría que le diera el anillo a otra persona así sin más.
Llame una y otra vez a Salvatore, pero no contestaba. Valentino tampoco me daba la información que necesitaba. Debía llegar al fondo de todo esto yo sola. Desde que Leone me pidió matrimonio mi vida se ha convertido en un completo caos: los rusos, Sophia, mi padre... Necesito despejarme. Así que decidí ir al trabajo de nuevo. Quería ver a Logan. No hablé con él desde que me enseñó aquella portada de la revista de cotilleos más famosa de Nueva York en la que salíamos Leone y yo en portada.
Me cambié de ropa, temerosa en cada instante a que pudiera aparecer la rubia loca que casi mata a mi familia. Desde ese día, mi madre tuvo que acudir a un psicólogo. Recuerdo perfectamente que, a raíz de mi secuestro y la desaparición de mi padre, una persona venía a nuestra casa todos los días para hablar con mi madre en el salón. Poco a poco comprendí que era un especialista para ayudar a mi madre. Y ahora, por culpa de Sophia, estaba peor de lo que ya estaba. El cáncer seguía estable, pero sabía que no iba a terminar mejorando. Aunque mi esperanza seguía ahí. Cuando bajé las escaleras, la vi sentada en el sofá viendo algo en la televisión. Me acerqué a ella y la di un beso en la mejilla, pero no me respondió.
—Mamma... (Mamá...)—Dije sentándome a su lado—. ¿Tutto bene? (¿Todo bien?)—Gracias a mi pregunta, reaccionó como si fuera un resorte y me miró con un semblante calmado.
—Sí, cariño. Tranquila. Ve a trabajar.
—Va bene... (Vale...) —Dije, no muy convencida. Sabía que mi madre no estaba bien—. Ti amo, mamma. Ciao. (Te quiero, mamá. Adiós).—Deposité otro beso en su mejilla y ella se despidió de mí con una sonrisa.
—Ciao, bella. (Adiós, cariño).
Salí de casa con Valentino pisándome los talones. Quería conducir yo. Sabía conducir y me apetecía por una vez despejarme en la conducción. Amaba los coches, y el Cayenne que le habían asignado a Valentino era el idóneo para mí, aunque reconozco que me gustan más los deportivos. Al entrar rápidamente en el asiento del piloto, Valentino me interceptó antes de que pudiera cerrar la puerta.
—¿Qué crees que haces, bambina (niña)?
—Conducir.
—Ni de coña. —Dijo soltando una risa sin gracia.
—Venga, no seas aguafiestas.
—Que no. Sé perfectamente la bronca que me va a caer por todo lo que ocurrió hace pocos días ahí dentro. Como el Don se entere de que has conducido mi coche, me matará. —Dijo haciendo un silencio. No dije nada, hasta que soltó la última palabra—. Literalmente.
—Le diré que fue idea mía. No te preocupes.
—No.
—Entonces no se lo contaremos. —Dije encogiéndome de hombros como si fuera una niña pequeña.
—Menos todavía. El Don se termina enterando siempre de todo, ¿no lo entiendes?
—Eres un aguafiestas. —Dije cruzándome de brazos.
—Ve al copiloto. Ya.
Bajé y rodeé el coche entero para subirme al asiento del copiloto. Al abrocharme el cinturón y volver a cruzarme de brazos vi de reojo la sonrisa divertida de Valentino. Pensé que estaba enfadado conmigo. Creo que este guardaespaldas me va a caer mejor que Salvatore.
—¿A dónde te llevo? —Dijo cruzando su mirada con la mía.
—¿Ahora me tuteas? —Pregunté poniéndome seria de repente. Él se quedó completamente pálido—. ¡Era broma! Una cosa soy yo, y otra Leone. Tranquilo. —Dije riéndome. Valentino soltó todo el aire que había contenido en los pulmones.
—Bambina malvagia... (Pequeña niña malvada...)
Reí ante el mote que me había puesto.
Llegamos a los veinte minutos al hotel. Subí en el ascensor, sin cruzarme con nadie, para ponerme el uniforme y la americana a juego. He faltado bastante al trabajo, así que me dirigiría a las oficinas y luego a controlar las cosas en recepción. Después de todo, soy la responsable de ese sector, y aunque deba quedarme en las oficinas de la planta alta, me gustaría ver cómo han ido las cosas durante mi ausencia inesperada. He de reconocer que me da bastante coraje haber salido el otro día de aquí siendo una chica cualquiera y entrando siendo la prometida del dueño de estos hoteles. Es algo bastante surrealista. Creo que Leone no llegó a comentar nada de lo nuestro a ninguno de los empleados, aunque la revista de cotilleos lo hizo por él. Me pareció apropiado ir a pedir disculpas al director Dickens después de haber faltado tanto tiempo a mi horario de trabajo. Vi a muchas personas sentadas en sus puestos, trabajando. Cuando entre por el pasillo, todos me miraban, algunos con temor, otros con admiración, incluso vi envidia y rencor en algún caso. En todo momento quise llevarme bien con todo el mundo, pero al parecer la noticia ha hecho cambiar de opinión sobre mí a más gente de la que me imaginaba. Espero que el Señor Dickens no lo haya hecho. Siempre me llevé muy bien con él.
La puerta de su despacho estaba cerrada, aunque pude verlo a través de los cristales sentados en su escritorio, mirando algunos papeles con sus gafas de ver puestas en la cabeza y su americana tendida en el sofá de cuero marrón que tiene al lado. Toque la puerta y me dio permiso para pasar. En cuanto entré, se levantó como alma que lleva el diablo y vino hacia mí. Ha sido como un padre para mí desde que Sophia y yo empezamos a trabajar aquí. Siempre nos ayudó en todo lo que pudo. Al llegar a mi altura, me abrazó.
—Por Dios, Emma. Pensé que te había pasado algo.
—Estoy bien, señor. Leone y yo tuvimos unos días complicados, pero todo está bien.
—Sí, el señor Caruso me llamó. Me dijo que dejara subir a tu guardaespaldas.
—Espere... —Dije atónita—. ¿Leone le ha llamado? —¿Por qué nadie me ha avisado de que está bien?
—Sí. Hace ni mucho tiempo. Enhorabuena, por cierto. —Dijo sonriendo y levantando mi mano para ver mi anillo—. Eres una mujer muy afortunada, Emma. El señor Caruso es un buen hombre.
—Lo sé, señor. Grazie. (Gracias).—Decidí volver al tema del trabajo para no perder más tiempo del que ya he perdido—. Venía a pedirle disculpas por mi gran falta de asistencia. No volverá a ocurrir.
—Sé todo lo que has pasado y lo entiendo. Aunque sabes que no soy un jefe tan amigable como se cree la gente, así que... ¡a trabajar!
Reí ante el comentario.
—Sí, Señor. Si no le importa iré a la propia recepción. He perdido bastante el hilo y me gustaría saber cómo van las cosas ahí abajo.
—Me parece estupendo.
—Buongiorno (Buenos días), señor Dickens. —Me despedí de él saliendo de su despacho mientras él me regalaba una sonrisa de orgullo. Sé que siempre lo ha estado.
Bajé de nuevo en el ascensor, ahora recibiendo varios saludos y felicitaciones por mi compromiso con Leone. Las personas me interceptaban de camino a recepción y muchas otras me abrazaban. Ya en mi puesto, me puse al día con varias cosas. Los huéspedes entraban y salían de sus habitaciones y de los ascensores. Atendía junto a mis tres compañeros. Aunque fuera la jefa del sector, sabía que debía ayudar.
—Buongiorno. (Buenos días).
Una voz de hombre me sobresaltó al encontrarse frente a mí, al otro lado del mostrador. Era alto, moreno con el pelo negro rapado pero visible.
—Buongiorno (Buenos días), señor. ¿En qué puedo ayudarle?
—Me gustaría alojarme unos días en este hotel. No he hecho reserva, ya que ha sido un caso de urgencia. ¿Existe la posibilidad de encontrar una habitación?
—¿Quiere una habitación estándar o una suite?
El hombre se quedó pensando varios minutos mirándome el rostro. Se pasó la lengua por el labio inferior de manera sutil, pero perceptible a la vista. Miró mi mano, y por ende el anillo, sonriendo levemente.
—¿Cuál me recomienda usted?
—Todas nuestras estancias son estupendas, señor. Si quiere estar cerca de la piscina puede escoger una suite.
—Tiene un don para vender, ¿lo sabía? —Recalcó la palabra "don". Me dio un escalofrío al instante, ya que ese era mi futuro marido.
—Yo... no, señor. No lo sabía. Pero gracias.
—Bien... —Dijo poniéndose recto—. Me quedaré con la suite.
—Genial. ¿A qué nombre?
—Carlo Rossi. —Dijo. Era italiano. Lo deduje por el acento, pero me lo confirmó su nombre.
—Estupendo, señor Rossi. Que pase una buena estancia. —Dije entregándole las llaves de la habitación—. Mucho gusto.
—El gusto es mío, cara (querida).
Dicho esto, se dirigió a su habitación con una sonrisa triunfante que me heló la sangre por completo.
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