18

EMMA

Mis ojos se abrieron lentamente, ajustándose a los pequeños rayos de sol que entraban por la ventana de la habitación. Intenté mover mi brazo, pero me di cuenta de que tenía una vía y si me movía tendríamos un disgusto. Entonces supe que estaba en un hospital. Una figura de hombre estaba tumbado en el sofá de al lado. El mejor amigo de Leone estaba completamente dormido. Me incorporé poco a poco para levantarme de la cama, pero un pitido fuerte e intermitente me delató. Salva se despertó y se levantó rápidamente del sofá para venir hasta mí. Me cogió de los hombros, asustado.

—¿Qué haces? —Le pregunté.

—¿No crees que eso debería preguntártelo yo? ¿A dónde narices vas? —Preguntó agitado.

—Al baño. —Se relajó al instante—. No querrás que me mee encima, ¿verdad?

—Tienes un pañal puesto, Emma. —Le miré incrédula.

—La futura esposa del Don se mea encima. Ya puedo verlo en la portada de una revista. —Salvatore rió ante mi ocurrencia.

—Nunca va a aparecer en una revista de cotilleos que Leone es el Don de la mafia italiana.

—¡¿Eso es lo único que te preocupa?!

—Ve al baño antes de que mis sospechas sean ciertas, bambina.

Le miré mal mientras me ayudaba a salir de la cama. Cuando me dirigía al baño con el gotero arrastrando detrás de mí, unas enfermeras entraron rápidamente en mi habitación y vieron a Salva detrás mío.

—Nos han informado de unos pitidos de las máquinas en esta habitación —Dijo una de ellas —. ¿Está todo bien?

—Sí —Respondió Salvatore por mí—. Solo se levantó para ir al baño. No sabíamos que iba a pitar tanto.

Las enfermeras se quedaron extasiadas mirando al italiano. Eran jóvenes, más o menos de mi edad. Era normal, Salvatore era muy guapo. Pelo castaño, piel bronceada, barba perfectamente cortada y ojos azules como el mar. Me miró y yo me encogí de hombros. Las chicas ni se daban cuenta de mi presencia, así que me metí al baño. Escuché pasos, pero cuando salí después de hacer mis necesidades, Salvatore estaba solo sentado en el sofá de antes.

—¿Y las enfermeras? —Pregunté.

—Se han ido. —Dijo encogiéndose de hombros.

—Eso ya lo veo. —Dije. Me fui a la cama y me senté, dejando el gotero a mi derecha—. ¿Qué las has dicho?

—Nada. Me han pedido el teléfono y yo no se lo he dado.

—¿Por qué? ¿No eres tan semental como tu jefe? —Pregunté con un poco de picardía. Me gustaba hacerle rabiar de vez en cuando.

—Mi jefe es un semental y está a punto de casarse porque cierta bambina ha caído en sus encantos. —Me crucé de brazos y levanté una ceja, lo que causó cierta diversión en el italiano.

—¿Yo en sus encantos? —Pregunté indignada—. Pero si era él el que no paraba de venir hacia mí.

—Vi cómo le mirabas, piccola. A mí no me engañas. —Entrecerré los ojos.

—Bueno, da igual —Dije cambiando de tema. Pensé en qué decir durante un rato—. ¿Está ya en Sicilia?

—Supongo que sí. No lo sé. Lleva horas incomunicado.

—¿No puedes intentar llamarlo de nuevo? —Negó con la cabeza.

—Es muy peligroso, Emma. Pueden quitarle el teléfono y rastrearnos. Si lo hacen, vendrán a por nosotros, porque sabrán nuestra ubicación exacta. Pasó en el hotel, ¿recuerdas?

Era cierto. Seguramente Alek mandó nuestra ubicación a alguno de sus compañeros y pudieron venir cuando Leone apareció en la habitación. Es irónico que, después de una noche en la que mi prometido vio como otro hombre me desnudaba, me pidiese matrimonio. No supe decirle que no, simplemente sabía que eso es lo que iba a hacerme realmente feliz. Con eso bastaba.

—Supongo que es lo mejor... espero que tenga cuidado.

—Siempre lo tiene. —Dijo Salvatore confiando en sus propias palabras.

De repente, un hombre con bata de médico entró en la habitación. Supuse que era el médico que me había atendido desde que ayer.

—Hola, Emma. ¿Cómo estás?

—Bien, doctor...

—Tyson. —Contestó por mí al saber que no tenía ni idea de cómo se llamaba —. He estado haciéndote los análisis y todo tú cuidado ha estado a mi cargo. Espero que haya surtido, efecto. Veo que estás mucho mejor que como entraste. —Dijo acercándose a mí. Parecía mayor que yo, pero no más que Leone. Salva se puso alerta al instante.

Grazie per tutti, doctor.

—De nada —Dijo él, sonriendo. Se dirigió a la puerta, pero antes de salir se dio la vuelta de nuevo—. Te doy el alta, pero necesitas estar en casa y descansar unos días antes de volver al trabajo. Volverás para unos análisis dentro de unos días. Debemos evitar otro de esos mareos. Es uno muy inusual, teniendo en cuenta que has estado un día entero sin despertar.

El doctor Tyson salió por la puerta. Miré a Salvatore. Suspiré y me tiré sobre la cama, haciéndome daño la vía que tenía en el brazo y provocándome un poco de sangre. Debí pillar una vena, porque empezó a sangrar como si no hubiera un mañana. Salvatore salió corriendo de la habitación pidiendo ayuda. El doctor volvió de nuevo agitado con un Salvatore cagado de miedo detrás de él.

—Salva, estoy bien. —Dije mirándole a los ojos.

El doctor me examinó el brazo y me quitó la vía con cuidado. La sangre resbalaba por mi brazo sin cesar. Empezaba a preocuparme por mi estado. No parece que sea bueno para mí salud. Vi a Salvatore con el teléfono en la oreja mientras el doctor Tyson me vendaba el brazo.

—Salva —Dije llamándole —. No pasa nada. No preocupes a Leone con esta tontería.

—No era Leone.

El doctor se fue por donde había venido. Dijo que pasarían por aquí las enfermeras para ayudarme a irme a casa, pero la verdad es que sólo tenía oídos para Salva.

—¿Entonces no sabes nada de él? —Pregunté sin mucho ánimo. Sé que me dijo que no podía llevar teléfono móvil, pero no podía evitar preocuparme por mi prometido.

—No, Emma. Sono spiacente.

Va bene. Non ti preoccupare.

Las enfermeras aparecieron por la puerta y se pusieron manos a la obra para que pudiera irme a casa. Me trajeron ropa y me cambié en el baño, dejando solo a Salvatore. Bueno, no tan solo. Cuando salí, vi a una de las enfermeras hablando animadamente con él. La chica me miró de arriba a abajo mientras se iba de la habitación.

—Creo que a tu amiga no le caigo demasiado bien. —Le dije a mi guardaespaldas.

—No es mi... —Cortó antes de decir nada a lo que yo pudiera sacar puntilla —. Déjalo. Nos vamos.

Me arrastró fuera de la habitación para salir del hospital. Nos encaminamos por el pasillo y bajamos por el ascensor. Las enfermeras nos despedían con una sonrisa, aunque tenía la ligera sensación de que esa sonrisa estaba más dirigida a Salvatore que hacia otra persona. La salida fue más tranquila de lo que esperaba. Nos subimos al coche y nos dirigimos a mi casa. Al bajar del todoterreno, una banda de persona vino hacia mí. Pensé que iban a aplastarme a su paso, pero sólo podía ver flashes de cámaras de un lado a otro.

—¿Es cierto que el señor Caruso le ha pedido matrimonio?

—¿Hay algún contrato de por medio?

—¿Es usted una de sus muchas amantes?

—¿Quiere usted de verdad casarse con él?

—¿Lo quiere por su dinero?

—¿Es verdad que está usted embarazada?

Salvatore me cogió por los hombros y me metió en casa tan rápido como pudo. Cerró la puerta tras de mí y él se quedó fuera. Mi madre y mi hermano estaban sentados en el sofá y se volvieron hacia mí. Yo estaba comenzando a hiperventilar y, mientras estaba apoyada en la puerta, me iba resbalando poco a poco hacia abajo quedándome sentada en el suelo. Mi madre y Leo vinieron hacia mí rápidamente.

—Emm. ¿Estás bien? —Preguntó Leo—. ¿Qué ocurre?

—Los... los paparazzis... están fuera.

—Ven. —Dijo mi madre levantándome del suelo con la ayuda de mi hermano—. Leo, llévala a la habitación. Necesita descansar.

Va bene. Vamos, Emm.

Grazie...

Subí las escaleras con la ayuda de mi hermano. Escuché como mi madre abría la puerta y preguntaba a alguien quién era. Entonces la voz de Salva se hizo presente.

—Soy el guardaespaldas de su hija.

No llegué a escuchar nada más, ya que mi hermano me metió en la habitación sin siquiera darme cuenta. Leo me sentó la cama.

—¿Qué demonios te ha pasado, Emma? Has estado un día entero en el hospital y ahora llegas con paparazzis. ¿Te han hecho daño? ¿Leone te ha hecho daño? —Eso último lo preguntó con rabia.

—No, Leo. Mi prometido sería incapaz de hacerme daño, y lo sabes. Lo único que ha pasado es que tuve un bajón de tensión. Es todo.

—¿Solo un bajón de tensión? —Preguntó—. ¿Un bajón de tensión que te deja un día en la cama de un hospital sin despertar? Has estado en coma, joder.

—¿En... en coma?

—Sí. En coma. Nos lo dijo el doctor cuando nos llamaron del hospital. Tú guardaespaldas no estaba contigo así que entramos directamente a verte. Tampoco le comenté nada a mamma para no preocuparla. —Asentí con la cabeza. No pensé que hubiera sido para tanto—. No te lo voy a volver a preguntar, Emm. —Miré angustiada a Leo. Sabía qué era lo que iba a preguntarme—. ¿Quién es Leone Caruso?

"Un mafioso. El más temido de Italia. El Don de la Sacra Corona Unita."

—El empresario más cotizado del mundo. El dueño de la cadena hotelera internacional, y por ende mundial, más famosa de Italia.

Mi hermano seguía mirándome con los ojos entrecerrados y los brazos cruzados al frente. No me creía. Estaba claro.

—Le conoces desde hace muy poco, Emma. ¿Y ya te quieres casar con él?

—Fue amor a primera vista.

—¿De repente?

Mi hermano empezaba a levantarme dolor de cabeza.

—¿A qué viene este segundo interrogatorio, Leonardo?

—A que no me fio ni un pelo de tu novio.

—Pues empieza a hacerlo. Va a ser parte de la familia. Tú mismo nos diste tu bendición, ¿y ahora me vienes con esto? ¿De qué coño vas?

—De tu hermano protector.

—Pensé que los mayores éramos los protectores, no al revés.

—No, pero soy el hombre de esta casa. —Concluyó firmemente. Hasta a él le sorprendió. Ambos nos quedamos callados—. He dejado la droga, Emma. Me está costando, pero la estoy dejando. Por ti, por mí y, sobretodo, por mamá. No pude conocer a papá pero puedo al menos darle un poco más de vida a mamá. Estoy intentando buscar un trabajo para poder traer todo el dinero que he hecho perder en esta casa.

—Leo... —Me levanté y le abracé. Me di cuenta entonces que estaba llorando. Me separé un poco y limpié las lágrimas que caían por sus mejillas—. ¿Por qué lloras?

—No quiero que mamá muera.

—Haremos lo que podamos. Trabajaremos duro para pagar la quimioterapia de mamma.

Asintió con la cabeza, pero una pregunta se formuló en mi cabeza.

—¿Qué pasa? —Me preguntó mi hermano.

—¿Qué pasa con tus estudios?

—Los dejaré. No puedo trabajar y estudiar a la vez. No me saldría bien y sería un gasto innecesario.

—Pero... estás a punto de empezar el último curso de instituto.

—Por segunda vez. No quiero volver a hacerlo y hacerlo y gastar el dinero como si cayera del cielo. Si reunimos el suficiente dinero para poder pagar el tratamiento de mamá y luego puedo permitirme el lujo de terminar los estudios lo haré. Pero lo importante ahora es mamá.

—¿Sabes que no va a ser tan fácil convencer a mamma de esto, verdad? —Pregunté nerviosa.

—Supongo que la idea no le va a hacer gracia al principio. Pero es necesario. Ambos queremos que mamá esté bien.

—¿Cuando has madurado tanto, hermanito? —Pregunté con gracia. Leonardo rió conmigo.

—Desde que tú prometido me metió miedo delante de la puerta de la cocina.

—¡Emma! ¡Leonardo!

Mi hermano y yo nos miramos con la misma cara con la que lo hacíamos de pequeños. Bajamos las escaleras con cuidado y nos dirigimos a la cocina, donde nos esperaba mamma con Salvatore sentado en la isla.

Mamma...

—¿Qué narices ha pasado aquí? ¡He tenido que meter a tu chófer en casa! ¡Y dice que es tu guardaespaldas! ¿¡Por qué no me habías dicho que era tu guardaespaldas en vez de tu chófer!?

—No quería meteros en más problemas... —Supe que la había cagado en cuanto Salvatore me dirigió una mirada matadora. Me había ido de la lengua.

—¿En qué problemas nos vas a meter? —Preguntó mi madre. Salvatore ya había cogido el teléfono móvil, sin prestar mucha atención a la conversación.

—En... la televisión, mamma. No me apetece que entren en mi vida privada, y menos que os saquen por la tele.

—Está bien... —Dijo mi madre convencida—. Será mejor que nos vayamos todos a dormir. Ha sido un día duro. Salvatore, puedes dormir en la habitación de invitados que hay junto a la habitación de Emma.

Grazie, señora.

Prego.

Comencé a salir de la cocina, pero una voz me detuvo.

—Necesito hablar contigo, Emma. —Salvatore estaba más serio de lo normal—. A solas.

Mi madre y mi hermano salieron de la cocina y nos dejaron a ambos completamente solos. Sabía que lo que tenía que decirme no me iba a gustar.

—Nos ha saboteado. Alguien llamó a la prensa para que vinieran aquí. Al principio no pudimos captar quien había sido porque llamaron desde un teléfono que ahora está incomunicado y al parecer fue alguien anónimo. Pero por suerte lo hemos cazado.

—¿Quién ha sido?

Sono spiacente, Emma. Pero ha sido Sophia.

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