17

LEONE

—¡Uno! —Disparos se escucharon por todo el lugar—. ¡Due! —Lo mismo de nuevo—. ¡Tre! —Cuando llegamos a diez, mis hombres pudieron descansar.

Mañana partíamos a Sicilia de una vez por todas. Necesitaba hombres armados. Necesitaba concentración, precisión, valor. Mientras mandaba disparar, vi a un chico joven, de la edad de Emma mas o menos. Metro ochenta, rubio tirando a castaño y mirada aterrorizada. Debía pasar por delante de todos mis hombres para llegar hasta él. Levanté la mano para que todos dejaran de disparar. El chico alejó su arma, mirando a sus compañeros, como si no supiera que tenía que hacer. Me acerqué a él. Todos los ojos estaban puestos al frente, menos los suyos, que me miraban con cierto temor.

Nome. —Dije alzando la cabeza. El chaval estaba temblando.

—Va...Valentino, signor.

—Valentino. —Repetí alto y claro. —¿Estás bien? ¿Necesitas agua?

Io... no...

Bene. Ahora ponte a disparar como los demás. Un solo fallo más y estás fuera, ¿capito?

Capito.

Volví a mi puesto y mandaron disparar de nuevo. Todos hacían progresos menos el tal Valentino. Me giré hacia Alessandro.

—¿De dónde le has sacado? —Pregunté con el sonido de los disparos de fondo.

—Vino por voluntad propia, signor.

—Así que por voluntad propia, eh... ¿cuál es su apellido?

—Fiore, creo.

—Lo buscaré en mis documentos.

Volvimos a la mansión en menos de diez minutos. El campo de entrenamiento y tiro no estaba lejos de mi propiedad, pero lo suficiente como para que no hubiese ningún incidente indeseado. Al llegar, fui directamente a mi despacho. Necesitaba saber todo sobre el chico de antes.

—¿Don? —Alessandro tocó dos veces la puerta para poder entrar.

Avanti. —Entró unos segundos después. Crucé mis manos bajo mi barbilla, mirando detenidamente al hombre que acababa de pasar. —¿Qué ocurre, Alessandro?

—Salavatore solicita hablar con usted, señor.

—Pásame la llamada.

De un momento a otro, cogí el fijo de mi oficina y escuché la voz agitada de mi mejor amigo al otro lado de la línea.

—Salva, ¿tutto bene?

—No, Leone. Emma está en el hospital. —Me quedé helado en cuanto dijo esas palabras.

—¿¡Qué!? ¿¡Por qué narices no me lo has dicho antes!?

—Llamé, pero estabas en el campo de tiro.

—¡No me valen tus excusas! Voy ahora mismo a Nueva York. Cógeme el primer avión que encuentres.

—No creo que sea buena idea, Leone.

Me quedé perplejo. Pensé que Salva me apoyaba en todo, pero comprobé en ese instante que no confiaba en mis actos.

—¿Qué coño ha pasado? —Pregunté alterado.

—Emma llegó al trabajo y un amigo suyo fue corriendo hacia ella con una revista de cotilleos. Sois portada, Leone. Aparecéis en una foto andando de la mano y con un titular bastante llamativo. —Escuché el ruido de unos papeles. Seguramente estuviera buscando la puñetera revista—. "Leone Caruso y... ¿una nueva mujer? ¿Escucharemos pronto las campanas de boda?"

Froté mi cara con frustración. Entendía el bochorno, pero...

—¿Por qué Emma está en el hospital?

Salva quedó callado durante unos segundos, intentando encontrar las palabras necesarias y adecuadas para responderme.

—Emma y yo salimos de su casa para que la llevase al trabajo, justo como tú me mandaste. Estábamos ya en el coche y otro coche un poco más pequeño aparcó detrás nuestro, delante de la casa de Emma. Sophia salió y Emma empezó a alterarse cuando vimos que la chica se acercaba a nosotros. Seguramente haya visto la revista. Esa chica no me da buena espina, Leone. Está obsesionada contigo, y tengo la ligera impresión de que no se quedará de brazos cruzados. Protegeré a Emma ante todo, pero también tengo miedo por ti.

Me levanté para dirigirme al minibar que tenía en mi despacho. Necesitaba una copa y olvidar todo lo que estaba pasando. Necesitaba pensar. Un día, un solo día. Y mi prometida ya está en el hospital. La quiero, joder. La amo con toda mi alma. Pero no puedo llegar a imaginar lo que podría pasarle por mi culpa. Por ser el monstruo que soy.

—No debes temer lo que me ocurra a mí, Salvatore. Sino lo que le pase a mi prometida. ¿Me puedes explicar qué coño la ha pasado?

Salva suspiró a través de la línea telefónica. Escuché unos pitidos, y supuse que estaría con Emma en el hospital.

—Emma vio el titular. Estaba nerviosa por su amiga Sophia. No sé qué piensa sobre ella pero cuando me dijo que arrancase el coche vi un pánico indescriptible en sus ojos. ¿Qué narices os ha hecho esa chica, Leone?

Cazzo... ¿está despierta? —Pregunté.

—No. Está sedada. Despertó a mitad de camino, viniendo al hospital. Y se puso como una histérica pensando que Sophia nos estaba siguiendo y vendría a matarla por haberla robado el ligue. —La descripción de mi mejor amigo me dejó sin palabras.

—¿Eso ha dicho Emma? —Me extrañaba que tuviera tanto miedo de su mejor amiga.

—Literalmente. Esa chica, Sophia, ¿está tan loca? ¿O son todo paranoias de tu mujer? —Fruncí el ceño considerablemente.

—¿Acaso dudas sobre la cordura de mi futura esposa, amigo mío? —Dije sentándome en el sillón de piel que presidía mi despacho. Salvatore tragó saliva y supe al instante que estaba cagado de miedo.

—No. Sono spiacente, Don.

Non ti preoccupare. —Dije a través del teléfono, poniéndolo en manos libres. Necesitaba descansar la vista y todo lo que tuviera que ver con mis sentidos—. Mañana partiremos a Sicilia. Cuando Emma despierte dile que no podrá llamarme, pero que estoy perfectamente. No quiero darla más disgustos innecesarios, ¿capito?

—Por supuesto. No te preocupes por nada. Está en buenas manos, cuenta con ello.

—Por eso te elegí a ti, Salva. —Mi colega se quedó callado con mi contestación.

Molte grazie, Don. —Dijo con admiración.

Prego. Buonanotte, amigo mío. Cuida de Emma. Mañana antes de partir llamaré para hablar con ella.

Va bene. Buonanotte, Leone.

Colgué y me volqué de nuevo en los documentos que tenía delante. Pedí toda la información posible sobre el chico de antes.

FILE DI SOLDATO
• NOME: Valentino
• COGNOME: Fiore
• ETÀ: 25 anni
• GAMMA: Soldato

Hijo único de la familia Fiore. Su padre se llama Stefano Fiore y su madre María Capuleto. Al parecer tuvo una infancia de lo más tranquila, sin abusos de ningún tipo. Pero con alguna desgracia que dejó su vida marcada para siempre. Sus abuelos fallecieron hace mucho, casi antes de que naciera. Excepto uno. Su abuelo materno. Murió cuando Fiore sólo tenía catorce años. Al parecer, ese día su abuelo iba a buscarlo al instituto y falleció por un tiro en la sien. Los vigilantes se percataron, llamaron a todos los profesores que había cerca y avisaron a Fiore. Salió corriendo de su clase y vio a su abuelo tendido en el suelo sobre un charco de sangre. Por lo que pone en la ficha, de quedó en estado de shock después de llorar y gritar todo lo que pudo. La ambulancia se llevó a su abuelo y tuvo que ir a psicólogo desde ese instante.

Unos golpes en la puerta me sacaron de mi lectura. Alessandro atravesó mi despacho y me entregó una carta. Fruncí el ceño.

—¿Qué es esto? —Pregunté.

—Una carta anónima, Don. Ha aparecido en la puerta de la mansión. La ha tirado una moto desde detrás de la verja y se ha ido.

Me levanté abriendo el sobre con un cuchillo que tenía sobre mi escritorio. Al principio no vi nada, no había remitente ni nada por el estilo. Solo un mensaje escrito, uno que me había puesto los pelos de punta. Sabían cuál era mi punto débil.

"Enhorabuena por la futura segunda boda. Espero estar invitado, querido amigo Leone. Qué pena que tu mujer esté en el hospital."

Cazzo. No me hacía falta ningún nombre escrito en el lomo del sobre para saber quién me lo había mandado. Llame rápidamente a Salva de nuevo. Ya sería casi de noche, pero me daba igual. Necesitaba saber si Emma estaba, por lo menos, viva. El contestador de Salva me saltó una vez y me puse alerta. Finalmente me contestó a la tercera llamada.

—Salva. —dije con voz dura.

—¿Qué pasa, Leone? Estaba dormido, tío.

—¿Cómo que qué pasa? No te pago para dormir. Te pago para que protejas a mi esposa. —dije cabreado. Él soltó una risotada.

—Tranquilo. Está dormida.

—¿Seguís en el hospital?

—Sí. Salí al coche a dormir.

—¿¡Qué!? —Grité levantándome rápidamente de la silla, tirándola prácticamente al suelo.

—¿O... ocurre algo? —Preguntó con miedo.

—¡Ve a dormir con ella, Salvatore! ¡Ya!

—Pero... me pareció irrespetuoso, Don.

—¡Déjate de estupideces! ¡Tienes que proteger a mi esposa!

—¿Qué pasa, Leone? Estás muy nervioso. —Escuché la puerta del coche cerrándose.

—Me han enviado una carta anónima, Salva. Me han felicitado por mi compromiso y sé perfectamente quién ha sido. Si me quieren matar a mí, que lo hagan. Pero no van a tocar a mi esposa.

—No lo harán, Leone. No voy a permitir que la toquen.

Suspiré, volviendo a sentarme en la silla.

—Protégela, Salva.

—Lo haré.

Una persona tocó de nuevo la puerta y fue Alessandro el que atravesó el despacho.

Don, debemos irnos. —Asentí con la cabeza. Le hice un gesto con la mano para que supiera que cortaba la llamada en un momento. Entonces, Alessandro salió de nuevo por la puerta.

—Así que Alessandro pretende sustituirme... Me partes el corazón, Leone. —Miré los documentos que estaban encima de mi escritorio. Había tenido una idea.

—Volverás. Cuando yo vuelva de Sicilia.

—¿Qué? ¿Y la protección de Emma? —Preguntó confundido.

—Se encargará otro. —Dije mirando los papeles—. Y ya tengo al candidato perfecto.

—Leone... ¿estás seguro?

—Ahora prepara las maletas, en cuanto venga de Sicilia te sustituirán.

Va bene... Buona fortuna en Sicilia.

Molte grazie, Salva.

Prego.

Ciao, il mio amico. —Dije cortando la llamada—. ¡Alessandro!

El hombre entró pocos segundos después de haberlo llamado. Parecía agitado.

—¿Tutto bene? —Pregunté con el ceño fruncido.

—Sí, Don.

Va bene. Ve preparando a mis hombres y las armas. Partimos en tres horas.

—Sí, señor. —Dijo saliendo ya de mi despacho, pero le frené antes de que pudiera desparecer de mi vista.

—Alessandro. —Se dio la vuelta para mirarme.

—¿Sí, Don?

—Ese chico de antes. Fiore. —Dije para ponerlo en situación. Asintió ante su mención—. Dile que venga.

—Pero, señor... Ese chico... Con el debido respeto, pero no creo que esté en condiciones de ir a Sicilia... Es una misión muy... —Corté su frase levantando mi mano.

—No recuerdo haberte pedido opinión—. Alessandro tragó saliva mientras miraba al suelo. Sabía que no podía desobedecer mis órdenes. —Tráemelo. Ya.

—Como usted diga, Don.

Alessandro despareció y al rato alguien volvió a tocar la puerta. Una cabellera medio rubia se asomó sin que yo hubiera dado permiso aún. Le miré mientras escribía algo en mis archivos y de pronto escuché la voz de Alessandro detrás de él.

—¿¡Qué crees que haces!? ¿Acaso te ha dicho el Don que pases? ¡Eres un inútil!

—¡Alessandro! —Dije riñéndole. Pasó de inmediato a mi despacho.

—¿Sí, Don? —Entrecerré los ojos ante su repentina aparición. Creí que podría probar su propia medicina.

—¿Acaso te he dado permiso para que pases, Alessandro? —Su cara palideció considerablemente.

—No... no, señor.

Don. —Dije corrigiéndole. Asintió con la cabeza, asustado—. Déjame solo con Valentino, per favore.

—Por supuesto, Don. —Dijo remarcando la última palabra.

Alessandro cerró la puerta detrás de sí y Valentino se quedó de pie delante en medio de mi despacho sin saber qué hacer. Parecía una presa, un cordero asustado a punto de ser atacado por un león. Hice un gesto con la mano sin levantarme de mi asiento.

—Siéntate, Valentino.

Se acercó con recelo a la silla que había al otro lado de mi escritorio, pero terminó optando por sentarse. Él miraba el suelo, mientras yo miraba su rostro. No quería dirigirme la mirada, estaba claro.

Sono spiacente, Don...

Me pilló por sorpresa su disculpa repentina, pero mantuve la compostura. Me levanté de mi escritorio y me dirigí al minibar sirviendo dos copas. Le acerqué un vaso de whisky al chico. Me miró con dudas, pero asentí con la cabeza y dio un pequeño sorbo, haciendo una mueca de asco. Reí ante la expresión de Valentino, sentándome de nuevo en la silla.

—Jack Daniel's Viejo, número 7. —Me miró como si estuviera hablando en otro idioma. Solté una pequeña carcajada ante su ignorancia—. Whisky.

Asintió con la cabeza a modo de comprensión, pero aún así miró el líquido ambarino en el vaso como si fuera lo peor que hubiera bebido en su vida.

—No bebo tanto, señor.

—¿Qué sueles beber?

—Ron, señor. —Dijo ruborizado de vergüenza.

—Ron... —Dije pensativo—. Bebida de piratas, eh. —Rió un poco, pasando su miedo del principio. Yo no era una mala persona. No era un mal jefe. Me comporto bien con mis hombres, incluso hago que se sientan cómodos con mi presencia. Como si pudieran confiar en mí, para que así pueda confiar yo en ellos.

—Eso parece. —Dijo—. ¿Me llamaba para algo? Me disculpo de nuevo si no estoy a la altura para el viaje, pero lo hago lo mejor que puedo, señor.

—No te preocupes. No vendrás a Sicilia.

Abrió los ojos con sorpresa.

—¿Disculpe? —Preguntó.

—Vas a sustituir a un amigo mío. Está en Nueva York. Se encarga de la protección de mi futura esposa. Me gustaría que él viniera y he comprobado que eres de confianza. He decidido que serás tú el que la proteja ahora. ¿Puedo confiarte a lo más preciado que tengo ahora mismo, Valentino? —Quedó prendado con mis palabras, pero se recompuso al instante.

—Claro, señor. Puede confiar en mí. Cuidaré de ella. —Sonreí ante su valentía.

Va bene, entonces le diré a Salvatore que vaya directamente a Sicilia. Partirás de inmediato a Nueva York. Mi prometida se encuentra en el hospital y...

—¿Está bien? —Preguntó preocupado.

—Sí. Tranquilo. Solo ha sido un ataque de pánico que derivó en una bajada de tensión. Terminó desmayándose, pero al parecer está estable.

Va bene, Don.

Asentí y se fue a preparar su equipaje para que Salavatore pudiera venir conmigo a Sicilia. Este chico no tenía madera de soldato. Era mejor meterle en otro cargo que pudiera hacer a la perfección.

Espero no haberme equivocado, o ese chico lo lamentará.

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