13
LEONE
—¿Qué me estás haciendo, principessa?
Fue lo último que dije antes de besar sus carnosos labios. La necesitaba, necesitaba su contacto. Estuve soñando con ella desde que volví a verla en este hotel, parada frente a mí junto a su amiga. Desde ese momento supe que la quería a ella. Cogí sus piernas con mis manos para que las envolviese alrededor de mis caderas. Me moví y le tumbé sobre el sofá de cuero negro que había al lado de mi escritorio.
Le quité el camisón y fui besando sus labios, su cuello, sus hombros, sus pechos... Hasta que unos golpes en la puerta nos interrumpieron. Vi la mueca de disgusto de Emma cuando me quité de encima suyo. Aún así, antes de dar la orden, le di un casto beso en sus labios mientras esperaba a que se vistiera.
—¿Quién es? —Dije carraspeando.
—Soy yo de nuevo, señor. Aquí hay una chica que quiere verle. —Dijo Salva al otro lado de la puerta.
Miré a Emma de nuevo, extrañado. ¿Quién podía ser a estas horas? La chica que estaba a mi lado también estaba confundida.
—¡Oh, venga ya! ¡Leone, cariño, soy Sophia! ¡Abre, quiero hablar contigo!
Mi cuerpo se puso en alerta, Emma fruncía el ceño considerablemente. Mi pecho subía y bajaba de impotencia. No podía tener a esta mujer en mi despacho si Emma estaba aquí, además no quería que entrara. La última vez que hablé con ella fue en el ascensor. Insultó a su mejor amiga. No es un recuerdo que sea de mi agrado.
Miré a todos lados. Sería un gran problema que Sophia viera a Emma aquí, y más con ese camisón que mandé comprar para ella. No tuve más remedio que abrir la puerta corredera que daba a mi habitación. Indiqué con la cabeza a Emma que entrase. Ella pareció decepcionada por mi gesto.
—Entra, per favore.
—¿Quieres esconderme? —Me susurró.
—Quiero protegerte.
—¿De quién? ¿De Sophia? —Preguntó incrédula con una risa sin nada de diversión.
—Sí, ahora métete en mi habitación.
—¿No deberías meterla a ella? —Preguntó cruzándose de brazos.
Alcé una ceja. Una sonrisa burlona apareció en mi semblante.
—¿Estás celosa? —Pregunté acercándome a ella más de lo necesario. Carraspeó, la ponía nerviosa.
—No.
—Mientes.
—Puede. —Dijo. Mi corazón se aceleró—. Le dejo con la mujer que quiere verle, Don.
Mi polla se alzó en cuanto me llamó por ese nombre. Carraspeé intentando calmarme. Fue a entrar a mi habitación, pero agarré su muñeca y la atraje hacia mí. Era preciosa, joder.
—Luego voy a entrar aquí, y voy a hacer que grites mi nombre como ni te imaginas.
—¿A estas horas de la mañana? Qué energía tiene usted, Don.
—Siempre la tengo si es para ti.
Se sonrojó y entró rápidamente en mi habitación. Escuché como Salva preguntaba a través de la puerta si podían entrar. Estaba empezando a cabrearme esa bambina.
—Avanti. —Dije.
Sophia entró corriendo sin dejar hablar a mi hombre. Salvatore intentó pararla, pero levanté la mano. No quería heridos. Sophia me abrazó y miré hacia la puerta. Emma estaba medio asomada, podía verla, pero lo suficiente como para no ser vista por su amiga. Si así se la podía llamar.
—Leone, cariño. Este hombre no me dejaba entrar a verte. Estaba muy preocupada por ti. —Me abrazó tan fuerte que me hizo daño en la herida—. ¿Estás bien, amor?
—Sí. ¿Se puede saber qué quieres?
—¿Quieres cenar conmigo? —Preguntó con alegría. Miré de nuevo a la puerta. La sombra que formaba el cuerpo de Emma ya no estaba, pero sabía que ella seguía escuchándolo todo. Por desgracia, Sophia me pilló mirando hacia la puerta—. ¿Qué tienes allí? ¿Qué hay detrás de esa puerta?
—Mi habitación.
Se encaminó hacia allí. Estábamos perdidos, no podía dejar que viera a su amiga en mi cama. La agarre por la cintura y la di la vuelta. Ella lo aprovechó, porque se acercó a mí, pasando sus manos alrededor de mi cuello. En cuanto posó sus labios sobre los míos supe que estaba en problemas. Emma ya no querría verme nunca más. Sophia se apartó y me abrazó. Aproveché para mirar hacia la puerta y la vi más abierta, con Emma mirando. Su rostro era pura decepción.
—Sophia, ya hablaremos luego.
—Pero, ¿cenas conmigo? —Suspiré, esta chica era más testaruda de lo que pensaba. Si no accedía, no se iría nunca de aquí y no podría hablar con Emma.
—Va bene. Te recojo a las nueve.
—¡Genial! —Dijo dándome un casto beso en los labios—. Espera. ¿Sabes dónde vivo?
—Yo lo sé todo, querida. Debo hacer unas cosas. ¿Podrías dejarme solo?
—¡Claro! Iré a prepararme.
—No es ni medio día, Sophia.
—Y por eso voy a estar resplandeciente.
Sophia salió de mi oficina cantando y dejando la puerta abierta tras ella. Salva entró rápidamente y cerró. Me miró incrédulo.
—¿En qué cojones estás pensando?
—Hago lo correcto, Salvatore.
Se dirigió a abrir la puerta de mi habitación sin mi permiso, sabiendo que había escondido a Emma allí. Salva se adentró, saliendo poco después sin nada.
—No está. —Dijo. Me puse alerta.
—¡¿Qué?!
Salí corriendo de la habitación. Busqué por los pasillos, pero no la encontré. Si andaba sola por ahí era un jodido problema. Los rusos seguían cada uno de nuestros movimientos. No podía permitir que la secuestraran, no otra vez. Salí hacia recepción y la vi andando rápidamente hacia la puerta, pero entonces se tropezó y cayó al suelo de mármol. Fui corriendo hacia ella, pero no me dio tiempo. Sentí mi mejilla arder, y cuando giré de nuevo la cara hacia ella vi lágrimas cayendo por sus mejillas.
—¡Ni se te ocurra tocarme! ¡No soy el segundo plato de nadie! —Gritó, alejándose de mí.
—¡Por supuesto que no lo eres, joder!
—¡¿Entonces por qué me tratas como tal?!
—¡Tenía que mentir! —Grité harto de esta situación—. Mentí para que me dejase en paz.
—Que yo sepa has quedado con ella esta noche.
—Esta noche vuelvo a Florencia. —Dije derrotado—. No volverá a verme nunca y se olvidará de mí.
—Y yo también, ¿verdad? —Dijo envolviéndose aún más en su bata negra.
—Me temo que sí. —Dije—. No puedo exponerte a estos peligros.
—Ya lo estoy, Leone. Los rusos me quieren a mí. Seguramente sepan dónde vivo.
Suspiré. Tenía razón, y ella lo sabía. Los rusos serían capaces de ir a su casa para llevársela, igual que hicimos nosotros hace diecinueve años. Si pudiera, me la llevaría a Florencia, en mi mansión. Pondría más hombres para que ningún jodido ruso la tocara. Aunque, ahora que lo pienso...
—No van a repetir el mismo golpe. Sería demasiado fácil. —Dije en voz baja, pensando mirando el suelo de mármol blanco.
—¿Qué? —preguntó Emma confusa.
—En mi casa no podrían tocarte.
—¿En Florencia? —Preguntó ella.
—Sí. No lo harían, no volverían a hacer lo mismo que hace años.
—¿Lo mismo? —Preguntó de nuevo. Solté todo el aire que mantenía dentro de mí—. ¿De qué hablas, Leone?
—Puede que vayan a tu casa, pero no a la mía. No de nuevo. —Dije haciendo una pausa. —Soy viudo—. Emma abrió los ojos como platos, pero no dijo nada. —Mi mujer fue secuestrada por los rusos cuando yo me fui de la ciudad por una de mis reuniones.
Su respiración se cortó. No encontraba las palabras para decir nada.
—Y... ¿qué la pasó? —Dijo. Tenía miedo. Lo veía. No quería que la ocurriera lo mismo.
—La mataron, delante de mí. Cayó a mis pies, ensangrentada por un tiro en la garganta.
No dijo nada más. No pudo, sabía que esto había sido una gran revelación. Nunca pensé en decirlo de forma tan... natural. Se acercó a mí y me abrazó.
—Sono spiacente, Leone. —No quería la compasión de nadie, pero en ese momento solo quería que me abrazara. Saber que la tenía a ella me bastaba. No sabía que me estaba haciendo, pero no quería que se alejara de mí. Se alejó y cogí sus mejillas entre las manos.
—Te metería en un avión ahora mismo y te llevaría a mi mansión. —Dije acariciando sus mejillas llenas de marcas de lágrimas—. Pero no puedo ponerte en ese riesgo. En unos días me voy a Sicilia, voy con mis mejores hombres y armas. No puedo dejarte sola en mi mansión, sin saber nada de ti. Me volvería loco.
—¿Está segura mi familia?
—No puedo prometerte nada, pero dejaré a algunos hombres contigo. Custodiarán tu casa sin que tu familia lo sepa. —Asintió con la cabeza—. Tu padre os controla desde hace mucho tiempo. Nadie nunca ha hecho nada porque él lo sabe todo.
—¿Se cree con el derecho de protegernos después de abandonarnos? —Preguntó enfadada.
—Lo hizo precisamente por eso, para protegeros. Aunque no lo supierais, tu padre hizo todo lo posible por mantener a la mafia rusa lejos de aquí. Les hicieron creer que estabais todos muertos para que se olvidaran de vosotros, que solo se centrasen en él. Pero entonces mandaron a Alek para confirmarlo. Y te encontró.
No dijo nada. Se limitó a asentir mirando al suelo. No confiaba en mis palabras, era de esperar.
—Si me llevases a Florencia, ¿estaría segura?
—Tengo la intención de contratar a los mejores hombres para protegerte cuando vivas en mi mansión.
—Espera un segundo. ¿Por qué iba a vivir contigo? ¿Por qué crees que me pondría en peligro?
—Estés donde estés, estás en peligro.
—Entonces sería mejor huir del país.
—O huir conmigo. —Dije. Cogí sus manos—. Pero no ahora.
—¿Y por qué debería hacerlo? —Preguntó cruzándose del brazos.
Sabía que quería hacer esto. Tenía incluso la manera de hacerlo. Lo guardé cuando mi esposa falleció. Saqué la cajita del bolsillo de mis pantalones de vestir y la abrí delante suyo. Su boca se abrió, al igual que sus ojos.
—Por esto. —Dije—. No hemos tenido un noviazgo. No hemos tenido una historia de amor. No te he regalado flores ni bombones, y solo he comido una vez con tu familia. Tu hermano dime odia. —Dije riendo. Ella también sonrió—. Pero llevo buscándote diecinueve años. Me di por vencido cuando encontré a Adriana, pero he de reconocer que, cuando murió, todavía seguías en una pequeña esquina de mi corazón. Aunque fuera sólo como un recuerdo. Pero ahora te he encontrado, y sé que siempre quise pasar el resto de mi vida con esa niña pequeña de cabello castaño y ojos verdes esmeralda.
—Pero... no nos conocemos. No lo suficiente.
—¿Entonces quieres un noviazgo?
—No estoy diciendo eso, pero es todo muy... precipitado.
—Lo sé. Créeme. Pero... te quiero, Emma. Desde el momento en que te vi por primera vez después del secuestro. Te busqué, durante mucho tiempo. Desde que me convertí en Don, aun sabiendo el peligro al que te exponía, te busqué. Conseguí contactarme con tu padre después de muchos años, y me dijo dónde vivías. Pero nunca vine, estaba en guerra con los rusos. Y esta guerra nunca terminó, ya que mataron a mi mujer. Por eso no te acordabas de mí. Y entonces abrí mi negocio hotelero. Me enteré de que estabas aquí trabajando pero pensé que nunca te vería. Solo debía hablar con los jefes que tienen las oficinas arriba del todo. Pero entonces te vi, y supe al instante que esos ojos verdes no eran otros que los tuyos. —Los miré, acariciando de nuevo sus mejillas. Cerró los ojos ante mi contacto, para luego volver a abrirlos—. No sé cómo, pero me he enamorado de ti.
—Pero, ¿qué pasa con Sophia? Me matará... La animé a salir contigo. Le gustas mucho y ahora...
—Sophia no es quien dice ser. No es una buena amiga. Anoche se emborrachó y dijo cosas que nunca debió decir.
—Y aún así has accedido a salir con ella esta noche.
—Esta noche me voy a Florencia, amore. Y después a Sicilia.
—Esa misión... ¿es peligrosa?
—No lo sé. Puede ser. Pero te prometo que volveré a por ti. —Dije juntando nuestras frentes. Cogí aire, y me armé de valor. Me arrodillé ante ella—. Sé perfectamente que todavía no podemos unirnos eternamente, pero concédeme el honor de ser tuyo. Seré tuyo solo si tú quieres ser mía. Solo si tú quieres. No puedo obligarte a nada, pero créeme, solo una semana aquí y te eché tanto de menos que ahora solo pienso en pasar la vida junto a ti, principessa. —Sonrió. Era la sonrisa más bonita que podían ver mis ojos—. Emma Sorrentino, ¿quieres casarte conmigo?
—Sí. —Dijo riendo, tapándose las mejillas con las manos de la vergüenza.
Hacía mucho tiempo que no era tan feliz como lo era ahora mismo.
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