12
EMMA
"Soy Leone Caruso. El Don de la Sacra Corona Unita, el hombre más poderoso de la mafia italiana de Apulia."
Mis piernas no respondían, ni boca se secó al instante y mis ojos se abrieron como dos platos. No podía creerlo, ¿un mafioso? ¿Caruso, un jodido mafioso? Tiene que ser una broma.
—¿Tienes miedo?
Lo tenía. Por supuesto que lo tenía. Sabía que no me iba a hacer daño, aunque no lo tenía del todo claro. Casi nos besamos, tres veces. No creo que quiera hacerme daño. Me acerqué a él y le acaricié la mejilla.
—Prométeme que me lo contarás todo.
—Te lo prometo, pero ahora debemos irnos.
Me cogió de la mano y me llevó hasta la puerta. Estaba abierta y los disparos no cesaban. Era raro que no hubiese subido nadie a matarnos. Salimos corriendo de la habitación sin mirar atrás, dejando dentro aún a un Alek herido. Cuando llegamos al ascensor, se abrió directamente. Un disparo hizo que gritase y me agachase al suelo, en busca de protección.
—¡Tráemela, Caruso! ¡Ahora!
—¡Y una mierda!
Leone me agarró y yo grité de miedo. Me tiré al suelo en el ascensor y miré la escena antes de que las puertas se cerrasen. Ambos se disparaban mutuamente, pero no se daban en ningún momento. Era increíble como las balas no llegaban a ninguno de ellos, hasta que Leone consiguió herir de nuevo a Alek. Y Alek, por desgracia le dio a Leone en el abdomen. Cayó al suelo y rápidamente le di al botón que cerraba las puertas completamente.
—Leone... —Dije con lágrimas en los ojos. Él comenzaba a cerrarlos y no sabía que hacer—. Per favore, per favore no cierres los ojos per favore... —Vi su teléfono y con su dedo conseguí desbloquearlo. Vi el nombre de Salvatore en sus contactos—. Aguanta, voy a llamar a Salvatore.
—No... no le llames.
—Estás herido, Leone. —Se levantó y se apoyó en la pared, pero se escurrió y volvió a caerse al suelo haciendo una mueca de dolor. Estaba gravemente herido y no quería darse cuenta—. Hazme caso, per favore.
No dijo nada más y supe que debía llamar a Salvatore. Pulsé el botón y me puse el teléfono en la oreja. Comunicaba y comunicaba, y nadie contestaba. Saltó el contestador, así que llamé de nuevo.
—Joder... —Dije poniendo mi mano en mi frente. Unos golpes en las puertas empezaron a escucharse. Pulsé el botón que bloqueaba las puertas para que nadie, y menos Alek, pudiera abrirlas.
—¡Eres una zorra, Emma! —Gritó Alek desde fuera.
—¡Cállate! —Gritó Leone, fuera de sí. Quiso levantarse pero le detuve. Le desabroché la camisa sin importarme lo que pensara y vi su herida. Era profunda y había que sacar la bala pronto.
—No te muevas. —Le dije—. Él no puede entrar. Per favore, si te mueves será peor.
Me miró, esta vez no estaba enfadado. Estaba confundido, lo veía. He de decir que yo también lo estaba. No sabía que sentía en ese momento, pero los ojos de Leone me transmitían más sentimientos de los que yo podía llegar ya contar dentro de mí. Empecé a acercarme a él, los puños de Alek seguían sonando fuera, pero no me importaba. Y a él tampoco. Cogió mi cara con su mano y terminó juntando nuestros labios. No era un beso dulce, ni muchísimo menos, era un beso de necesidad. Sus manos volaron a mis caderas y me cogió con sus grandes brazos, colocándome encima de él. Le rodeé el cuello con las manos, atrayéndolo más hacia mí y pegando más mi cuerpo al suyo.
—Emma...
Le callé con otro beso. Soltó un gruñido y al principio supuse que fue por el momento tan intenso que estábamos teniendo, pero en realidad era por la herida de bala que tenía en el abdomen. Me quite de inmediato y le miré preocupada.
—Sono spiacente... ¿estás bien?
—Sí. Tranquila. —Me relajé un poco—. Emma, yo...
El sonido del teléfono móvil le cortó. Era Salvatore. Lo cogí inmediatamente.
—¡Salvatore! ¡Necesitamos tu ayuda! —Dije alarmada—. Han herido a Leone.
—¿Dónde estáis? —Preguntó él.
—Encerrados en el ascensor. He tenido que bloquear las portas porque Alek quiere entrar y matar a Leone.
—Desbloquéalo. —Dijo.
—¿¡Estás loco!?
—Hazme caso. —Dijo decidido. Miré a Leone y asintió con la cabeza.
—Va bene. —Dije en un susurro que sólo Leone y Salvatore escucharon.
Le di al botón, rezando a Dios para que Alek no pudiese entrar. Me senté junto a Leone y él no dudó en agarrarme la mano. El ascensor se movió y escuchamos los gritos de Alek desde fuera. Las puertas se abrieron y vimos a Salvatore acercarse alarmado hacia él.
—¡Don! —Le levantó en brazos. Yo me quedé petrificada. ¿Qué narices estaba pasando aquí? Quería irme a mi casa. Las puertas empezaron a cerrarse, mi cuerpo no reaccionaba. Ambos hombres se dieron la vuelta. Los ojos de Leone se abrieron de par en par.
—¡Emma! ¡Sal de ahí!
Pero mi cuerpo seguía sin responder. Leone se deshizo de Salvatore y vino corriendo hacia mí. En ese momento, mi cerebro se iluminó y consiguió que mi cuerpo le hiciera caso. Intenté darme prisa y alcanzar el hueco de la puerta, pero cuando Leone ya estaba a escasos centímetros de mí, la puerta se cerró.
—¡Leone! —Grité. Él gritó también mi nombre y escuché como el ascensor se movía hacia arriba. Mierda, estaba muerta. Me hice una bola en el suelo. No podía morir hoy. No podía...
Las puertas volvieron a abrirse y un Alek ensangrentado entró pegado un puñetazo a los botones, haciendo que las puertas volvieran a cerrarse. Se acercó a mí, dándome una patada en el estómago.
—¿¡Tenías que ser la amiguita de Caruso, verdad!? —Volvió a darme otra patada. El ascensor volvió a moverse—. ¿Qué coño has hecho? —Me preguntó intentando averiguar a dónde nos llevaba de nuevo la máquina. Me cogió la cara con una mano—. ¿Así que nos llevas donde tú pequeño héroe, eh?
—Yo... no he hecho nada...
—Cállate... —Dijo con voz grave.
Vi que se había hecho un torniquete en su pierna con una de las sábanas de nuestra habitación. En cuanto las puertas se abrieron, Alek me cruzó la cara con la mano. Caí al suelo de nuevo. Me cogió del pelo y me tiró fuera, pero entonces unos brazos me cogieron y Alek ya no se encontraba en mi campo de visión.
—¿Estás bien? —Vi a Salvatore sosteniéndome, sus ojos transmitían preocupación. Asentí con la cabeza y vi como miraba hacia otro lado. Seguí su mirada y me di cuenta de que Leone estaba pegando una paliza a Alek.
—Leone... —Intenté pararlo, intenté gritar con todas mis fuerzas para que parase, pero las patadas que me propinó Alek anteriormente me habían hecho tanto daño que no tenía ni fuerzas para hablar. Cuando Leone vio que Alek ya no respondía, paró. Me miró y vino corriendo hacia mí, para cogerme la cara entre sus manos.
—Eh, eh... Emma, mírame. No te duermas.
Mis ojos no le querían hacer caso. Me sentía débil, muy débil. Mi cuerpo no reaccionaba a lo que le decía. Levántate, no te duermas, anda, corre. Pero nada de eso hacía. Absolutamente nada. Solo quería cerrar los ojos y descansar un rato.
—Principessa...
Fue lo último que escuché de Leone antes de cerrar los ojos y sumirme en la oscuridad. Ahí encontré un poco de paz.
Volví a abrir los ojos, poco a poco. Tenía miedo de encontrarme en una de esas camas de hospital. Las agujas no son de mi agrado, el de nadie, creo yo. No es un miedo que tenga desde pequeña, pero si puedo evitarlas mejor. Intenté acostumbrarme a la luz y ver dónde estaba. Era una habitación, una de nuestro hotel. Eso estaba claro. Parecía una suite, de las que se encuentran en la planta baja, atravesando un pasillo. Las cristaleras que dan hacia la piscina están completamente abiertas. Me incorporé suavemente, y vi como un camisón que no tenía antes me envolvía el cuerpo. Recuerdo que, cuando salimos de la habitación, yo tenía únicamente una sábana enrollada alrededor de mi cuerpo.
Me levanté y no vi a nadie en la piscina. Parecía todo un desierto. Abrí las puertas francesas de la habitación en la que me encontraba y di con una especie de salón que en realidad era un recibidor. Había unos sillones en medio y alrededor, de forma circular, más puertas. Cada una de ellas estaba custodiada por un hombre vestido de negro, con gafas de sol y un pinganillo en la oreja derecha. Vi como otro hombre se acercaba a mí. Salvatore.
—Emma... bambina, ¿cómo te encuentras? Leone dio órdenes para que no salieras de la cama.
—Quería verle. ¿Sabes dónde está, Salva?
—En la oficina, pero...
—Necesito verle, Salva. Per favore...
—Emma, aún estás muy débil. Necesitas descansar. Vuelve a la cama. Le diré al Don que te has despertado. —Fue a irse inmediatamente, pero le cogí la muñeca.
—Quiero verle. Per favore.
—Va bene. Andiamo.
Me llevó hasta una puerta de la misma forma que la mía, solo que ahí lo custodiaban cuatro hombres, en vez de solo dos. Al parecer necesita mucha protección. Salva tocó dos veces la puerta y entonces oí su voz. Me recorrió un escalofrío de arriba a abajo, recordando lo que ocurrió entre nosotros en el ascensor. Paso tan rápido que no me dio tiempo a separarme de él. Nos permitió pasar y, sinceramente, tenía miedo. Miedo de que se arrepienta de lo que pasó ayer.
—Don, Emma ha despertado y quiere verle.
—Que pase.
Salva me miró y asintió con la cabeza, proporcionándome una sonrisa que me animó al instante. Se hizo a un lado, dejándome pasar.
—Grazie, Salva. —Le dije antes de que cerrase la puerta a mis espaldas. Nada más cerrar, me volví hacia Leone.
Estaba sentado en su silla, con mucho papeleo entre manos y la mano en la frente. Su otra mano tenía un teléfono móvil, pegado a su oreja. Me miró mientras hablaba. Sus ojos cafés se clavaron en los míos, haciendo que se me cortase la respiración.
—Tengo asuntos que atender, Gregory. No te preocupes, esta misma noche partiré a Florencia. Te mantendré informado sobre mis armas. Están todas en perfectas condiciones, ¿verdad? —Se quedó callado durante unos segundos—. Va bene, molte grazie, Gregory. Ciao, amigo.
Colgó la llamada y escribió algo en sus papeles, para luego levantar la cabeza y mirarme.
—Siéntate. —Dijo muy serio. Seguro que estaba enfadado por lo que ocurrió en el ascensor. Es mi jefe, no debí besarlo, no debí hacerlo nunca. Joder, me va a despedir.
—Señor Caruso, yo... —Dije. Levantó la mano para que me callase. Joder, sí que estaba enfadado. Me senté frente a él—. Siento mucho lo de ayer, yo... no supe lo que hacía. No quería hacerlo, de verdad. Me dejé llevar y al instante vi que fue un error. Per favore, no me eche... Yo... no debí besarle. Sono spiacente, señor Caruso.
Dejó que terminase sin decir ni una palabra. Parecía serio. Sabía que estaba enfadado. Sabía que no debíamos haberlo echo. Además, dijo que se iba a ir a Florencia. No volvería a verlo. No debí haberme enamorado de él... Espera, ¿he dicho yo eso?
—Emma. No te preocupes por eso. —¿No estaba enfadado por lo que ocurrió en el ascensor? Le miré sin comprender nada de lo que decía—. Si crees que me arrepiento de lo que pasó entre nosotros, estás muy equivocada.
Me sonrojé al instante. Miré sus ojos, los cuales me recorrían todo el cuerpo. Mi camisón no era lo que venía siendo muy... largo.
—¿De dónde has sacado... esto? —Pregunté nerviosa por la ropa que llevaba, señalándola con la mano.
—Lo mandé comprar para ti.
—¿A las tantas de la noche?
—Sí. Lo trajeron poco después de pedirlo. Es un diseño exclusivo de Florencia.
La verdad es que el camisón no era feo. Era corto, por encima de la rodilla. La tela era satén de color negro y rojo. Lencería cara, al parecer. No dejaba nada a la vista, pero la imaginación de un hombre es muy amplia. Incluso Salvatore se dio cuenta, aún con la bata de seda negra puesta. Leone se levantó de su asiento y vino hasta mí. Me tendió la mano, levantándome de la silla y poniéndome en pie. No supe descifrar lo que me transmitían sus ojos, pero no era odio.
Sus manos se posaron en mis caderas. Mis manos volaron hacia su pecho. Me acordé entonces de su herida. Miré hacia abajo y vi su camisa blanca impoluta.
—¿Cómo está? —No comprendió lo que le decía—. La herida.
—Me sacaron la bala. Estoy bien, solo falta que cicatrice. —Dijo.
—Va bene...
Alcé la mirada de nuevo hacia sus ojos. Quería besarlo, pero tenía miedo. Del rechazo. No hice nada, solo le miré.
—¿Qué me estás haciendo, principessa?
Y entonces, él acortó la distancia entre nosotros.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top