11

LEONE

Sophia no se rendía fácilmente, estaba claro. Admito que yo también tenía un poco de culpa, la di falsas esperanzas. Ni siquiera debí besarla en los baños privados. Pero aquí estábamos. Ella pendiente de mí, yo pendiente de su amiga, y su amiga pendiente de ese bastardo ruso. Le conocía perfectamente. Alek Novikov. Uno de los hombres más fieles de Vitali Volkov.

Vitali Volkov... no lo había visto desde aquel día. El día en el que mató a mi mujer delante de mis ojos. El hombre más temido de Rusia, al igual que yo lo soy de toda la mia Italia. No sabía que se traía entre mano, pero no esperaba nada bueno. Él sabía perfectamente quién era la chica con la que trataba, o al menos lo sospechaba. Emma es una pieza fundamental en la mafia italiana, aunque ella no lo sepa. Su padre es un hombre muy poderoso y piden billones y billones por su cabeza. No podía permitir que Alek la llevase hasta Vitali, pero tampoco podía decirle: "hola, soy un mafioso. Concretamente el más temido de Italia. Estás en peligro con el capullo de Alek."

Me cabreaba cada vez más la idea de que Alek tocase a Emma. El hijo de puta me miraba todo el rato. Él sabía perfectamente lo que sentía por la chica, sabía mi instinto sobre protector con ella desde que la conocí de niña. Nos espiaron cuando ocurrió el secuestro. Alek se hacía el tonto, pero sabía que Emma era hija de Rafaello Sorrentino. Y eso era un peligro.

La historia entre Alek y yo es tan larga que necesitaría días y días para poder contarla. Resumiendo, no acabó nada bien.

—Señor Caruso... —Todavía tenía a Sophia sobre mí. Me acariciaba la barba recortada de una forma que ella pensaba que era sensual. Yo solo quería salir de allí.

De pronto vi como Emma venía hacia aquí, seguida del puto ruso. Sophia se levantó de encima mío, haciéndome daño en el proceso, pero no dije nada. Solo estaba atento a cualquier movimiento de Alek.

Buonanotte, señor Caruso.

Salí de mi ensoñación y contesté lo más normal posible.

Buonanotte, señorita Sorrentino.

Alek la cogió de la mano cuando se giró hacia él. El rubio no me quitaba la mirada de encima, y menos quitaba su estúpida sonrisa de la cara.

—¿Señor? —Dijo Salvatore sacándome de mis pensamientos.

—¿Sí, Salva?

—¿Quiere una copa señor Caruso? —Dijo Sophia tocándome la rodilla.

Sì, per favore. —Sólo quería quitármela de encima. Salva se inclinó hacia mí en cuanto vio que Sophia estaba efectivamente en la barra.

—Oye, ¿estás seguro de que quieres dejar pasar esta oportunidad?

Le miré sin entender ni una sola palabra de lo que decía.

—¿De qué oportunidad me hablas, Salva?

Éste miró nervioso a todos lados, y su mirada terminó por posicionarse en Gregory. No quise ver lo que hacía, era mejor no verlo.

—De matar a Novikov.

—Cállate.

—¿Me estás queriendo decir que no es una tentación?

Sonreí ante la idea. La verdad es que sí que lo era... Poder arrancarle la cabeza y rajarle la garganta porque está con mi mujer... Espera, ¿mi mujer? ¿He dicho mi mujer? Creo que llevo unas copas de más. Y hablando de copas... Sophia trajo dos jodidos cubatas a la mesa. Cogió uno de ellos y se lo fue bebiendo poco a poco. Se tambaleaba un poco.

Me levanté de golpe y me mareé al instante. No debí hacerlo, y mucho menos beberme el último cubata. ¿Cuántos llevaba? ¿Cinco? ¿Quizá diez? Me sujetó alguien por la espalda.

—¿Estás bien? —Me preguntó Salvatore.

—Sí. Supongo. —Miré a la chica, que no se quería ir de aquí—. La llevaremos con nosotros.

—¿¡Qué!?

—La meteremos en cualquier otra habitación del hotel para que duerma. Y ya está. No es tan difficile.

—Está bien... —Dijo él. Se quedó pensativo durante varios minutos.

—Tengo un mal presentimiento... —Dije preocupado. En cierto modo era verdad. Alek era peligroso. Me giré hacia mi colega, Gregory, el cual estaba borracho y con dos mujeres sobándole. Empezaba a darme hasta asco. Le moví un poco el hombro y reaccionó—. Tío, me voy.

—Claro... —Dijo. Empezó a buscar algo por todo el club, sin encontrarlo con éxito—. ¿Sabes dónde está esa chica tan guapa del vestido negro? La amiga de tu chica. —Miré a Sophia y luego volví a mirar a Gregory. Figlio di puttana...

—No lo sé, ¿perché?

—Porque tenía unas curvas que...

—Me voy. —Dije sin querer escuchar nada más de lo que diría ese idiota—. Mañana nos pondremos en contacto.

—Adiós, Leone.

Ciao, Gregory.

Salimos de la discoteca y casi se me olvidó un pequeño detalle. Casi.

—¡Leone! ¿A dónde vas?

—Nos vamos al hotel. —Le dije a Sophia.

—Oh... ¿me llevas contigo?

Sonreí, divertido por la situación. La chica pensaba que habría algo entre nosotros...

—Claro. Andiamo.

Al llegar al hotel, vi a través de los grandes ventanales de cristal como Alek y Emma se subían al ascensor. El ruso agarraba de la cintura a la chica y ella no oponía nada de resistencia.

—¿Leone? —Dijo una voz a mis espaldas. Sophia se colgó de mi brazo y suspiré fuertemente. Estaba seguro de que Alek la haría daño de un momento a otro.

—Llévala a una habitación, Salva. Tengo que ir a por el ruso.

—Claro, señor.

Salvatore hizo que Sophia se deshiciera de mí, o más bien que yo me deshiciera de ella. Me encaminé a paso ligero hacia los ascensores, hasta que unos ruidos de una persona corriendo hicieron que frenase en seco.

—¡Leone! ¡Este hombre quiere llevarme con él!

—No te pasará nada, Sophia.

Salva la alejó de mí de nuevo, pero justo antes de que se cerrasen las puertas del ascensor, Sophia entró corriendo conmigo y a Salva no le dio tiempo a cogerla.

—Sophia, te he dicho que te quedases con Salvatore.

—¿Por qué? —Ahora sí que estaba confundido.

—¿Por qué que, Sophia?

—¿Por qué ella y no yo? —Sus ojos empezaban a aguarse considerablemente.

—¿De quién me hablas, Sophia?

—Emma. ¿Por qué ella y no yo?

Empezó a llorar desconsoladamente y no tuve otra opción que envolverla entre mis brazos. Estuvimos así hasta que el ascensor llegó a la tercera planta, que es donde se alojaba esta noche Emma con Alek, pero las puertas se cerraron de nuevo y no pude salir del ascensor. No porque no quisiera, sino porque Sophia me tenía aferrado a ella como un chicle.

—Sophia, por favor, tengo que salir.

—¿¡Para qué!? ¿Vas a por ella, verdad? ¿¡Qué tiene ella que yo no tenga, Leone!? ¡Hago lo imposible por gustarte, por tenerte! ¡Pero estás hipnotizado con Emma!

—Sophia... —Dije en tono de advertencia.

—Yo siempre soy la que se lleva a los hombres, Leone. Siempre. Emma solo parece una niña pequeña a mi lado y nunca tiene posibilidades con nadie. ¡Y ahora tú, un hombre de prestigio, rico, guapo y con estilo quiere a una niña de segundas que a una mujer de verdad como la que tienes delante de tus narices! Emma no es más que una niñata que...

—¡Basta!

La chica se asustó por mi grito. ¿Y esto era una amiga? ¿Realmente era una amiga? No quiero saber cómo sería tener a esta chica de enemiga, tal y como ha hablado de su mejor amiga hace pocos segundos.

—No quiero que vengas conmigo. Vete dónde Salvatore te diga, ¿capito?

—Pero, Leone...

—Señor Caruso, para ti.

La chica me miraba asustada. Era normal, me había cabreado bastante. Necesitaba estar sin ella. Necesitaba estar solo.

—Lo siento, señor...

Salí del ascensor para dirigirme directamente a la habitación en la que se hospeda ahora mismo Emma y su querido acompañante. Sophia se quedó clavada en el ascensor, así que decidí dar al botón de la planta de recepción y que así saliese de aquí. Me di la vuelta y no vi con certeza si el ascensor se había ido. Efectivamente, la máquina se fue, pero Sophia no. Salió del ascensor antes de que las portas se cerrasen. Se calló de rodillas al suelo y se quedó mirándome con los ojos llorosos desde ahí.

Me giré y no conteste a sus súplicas. No sabía como hacerla ver que no quería nada con ella. Aunque sabía perfectamente que haberla besado, y casi acostarme con ella no ayudaba en nada. Puse la oreja en cada una de las puertas de las habitaciones para poder averiguar dónde estaban. Hasta que escuché su risa. Sabía perfectamente cómo era su voz. Golpeé no una, sino tres o cuatro veces la puerta con mis nudillos para que me permitieran pasar. Sí, ante todo educación.

—¡Ocupada! —Gritó Emma. Luego volví a escuchar otro de sus gemidos. Joder... no iba a poder soportarlo mucho más tiempo. Detrás de mí ya se encontraba de nuevo Sophia.

—¿Vamos a entrar aquí? —Preguntó con voz seductora.

—No. Bueno, yo sí. Tú te quedas aquí.

Volví a golpear la puerta y volvieron a decirme que me largara de ahí, que estorbaba. Entonces me cabree por completo, llegué a mi límite. No podía ni pensar en lo que estaría haciendo ese bastardo ruso con ella. No quería ni imaginarlo. Si no me querían abrir, asaltaría yo la habitación. Pensaréis que soy un pervertido, pero es por el bien de Emma. Así que, sin pensarlo dos veces, le di una patada a la puerta, tirándola abajo de un solo golpe. Crucé por encima de la misma mientras miraba el interior. Los dos se levantaron rápidamente, Emma intentaba taparse mientras el otro me miraba con furia. Exploté. Y exploté del todo.

—Cómo la vuelvas a tocar te mato, ¿¡me has escuchado!? —Estaba fuera de mis límites. No me importaba lo que pensase Emma en ese momento. Me daban ganas de llevarla a mi habitación y ducharla para quitarle la suciedad del capullo de Alek.

—¿Y tú quién cojones te crees que eres para irrumpir así en mi habitación, eh? —Me giré hacia Emma mientras mi ira seguía creciendo, aunque pensé que era imposible. Estaba salvando su vida, ella no lo sabía, pero así era. Yo no tenía la culpa de que este ruso de mierda fuera un espía de Volkov y así chantajear a Sorrentino. Lo tenía todo planeado, pero Emma no lo entendería, y mucho menos en las condiciones en las que se encontraba.

El muy gallito de Alek se levantó del suelo mientras me dirigía la palabra. Tan valiente como siempre, delante de las mujeres, claro.

—Ahora, déjanos en paz. —Concluyó él.

Ese comentario hizo que sacase mi último as en la manga. No quería hacerlo delante de Emma y su amiga para que no sospechasen nada, pero Alek me cabreó hasta niveles insospechados. Así que no tuve más remedio que sacar el arma que tenía guardada en la parte trasera de mis pantalones de vestir. Apunté a la cabeza de ese piccolo bastardo, y aún así parecía muy valiente.

—Mátame, atrévete. —Parecía de chiste.

—¿Ahora eres el héroe, Alek? ¿En serio? —Pregunté yo casi al borde de la risa.

—Hazlo y ella te odiará por siempre.

Miré a Emma. Estaba asustada, cubriéndose con las sábanas y con las lágrimas al caer. Joder, la había asustado. Yo solo quería salvarla de las garras de este tipo, no hacerla llorar. No era esa mi intención. El único objetivo que tenía en ese momento era matar a Alek de una vez por todas, pero no lo hice. No quería que Emma se alejase de mí. Aunque, pensándolo bien, seguramente ya quiera alejarse de mí tras verme sacar un arma de mi pantalón.

—¡Don! —Escuché el llamado de Salva. Me giré hacia él para escucharle sin dejar de apuntar al ruso—. ¡Los rusos están aquí! ¡Han entrado en el hotel! ¡Quieren a Emma!

—¿¡Qué!? —Gritó ella.

—Llama a todos mis hombres, Salvatore. Quiero verlos muertos. ¡A todos! Yo me encargo de este. —Dije con una sonrisa malévola mirando a Alek.

Salvatore salió corriendo. Escuché como llamaba por teléfono a todo el mundo. Mientras que yo seguía mirando esos ojos azules llenos de rencor.

—No vas a ser capaz de matarme. No delante de ella. —Dijo convencido de sus palabras. Aunque, en realidad, tenía razón.

—No te mataré. —Dije mirando de reojo a Emma. —Por ahora.

Aparte mi arma de su cabeza y dispare en su muslo. Él cayó al suelo, gritando y agonizando de dolor. Miré a Emma de nuevo, estaba cubierta por sábanas y huyendo hacia la otra punta de la habitación. Fui hasta ella, no podíamos quedarnos allí durante más tiempo. El ruso tenía un arma y debíamos ponernos a salvo. Teníamos que ir hasta mi habitación pero, ¿cómo debía convencerla?

—Emma, ven conmigo.

—¡No! ¡Aléjate de mí!

—Emma, per favore... tienes que venir conmigo.

—Vas a hacerme daño, vas a matarme. No voy a ir a ningún lado contigo. —Dijo con la voz temblorosa. Entendía perfectamente su miedo.

Me acerqué hasta que su rostro quedó prácticamente pegado al mío.

—Yo jamás te haría daño, principessa.

La llamé del mismo modo que la llamé ese día, el día del secuestro. Y sabía perfectamente que ella lo recordaba. Su rostro se relajó un poco, pero volvió a asustarse. Unos disparos empezaron a oírse por todo el lugar, sobre nuestras voces y sobre las agonías de Alek, el cual todavía estaba tirado en el suelo.

—Tienes que venir conmigo, per favore.

—No puedo confiar en ti.

—Ya lo hiciste una vez, y también había disparos. Per favore, Emma.

—¿Quién eres? —Preguntó duramente. Le miré confundido—. No entiendo qué quieren de mí. Todo esto es culpa tuya, la mia vita era tranquila hasta que llegaste. ¿Quién narices eres, Leone?

—Te lo diré cuando te ponga a salvo. A ti y a tu amiga.

Vi a Salvatore venir corriendo hacia nosotros. Parecía angustiado. Le hice un gesto para que se llevase a la chica que estaba en el baño a mis aposentos, y en un momento iríamos nosotros. Pero esta piccola me lo estaba poniendo muy complicado.

—Quiero respuestas. —Dijo ella.

—Las tendrás, pero primero te pondré a salvo.

—O me lo dices ahora o no me muevo de aquí.

Ya está, joder debía decírselo. Si no, la chiquilla no se iba a mover y tendríamos un disgusto peor. Se la llevarían de nuevo. No podía permitirlo.

—Soy Leone Caruso. El Don de la Sacra Corona Unita, el hombre más poderoso de la mafia italiana de Apulia.

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