You can't avoid it
Siete
<<You can't avoid it>>
Anteriormente
"Añoraba esos días de paz y de primavera eterna, el olor del mar frente al palacio de Citrino, los rostros alegres de su familia y los días en los que su única preocupación era llegar a tiempo a sus clases con Bookman y jugar con Lavi, el color verde extendiéndose por todos lados y el arrullo de su madre a la hora de dormir.
Reflexionó sobre muchas cosas y lloró hasta que sus lágrimas se secaron entre un llanto de profundo dolor. Luego de horas finalmente logró conciliar el sueño, rememorando los dulces recuerdos de su pasado... que sólo hacían más difícil su decisión.
Un príncipe nace para convertirse en rey y liderar a su reino, un guerrero sagrado debe estar dispuesto a sacrificar su vida por Gea en cualquier momento con tal de mantener la paz y la vida de los habitantes de Hollow Earth, ya sean de Lemuria o Atlántida, alfas, betas u omegas."
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Los dos días volaron como el viento seco de Lemuria.
Allen parecía sopesar una y otra vez su respuesta, caminando a paso lento por los pasillos del palacio en busca de una persona en concreto.
Pasó justo al lado de Miranda quien llevaba una bandeja con comida, posiblemente a su habitación. Ella estaba tan concentrada en no derramar el jugo sobre las rebanadas de pan que no se dio cuenta de su presencia.
—Buen día, Miranda —saludó a la omega con una sonrisa.
Esta respondió automáticamente sin caer en cuenta aun—Buenos días... ¡¿Allen?! —exclamó asustada e igual de pálida como si hubiera visto a un fantasma, ya que no esperaba verlo ahí. Por poco dejó caer la comida al suelo pero Allen la ayudó a mantener el equilibrio.
—¡¿Qué haces afuera?! ¡Si necesitabas algo pudiste haberme llamado! —preguntó nerviosa y con el rostro afligido.
Allen sonrió sereno— Debo hacer algo importante. No te preocupes, no saldré del palacio esta vez —añadió para calmarla.
—Pe-pero, ¿y qué hay de la comida?
—La probaré luego, gracias —regresó a su andar, dejando a la castaña con muchas dudas y sin tiempo de preguntar a dónde se dirigía.
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—Mami, mami... cuando sea grande quiero ser un músico, como los que tocan en las fiestas en el palacio —explica el cachorro albino, con sus ojos brillantes por la ensoñación y su inocencia.
...
Aquellos eran los recuerdos más lejanos de la memoria de Allen, teniendo en ese entonces alrededor de 27 años. El menor de ojos grises adoraba estar cerca del mar y pasear con sus padres. Para su suerte, el palacio de Citrino estaba justo sobre un acantilado y en su parte baja, una extensa línea de arena se extiende hasta donde se pierde la vista.
Su madre le miró con ternura. Estaba sentada en una de las rocas cerca de la orilla, observándolo correr y dejar sus huellas en la arena, empapándose con agua de mar.
Allen daba saltitos, deteniéndose de vez en cuando para tomar alguna concha o pieza de coral que le pareciera bonita. Su vista se fijó en un trozo hueco de coral con varios agujeros, lo tomó y empezó a tararear una de sus canciones de cuna favoritas, simulando tocarla como con una flauta.
Dicha acción provocó la risa de Daira. Al escuchar a su madre, Allen caminó hasta lanzarse a su regazo, también estiró la mano para mostrarle su hallazgo peculiar.
—Mami, mami... cuando sea grande quiero ser un músico, como los que tocan en las fiestas en el palacio. ¿Qué dices? —pregunta con entusiasmo, viéndola con ilusión en sus ojos.
—A-Allen... —el semblante de la castaña cambia a uno triste. Su mano toma el trozo de coral y su otra mano se dirige a la tiara que el príncipe tenía en su cabeza.
El mencionado observa como su madre pone ambas manos frente a él mostrando los objetos.
—Mi pequeño sol... eres un príncipe, un noble príncipe que se convertirá en el rey más justo, honesto y amado. Recuerda siempre eso —de esa forma estaba tratando de enseñarle una lección muy importante, colocando la tiara nuevamente sobre su lugar y acariciando en el proceso los blanquecinos y suaves cabellos de su hijo.
—¿Y si no quiero ser un rey? —pregunta con inocencia y algo de desconcierto por las palabras de su madre.
—Eres muy pequeño para entender aún... pero nosotros no tenemos elección, no podemos escoger. Yo tengo un deber que cumplir y tú también tendrás un deber aún más importante cuando seas grande —contestó tomando la fina mano rojiza de Allen, dejando su pulgar sobre la marca en donde el cristal verde de inocencia brilla sobre el dorso.
Allen no le prestó mucha importancia y no tardó en distraerse como todo cachorro curioso y regresar a sus juegos infantiles.
Luego de un rato, ambos caminaban tomados de la mano después de observar el atardecer del ciclo solar menor. Allen se soltó de su agarre para correr y dejarse cargar en los brazos de su padre que esperaba por ellos a la orilla del mar.
Dejando un rastro de pisadas sobre la arena y aquel trozo de coral perderse en sus recuerdos...
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—¿Su alteza? —exclama con asombro uno de los guardias.
—¿Sabes si el general Cross se encuentra en su estudio? —pregunta algo impaciente. El beta asintió, acompañando al príncipe hacia donde se encontraba el pelirrojo.
Abrió la puerta de su oficina, pero antes de ingresar se detuvo por unos segundos. Luego de controlar sus nervios se acercó al alfa con su mirada llena de decisión.
Contrario a lo que pensaba, el alfa más fuerte del reino y el mejor estratega militar estaba tirado con resaca en el gran sofá cerca del escritorio lleno de pergaminos, mapas y talismanes, aparentemente con un terrible dolor de cabeza.
—No es el mejor momento para venir a molestarme, aprendiz idiota. Será mejor que sea algo importante —musita con fastidio y con una bolsa de hielo sobre su cabeza.
—Ya tengo mi respuesta —dice con seriedad. Cross se incorporó para encararlo.
—¿Y bien? —alzó una ceja en duda.
—Acepto el compromiso...
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—¡Me niego! —Kanda espetó fúrico. Su mirada llena de odio iba dirigida al rey con su imperturbable rostro comprensivo, demasiado molesto a su parecer.
Tuvieron una acalorada discusión tan pronto el espadachín llegó de su última misión. Quienes estaban dentro del gran salón del trono retrocedieron ante la ira de Kanda.
Los guardias del rey estaban en máxima alerta, llegando incluso a apuntar sus lanzas contra el azabache. Kanda ni siquiera estaba usando su voz de alfa, pero su mera presencia ya era intimidante para ellos.
Ni siquiera Alma era capaz de intervenir, ya que estaba igual de choqueado con la inesperada noticia.
—Yuu, mi querido hijo, escucha... Sé que te debo una buena explicación —Tedoll seguía intentando apaciguar sus ánimos caldeados.
—¡Deja de llamarme Yuu, maldita sea! Y no cuentes conmigo en esto —gruñó una última vez antes de darle la espalda en dirección a la salida.
—¡Espera! —extendió su brazo pero era imposible detenerlo. Kanda salió, lanzando la enorme puerta con tal fuerza que terminó agrietando el cristal, dejándola inservible. Tiedoll finalmente se dejó caer sobre su silla y exhalo el aire en un suspiro audible. Alma de inmediato se acercó para cerciorarse que su padre estaba bien.
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Una hora antes...
El viaje había sido largo y estresante para el trío de jóvenes altantes. Fuera de las aguas poco profundas, el mar alberga muchos peligros si se viaja solo o en hipocampo, por lo tanto su travesía de regreso a Atlas debían hacerla en una embarcación.
Iban en una fragata de vela de la guardia real, de apariencia rústica pero resistente. Sus hipocampos estaban asegurados bajo el agua desde el bauprés del barco.
Llegaron a su destino en menos de una semana; las excéntricas y únicas edificaciones propias de la ciudad empezaron a emerger del agua a medida que estaban más cerca de Atlas. La entrada a la metrópoli resalta por sus gigantescos anillos de tierra que surgen de islas rocosas.
Muchos curiosos, ciudadanos comunes, mercantes y cargadores del puerto se acercaron a la orilla de piedra para darle la bienvenida a los príncipes. Fueron recibidos con bullicio, canciones y un gran festejo sobre tierra y bajo el agua. La algarabía y jolgorio estaba por todo lo alto, cosa que extrañó a los ocupantes de la fragata.
Una vez empezaron a desembarcar, el alfa azabache fue el primero en bajar al muelle. Estaba acostumbrado a misiones largas pero pensaba que la fiesta en la ciudad era totalmente innecesaria, quizás se debía a que su padre mandó a celebrar su bienvenida.
—Es raro que estén tan felices de vernos... por lo general es lo opuesto —se preguntó Alma intuyendo los pensamientos de Kanda y colando su brazo sobre sus hombros, recibiendo una mirada de reproche.
Ya no portaban sus uniformes de la Rama Sur, estos fueron reemplazados en el viaje por ropa tradicional atlante. Alma llevaba un conjunto azul de pantalón holgado hasta los tobillos y keikogi sin mangas con llamativos relieves en toda la tela en conjunto. Sujeta en su centro por un gran obi de tonos rojizos y listones dorados con largas y delicadas piezas de tela emulando las aletas de un pez colgando de sus brazos, dejando ver la extensión de la inocencia que surca su brazo derecho. Kanda, de igual forma, vestía uno similar en un tono negro con obi turquesa y mangas del mismo color.
Su ropa resalta en medio de las vestimentas cotidianas de la mayoría de los atlantes, quienes usan colores un poco más opacos y sin las vistosas mangas colgantes ya que solo pueden ser llevadas por nobles y la realeza al ser éstas uno de los símbolos de estatus en el reino.
—Tsk... Nos pudimos evitar todo este alboroto si hubiéramos tomado a los hipocampos para ingresar por los túneles. Son demasiado ruidosos —se quejó Kanda.
—Y seguirán llamando la atención si se quedan más tiempo aquí —agregó la recién llegada, escondiendo su risa. Lenalee también dejó de lado su uniforme, llevando un lindo vestido oriental corto en tono rosa con pequeños bordados simulando escamas de pez y largas mangas en forma de aleta, terminando con la tarea de amarrar su cabello en un par de pequeñas colas.
Los hermanos estuvieron de acuerdo y se hicieron paso entre la multitud para llegar a sus hipocampos y buscar la zona residencial del clan, ya que está restringida para los atlantes comunes y así evitar el tumulto causado por las celebraciones en las calles y canales.
En su travesía hasta el palacio, un cardumen de peces se había aglomerado y nadaban junto a sus hipocampos. Alma jugueteaba con ellos lanzando pequeñas burbujas de aire, pero su diversión fue corta ya que los peces se asustaron y huyeron tan pronto un chirrido metálico inundó el agua a su alrededor, siendo las puertas de entrada del palacio que se abrieron para ellos.
Los guardias les dieron la bienvenida al palacio de Pragas, es la estructura más grande y alta de Atlas que puede verse desde cualquier ángulo de la ciudad. Tiene una gigantesca figura tallada en piedra de un dragón serpenteante sobre su cúpula, sosteniendo a un pez en sus fauces.
Si el lujo y grandeza de Pragas se refleja en el exterior del palacio, su interior es aún más exquisito; el palacio de Cuargeo y sus jardines son diminutos en comparación. Las paredes y decoraciones de cristal en el techo están bañadas por el reflejo turquesa del agua en los estanques con nenúfares y flores de loto en su interior. Cientos de piedras preciosas, cuadros pintados a mano, pieles de animales exóticos, finas telas de seda y estatuas de oro y plata decoran cada centímetro del lugar.
En la entrada principal había un hermoso jardín con flores exóticas y cientos de estandartes y banderas que ondean al viento con el logo de la familia real.
Kanda salió del agua de forma elegante, con su mirada seria y Alma iba junto a él con una sonrisa. Por protocolos del clan y la realeza, Lenalee debía ir unos pasos atrás de ellos mientras estuvieran en el palacio ya que a pesar que es de familia noble, no tiene sangre real y su rango es mucho menor al ser una omega.
Cruzaron un sendero lleno de pilares adornados con parras de uvas y otras plantas frutales que los llevaron directo al gran salón principal donde el rey los esperaba.
—Buen día, padre ¡Estamos de vuelta! —saluda Alma al ingresar, ensanchando su sonrisa mientras abrazaba a su padre.
Tiedoll desbordaba felicidad porque sus adorados hijos finalmente habían regresado— Espero les haya gustado la celebración de bienvenida en la ciudad —canturreó feliz.
—Si —responde Alma— Nos tomó por sorpresa también.
—Buen día, su alteza. Lamentamos llegar tarde —dice la omega, escondiendo su risa con la enternecedora actitud paternal del rey.
—¡Oh!... Hola, pequeña Lenalee~ —responde de forma alegre—. Tu hermano viene en camino. Apuesto a que estará muy feliz de verte también —recibió el asentimiento de la oji lila y una reverencia.
—Parece que a alguien le comieron la lengua los peces... —dijo Tiedoll, soltando de su asfixiante abrazo a Alma para acercarse a su otro preciado hijo— Yuu, ¿no vas a abrazar a tu viejo padre? —preguntó y extendió sus brazos, pero Kanda lo esquivó antes de ser abrazado también.
—Tsk... Sólo termina con esta reunión y dame el sermón de una buena vez. No toleraré que el gobernador en su castillo de juguete me reclame por los daños del puerto cuando fui yo quien salvó su maldita ciudad del ceto —se quejó, cruzado de brazos.
— ¿Huh? —Aquello tomó por sorpresa al rey, pero pronto su expresión cambió a una más seria—A decir verdad... no es precisamente eso de lo que quiero hablar contigo y con Alma —subió un par de escalones y se sentó en el trono, menos animado que antes. El ambiente dio un giro drástico y tanto Alma como Kanda se pararon frente a él en silencio.
Con un gesto de su mano, los guardias y Lenalee se retiraron, cerrando las puertas tras de sí.
—¿De qué se trata esto? ¿Ha ocurrido algo malo? —pregunta Alma cuando estaban finalmente solos.
El mayor extendió su mano para tomar una refinada carta con el sello de Lemuria abierto, bajo la mirada desconcertada y curiosa de los príncipes— El consejo real de Lemuria hizo una nueva petición de ayuda urgente. Parece que han llegado al límite y solo es cuestión de tiempo para que el Conde tome el control de sus tierras —abrió el papel y soltó un suspiro sin mencionar su contenido aun.
—No veo necesario que te tomes la molestia de llamarnos para discutirlo cuando el clan de Loto ya les denegó su ayuda. Eso fue antes de partir a nuestra misión en Acheron —responde Kanda, sospechando que había algo más.
—Yuu tiene razón... —añade Alma con seguridad— Entiendo que no podemos ayudarles a menos que se renueve el tratado de intercambio, pero para eso no nos necesitan a nosotros. Es una decisión entre el clan y el rey. ¿Cambió algo que nos involucre en esta ocasión?
—Tu no, Alma. Yuu por otro lado, sí —explicó y Kanda de inmediato frunció el ceño— Aún así, ambos tienen que saber la decisión.
Tiedoll prosiguió al no recibir más preguntas—Tras consultar un nuevo término dentro del tratado conmigo, llegamos a un acuerdo. Sin embargo... hay una condición especial: para comenzar a enviar nuestra ayuda y recursos a Lemuria, se debe concretar primero un lazo más fuerte entre los herederos de las familias reales. En otras palabras, el compromiso y eventual unión en matrimonio de Yuu con el príncipe Allen de Lemuria. La aprobación fue mía y el joven Walker aceptó las condiciones. Según la carta de su comitiva, estará en Pragas en unos días para comenzar con el cortejo.
Tanto Alma como Kanda tardaron en digerir la noticia. Alma parpadea todavía incrédulo y abría su boca buscando decir algo sin lograrlo, pero al darse cuenta, su mirada fue directamente a la temible presencia que provenía de Kanda.
Este seguía con los ojos bien abiertos y la sensación de un peso sobre su pecho. De todas las cosas que el clan y su padre habían decidido por él, esta era la más descabellada, y por varias razones.
Príncipe... compromiso... boda... marca... hijos...
Una herida que creía cerrada hacía décadas se volvió a abrir en lo profundo de su corazón. A su mente llegaron de golpe los amargos recuerdos de lo acontecido en esa época oscura en su vida, haciéndolo estallar en coraje e ira.
Lo que llevó al momento tenso en el presente.
...
Luego de la discusión y de que Kanda se fuera a quien sabe donde, las cosas se calmaron lo suficiente para que Alma se permitiera pensar con la cabeza fría. Este consolaba a su padre, pasando su mano en suaves masajes sobre la espalda del mayor.
Tiedoll era un libro abierto en ese instante; se podía notar una nube depresiva sobre él y una expresión infantil al sentir el rechazo de Kanda.
Se le permitió a Lenalee entrar y se enteró por medio de Alma de lo que causó la reacción y la furia de su hermano— Ahora entiendo por qué estaba molesto. Es una condición difícil de aceptar para cualquiera, pero es peor para él —musita la peliverde agachando su rostro para esconder su mirada triste. Sintió la mano de Alma en el hombro, ella lo miró y el ojiazul le dio una pequeña sonrisa para animarla también al igual que su padre.
—¡Aléjate de mi preciosa hermanita, maldito pulpo de agua dulce!
Escucharon el grito de alguien que recién entraba al salón con la mirada ensombrecida. Era Komui Lee, uno de los clérigos alfa y supervisor encargado de la sede de guerreros sagrados en la Rama Sur.
Alma se separó de inmediato y la omega corrió hasta él, dejándose abrazar de forma protectora— ¡Que alegría verte, hermano! Te extrañé mucho.
Komui frotaba su cara con dramatismo sobre el brazo de la peliverde, alejándola de Alma aún más— ¡Mi querida Lena!... ¡La luz de mis ojos! Cuando tu no estas cerca es una tortura peor que la muerte ya que tu melodiosa voz, tan hermosa como la voz de Gea, es la que ilumina mis días.
Ciertamente Komui era demasiado empalagoso cuando se trataba de su hermana menor. La protege de cualquier ser vivo que la mire con intenciones que no sean inocentes, aunque su juicio tampoco discrimina a quien sea que crea que ha invadido el espacio personal de Lenalee con o sin malicia.
En un instante su actitud infantil pasó a ser hostil, encarando al Alma quien solo atino a sonreír de forma nerviosa— Mi bella Lenalee es la omega más hermosa y dulce de Atlantida, y mi deber como su hermano es mantenerla a salvo de cuanto alfa pervertido y libidinoso ronde a menos de veinte metros de ella... Incluidos los príncipes... —amenazó con los ojos inyectados en fuego y haciendo ademanes exagerados.
—Si sabes que soy beta, ¿verdad? —murmura Alma, rascando la parte trasera de su cabeza con algo de empatía por la omega y su hermano sobreprotector. Para él, Lenalee no es más que una gran amiga, considerándola incluso parte de la familia.
En cuestión de segundos, Komui regresó a su postura formal como clérigo— ¡Ah! Me disculpo por entrar sin su permiso, su majestad... —hizo una reverencia ante el rey.
Habiéndose calmado los ánimos, esta vez fue Alma quien interrumpió el momento— Y bien, padre... —Las miradas se enfocaron en él. Luego el azabache aclaró su garganta— Yuu no quiso escuchar tu explicación sobre el compromiso, pero yo sí.
—Al menos eres un poco más comprensivo, Alma. Te agradezco por escucharme —dijo conmovido— Nadie sabía de esto, ni siquiera el clan, pero Mana y yo habíamos pactado la unión de nuestros herederos. Eso fue poco después de que el príncipe Allen naciera —comenzó a explicar.
Komui y Lenalee dudaban si dejarlos solos en su conversación, pero la miraba comprensiva del rey les instó a quedarse.
—Komui...
—Diga, su majestad —el mencionado se inclina en otra reverencia.
—Sabes bien que se desconoce la casta de un cachorro hasta que debuta en su primer celo, ¿no es así?
—¿Eh? S-si —respondió inquieto a la pregunta obvia.
—Pues Mana estaba totalmente seguro de que el pequeño príncipe sería un omega, gracias a la profecía de ciertos grimorios. Recuerdo pensar que estaba paranoico porque a diferencia de él, Daira y el resto de su clan estaban casi seguros que el bebé estaba destinado a ser un alfa debido a la marca de Gea en sus ojos y la inocencia que nació junto con su brazo —levantó su rostro para mirar el cielo a través del techo de cristal, recordando el día del funeral de Daira y la pequeña mano enrojecida de Allen siendo cachorro.
—Pero no es la primera vez que la casta de un menor va en contra de sus cualidades físicas —recalcó Komui, llevando la mano a su mentón pensativo— Prueba de ello es el mismo príncipe Alma —miro al joven beta. Alma desvió sus ojos zafiro a su inocencia parásita; unas finas líneas metálicas y trazos en forma de plumas cubren la extensión de la piel de su brazo derecho, empezando por el dorso de la mano en un extraño espiral, finalizando cerca del cuello y con dos líneas divididas que se amoldan a las curvas de su hombro.
—Aún hay algo que todavía no has explicado... —pregunta Alma con tono serio— ¿Por qué nadie se enteró de ese acuerdo hasta ahora?
Lenalee y Komui también esperaban curiosos. El silencio de Tiedoll sólo hacia más misteriosa la respuesta.
—La verdad es que yo... —llevó la mano hasta su cabeza, regresando a su actitud alegre de siempre— ¡Lo había olvidado!
Tiedoll comenzó a reír con la tremenda sorpresa e incredulidad de los presentes por lo despistado que podía ser en ocasiones.
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Kanda tomó a su hipocampo y salió de Pragas, no tenía un rumbo fijo. Había un huracán revolviendo dolorosos recuerdos del pasado en su mente, recordandole una y otra vez que su mera existencia solo tiene el propósito de cumplir órdenes sin objetar.
En poco tiempo ya estaba en la parte más alejada de Atlas, moviéndose grácil dentro de una red de cavernas abandonadas; una zona conquistada por manglares, raíces tan gruesas como troncos de árbol y aguas cristalinas.
Conocía muy bien el lugar, ya que lo frecuenta regularmente en los momentos en los que el bullicio del palacio y la infinidad de reportes o misiones lo desesperan. Emergió a la superficie arenosa de un espacio dentro de la cueva, quería silencio a su alrededor y estar lejos de todos en ese momento.
Lo que Kanda no notó, sin embargo, fue que alguien lo estaba siguiendo. El agua tiene como mayor desventaja que oculta el aroma de un alfa u omega, haciendo imposible rastrear a alguien bajo la superficie, cosa que Lenalee aprovechó después de conversar con Alma y el rey para salir en busca de su compañero y amigo.
Su intuición le decía que el alfa estaba cerca, llevandole solo unos minutos localizarlo y adentrarse en su escondite preferido. Con sumo cuidado de no hacer ruido nadó hasta la orilla y se asomó entre las estalagmitas de piedra caliza, ocultándose gracias a una diminuta cascada que se filtra desde el techo.
Notó en la mirada color zafiro del alfa que estaba frustrado y molesto, llevándose las manos a la cabeza y quejándose en murmullos inentendibles por la distancia desde donde lo observaba.
Lo que Kanda trataba de hacer era tranquilizar sus emociones para meditar, pero lo que se repetía en su cabeza como voces haciendo eco eran las palabras de su padre hablándole sobre el compromiso, uno que rechazaría con todo su ser.
—¡Maldición! —gritó cansado. Con el puño limpio golpeó con ira un enorme mineral cristalizado hasta hacerlo cientos de fragmentos. El interior de la cueva pronto se iluminó por los reflejos que captaron los pocos rayos del sol que se filtraban por la cascada.
Cayó sentado en el suelo rocoso, controlando su respiración. Fue en ese instante que finalmente sintió el tenue aroma a lavanda de Lenalee.
—¿Cómo encontraste este lugar? —preguntó demandante y la peliverde se estremeció por la hostilidad en su voz. Salió de su escondite y se acercó con cautela.
—Moo~ las personas no te tienen respeto, te tienen temor por tu falta de tacto y amabilidad. No puedes andar por doquier usando tu voz de mando para lo que sea —reprochó la omega, ladeando su rostro— Ya conocía tu escondite, lo descubrí por casualidad hace años, cuando aun eramos cachorros. Si sabías que en el agua no puedes rastrear a nadie, ¿verdad?
—Vete de aquí... —le ordenó, cerrando sus ojos para no verla a la cara. Era obvio que no estaba de humor para recibir sus reclamos a pesar de que Lenalee era la única persona en todo el reino con el valor de regañarlo.
La oji lila lo miró preocupada. Entendía que quería estar solo, pero también sabía qué tipo de pensamientos negativos pasaban por su mente.
—Sabes... —tomó asiento a la par de él. Kanda parecía ignorarla, pero la estaba escuchando atento— El rey nos explicó que la situación en Lemuria es... grave, y por eso el príncipe aceptó el compromi-...
—Ese es problema de ellos, no de nosotros —interrumpió, viéndola de soslayo— No tenemos porque ayudarlos y yo no tengo porque aceptar esta estúpida condición. No pienso casarme con un príncipe llorón que no puede hacer nada por su reino.
—Es un problema que también te concierne —reprendió la menor, manteniendo su tono de voz sereno— No se demasiado sobre temas políticos o de diplomacia, pero cuando seas rey, una de tus responsabilidades será mantener buenas relaciones con el reino de Lemuria. Si dejan que su reino caiga, nosotros también no veremos afectados por la oscuridad del Conde y sus akumas si se apoderan de su tierra.
Kanda no contestó y no iba a hablar más del tema. Lenalee suspiró un tanto desilusionada por el pesado silencio y por ser ignorada.
De pronto una espina de duda surgió de su pecho, no quería tocar ese delicado tema, pero debía hacerlo tarde o temprano.
—¿Aún la extrañas?... —pregunta con cautela. Notó que el alfa tensó su mandíbula y se puso de pie, dándole la espalda.
Ella sabía la respuesta. Se acercó de nuevo y quiso poner la mano en su hombro para brindarle apoyo, pero Kanda se alejó de su toque. Se volteo y la vio con unos ojos fríos y sin brillo— Ese no es tu asunto... Quiero estar solo, ¿acaso no entiendes eso? ¡VETE DE AQUÍ! —gritó de nuevo, esta vez usando su voz de alfa.
Lenalee tembló ante su voz. Como omega era aún más susceptible y siendo Kanda un alfa de alta categoría, hizo que cayera de rodillas agachando su rostro ante la presión.
Kanda abrió los ojos y finalmente recuperaron su brillo. Sin embargo, ya era demasiado tarde para retractar sus acciones. Chasqueó su lengua y se alejó para darle espacio cuando sintió el miedo mezclado en su aroma.
Lenalee no podía negarse a la orden hecha con la voz. Con los ojos llorosos y las piernas temblorosas se puso de pie buscando alejarse. Pero antes de saltar al agua y regresar al palacio, juntó la valentía suficiente para poder hablar sin el nudo en su garganta.
—Yo aún la extraño, Kanda. Pero con el tiempo aprendí algo, debemos seguir adelante pese a las cicatrices que cargamos en nuestro corazón... Estoy segura que ella hubiera querido que fueras feliz, aun si ya no esta a tu lado —sentía el llanto a punto de nublar su mirada llena de tristeza. Saltó al agua para buscar a su hipocampo, dejando al azabache finalmente solo en la cueva fría y desolada.
Kanda notó algo cálido bajando por su mejilla y llevó la mano a su cara, tocando la humedad de una lágrima que se escapó sin permiso de sus ojos.
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Traducción del título: <<No puedes evitarlo>>
Keikogi: parte del torso de un traje típico japonés que normalmente va sujeto por un obi simple. En este caso al tratarse de la descripción de vestimentas de la nobleza Atlante tienen mayor vistosidad en cuanto a colores y tienen modificaciones importantes.
Por ejemplo, sólo las familias de los clanes y realeza usan accesorios y mangas en forma de aletas separadas del torso del traje. Las mujeres visten una modificación de kimonos cortos en un estilo de short o vestido y también aplican las mangas colgantes en mujeres de la nobleza.
La ropa está adecuada de esa forma ya que los atlantes llevan una vida semiacuática. Algunas fibras son hidrofóbicas o están recubiertas con ceras especiales para resistir los cambios de acidez y salinidad del agua dulce y el agua de mar.
Pragas: El nombre del palacio deriva del mineral Pargasita de aspecto prismático naturalmente encontrado en tonos verdes azulado o verde oscuro.
Casta de los personajes presentados actualmente:
Komui Lee (alfa)
Quiero mostrarles este lindo FanArt de Alma con un traje atlante gracias a moyashisa16 moyashisa16 (Yukariet) *grito de fangirl* ¡ES HERMOSO!
Aquí dejo el link de su página de FB para que admiren el resto de obras de arte que Yuka-chan crea con sus habilidosas manos(人'∀'* ) https://www.facebook.com/Yukariet/
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Los dejo con un Bye Bye Dango...
レムーリャ By: Varela D. Campbell ウァレラ・デェー・キァンベル。
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