The hare between wolf's fangs


Uno


"Muchos siglos atrás, la gran Diosa Gea y los guerreros escogidos por ella, libraron del asedio al pueblo de Lemuria y Atlántida de la maldad de los los Noah. Los Noah alguna vez formaron un poderoso imperio, lleno de personas viles, seres oscuros, bestias sedientas de destrucción y ansias de guerra. Tenían una fuerza descomunal que hacía temblar hasta el más valiente de los alfas. Con sus manos lanzaban hechizos y usaban magia prohibida con el fin de gobernar todo el mundo intraterrestre" La mujer de porte elegante y larga cabellera castaña que narraba dicha historia colocó la mano sobre la tapa del libro que leía para finalizar el relato.


—No te detengas, mamá. ¡Venía la mejor parte! —pedía el niño de cabellos blanquecinos y tez clara a la persona que se encontraba a su lado en la cama. Comenzó a hacer pucheros y a rogar con sus ojos bien abiertos para que su madre continuara leyendo su cuento predilecto.


—Cariño, ya es tarde y tienes que dormir o sino tu padre se enojará. Y no quieres eso, ¿o si? —ella lo miró comprensivamente, pero también señaló la hora del reloj en un mueble muy cerca de la enorme puerta.


—Por favor... —le suplicó una vez más, jalando la falta de su vestido suavemente— Sólo unos minutos más. No quiero esperar por el final hasta mañana —dijo, para soltarse y luego acomodarse, juntando su pequeño cuerpo a las almohadas que bien podrían ser de su tamaño.


Su madre suspiró desarmada ante la mirada angelical de su cachorro y concedió su capricho inocente—. De acuerdo... Pero luego será hora de dormir—. Con resignación y una cálida sonrisa dedicada a aquel precioso niño acobijado en la cama, abrió el libro nuevamente para terminar de narrar la historia con los ademanes que más le encantaban al menor.


Los ojos grises de aquel niño observan admirados el relato contado por su madre. La fina y melodiosa voz de la mujer hacía eco en la paredes de la habitación, su dulce aroma lo acunaba y llenaba de calma pese a las turbulentas palabras escritas en dicho libro; narrando la sangrienta lucha entre seres de luz y oscuridad.


"Los guerreros recibieron el poder de Gea y libraron una fiera batalla contra el oscuro clan de los Noah. Su lucha duró una infinidad de soles, pero con la caída de los doce grandes y el Conde del Milenio, impidieron una vez más que el sello de Erebo fuera liberado. La Madre Tierra fue la triunfante vencedora, confinando en el rincón más alejado y frió a aquellos monstruos que debían su lealtad al Conde... en un lugar donde la maldad nunca pudiera dañar nuevamente a sus preciosos hijos, los habitantes de Lemuria y Atlántida" Sintió que el pequeño en sus brazos comenzaba a ceder ante el sueño, acariciando su cabello. "En honor a Gea, los guerreros decidieron construir majestuosos templos, y así, surgieron finalmente los imponentes reinos que todos conocemos" Fin... —musitó depositando sobre la mejilla del menor un beso y removiéndose de su lado para colocar el libro sobre la mesita a un costado de la cama.


—Lindo día, mamá...


—Lindo día, amor... Descansa.


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En ese entonces el joven príncipe, Allen Walker, tenía apenas 44 años y para muchos era la alegría que iluminaba cada rincón del palacio, ya que era el hijo de dos padres muy amorosos y el futuro soberano de un reino entero.


Primogénito y único hijo del filántropo rey Mana Walker y la bondadosa reina Daira. Fue bendecido desde su nacimiento por la diosa Gea con el don de la luz, denotado en su sedosa cabellera del tono blanco más puro, los ojos grises y una rara pieza de inocencia que se aloja en su pequeño brazo, tiñéndolo de un tono ocre oscuro. Al nacer, los hechiceros y clérigos dedujeron que el príncipe sería un símbolo de grandeza y orgullo para la familia real, ya que el tipo de inocencia que estaba en su interior sólo podía significar que Allen estaba destinado a ser un alfa de alta categoría, además de convertirse en un guerrero sagrado de inimaginable fuerza.


El rey dudaba un poco de las afirmaciones de los hechiceros y videntes sobre futuro de Allen como un alfa. Era suficiente con sólo conocer lo básico de la fisionomía de un alfa y luego ver a su inquieto hijo llorando por una diminuta herida causada por la espina de la rosa de uno de los jardines del palacio. Pero el rey Mana lo amaba tal y como era. Ciertamente el pequeño príncipe tenía un cuerpo delicado, estilizado y sus facciones eran finas, más que las de otros niños de su edad.


Sólo se tenía registro de dos alfas de esta categoría en toda Lemuria: el general de la armada militar y el rey. La reina Daira Walker era una omega muy refinada y sabia. Ella, en cambio, no perdía la esperanza de que su retoño, sea alfa u omega, se convertiría en un lider respetable y un rey noble. Después de todo, nadie podía saber exactamente que casta dictaría el camino de Allen, ya que a pesar de que su padre fuese un alfa, sólo se llegaría a saber luego del primer celo del menor.


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Dentro de la mayor fortaleza rocosa de la ciudad costera de Citrino, el castillo real se alzaba varios metros sobre un frondoso bosque, bordeando la parte delantera de los terrenos reales; la muralla más alta del palacio estaba tallada en piedra sobre un abismal risco a la orilla del mar con una espectacular vista al puente de Cira, golpeado por frescas olas llenando de aire salado todo a su alrededor. En el centro de la capital, los habitantes destacaban por ser de clase media y acomodada, sus vestimentas eran por lo general sherwanis ligeros y de los colores más vibrantes. Cerca del puerto, había una extraña combinación de atlantes que viajan o residen cerca del puerto de Cira, que era el principal puerto y centro de comercio del reino de Lemuria. Los lemurianos, siempre alegres y trabajadores, vivían en una apacible utopía, en una paz que no había sido perturbada en mucho tiempo.


El palacio estaba dividido en tres alas, una por nivel. La principal y más grande, en donde se encontraban los salones, el salón del trono y áreas con mesas gigantescas para las reuniones de estado, era el lugar de reuniones con los nobles, embajadores, visitantes atlantes, empresarios poderosos y guerreros para llevar a cabo ceremonias, juramentos de título y fiestas. 


La segunda ala o nivel, donde sólo se permitía el acceso a betas u omegas del personal de servidumbre, es la zona donde algunos eruditos del clan Bookman y generales autorizados acceden al bibliotecario y otros salones privados o jardines dentro del palacio.  Finalmente, en la parte más alta, se encontraban los aposentos reales y la habitación del príncipe. Por tal motivo, Allen permanecía gran parte del tiempo aislado del exterior siendo el imponente palacio de Citrino, una ciudad por sí sola. En pocas ocasiones a la semana le permitían salir al área militar de caballería en las afueras del palacio.


Por tal motivo Allen se sentía solo; los guardias y la servidumbre a su alrededor lo trataban con todos los honores y respetos como si de un adulto noble se tratara. Como niño, lo trataban como la pieza más frágil de cristal, haciéndolo sentir incómodo con tantas formalidades y etiquetas.


En repetidas ocasiones, tantas que eran difíciles de recordar para Allen, le pedía a su padre que lo dejase acompañar en los viajes y visitas que hacía al reino de Atlántida. Sus ojos plata siempre deslumbraban fascinados con los relatos contados por su madre e institutrices sobre las maravillas del continente acuático, de la ropa muy diferente a la de sus súbditos, sus extraños habitantes mitad pez y la capital del reino, Atlas. Sin embargo, nunca tuvo la oportunidad de acompañar a sus padres, escuchando las mismas excusas de que aun era muy pequeño para el peligroso viaje, que el océano siendo demasiado traicionero podía arriesgar su seguridad, o que podría acompañarlos cuando tuviera edad suficiente para obtener a su grifo... La lista interminable de pretextos no hacían mas que frustrar su curiosidad y querer crecer para explorar el reino entero y cuidarse solo. 


Muy pocas veces pudo conocer a los nobles que venían de las lejanas tierras de Atlantida, la mayoría fue en fiestas casuales a las que asistía, pero por más que intentó, sus preguntas eran ahogadas por los protocolos de "príncipe joven que no puede interferir en conversaciones  o temas de adultos". Soñaba con algún día conocer al rey de Atlántida. Según su padre, la última visita que había hecho a Lemuria había sido poco antes de que naciera. Desde entonces, el palacio sólo recibía visitas de embajadores, nobles —"gordos y feos" como les decía él—, y comerciantes.


"¡Un día voy a conocer todo el reino y seré libre! Me convertiré en un guerrero fuerte como mamá dice. Así mi padre no se preocupará por mí nunca más" decía una y otra vez dentro de su joven e inocente mente, despidiéndose una vez más de sus padres con una sonrisa en su rostro, viendo los barcos alejarse y adentrarse en el mar hacia algún otro viaje diplomático.


Los momentos más divertidos para Allen, en los que podía comportarse como cualquier niño de su edad, eran cuando jugaba con su único amigo, cuando pasaba las tardes luego de sus clases privadas a la orilla del mar paseando junto a su madre, cuando se colaba al salón del trono y jugaba a los pies del trono de su padre y cuando le permitían salir a las afueras del palacio y acercarse al área de caballería para los inicios de su entrenamiento como futuro guerrero sagrado. Debía aprender sobre el manejo de la espada, arquería, artes marciales y principalmente aprender a activar la inocencia dentro de su brazo.


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Ese día...


Allen estaba en el bibliotecario, lugar donde se conservan todos los manuscritos recientes y antiguos de la historia, la familia real, del continente y de Gea. Sus clases particulares eran siempre muy puntuales y estrictas ya que lo instruía el más sabio erudito real. Tras un par de horas, su clase se vio finalizada y no veía la hora de poder bajar al área de entrenamiento y practicar junto a su mejor amigo Lavi.


Lavi Bookman, es un niño de 56 años de vivos cabellos rojos muy alborotados, ojos de un profundo color esmeralda y una actitud infantil, burlona e intuitiva. Llevaba un par de años viviendo en la capital para estar cerca de su abuelo y era el único amigo que Allen tenía. A Lavi se le permitía el ingreso al palacio por ser el nieto del ministro alfa y erudito Bookman,  siendo este era el líder del clan de guardianes del conocimiento e historia de ambos reinos. 


Lavi siempre solía llamarlo "Panda", pero a pesar de ser sólo un niño igual que Allen, era el sucesor del clan Bookman. Era parte de la nobleza y casi por obligación debía acompañar a su abuelo diariamente al palacio, obligación que hubiera sido tortuosa para el menor a excepción de los momentos en los que pasaba junto a Allen jugando o entrenando.


—¡Allen!... Vamos, se nos hace tarde —el hiperactivo niño de ojos esmeralda grita desde el fondo del salón a la espera del príncipe haciendo pucheros debido a la lentitud de Allen para guardar sus libros y levantarse de su asiento.


—¡Ya voy! —contestó un poco inseguro de levantar la voz, pues aún se encontraba dentro el bibliotecario y temía un llamado de atención de Bookman, quien se dedicaba a tomar los libros de la lección previa presentándoles poca atención al par de menores. Luego se retiró después de advertirle a Lavi de no hacer ninguna cosa problemática.


—Si terminamos antes las prácticas de hoy, tendremos tiempo para jugar antes de que sea hora de irme —Lavi mencionaba con entusiasmo una vez que salieron del lugar. Ambos empezaron a caminar a paso rápido, sonriendo y compartiendo miradas cómplices.


—Aún tenemos mucho tiempo, Lavi. Además, a  mí me gustan mucho las lecciones del señor Bookman —responde al tiempo que bajaban con torpeza los anchos escalones en caracol, pasando de largo a una hilera de guardias con pose imperturbable para llegar al ala más baja.


—Lo dices porque el viejo panda no te regaña todo el tiempo y no te obliga a memorizar miles de libros hasta que tus ojos lloren de cansancio —se quejó con exageración y su mirada llorosa, recordando el estricto régimen al que era sometido desde que tenía memoria. 


Su nube deprimente se vio interrumpida por una idea; Lavi se paró súbitamente frente a Allen, haciéndolo brincar por su sorpresiva acción—. ¡Ya se! Que tal si hacemos una carrera hasta el salón principal —le propone mientras caminaba con una amplia sonrisa.


—Eeh... esta bien —contestó no tan convencido. El ojigris no era de la clase de niño problemático y muy raras veces recibía llamados de atención. Por otro lado, debido a su actitud rebelde, hiperactiva y a veces temeraria, Lavi terminaba por causar grandes problemas en algunas ocasiones. El pelirrojo se salvaba por poco de severos castigos por molestar a los guardias, escaparse de las clases de su abuelo, se escondía cerca de las jaulas de los grifos, entre un sinfín de travesuras. Sin duda ambos se complementaban y de cierta forma Allen mantenía a raya y con vida a su amigo suicida.


—¡Perfecto, entonces empieza a correr! —sin dar mayor aviso, el pelirrojo se adelantó y corrió tanto como sus piernas podían, dejando atrás a Allen que tardó un poco en reaccionar y llamar a Lavi entre risas y gritos.


En la carrera pasaron por inmensos e interminables pasillos con ventanas en las que se apreciaba el intenso tono azul del mar golpeando el acantilado. Allen pronto tuvo ventaja pues conocía cada rincón del castillo; tomó un atajo por las escaleras de servicio y se logró adelantar a Lavi, abriendo una pequeña puerta asustando al de ojos esmeralda, quien casi se tropieza por la impresión. Corrieron hasta llegar a la entrada principal del palacio, estaban cansados pero al final y por ventajosa diferencia, Allen fue el ganador.


—Haaah, A-Allen... Eres bas... tante rápido —Lavi respiraba agitado, colocando las manos sobre sus rodillas para descansar un poco.


—Sólo gané por poco... —responde igual de cansado, apoyando su espalda sobre un pilar cercano. Luego de unos minutos, aprovecharon el viento salado y el perfecto clima para sentarse a descansar.


Mientras hablaban sobre sus clases, escucharon el sonido de unas pesadas botas— La liebre y el conejo tienen bastante energía para jugar y tiempo para descansar. Pero, ¿que tal sus practicas?... —La persona frente a ellos los había estado observando desde que llegaron sin que se dieran cuenta de su presencia.


—¿Liebre?


—¿Conejo?


Ojos plata y esmeralda se posaron sobre la figura del rey Mana, el soberano ladeó su rostro con una sonrisa, se acercó y extendió los brazos para abrazar a Allen.


—¡¿Por qué no me dijiste que habías vuelto, papá?! Te extrañé mucho —exclamó claramente emocionado porque no se esperaba que sus padres regresaran de su viaje tan pronto.


—¡Aaah! Su maj-majestad... perdón, no lo vimos llegar —Lavi se puso de pie en un instante, tratando de hacer una reverencia pero perdió el equilibrio al ponerse de pie muy rápido. Rió con nerviosismo y se encojó un poco abochornado cuando escuchó la risa del Mana y Allen.


—Un gusto verte por aquí, pequeño Bookman. El palacio es demasiado grande y mi corazón siempre se entristece cuando debo irme por unos días sabiendo que Allen se queda sólo, por eso agradezco que seas su amigo —el alfa removió los cabellos rojizos de Lavi en agradecimiento. Odiaba dejar a Allen en el palacio, sobretodo cuando debían viajar a Atlántida porque en ocasiones estaban fuera de Citrino por varias semanas.


—Papá, antes mencionaste algo sobre los conejos y las liebres —el albino pregunta inocente, llamando la atención de Mana.


—Así es. Verlos jugando juntos me recuerda mucho a los conejos saltareles y veloces, pero las liebres son más rápidas que los conejos —les explica. Los niños lo escuchaban atentos. 


Allen le pidió que se quedara un poco más de tiempo con ellos, pero Mana aún debía atender muchas cosas, motivo por el cual adelantó su regreso a Lemuria. Allen se soltó de su abrazo y se despidió de su padre con un beso en la mejilla.


Mana se fue con un pequeño pesar en su pecho y un mal presentimiento cuando los dejó jugar un rato más a las afueras del palacio, presentimiento que decidió dejar de lado...


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Al cabo de una hora, ambos niños se encontraban exhaustos luego ir a la zona donde practicaron sus lecciones de lucha y uso de armas. Allen debía dedicar mucho tiempo en sus practicas, porque al ser un niño portador de una inocencia parásita, la mayor parte de su entrenamiento consistía en movimientos de estiramiento, casi al igual que una terapia para facilitarle mover de forma fluida y natural el brazo contenedor de la inocencia. Su brazo se movía de manera algo tosca, por lo que en cuanto a entrenamientos se refería Lavi le ganaba con ventajosa diferencia.


Todavía tenían el ánimo suficiente para seguir con su tarde de juegos antes de que Lavi se fuera junto a su abuelo del palacio— ¿Que deberíamos hacer ahora? —Lavi pensó, caminando tranquilamente con los brazos levantados sosteniendo su cabeza.


—¿Que tal si jugamos a las escondidas?


—Me parece una excelente idea.


—Tiene que ser adentro del palacio porque no quiero meterme en problemas por estar mucho tiempo afuera. Pero esta vez será sin carreras... —sugirió con una mueca nerviosa, rascando su cuello.


—Buu... Que aburrido eres, Allen... Tu ganas, juguemos adentro —Lavi reprocha, pero acepta con resigno.


—Yo empezaré a contar. Tú ve a esconderte, ¿de acuerdo? —le ordena a Allen, escondiendo sus rostro entre sus brazos apoyado contra la pared de uno de los pilares cerca de las escaleras de caracol.


—De acuerdo —dice, retrocediendo unos pasos para emprender la huida cuando Lavi empezó el conteo.


—Uno... —pronunciaba de forma exagerada cada número, haciéndolo sonar de una forma graciosa. Moviendo su cuerpo de un lado a otro como si estuviera bailando en el mismo lugar esperaba impaciente para buscar a Allen—. Dos, tres, cuatro...


Mientras Lavi contaba, Allen corría entusiasmado buscando el mejor escondite; al principio decidió meterse en un baúl que servía como decoración frente a las puertas del salón del trono "Este lugar es perfecto, pero es demasiado obvio. Sería el primer lugar al que Lavi vendría a buscarme" pensó mientras se alejaba cada vez mas de donde el pelirrojo se encontraba.


Escuchando que el conteo seguía, encontró otro posible escondite. Esta vez se trataba de una reliquia extranjera en un pedestal bajo. Era la vieja armadura oxidada de un soldado.


Allen se escondió tras las piernas de metal del hombre de hojalata y bufó con molestia porque no lo ocultaba del todo. Su cabello blanco y ropa de un tono celeste muy claro lo delataban fácilmente.


—Dieciséis, diecisiete...


Empezaba a quedarse sin ideas y de seguir así se quedaría sin tiempo "¡¿Que hago?!... No puedo entrar a uno de los salones porque sería trampa... Piensa... ¡Eso es!" se sintió aliviado cuando recordó el lugar perfecto. Tenía su vista fijada en los enormes ventanales que daban la vista hacia el exterior; estos estaban cubiertos por largas cortinas de telas muy gruesas que llegaban hasta el suelo.


—Diecinueve... ¡Veinte! Quieras o no, allá voy —Lavi finalmente empezó con la tarea de inspeccionar cada rincón del gigantesco pasillo.


Sin llegar a pensarlo una segunda vez, Allen se coló entre la cortina y la ventana, apoyando sus manos en el cristal y procurando que sus pies no salieran a relucir de entre la tela. 


La tarea de encontrar un escondite estaba hecha, ahora solo restaba guardar silencio.


Un silencio que empezaba a incomodarlo. Era un niño algo asustadizo y en repetidas ocasiones necesitaba de los abrazos de su madre y el tranquilizante aroma que desprendía, ese aroma característico de los omega que brinda una sensación de seguridad a sus cachorros.


Pasaron unos cuantos minutos sin rastro de Lavi, únicamente silencio y el latido de su corazón hicieron que su respiración se volviera más errática y lo abrumara la claustrofobia.


Para calmar ese innecesario temor y distraerse, Allen optó por observar el paisaje proyectado del otro extremo del ventanal que lo separaba del exterior. Podía ver a lo lejos toda la extensión de Citrino y la ciudad con sus habitantes y el puente de Cira pues estaban en la parte más alta de la capital, seguido de la línea de arena blanca que marcaba el fin de la tierras y el inicio del mar.


Sus ojos encandilados con el brillo del sol se abrieron desorbitantes, se encontró con algo que, en vez de calmarlo, provocó que un creciente pánico se apoderara de cada parte de su cuerpo.


—¡Te encontré! —Lavi canturreó victorioso, abrazando a Allen aun con las cortinas envueltas en su cuerpo.


—¡Gane! Esta vez te toca contar, ¿Allen?... ¿Allen, estas bien?... —Allen no respondía y el pánico se apoderó de él cuando sintió entre sus brazos como el cuerpo de su amigo temblaba. Lavi lo soltó de inmediato y corrió el inmenso par de cortinas.


Estaban en shock. Lo que sus ojos estaban viendo no podía ser nada más que una terrible pesadilla...


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*Traducción del título: <<La liebre entre los colmillos del lobo>>

Ciclo diurno: Será muy difícil hacerse a la idea de que no existen las noches en el interior de la tierra, pero si existen los días nublados, lluviosos, arcoíris y auroras. Los intraterrestres necesitan dormir igual que nosotros, pero lo hacen sellando completamente los lugares en los que duermen para simular la noche y oscuridad.

Otro recordatorio para los que no prestaron mucha atención a la introducción (parte I), el periodo máximo de vida es de aproximadamente 500 años, por lo que dejaré aquí las comparaciones en años humanos de las edades de los personajes.

El primer celo confirma el género de los niños cuando llegan a la pubertad. Indiferentemente sean alfas, betas u omegas, por lo general se manifiesta después de cumplir los 90 años intraterrestres.

Allen 44 años / 7 años humanos

Lavi 56 años / 9 años humanos

Primer celo: 90 años / 15 años humanos (aproximadamente)

。*゚**゚*。

Los dejo con un Bye Bye Dango...

レムーリャ By: Varela D. Campbell ウァレラ・デェー・キァンベル。

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