»the power of a silverstone (part II)
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La muerte de un salvador podía significar muchas cosas, sobre todo volverse una figura de mártir de una nación. Pero ¿qué sucedía cuando nadie sabía sobre el sacrificio hecho? ¿Qué sucedía cuando ese cuerpo se convertía en solo uno más del montón? Un daño colateral, ese sería el pensamiento simplista para quien encontrara el cuerpo de Helena Silverstone tendido sobre la madera del suelo del trono del usurpador y, a su vez, fuera ajeno a toda su historia.
Pero ese no era el verdadero significado para Arthur Pendragon, cuyas lágrimas solo brotaron por y para ella, cuyos últimos esfuerzos serían no solo por su pasada vida arrebatada, sino también por la que podría haber tenido con ella. Si la confusión y el dolor alguna vez tuvieron sentido en su existencia, era en ese mismo instante, cuando se tuvo que obligar a levantarse y alejarse para llevar a cabo una última batalla que determinaría victoria o total perdición.
A pesar de que ya se sentía perdido.
Cuando las defensas naturales emocionales del ser humano entraban en acción, era quizás el momento más rápido y eterno. Era corto porque cuando todo acabara, solo pequeños destellos de las acciones y situaciones vividas serían recordados, pero también era largo porque tenía la tendencia a demorarse más de lo deseado.
Entonces primero sintió un invernal frío.
Luego sintió todo el cuerpo dormido y hormigueándole, como si llevara demasiado tiempo en la misma posición congelada, la de una estatua caída. Se comenzó a remover en su sitio poco a poco y lo que sus entumidas articulaciones le permitían, sintiendo sus músculos protestar ante los pequeños movimientos, a la vez que era consciente de la creciente humedad de la piedra bajo una de sus mejillas.
¿En dónde se encontraba exactamente?
Abrió los ojos con lentitud, los párpados pesándole más de lo esperado y cuando sus orbes observaron el espacio, acostumbrándose poco a poco a la anaranjada luz de antorchas, la primera imagen que le dio la bienvenida al mundo fue el rostro de un preocupado Gilbert, observándola desde una posición acuclillada. Lucía exactamente igual que la última vez que lo había visto, el cabello castaño y corto, unos grandes ojos que la miraban con cariño fraternal y la misma ropa que llevaba ese día en el escape por las calles de Londinium, el azul y el gris acompañando dichas prendas.
Parecía como si no hubiera pasado ni un solo segundo desde ese día en el que se sintió desfallecer por cuarta vez en su vida.
—¿Gil? —Preguntó Helena, sintiendo el corazón en la garganta al ver a alguien que creyó que jamás volvería a tener el placer de mirar.
¿Pero por qué lo veía? ¿Qué era lo que estaba sucediendo?
Lágrimas tristes y amargas se comenzaron a acumular en los orbes de la elemental.
—Hola Eli —contestó el castaño con una media sonrisa —. Ya casi termina todo.
La fémina no hizo nada más que verlo con confusión pintando sus facciones. Con ayuda de su mejor amigo y hermano, llegó a una posición sentada, sintiendo la forma en que su anatomía se quejó y tensó con todos los movimientos realizados, cual roca que no se debía mover o cambiar de lugar. Se sentía demasiado pesada, demasiado fría, demasiado... muerta.
—No entiendo qué está sucediendo —dijo llevando sus temblorosas manos a las mejillas del hombre que tenía ante ella.
Soltó un suspiro que se quedó a medio camino, pues cuando sus pieles hicieron contacto, era frío, no era cálido. Sentía la barba de tres días en el rostro de Gilbert y las pequeñas imperfecciones de su piel al igual que su estructura, pero no lograba percibir aquel rastro, esa chispa de vida como solía suceder antes.
» ¿Por qué? —Preguntó empezando a lagrimear, agarrando al castaño ahora de los hombros para acercarlo a sí y abrazarlo.
Deseaba sentirlo cerca porque en ese mismo instante nada más parecía tener sentido. Había sido apuñalada en la garganta por Vortigern como debió haber sucedido siempre. Había muerto, sin embargo, no entendía lo que existía después de la muerte ni dónde estaba o por qué estaba ahí. Si de casualidad existía un limbo entre la desconocida eternidad y la vida terrenal, entonces apenas lo estaba explorando.
—Tienes que ir a la Torre, Helena —le avisó deshaciendo el abrazo y ayudándola a ponerse de pie —. Todavía falta un último movimiento, un último esfuerzo.
—No sé de qué hablas, no entiendo lo que tengo que hacer —susurró preocupada, sus ojos comenzando a pasearse por el calabozo de manera frenética.
No pasaron muchos segundos cuando sus irises pardos fueron a parar sobre una figura que parecía esperarlos de pie. La desgastada y polvorienta vestimenta, junto a una barba de semanas y cabeza libre de cabellos canosos le dio toda la información que necesitaba. Era Jonathon.
El mayor ya no se veía tan enfermo ni mucho menos muerto como le había parecido antes de que los soldados la sacaran de la celda. De hecho, se podría decir que era el que más vivo se veía entre los tres, lo cual era demasiado extraño e inesperado.
—¿Qué hiciste? —Preguntó a la defensiva, soltando a Gilbert y dando un paso al frente para enfrentarlo.
—Uní nuestras vidas para que así ninguno de los dos muriera —contestó con simpleza, a lo que Helena no supo hacer nada más que fruncir el ceño, desconfiada.
—Me hiciste creer que me desgarrabas la garganta —acusó la castaña.
—Sí lo hice, pero solo fue parte del hechizo. Necesitaba tu sangre y necesitaba dañar la cicatriz —expresó con paciencia, algo que solo la molestó más —. Ahora, para que no nos quedemos atrapados en el limbo de las Tierras Oscuras, será mejor que nos apuremos.
Dicho eso, el hombre hizo una seña para que lo siguieran y comenzó a caminar, saliendo de los calabozos. La mujer se quedó pasmada en su sitio, viendo la manera en que las sombras que eran proyectadas del hombre se alejaban y se achicaban a medida que él caminaba. Con ojos confundidos, buscó la mirada de su mejor amigo, pero él se veía bastante tranquilo y lo único que él hizo fue sonreírle de la manera en que sólo Gilbert podía hacerlo.
—Tampoco entiendo bien lo que sucede, Eli —confesó encogiéndose de hombros —. Pero por alguna razón estoy aquí, contigo y quizás sea porque todavía no es el fin.
Helena parpadeó varias veces seguidas, demasiado impresionada con poder estar viéndolo en esos momentos. Si tenía que volver a morir de nuevo solo para poder hablar una vez más con él, lo haría sin dudarlo. Lo necesitaba con muchas fuerzas, si no confiaba en Jonathon, lo único que le quedaba era confiar en él.
—Terminemos con esta mierda.
¡Advertencia! Lo sucedido en esta parte ocurre en simultáneo con la escena canon de la película de la pelea final de Arthur contra Vortigern.
El interior de la Torre no era tan diferente a las ruinas con las que Helena se había topado en las Tierras Oscuras semanas atrás. Lo diferente radicaba en que esa construcción estaba en pie y apestaba a energía negra, lo cual producía unas desagradables sensaciones en su cuerpo, como si su propia magia elemental enfermara ante lo que percibía del lugar.
Habían varias antorchas prendidas, colgadas y esparcidas en el lugar, sin embargo, aquello no era lo que proporcionaba luz al interior de la piedra, sino las grietas rectas y simétricas que formaban un triángulo encerrado en un perfecto circulo al centro del suelo de la torre y del cual cada punto salían más grietas rectas que, al llegar a los muros, subían hasta el último nivel de la estructura. Parecía plata derretida circulando alrededor.
Por más que Helena no supiera muy bien qué era lo que implicaba ser un Silverstone, en esos momentos estaba segura de que su familia estaba demasiado conectada a aquellos gravados de piedra rebosantes de energía elemental, los cuales le proporcionaban a su vez fuerza a la magia oscura y destructora de Vortigern.
—Tenemos que detener el flujo —dedujo observando a su alrededor.
—Eso y destruir la última fuente de poder de él —habló Jonathon acercándose a Helena y a Gilbert.
—Pero... ya estoy muerta, ¿no?
—No del todo, aún no. Vortigern podrá haber cumplido tu destino, pero digamos que... sucedieron unas cuantas modificaciones en el camino y él tuvo que recurrir a un último recurso: su hija —dijo el mayor.
—¿Asesinar a su propia sangre? —Preguntó la fémina horrorizada.
—Cuando el alma manchada de negro por la tentación ya no tiene salvación, los precios a pagar nunca serán suficientes como para detener esa inmesurable sed de poder... —Explicó Jonathon, desenvainando una espada, la cual entregó a Gilbert quien la recibió de inmediato.
—¿Por qué voy a necesitar esto? —Preguntó el castaño observando el metal en sus manos con escepticismo.
—Detendrás a las sirenas mientras Helena y yo deshacemos el hechizo que une la torre y la última fuente.
—¿Sirenas? ¿Acaso no son seres que viven en el mar y cantan hermoso para atraer hombres y hacerles pasar un buen rato antes de comérselos? —Cuestionó Gilbert frunciendo el ceño y mirando alrededor.
—Creo que estas no son sirenas normales, Gil —opinó Helena, señalando un extremo oscurecido, en el cual algo parecía estar acechando en movimientos ondulados.
—No puedo creer que morí solo para volver a morir en la muerte —se quejó el castaño entre dientes —. Siento que nada de lo que digo tiene sentido ahora.
—No vas a morir —dictaminó Helena con firmeza —. Yo te ayudaré.
—No, te necesito aquí —intervino Jonathon.
—¿En serio? Creo que has hecho un trabajo excelente tú solo y la ayuda de una elemental inexperta no es la mejor de todas para esta tarea, la cual se ve bastante importante —discutió de brazos cruzados —. Así que mejor hago lo que mejor sé hacer y eso es pelear.
—No tengo la fuerza suficiente para esto —recalcó el barbudo —. Además, prometiste hacerme un último favor.
—¿Qué?
—Eli... —La llamó Gilbert, tomándola de los hombros para que lo mirara a los ojos —. Tienes que hacer esto. No está mal una última aventura para mí solo, ¿sabes?
Helena parpadeó y sintió que el corazón se le aceleraba en el pecho. El creciente miedo de tener que volver a presenciar algo tan desgarrador como la caída de su mejor amigo no era algo que ella deseara experimentar por segunda vez.
—¿Acaso no lo escuchaste? —Inquirió la fémina, su tono de voz pintándose de esperanza —. No estamos del todo muertos, Gil. Creo que lo mínimo que debo hacer es asegurarme de que eso siga así.
Una triste e incómoda sonrisa de labios se dibujó en el rostro de su mejor amigo.
—Jonathon habló de ti —aclaró con suavidad.
—¡¿Entonces por qué te puedo ver?! ¡¿Por qué te puedo tocar?! —Cuestionó con desespero, tomándolo de las mejillas con manos temblorosas.
Su único aire de sensatez y familiaridad no hacía más que resbalarse entre sus dedos a medida que pasaban los segundos y ella trataba de que su cerebro no colapsara en medio de tanta confusión.
—Porque así lo has querido tú.
—¡No entiendo! —Chilló comenzando a llorar y sacudirse entre desconsolados sollozos.
Nunca antes había sentido algo de esa forma, donde la mismísima esperanza era arrebatada de sus propias manos y no le quedaba nada más que quedarse quieta a un lado y aceptarlo.
» No te dejaré fuera de mi vista, ¿me oyes Gilbert Dankworth? No dejaré que te vayas a pelear con peces sin mí a tu lado para cuidarte la retaguardia.
—Quiero hacerlo. Déjame salvarte la vida una vez más —pidió el castaño, tomándola de las muñecas para hacer que lo soltara.
—Me prometiste que estarías conmigo hasta el final —lloriqueó, pasmada en su sitio mientras el castaño se alejaba del circulo brillante de plata, lejos de ella.
—Eso estoy haciendo, Eli. Te lo prometo.
—Helena —la alertó Jonathon, obligándola a darse media vuelta para enfrentarlo —. Si no hacemos esto ahora, después no podremos hacer nada nunca más. Tenemos que canalizar la magia de la torre a la espada.
Su cabeza era un remolino de preguntas, de recuerdos, de confusión y de dolor. No lograba centrarse en ningún pensamiento que le resultara coherente o que fuera lo suficientemente fuerte como para que la alejara de la visión de teniendo que dejar que su mejor amigo fuera a hacer quién sabe qué, mientras ella tenía que hacer algo que no sabía cómo hacerlo.
No quería confiar en Jonathon a pesar de que el hombre no le había dado razones para enemistarse, a excepción de haberla engañado y haberle hecho creer que moría antes de tiempo. Ahora en realidad no sabía qué pensar, sentía que en cualquier momento explotaría.
«» —Helena mírame —ordenó el hombre de barba canosa y la castaña observó sus ojos azulinos con aterrada atención —. Mírame, controla tu respiración y repite estas palabras conmigo —dirigió con paciencia, sabiendo el estado mental y emocional tan delicado en el que se encontraba ella.
Al principio Helena no lograba entenderle ni seguir el ritmo con el que el hombre parecía repetir la misma oración una y otra vez, hasta que a su cabeza llegó una frase en específico: "Entrego mi magia, entrego mi vida; servidor de la tierra soy." Ya había escuchado eso antes, ya lo había pronunciado antes, entonces con espantosa determinación comenzó a recitar lo mismo incontables veces, cerrando los ojos y posando toda su concentración e intención en la energía que sabía que emanaba de sí misma y que se entrelazaba con la de la Torre, en una suave y repelente danza, luchando por el control.
La punta de los dedos de sus manos comenzó a quemarle, como si los estuviera apoyando sobre piedra hirviendo y sintió que su cabeza estaba siendo presionada por todas partes. De un segundo a otro todo pareció comenzar a desvanecerse a su alrededor y una fuerte ventisca la envolvió a ella y a Jonathon en un remolino relajante. En algún momento se habían tomado de las manos, no solo en señal de apoyo, sino en busca de conexión y necesidad para no separarse.
—Las peleas de los humanos siempre debieron ser ordinarias —comenzó a hablar el hombre con fuerza —. Ningún hombre debió jugar con magia que desconocía.
Hablaba de Vortigern.
» Siempre habrían consecuencias. Cada acción las tiene y la vida solo es el desencadenamiento de ellas —continuó hablando. Sonaba como si estuviera falto de aire —. Uno de los pocos placeres de estar muriendo es que puedo enmendar mis errores y confesar otros. No soy tu padre, Helena. Pero quiero que sepas que amé a Benedict, lo amé demasiado... q-que lo amo —corrigió con desespero, buscando alguna especie de redención en los ojos de la mujer —, y que lamento mucho haberlo traicionado.
Apenas Jonathon terminó de decir esas palabras, su piel comenzó perder el tono sonrosado y pasó a tornarse grisácea y muerta. Las manos que ella sostenía se endurecieron y se pusieron más ásperas, como si estuviese acariciando la misma roca. Los ojos del hombre perdieron el brillo poco a poco hasta que Helena tuvo ante ella una estatua calcificada del elemental. Ahogando un grito, soltó las manos muertas y éstas de inmediato se deshicieron en el aire. No pasaron muchos segundos antes de que el resto de la anatomía del hombre se comenzara a volver cenizas y polvo retornando a la tierra, dando por terminado su ciclo de vida.
No todas las vidas se podían salvar.
Sintiendo los latidos de su corazón acelerados en su interior, dio unos cuantos pasos hacia atrás, saliendo del triángulo en el que estaba de pie y una vez más observó a su alrededor. De un momento a otro había llegado un aire de quietud impresionante, recordándole de manera casi inevitable lo que solían ser esos pequeños momentos de tranquilidad que había tenido el placer de vivir antes de que en su vida se revelaran diferentes cosas que la habían puesto de cabeza.
La Torre estaba a oscuras y parecía un cementerio de almas perdidas, quieta y sin magia ni energía circulando alrededor. Helena observó cada rincón con cuidado, esperando poder encontrar los cortos cabellos de Gilbert revoloteando en alguna parte, pero nada más que la soledad la saludó. Dio toda una vuelta sobre su eje hasta que sus orbes se posaron en una figura caída sobre el altar de piedra. La reconoció de inmediato, era Vortigern.
Se acercó al hombre con rapidez y encontró una imagen parecida a la que había acabado de ver en Jonathon, solo que una humareda espesa y negruzca emanaba del pelinegro. El usurpador estaba muriendo, su piel gris, sus ojos pintados de fuego fueron perdiendo el brillo y su cuerpo soltó fuerzas a medida que los segundos pasaban. Fue ahí que se dio cuenta de que el hombre observaba a alguien.
—Y por eso... te agradezco —escuchó que otra persona decía, acercándose al punto de encuentro.
Cuando Helena se dio media vuelta, vio a Arthur. Sus ojos se cristalizaron y pronunció su nombre, pero éste permaneció ajeno a su presencia y siguió avanzando hacia su tío. Lucía cansado, agitado y sudado, pero estaba bien, estaba con vida y eso era todo lo que le importaba a ella.
Con el alma estrujándosele, soltó un tembloroso suspiro, agradecida porque tenía la oportunidad de volverlo a ver, de darse cuenta que salió victorioso y que todo había sucedido de la mejor manera posible.
Cerró los ojos sintiendo sus mejillas mojarse con sus lágrimas y cuando los volvió a abrir, se encontró totalmente sola, con el cadáver de Vortigern inmóvil sobre el destrozado altar y la Torre comenzando a destruirse sola.
¡Hola! Lamento mucho haber perdido tanto tiempo, pero es que esta segunda parte no me terminaba de convencer. Todavía me siento extraña con lo que deseaba plasmar aquí, pero espero al menos haber logrado algo.
Entiendo si la confusión todavía sigue presente, no se alarmen que todavía no terminamos xdd Solo quedan dos capítulos y un epílogo para que esto se acabe (no me lo puedo creer tbh)
El limbo de las Tierras Oscuras me lo he creado yo para poder hacer lo que quería hacer, jejejeje pronto entenderán por qué y cómo Gilbert estuvo ahí y el favor que Jonathon le pidió a Helena en el capítulo de "of secrets and allies" sucedió aquí (puse la misma línea a propósito). En el siguiente cap se explicará todo mejor.
A pesar del revoltijo que les acabo de mandar, espero de todo corazón que les guste.
¡Muchísimas gracias por haberme ayudado a llegar a los 2k de votos y a los 12k de leídos!
¡Feliz lectura!
a-andromeda
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