»of secrets and allies







                    Para Helena siempre existieron diferentes tipos de amaneceres. En Londinium tenía la oportunidad de observar la manera en que el cálido sol de la mañana se alzaba sobre la ciudad, iluminando y consumiendo la noche a su paso. En la cueva, ya no tenía ese lujo de paisaje efímero, pero al encontrarse envuelta entre pieles y sábanas y en los brazos de Arthur, supo que no encontraría mayor tranquilidad y placer en otro sitio más que al lado de él.

Se movió un poco para mirar por encima de sus cuerpos entrelazados, tratando de asegurarse de que estuvieran solos, pero no logró mayor cosa en cuanto sintió que el abrazo, que la mantenía presa contra la anatomía del rubio, se intensificó. Soltando una pequeña risilla, llevó sus ojos pardos al rostro masculino. Lo encontró observándola, con el sueño todavía pintado en sus atractivos y descansados rasgos.

La castaña sonrió y subió una de sus manos para acariciar la mandíbula barbada, ganándose un suspiro satisfactorio por parte de Arthur, cosa que le provocó otra pequeña risa. Si esa era tan sola una probada de felicidad, por un segundo se preguntó por qué se había negado aquello antes. Sabía que era por miedo, no se lo podía negar a nadie, pero en ese instante, aquella desgastante sensación no tenía lugar en su cabeza ni corazón.

—¿Cómo amaneces? —Preguntó el hombre, decidiendo esconder su rostro en el cuello de la fémina.

Los suaves raspones que la barba producía en la tierna piel del cogote de Helena, hicieron que se estremeciera y que por puro instinto se apegara más a él. Le agradaba sentirse de esa manera. Sentía una especie de complacencia recorrer cada una de sus células, nublando su mente del pasado y futuro para solo concentrarla en ese preciso momento, donde todo parecía estar bien, donde todo parecía ser lo correcto.

—Los dos sabemos la respuesta a esa pregunta.

—¿Ah sí? ¿Y cómo es que tú sabrías eso? —Inquirió el hombre comenzando a repartir suaves besos sobre la piel de la elemental.

—Porque mi respuesta será la misma a la tuya, si yo hubiera preguntado cómo amaneciste —contestó riendo y alejándose un poco, solo para besarlo un segundo después en los labios.

Cuando se separaron, Arthur se quedó en silencio observándola con cuidado. Helena se sintió automáticamente atrapada bajo el brillo azul de los orbes ajenos que parecían descubrir todo lo profundo de ella, desnudar su alma para amarrarla a la de él. Y ella se dejó observar con la tranquilidad que no sabía que había extrañado tanto.

No sabía si estaba malinterpretando el destino y todo lo que aquello conllevaba, pero casi se podía convencer a sí misma que todo lo que vivía tenía esa razón oculta. Quería que lo que Arthur le hacía sentir fuera esa razón, ese por qué y hasta la solución de un destino por el cual no había preguntado, pero que le estaba dando la maravillosa oportunidad de disfrutar todas esas sensaciones y emociones.

Cuando la meta no era la esperada o deseada, el camino se convertía en lo más importante.

—¿Estás bien? —Preguntó el rubio con un poco más de seriedad —. Escuché tu conversación con la maga.

La media sonrisa que la mujer tenía en su rostro se desvaneció un poco. Menuda manera de tropezar con la realidad, pero eso él no lo podía saber.

—Sí, claro que sí, Art —trató de asegurar, pero no se atrevió a sonreír más de lo necesario —. Lo que me dio ella ayer me ha ayudado bastante a sentirme mejor.

—Es inevitable mi preocupación por ti —admitió sin pelos en la lengua —. Y no pienso dejar que nada malo te pase, Helena —prometió el heredero con fiereza contenida, a la vez que unía su frente con la de la castaña.

Si así era como se sentían las punzadas al corazón, a Helena Silverstone ya no le cabía ninguna duda de que tenía espadas incrustándose en su pecho.

Prefirió asentir y esconder su rostro en el pecho del rubio, tragándose la amarga verdad, solo para reunir fuerzas de acercarse una vez más al día de su muerte. Era mejor no decir nada y que todo aquello quedara enterrado entre las profundas aguas de los secretos jamás compartidos porque sabía que, si Arthur se enteraba de ello, sería capaz de tirar todo, dejar todo solo para salvarla. Pero ella también sabía que eso no podía suceder.

Estaba en manos de ambos lograr la victoria de esa guerra contra Vortigern.



—Pero esa es la diferencia entre un hombre y un rey —resopló Arthur entre dientes, repitiendo las palabras que la maga le había dicho instantes atrás.

Estaba sentado frente a un lago a un lado de Excalibur, la cual estaba enterrada en la tierra. El sol de la media mañana estaba pegando con todo su esplendor, sin embargo, el heredero se había negado a volver a la cueva, esperando encontrar un espacio de soledad para poder practicar con la espada mágica.

Pero aquel plan se veía nublado cada vez que lo intentaba siquiera desarrollar.

Era clara la falta de control que él tenía sobre el arma, no solo por la inmensa fuerza que descansaba en su material, sino porque todavía había cosas que él se negaba a aceptar como parte de su vida. Dicha vida, que había sido arrebatada sin él poder saberlo hasta que entró en las Tierras Oscuras, donde la perfecta imagen de la muerte de sus padres se proyectó ante sus ojos.

¿Qué se supone que debía hacer con esa visión? ¿Repetirla automáticamente en su cabeza cada vez que sostenía la espada con ambas manos? ¿Acaso eso no tenía ninguna manera de detenerse?

Si todo eso tenía un mensaje oculto, Arthur sabía que el tiempo se le estaba agotando. No existía manera posible de salvar a sus progenitores, ni cambiar un pasado ya marcado. Pero sin importar que, él necesitaba controlar la espada para poder batallar sin miedo o duda.

—Te estaba buscando —dijo alguien detrás de él.

Arthur se volvió hacia la persona y se encontró con Helena.

Justo como un suspiro, la tensión que se había acumulado en sus hombros, junto con más dudas en su cabeza, se desvaneció ante la imagen real que tenía delante de él. Era bueno tener la oportunidad de concentrarse en algo real, algo o alguien en quien encontraba profunda familiaridad y amoroso afecto.

—¿Ya me estabas extrañando?

—Estaba preocupada de que hicieras alguna estupidez —contestó ella encogiéndose de hombros, antes de hacerse un lugar al lado del rubio.

»¿Qué te sucede? —Preguntó después de unos segundos en silencio.

—Todavía no puedo controlarla —señaló a medias Excalibur.

Helena observó el arma un poco reacia, antes de tomar el mango entre sus manos. En cuanto su piel hizo contacto con la espada, sintió lo mismo que llevaba sintiendo los últimos días, cuando se enojaba o dejaba que su energía elemental se descontrolara, solo que diez veces más potente. Aquel objeto era la fuente de magia de alguien, contenido en el metal, pero lo que más le sorprendió, fue el tremendo reconocimiento que sintió vibrar en cada una de sus células, como si ella misma hubiera forjado esa espada y hubiera puesto un pedacito de su fuerza vital ahí.

No obstante, esa sensación debía estar errónea, dado que ella no estaba conectada a la espada sino a la Torre del usurpador.

—Tal vez todavía te resistes a su fuerza —comentó la elemental, concentrada en dejar que su voz saliera lo más pareja posible.

—No quiero que un objeto me controle —admitió entre dientes.

Y era verdad. Arthur temía perder la conciencia de todas sus facultades y sucumbir al poder que vibraba en el arma. En realidad, le avergonzaba admitir que desconocía lo que podía o debía hacer.

—No lo hará. Eres fuerte, sin duda alguna —animó Helena, soltando la espada —. Y por si no lo has notado, tienes madera de rey.

Otra palabra que le generaba incomodidad al rubio.

La castaña notó el cambió del semblante en el hombre y se sentó de manera que quedó totalmente frente a él. Sin esperar a la reacción de Arthur, tomó entre sus manos las masculinas y unió su mirada parda con la azulina, ganándose la total atención del barbado.

»La corona es pesada y siempre lo será —le recordó con suavidad, dando un apretón cariñoso a sus manos —, pero no estás solo.

—¿Y cómo se supone que deba solucionar todos los problemas de un país? —Cuestionó el rubio frunciendo el ceño.

—No tienes que cargar con el peso de todos los problemas y esperar que eso ayude a los demás, no se trata de nada de eso. Eres su rey y te ven como tal, pero al mismo tiempo te ven como un líder y no todo rey lo es. Está en tu persona, Art; está en tu esencia, está en ti ser lo que necesitamos sin siquiera preguntarte por ello. Solo eres nuestra gran oportunidad.

A Helena le dolía apenas descubrir los pensamientos que atormentaban al heredero. Había estado tan preocupada y concentrada en su dolor que ignoró el hecho de que ella no había sido la única a la que le habían arrebatado su anterior vida para ponerla en otra. Arthur había sufrido lo mismo, incluso había estado a punto de ser ejecutado por ser quien era, no obstante, así mismo como todo había parecido estar a punto de terminar antes de que comenzara, en esos momentos estaban trazando su camino a la posible victoria.

Los últimos planes habían salido a la perfección. El día de ayer habían quemado el palacio preferido del rey en Londinium, tomado una copa de brandy y vuelto al refugio sanos y salvos. Tenían la oportunidad, tenían la delantera.

—¿Por qué me ves de esa manera? —Preguntó él inclinándose y acercando su rostro al de ella —. Como si fuera la mejor oportunidad de Inglaterra...

La castaña sonrió, antes de posar un casto beso en los labios ajenos.

—Porque lo eres —contestó ella con simpleza y sobrada confianza —. Eres el hombre criado en las calles que le está dando esperanza de verdad a su gente.

A pesar de que él todavía no estaba convencido de las palabras que acababa de escuchar, sintió una repentina calidez inundar su pecho. No había creído que necesitaba todo lo que Helena le acababa de decir para retomar fuerzas, pero era un buen comienzo para continuar con lo establecido.

Agarrando el rostro de la fémina entre sus grandes y fuertes manos, acercó aún más sus caras para poder acariciar sus labios con los suyos, en un lento y suave beso. Jamás se cansaría de tenerla cerca de él de esa manera.

—Ahora, cuéntame en verdad la razón por la que no estás en la cueva —pidió Arthur una vez se separaron.

La castaña resopló y se alejó, dejándose caer sobre el césped para mirar al cielo.

—Wet Stick, Back Lack y Gilbert están insufribles —se quejó en un suspiro.

Después de haber pasado un rato más al frente de la quebrada, ella y el rubio habían decidido volver a las cuevas, más que todo para evitar más comentarios innecesarios por parte de sus amigos. Como la elemental había dicho antes: ninguno de sus allegados estaba listo para dejarles de hacer los siguientes días imposibles.

—¡Maggie! Creí que habíamos acordado en que no volverías aquí.

Arthur y Helena se miraron entre sí con confusión y siguieron las voz de Bedivere a través del refugio.

En cuando se acercaron, notaron a Goosefat sentado a un lado del líder del movimiento rebelde, mientras que ante ellos dos, se encontraba una joven mujer de rasgos finos, cabellos dorados y ojos claros. Llevaba puesto un elegante vesito blanco y celeste, al igual que unas cuantas joyas adornando su cabello, cuello y orejas. Su postura y expresión señalaban educación, respeto y, sobre todo preocupación.

—Deben escuchar esto —anunció el canoso, volviéndose un poco hacia el rubio y la elemental.

—Vortigern irá a Londinium para reunirse con los Barones —informó la mujer —. Viajará en barcaza.

—¿Cuándo? —Preguntó Bedivere.

—Dentro de tres días —contestó la rubia.

—Hmm... Parece que tu plan funcionó —aceptó el moreno volteándose a ver a Arthur.

Sin dudarlo, Helena, quien tenía su mano entrelazada con la del heredero, le dio un apretón, demostrándole así que ella no había dudado de sus ideas. Los demás integrantes de La Resistencia habían estado un poco reluctantes a aceptar los planes clandestinos de Arthur al principio, aunque los siguieron y desarrollaron a la perfección, el rubio y la castaña estaban agradecidos que todo hubiera funcionado para que Vortigern diera un paso lejos de la fortaleza, del castillo, de Camelot.

La oportunidad de asesinarlo estaba presente y sería en tan solo tres días.

Ese era justo el tiempo que Helena Silverstone tendría de vida.

Arthur la miró y asintió agradecido, captando con facilidad el mensaje del gesto anterior. Antes de que cualquiera pudiera hablar o comentar algo, Maggie volvió a tomar la palabra. Su semblante se había oscurecido un poco más de lo normal.

—Deben tener cuidado —advirtió con suavidad y bastante precaución —, su poder se incrementa cada vez más.

Y como si aquello dicho hubiera sido una especie de señal desgraciada, un escozor se comenzó a extender por el cuerpo de Helena, empezando desde una de sus manos. Siseando, soltó su agarre de Arthur con un poco de brusquedad y se observó la piel de la palma, la cual estaba comenzando a enrojecer. Pronto la empuñó y la escondió detrás de sí, al notar la mirada de los presentes sobre ella, la clara pregunta a su inesperada y extraña reacción dibujada en todos los rostros.

—¿Todo en orden? —Preguntó el rubio, frunciendo el ceño y buscando su mirada.

—Sí, sí, sí. Todo está bien —contestó con rapidez, tratando de controlar el ardor de su piel en su expresión —. Tengo que hablar con Gilbert, nos vemos después.

Y apenas terminó de pronunciar esas últimas palabras, se retiró del sitio afanada.

Sacudió su mano, no obstante, todavía sentía como si alguien o algo se la estuviera quemando. Resopló con enojo por haber pensado que lo que la maga le había dado en verdad funcionaría más tiempo. Tal vez el veneno no era la solución para atrasar su problema, a pesar que necesitaba poco tiempo ya.

Miró para todas partes, buscando a la pelinegra, empero su mirada se encontró con la de su mejor amigo, quien se acercaba a su posición.

—Arthur me dijo que necesitabas hablar conmigo —dijo el castaño deteniéndose a un lado de ella. De inmediato frunció el ceño al verla sudando y con la respiración algo entrecortada —. ¿Qué sucede?

—Nada, estoy bien. Solo necesito a la maga —dijo, queriendo alejarse lo más pronto posible de miradas y oídos curiosos.

—¡No! —La detuvo el hombre agarrando uno de sus brazos para evitar que su amiga se retirara —. Desde que nos reencontramos y llegas de quién sabe dónde, estás actuando de manera diferente, me estás ocultando cosas. Yo te conozco Helena, ¿qué te sucede? —Aunque más que una pregunta, aquello había sonado casi a una orden.

»Y deseo que me contestes con la verdad —finalizó con severidad.

La castaña apretó los labios y cerró los ojos, apoyando su frente sobre la pared de piedra, tratando de distraer su mente de la chispeante sensación que recorría una de sus extremidades superiores. En esos momentos no tenía cabeza para hablar del tema con Gilbert, lo único que necesitaba era encontrar a la maga y mostrarle su enrojecida piel. Si no fuera porque escuchaba todo a su alrededor, porque sentía el frío y áspero material de la cueva raspando la piel de su frente, creería que en realidad alguien estaba poniendo su mano al fuego.

Alguien.

Inhalando de repente, como si una idea acabara de chocar con su cerebro, se enderezó y miró a su amigo.

—No te puedo decir nada ahora. Solo te pido que no le digas ni una palabra a nadie. No de cómo estoy en estos momentos ni de lo que te diré después —pidió con desespero —. Necesito que encuentres a la maga, por favor. Solo ella me puede ayudar.

—Eli... Vamos a hablar de esto más temprano que tarde, no lo olvides. —Suspiró Gilbert, antes de asentir indignado y retirarse.

La elemental caminó en dirección contraria a la que había ido su amigo, hasta un espacio que estaba solitario. Soltando un gemido lastimero, se dejó caer sobre el suelo y se miró la mano. La piel seguía enrojeciendo cada vez más y el calor que sentía en su anatomía comenzaba a ser insoportable a medida que pasaban los segundos.

Solo esperaba que Gilbert encontrara a la pelinegra pronto, porque juraba que pronto se desmayaría del dolor, no quería que la encontraban inconsciente e impidieran su participación en la posible misión para el asesinato del usurpador.

Tratando de regular su respiración, se concentró en el suplicio que embargaba su cuerpo y le terminó resultando bastante parecido al que sintió cuando los espíritus de los elementales le ayudaron con su herida en el hombro en las Tierras Oscuras. Habían usado fuego para cerrarla y cicatrizarla.

Con rapidez trató de retirar su ropa de la zona que una vez estuvo herida y trató de observarse la cicatriz que aquella mordedura que una rata gigante le había hecho.

No sabía si estaba sobre pensando las cosas o creándose nuevos escenarios en su cabeza con respecto a su naturaleza de elemental, pero algo dentro suyo le estaba gritando que debía conectar esos puntos perdidos. Si ella era la única sobreviviente de todos los clanes, ¿qué energía y responsabilidad recaía en su persona con ello?

Entendía que los que eran como ella se valían solamente de la naturaleza para su magia. ¿Qué se supone que sucedía cuando no quedaba nadie más que ella? No se había hecho esa pregunta antes, pero ahora necesitaba la respuesta con urgencia y la sensación de tener su mano en una hoguera le había producido muchos más interrogantes a los que solo tenía tres días para resolver.

—Veo que la conexión por fin está haciendo efecto.

Apenas escuchó la voz masculina desconocida, Helena se incorporó de inmediato, buscando a su dueño. Ya de pie, con su mirada buscó a la persona.

—Quienquiera que seas, no sé de qué estás hablando —dijo a la nada, aunque se arrepintió, pensando que estaba enloqueciendo por culpa del dolor.

—Voltéate.

La castaña hizo lo que le pidieron y detrás de ella se encontró con un hombre mayor, de barba canosa y calvo, quien la observaba desde la pared de piedra de la cueva. Parecía un retrato perfecto y demasiado real de un hombre sobre el mineral grisáceo, pero Helena sabía que había escuchado la voz provenir de ahí. Sus sospechas y miedos se materializaron en cuanto el extraño se movió y una sonrisa se dibujó en sus labios.

—¿Quién eres? —Preguntó la mujer, dando un paso hacia atrás para conservar distancia.

Quería creer que no había manera de que él se acercara a ella, sin embargo, la castaña recordaba a la perfección todo lo que sus ojos habían captado cuando bebió el veneno de la maga por primera vez. Un mundo de sombras y formas oculto bajo las narices de todos los humanos.

—Creí que cuando vieras a un elemental lo reconocerías de inmediato —comentó el barbado, dando un paso hacia adelante.

A pesar de haber visto demasiadas cosas en las últimas semanas, nunca nadie podría haberla preparado para presenciar aquello.

Lo que en un principio había parecido un retrato móvil sobre la roca, se materializaba en un humano de apariencia corriente ante sus ojos pardos, a medida que este caminaba hacia el frente. Pero la mujer sabía que de corriente no había nada en el desconocido ni en la situación.

Lo que antes había podido haber sido una imagen, ahora era alguien de carne y hueso y estaba de pie ante ella.

La mujer parpadeó varias veces seguidas y notó con gran alivio el descanso que su cuerpo comenzó a tener. El escozor, la sensación de estarse quemando y el dolor, todo eso se desvaneció una vez el hombre posó una mano sobre la frente de la fémina.

—Mi nombre es Jonathon —se presentó —. Y por si no lo has notado, también soy un Silverstone.

Helena sintió cómo la cabeza comenzó a darle vueltas y su vista a empañar. Ni siquiera cuando el hombre retiró su mano de su frente se calmó esa nueva sensación.

Era imposible. Ella debía ser la única sobreviviente de su clan, de su familia. ¿O solo lo estaba imaginando y nada de lo presente era real?

—Esto es un sueño o pesadilla, ¿verdad?

—Es una visión —la corrigió el hombre —. En realidad, estás volviendo a tener un ataque.

—No... —Susurró la castaña.

En cuanto terminó de hablar, sintió que su cuerpo se adormecía y perdía el control de sus piernas. Comenzó a caer al suelo, pero el barbado la sostuvo contra su cuerpo.

—Uno de los pocos placeres de estar muriendo es que puedo enmendar mis errores —confesó el desconocido, arrullando a una casi inconsciente elemental entre sus brazos —. También puedo aprovechar y pedir favores. Y necesito uno tuyo, Helena.











And I Oop! No sé ustedes, pero todo esto me parece sospechoso. Better keep tabs on it jijijiji

¿Qué tal les ha parecido el capítulo? Por que nada de lo que tenía pensado hacer sucedió, sin embargo salió algo que ni yo me esperaba, pero que ayuda a que la trama pegue un salto gigante xdd A ver si alguien adivina lo que puede llegar a suceder después :o
¿Creen que Helena le va a decir la verdad a Gilbert o no?

¡Mil gracias por todos los leídos, votos y comentarios!

¡Feliz lectura!






a-andromeda

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