❄️7❄️ LA BESTIA DE LAS TINIEBLAS
Año 9
10Ka, 50Ma.
Bajo Balgüim.
El dolor la mayoría del tiempo podía ser tan insoportable que los desmayos en el príncipe eran frecuentes. Estaba además el fétido olor que desprendía cuando volaba con esas alas espantosas que le habían arrancado la piel interna a los omóplatos. Las nuevas plumas negras y ásperas que se empeñaban en crecer por otras partes de su cuerpo no eran menos desagradables y las garras de las extremidades inferiores le producían un escozor desesperante al punto que perdía la paciencia y se frotaba vez tras vez contra lo que encontrara hasta aliviar la sensación, hasta hacerse sangrar.
Pero el peor efecto colateral de la metamorfosis a la que lo había sometido su padre eran las escalofriantes pesadillas. Nunca lograba recordarlas, pero se despertaba sudando, con una agitación mortal en el pecho y los pulmones comprimidos.
Tenía que salir de ese pellejo de bestia porque no llegaría vivo al próximo año.
Por tanto esa noche decidió arriesgarse por el este y tomar el desvío que lo trasladaría de mundo. Se arriesgaba muchísimo pero, ¿qué castigo podía ser peor que su actual situación? Por lo que no le importó burlar la defensa, usar la oscuridad de Balgüim a su favor para que las sombras lo cubrieran hasta llegar al portal donde una leve e intermitente señal se había activado. Supo que era su oportunidad más rápida para brincar a Jadre, estaba más que desesperado. Ciertamente para pasar por alto la prohibición de viajar al mundo enemigo por un agujero negro entre las cordilleras del este y escurrirse como un vulgar espía a las montañas que se alzaban ante el mar Ciónico en dicha condición deplorable, el Príncipe de las Tinieblas tenía que estar en los límites de lo que sus nervios podían soportar. Solo le quedaba la esperanza que Khristenyara Daynon accediera a su propuesta de matrimonio y así terminara con su tortura a la vez que le ponía fin a la guerra.
Jasper aterrizó cerca del criadero de cóndores, ya que era la entrada al alcázar más infrecuente, solo los sirvientes encargados de alimentar a las aves acudían al lugar una vez al día para dejarles carne podrida y restos de los que habían agonizado en el Séptimo Abismo. Los bicharracos ponzoñosos levantaron vuelo para no estar cerca de él cuando aterrizó y seguir en su espacio de soledad que tan cómodo les era. Cualquier otro ser hubiera preferido arrancarse un miembro del cuerpo antes que pasar por allí, era sabido lo impredecibles que eran los cóndores gigantes. Pero no con Jasper, no con su príncipe.
El convertido en bestia siguió arrastrándose hasta entrar a los pasillos de hielo del alcázar, maldiciendo que el camino hacia sus aposentos fuera tan largo y tan frío. El cuerpo le temblaba, las alas le pesaban, y en general la sensación de enfermedad eterna le secaba los huesos. Siempre había considerado las bajas temperaturas agradables, ahora lo ponían peligrosamente segundo a segundo cerca de la muerte. Y ahí la tortura: su muerte, su descanso, su salida..., nunca llegaba. Estaba experimentando lo que sufrían los prisioneros del Séptimo Abismo.
En circunstancias tan enloquecedoras la muerte es más que una solución clemente, se vuelve una necesidad.
El heredero mantuvo un esfuerzo en cada uno de sus pasos mientras algunas plumas negras se desprendían en el proceso. También era consciente que según avanzaba, esa viscosidad asquerosa y negra iba manchando el suelo pulido.
—El rey se molestará cuando sepa que tiene que encargar que limpien por enésima vez los vestíbulos. —Oyó decir a una voz en la lejanía.
Jasper se giró con dificultad y vio a uno de los emisarios de su padre, descubriendo que no estaba tan lejos como sus oídos habían indicado. Pero estaba tan agotado física y mentalmente que no podía discernir con claridad los sonidos. Viajar por el portal lo había debilitado y estar atrapado en ese nuevo pellejo lo volvía torpe y lento; él, que siempre se había caracterizado por ser elegante en andares y ligero como una sombra.
Antes se fundía con las sombras, ahora debía batallar contra ellas para que no lo absorbieran.
—Dile a Dlor —empezó a hablar con la característica tos entre cada palabra— que si le preocupa tanto la pulcritud de su palacio se lo hubiera pensado mejor antes de convertirme en esta bestia humillante.
Volvió a girarse para continuar su camino, después de todo, no tenía energías ni moral para hacerse respetar. Pero el emisario lo alcanzó con la facilidad que un tigre saltaba hacia su presa.
—El rey lo está esperando.
Jasper se detuvo, la frialdad del área se hizo latente con más intensidad. Los últimos encuentros con su padre no habían sido precisamente "paternales". Incluso, varias noches revivía cómo este lo había engañado para que bebiera la fórmula que lo haría más fuerte:
—Bébela hijo mío, porque de esta manera se expanderá tu entendimiento y la fortaleza precisa abarcará tu alma —le había dicho.
Y él lo hizo, ingenuo. ¿Cómo desconfiar de ese que por tantos años lo había guiado en la Tierra, mostrado la verdad de Irlendia, dado un propósito conciso?
—Me mentiste —replicó Jasper cuando las sombras le comprimieron la vista, el dolor le golpeó los sentidos y la piel se le desgarró para darle lugar a las espantosas plumas ásperas.
—En eso te equivocas —dijo Dlor después de lanzarle a la cara el recipiente de vidrio que había albergado la horrenda fórmula. El heredero trató de esquivarlo pero el tiro acertó más rápido de lo que hubo imaginado y los pedazos de cristal estallaron en la piel de su cara haciéndolo sangrar—. Tienes lo que te mereces por traicionar a tu Rey, tu clan y tu sangre. En esa nueva forma se abrirán tus entendederas, porque comprenderás el precio por tu traición. Y la fortaleza que necesita forjar ese carácter bisoño la adquirirás con agonía y remordimiento.
A medida que Dlor recitaba lo que podía ser la peor de las condenas, su heredero al trono se retorcía en el suelo con arcadas y alaridos de dolor. La sangre siguió brotando de su rostro y pronto comenzó a brotarle de la espalda y las uñas de los pies.
—¿Qué... me diste de beber? —murmuró con una voz que no parecía la suya, una voz nada firme ni consistente.
—¿Por qué te interesa saberlo? Yo, Dlor el temible, el mejor químico que ha existido en Irlendia, el que reduce a sus contrincantes a cenizas y usa sus huesos como trofeos —susurró lento, disfrutando cada palabra—. Yo he fabricado esta bebida exclusivamente para ti, hijo inútil, y nunca lograrás arrancarme la fórmula, para que tampoco puedas hallar la cura.
—No... no puedes dejarme... ¡Aaah! —Jasper se contrajo en una mueca que le paralizó el habla e inmovilizó las manos. Algo demasiado poderoso y oscuro se desarrollaba dentro de él, como mil ataduras con las más gruesas cadenas, como una suplantación a su verdadera identidad—. No puedes dejarme así para siempre —consiguió decir con gotas de sudor empapándole la frente y los mechones de cabello próximos a esta.
Dlor, que en instantes había alcanzado la puerta de salida mediante su levitación, se dignó a girarse y observar a ese trozo de carne que se estaba debatiendo en el suelo entre una figura humana y una bestia emplumada.
—Por supuesto que no, hijo mío —expresó con esa tranquilidad envidiable que Jasper no podía permitirse—. Toda emulsión tiene su neutralizante.
El del suelo lo miró suplicante, una simple pista de los ingredientes le bastaría, ya se encargaría él de encontrar la combinación perfecta que lo sanara. Dlor dibujó una fina línea con los labios, tal vez era el intento de una sonrisa maligna, pero el monarca carecía de expresiones definidas en aquel rostro tan sepulcral.
—Tu tortura amarga acabará con la dulzura desinteresada. Tu invierno interno será derretido con la primavera. Si una sola alma logra verter en ti un sentimiento real, si logra atrapar ese sentimiento y mezclarlo con el agua del estanque azul, el envenenamiento perderá sentido.
—Qué... qué significa... todo eso —pudo articular Jasper entre gemido y tos y sus propios gritos internos.
Pero Dlor no contestó. Abrió la puerta y la cerró con la imperturbabilidad de quien no tiene aquejos en la vida.
Jasper avanzaba hasta el compartimento de reuniones mientras recordaba cada detalle. Dlor le había dejado un maldito acertijo y por más vueltas que le diera no conseguía descifrarlo. Lo único claro era el estanque azul, ese donde Isis su media hermana se bañaba cuando aún residía con ellos. La temperatura era tan alta que solo el vapor podía quemar, pero como Isis era alvina difería en algunas condiciones que limitaban al resto de oscuros.
Nunca lo hubiera reconocido en voz alta, pero extrañaba a su hermana. Como Dlor había tomado represalias con ambos por liberar a Khristenyara y el destroyador, Jasper se sentía más solo que nunca sufriendo su castigo. Él mejor que nadie sabía que de no haberse tratado de los únicos hijos del rey, este les hubiera dado una muerte lenta y dolorosa por la traición.
No obstante, aquello no impidió que se les avecinara el mismo infierno invernal, algo muy común de darse en Balgüim. Los dos pagaron el precio más alto que podían pagar: su dignidad. Ambos estaban siendo pisoteados y despedazados en formas diferentes.
Una vez que llegó a su destino entró sin tocar la puerta que estaba abierta. La escena que encontró le hubiese parecido chocante si él ya no estuviera acostumbrado a vistas horripilantes, todo tipo de criaturillas mal formadas y cadavéricas. En el sitio estaban reunidos miembros del Valle Enrevesado; las pesadillas más escalofriantes que cualquier ser humano y lo que no era ser humano podía imaginar. Con ellos estaba su señor feudal, Vogark, apodado El Verde por su color de piel.
Drakgreen era una especie rara del clan Zook. Nacían muy pocos en los últimos años, ya que la mayoría perecía en guerras por nuevos terrenos o alianzas que resultaban en traiciones. Por tanto la raza Drakgreen se estaba extinguiendo, y uno de los tres que quedaban en el universo tenía la pesada carga de evitarlo.
Vogark, como gran parte de su clan, residía en Bajo Mundo y allí tenía una hacienda nombrada Greendomain en honor a su raza y poderío. El diseño de la hacienda era digno de un monstruo, y la decoración se caracterizaba por contener todos los detalles que afloraban en los sueños más macabros de los seres. Tenía una tribu conformada por pesadillas, alianzas en los extremos más lejanos de Bajo Mundo y muchos planes para cuando germinara descendencia. Pero ahí se encontraba el problema: germinar descendencia.
Jasper escuchó que Vogark estaba discutiendo con Dlor, furioso. Exigía la contribución del dinero que había pagado y poder devolver a Isis la princesa del Bajo y Alto Balgüim.
—El vientre de esa impía está tan seco como los suelos de Drianmhar —rugió El Verde—. Si lo hubiera sabido jamás hubiera negociado por ella —afirmó, apretando los puños.
Vogark le doblaba el tamaño al rey de los oscuros. Su constitución era musculosa y su pellejo de aspecto impenetrable. El cuerpo evidenciaba las batallas a las que se había enfrentado con criaturas armadas y bestiales, pues la cicatrices le surcaban desde el pecho hasta el abdomen, y se perdían más abajo donde la vista se imposibilitaba por un trozo de tela sucio y roído pero con el grueso suficiente de aguantar par de siglos más.
El príncipe dedujo que su hermana no estaba cómoda con semejante bárbaro, que debía abusar de ella todos los días en busca del heredero que nunca llegaba. Vogark tenía varios vástagos tan horribles y asquerosos como su procedencia, pero necesitaba un nacido con sangre real para seguir ejerciendo supremacía absoluta en Bajo Mundo. Ya era sabido que desde hacía años atrás El Verde había experimentado intentos de sublevación en su territorio y por supuesto, quería detenerlas. Aunque era neutral en la Guerra Roja, tenía su propias guerrillas de vez en vez por el control feudal de Valle Enrevesado.
Se contaba que adquirió el permiso para gobernar tranquilamente cuando Kronok ascendió al trono de Jadre después de controlar la energía Osérium. Desde entonces el trato se mantenía que Vogark controlara a las bestias en su mundo y Kronok no interferiría en la manera en que este lo hacía. Eso sí, El Verde seguiría siendo vasallo del daynoniano, algo que cambió al negociar con Dlor.
Dlor, "El Temible", era un irlendiés astuto. El fin de la tregua era inminente y ahora que la princesa perdida había regresado con su legítimo clan sería muy difícil ganar. Se trazó entonces el objetivo de conseguir aliados, principalmente los que antes de la reintegración de Khristenyara habían permanecido neutrales. Cuando se enteró de lo que había hecho su hija finalmente vio la oportunidad para pactar con El Verde. Vogark quería una esposa y Dlor la alianza con Valle Enrevesado.
—No me concierne los problemas de natalidad de Isis, no tengo culpa que haya nacido estéril —dijo Dlor con esa calma terrorífica que envolvía cada una de sus palabras.
—Insolente. —Vogark agarró a Dlor por el cuello de la capa con una rabia característica de su especie.
Jasper se permitió visualizar lo que iba a suceder por la osadía.
Dlor no se inmutó, no hizo esfuerzo por bajarse. Más bien dejó que de la profundidad de sus ojos se desprendiera un humo que nubló la vista de su contrincante y abarcó todo el salón. Los secuaces de Vogark tosieron y se tiraron al suelo por acto reflejo, sujetándose la garganta incapaces de respirar la toxicidad que se esparcía con el color de la muerte. Algunos se retorcían chillando como murciélagos, otros se quedaban tiesos dejando escapar sus últimas exhalaciones. El suelo del salón de reuniones pronto se vio atestado de goblins y verracos, kappas y strigoi que morían o gemían de ardor.
—Creo que olvida su lugar feudo. —Dlor empezó a levitar despacio alrededor del mencionado. Su impavidez le daba un toque siniestro a la situación—. Que sea la última vez que se dirija a su majestad con dicha actitud. ¿Ha quedado claro? —inquirió con un tono de que la respuesta debía ser afirmativa o sino, la niebla los consumiría uno por uno.
Vogark intentó hablar, pero la asfixia no se lo permitía. Intentó asentir, pero todo giraba a su alrededor y él ya no sabía si su cabeza continuaba fija en su cuello.
—Voy a tomar eso como un sí —informó Dlor y chasqueó los dedos.
Y todo desapareció. El humo negro, la sensación de ahogo y la descordinación del cerebro con los ojos... Vogark se levantó rugiendo, furioso, apretando los puños verdes en tanto se le marcaban las venas violetas. Enseñó los dientes frente a un tranquilo Dlor. Pero no se atrevió a tomar represalias, aunque tenía aspecto de un bruto, El Verde poseía la inteligencia necesaria para reconocer que a pesar de su constitución delgada y escuálida, el rey del clan Oscuro era un adversario implacable, que reducía a ruinas a sus enemigos y arrojaba sus huesos al otro lado de la muralla.
Soltó una jerigonza en una lengua natal y antigua que solo conocían los pertenecientes a la raza Drakgreen y luego volvió hablar en Káliz:
—Podrás matarme si te apetece, pero no conseguirás el apoyo de Valle Enrevesado para la Guerra Roja.
Dlor siguió sin inmutarse, pero Jasper se dio cuenta de la tensión en el aire. Aquello, por supuesto, no eran buenas noticias. Y matar a Vogark no serviría más que para acrecentar el disgusto de sus fieles.
—Nuestro trato se ha roto —terminó El Verde y acto seguido ordenó a sus secuaces que empezaba la retirada.
Cuando Jasper se quedó solo con su padre, un frío extraño le recorrió la espalda.
—¿Dónde estabas? —La pregunta directa exigía la verdad.
—Patrullando los límites del este.
Diciendo esto, los sesos de Jasper se estremecieron dentro del cráneo y se le empezaron a apretar los sentidos. El descendiente se llevó las manos a la cabeza, enterrando los dedos entre los largos cabellos.
—¿Crees que no sé lo que has hecho? Dime hijo mío, ¿por qué clase de tonto me tomas? —increpó Dlor con una serenidad que nada tenía que ver con las circunstancias—. Ahora por otra de tus insensateces me veo obligado a acelerar mi movimiento de ataque. Mis soldados estaban esperando el momento preciso, pero tú lo has echado a perder.
Jasper no pudo responder. Los sesos se le seguían comprimiendo de una forma dolorosa, amenazando con borrarle la memoria pues sentía como la presión iba rozando cada uno de sus recuerdos con la intención de desbaratarlos. Sus primeras vivencias en la Tierra salieron a relucir volviéndose un recuerdo borroso:
La vez que su madre humana le dio un ataque de locura en pleno baño y lo sumergió en la bañera; un Jasper pequeño luchó por salir a la superficie pero Loana seguía apretándole el cuello para mantenerlo sumergido. La carita se le puso morada, los ojos se quedaron fijos viendo los cabellos negros de la mujer que parecían electrificados con la corriente de la locura. Hasta que cesó. De un instante a otro el niño pasó de estarse ahogando a manos de su propia madre a recibir en sus pulmones el agradable oxígeno de la vida. Loana se puso de pie, lo miró un rato prolongado y luego le dijo:
—No deberías jugar debajo del agua tanto tiempo.
Y luego se fue por la puerta.
También salió a la superficie de su banco de memoria la vez que sus tíos Dónovan le prepararon una trampa en medio del bosque por miedo de los poderes que con seis años ya Jasper, siendo Legendario, demostraba. El niño viéndose perdido entre árboles y caminos escabrosos emprendió solo la marcha de regreso. Así fue como dio un paso en falso y cayó al hondo agujero que los Dónovan habían preparado. Pasó hambre y frío hasta que descubrió que podía levitar y salió de la trampa.
También revivió aquella vez que durmió en la intemperie porque Loana quemó la casa en medio de un crudo invierno...
Más recuerdos similares empezaron a aparecer y hacérsele borrosos. El príncipe no tenía miedo de perder sus recuerdos, después de todo no le interesaba conservarlos. El problema era el dolor que le ocasionaba el sometimiento de su padre, la desesperación por sentir que le reventaban el cerebro y no podía hacer más que gritar porque terminara.
Y siguió gritando gritos de aflicción.
—Por eso hijo mío —agregó Dlor sosegado como si no estuviera torturando a su hijo—, irás a cada batalla que desate en Jadre. —El rey se elevó por el nivel del suelo y se deslizó a la puerta—. Ya que tanto disfrutas visitar ese mundejo, es justo que veas cómo se destruye. Partiremos en el año once y congelaremos al ejército real de Daynon.
Una vez que el oscuro salió por la puerta, el aporreo mental de Jasper cesó. Y allí se quedó en el suelo, incapaz de levantarse mientras le recorrían por la cara las gotas de sangre que exudaba su frente.
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