⚓️6⚓️ TROFEO DE CONQUISTA

Finales del año 12
10Ka, 50Ma.
Valle Enrevesado
Bajo Mundo.

La hacienda era una construcción elevada de piedra y barro, con partes de madera pulida de troncos fuertes procedentes del sureste de Bajo Mundo, donde secuoyas colosales se alzaban hasta el cielo púrpura. Vogark no tenía un gusto refinado para la decoración, a diferencia de Maltazar, por lo que fue habitual encontrarse objetos estrafalarios en los pasillos, armas mortales en el medio de las fuentes y oscuridad tenebrosa en algunas habitaciones.

Tampoco fue sorpresa que los piratas encontraran algún que otro niño esclavo escondido y temblando de miedo debajo de la inmobiliaria variada de la casa, cosa que se informó al capitán, decidiendo este que se quedaran como cautivos de guerra con los esclavos adultos que habían dejado vivos.

—Deberías darle muerte a todos —debatió Aracnéa—. No son más que sangre podrida juramentada a El Verde, no te sirven de nada.

—Sus manos me sirven, al igual que sus pies —resaltó Maltazar impávido—. Se quedarán cuidando la casa mientras yo esté por los mares.

—Te traicionarán en cuanto tengan oportunidad —masculló la turia.

—Cortémosle la lengua a los adultos, para que no tengan cómo hacerlo —determinó él—. Excepto a los niños de los esclavos y demás especies, no quiero que les toquen ni un pelo.

—Los niños crecen...

—También mi impaciencia, turia —espetó Maltazar y la mujer-araña se mordió la lengua.

Odiaba cuando él la trataba tan déspota y la llamaba «turia», como si el apelativo se tratase de algo desagradable que debía salir de su boca porque referirse a ella en otro término resultaría muy benevolente.

Bien, Aracnéa tenía el orgullo más grande que él, y entendía cuando el hombre no estaba para que cuestionaran sus mandatos.

La contramaestre del Atroxdiom se fingió conforme con la orden de las lenguas, a pesar que su propuesta salvaje no pasó desapercibida por Maltazar. Aracnéa había crecido en un ambiente hostil que había labrado su personalidad cruel y desalmada, y el capitán procuraba no olvidarlo. Pero eso no le daba derecho a demostrar abiertamente su disgusto por las decisiones que él tomaba, a dar a entender que de alguna manera era... débil.

El hombre despreciaba tal condición y la consideraba muy alejada de su entero ser. No era débil, ya no. Dejar con vida a los niños no probaba lo contrario. Solo demostraba que él no era un bruto sin cerebro que estaba configurado para matar. Tenía cerebro, y lo usaba con precisión.

—¿Qué hiciste con la prole de Vogark? —inquirió Maltazar respecto a algo en lo que no le interesaba ser generoso.

—Fue carne devorable para nuestros tiburones —informó ella divertida—. No quedó nada.

—¿Estás segura?

—Como mismo estoy segura de tu control absoluto de los ocho mares, Capitán.

Maltazar asintió. Para que la conquista de Valle Enrevesado cumpliera su propósito se debía liquidar a la descendencia que había fecundado El Verde, aunque se tratasen de bastardos. Sin herederos que reclamasen el puesto de su padre, fueran engendros de pesadillas o no, Maltazar seguiría como el señor absoluto. Respetaría la prole de las diferentes tribus de Bajo Mundo y no extinguiría ninguna raza de guerreros híbridos a menos que alguno tuviera la suficiente osadía de alzarse contra él. Sin embargo aquellas criaturas, con toda la bestialidad que las caracterizaba, disponían de sesos suficientes para llegar a la conclusión que al capitán más temido de Irlendia era mejor respetarlo.

Por lo demás, Maltazar no se interesó en conocer los detalles del asedio. Cuando Eskandar era el contramaestre, el capitán generalmente acompañaba a la tripulación a los asaltos y pillajes que hacían por los mundos. Su mundo favorito para saquear era Korbe, porque en su capital Imaoro había vivido varios de los momentos más negros de su existencia; vengarse a su manera le confería una satisfacción increíble. Para los saqueos pequeños y menos significativos él no acompañaba a su séquito.

Sin embargo, desde que Eskandar lo había traicionado y abandonado, Maltazar dejó de participar en toda clase de hurtos e incursiones a tierra. Durante los primeros años después del incendio, se enfocó de a lleno en la reconstrucción de su barco y cuando había que hacer lo que todo buen pirata debe hacer para honrar su profesión, le dejaba los encargos a Aracnéa. Así mantuvo por seis años la rutina, por lo que la toma del Valle Enrevesado era la primera vez en mucho tiempo que el capitán se quedaba en tierra firme después de luchar. No obstante los detalles de la crueldad de su nueva contramaestre y cómo había guiado a la banda de piratas para masacrar y hacer las cosas que les gustaba hacer, le eran irrelevantes. Con que el trabajo estuviera hecho le bastaba.

—Deduzco que después de esta victoria sí que podremos celebrar con Fron, Capitán —mencionó la turia recortando distancia.

Maltazar le echó un vistazo rápido. El cabello que inicialmente se había recogido en varias vueltas imitando una gran cebolla firme ya estaba bastante deshecho, con mechones salidos de orden que estaban salpicados de sangre y sudor. Su cuello y pecho se encontraban de igual manera, y la tela que cubría el abdomen donde desaparecía la piel de mujer y comenzaba la de araña se había roto por la batalla. Él recordó cuando todavía era un pobre grumete y una noche inquirió a Aracnéa respecto a una duda que no lo dejaba en paz:

—¿Las turias tienen la misma constitución interna que las otras féminas?

Básicamente —había respondido ella con esa diversión audaz que mostraba a cada rato.

¿Cómo es el caparazón de una turia?

—Como nuestro carácter —ronroneó Aracnéa—. Duro y sin imperfecciones.

El muchacho soltó una risita nerviosa por el comentario.

¿Quieres tocar? —La turia se acercó lo suficiente para que la mano del chico alcanzara el caparazón.

A golpe de vista era duro, pero en realidad se trataba de un escudo a la suavidad que se escondía debajo. Dentro de aquellas capas aparentemente impenetrables, las turias albergaban lo más parecido a un vientre humano. En ese refugio concebían a sus semillas, hasta que estas se desarrollaban y ocurría el parto.

Claro estaba, que esto era desconocido para el muchacho en ese tiempo, como tantísimas cosas.

Y cuando sus dedos estaban a punto de rozar el caparazón, un par de patas con dientes diminutos y filosos lo atraparon por el cuello y lo lanzaron contra la pared. Una de las patas se le clavó horizontalmente en la garganta como un puñal, mientras que las otras le fueron comprimiendo el cuerpo. El rostro seductor y turbio de Aracnéa quedó a milímetros y sus inhalaciones seguras aspiraron cada centímetro del miedo del chico.

Nunca vuelvas a atreverte a hacer eso —susurró sin despedir el tono coqueto.

Sin embargo el susurro en sí encerraba una amenaza.

Pero tú... tú dijiste que... —intentó replicar él tragando saliva.

¿Si te dijera que mataras al capitán Maltazar, lo harías? —Ella sonrió y apretó más el cuello de su víctima—. En la vida te dirán muchas cosas cría de humano, pero eso no significa que podrás hacer todas ellas.

Su-suéltame —pidió él morado por la presión. Incluso la imagen de Aracnéa se le hizo borrosa.

El joven temió también que le aplicara el veneno que escondían las turias entre los diminutos dientes de la punta de sus patas.

No eres más que un chico flacucho y débil que se deja llevar por palabras del momento —bufó Aracnéa—. Solo un verdadero hombre puede atreverse a tocar mi caparazón.

Diciendo esto liberó al descendiente Kane y este cayó de rodillas, tosiendo, recuperando la nitidez de su vista y recordándose que las turias eran tan impredecibles como las aguas de Bajo Mundo.

Aracnéa se arregló el jubón marinero con el que vestía en la parte superior y anudó más fuerte la cuerda de su corsé. Le regaló un beso al grumete en la coronilla y se fue a cumplir sus deberes. No obstante, la lección que dejó en el muchacho fue absorbida para un propósito diferente al recalcado. Desde hacía un tiempo él había estado cocinando una idea... una idea que incluía la cabeza y corazón del capitán Maltazar. Además, estaba cansado de que lo llamaran «chico flacucho» o «débil» o cualquiera de las variantes. Él estaba resuelto a convertirse en el «hombre» con el que todos lo imprecaban.

Las violaciones, las torturas y las burlas fueron la combinación necesaria para matar su inocencia y levantar a una bestia despiadada. Esa bestia que ahora era nada menos que el rey del océano.

—Podrán beber Fron hasta que los ojos se les salgan de las órbitas —concedió el nuevo Maltazar ubicándose en la realidad.

Aracnéa se frotó el brazo que contenía heridas viejas, esas que había intentado ocultar bajo tinta y líneas exóticas que solo los miembros del clan Lirne entendían. Era como un dibujo sobre un lienzo imperfecto. Muchas turias solían llevarlas y en menor número, también algunos silfos.

—Tal vez quieras...

Estaba a punto de proponer algo cuando un pirata interrumpió el momento privado que ella compartía con el capitán para anunciar que se exigía la presencia de este abajo, en las cavidades subterráneas de la hacienda.

—Tiene que verlo usted mismo, Capitán —pidió el pirata desconcertado, bajando la cabeza.

—No perdamos tiempo entonces.

Maltazar dejó que su vasallo lo guiara entre cuartos y columnas hasta un dormitorio que ya había sido saqueado y Aracnéa fue con ellos. Dicho dormitorio contenía un agujero en el suelo, escaleras de piedras que conducían a una zona subterránea. A medida que bajaba, Maltazar sintió cómo olas de calor lo sacudían, el escalón continuo más caliente que el anterior. Al llegar abajo comprendió el porqué: la temperatura era elevada en extremo debido a unos cráteres irregulares que expulsaban vapor cada un minuto; secuencia dispareja pero reiterativa em cada uno de ellos.

A él no le gustaba el calor, nunca lo había apreciado ni cuando era un heredero en la Tierra.

El calor le impedía vestirse con gusto pues sus mejores conjuntos eran de invierno. En el calor, odiaba practicar los entrenamientos que le exigían en la Academia. Detestaba sudar, y nunca se bronceaba. Todo lo contrario a su hermano Arthur, que lucía un tono de piel perfecto según la estación por sus contratos con las agencias de modelaje. Ahora el tema del bronceado era una nimiedad, teniendo en cuenta que por su trabajo como pirata Maltazar tenía un tono de piel más cálido que el que solía tener.

Pero bajar a ese lugar subterráneo lleno de cráteres y vapor excesivo le representó un sacrificio que le haría pagar a sus vasallos. No obstante lo más impactante no fue contemplar el panorama de rocas, agua hirviendo y excrementos flotantes, sino al ser que estaba atado con ocho cadenas a un inhabitual peñasco.

Maltazar se acercó guardando distancia, examinando lo que parecía una mujer con cabello como la nieve que le llegaba poco más abajo de las orejas; su apariencia demostraba que indiscutiblemente era una especie fina entre los irlendieses. Las ropas con las que estaba vestida tenían desgarres en lugares vergonzosos, y los moretones en la blanca piel evidenciaban que había sido sometida en varias ocasiones a actos despreciables en contra de su voluntad.

Alrededor de ella había agua, quizás hielo derretido por las altas temperaturas. Maltazar había visto lo suficiente en Irlendia para andarse con cuidado, razas raras capaces de ejecutar todo tipo de poderes. Quizás ella pudiese congelar todo a su paso. Vogark la había encadenado en aquella cloaca de vapor por una poderosa razón.

Al parecer, Aracnéa pensó exactamente lo mismo por lo que dijo a continuación:

—Hay que matarla.

—Estoy de acuerdo —determinó el capitán sin muchas ganas de prolongar más su estancia en el área.

—Capitán, creo que debería saber que cuando la encontramos tenía un poco más de conciencia que ahora —relató el pirata—. Y al ver que éramos tripulantes del Atroxdiom pidió desesperadamente hablar con usted. Lo... lo llamó por su nombre...

Maltazar lo miró con asombro .

—No lo he sentido, y yo siempre lo siento.

—Lo sé, Capitán, por eso es que...

—No me arriesgaré con ella, puede ser un híbrido de ninfa marina o algo peor —dijo, dando la vuelta para marcharse.

—¿Me concede el privilegio de acabar con ella? —pidió gustosa la turia.

—Discúlpeme Capitán, pero creo que no ha comprendido de quién se trata —insistió el pirata.

Maltazar exasperado tomó por el cuello de la camisa al que le causaba molestia y le dedicó una de sus miradas severas.

—Entonces escupe de una maldita vez todo lo que tengas que decir al respecto, porque te juro que como desperdicies un minuto más de mi tiempo el próximo que estará muerto serás tú.

El pirata tragó saliva.

—Es Isis del Bajo y Alto Balgüim, la princesa albina del clan Oscuro. La hija de Dlor el temible, la que...

Maltazar tiró al pirata a un lado y caminó hacia la recién nombrada princesa que seguía con la cabeza gacha, mancillada e inmóvil. Los grilletes en cada muñeca eran el terminar de cuatro pares de cadenas gruesas y corroídas por la humedad que lucían tan ardientes como un hierro acabado de forjar.

«La cosa-mujer será alguna meretriz de Vogark» pensó él.

—Debe matarla igualmente mi Capitán —presionó Aracnéa—. Si los oscuros se enteran que tenemos a ...

—¡¿Crees que le temo a esos pálidos?! —rugió Maltazar con soberbia.

—Por supuesto que no. Yo solo...

—Si Dlor se deshizo de su propia hija algún asunto tendría con El Verde —dijo él—. Y si ella me ha nombrado es porque esperaba ver...

Las palabras del capitán se quedaron flotando en la humedad de la cavidad subterránea. El silencio no era pleno producto a las gotas de agua que caían de las rocas que se formaban cuando el vapor se acumulaba hacia arriba y no podía escapar.

—Qué piensa hacer —preguntó Aracnéa con cuidado, sin tono de reproche.

Maltazar lo pensó un momento.

—Que le corten la lengua y se quede con el resto de la servidumbre de la casa.

—Si me perdona el importunarlo mi Capitán —habló el pirata—, pero puede ser beneficioso conservarla.

—La quieres para ti, ¿es eso? —inquirió Maltazar alzando las cejas.

Aracnéa soltó un bufido antes de añadir:

—Está tan estropeada que no serviría para mucho.

Maltazar volvió a observarla durante varios segundos, meditando en aspectos en los que antes no se había detenido. Tener intacta bajo su custodia una princesa de Balgüim, tan intacta como podía considerarse una criatura que había sido deshonrada vez tras vez, le sería beneficioso políticamente.

—De acuerdo, no se le cortará la lengua. Llevémosla con nosotros como trofeo de conquista.

Maltazar se acercó más y desenvainó su espada. Extendió el arma y levantó el mentón de la princesa con la punta para que ella lo mirara. Los ojos femeninos se abrieron un poco debido a la acción, estaban tan cristalizados y lucían tan antinaturales que el hombre recordó que se trataba de otra muestra de la albinez del clan; pero lucían tristes y vacíos y en cuestión de instantes volvieron a cerrarse porque la dueña no tenía fuerzas para dejarlos abiertos.

Así que Maltazar retiró la espada y la dirigió en un golpe preciso y enérgico contra las cadenas de hierro ardiente. La hoja de acero que se había fortificado con fórmulas especiales cortó limpiamente las cadenas, dándole la libertad a Isis que cayó instantáneamente sobre la plataforma de piedra.

El capitán se agachó en cuclillas, observándola con atención una vez más. Ella lucía tan... débil. Otra criatura de un puesto encumbrado que había sido pisoteada, abusada y encadenada. Cuando Maltazar lo analizó, tenían bastante en común. Él había resurgido de sus cenizas, ¿le quedaría voluntad a la albina para hacer lo mismo?

Introdujo sus brazos debajo del cuerpo femenino, ensuciándose la camisa con el vestido manchado de sangre al cargarla. Pesaba muy poco, y Maltazar dedujo que ella debía haber bajado de peso en los últimos años viviendo en Greendomain, porque ninguna princesa estaría tan desnutrida. Inició la marcha para salir finalmente de aquel repulsivo lugar cuando Aracnéa intervino en palabra:

—Capitán no creo que...

—Cierra la boca —fue la orden efusiva y la turia tuvo que acatarla.

Cuando Maltazar salió a la superficie con la princesa del clan Oscuro entre brazos, la mirada gris era tan glaciar y su andar tan decidido que ninguno de sus vasallos cometió la locura de preguntar al respecto. Sus pasos firmes se dirigieron fuera de la hacienda, donde el humo por los cadáveres ascendía a lo más alto del cielo. Fue dejando atrás los grupos de piratas que aprisionaban y amarraban a las pesadillas. Atravesó el pantano para llegar al río donde estaba anclado su preciado barco y un tablón de madera permitía la subida de tierra a proa.

Justo en ese recorrido la princesa pareció recobrar un poco de solidez en el alma y entreabrió los ojos, mirando desde su ángulo al Capitán que la cargaba entre brazos.

—T-tío... —balbució.

—He matado a tu tío —reveló tranquilamente él con la vista fija al frente—. Yo soy el nuevo Maltazar ahora.

+Nota+

Imagen trabajada con varios softwares exclusivamente para este capítulo. Prohibido su uso y divulgación para otros fines. La encontrarán disponible en la cuenta oficial de Instagram de la saga.

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