⚓️40⚓️ ÁMAME

Año 16
10Ka, 50Ma.
Mar Ciónico, Jadre.

La inquietud no era una de las cualidades de Isis, no era propio de ella ni cuando fue princesa en Balgüim, ni cuando fue prisionera de Vogark. Ser paciente, afrontar las calamidades con entereza, eso sí era su modo habitual. Pero qué terrible era la inquietud por Maltazar, no saber lo que estaba sucediendo en palacio, no poder hacer otra cosa que no fuera esperar, y esperar... y esperar.

Debido al alto riesgo que corría Maltazar si todo salía mal, el contramaestre Güolec tenía órdenes precisas de proteger a Isis sobre todo lo demás. Una vez puesta a salvo en el compartimento más seguro del Atroxdiom, usaría la nebulosa para "forrar" por decirlo así, al barco, y elevarlo por los aires lo más alto que pudiera.

Maltazar ya vería como arreglárselas. Pero ante todo quería proteger las únicas cosas valiosas que realmente le pertenecían: su esposa y su barco.

El contramaestre le había explicado el modus operandi a Isis, no estando de acuerdo ella con la parte de dejar al capitán solo y sin auxilio.

—Él sabe lo que hace, mi reina —le había explicado el lagarto—. Sus enemigos son los que deberían tener miedo de no cerrar un trato, no al revés.

Con todo, Isis temía por la vida de Maltazar. Por muy inteligente que fuera, por muy sanguinario a la hora de luchar, ella no podía desalojar el miedo que se albergaba en su interior y se le extendía a todas partes. ¿Y si se daba la remota posibilidad que no volviera a verlo nunca?, ¿y si su decisión de regresar a un barco en donde nunca estuvo presa ya no valiera la pena? Sin él, estar en el Atroxdiom perdía sentido. Sin él, a Isis se le desmoronaría la vida.

No. Maltazar no podía perder la posibilidad de un nuevo pacto con la realeza de Jadre. Él debía convertirse en corsario, debía regresar a ella.

Como la inquietud llegó a límites insostenibles, la reina le pidió a Felín que le preparase algún brebaje para relajarse un poco. No tenía sentido estar de aquí para allá sobre la cubierta del barco. Pero la atamarina solo le dio excusas, pues a mucho pesar de ella, los oscuros eran los peritos en crear brebajes de toda clase. Perteneciendo al clan Atamar, solo conocía minerales y raíces para ayudar a la reina con su mal; y puesto que en el Atroxdiom no había ninguno de los ingredientes específicos que Felín conocía, la misión de lograr que su reina se relajara se volvía difícil.

—No obstante, trataré de hacer mi mayor esfuerzo, Alteza.

—No te preocupes amiga, yo misma prepararé algo.

Isis podría ser albina, pero seguía teniendo los dotes de su clan. Sin embargo no es que fuese muy diestra en esa labor, pues había nacido y madurado como princesa del alcázar de Dlor, y siempre había contado con sirvientas que le preparaban lo que necesitara. El resultado de su fórmula quedó bastante concentrado, y más que relajarse, Isis logró propiciarse un sueño plácido. No quería dormirse, quería estar despierta esperando a su esposo. No obstante los párpados se le cerraron y su mente comenzó a apagarse. Se recriminó de haber preparado mal el brebaje. Aunque su último pensamiento, ya arropado por el cálido sueño, fue que quizás sus verdaderas intenciones, ocultas y tímidas, la habían inducido a preparar justo la fórmula que necesitaba.

꧁☠︎༒☠︎꧂

Maltazar caminaba seguro entre cuatro guardias fayremses que lo guiaban por el vestíbulo principal, dos delante y uno en cada lateral. Y detrás de ellos, dos gigantes, verdugos del Atroxdiom, seguían los pasos de cerca.

Las botas de punteras anchas del rey y capitán pisaban con certeza sobre el mármol pulido. La capa completamente roja con el lado interno color tafetán y arabescos dorados le aportaba la distinción que ameritaba. Cuando los guardias llegaron a una puerta doble, tan alta que tocaba el techo, Maltazar endureció su expresión. Había llegado el momento crucial.

Escuchó que del otro lado era presentado por su nombre, y al ser pronunciado, truenos estremecieron el cielo. Era inevitable tratándose del pacto universal que había entrado en juego. Los verdugos recibieron órdenes de quedarse en la antecámara. Cuando las puertas se abrieron, los guardias que estaban delante del capitán se apartaron a un costado y los otros reanudaron la marcha sobre la larga alfombra que cubría las escaleras de la plataforma donde estaban apostados dos tronos.

Y entonces el hombre que portaba los títulos de capitán pirata, rey del océano y terror de los ocho mares, palideció. Toda la gallardía y firmeza que lo revestían se deslizaron de su cuerpo como el gas tóxico del Séptimo Abismo cuando perdía efecto. Los ojos grises se quedaron clavados en uno de los tronos, tan abiertos e impactados que ni la mejor preparación hubiese podido evitarlo.

Ojos grises contra ojos grises.

Maltazar sintió una rigidez arrolladora, cada músculo de su cuerpo contraído. Y ese órgano que más había detestado, pero que gracias a Isis volvía a tener en consideración, ahora latía desbocado por el rey que tenía delante.

La ecuación había cambiado.

Pero Maltazar mucho se temió que el resultado final debería continuar siendo exactamente el mismo.

꧁☠︎༒☠︎꧂


Isis se despertó de golpe, agitada. ¿Cuánto había dormido? Ni siquiera reparó en su aspecto antes de salir apurada de su estrecho camarote. Afuera, el murmullo de la tripulación se extendía. Ella se asomó a una ventana y vio que el cielo se había puesto muy gris, las nubes tupidas e hinchadas amenazaban con estallar con lluvia en cualquier momento, relámpagos azotaban como látigos electrificados buscando castigar.

Mal presagio.

Porque ella conocía a su esposo, su clan, su elemento principal y cómo manifestaba su enojo.

Isis corrió al camarote de Maltazar, alejando pensamientos negativos. Necesitaba verlo. Pero lo que la reina albina no sabía era que los descendientes del clan Fayrem manifestaban otros sentimientos a través de los vientos tempestuosos y un clima que albergaba tragedia. Ellos podían traspasarle dolor y tristeza a su elemento vital. Los hijos del aire eran muy violentos y dados a la venganza, pero cuando el sufrimiento los tocaba de cerca se convertían en los seres más sensibles de la galaxia.

No importaba la fuerza y la dureza de su carácter, no importaba lo rudos que quisieran mostrarse, al final todos estaban hechos de lo mismo: puro corazón.

Porque el corazón era el que los llevaba a sentir tanto dolor como venganza. Los que más sentían, eran propensos a la violencia más brutal. Cuando se siente demasiado, cuando te tocan lo profundo del alma y te rajan de punta a punta, entonces la determinación crece despiadada. Y eso era lo que abarcaba a Maltazar.

Cuando Isis abrió la puerta de su camarote sin previo permiso, se lo encontró sentado en el suelo, abatido como no se había visto antes. Sus piernas largas estaban estiradas al frente, sin botas; los pies descalzos mostraban la perfección que lo abarcaba hasta en las partes inferiores. Pero su ánimo no se hallaba perfecto, sino lejos de estarlo: Su espalda estaba recostada en el bastidor de la gran cama, tenía la cabeza apoyada en el borde del colchón, el rostro en dirección al techo y los ojos cerrados. La placa de oro, la armadura de metal, el resto de accesorios con los que el capitán se había enarbolado ahora yacían en el suelo. Su cuerpo se había quedado solo con los pantalones negros y la ancha camisa blanca, desabrochada en los primeros botones del pecho.

Isis se acercó con sutileza, notando el sudor en el cuello de Maltazar. Por las rejillas abiertas más próximas al techo se colaba una brisa helada que en el exterior era parte de un viento furioso, uno que sacudía nubes y olas siendo el director de la melancólica orquesta. Sus pasos silenciosos la llevaron frente al hombre. Ella se quedó de pie entre ambas piernas de él, contemplando su sufrimiento mudo; el pecho se le estremecía como si estuviera ahogando sollozos, sus brazos descubiertos por la camisa remangada tenían las típicas venas negras que le enturbiaban el alma.

Se dijo que no le preguntaría qué había pasado en la audiencia. La obviedad de un impacto, algo que no esperaba y que era más grande que la tirantez del pirata más famoso de Irlendia, estaba perforando cada poro de su piel. Pero él seguía vivo y eso era lo más importante.

Maltazar abrió los ojos, levantó la cabeza del borde de la cama y observó la criatura hermosa que el universo le había puesto delante. El cabello tan largo, tan blanco, era la corona más bendita que los genes habían fabricado. Él jamás vio el albinismo de la mujer como un defecto, más bien, lo consideraba una diferencia que la hacía todavía más apetecible. Las puntas de ese cabello caían acomodadas en una de sus piernas y a él le satisfizo comprobar que el cuerpo de ella encajaba estupendamente entre el suyo.

Isis lo estaba observando con curiosidad y compasión, pero a Maltazar no le importó. Estaba harto de ser frío y seco por ese día. Había aguantado más... de lo humanamente admisible.

Humano.

Él no había dejado de ser humano..., gracias a ella.

Lo demostró la lágrima que le rodó por la mejilla hasta el mentón cubierto por la recortada barba, lágrima que desapareció demasiado rápido para la mano tímida de Isis que quiso atraparla. La lágrima había desaparecido, pero el rastro húmedo que había dejado aún brillaba en el rostro del capitán.

Entonces él extendió los brazos y arrastró con ganas a Isis hacia sí, que se dejó mover sin oposición. Ella olía muy bien y su vestido era tan ligero que le permitió al que la agarraba sentir la suavidad de la piel contra la dureza de sí mismo. El terror de los ocho mares, ahora embriagado de los detalles de la reina, apoyó la cabeza contra las piernas femeninas. Se sentía derrotado, pero la acción sobre Isis le daba consuelo. Y el clímax de la situación ocurrió cuando ella, todavía de pie, enterró sus dedos en los cabellos despeinados, esos de un color oro antiguo que parecía embarrado con sirope de caramelo.

Maltazar se estremeció. Alzó la cabeza y observó a Isis desde ese ángulo: arriba, dispuesta a consolarlo, los ojos centellando, los labios entre abiertos, los pechos redondos y firmes y los brazos sobre su cabeza. Qué visión tan exquisita, qué momento tan maravilloso para fijarlo en la historia de los dos y que perdurara hasta la eternidad...

Isis también lo sintió así. Admiró a Maltazar desde su posición, metida entre las piernas de él, sintiendo sus fuertes brazos rodeándola a pesar de que ella temblaba por la cercanía. El capitán pareció más joven y dócil. Y en los segundos que prosiguieron, la reina lo vio deshacerse de todo lo que había sido: Las venas negras comenzaron a esclarecerse, la piel traslúcida cobró solidez, el semblante adquirió un aire lozano. El que había sido una bestia despiadada ahora se había convertido en algo distinto, en algo más sencillo y fresco: un ser con un halo estelar, uno que podía haber nacido del Séptimo Cielo, ser el origen de los silfos, estar compuesto de nubes. Un ser que cargaba en los ojos los astros más resplandecientes.

—Te necesito —le suplicó él en un susurro.

Ella, envuelta en la súplica, se agachó, permitiendo que las manos masculinas subieran hasta su cintura y se aferraran a esta como si fuera la única ancla que quedaba; porque él necesitaba aferrarse a ella en ese momento y no soltarla. Había perdido el sentido absoluto de la razón, bullía en él un deseo tan grande como ciego. Estaba tan enloquecedoramente perdido por Isis, por las ganas de amarla, por las ganas de sentirse amado, que no le importó el hecho que ella en realidad era la más poderosa de los dos, que lograba dominarlo sin siquiera darle mucho, que un simple tacto era suficiente para volverlo el más pasional de los hombres.

En ocasiones pasadas, la bestia solo tomaba lo que quería, con rudeza, y se marchaba.

Ahora, la bestia pensaba en dar, entregar, complacer... Y sí, por increíble que pareciera, amar. Se había enamorado de Isis sin remedio. Los poderes más malignos y oscuros del universo no habían podido impedirlo.

Isis absorbió la pasión que su esposo desprendía, el deseo, la necesidad, y acercó su rostro, dejando una miserable distancia entre ambos. Respiró nerviosa sobre los labios perfectamente cincelados de él y después...

Lo besó por primera vez olvidando su estado de abstinencia. Era como si aquel trato entre ellos jamás hubiera existido. Él no le había dado todos los datos que ella quería, pero en ese instante no le importó. Verlo tan roto la había movido a recomponerlo. Si él no sabía cómo salvarse, Isis estaba dispuesta a ser su ancla en medio de la tempestad.

La acción no se prolongó como ella pensaba, porque el capitán separó sus labios para escurrirse a la zona de la oreja. A Isis se le entrecortó la respiración cuando él dejó pequeños besos alrededor para después susurrar:

—Aaron.

La mujer albina se separó de la boca que le hacía cosquillas. Miró asombrada al rey del océano. Él sonrió dejando ver los hoyuelos, aunque sus ojos seguían chispeantes de pasión.

—Mi verdadero nombre es Aaron Taylor Kane.

«Mi verdadero nombre.»

Él le estaba dando SU NOMBRE.

¡El nombre prohibido!

Isis se puso eufórica. Finalmente había cruzado el puente que los separaba. Finalmente podría besarlo sin susurrar entre beso y beso el nombre de su tío, un nombre robado y usado para asesinar a sangre fría y ejercer terror. Con aquel nombre no estaba siendo besada en esos momentos. ¡Oh, por el universo actual y el paralelo, gracias a todas las estrellas! En aquel precioso momento la oscuridad no primaba. Quien la besaba era Aaron, Aaron Taylor Kane.

Isis sintió que las cadenas que quedaban dentro de ella eran quebradas. Era total y completamente libre. Sin impedimentos.

Ella tomó la cara del hombre entre sus manos que se dejó tomar. Él le permitiría hacer lo que quisiera, había esperado tanto por eso... Y dar su nombre lejos de hacerlo sentir terriblemente culpable o traidor frente a su pacto, lo había revitalizado. Estaba lleno de energías.

—Aaron es un nombre precioso.

—Se escucha mejor saliendo de tus labios —susurró él.

Ella se mordió la parte mencionada en un intento de frenar su gran deleite, pero el pulgar de Aaron presionó para desprender la delicada carne de entre los dientes.

—Nadie te ha tratado en dos mil doscientos cincuenta y tres años como yo voy hacerlo, Isis —murmuró perdido en la potente emoción que lo embargaba.

—Aaron...

—No tengas miedo.

—No lo tengo. —Isis negó con la cabeza y acarició la mandíbula de Aaron, descubriendo una vez más el estupendo tacto que producía la incipiente barba—. Estoy preparada.

Escuchar la frase tuvo un efecto destructor en el poco dominio que había reunido el capitán. Su amor le había hinchado todo el sentimiento que profesaba, haciéndolo tan evidente como incontrolable.

Levantó a Isis en un ágil movimiento, y sin esfuerzo trepó con ella en brazos sobre la cama hasta acostarla bocarriba. Con un nudillo fue acariciándole el rostro, deslizándolo con cuidado hacia el cuello, bajando a la clavícula. Isis soltó un gemido ahogado y él sonrió.

—Tranquila, todo estará bien. —Tomó las delicadas manos de ella entre las suyas y las besó varias veces—. Te lo prometo.

Isis asintió, consiguiendo que el corazón de él se agitara todavía más.

¡Cuánto agradecía el capitán no haberse deshecho del órgano cuando se lo propuso! Porque ahora sus muestras de veneración sobre Isis tendrían el sentido de las que otras muestras vacías de su pasado como Maltazar habían carecido; siempre rudas, siempre egoístas.

Pero eso había acabado. Aaron amaría a Isis con todo su corazón. Día y noche, con el sol y la luna como testigos, con el mar y viento sellando cada encuentro.

꧁☠︎༒☠︎꧂

Se levantó con suavidad para no despertarla. Besó su coronilla blanca y se separó de la cama en busca de una botella de vino y una copa. Bebió contemplándola dormir, no apartó los ojos de ella cuando recogió las prendas de vestir del suelo. Estaba extasiado de su belleza, de su inicial timidez, de su inexperiencia, de su fuego interno reflejado con hielo, de su necesidad. Sobretodo de su necesidad...

Isis del Bajo y Alto Balgüim, reina del océano, su esposa, era un poder peligroso, insaciable y adictivo. Y ese poder le pertenecía para cuidarlo y amarlo.

El capitán sonrió al recordar cómo una hora atrás su mujer se estremecía, confesándole apenas sin aliento que tenía miedo de «romperse» debido la sensación gigantesca que estaba experimentando. Porque ella jamás había experimentado algo tan demoledor como placentero. Y él era el causante.

—No vas a romperte, Isis.

Fue la promesa verídica que salió de los labios de Aaron. Un orgullo sincero ahora crecía en su pecho al recrearse en los recuerdos. No tendría suficiente con ellos, debería crear más, muchos más...

En ese instante Isis abrió los ojos lentamente para después contemplar la estancia de un modo que la ruborizó. Cuando dirigió la mirada al capitán, el rubor aumentó.

—Hola —le dijo él condescendiente y con una sonrisa plena.

—Hola, Aaron —respondió Isis agarrando con más fuerza la sábana.

—Te gusta mucho decir el nombre, ¿eh? —increpó divertido, todavía parecía estar escuchando los insistentes «Aaron» en su oído.

—Ahora que conozco lo que conlleva, no pienso parar.

—Yo tampoco quiero que pares —reveló él y ella bajó la cabeza por algún tonto motivo que también la hizo sonreír.

El rey del océano dejó la copa vacía de la que había estado bebiendo sobre el estante y fue hasta Isis, tal cual un insecto alterado por feromonas, tal cual interacción gravitatoria que hala los objetos, tal cual la fuerza de atracción más grande de los planetas. Se sentó al borde de la cama y le tomó una mano con ternura, dejando un cálido beso en su dorso, luego otro en la palma. Isis tembló.

—Luces especialmente radiante ahora que has despertado, reina mía.

A la halagada se le colorearon tanto las mejillas que sintió que el ardor le traspasaba la epidermis. Se mordió los labios y fue incapaz de mirarlo a los ojos.

—¿Estás avergonzada? No tienes porqué. Eres hermosa, por dentro y por fuera. Cada centímetro de ti es insuperable, como yo había imaginado. —Él acarició con su pulgar esos labios pequeños que lucían más rojos por la concentración de sangre.

—No estoy avergonzada, solo recojo valor para decirte una cosa —confesó.

—¿Y qué es? —preguntó él felizmente sorprendido.

Isis respiró hondo, mostrando con su expresión que lo que diría tenía un peso serio.

—Que no volveré a sentirme culpable porque mi corazón lata por ti. Que... que soy tuya enteramente. Quiero amarte cuando desees y como desees.

El ofrecimiento de ella fue acompañado por un beso en el mentón, sobre la barba. Él sintió cosquillas con el gesto. Pero no sonrió, estaba sopesando un pacto más difícil para exigirle a la reina, uno que incluía no solo a Aaron sino también a Maltazar.

Él le sujetó el mentón con la mano y le miró directo a los ojos:

—Ámame cuando menos lo merezca, porque será cuando más lo necesite.

Isis lo besó con dulzura y no titubeó:

—Pacto cerrado.

—Esto será mucho más... complicado. Lo que implica...

—Sé lo que implica.

—Ya no soy el que era antes, aunque alguna pequeña parte se haya salvado. Ahora estoy diseñado para matar.

—No me importa —expresó su esposa tapándole la boca con su índice.

Amarlo cuando no lo mereciera, cuando estuviese perdido en la bestia que habitaba en él. Porque en ese momento sería cuando más la bestia necesitaría una salvación.

Isis podía hacer eso.

El hombre llevó sus dedos al brazo de ella y consiguió arrancarle un suspiro al acariciar con los nudillos desde el codo hasta la muñeca. Isis procesó el poderoso alcance que esa simple caricia tenía en su cuerpo.

—Gracias por dejarme amarte. Nunca voy a dejarte ir. ¿De acuerdo?

La respuesta fue otro suspiro entrecortado. Él había entrelazado sus dedos con los de ella y apretaba con esa intensidad que caracterizaba todas sus acciones. Apenas si a la reina le quedaba aliento.

—Así que no me dejes ir —exigió en un susurro al oído de Isis y esta sintió que se le quemaba el esófago, las tripas, y todo órgano interno que no tenía defensa frente al calor de su esposo.

—Aaron...

Él se detuvo. Si continuaba, nunca saldría de ese camarote. Y tenía asuntos urgentes que resolver para la cena.

—Deberíamos celebrar con vino —sugirió y su anterior tono ronco ya estaba restaurado, controlado.—. Voy a traer uno especial —anunció poniéndose de pie para irse al otro extremo del lugar.

Isis admiró su espalda trabajada, salpicada de lunares y cada una de las cicatrices que ya había besado, cada rastro de tortura untado ahora con la dulce promesa que le profesaba. Aaron Taylor Kane parecía una escultura tallada con diligencia, desde la cabeza hasta los pies, de frente y de espaldas. Era como la aparición del más excelso sueño. Y cuando se volteó con la botella de vino en una mano y dos copas en la otra, a Isis le palpitaron todas las células. La visión completa con el distintivo toque de ojos grises era un narcótico más fuerte que el alcohol, las drogas o cualquier invento de los cinco mundos.

«Todo él me pertenece como mismo yo le pertenezco. Nos perteneceremos para siempre»

Estaba dispuesta a todo por su capitán. Se había enamorado de una bestia, con sus oscuros defectos y sus innumerables secretos. Y amaba al humano tierno y entregado que se escondía debajo. Cuando la bestia emergiera otra vez cubriendo la pulcritud, Isis se aseguraría de amarla con mayor intensidad porque ella era el delgado hilo que mantenía cuerdo lo bestial y sacaba de nuevo al ser humano con corazón. Era un peso enorme sobre sus hombros, pero francamente, no le importaba.

Era un peso que ella había decidido cargar y no volvería a sentirse culpable por llevarlo.

...

FIN

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