❄️39❄️UN SENTIMIENTO REAL

Año 16
10Ka, 50Ma.
Bajo Balgüim.

La luna se había encogido considerablemente, trayendo el año decimosexto. El mundo se movía más rápido de lo que siempre había percibido Maya en todo su tiempo en Balgüim. Jasper tenía razón al decir que todo estaba cambiando, y eso significaba que Dlor también lo sabía.

Cuando la mujer penetró al santuario de reliquias sin ningún tipo de puerta que le impidiera el paso comprendió el porqué el rey temible no había restaurado el bloqueo a tan inaccesible lugar: La luz todavía se manifestaba en partículas, como si un orbe inmenso hubiera estallado y pepitas luminosas se afianzaran al aire libre. Las sombras ondulaban entre las columnas, temerosas de toparse con las partículas de luz. Trozos de cristal que habían pertenecido a algún tipo de envase se esparcían en el centro del salón y alrededor de un adelantado sistema científico que conectaba tubos a un órgano blancuso, hendido en carne viva y con raíces negras que lo delineaban en deformes incisiones. Latía lento sobre un aterciopelado cojín que flotaba a una altura prudente del suelo.

Y allá a unos metros, en un rincón apartado que se protegía de la luz, el dueño del corazón parecía marchito entre su propio  ambiente, y se ocupaba con una prisa que nunca le había visto Maya en preparar un brebaje. Con la atención en sus tubos de ensayos y líquidos de colores podridos, el rey ni siquiera miró a la doncella.

—Eres más estúpida de lo estimado —soltó frotándose los ojos con irritación, al parecer había tenido problemas visuales en los últimos minutos—. Me has ahorrado la tarea de ir a buscarte.

Dlor le agregó algún tipo de especias a la bebida de la copa.

—¿Para matarme como has intentado con tu hijo? —Maya dio pasos al frente—. Eso no va a suceder.

Dlor hizo un intento por sobreponerse a la comezón que irritaba sus profundos ojos para mirar a la humana que osaba desafiarlo. En cuanto lograra tomar el antídoto que amortiguaba su enfermedad, que aligerara el corazón y el peso de sostener todo un mundo, la situación para la humana estaría perdida. Sería tan fácil deshacerse de ella como aplastar una giva.

—¿No tienes miedo? —preguntó en susurro porque antes de destrozarla quería averiguar sobre ese aspecto de la raza humana que no parecía ser guiado por la razón.

—He vivido con miedo toda mi vida —contestó ella y su voz llegaba desde otra dirección.

Sí, se había movido de lugar sin que Dlor lo hubiese percibido.

Se debía a la luz que hacía poco lo había dejado ciego durante unos segundos, esa radiación insólita que había creado Jasper usándola para escapar. Mas Dlor no se preocupó en exceso por el hecho. A Jasper le quedaban minutos de vida, si no es que ya estaba muerto. Su visión se recuperaría... de un momento a otro. Solo tenía que beber.

—Me ha acompañado en mis años el miedo de decepcionar a mis padres —continuó la descendiente Alonso que ahora estaba detrás del rey sin que él pudiese todavía en esa segunda ocasión seguir su desplazamiento—. Miedo por la carga de mi linaje. Miedo a tomar mis propias decisiones. Miedo a ser libre.

Dlor absorbió el poder que ella desprendía. Ya no olía a inmaculada doncella, pues había entregado su doncellez a su hijo de forma voluntaria. Y el lazo, ese lazo eterno que había forjado con el Príncipe de las Tinieblas seguía allí, débil y a punto de romperse, pero todavía afianzado. Lo que le indicó a Dlor que Jasper seguía respirando. Pero el lazo estaba a punto de desaparecer para siempre.

Aún así, Maya desprendía un poder original que nacía desde sus entrañas junto con algo que Dlor el temible no olía desde la batalla con el ejército daynoniano, esa donde había enfrentado a Kilian de Jadre: voluntad inmarcesible.

Y lo más insólito, no se trataba de un solo olor...

Eran dos.

Dlor encontró sabia la resolución que Maya podía servirle para propósitos más adecuados que satisfacer su sed de venganza. Porque contenía... algo importante. La humana no era del todo una amenaza.

Hubo un silencio en el que el rey temible se dedicó a trazar una nueva estrategia. Con el  vínculo de amor roto del príncipe y la humana, y una vez que él tomase el brebaje y atendiera a su enfermo corazón, Balgüim volvería a la normalidad. Solo necesitaba un heredero.

—¿Me estás amenazando, florecilla? Recuerda que sin Isis, ni Jasper, Balgüim quedará sin un heredero para el trono.

—Khristenyara Daynon, la legítima emperatriz, no tendrá problemas con eso.

Dlor casi cede al impulso de estrangularla con sus propias manos ante semejantes palabras. Pero ya había decidido otros planes para ella.

—¿Y tú? ¿No tendrás problemas cuando el feto que llevas en la matriz nazca?

Maya Alonso quedó bloqueada en todos sus sentidos.

«El feto que llevas en la matriz»

Una semilla creciendo.

Otro corazón latiendo dentro de ella...

Intuitivamente se tocó el vientre. En ese instante, un rey psicópata, la corona de Irlendia, la guerra, la promesa que le había hecho a su hermano..., todo perdió importancia porque su cerebro se concentró en la revelación: «El feto que llevas en la matriz»

Un hijo. Un heredero.

De Jasper Donovan.

—Estás encinta, mujer. Cuando se cumpla el próximo ciclo de luna entrarás en trabajo de parto. ¿Crees que esa insulsa que llamas emperatriz perdonará tu fruto oscuro? Por eso me necesitas, yo me encargaré de recibir el heredero de Balgüim y entrenarlo.

—No.

Maya jamás dejaría que eso sucediera. El problema con Khristenyara ya lo vería más adelante. Puso una mano sobre su vientre.

—No vas acercarte a nuestro hijo.

—Balgüim necesita un rey —estableció Dlor más duro que de costumbre.

—Lo que necesita es deshacerse del que lo somete a densa oscuridad y eterno terror —dijo Maya bajo y firme. Con toda la disposición que encerraba el anuncio.

Dlor no rio, pero las comisuras de sus delgados labios se subieron un poco cuando ladeó la cabeza y dirigió la respuesta a la mujer tras de él, aunque no pudiera verla por completo:

—Únamonos, Maya Alonso. Juntos podremos conquistar el universo.

La mano libre de la descendiente se apretó formando un puño tan cerrado que era difícil controlar la tensión. La rabia se desencadenó dentro de ella como efecto dominó, y ya no podía reprimirla como llevaba haciendo en la última década.

—Jamás me uniría a una cosa tan despreciable como la que eres —dijo sin retenciones, pero el sonido le llegó a Dlor desde otra dirección

Ella ya no estaba cerca de su espalda, sino más lejos.

Había vuelto a moverse sin que el rey lo hubiese percibido. Su estado de salud tan lamentable era la mayor amenaza, no una humana rencorosa. Revolvió el preparo en la copa y le agregó el polvo final. La mano le tembló en la acción y Dlor supo que no podía seguir postergando el beber. En cuanto el líquido cambiara la coloración, debería ingerirlo.

—Nunca esperaría un sentimiento tan insulso como el... amor. —Dlor pareció tener una arcada con la palabra, aunque difícil sería saberlo en aquel rostro impávido—. Se trata de una cuestión de poder.

—El amor es el poder más sublime que existe —contraatacó Maya—. A diferencia del terror en el que mantienes a Balgüim y pretendes doblegar a otros mundos.

—El terror es una vía más inteligente. Generar terror te vuelve invencible. Subsistir ejerciendo terror hará que nunca te apagues.

—No lo creo —determinó Maya desde el centro del salón.

El centro del salón.

Había vuelto a moverse, y ahora estaba en el sitio más peligroso.

Un recordatorio atravesó a Dlor como un flechazo, y un pánico que no había sentido en kiloaños lo abrumó desde los pies a las sombras.

En el centro del salón. En el mismísimo medio de sus trofeos.

Se forzó a mirar, pero era demasiado tarde.

Muy tarde.

Maya tenía alzado el puñal, ese puñal que había pertenecido a su gemelo Maltazar y que Dlor había usado para cortarle las alas a Jasper, provocarle heridas incurables. Ahora su filo brillaba sobre el corazón del rey y el rostro de la humana, a la que tantas humillaciones habían sometido en la corte de hielo y hierro, resplandecía de rabia y amor como solo podía manifestar una descendiente libre, una mujer enamorada, una esperanzada madre.

—Esta noche se apagará el terror, porque el amor ha triunfado.

Y bajó la mano, apuñalando con violencia el órgano enfermo.

Dlor cayó de rodillas y una exhalación sideral rompió su garganta y viajó al exterior.

El tiempo se detuvo. Balgüim se desconectó del trueque de años que administraba la galaxia.

Un zumbido ultrasónico paralizó al rey del clan Oscuro y las ventanas del mundo se abrieron sobre la noche. Cayeron a pedazos. Rajaron el firmamento con su descenso.

La nieve empezó a derretirse vertiginosamente en las laderas del mundo.

Un líquido acuoso reventó los cristales que quedaban en las altas ventanas. El agua fría inundó el santuario, agua traída por Maya, mientras Dlor, quien había sido la pesadilla de irlendieses por años, se contorsionaba en su lugar y emitía el sonido más espantoso que la muchacha hubiese escuchado jamás: un eco extraterrestre, sin volumen pero con altura, contradicción y tenebrosidad; el principio y el fin cortados con el mismo puñal.

El santuario comenzó a desmoronarse, piedras se desprendían, la construcción temblaba...

Entonces Maya meció sus dedos y los tentáculos de agua se movieron con estos, los carámbanos de hielo que se agrupaban en los aleros del santuario cayeron. Y cuando levantó las palmas de sus manos, un poder propulsor, azul como el brillo de una bendición infinita, salió disparado hacia el cadáver de Dlor enviándolo a las profundidades de la oscuridad donde escombros lo cubrieron.

Así desapareció todo rastro del recipiente vacío, sin corazón, que era un poco más que huesos y piel podrida.

Cuando Maya fue a sacar el puñal, se vio incapaz de hacerlo. La rabia, el dolor, el escape dulce que le producía su despliegue de poder la motivó a zarandear el arma dentro del órgano. Adelante. Atrás. La sacó y la enterró, varias veces.

Era innecesario, pero ella no podía parar.

Pero justo en esos instantes, cuando estaba en el clímax de su poder, una fuerza más potente que la de ella la puso de rodillas. La mujer sintió que algo dentro de sí misma se rompía. Gritó. Las lágrimas salieron tan rápido y amargas que le empaparon la cara y el cuello. Le dolía... nunca había experimentado algo de esa magnitud. No lo podía definir, era como una rotura forzada, una cadena partida por el eslabón principal, una conexión... una conexión rota.

—Jasper... —murmuró trepidando de pies a cabeza mientras todo su mundo se transformaba.

Mientras las paredes del santuario se llenaban de raíces, mientras las ramas de los árboles cercanos crecían y crecían y atravesaban los orificios en los que se cruzaba el hierro. Mientras todo se zarandeaba, Maya se obligó a ponerse de pie y abandonar el lugar para correr hacia el procreador de la criatura que llevaba en el vientre.

Sin embargo...

Ya era tarde para el Príncipe de las Tinieblas. Porque cuando la mujer llegó a él, tenía los ojos cerrados y reposaba en una posición antinatural.

No se movía.

No respiraba.

Quietud. Silencio. Muerte.

—¡JASPER!

Maya se tiró de rodillas al lado del cuerpo que ya no tenía temperatura. La sangre se había secado, el líquido corrosivo semejante a gasolina le había mancillado el anguloso rostro. Los ojos cerrados, la boca ligeramente abierta, con la sangre en los labios que había seguido una trayectoria por el mentón en el momento en que él había intentado hablar...

Él había querido detenerla. Decirle que se alejara del castillo. Que no mirara atrás.

Pero no había podido.

No había podido besarla por última vez.

Su tierna imagen no había estado cuando él cerró los ojos para siempre.

Nunca antes había tenido miedo de la oscuridad hasta ese momento que el negro lo envolvió y lo devoró, aniquilando su aliento.

—¡Jasper! ¡Jasper! —Maya intentó espabilarlo por el lateral de la cara con sus manos, pero estas temblaban tanto que parecía nieve de montaña derrumbándose—. Ja... sper...

A unos segundos de haberse sentido poderosa y ya volvía a caer en el abismo de miedo y opresión. ¿De qué valía el poder cuando la muerte ganaba terreno?

Maya se tapó la boca, repitiéndose un millar de veces que no era posible. Que aquello era una falsa alarma. Que él no había fallecido.

Apenas si se dio cuenta de la claridad que entraba por el espacio abierto encima del estanque azul, un espacio sobre el que antes bailaban las estrellas. Pero ahora no habían estrellas, no había noche. Apenas si percibió los tallos de planta verde que rompían el hielo e iban creciendo en todas las direcciones. No importó el aroma de las frutas, bergamotas, ciruelas y duraznos. No advirtió el antesis vertiginoso de las flores a su alrededor; rosas rojas, claveles y lilas. Porque lo único que Maya podía ver era que esa bestia que había amado, con sus garras, con sus enormes alas, con cuernos y cola, estaba mutilada y sin vida ante ella.

Se desplomó sobre el abdomen que todavía entrelazaba venas y raíces negras por debajo de la piel. Ese abdomen que había acariciado ya no desprendía ningún tipo de calor. Lloró amargamente. Lloró con tanta tristeza que sintió que también moría en el proceso.

Ella había querido morirse.

Minutos antes, cuando aún guardaba esperanza de que su príncipe resistiera, Maya había trazado un plan B con el puñal en caso de que él no lo lograra.

Ella se iría con él.

Estarían juntos incluso en la muerte.

Pero ahora...

Levantó la cabeza de sobre el abdomen de Jasper y se tocó el vientre, sollozó con más fuerza. Llevaba su semilla. Una parte de él seguiría viva a través de su hijo.

Maya se atrevió a mirar otra vez el cadáver.

¿Cómo podía parecerle un muerto tan hermoso aún manchado de oscura sangre, aún cuando las heridas abiertas entorpecían la que en su momento fue pulcra piel?

Si tan solo se hubieran ido a Glacius.

Si tan solo ella hubiera hallado a tiempo la cura...

"Tu tortura amarga acabará con la dulzura desinteresada. Tu invierno interno será derretido con la primavera."

¿Acaso no se había cumplido? Ella le había brindado desinteresada dulzura, sin esperar nada a cambio. Lo había limpiado, cosido, curado, ¡besado incluso! Todo esto sin esperar una retribución.

¿Acaso no le había derretido el invierno interno con su fresca y cálida primavera? Jasper había experimentado un calor diferente al que propicia el sol, una pasión que quitaba energías pero daba vigor. Ella lo había experimentado con él, había concebido en su vientre el fruto de ese calor.

¿Qué quedaba de aquel acertijo maldito?

"Si una sola alma logra verter en ti un sentimiento real, si logra atrapar ese sentimiento y mezclarlo con el agua del estanque azul, el envenenamiento perderá sentido."

Ella había vertido en él un sentimiento real. Él le había derramado ese sentimiento hasta ponerle otra vida dentro. Ella lo había amado con todo el corazón así como él la había amado de vuelta.

El estanque azul había sido testigo de sus intercambios de cariño. El estanque azul había lavado sus cuerpos. El estanque azul hervía con el sentimiento puro que ellos derrochaban.

¿De qué otra manera se podía atrapar el sentimiento y mezclarlo con el agua del estanque azul?

La que había sido doncella del príncipe, ahora su viuda, alargó un brazo al estanque y hundió la mano en su agua. Por mucho que bullera dentro, cada vez que la descendiente del clan Idryo introducía una parte de sí misma, dicha parte climatizaba un perímetro acuoso. En esa ocasión no fue diferente.

Impulsó su cuerpo hacia allí, teniendo un mejor ángulo para rociar con sus manos al fallecido. Le lavó las heridas con dedicación, y durante el proceso, no dejó de llorar. Estaba demasiado anonadada para ver la reacción lumínica que ocurría cuando sus lágrimas entraban en contacto con las gotas de agua que se deslizaban sobre el cuerpo inerte... Así como estaba tan eclipsada por la pena que no era capaz de admirar la primavera fantástica que había florecido en el lugar.

Siguió lavando las profundas heridas del muerto. Le quitó la venda del cuello, donde vertió más agua pura. Limpió las costras de sangre. Secó con sus cabellos color nogal, abundantes y ondeados, el rostro más hermoso de Balgüim: pálido, contraído en una mueca de dolor, pero sin perder su esencia hipnótica. Siempre había sido un túnel sin retorno que daba paso a un abismo, el abismo de su alma oscura que nunca estuvo del todo abierta.

Maya meditó que nunca llegó a descifrar a Jasper Donovan del todo. ¿Quién hubiese podido hacerlo? Se necesitaba una eternidad, y ella no contaba ni con simples años.

Le habían arrebatado esos años. Le habían arrebatado la oportunidad.

—Necesitábamos más tiempo, amado mío, más tiempo... —murmuró Maya humedeciéndole cuidadosamente el rostro.

Había descubierto que mientras más le humedecía el rostro, los labios agrietados se suavizaban.

Otra lágrima rodó de la mejilla femenina, y esta vez Maya sí observó cómo caía al pómulo frío del cadáver y hacía chispitas de luz al entrar en contacto con el agua del estanque azul.

Entonces enderezó la espalda, sacudida por un latigazo de raciocinio en medio del luto y su quebranto mental.

"Si una sola alma logra verter en ti un sentimiento real, si logra atrapar ese sentimiento y mezclarlo con el agua del estanque azul, el envenenamiento perderá sentido."

Eso era.

Sus lágrimas. Sus lágrimas derramadas por el dolor de perderlo. Porque cada una de ellas encerraba un sentimiento tan crudo y afligido, uno hondo y diferente.

El amor soporta todas las cosas, pero, ¿quién puede soportar la muerte de un ser amado?

Sus lágrimas contenían un sentimiento real que combinaba los dos poderes más devastadores de todo el cosmo: amor y muerte.

Sin necesidad de buscar otra prueba para fundamentar su hipótesis, Maya se levantó y buscó algún recipiente a su alrededor. Cualquier cosa que pudiera contener un poco de agua. Discurrió visualmente... pero todo era un caos de tierra, plantas y raíces de árboles. Los aposentos habían cambiado drásticamente. Nerviosa, buscó en uno de los baúles que aún guardaban pertenencias de Isis. Y allí encontró una copa peculiar, que parecía de hielo endurecido sustentado por oro tallado. Recogió agua del estanque azul y colocó el envase allí donde las lágrimas estaban mojando sus mejillas en líneas disparejas. Al contacto, la reacción lumínica elevó chispas pequeñas.

Y luego Maya acercó la copa a los labios del muerto. Vertió los líquidos diluidos en su boca.

"(...) el envenenamiento perderá sentido."

Repentinamente un aliento de poder hizo que el príncipe absorbiera oxígeno.

Y el hálito de vida se esparció por el cuerpo.

El envenenamiento se revertía...

Las venas se aclararon. Las raíces comenzaron a ceder. Las plumas fueron desprendiéndose una por una, luego en grupos. Y las heridas comenzaron a cerrar.

Cuando Jasper abrió los ojos, esos ojos atrapantes, inigualables y bellos, Maya se reiteró que quería sumergirse en ellos hasta saciar las ganas, unas que probablemente no saciaría nunca.

Se convenció que no existía realidad más placentera.

Que no hallaría cadenas que la ataran de similar modo.

Y que entre el prodigio de la luz y la oscuridad, la conexión de ellos resultaba inmarcesible. Porque ni el rey más temible, ni las sombras, ni el veneno, ni la mismísima muerte, habían sido capaces de derrotarlos.

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