❄️38❄️ DE SANGRE Y GRITOS
Finales del año 15.
10Ka, 50Ma.
Bajo Balgüim.
El príncipe recorrió los pasillos helados y solitarios del alcázar. Esa región apartada que, llena de sombras que solían escurrirse sin miramientos por las paredes, era apenas visitada por los cortesanos. A la mayoría le aterraba tanto las cosas que se escondían entre sus pasillos, que ni si quiera comentaban al respecto. Las turias más valientes de la corte, esas que llevaban siglos trabajando en el castillo y le habían vendido su alma a Dlor, eran las únicas en acercarse a limpiar en poquísimas ocasiones al año.
Pero ninguna de ellas tocaba el ala norte.
Ningún alma que apreciara su cordura pisaba el ala norte.
Y allí estaba Jasper, en pura cumbre de su estado febril, con la frente mojada de sudor frío, arrastrándose con sus últimas fuerzas por el ala norte, con el susurro trémulo de la noche eterna reflejada en los inmensos ventanales y el débil resplandor azul que prestaban las antorchas del corredor. Lentamente, con el dolor que le suponía controlar la bestia que se anidaba bajo la piel y luchaba por desatarse, avanzó con todo el sigilo que le permitían las garras de los pies. Ni siquiera tenía voluntad para levitar, y el crujido de sus pasos emergía en la vastedad del silencio como ecos distantes hasta lo más alto..., hacia un techo que no se divisaba y era tragado en la negrura del ambiente.
Todo transcurría tenebrosamente lento, amenazante, una súplica muda que se evidenciaba en los aspectos que conformaban el avance del príncipe; como si una voz sin dueño le suplicase que se detuviera, que no avanzara más, que se diera la vuelta y regresara por donde había venido.
Algo está mal, retorcido. Está cambiando, cambia y se solidifica.
El príncipe se sobrepuso, halló una grieta en el tiempo, se escurrió entre los espacios que se desmoronaban en medio de la quietud, esos que eran distinguibles sin llevar a término la umbrakinesis. Y fue como llegó al final del camino, allí donde se alzaba una puerta en el lado derecho del corredor. Era una puerta ancha, con un arco en la parte superior que formaba el semicírculo de madera con decorado serpenteado. A un palmo de mano, se cruzaban dos vigas de hierro de un modelo elegante, tal como si fuesen partes anexadas de la puerta y no impedimentos grotescos para hacer la pieza más fuerte. No resultó sorpresivo que careciera de cerradura, y Jasper supo que entrar sería difícil. Difícil, pero no imposible. Dlor debía haber revestido la puerta con algún químico inoloro.
Jasper reparó en cada uno de los detalles de la madera oscura, pero todo parecía aburridamente normal, aunque él supiera que nada de lo que constituía esa puerta lo era...
Nada.
«Esto no puede representar simplemente nada» reflexionó el príncipe.
Y tenía razón.
Se agachó ante la puerta y deslizó sus garras en el relieve de las piedras frente a la misma. El tacto sobre las placas de piedra áspera arrojó un descubrimiento: jeroglíficos, y no en Káliz. Aquel era un idioma más antiguo, olvidado para la mayoría de las especies pero recordado entre los de su clan para comunicarse entre ellos; ellos, los del clan Lirne. El Zemantish, lengua de vilfas, syrisas y turias, una lengua que destacaba por su elegancia y sutileza, se había usado para grabar en el suelo un corto mensaje: Aquí se encuentra la esencia de Balgüim.
Cuando el tembloroso y débil príncipe terminó de deslizar una de sus garras hasta el último jeroglífico, la falsa puerta se evidenció en un sonido chirriante y metálico, y se empezó a desprender de todos sus hierros y aldabas frente a los ojos agotados del heredero. Pieza por pieza, la madera se fue enterrando, en el umbral, en las piedras laterales, en el suelo. Hasta que no hubo nada que impidiera el paso de Jasper al santuario de trofeos.
«Fue más fácil de lo que supuse» se alertó Jasper.
Cuando se adentró, fue como si la alerta aguda se disipara. Ya era demasiado tarde..., él había traspasado los límites inimaginables para acercarse al corazón del rey, el mismísimo corazón de Balgüim.
Y lo vio.
En el centro de la estancia, donde conductos transparentes que mostraban un contenido acuoso se agrupaban hacia el final de su trayectoria y se conectaban a una cúpula de cristal que estaba apoyada sobre un aterciopelado cojín. Dentro, flotando en el mismo líquido acuoso, estaba el órgano.
Latía lento. Cansado.
Y...
Enfermo.
Jasper se acercó tanto que no hubo distancia que se colara en medio. Escudriñó el órgano blancuso, como era habitual que lucieran los corazones de los miembros del clan Oscuro. Pero este tenía venas atrofiadas y raíces rojas candentes que se alternaban con tiras color ónix según iban entrelazándose.
Un latido.... Dos, después del lento pasar del tiempo. Tres...
El corazón perdía el vigor.
Y si perdía el vigor, el envenenamiento de Balgüim también. Y si Balgüim perdía su envenenamiento...
—Puede que te haya subestimado en tu forma bestial, hijo.
Una voz baja, serena, que encerraba miles de advertencias que acariciaban vocablo por vocablo. La voz más espeluznante de los cinco mundos.
—Padre. —Jasper se volteó, obteniendo la vista del rey que lo había engendrado; ese que tenía el pecho hueco y una determinación tan segura y sin prisas.
Nunca tenía prisas. Dlor se dejaba llevar por la enajenación típica del frío Balgüim.
—¿Por qué estás tranquilo? —susurró Jasper batallando contra el desmayo que quería derrumbarlo—. Cómo puedes... estar así mientras...
—¿Mientras muero?
Dlor alzó un poco el mentón y colocó las huesudas manos detrás de la espalda. Vestía con una especie de túnica negra que tenía un chal, su pecho y brazos quedaban ocultos tras la ancha tela que iba moviéndose según la levitación del rey. Él se desplazó sobre el nivel del suelo hacia uno de los trofeos que oscilaban en el extremo izquierdo. Se trataba de una armadura que en su tiempo de uso debió ser ilustre, pero allí rodeada de macabros trofeos figuraba opaca y sin brillo, manchada de una sangre que nunca fue limpiada, rota por algunas partes y abollada en un punto principal de su coraza. Se sustentaba sobre aire, flotaba con cierto movimiento, muy ligero, y por algún bizarro plan eterno, guardaba el sonido estridente de cuando fue aporreada con ese golpe mortal que le arrancó la vida a quien lo llevaba.
Y quien lo llevaba solo podía haber sido el importante guerrero que manchó con su muerte el brío de todo un mundo: Kronok Daynon, El Valiente, primer rey de Jadre.
—He podido prever muchos escenarios... pero jamás uno me sobrecogió tanto como verte aquí, delante de mi corazón —dijo Dlor por lo bajo, admirando con suma dedicación la armadura que había pertenecido al padre de Khristenyara.
—Yo... lo estoy sintiendo —respondió Jasper contrayendo los hombros por el dolor. Cada vez resultaba más trabajoso contenerse—. Nuestro mundo... nuestro mundo lo está anunciando...
Dlor lo miró muy fijo, con odio, a opinión de Jasper.
—No es solo por mi corazón. Es también tu culpa.
El príncipe se tensó ante aquello. Sus alas, ya controladas para la fecha, se abrieron un poco. Entonces lo supo, y darse cuenta le produjo una sensación más potente que la que quizás hubiera experimentado al obtener una cura para su mal:
—Maya... —susurró recordando cada intenso minuto compartido con ella.
—Pensé que ella tendría la inteligencia básica para dedicarse exclusivamente a ti. Pero no, no fue capaz ni de hacer eso bien. Y ahora atenta hacia todo lo que somos, todo lo que he mantenido por siglos.
—Tenemos en común haberla subestimado... —dijo Jasper antes de toser. Su frente se contrajo y un quejido escapó de sus labios. Sus cuernos salían de su cabeza en una combinación lenta-rápida que solo tenía como objetivo torturarlo más de lo que ya lo hacía su monstruosa condición.
Dlor entonces tomó impulso, atravesando como un rayo negro el aire en dirección a su hijo que estaba doblado del dolor en el lugar. Con una habilidad cultivada, lo tomó por el cuello de sus ropajes y lo llevó en pleno vuelo contra la pared que se alzaba a sus espaldas. El impacto lo recibieron las alas de Jasper, que se estrujaron acorraladas.
A su lado izquierdo también se estremeció un puñal con remate agudo, que tenía una pequeña cadena de arandelas en la empuñadura de oro y su filo brillaba al contraste de la oscuridad. Jasper sabía a quién había pertenecido ese puñal, a quién se la había arrebatado su padre en esa lucha brutal que dividió a dos hermanos para siempre.
—Los pocos sesos que te quedan no te ayudan a pensar en lo más mínimo... inútil —murmuró Dlor sobre la boca del príncipe quien seguía sudando de forma vertiginosa por la fiebre—. Esto no es una nimiedad, es grave. Condené a mi corazón desde la mismísima noche que condené al Alto y Bajo Balgüim a oscuridad y nieve eternas. El órgano se debilita, pero le suministro los químicos adecuados para que permanezca. Gracias a mi mente, mi corazón continúa latiendo. Y gracias a mi corazón, Balgüim continúa existiendo tal como lo conocemos.
Ante aquellas palabras atemorizantes, entre sus plumas, cuernos y cola salvaje, Jasper rio. Fue una risa breve y baja, pero con el sentimiento suficiente de amedrentar a Dlor.
—Y nosotros pudimos influir en ello, y vamos a destrozarlo.
Después de todo, el poder del amor había sido más grande de lo supuesto. No había revertido la transformación de Jasper, y este no sabía cuál sería el detonante para curar todo el mundo de Balgüim. Pero estaba ocurriendo, seguiría cambiando hasta su culminación.
El rey temible redobló la fuerza de su agarre y a Jasper se le nubló toda la visión.
—Finalmente estamos de acuerdo... hijo. —Se inclinó hacia la oreja izquierda del que tenía sujeto. La respiración gélida se coló por la abertura del oído de Jasper, consiguiendo el hito que el otro oído se quedara completamente sordo pero que ese se afinara por cien—: Por eso debo destrozarlos antes.
Y diciendo la última palabra, agarró el puñal que había pertenecido al auténtico Maltazar y con una ejecución veloz y certera, cortó el nacimiento de un ala de la bestia desarmada que tenía a su merced. La criatura gritó, un grito que estremeció el castillo mientras un líquido espeso y caliente se disparaba a propulsión por la herida que acababan de abrirle en la espalda. Cayó al suelo de rodillas, temblando tanto que las sombras que contenía su figura lo abandonaron; y con ellas, era como si la vitalidad de él se fuese también.
Un segundo grito llegó acompañado de un rugido terrible cuando Dlor se ensañó en terminar de cortar el músculo deltoides del que había nacido el ala mientras dejaba caer todo su peso sobre la segunda. A pesar de la ardentía penetrante y que estaban siendo tratadas sin compasión, las alas no reaccionaban o se agitaban; habían cedido a un trauma muscular tan inmenso que las terminaciones nerviosas de toda su longitud se habían desconectado mientras seguían recibiendo dolor. Las alas siguieron soportando cuya extensión de su dueño el filo del puñal, que para ese instante estaba lleno de sangre oscura y fluidos viscosos entre las huesudas manos de Dlor.
Y por primera vez desde que había abierto los ojos a la vida, por primera vez en toda su existencia, Jasper Dónovan emitió alaridos tan altos que rompieron el espacio.
Cuando llegó el turno de la segunda ala, el montón de carne temblorosa que estaba tirada en el suelo apenas si alcanzaba a inspirar oxígeno. El santuario se había vuelto tan sombrío, tan helado, tan empañado producto a lágrimas negras como gasolina, tan distante... Los objetos daban vueltas y el dolor crecía y crecía... se intensificaba pero no le llegaba a quitar la conciencia.
Y continuó. Todas las desesperantes sensaciones continuaron...
Despojaron a la bestia de esas intrínsecas partes de su grotesca anatomía a la vez que un vacío se colaba por las aberturas hacia el interior podrido y el olor nauseabundo de la sangre envenenada brotaba como un torrente impetuoso.
Los gritos no cesaron.
Las grietas en la región de la sombras parpadearon.
Dlor clavó el arma en otra zona de la pálida espalda, rajando las telas que estorbaban, hundió el filo hasta que la piel engulló la empuñadura. Lo hizo una y otra y otra vez: cerca de los pulmones, en los omoplatos, en la hendidura entre el cuello y el hombro derecho.
Un llanto mezclado a rugidos, a alaridos agónicos y profundos, una sinfonía recreada en tormento. Los gemidos atravesaron el universo, partieron la galaxia. Y crearon un orbe azabache que dibujó en todo su contorno un halo de luz.
Una luz con halos que lanzó a Dlor al fondo más apartado del santuario.
Una luz manifestándose gracias a la ausencia de la oscuridad del príncipe.
Porque lo habían despojado de todo lo que era, de todo lo que había sido. Sus sombras habían huido de él. Lo habían hecho sangrar y llorar. Le habían arrebatado su esencia sólida. Y con nada interponiéndose, la luz pudo pasar.
«No existe oscuridad sin luz.»
«Recuerda que la oscuridad, en realidad, es la ausencia de la luz.»
Cuya luz siguió aumentando e iluminando cada espacio del santuario.
Brilló tanto que abrió una ventana en el tiempo, se tragó a Jasper y lo escupió en el único lugar que el imperceptible soplo de vida del príncipe pedía: con la mujer que amaba.
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Maya se encontraba corriendo por el pasillo. Había empezado a correr desde que escuchó los gritos de Jasper, el estruendo sonoro que ocasionó que una mitad bestia mitad humano aullara en todo su amargo sentimiento. Ella no había pensado, solo corrido para encontrarse con él sin importarle los peligros del ala norte, abandonando el pánico prudente que todos los cortesanos mantenían por el santuario de trofeos del rey.
Ninguna de las turias o cortesanos se interpusieron en su carrera, ¿qué les importaba una humana? Sin embargo, en sus rostros se reflejaba el temor por el desenlace de lo que ocurría. Todos habían escuchado los alaridos del príncipe alado, y todos se mantenían en expectante conmoción.
Pero Maya no entendía de temores. Escuchar el clamor bestial le recorrió el alma, motivándola a la acción.
Corrió hasta que un portal de luz escupió a la criatura con la que se había fundido sobre sus brazos. Maya se derrumbó por el peso y trepidó al darse cuenta lo que estaba sucediendo. Su príncipe estaba con los ropajes rasgados, sin alas, y con un puñal clavado en la hendidura que había entre el cuello y el hombro derecho. A Maya se le llenaron instantáneamente los ojos de lágrimas. Sintió mareos y una debilidad en los miembros superiores e inferiores.
—J-Jasper-r... Por los Legendarios, Jasper...
Sus lágrimas le empaparon la cara y no se atrevió a tocarle el arma que aún tenía clavada. Lo que le habían hecho... Aquello no tenía nombre, ella no alcanzaba a describir las sensaciones que la sacudieron ante tal visión.
—Jasper... mi amado Jasper...
Pero él no reaccionaba. Tenía los ojos cerrados y hervía en fiebre. Maya le arrancó las tiras de ropa y le tocó el pecho desnudo y pálido, allí donde debía latir el corazón que latía..., latía con paso indigente y precario.
Sin dejar de sollozar y a pesar de la extendida debilidad que la zarandeaba con latigazos, lo arrastró como pudo hasta los que habían sido los aposentos de la princesa Isis, dejando una alfombra de sangre en el pasillo. No tenía tiempo de pensar de dónde sacaba las fuerzas, pero tal vez así funcionaba la adrenalina, haciendo que los seres hicieran cosas extraordinarias presionados por las circunstancias. Consiguió llevar a la moribunda víctima al borde del estanque azul que humeaba en vapor por lo caliente de sus aguas.
Se acomodó allí y colocó la cabeza de Jasper sobre su regazo, que también se había manchado de sangre. Tocó con un dedo el agua del estanque azul, templándola, y levantó algunas gotas circulares que acariciaron la herida del cuello.
—¿Cómo han podido hacerte esto? —sollozó Maya en la acción.
Él estaba tan frío... Una temperatura diferente a la acostumbrada en el heredero de Balgüim. Era una temperatura fúnebre.
Maya se mordió el nudillo de su índice al deducir lo que ocurriría en breve.
«No. No. No»
Se decidió a no pensar en muerte, aunque tuviese al príncipe desangrándose ante sí.
—Esto va a doler —avisó antes de colocar las dos manos sobre la empuñadura del puñal y halar con las fuerzas que desconocía que tenía para hacer aquello.
El arma cedió trayendo un nuevo canal de sangre, y con esta un exabrupto en el príncipe que pareció traído a la vida de la peor forma posible. Pero apenas intentó emitir sonido la acumulación de sangre en la garganta se lo impidió.
—Está bien, ahora ya estás bien —mintió Maya mientras le apoyaba con extrema suavidad la cabeza sobre el borde del estanque intentando no fijarse en la piel del cuello abierta de forma espantosa— ¿Quién te ha hecho esto, amor mío? Ha sido Dlor, ¿cierto? —preguntó rasgando su vestido para hacerle un torniquete en el cuello.
Jasper trató de hablar, pero se trabó con su propia sangre, tosió con la respiración acelerada mientras lo sobrecogía la premura de no poder a avisar a Maya que estaba corriendo un grave peligro. ¡Cuánto hubiese querido sacarla de allí! Pero el dolor... había tanto dolor, tanta oscuridad, tanto frío... Con cada nueva inhalación él se ahogaba en su propia sangre.
—Está bien Jasper, tranquilo —consoló Maya pasando sus manos temblorosas sobre el lacio cabello del color de la noche—. Todo estará bien —volvió a mentir mientras nuevas lágrimas le mojaban la cara.
Y siguió mintiendo cuando ejerció presión con sus manos en la zonas cercanas a las arterias hasta detener las hemorragias. Mintió cuando lavó cada una de las heridas. Siguió mintiéndole cuando se las vendó.
Maya sabía vendar, y tuvo especial cuidado con la herida cercana a los pulmones, cubriendo tres lados de la misma y dejando un lado abierto, vendando por debajo. Garantizó que el aire pudiera salir por ese lado del vendaje para que no ingresara a la cavidad pleural del pecho. Si el aire ingresaba a la cavidad pleural, los pulmones podrían sufrir un colapso.
Había sido Dlor, Maya lo sabía. Dlor le había cortado las alas y lo había dejado al borde de la muerte. En los años que mantuvo envenenado a su hijo no se había desecho de este porque esperaba que encontrase la cura mientras usaba la bestia para las batallas, esperaba ahorrarse la molestia de concebir un heredero, un trabajo natural en otros irlendieses pero sumamente complicado para el rey temible. No obstante, algo había hecho Jasper para no merecer perdón, para recibir la furia de Dlor que lo había atacado a filo de arma.
¿Cómo había podido escapar antes de que fuera demasiado tarde? Maya no pudo contestarse. Pero se convenció de lo que tenía que hacer. Sí, le iría la vida en ello, pero si no podía salvar a Jasper, no quería vivir. Ellos ya eran uno, y la muerte no era opción para liberarse. Estarían juntos en un lado, o inconscientes en el otro... Pero juntos, siempre juntos.
Así que lo cubrió con una tela gruesa de las tantas que había en los baúles. Lo mantuvo caliente, aunque él hubiese perdido la consciencia como para notarlo; habían sido puñaladas graves acompañadas de un dolor gigantesco. Ella no quería abandonarlo, quería estar cada maldito y lento minuto a su lado hasta que abriera los ojos. Pero no tenía todo lo necesario para ayudarle mejor y el tiempo le estaba dando ventaja al verdadero monstruo.
—Volveré —musitó sobre el rostro aterradoramente pálido de Jasper. Maya lo besó en la mejilla. Un beso que encerraba promesa.
Y así se encaminó al ala norte. Sin miedos. Sin vacilación. Nunca se había sentido tan segura de algo, no al punto letal y osado que era el propulsor de sus pasos. Nunca su cuerpo se había revestido de tanta valentía y firmeza como en aquel momento que atravesó el umbral del cuarto de reliquias.
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