❄️35❄️ALGO RETORCIDO

Finales de año 15
10Ka, 50Ma.
Bajo Balgüim.

Había un encanto agresivo en contemplar el enfrentamiento de aquellos dos: en total silencio, con un silbido del viento que se codeaba en la ausencia de palabras, con un absurdo sentido de la belleza entre la negrura de uno y la oscuridad luminiscente del otro. Dos mitades que se conformaban de pedazos de una u otra cosa, pero que no llegaban a ser un oscuro por completo. Tal vez, en eso se basaba el encanto.

Jasper se separó de Mateo levitando hacia atrás, sin girar el cuerpo. Le dedicó un asentimiento a la doncella pero ella estaba tan incrédula como para que eso le bastase.

—Es tu decisión, Maya Alonso.

—Pero... —La española tragó saliva, las palabras de Jasper habían salido como un susurro—. Nosotros...

—Y permanecerá para siempre —le aseguró Jasper Dónovan, porque estaba completamente convencido que nunca, en lo que le quedara de vida, querría unirse a otro ser. La mujer humana sería la única, pero eso no significaría la retención de ella en el sitio exacto donde él habitara.

Ella había escogido entregarse a él en cuerpo y alma, pero la ubicación física no debía marcarlos. Jasper era lo que era... y ambos sabían que empeoraría. Hasta la fecha, Maya había conseguido que un vestigio de humanidad no lo abandonara por completo y sabrían los Legendarios cuánto más resistiría su organismo hasta entregarse a la región bestial definitivamente, donde las raíces se tragarían su corazón y el veneno alcanzaría su mente sin retroceso.

Qué futuro tan desalentador y terrible...

El hijo del rey sintió ganas de llorar, aunque nada salió de sus ojos. Si permitía que el líquido putrefacto similar a gasolina le recorriera el rostro, su anatomía comenzaría a convulsionar y los cuernos, cola y pico aparecerían en pocos minutos. Miró a Maya, su doncella, su humana, su alma vinculada, con expresión mustia; las cuencas que generalmente mostraban el absoluto vacío ahora se vitalizaban con una negrura repleta de sentimiento. No quería olvidarla pero..., era inevitable. La oscuridad que le sobrevendría era inevitable, y su atormentada mente sabía cuánto sufriría al ir olvidando poco a poco los labios suaves y rosados, los ojos como piedras de zafiros, el cabello lleno de ondas y bucles que se desparramaba sobre la tierna piel de su pecho...

La amaba. ¡Cuánto la amaba! La amaría siempre.

—Vámonos Maya —dijo con sutileza Mateo sin dejar de vigilar a la bestia, fuera que en cuanto giraran las espaldas se abalanzara sobre ellos y los despedazara con las garras.

Pero cuando el rostro de su hermana se encontró con el suyo, Mateo descubrió que lágrimas lo empapaban. Maya, su hermanita querida, estaba llorando sin retenerse. ¡Ese veneno maldito! ¿Lo estaría destilando? ¿Al fin estaba saliendo de entre las garras de la bestia?

—No, Mateo.

Era el veneno, la fórmula química, la emulsión agónica la que hablaba por ella.

—Está bien Maya, te curaremos en Jadre —prometió su hermano con delicadeza. Pero ella se movió atrás en un paso cuando él intentó acariciarla.

—No se trata de ningún veneno. Se trata de lo que deseo.

Mateo respiró más agitado. ¿Había oído bien? Maya continuó inalterable aunque las lágrimas no se detenían.

—Nos hemos unido —confesó causándole todo tipo de espasmos a su hermano.

—No... no... dime que no ha sucedido.

—Ahora somos uno, Mateo.

—No puede ser... ¡Tú! —Señaló airado a Jasper— ¡¿Cómo has podido tocarla con tus sucias garras?!

Se encaminó con la misma ira a él pero Maya se atravesó entre ambos, extendiendo de largo sus delgados brazos frente a su hermano, como si estos pudieran proteger toda la estructura monstruosamente grande que había detrás.

—¡No, Mateo! Yo me he entregado voluntariamente —gritó Maya ahogada por el llanto— ¡Lo amo!

Al oírlo, Mateo volvió a paralizarse.

—Lo amo, lo amo como jamás pensé que llegaría a amar. Compréndelo hermano mío.

—Pero esto... —El hombre señaló a la bestia, apenas si podía mirar tres segundos sin que le causara repulsión. Acto seguido volvió a mirar a su hermana. Su hermanita que hasta llegar a Balgüim era virgen y pura.

—Por favor, compréndelo —Maya estaba suplicando. No soportaría si su hermano la veía con cara de asco, o si se marchaba y el capricho del futuro impedía que se volvieran a ver.

Lo había perdido dos veces, y decían las lenguas extrañas que la tercera era la vencida. Esta no debía ser la tercera, la tercera no debía llegar nunca.

—Maya... —Él trató de calmarse, de controlarse. Suprimió esa ira de hermano mayor y las ganas de clavarle a la bestia la espada que tenía enfundada en el cinturón—. No puedo comprender cómo pudiste...

—El amor es complicado, Mateo, y no siempre nos llega de la manera soñada o con la apariencia perfecta. Sí, puede ser que yo ame a una bestia, pero conozco todo lo que hay debajo de esa... imperfección. —Se secó las lágrimas del rostro y apoyó ambas manos, frías por estar expuestas a la intemperie, en los fuertes hombros de su hermano—: Una vez me dijiste que los oscuros tenían corazón, y yo no quise creerte. Pues ahora lo sé, Mateo, sé de un corazón que late despacio, cansado, pero late por mí. Uno que lucha cada día para no darse por vencido, por mí. Puede que el Príncipe de las Tinieblas haya sido envenenado, condenado en una apariencia bestial, con peligrosas garras y alas negras y ásperas, pero yo pude encontrar lo que hay debajo.

—¿Y qué es eso? —preguntó el otro con hilo de voz.

—Lo invisible, lo que no se ve a simple vista. Lo que solo puede verse con el alma. Cada cosa tiene su belleza, pero no todos pueden verla. Yo la vi en él, y la veré aunque me arranquen los ojos.

Y entonces fue como si los cielos se abrieran, y de la solidez de la noche se colaran estelas parpadeantes de luz. Ocurrió tan sólo durante unos instantes, pero Maya alzó la vista a su pareja, su bestia, y sonrió con pasión. Jasper no devolvió la sonrisa, porque él se había manifestado de otro modo que los presentes percataron. Porque él podía desplegar luz a través de la oscuridad, y hasta ese momento, Mateo no lo había visto.

Ningún oscuro había hecho algo así antes.

Mateo lo miró mudo, sin amenazas o disculpas, solo una mirada de despedida, un gesto de cabeza, una tregua... eterna.

—¿Qué van hacer cuando la guerra llegue a su apogeo?

—Ya tenemos eso previsto —se limitó a decir Maya.

—Temo por ti, hermana. El palacio se prepara para recibir al Terror de los ocho mares, la Corona quiere pactar con el rey del océano. Cuando eso ocurra... no habrá lugar seguro en Balgüim.

—Nosotros estaremos a salvo —prometió ella y luego besó a su hermano en la mejilla—. Cuídate mucho, y a tu familia. Cuando todo esto pase, nos reuniremos, todos.

Él asintió y le dejó un beso en la frente.

—Será nuestra promesa.

—Será nuestra promesa —repitió ella—. Ten buen viaje.

Antes de irse, Mateo miró una vez más a... Jasper. Le sería raro acostumbrarse a que formara parte de su familia.

—Si me permites una pluma..., me gustaría que trataran tu caso en Jadre.

El descendiente Alonso pensó que Maya intervendría, o que Jasper, indignado, le espetaría que los de su clan conocían las mejores fórmulas, combinaciones de elementos, que su mundo contenía todo lo necesario para la cura; pero no ocurrió ninguna de esas cosas. El príncipe, de forma voluntaria y tranquila, se arrancó una pluma del antebrazo y se la extendió al español, que la guardó en su bolsillo para que los xarianos de palacio la analizaran.

—Cuídala —fue su única palabra para la bestia.

—Con mi vida —aseguró Jasper sin vacilar.

Y sin más despedidas, Mateo emprendió la marcha hacia la nave que lo llevaría a su hogar.

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El regreso, aunque rápido, le había supuesto a Jasper un gasto excesivo de energías, más de la que solía soportar por aquellas fechas. A medida que pasaba el tiempo, el desgaste que le producía usar sus facultades legendarias era máximo, un conflicto constante con su lado bestia para usar poderes.

Maya ya tenía hecho su equipaje, pero comprendía que no podrían viajar a Glacius de inmediato. Jasper necesitaría recuperación y otra dosis de té para sus trastornos de transformación, porque se hizo evidente al llegar al alcázar que el tormento que lo aquejaba estaba a punto de desatarse.

—Iré al laboratorio, lo prepararé y estaré de vuelta enseguida —le dijo Maya cuando llegaron a los aposentos reales.

—Es inevitable —dejó escapar él de sus labios con tono casi imperceptible.

Estaba de pie ante una de las grandes ventanas abiertas, admirando el paisaje nocturno más allá de las torretas y gárgolas que las circundaban. El trance de esa noche a la siguiente significaría el paso del año decimoquinto al decimosexto, pero había algo más agazapado en el paisaje... Jasper reconocía el paso del viento y los lamentos atorados en los que este divagaba.

—¿Qué ocurre?

—Nada. Aún... Pero está cerca de ocurrir —presagió el príncipe, manteniendo el tono bajo, un susurro que intentaba no espantar los rumores del viento.

El frío tan ávido y congelador, como era propio de la hora, se estaba disipando. Los árboles estaban retorcidos de un modo diferente, contraídos, con dolor, como si sangraran desde adentro. La nieve ya no era ese manto tranquilo que se extendía en todas las direcciones, ahora lloraba bajo su superficie impoluta. En un punto más grave de su envenenamiento, el príncipe se lo hubiese achacado a su estado febril. Pero conocía demasiado bien las tinieblas de Balgüim y lo letal del mundo que se agitaba bajo sus pies como para ignorarlo.

—Se avecina... Se avecina con una fuerza que destroza.

Maya caminó hacia donde él estaba parado. También miró por la ventana, aunque la quietud del horizonte no compaginaba con los presagios del hijo del rey.

—Todo parece tranquilo.

Jasper no respondió, entonces ella explayó su argumento.

—Dudo mucho que después de la última emboscada el ejército daynoniano tenga ganas de dividirse y venir en busca de batalla cuando en Jadre se están preparando para recibir a Mal... al capitán pirata —concluyó Maya cuidándose de no decir el nombre.

—¿Por qué decidiste quedarte?

Maya miró a Jasper buscando sus ojos, pero estos no le concedieron el placer de centrarse en ella. El horizonte... ese horizonte inquietantemente tranquilo seguía siendo el protagonista.

—¿Cómo? —increpó incrédula— ¿Escuchaste algo de lo que le dije a mi hermano?

—Fue... irrazonable —objetó Jasper y finalmente le concedió el placer de mirarla. Aunque después de aquellas palabras no podía haber placer posible.

—¿Estás diciendo que mi amor es irrazonable?

Maya no podía creerse la conversación que estaban manteniendo. Habían pasado años para que Jasper se abriera, y cuando habían logrado estar tan juntos que parecía inquebrantable, cuando él le había otorgado el honor de hacerla princesa de Balgüim y le había pedido que se fueran a Glacius, ahora le decía muy sereno que había sido irrazonable quedarse.

—No —contestó con neutralidad—. Tu amor es lo único bueno de este mundo. Lo irrazonable fue haber renunciado a escapar por motivo de este. —Hizo una pausa en la que acarició con una garra de la mano derecha la coronilla de Maya, luego fue bajando hasta el cuello y la paseó por la blanca clavícula—. Mi humana, mi dulce humana... —Cerró los ojos perdiéndose en la agradable sensación, que una parte monstruosa de él estuviera en contacto con algo tan suave de ella.

—Yo te amo, Jasper Dónovan —musitó la muchacha deleitándose en el trayecto que la garra iba trazando—. Nunca te he pedido que lo digas, y tengo a flor de piel todas las demostraciones de tu sentimiento. Pero sería bueno saber...

—Lo hago, Maya Alonso —aseguró el príncipe abriendo los ojos, negros y vivos, con la pálida frente bañada de sudor, efecto secundario de la fiebre que le iba subiendo—. Revives el amor que compartimos cada vez que te lo demuestro.

La doncella abrió los brazos para estrecharlo.

—No podemos separarnos nunca. No me importa si ha sido irrazonable porque viene algo trágico que no puedes precisar. No quiero vivir una sola noche sin ti.

Jasper le apoyó una de sus grotescas manos en la espalda, acto de consuelo. Qué frágil lucía ella... Con cuánta facilidad podía perderla... Y lo peor, ella se negaba a admitir la facilidad con la que podía perderlo a él.

Nunca hallarían la cura y cuando él perdiera la mente y todos los recuerdos de su vida pasada, sería tan salvaje como las criaturas más ignorantes de los bosques.

—Acontecerá algo trágico y horrible, puedo sentirlo con cada vértebra de mis alas. Los cuernos me vibran, la sangre abandona mi cuerpo por las aberturas de la piel... Todas las palpitaciones se hacen testigo de mi presagio. Decidir quedarte fue un error, y yo no debí permitirlo. La mayor estupidez ha sido la mía.

—Dijiste que estaríamos seguros en Glacius —replicó Maya todavía con la cara oculta entre los ropajes reales.

Él le alzó el mentón con esa misma garra que la había acariciado:

—Así lo creía. Pero no había hecho caso a las señales. —Miró otra vez el horizonte, que se le asemejaba difuso a la humana por el reguero de alertas—. Todo lo que conocemos en Balgüim... —Suspiró hondo—. Sucede lento, pero está a punto de cambiar por completo.

Más allá de la oscuridad que propiciaba la noche, el príncipe sabía indagar en las tinieblas, notar cómo las sombras se movían entre los fundamentos de la región baja en formas grotescas, no en intento de espantar, sino porque perdían dinamismo, tanto que parte de ellas se agrupaba y trasladaba en conjunto. Les costaba avanzar, tal como a los árboles les costaba respirar dentro del entorno en el que sobrevivían.

El viento siguió aullando, vehemente.

El desafío intensificó la amenaza.

El tiempo tembló, estremeciendo el panorama.

Fue un temblor tácito, breve, casi como una visión, como si ese mismo panorama fuera parte de una escena cinematográfica que se había dañado en una parte determinada.

Todo estaba cambiando.

Seguiría cambiando...

Empeoraría.

Y más pronto que tarde solidificaría palpable su culminación.

—¡Por Idryo! Estás hirviendo —chilló Maya al comprobar la temperatura en la zona descubierta del pecho de Jasper—. Tiéndete en la cama mientras yo me apresuro al laboratorio a...

—No, querida. —Jasper retiró con gentileza las manos de Maya sobre sí mismo, pero las mantuvo cautivas bajo el agarre de las suyas—. Hay un secreto que todavía no te he revelado, un secreto que sustenta la noche y frialdad eternas de Balgüim y que va más allá del envenenamiento de Dlor. —Jasper inspiró profundamente, buscando esa ancla débil que le permitía aferrarse a las laderas de su humanidad antes que la bestia cobrara fuerzas—. Hay un santuario de trofeos donde el rey temible se regodea de sus triunfos. Pero entre todos, hay uno que no es tan pretencioso como un logro, pero es indispensable por su aspecto vital.

—¿Qué es? —preguntó la descendiente que había escuchado en el pasado de tan inaccesible santuario.

—El corazón del rey temible.

Maya ahogó un gemido. Entonces sí era posible sacarse el corazón y almacenarlo vivo fuera del pecho... La leyenda que el pirata Maltazar lo había conseguido no era un mito. Dlor también lo había hecho. Dos hermanos oscuros que se habían despojado de su debilidad arrancando el órgano palpitante para evitar la muerte directa.

Por el alcázar se regaban rumores sobre un lugar que nadie podía tocar más que el rey. Su ubicación era inexacta, su protección extrema; con puerta doble de hierro y un veneno invisible en la cerradura que podía calcinar la piel del ser que la forzase. Pero no se esparcían detalles porque a verdad expuesta, todos los cortesanos eran fieles al rey, fuera por estar coaccionados de terror o por disposición voluntaria.

—¿Qué pretendes con...?

Maya no quiso terminar la pregunta, inmediatamente tuvo miedo de la respuesta. El príncipe no podría estar pensando hacer una cosa tan arriesgada como esa. Y si en realidad lo pensaba, ¿por qué había escogido justo ese momento? ¿Por qué había demorado tanto?

—Tú vas a...

—No mataría a mi padre, Maya.

Ella no supo si la respuesta la decepcionaba o aliviaba. Quizás fuera un poco de ambas.

—Has matado en el pasado. Y... en tu presente.

—Existen diferencias —atajó Jasper—. Límites. Todos los asesinatos que he cometido... yo creía que eran correctos, necesarios, un medio para un fin. Luego me convertí... —Alzó los brazos, notando las incipientes plumas negras que nunca crecían, pero tampoco lo abandonaban—. Me convertí en esto, mato para comer. Pero quitarle la vida a mi propio padre... Es un pecado sin nombre que el universo castiga. No me haré culpable de derramar su sangre, sangre de mi sangre, por muy oscura que esta sea.

Maya escuchó cuidadosamente cada palabra, reflexionando en lo fácil que hubiese sido para Jasper cometer la acción si dicha acción no estuviese cercada con los alambres de la moralidad legendaria. Resultaba extraño, muy extraño recibir lecciones de moralidad de una bestia que se mantenía en un aspecto precario precisamente por voluntad de ese al que se negaba a matar.

—¿Amas a tu padre?

No fue que Maya planeara la pregunta y sus consecuencias, era que necesitaba conocer cómo funcionaban los sentimientos de una criatura que noche tras noche la llenaba de pasión. Seguía siendo complicado descifrar a Jasper Dónovan.

Aunque él no contestó de inmediato, cada una de las dos piezas de la gran ventana se mecieron inquietas.

—Amor... Es una palabra muy exclusiva para mí.

—¿Como lo que sientes por mí?

—Como lo que siento por ti —confirmó él enroscando su garra índice con una onda de cabello femenino—. Lo que siento por Dlor... es difícil de explicar, pero no tiene nada que ver con amor.

—Trata de explicármelo, para que pueda entenderlo.

—Se trata del único que estuvo conmigo durante años, guiándome en la Tierra. Siempre he sido un ser solitario, retraído. Mis pensamientos me atormentaban, hasta que descubrí que no eran pensamientos, eran escenas reales del universo paralelo... todas ellas, pasando ante mis ojos. Mis recuerdos infantiles fueron pesadillas, mis vivencias serían catalogadas por los humanos "trágicas". Era todo lo que tenía, con lo que fui creciendo. Dlor no me abandonó, me borraba el dolor cuando era insoportable para mí. Me trajo a Balgüim, me reintegró en mi posición de príncipe.

—También te utilizó y envenenó.

—Lo sé. Pero no son motivos suficientes para arrancarle la vida a quien me la dio. Por muy miserable que esta vida pueda parecer.

La descendiente Alonso no estaba segura qué sentir respecto a aquello. Determinó no sentir nada. Eran asuntos de Jasper, la conciencia de Jasper. No debía tener que ver con ella.

—Si es así, ¿por qué irías al santuario de trofeos del rey temible, allí donde guarda su corazón?

El príncipe entonces recogió su garra y enderezó la espalda, pareciendo gracias a sus alas más grande de lo que en realidad era.

—¿Recuerdas cuando te conté que tanto la noche eterna como el invierno permanente de todo Balgüim están ligados a Dlor? —Maya asintió—. Pretendo inspeccionar su corazón, el estado de su corazón. Debe estar pasándole algo, porque ese algo tiene a nuestro mundo retorciéndose y de un momento a otro, nos tragará.

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