❄️34❄️UN VISITANTE
Finales del año 15
10Ka, 50Ma.
Balgüim.
Los días convertidos en noches pasaron con muchas novedades para ambos seres; doncella y su príncipe, humana y bestia. Ella lo ayudaba con el dolor y evitaba que volviera a transformarse, le brindaba lo más dulce de sí misma. Jasper sentía que lo que él aportaba no era suficiente, ¿cómo devolver tantas muestras?, ¿tanto amor?
Amor. Él realmente podía amar. Y lo hacía de una forma tan intensa, insistente...
Jasper Dónovan se sentía en esa balanza desequilibrada, en medio de dos partes que se encontraban tan distantes la una de la otra, una parte monstruosa, una parte racional, pero que se unían en un poderoso aspecto en común: Maya. Tener a su disposición a Maya, amarla perdido en sensaciones que antes no conocía, había resultado el pasatiempo favorito. Una y otra vez... Era un vicio del que no había logrado desprenderse. Y no quería.
En Irlendia la costumbre del matrimonio difería bastante entre clanes. Por ejemplo, los destroyadores escogían su pareja de por vida en un rito de manada y se apareaban. Y en los oscuros, una vez que se vinculaban físicamente, se consideraba un acto sagrado. Los involucrados entrelazaban sus almas, sus cuerpos, sus vidas. No había necesidad de un compromiso formal, a pesar que algún que otro miembro del clan hubiese imitado las costumbres de la región sur del universo y hubiese demostrado públicamente esa unión, celebrando con banquete.
Pero Jasper odiaba las reuniones sociales. Incluso para cumplir varias de sus responsabilidades como príncipe, antes de ser envenenado y recluido en los rincones oscuros como una malformación salvaje, todas las tareas que involucraran tratar con varios seres le eran molestas y buscaba la forma de librarse de ellas, ejerciéndolas de otro modo.
No obstante, disfrutar de Maya y de lo que sentía era algo privado, que no compartiría nunca con nadie. De hecho, mucho había pensado en el último año sobre la vida de ambos en el alcázar, así que en ese momento lo declaró sin preámbulos. Ni siquiera tuvo que armarse de valor o escoger las palabras precisas. Solo brotó de él con la misma naturalidad con la que lo había pensado:
—Vayámonos de aquí.
Maya alzó la cabeza, sorprendida por dicha revelación.
Ambos llevaban tiempo en el estanque azul, porque el agua tibia le hacía bien a Jasper y sus dolencias. En el pasado, cualquiera que no fuese Isis se hubiese quemado al meterse allí, pero Maya, con su habilidad de controlar el agua, había ingeniado un proceso de enfriamiento usando hielos para que el agua se templara. Duraba poco, pues el estanque era un ente que volvía a su estado natural extremadamente caliente.
Jasper estaba metido dentro y Maya estaba fuera, sobre el borde seco, jugando con los cabellos húmedos de él y masajeándole las sienes. Pero todo movimiento de dedos se quedó en pausa al escucharlo hablar.
—¿Irnos de aquí? —Ella enderezó la espalda, reflexiva—. ¿Te refieres a irnos del castillo?
Jasper giró la cabeza, sus ojos negros la miraron con un ligero matiz resplandeciente. Era tan pálido, tan bizarro y bello... Todo a la vez. Como mirar a la muerte a la cara y desearla. Estar al borde de un precipicio y saltar sin miedo.
Maya meditó en lo enamorada que se sentía del príncipe de las tinieblas. Era el conjunto de cada detalle que constituía Jasper Dónovan. La piel, translúcida como el hielo tallado por el viento del norte. Las líneas de su rostro marcadas con delicadeza sobrenatural, como si hubiera sido esculpido por el mismísimo tiempo en sus momentos más lúgubres. Sus ojos, profundos, dos pozos de miedo en los que se perdían las almas más valientes. Y su cabello, azabache como la noche eterna de Balgüim, caía húmedo sobre sus hombros desnudos.
—Irnos de Bajo Balgüim. —Jasper relajó los labios y giró el torso, apoyando los codos emplumados en el borde del estanque para ascender un poco y rozar con su nariz la de Maya. Un gesto cariñoso que no parecía posible viniendo de semejante poder frío—. Estar solos, sin rendir cuentas a nadie. Ajenos, apartados de los designios malignos de este lugar.
—Jasper, eso no es posible. Tu padre...
Jasper suspiró, sus alas se contrajeron. Su presencia se volvió un eco lejano, un susurro que resonaba en lo más intrincado del corazón de Balgüim. A Maya le resultó por enésima vez un ser complejo, difícil de escudriñar. Él era de sombras y luces, de misterios y enigmas, desafiaba la comprensión objetiva.
Pero a diferencia de veces anteriores, ya ella no sentía temor de cuestionarle al respecto.
—Dejemos atrás el palacio, todo. Dlor no podrá encontrarnos, lo prometo. Estarás a salvo —aseguró, la voz se coló por los poros de su receptora, acariciaron el camino en un recorrido helado.
—Jasper... —Maya negó con la cabeza—. Hay una guerra en marcha, aún si nos fuéramos, ¿dónde nos esconderíamos? Eres heredero al trono de Balgüim, enemigo de la Corona. No podríamos...
—Iremos a Glacius —reveló él y esta vez, sus manos fueron las que atraparon el rostro de la muchacha, tacto frío a pesar del agua tibia que se deslizaba entre sus dedos—. Allí estaremos seguros. Cazaría para alimentarnos, y controlaría mi transformación con los brebajes que ya sabes preparar, también seguiríamos probando nuevos.
Durante el último año ambos habían continuado en la tarea de hallar la cura; Maya combinando todo tipo de elementos, Jasper le conseguía en tierras distantes lo que ella necesitara para trabajar, pero la cura rehuía de la víctima envenenada.
Al inicio de su romance, ellos pensaron que quizás esa era la salida, en vista que Dlor le había dicho a la española «Eres la única esperanza de mi hijo». Mas este mal no se había roto con el amor, como debían romperse todos los males de un universo fantástico.
Maya había estado deprimida por el hecho, pero Jasper se sentía tan lleno de amor, como nunca había estado, que sinceramente le importaba un pecador del Séptimo Abismo que las cosas siguieran exactamente igual. Estaba enamorado, y una mujer hermosa, talentosa y dulce estaba enamorada de él. Corresponderse, disfrutar la inmensidad del sentimiento... no tenía comparación con nada.
La cura sería una bendición secundaria, porque tener a Maya Alonso significaba infinitamente más de lo que él había soñado. Quizás ese había sido el verdadero sentido de todo; la cura nunca había consistido en reverter su horrible figura, sino en hallar algo que solo pocos seres en ambos universos hallaban: amor verdadero.
—¿Renunciarás al trono?
—El trono nunca ha sido mío, pertenece a Khristenyara Daynon.
—No hablo del trono supremo, sino del trono de hierro y hielo. Cuando Dlor no esté, Balgüim necesitará un representante que lo dirija.
—Cuando lleguemos a ese puente, cruzaremos por él —respondió en la frase más humana que la española le había oído.
—¿Estás seguro que eso es lo que deseas? —preguntó ella.
—Tú eres lo que deseo —respondió Jasper y sus manos todavía húmedas de agua bajaron hasta la cintura de Maya.
La muchacha acarició la coronilla azabache.
—Acepto entonces.
Ella tampoco tenía nada en aquel despreciable sitio más que al príncipe, y donde fuera el príncipe, debía ir su princesa. Además, Glacius era magnífico, el único rincón alto y apartado que el veneno de Dlor no había tocado.
Jasper subió un poco las comisuras de sus labios, aunque la expresión facial se mantuvo seca.
—Yo que tú, Maya Alonso, comenzaría a recoger pertenencias.
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Ya todo estaba listo.
Maya había envalijado sus vestidos y maquillaje. Jasper le había prometido conseguirle givas para salar las comidas y también menús variados; según él, Glacius tenía una variedad de plantas, hortalizas y criaturas muy apetecibles pero cuando a Maya le vino una arcada por la descripción de los riñones de un vertebrado de los páramos, Jasper le juró que no lo comería enfrente de ella.
La chica echó un último vistazo a la que había sido su habitación por tantos años, al espejo roto y los ventanales del balcón abiertos... Fue en ese instante que sus ojos estaban en el paisaje nevado que distinguió un animalejo pequeño que volaba con invariable dirección. Al acercarse más, la descendiente vio que se trataba de un cuervo. Y cuando el mismo se posó en el barandal y emitió un graznido terrible, de esos que solían soltar los pajarracos del mundo, Maya notó el diminuto pergamino que tenía alrededor del cuello.
Se acercó con suma curiosidad, pensando lo raro que era que el cuervo decidiera entregarle un mensaje. Probablemente se había confundido, porque ella no conocía a nadie en los territorios lejanos de Balgüim como para recibir una misiva.
Sacó el manuscrito del cuello del ave y ahogó un suspiro al abrirlo:
"Taberna Hyelaum. Justo en el ascenso de la nueva luna"
No tenía firma ni remitente. Pero a Maya no le hacía falta. La mano le había comenzado a temblar desde que identificó la letra.
La letra de su hermano.
Dobló la nota y se la guardó dentro del vestido, entre los pechos. Mateo estaba en Balgüim, y de seguro, había venido para llevársela.
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La taberna de Hyelaum estaba en el límite de Bajo Balgüim, esa zona que colindaba con Alto Balgüim. Era famosa por ser un punto de encuentro entre viajeros, vender Fron e iguanas medianamente cocidas, previamente adobadas con agrios para los irlendieses de otros clanes.
Cuando Maya Alonso abrió la puerta, no le tomó por sorpresa el ambiente desagradable que captaron sus ojos: seres ebrios, risas desparpajadas, y una música poco elegante. A pesar del calor de la chimenea y la aparente calidez de la posada, la típica frialdad de Balgüim acaparaba cada rincón. Las sombras parecían cobrar vida propia, danzando en las esquinas más oscuras, como si estuvieran acechando a los desprevenidos. La melodía que el músico tocaba con la lira era un tanto siniestra. Y cuando las camareras servían hidromiel caliente, los aros de vapor no ascendían con normalidad, sino que se retorcían y contorsionaban como figuras dañadas.
No obstante, entre la masa de ocupantes, uno resaltaba por sus maneras tranquilas y sus ropas de noble, a pesar que una capa oscura cubría gran parte de su indumentaria. Maya fue acercándosele, decidida, con el corazón latiéndole tan rápido y fuerte. El crujido de la madera vieja bajo sus pies se mantuvo en cada paso. Estaba a pocos centímetros cuando el perfume exquisito se coló por sus fosas nasales, un aroma enfrutado con toques de jengibre.
Jadre.
Él olía a Jadre.
El hombre tuvo que sentir la presencia a su espalda, porque se volteó antes de que ella redujera la distancia por completo. Se levantó de su asiento, mirándola como quien lleva años sin ver algo valioso. Pero su contención fue cuestión de segundos, porque rápidamente se abalanzó hacia Maya con ansias y ambos se fundieron en un sentido abrazo, un abrazo que llevaban deseando durante demasiado tiempo.
—Hermanita mía —expresó Mateo en un suspiro, besándole la cabeza en todas las áreas que alcanzaban sus labios.
—Oh Mateo, te extrañé tanto ¡tanto!
Sentirlo no era suficiente. Tantos años alejada de su casa, de su familia; tantos años exiliada en la eterna noche, sufriendo un invierno crudo. Mateo representaba todo lo que ella había extrañado: la casa, la familia, el calor del sol, la claridad alentadora.
—He soñado mucho con este momento, hermana querida, he soñado tantas veces con venir a buscarte. —El hombre volvió a separarse de Maya, la escudriñó con interés—. Pensé que me encontraría un espectro, pero inesperadamente te ves... reluciente.
Maya sonrió, aceptando el elogio.
—No ha sido tan malo como pensaba.
—Ahora ya no tendrá que seguir siendo —dijo Mateo para luego mirar a ambos lados de su ángulo—. No hablemos aquí, salgamos fuera, hay algo que quiero enseñarte.
Mateo la tomó de la mano y la sacó fuera de la posada, bordeando la misma.
—Está a unos metros de aquí. No podía arriesgarme a dejarla cerca, pero el límite entre Bajo Balgüim y la región Alta tiene parajes con biomas que la ocultan bien. Si nos apresuramos...
Él siguió hablando de las ventajas de las zonas y la necesidad de ser rápidos para salir de allí. Pero Maya tenía un ancla que iba desde la nieve más profunda y se encadenaba a su corazón.
—Mateo espera. —Se paró en seco, dispuesta a hacer resistencia si él volvía a tirar de su brazo. Pero Mateo no insistió en moverla del sitio—. Han pasado muchos años y...
—Lo sé, y lo siento. —Su hermano le acunó el rostro—. He contado cada maldito año, despotricando contra la nula oportunidad de venir a buscarte, sabiendo con exactitud lo lenta que son las horas en este mundo. Pero no he estado de brazos cruzados hermanita, no he estado lamentando nuestra suerte. Puse todo mi empeño en conseguir un lugar en Jadre, hacerme de un buen nombre, conseguirme un matrimonio con una noble...
—¡Te casaste! —A Maya se le alumbró el rostro con la feliz noticia.
—Sí, me casé. —Mateo sonrió porque un hecho sólido para él resultara tan inesperado y bien recibido para su hermana menor—. También me hice muy rico, Maya, y conseguí trabajar para la Corona.
—¡La Corona!
—Pacté para iniciar proyectos de máquinas voladoras, naves, con el objetivo de disponer de una propia y venir a buscarte algún día sin que esto supusiera un problema en ese mundo. Son bastante ortodoxos, pero lo conseguí. —Volvió a besarle la frente a Maya, incrédulo de tenerla finalmente a su alcance—. Estuve todos estos años trabajando para cumplir mi promesa de llevarte a Jadre, como siempre quisiste.
Maya le acarició el lateral de la cara a Mateo, la piel rasurada bajo su suave palma le hizo cosquillas. El matrimonio le había asentado bien, y al igual que ella, él lucía resplandeciente, por más, bronceado. Y todo lo que le había contado, que era noble, que trabajaba para la Corona, ¡cuánto orgullo! Ella nunca había dudado que su hermano llegaría lejos en aquello que se propusiera. Y había cumplido la promesa, en esos años no la había olvidado.
Sin embargo, la felicidad se borró de los ojos color zafiro. El batir de unas alas rompió el silencio del aire, y las ondas alborotaron el cabello nogal de la española que levantaba el mentón frente a la mirada atónita de Mateo. Cuando el Príncipe de las Tinieblas aterrizó justo en su espalda, Maya no volteó la cabeza, pero sintió que la esencia de Jasper la envolvía en un manto profundo que solo ellos podían percibir. Estaba tan ligada a Jasper ahora... De una forma que iba más allá de lo que su hermano podía suponer.
Y la realidad era que Mateo Alonso había quedado completamente espantado.
—No... no puede ser. —Su estupefacción no le dejaba dar crédito—. Lo has traído Maya ¡Has traído a esa bestia!
Ella dejó en alto su mentón, a pesar de entender el pasmo de su hermano, no se permitiría mostrar vacilación en cuanto a Jasper. El calor del sol en la piel, la claridad de un día, Jadre, eran cosas que había ansiado, pero ya no le importaban. Porque ella tenía algo más poderoso que deseos del pasado y no permitiría que la división de mundos por la Guerra Roja se lo arrebatara. Si ni siquiera el fuerte veneno de Dlor había impedido que ella se enamorase de una bestia, ¿qué quedaba para desafiarla?
Nada. Absolutamente nada.
Y por mucho que amara a Mateo, no se comparaba con el amor que ella y Jasper se habían demostrado. Nada en el universo era más fuerte que el vínculo de una pareja fundida emocional y corporalmente bajo el testimonio de las estrellas.
—Jasper ha usado su viaje a través de las sombras para traernos —explicó ella dando pasos hacia atrás, alejándose de su hermano, quedando más cerca de la bestia—. ¿De qué modo llegaría yo sola?
—Pero... no entiendo. —La estupefacción de Mateo seguía ligada al horror. Porque había escuchado rumores sobre el aspecto del heredero del rey temible, pero la visión completa en vivo era incomparablemente peor.
Alas negras monstruosas, tan grandes que resultaba contradictorio que el delgado cuerpo del oscuro lograra mantenerlas. Vestía con ropajes reales que ocultaban parte de su fisionomía, pero aun así las emplumadas manos que quedaban fuera de las telas, con dedos de aspecto inflexible, como obsidiana, no había tela que las ocultara. Y allí en sus manos tenía garras capaces de despedazar tierna piel. Tierna piel como la de Maya.
Entonces, aquel monstruo de pesadillas cercó con sus garras el cuello de Maya. Podía ser con intención de caricia, podía ser con intención de degollamiento. ¿Quién sabría? Mateo quedó en shock al ver que Maya lo soportaba.
—Cuando te fuiste y yo quedé al servicio del príncipe, muchas cosas cambiaron —comenzó a explicar la muchacha esperando que su hermano pudiera comprenderla.
Sí, se había enamorado de una bestia y no le temía a sus garras. Pero seguía siendo un tema difícil de explicar a alguien que había venido con toda la determinación de llevársela de un mundo tan peligroso como lo era Balgüim y llevarla al hogar de sus ancestros.
—Maya, por favor.
—¿Has venido en una nave? —preguntó Jasper interviniendo por primera vez.
Mateo no quería ni siquiera dirigirle la palabra. Aquella voz resultaba tan espeluznante... ¿Cómo habían pasado esas «cosas» a las que su hermana había hecho alusión? ¿Le habría hecho daño Jasper Dónovan? ¿Le habría envenenado el cerebro a la pobre Maya con alguna fórmula del clan?
—He venido en una nave y me llevaré a mi hermana —contestó con determinación, aunque la mandíbula le tembló ligeramente. Quizás era la tensión acumulada, el temor que las circunstancias fueran más grandes al punto de superarlo—. Nada podrá impedírmelo. No dejaré que tú lo impidas —alegó contrayendo y apretando los puños.
El príncipe de Balgüim, heredero al trono de hierro y hielo, hijo del rey temible, se separó de Maya y levitó con lentitud hacia el hermano, Mateo Alonso, noble de Jadre, quedando cerca, muy cerca... Las sombras emergieron de la nieve, recorriendo con premura el espacio que separaba los pies emplumados del cenizo camino empedrado. El frío se acentuó, el letargo del tiempo del mundo envolvió al español.
La bestia abrió la boca lentamente y el tono tan bajo de sus palabras se hizo presente acompañado de una promesa agazapada que estaba impregnada de fervor:
—No voy a impedírtelo.
El silbido del viento se llevó el bajo sonido, los ojos negros de Mateo con una chispa azul imperceptible ahondaron en el vacío de los del príncipe, un remolino descendente que se perdía en su mismo centro. Todo en él era perderse en la nada, quedar atrapado en el olvido.
Y estaba asegurando que no le impediría llevarse a Maya. ¿Por qué? ¿Qué oscura trampa tenía aquella afirmación? Mateo miró a su hermana por breves segundos antes de enfrentar nuevamente el letargo triste que eran los ojos de la bestia. Considerablemente más alta que él, consolidada como una criatura salvaje, matizaba de muerte todo a su alrededor menos aquellas palabras; aquellas palabras llenas de seguridad...
Entonces Mateo Alonso se lo preguntó con toda la valentía y desprecio que sentía:
—¿Qué le has hecho?
El descendiente exigía explicación sujeta a un temor natural de que algo perverso le hubiese acontecido a su hermana en el dominio de las tinieblas. Y Jasper, o lo que quedaba de él, se mostraba tan tranquilo como desde su aparición. Pero por dentro se debatía buscando una respuesta concisa, no para Mateo Alonso, sino para sí mismo.
¿Qué le había hecho a Maya? Meditó todos sus intentos pasados por apartarla, sin éxito. Recordó la vez que le borró la memoria y aquella ocasión que viajó entre las sombras sujetándola contra su pecho. Pero ninguno de los sucesos parecía lo bastante pesado frente a la proeza del amor verdadero. ¿Cómo había conseguido obtener dicho tesoro de parte de la mujer?
No sabía. Nunca se lo había preguntado.
Había dudado en todo caso, antes que se unieran en uno para siempre, pero Maya había insistido. No obstante, el cómo ella se había enamorado, el porqué, era un misterio imposible de descifrar para Jasper.
«No puedo responder eso» se dijo por dentro.
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